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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¿Adónde conduce a la URSS la burocracia de Stalin?

¿Adónde conduce a la URSS la burocracia de Stalin?

¿Adónde conduce a la URSS la burocracia de Stalin?[1]

 

 

30 de enero de 1935

 

 

 

En la historia de la Unión Soviética se abre un nuevo capítulo. Para la mayoría el tiro disparado contra Kirov fue como un trueno en un cielo despejado. Sin embargo el cielo no estaba despejado. En la economía soviética, pese a sus éxitos y en gran medida a causa de sus éxitos, se acumularon profundas contradicciones que es imposible, no digamos eliminar sino siquiera mitigar con el solo recurso de los decretos y órdenes que vienen desde arriba. Al mismo tiempo, se agudizó al extremo la contradicción entre los métodos administrativo burocráticos y las necesidades del desarrollo económico y cultural. El inesperado acto terrorista, y especialmente los juicios, las represalias administra­tivas y la nueva limpieza del partido que le siguieron, fueron sólo la forma exterior y dramática que revistió el vuelco general que se viene dando en la economía soviética desde hace un año y medio. La orientación general de este vuelco es a la derecha, más a la derecha y todavía más a la derecha.

El aplastamiento del proletariado alemán, producto de la fatal política de la Internacional Comunista, que complementó el pérfido rol jugado por la socialdemo­cracia, condujo a la entrada de la Unión Soviética en la Liga de las Naciones. Con el cinismo que la caracte­riza, la burocracia no presentó esta acción como un repliegue forzoso exigido por el empeoramiento de la situación internacional de los soviets sino, por el contrario, como un éxito supremo. Los obreros y campesinos soviéticos deben ver en el triunfo de Hitler sobre el proletariado alemán el triunfo de Stalin sobre la Liga de las Naciones. La esencia del giro se revela ampliamente en los discursos, los votos en Ginebra y los reportajes a Litvinov: si hubo algo sobre lo que triunfó la diplomacia soviética fue tal vez sobre los últimos vestigios de consideración a la opinión pública del proletariado. En política internacio­nal se dejó de lado todo criterio clasista y de liberación nacional. ¡El único principio guía es... la preservación del statu quo!

En consonancia con esto, la Internacional Comu­nista -por supuesto sin discusión y sin el prometido congreso (después de todo, ¿de qué sirven los congre­sos cuando se trata de asuntos serios?) - ejecutó el más absoluto viraje de su historia. De la teoría y la práctica del “tercer período" y del “social-fascismo” saltó a las coaliciones permanentes no sólo con la socialdemo­cracia sino también con los radical-socialistas, el pilar fundamental del gobierno francés. Hoy se decreta que el programa de la lucha por el poder es una provoca­ción contrarrevolucionaria. La política de la “alianza” servil con el Kuomintang[2] (1925-1927) se transfiere sin más ni más a suelo europeo. ¡El objetivo es el mismo, preservar el statu quo en Europa!

En lo que hace a la economía soviética, las tenden­cias del vuelco no son menos profundas. El comienzo ya planificado revela las fuerzas latentes en ese vuelco. Pero al mismo tiempo indica los limites dentro de los cuales puede llevarse a cabo. En general un plan económico a priori, y mucho más en un país atrasado con una población de ciento setenta millones de habi­tantes y una profunda contradicción entre la ciudad y el campo, no es un decreto militar sino una hipótesis de trabajo que debe ser cuidadosamente controlada y reformada en el proceso de su aplicación. Para regular el plan hay que apoyarse en dos palancas, la financiera y la política: un sistema monetario estable y una reac­ción activa de parte de los grupos interesados de la población frente a las incompatibilidades y lagunas del plan. Pero se ha ahogado la iniciativa política de la población. Y en la última convención partidaria Stalin proclamó que la necesidad de una moneda estable era una “superstición burguesa”. Este feliz aforismo tuvo que ser revisado junto con otro no menos famoso, el de que fascismo y socialdemocracia son “gemelos”.

