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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Carta abierta a los trabajadores de Francia

Carta abierta a los trabajadores de Francia

Carta abierta a los trabajadores de Francia[1]

La traición de Stalin y la revolución mundial

 

 

10 de junio de 1935

 

 

 

Queridos camaradas:

 

Hoy abandono Francia y esta circunstancia me permite, por fin, plantear abiertamente mi caso ante ustedes; mientras permanecí en suelo francés estuve condenado al silencio.

Hace dos años el gobierno "de izquierda" de Daladier, en su período de luna de miel, me permitió establecerme en Francia, supuestamente con los mismos derechos que otros extranjeros. Pero en realidad se me prohibió vivir en París e inmediatamente pasé a estar bajo estricta vigilancia policial. Poco después del 6 de febrero de 1934 el ministro de interior, Albert Sarraut, después de una salvaje campaña en la prensa, firmó un decreto expulsándome de Francia. Pero no se pudo encontrar ningún gobierno extranjero que me aceptara. Esta es la única razón por la que no se puso en efecto hasta ahora la orden de deportación. Se me ordenó a través de la Sûrete Nationale [la policía] vivir en un departamento determinado, en una aldea diminuta, bajo estricta vigilancia policial. Por lo tanto, durante mi último año de estadía en Francia estuve más aislado del mundo exterior que cuando vivía en la isla de Prinkipo, en Turquía, bajo la vigilancia de la policía de Kemal Pashá. Así, a su manera, la visa de un gobierno radical se convirtió en una trampa.

Lejos de mí está la intención de quejarme del gobierno de la Tercera República. Tanto los ministros más "democráticos" como los más reaccionarios tienen que cumplir la función de preservar la esclavitud capitalista. Yo soy miembro del partido revolucionario que tiene como objetivo derrocar el capitalismo. De esta irreconciliable contradicción surge inevitablemente la lucha, con todas sus consecuencias. ¡No hay motivos de qué quejarse!

Sin embargo, si me tomé la libertad de llamarles la atención sobre una cuestión tan secundaria como las condiciones en que viví en Francia, fue sólo porque este episodio está íntimamente ligado con la política de la Internacional Comunista, que hoy se ha convertido en el principal obstáculo en el camino histórico de la clase obrera.

Hace dos años, l’Humanité clamaba diariamente: "El fascista Daladier llamó a Francia al socialfascista Trotsky para organizar con su ayuda una intervención militar contra la URSS." Hubo una buena cantidad de personas, honestas pero ingenuas e ignorantes, que creyeron esta canallada, así como en la primavera de 1917 millones de campesinos, soldados e incluso obreros rusos le creyeron a Kerenski cuando afirmó que Lenin y Trotsky eran "agentes del káiser Guillermo". No hay que acusar a las personas sin educación y engañadas, hay que esclarecerlas. Pero hay que acusar a los bandidos esclarecidos que conscientemente urden mentiras y calumnias para engañar a los trabajadores. Esos bandidos esclarecidos son los dirigentes del así llamado Partido Comunista (?!): Cachin, Thorez, Vaillant-Couturier, Duclos y Cía.

Cómo todo el mundo sabe, hoy estos señores formaron un "frente popular" antifascista con el "fascista" Daladier. Los stalinistas, que se llaman a sí mismos comunistas, dejaron absolutamente de hablar sobre la intervención del imperialismo francés en la URSS. Por el contrario, en la actualidad ven en la alianza militar entre el capital francés y la burocracia soviética la garantía de la paz. Siguiendo las órdenes de Stalin, Cachin, Thorez y Cía. llaman a los obreros franceses a apoyar a su militarismo nacional, es decir al instrumento de opresión de clase y de esclavización colonial. Estos calumniadores se denunciaron a sí mismos rápida y despiadadamente. Ayer me acusaban de ser el aliado de Daladier y el agente de la burguesía francesa, pero hoy fueron ellos los que realmente hicieron una alianza con Daladier-Herriot y Laval y se ataron al carro del imperialismo francés.

Justamente ahora los Señores Calumniadores comienzan a decir (ver, por ejemplo, el periódico de los stalinistas belgas) que la política de Trotsky y los bolcheviques leninistas no está al servicio de Daladier y Herriot sino de Hitler, es decir, no del imperialismo francés sino del alemán. Pero esta nueva calumnia suena como una melodía demasiado vieja y familiar. Debido a que mantuve la posición del internacionalismo revolucionario durante la guerra imperialista, los Señores Social-Patriotas -Renaudel, Vandervelde, Severac[2] y Marcel Cachin- me acusaron de "apoyar" el militarismo alemán en contra de la democracia francesa. Fue precisamente por esta razón que el gobierno de Briand-Malvy[3] me expulsó de Francia en 1916. Y en esta misma época el esforzado Marcel Cachin, "en interés de la democracia francesa" y siguiendo las instrucciones del gobierno imperialista, le entregó dinero a Mussolini para su propaganda en favor de la participación de Italia en la guerra. La prensa da abundantes testimonios de estos hechos, que pueden ser fácilmente verificados y comprobados. Digamos de paso que Cachin nunca intentó negarlos.

