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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

La tarea de los maestros revolucionarios

La tarea de los maestros revolucionarios

La tarea de los maestros revolucionarios[1]

Carta a Maurice Dommanget

 

 

10 de agosto de 1934

 

 

 

Estimado camarada:

 

En esta carta trataré de resumir la discusión que sostuvimos hace algunos días sobre los problemas de los maestros franceses en general y de la Federación Unitaria en particular.

No puedo evitar repetirlo: Monmousseau,[2] ese malabarista sin escrúpulos ni conciencia, nos tendió una trampa con la cuestión de unir las dos federaciones, sacrificando a las consideraciones sindicales y revolu­cionarias a las consideraciones de prestigio y los traba­jitos "extra" de los burócratas que dirigen la CGTU. Su viraje no tiene nada que ver con la aceptación hones­ta del frente único revolucionario. Por lo que pode­mos deducir, tras su oscuro juego se esconden dos maniobras: una más amplia, que se corresponde con los objetivos de la diplomacia soviética, y una de menor alcance, subordinada a aquélla, que tiene como objetivo “satisfacer" a los aventureros en bancarrota de la Comintern. La doctrina semioficial de la burocracia gobernante en la URSS pretende explicar el fracaso de la Comintern -indiscutible incluso para ellos- por las características conservadoras del proletariado occidental. Así como los reformistas decían que el bolchevismo no servía para Europa, la Comintern en bancarrota declara ahora que el proletariado europeo no sirve para el bolchevismo. En este aspecto, como en tantos otros [tres palabras ilegibles], el comunismo europeo sólo representa las dos caras de una misma moneda.

Los burócratas gobernantes transforman así el fracaso de la Comintern en un fracaso del proletariado occidental, y luego sacan esta conclusión: "Para defender la seguridad de la URSS tenemos que buscar ayuda en cualquier lado. Dado que el proletariado conservador le tiene cariño a la democracia, no nos queda otro remedio que encariñamos también con ella, apoyarla y preservarla." Nosotros, los revolucionarios decimos: "en la medida en que los obreros siguen confiando en la democracia, estamos dispuestos a defenderla junto con ellos contra el peligro fascista; pero no podemos nunca dejar de lado nuestra crítica a las ilusiones democráticas." Los stalinistas renuncian fácilmente al derecho a la crítica, ya que para ellos -para la burocracia soviética- no se trata de conducir al proletariado a través de la etapa democrática hacia la conquista del poder; el único objetivo que consideran asequible es asegurarse el apoyo democrático interna­cional. La personificación de la "democracia" francesa es el Partido Radical,[3] que no puede gobernar sin el apoyo del Partido Socialista; pero éste, a su vez -, sólo puede apoyar al Partido Radical a condición de que los comunistas se “callen la boca". La burocracia sovié­tica tiene el plan general de restablecer el régimen de Herriot, el "amigo de la URSS", con la ayuda de un León Blum liberado de la critica de Thorez[4] por el mecanismo del llamado frente único. Ese es el incentivo fundamental del gran viraje ordenado telegráfi­camente.

Para calmar al ala izquierda de la Comintern, a los Bela Kun[5] que allí tienen, dicen: "todo esto no es más que una jugarreta; cállense la boca y esperen; llegará el momento en que rompamos abiertamente el frente único, pescando dormidos y desprevenidos a los dirigentes socialistas, y nos llevaremos a todos sus obreros con nosotros."

Estas son las dos maniobras en las que están enredados. Por el momento la que resulta efectiva es la primera. Pero si la perspectiva democrática no lleva a ninguna parte los grandes burócratas siempre pueden echarse atrás permitiendo a los peores aventu­reros a la Bela Kun utilizar a su manera el frente único.

¿Qué lugar ocupa Monmousseau en este doble y tal vez triple juego? No lo sé, y el mismo Monmousseau sabe tanto como yo. Sin embargo, conoce lo suficiente a la dirección de la orquesta stalinista como para no temer que se le caiga en la cabeza la delicada estructura sobre la que se apoya el viraje. Es por eso que, a la vez que cumple las órdenes, realmente quisiera demorar las cosas, prolongarlas lo más posible. Así pudo imponer en el Congreso de Montpellier[6] una resolución ambigua y peligrosa que elude la unión inmediata de las dos federaciones. Postergar la resolución hasta enero de 1935 significa no tomarse en serio al mundo ni a uno mismo, ya que los próximos meses exigirán adoptar resoluciones muy senas.

Que se entienda bien una cosa: el peligro fascista no es una fórmula agitativa, es una ominosa realidad que puede concretarse muy pronto. Los clamores de Popu y l’Huma de que "el frente único ya hizo retro­ceder a los fascistas" no son más que bravatas inge­nuas o deshonestas.