¿Cuánto tiempo hace que este mismo Stalin prome­tió mandar “al diablo” la NEP, es decir el mercado? ¿Cuánto tiempo hace que toda la prensa anunció que la compra y la venta serían suplantadas por “la distri­bución socialista directa"? Se proclamó a la tarjeta de consumo como el símbolo externo de esta “distri­bución". Según esta teoría a fines del Segundo Plan Quinquenal la misma moneda soviética se habrá transformado en una mera boleta de consumo, como la entrada al teatro o el boleto del colectivo. ¿Acaso tiene cabida el dinero en una sociedad socialista donde no existen clases ni contradicciones sociales y los produc­tos se distribuyen de acuerdo a un plan determinado?

Pero todas estas promesas empalidecieron a medida que el Segundo Plan Quinquenal llegaba a su conclusión. Hoy la burocracia se ve obligada a pedirle humildemente al diablo que le devuelva el mercado cuya salvaguarda le había entregado. Es cierto que según la propaganda sólo se va a comerciar a través del aparato estatal. El futuro demostrará hasta qué punto es posible adherirse a este sistema. Si la granja colectiva se dedica al comercio, el campesino de la granja colectiva también lo hará. No es fácil fijar los límites más allá de los cuales el campesino de la granja colectiva se transforma en un comerciante. El mercado tiene leyes propias.

Gradualmente se está eliminando el sistema de las tarjetas de consumo, comenzando con las del pan. Cada vez más el cálculo monetario regulará las relaciones entre la ciudad y el campo. Para ello hace falta un chervonetz (moneda de oro) estable. Se están haciendo esfuerzos colosales e infructuosos en la producción de oro.

La traducción de las relaciones económicas al lenguaje del dinero es absolutamente necesaria en la actual etapa inicial del desarrollo socialista para obtener la base sobre la cual calcular la utilidad social real y la efectividad económica de la fuerza de trabajo invertida por los obreros y los campesinos; sólo de este modo es posible racionalizar la economía regulando los planes.

Durante los últimos años proclamamos docenas de veces la necesidad de una unidad monetaria estable, cuyo poder adquisitivo no debía depender de los planes sino ayudar a controlarlos. Los teóricos soviéticos no vieron en esta propuesta más que nuestra ansiedad por “restaurar el capitalismo”. Ahora se ven obligados a reeducarse rápidamente. El abecé del marxismo es superior a ellos.

La transición al sistema del calculo monetario implica inevitable y fundamentalmente la traducción de todas las contradicciones ocultas de la economía, al tintineante lenguaje del oro. Alguien, sin embargo, tendrá que pagar por los errores de calculo y las desproporciones que se han acumulado. ¿Será la burocracia? No será por cierto la burocracia, ya que ella seguirá llevando las cuentas y guardando el tesoro. ¿El campesinado? Pero la reforma en gran medida se lleva a cabo por presión del campesinado, y por lo menos en el periodo inmediato quienes más ganancias obtendrán serán los sectores más altos de la aldea. Tendrán que pagar los obreros; los errores de la burocracia se corregirán a expensas de las necesidades vitales de aquéllos. La desaparición de las tarjetas de consumo golpea directa e inmediatamente a los obre­ros, especialmente a los sectores peor pagados, es decir a la gran mayoría.

El objetivo fundamental del retorno al mercado y al sistema monetario estable -esto último no es más que un proyecto- consiste en interesar directamente a los campesinos de las granjas colectivas en los resul­tados de su trabajo y eliminar así las consecuencias negativas de la colectivización forzada. Este retroceso está incondicionalmente determinado por los errores de la política anterior. Sin embargo no debemos cerrar los ojos al hecho de que la reconstitución de las relaciones de mercado implica inevitablemente el fortaleci­miento de las tendencias individualistas y centrifugas de la economía rural y el incremento de la diferencia­ción entre las granjas colectivas y dentro de las mismas.