En la actualidad Marcel Cachin reasume las mismas tareas social-patriotas que tanto lo deshonraron durante la guerra imperialista. A Cachin lo siguen todos los demás dirigentes del Partido Comunista (?!) Francés. No son revolucionarios sino funcionarios. Hacen cualquier cosa que les ordenan sus superiores. Sólo André Marty[4] dio pruebas en su momento de poseer las cualidades de un verdadero revolucionario; su pasado merece respeto. Pero el ambiente de la Internacional Comunista logró desmoralizarlo.

Para justificar su giro social-patriota estos señores invocan la necesidad de "defender a la URSS". Este argumento es totalmente falso. Ya se sabe que hasta la idea de la "defensa nacional" no es más que una máscara tras la que los explotadores ocultan sus apetitos depredatorios y sus sangrientas peleas por el botín, transformando además a su propia nación en simple carne de cañón. Pero si los marxistas siempre sostuvimos que la burguesía imperialista nunca puede defender y nunca defenderá los reales intereses de su pueblo, ¿cómo vamos a creer súbitamente que es capaz de defender los verdaderos intereses de la URSS? ¿Cabe alguna duda de que en la primera oportunidad favorable que se le presente el imperialismo francés pondrá en movimiento todas sus fuerzas para liquidar en la URSS la propiedad socializada y restaurar la propiedad privada? Si éste es el caso, sólo los traidores a la clase obrera pueden cantar loas a su propio militarismo, dando a la burguesía francesa y a su diplomacia un apoyo directo o indirecto, abierto o disimulado. Esos traidores son precisamente Stalin y sus satélites franceses.

Naturalmente, para ocultar su traición invocan a Lenin, con el mismo derecho con que Lebas, Paul Fauré, Longuet[5] y otros oportunistas invocan a Marx. Casi diariamente l’Humanité cita la carta de Lenin a los obreros norteamericanos en la que se cuenta la historia de cómo a principios de 1918 Lenin recibió a un oficial realista francés para utilizar sus servicios en contra de los alemanes, que habían lanzado una nueva ofensiva contra nosotros. El propósito de este inesperado argumento no es dilucidar la cuestión sino, por el contrario, confundir a los trabajadores. Lo demostraremos inmediatamente sin que quede lugar a dudas.

Por supuesto, sería absurdo negarle al gobierno el derecho de utilizar los antagonismos del bando imperialista o, si fuera necesario, de hacerle tal o cual concesión al imperialismo. Los obreros en huelga también aprovechan la competencia entre las empresas capitalistas y le hacen concesiones al capitalismo; incluso capitulan ante él cuando no pueden ganar. ¿Pero acaso esto significa que los dirigentes sindicales tienen derecho a cooperar amistosamente con los capitalistas, a ensalzarlos y convertirse en sus mercenarios? Nadie tachará de traidores a los huelguistas que se ven obligados a rendirse. Pero a Jouhaux, que paraliza la lucha de la clase obrera en nombre de la paz y la amistad con los capitalistas, tenemos no sólo el derecho sino el deber de proclamarlo un traidor a la clase obrera. Entre la política de Lenin en Brest-Litovsk y la política franco-soviética de Stalin media la misma diferencia que entre la política de un sindicalista revolucionario que después de una derrota parcial está obligado a hacer concesiones y la del oportunista que voluntariamente se convierte en aliado y satélite del enemigo de clase.

Lenin recibió al reaccionario oficial francés. Durante esos días yo también lo recibí con el mismo objetivo en mente: Lubersac se comprometió a volar puentes cubriéndonos la retirada para que nuestras provisiones militares no cayeran en manos de los alemanes. Sólo un anarquista totalmente loco podría considerar tal "transacción" como una traición. En la misma época me visitaron agentes oficiales de Francia que ofrecieron ayuda a mayor escala, artillería y alimentos. Comprendimos muy bien que su objetivo era embrollarnos nuevamente en una guerra contra Alemania. Pero los ejércitos alemanes realmente lanzaban la ofensiva contra nosotros, y éramos débiles. En estas condiciones, ¿teníamos derecho a aceptar la "ayuda" del Estado Mayor francés? ¡Evidentemente, sí! Yo propuse precisamente esa moción en el Comité Ejecutivo Central del partido del 22 de febrero de 1918. El texto de esta moción se publicó en las actas oficiales del Comité Ejecutivo Central editadas en Moscú en 1929. He aquí la moción.