El surgimiento del fascismo, como sucede con todos los procesos históricos de este tipo, se realiza a través de saltos y giros espasmódicos. Estamos entre dos espasmos: ésa es la verdadera clave de la situación actual. Y no será precisamente Monmousseau quien logre "postergar" hasta el 1º de enero de 1935 el segundo salto.

El triunfo del fascismo significaría, en primer lugar, el aplastamiento de los cuadros docentes revolucio­narios. Aun antes de dedicarse a las organizaciones obreras, la reacción fascista tendrá que abrirse camino cortando de raíz la resistencia de los funcionarios civiles y de los maestros. Los charlatanes de café nos dicen: "el peligro está lejos de ser inminente; Francia no es Alemania; el temperamento francés no tiende al fascismo." No nos corresponde tomar en serio tonterías como ésas. El fascismo no es producto del temperamento nacional sino de la lucha social. Se convertirá en una necesidad inevitable cuando el capitalismo francés se encuentre entre la espada y la pared. Y si es cierto que el temperamento francés se opone al fascismo, éste exigirá en Francia dos o diez veces más víctimas. No es accidental que la historia francesa, en todas sus etapas, haya sido testigo de las más sangrientas represiones.

Nuestra Federación Unitaria, con sus tres mil miembros, seria el primer bocado que se engulliría la reacción triunfante. Aunque sea por nuestra auto­defensa física, tenemos que acabar con el aislamiento y unimos con el Sindicato Nacional. Cada día que se nos va es una pérdida irreparable. Sí, ya sé que esta­mos de vacaciones, y muchos de nosotros disfrután­dolas pacíficamente. Cuando miramos a nuestro alrededor nos parece estar viendo a campesinos que, inconscientes del peligro, se ponen a escalar el Vesubio momentos antes de la fatal erupción que acabará con su propiedad, con su trabajo y con ellos mismos.

A cualquier costo tenemos que encontrar la manera de liquidar la peligrosa resolución que impuso la CGTU en el Congreso de Montpellier. Estamos en guerra; las formalidades, aun las más respetables, tienen que ceder ante las grandes necesidades. Por mi parte, estoy seguro de que una iniciativa audaz por parte de la dirección -que goza de la confianza plena de la base- sería apoyada por la inmensa mayoría de la federación. La unión de las dos federaciones -y en esto estoy de acuerdo con Delmas-[7] daría un poderoso impulso a la unificación de todo el movimiento sindical, sacudiendo la mala voluntad de los Jouhaux y los Monmousseau.

Naturalmente, sólo podemos unirnos con los confe­derados [los miembros de la CGT] para impulsar la movilización revolucionaria de los maestros. Por eso tenemos que elaborar un programa de acción preciso, enérgico y adecuado a la situación. ¡No caigamos en el espectáculo que está dando Paul Fauré,[8] dirigente de la SFIO, que ante los revólveres, cachiporras y fusiles del fascismo se pone a desarrollar teorías budistas y tolstoianas de no oponer la violencia al mal! Para él, el objetivo sigue siendo ganarse la confianza de la mayoría (el cincuenta y uno por ciento) para poner en práctica el ideal socialista. Pero a la socialdemocracia austríaca le cortaron la cabeza con el cuarenta y cuatro por ciento. Dudamos de la habilidad de Paul Fauré para superar ese récord. Porque aun si se está total y exclusivamente dedicado a lograr el objetivo democrá­tico de ganar el poder con el cincuenta uno por ciento de los votos, hay que garantizar esa posibilidad con la defensa armada contra las bandas fascistas, del mismo modo que los obreros están obligados a defen­der con piquetes la más modesta de sus huelgas. La burguesía dice hipócritamente: "La seguridad de la nación exige su armamento." Con mayor confianza nosotros podemos decir: "La seguridad de la toma democrática del poder por el proletariado exige, ante todo, el armamento de los obreros y, fundamentalmente, la creación de milicias obreras."

Ya yernos a los Thorez, a los Cachin[9] y a los Mon­mousseau apresurarse a defender las teorías toistoia­nas de Paul Fauré; parece que 8610 los "provocadores trotskistas”, quieren oponerle el proletariado armado a la reacción armada. ¡Sofistería vergonzosa e imbécil! Tanto más viniendo de labios de aquéllos que, ayer no más, describían a toda Francia (por lo menos la Francia de l’Humanité) como una tierra de barricadas y batallas revolucionarias. Al respecto, el viraje demuestra con claridad la dependencia servil de la diplomacia sovié­tica por parte de los burócratas del PC y de la CGTU. Los Thorez quieren sustituir las milicias armadas con "la autodefensa del conjunto del proletariado". ¡Fíjense! ¿Y qué pasa en este esquema con el rol de vanguardia del proletariado? Sin el apoyo de la clase obrera las milicias no son nada, pero la clase sin las milicias, expuesta a los golpes del fascismo, es muy poco. Las milicias son el ejército activo; la clase es su gran reserva. Se abandona, pisotea y moteja de "blanquismo" esto que constituye el abecé del mar­xismo. La defensa del maestro -de esto estoy absolu­tamente convencido- tiene que transformar a los maestros en furiosos propagandistas e incansables organizadores de las milicias obreras y campesinas. El objetivo de estas milicias es la defensa de sus masas explotadas, de sus organizaciones, sus reuniones, su prensa y sus derechos democráticos y conquistas sociales.