Según el informe de Stalin, en la aldea se implantaron las secciones políticas como aparatos militariza­dos suprapartidarios y suprasoviéticos que debían controlar implacablemente a las granjas colectivas. La prensa partidaria celebró a las secciones políticas considerándolas el producto más maduro de la “genialidad del Líder” Hoy, después de un año, las secciones políticas fueron sigilosamente liquidadas, casi sin funerales; la burocracia se repliega ante el mujik (campesino); se está suplantando la presión administra­tiva por una smichka (alianza) con el chervonetz como intermediario; a causa de todo esto la nivelación for­zada tiene que dar paso a la diferenciación.

Así, cuando ya concluye el Segundo Plan quinque­nal no nos encontramos con la liquidación de “los últimos remanentes” de la sociedad de clases, como lo habían prometido los ignorantes burócratas pagados de sí mismos, sino con nuevos procesos de estratifi­cación de clases. Al periodo épico de la administrativa “liquidación del kulak como clase” le sigue el ingreso al cinturón de hierro de las concesiones económicas a las tendencias del “campesino rico de la granja colec­tiva”. En el apogeo de la colectivización los bolchevi­ques leninistas predijeron la inevitabilidad del retro­ceso. Zinoviev fue sentenciado a diez años de prisión por haber osado expresar dudas sobre la posibilidad de que se realice la colectivización cien por ciento (¡no se lo acusó de ninguna otra cosa!) Pero, ¿qué demostró la experiencia? Comenzó el retroceso. Todavía no podemos saber dónde terminará. Una vez más la burocracia stalinista demostró que es incapaz de prever más allá del día de mañana. Su empirismo de corto alcance, producto del aplastamiento de toda crítica y todo pensamiento libre, le juega bromas pesadas a ella misma y, lo que es mucho peor, se las juega también al país de la construcción socialista.

La.Neo-NEP,[3] que no estaba prevista en ninguno de los planes, produjo consecuencias políticas muy serias aun antes de que se manifestara ningún resultado económico. El giro a la derecha de la política exterior e interior no podía dejar de alarmar a los elementos proletarios con más conciencia de clase. A la alarma se agregó el descontento debido a la considerable alza del costo de la vida. El campesinado sigue con ánimo ines­table y tenso. Añádase a esto el humor sombrío de la juventud, sobre todo de la más próxima a la burocracia, que observa su arbitrariedad, sus privilegios y sus abusos. En esta cargada atmósfera explotó el tiro de Nikolaev.

La prensa stalinista se esfuerza por mostrar al acto terrorista de 1934 como una consecuencia de la plataforma de la Oposición de 1926. “Toda oposición -se nos dice- lleva inevitablemente a la contrarrevolu­ción." Si se busca aquí una idea política, resultará aproximadamente la siguiente: aunque la plataforma en sí excluye la idea del terror individual, estimula sin embargo la crítica y la insatisfacción; y como la insatis­facción no encuentra salida normal a través de los canales partidarios, soviéticos o sindicales, al final lleva, inevitablemente, a los más desequilibrados, a actos terroristas. Hay parte de verdad en este supuesto, sólo que hay que saber cómo encontrarla. Como es sabido, la crítica y la insatisfacción no siempre llevan a atentados y asesinatos terroristas; éstos se dan únicamente en circunstancias excepcionales, cuando las contradicciones se agudizan al máximo, la atmósfera está sobrecargada, la insatisfacción se extiende y la burocracia sofoca a los elementos avanzados del país. Con su aforismo “toda oposición lleva inevitablemente a la contrarrevolución” la prensa stalinista hace la más implacable y sombría crítica posible al régimen stalinista. Y esta vez dice la verdad.

La réplica de la burocracia al tiro de Nikolaev fue un furioso ataque contra el ala izquierda del partido y la clase obrera. Casi parece que Stalin no esperaba más que un pretexto para embestir contra Zinoviev, Kame­nev y sus amigos. Igual que en 1914-1929, los periódi­cos llevan adelante una campaña contra el “trostskis­mo" absolutamente inconcebible. Basta con decir que Pravda presenta a Trotsky como el creador de “nidos contrarrevolucionarios” en el Ejército Rojo durante la Guerra Civil; y por supuesto las heroicas hazañas de Stalin salvaron a la revolución de estos “nidos”. En las escuelas, en las universidades, en los periódicos, en los comisariados, -se descubren cada vez más nuevos “trotskistas”, en muchos casos reincidentes. Los arres­tos y exilios nuevamente asumieron carácter masivo. Otra vez se sacó del partido, tantas veces purgado, a alrededor de trescientas mil personas, del quince al veinte por ciento del total. ¿Significa esto que los bolcheviques leninistas lograron éxitos muy notables en el último período? Tal conclusión sería demasiado prematura. Indudablemente aumentó el descontento entre los obreros y también la simpatía hacia la Oposi­ción de Izquierda. Pero la suspicacia y el temor a la burocracia son todavía más fuertes. La burocracia ya es incapaz de asimilar incluso a los capituladores sin­ceros. Su pronunciado giro a la derecha exige una amputación masiva de la izquierda. El tiro de Nikolaev sirvió para justificar la cirugía política de Stalin.

El terror individual es esencialmente aventurero; no se pueden prever sus consecuencias políticas, que casi nunca sirven a sus objetivos. ¿Qué quería Niko­laev? No lo sabemos. Probablemente quería protestar contra el régimen partidario, la imposibilidad de con­trolar a la burocracia o el giro a la derecha. Pero, ¿cuáles fueron los resultados? Que la burocracia aplas­tara a las izquierdas y a las semi izquierdas, que se intensificaran la presión y la imposibilidad de control y se desatara un terror preventivo contra todo el que pudiera estar descontento del giro a la derecha. De todos modos, el hecho de que el disparo de Nikolaev haya provocado consecuencias tan desproporcionadas constituye un testimonio indudable de que estas “con­secuencias” ya estaban latentes en la situación política y sólo esperaban un motivo para salir a la luz.

Como a la burocracia le está llegando el momento de hacer un balance de los dos planes quinquenales, se apresura a asegurarse de antemano. Está dispuesta a hacerle concesiones económicas al campesinado, es decir a sus intereses y tendencias pequeñoburguesas. Pero no quiere hacer ninguna concesión a los intereses políticos de la vanguardia proletaria. Por el contrario, comienza su nuevo giro hacia “el campesino rico de las granjas colectivas” con una salvaje incursión policial contra todo elemento vivo y pensante de la clase obrera y la juventud estudiantil.

Ya se puede prever que después del ataque a las izquierdas vendrá más tarde o más temprano un ataque contra las derechas. El centrismo burocrático, que se transformó en la forma soviética de bonapartismo, no sería lo que es si pudiera mantener su equilibrio de otro modo que a través de ataques continuos a “los dos frentes”, es decir, en ultima instancia contra las ten­dencias del internacionalismo proletario y las de la res­tauración capitalista. El objetivo básico de la burocracia es... mantenerse. Que se clasifique a los enemigos y adversarios de la camarilla gobernante, y a menudo a los amigos que no son del todo de confianza, de “agen­cias de la intervención” de izquierda o de derecha, a menudo no depende más que de las conveniencias téc­nicas de tal o cual amalgama. La expulsión de Smir­nov,[4] del partido, el ex comisario del pueblo de agricultura, es una sutil advertencia a las derechas: “No se re­godeen. ¡Recuerden que hay un mañana!" Pero de cualquier manera hoy los golpes están totalmente diri­gidos contra la izquierda.

El retroceso diplomático ante la burguesía mundial y el reformismo; el retroceso económico ante las ten­dencias pequeñoburguesas de adentro del país; la ofen­siva política contra la vanguardia del proletariado: ésta es la fórmula tripartita del capitulo que se abre en el desarrollo del bonapartismo stalinista. ¿Cómo se cerrará este capítulo? Con toda seguridad, no con una sociedad sin clases en la que la burocracia se diluirá pacíficamente. Por el contrario, el estado obrero nueva­mente entra a un período de abierta crisis política. Lo que reviste a esta crisis de una profundidad sin prece­dentes no son las contradicciones del sistema económi­co tradicional, por profundas que puedan ser, sino la situación singular de la burocracia, que ya no sólo se niega a hacer concesiones políticas a la vanguardia de los trabajadores sino que ni siquiera puede hacerlas. Convertida en cautiva del sistema que ella misma erigió, la camarilla stalinista es ahora la fuente princi­pal de convulsiones políticas en el país.