Lo que dije en esta carta no es en absoluto sufi­ciente. Espero que sea el comienzo de un intercambio de opiniones sobre temas candentes que conciernen directamente a nuestra federación pero cuyas impli­caciones tienen un alcance mucho mayor. Muy intere­sado en sus opiniones y en las de otros camaradas, estoy dispuesto a contestar inmediatamente. No tenemos que dormirnos en las vacaciones. El senador Gautherot del Bajo Loire y Fougeres, diputado de Indre, ya plantearon problemas referentes a los maes­tros. La reacción no pierde el tiempo; no lo perdamos nosotros.

 

Fraternalmente.



[1] La tarea de los maestros revolucionarios. Del trabajo de Trotsky Le Mouvement Communiste en France, editado por Pierre Broué en 1967, del cual extraemos también esta nota. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Walter Blumenthal. El 8 de agosto de 1934 Trotsky se reunió secretamente en Noyarev con Maurice Dommanget, Jean Aulas y Gilbert Serret, dirigentes de la Federación Unitaria, el sindicato de maestros afiliado a la CGTU. Trotsky esperaba persuadirlos de que se afilia­ran a la SFIO y adoptaran una actitud más positiva hacia las negociaciones que se llevaban a cabo para unificar la Federación Unitaria con el Sindicato Nacional, el sindicato de maestros afiliado a la CGT. Los esfuerzos de Trotsky por continuar la discusión no encontraron respuesta en Dommanget y los Otros.

Esta carta a Dommanget, dos días después fue entregada por un amigo común en vez de ser enviada por correo. No estaba firmada por razones de seguridad, esto también explica por qué Trotsky utiliza "nosotros" cuando se refieres los maestros. Sus esfuerzos por continuar la discusión no obtuvieron respuesta de Dommanget ni de los otros.

[2] Gaston Monmousseau (1883-1960): antiguo sindicalista revolucionario, llegó a ser dirigente del PC, de la CGTU y de la CGT unificada.

[3] El Partido Radical, o Radical-Socialista, ni radical ni socialista, fue el principal partido capitalista de Francia entre las dos guerras mundiales, similar al Partido Demócrata de Estados Unidos.

[4] Maurice Thorez (1900-1964): en la década del 20 simpatizaba con las posiciones de la Oposición de Izquierda. Pero posteriormente se convirtió en el principal stalinista de Francia. Defensor de todos los virajes de la Comintern, y después de la Segunda Guerra Mundial ministro en el gobierno de De Gaulle.

[5] Bela Kun (1886-1939?): dirigente de la derrotada Revolución Húngara de 1919, fue funcionario de la Comintern cuando se trasladó a Moscú. Se supone que lo fusilaron en las purgas de fines de Ia década del 30, contra los comunistas exiliados.

[6] El Congreso de la Fédération Unitaire (Federación Unitaria) reunido hacía poco en Montpellier, había recibido una propuesta del Sindicato Nacional de fusionar inmediatamente ambos grupos. Esta propuesta obtuvo sólo 37 votos a favor: 300 delegados votaron que la unión sólo debía darse en base a la independencia sindical, la libertad de expresión, el reconocimiento de la representación de la minoría y la aceptación de la lucha de clases. Monmousseau, que representaba a la dirección de la CGTU. Votó con la mayoría. es decir contra la unificación inmediata.

[7] André Delmas (n. 1899): socialista, secretario general del Sindicato Nacional y ardiente partidario de la unificación.

[8] Paul Fauré (1878-1960): electo secretario general de la minoría de la SFIO que en 1920 se opuso a la afiliación a la Comintern encabezó el aparato hasta la Segunda Guerra Mundial. En 1944 fue expulsado de la SFIO por haber colaborado con el régimen de Vichy durante la guerra.

[9] Marcel Cachin (1869-1958): ardiente social-patriota durante la Primera Guerra Mundial, entró al PC en 1920 con la mayoría de la SFIO, se hizo stalinista y en la Segunda Guerra Mundial volvió a ser un ardiente social­patriota.



Libro 4