¿Qué alcance tendrá el giro a la derecha en lo econó­mico, en lo político y en lo que hace a la Internacional Comunista? ¿Qué nuevas consecuencias sociales le traerá a la URSS? Solo se podrá responder estas pre­guntas si se van analizando cuidadosamente todas las etapas del proceso que se desenvolverá en los próxi­mos años. De cualquier manera, nada puede salvar a la Comintern. Cayendo cada vez más bajo, su burocracia totalmente desmoralizada literalmente traiciona los intereses vitales del proletariado mundial para devol­ver los favores que le presta la camarilla stalinista. Pero el estado creado por la Revolución de Octubre es fuerte. Los años de industrialización y colectivización forzadas a golpe de látigo, sumidos en las tinieblas, produjeron enormes dificultades y también grandes éxitos. La actual retirada forzosa provoca, como siem­pre, nuevas dificultades económicas y políticas. Sin embargo, se puede afirmar ya con absoluta certeza que la crisis política engendrada por el absolutismo buro­crático representa para la Unión Soviética un peligro inconmensurablemente mayor y más inmediato que todas las desproporciones y contradicciones de la economía transicional.

La burocracia no tiene el menor deseo de reformarse ni puede hacerlo. Solo la vanguardia del proletariado podría devolverle la salud al estado soviético limpiando implacablemente el aparato burocrático, en primer lugar sus estratos superiores. Pero para hacerlo tiene que plantarse muy firme sobre sus pies, estrechar filas y restablecer, o mejor dicho, crear de nuevo el partido revolucionario, los soviets y los sindicatos ¿Tiene fuerza suficiente para enfrentar esa tarea?

La clase obrera sufrió en la URSS un enorme incre­mento numérico. Su rol productivo aumentó todavía más. Hoy el peso social del proletariado soviético es tremendo. Su debilidad política está condicionada por la diversificación de su composición social, la carencia de experiencia revolucionaria de la nueva generación, la descomposición del partido y las interminables y pesadas derrotas del proletariado mundial.

En este momento el último factor es el decisivo. La falta de perspectivas internacionales constriñe a los obreros rusos a encerrarse dentro del caparazón na­cional y tolerar la teoría del “socialismo en un solo país”, con la deificación de la burocracia nacional que ella implica. Para restaurar la confianza en sus propias fuerzas los obreros soviéticos deben volver a tener fe en las fuerzas del proletariado mundial.

Por supuesto, la lucha interna en la URSS y los vira­jes del Kremlin pueden acelerar o retrasar el desenlace. Pero la clave fundamental de la situación interna de la Unión Soviética se encuentra hoy fuera de sus fron­teras. Si el proletariado occidental somete el continente europeo al fascismo, el aislado y profundamente degenerado estado obrero no durará mucho tiempo, aunque no es inevitable que caiga ante la intervención militar; por el contrarío, en condiciones distintas la intervención soviética puede llevar al derrocamiento del fascismo. Pero en este momento los triunfos de la contrarrevolución mundial pusieron al rojo vivo las contradicciones internas de la URSS. La posterior difu­sión del fascismo, al debilitar todavía más la capacidad de resistencia del proletariado soviético, haría imposi­ble el remplazo del degenerado sistema bonapartista por un sistema soviético reconstituido. Sería inevitable una catástrofe política, a la que seguiría la restauración de la propiedad privada de los medios de producción.

A la luz de la presente situación mundial, la teoría del “socialismo en un solo país”, el evangelio de la burocracia, se nos presenta con toda su limitación nacionalista y su jactanciosa falsedad. Por supuesto, no nos referimos a la posibilidad puramente abstracta de construir una sociedad socialista en tal o cual área geográfica; ése es un tema escolástico. Tenemos en mente una cuestión mucho más inmediata y concreta, viva e histórica, nada metafísica: ¿puede un estado soviético aislado mantenerse durante un lapso indefini­do dentro de un contorno imperialista y del circulo cada vez más constrictivo de las contrarrevoluciones fascis­tas? La respuesta del marxismo es “no”. La respuesta de las condiciones internas de la URSS es “no”. La presión imperialista del exterior, la inversión de fuerzas y recursos en la defensa, la imposibilidad de establecer relaciones económicas correctas: en si mismos todos estos obstáculos son suficientemente profundos y graves. Pero mucho, mucho más importante es el hecho de que las derrotas de la revolución mundial desinte­gran el apoyo vivo del sistema soviético, al proletariado, obligándolo a agachar la cabeza obedientemente bajo el yugo de la burocracia nacional, que a su vez está corroída por todos los vicios del bonapartismo. ¡Fuera de la revolución mundial no hay salvación posible!

“¡Pesimismo!”, dirán los loros bien entrenados de la llamada Comintern. Y los mercenarios charlatanes que hace mucho dijeron adiós a la revolución y al mar­xismo aullarán “¡defensa del capitalismo!” Por nuestra parte, no vemos realmente con ningún “optimismo” el sistema con que el stalinismo dirige el estado obrero, o mejor dicho suprime el estado obrero. Igualmente inevitable es el colapso de este sistema bajo todas las posibles variaciones del desarrollo histórico. Sin em­bargo, lo único que podrá evitar que la burocracia soviética arrastre consigo al abismo al estado obrero será que el proletariado europeo y mundial pasen a la ofensiva y triunfen. La primera condición para el éxito es que la vanguardia mundial se libere de las mortales, paralizantes garras del stalinismo. Este objetivo se realizará pese a todos los obstáculos que interpone el poderoso aparato de mentiras y calumnias. ¡Por los intereses del proletariado mundial y la Unión Soviética, adelante!



[1] ¿Adónde conduce a la URSS la burocracia de Stalin? The New International, marzo de 1935. Sin firma.

[2] El Kuomintang (Partido del Pueblo) de China era el partido nacionalista burgués fundado por Sun Yat-sen en 1911 y dirigido después de 1926 por Chiang Kai-shek, carnicero de la Revolución china (1926-1927) y gobernante del país hasta que lo derrocó la Revolución china de 1949.

[3] La NEP fue la Nueva Política Económica, iniciada en 1921 en lugar de la política del “comunismo de guerra”. que predominó durante la Guerra civil e hizo entrar en conflicto a los obreros con los campesinos, ya que la produc­ción industrial declinó drásticamente y a los campesinos se les requisó y confiscó el cereal. Se adoptó la NEP como recurso temporario para revivir la economía después de la Guerra Civil, permitiendo un resurgimiento limitado del libre comercio dentro de la Unión Soviética y concesiones al extranjero paralelas a los sectores nacionalizados y estatizados de la economía. Los nepmen, que fueron los beneficiarios de esta política, eran considerados como una base potencial de restauración del capitalismo. Aquí Trotsky recurre al término Neo-NEP para describir algunas tendencias de la economía soviética, pero no continuó utilizándolo.

[4] Alexander Petrovich Smirnov (1877-1938): viejo bolchevique, fue diputado comisario del pueblo del interior y diputado comisario del pueblo de alimenta­ción después de la Revolución de Octubre En enero de 1933 se lo acusó, junto con otros dos viejos bolcheviques, Eismont y Tolmachev, de formar un grupo antipartidario que pretendía remover a Stalin. Hubo oposición dentro del comité central a que se fusilara a estos oposicionistas; Eismont y Tolmachev fueron expulsados del partido y luego encarcelados, y a Smirnov se lo expulsó primero del comité Central y luego, en diciembre de 1934, del partido.



Libro 4