"Como partido del proletariado socialista en el poder y en guerra contra Alemania, nosotros, a través de los organismos estatales, tomamos todas las medidas conducentes a armar y equipar mejor a nuestro ejército revolucionario con todos los elementos necesarios. Con este propósito, obtenemos esos elementos donde sea posible, y en consecuencia también de los gobiernos capitalistas. Al hacerlo [nuestro] partido mantiene la total independencia de su política exterior, no se compromete políticamente con ningún gobierno capitalista y en cada oportunidad considera sus propuestas teniendo en cuenta únicamente su conveniencia."

Lenin no estuvo presente en esta sesión del CEC. Envió una nota. He aquí su texto auténtico: "Por favor agreguen mi voto a favor de aceptar las patatas y las armas de los bandidos del imperialismo anglo-francés." (Actas, pág. 246.) Así reaccionó el entonces bolchevique CEC respecto a la utilización de los antagonismos capitalistas: los acuerdos prácticos con los imperialistas ("acepten las patatas") son totalmente admisibles; lo absolutamente inadmisible es la solidaridad política con los "bandidos del imperialismo".

El crimen de Stalin no consiste en hacer algún acuerdo práctico con el enemigo de clase; estos acuerdos pueden o no ser correctos, pero no se los rechaza por principio. Su crimen consiste en haber aprobado la política del gobierno imperialista que protege la rapaz y depredatoria paz de Versalles. Stalin todavía no les sacó a los bandidos del imperialismo ninguna clase de "patatas", pero ya se solidarizó políticamente con ellos.

Por supuesto, la burguesía francesa no necesita de la aprobación de Stalin para reforzar su ejército, que oprime a sesenta millones de esclavos coloniales. Si exige su aprobación es sólo para debilitar y desmoralizar la lucha de clases del proletariado francés. Al firmarle el cum laude al imperialismo francés, Stalin no actuó como un huelguista que se ve obligado a hacerle concesiones temporarias al capitalista sino como un rompehuelgas que paraliza la lucha de los trabajadores.

La traición de Stalin y de la Internacional Comunista se explica por el carácter de la actual capa dirigente de la URSS; es una burocracia privilegiada a la que nadie controla, que se elevó por encima del pueblo y oprime al pueblo. El marxismo nos enseña que la existencia determina la conciencia. La burocracia soviética teme por encima de todo la crítica, el movimiento y el riesgo; es conservadora; defiende apasionadamente sus privilegios. Estranguló a la clase obrera de la URSS y perdió hace mucho la fe en la revolución mundial. Promete construir el "socialismo en un solo país" si los obreros se callan la boca, aguantan y obedecen.

Para defender la URSS, la burocracia deposita sus esperanzas en su agilidad política, en la diplomacia de Litvinov, en la alianza militar con Francia y Checoslovaquia, pero no en el proletariado revolucionario. Por el contrario, teme que los obreros franceses y checos asusten a sus nuevos aliados con sus acciones descuidadas. Se da el objetivo de frenar la lucha de clase del proletariado en los países "aliados". En consecuencia, el origen de la traición de Stalin está en el conservadorismo nacional de la burocracia soviética, en su hostilidad directa a la revolución proletaria mundial.

Las consecuencias de la traición de Stalin se manifestaron inmediatamente en el cínico cambio de política del Partido Comunista Francés, que no está conducido por dirigentes elegidos por los trabajadores sino por agentes de Stalin. Ayer estos señores balbuceaban sobre el "derrotismo revolucionario" en caso de guerra. Hoy asumieron la posición de la "defensa nacional"... en función de garantizar la paz. Repiten palabra por palabra las fórmulas de la diplomacia capitalista. Por supuesto, los buitres imperialistas siempre estuvieron a favor de "la paz"; concluyen alianzas, aumentan el armamento, fabrican gases ponzoñosos, cultivan bacterias... única y exclusivamente "en interés de la paz". El que dice que "el Pacto Franco-Soviético es una garantía de paz" asume la responsabilidad, no sólo por el gobierno soviético, sino también por la Bolsa francesa, su Estado Mayor y los gases y bacterias de este Estado Mayor.

L’Humanité dice que el gobierno francés estará "bajo el control de los obreros franceses". Pero esto no es más que una frase hueca de demagogos miserables. ¿Dónde y cuándo el oprimido proletariado "controló" la política exterior de la burguesía y las actividades de su ejército? ¿Cómo puede hacerlo si todo el poder está en manos de la burguesía? Para dirigir el ejército hay que derrocar a la burguesía y tomar el poder. No hay otra vía. Pero la nueva política de la Internacional Comunista implica renunciar a esta única vía.

Cuando un partido de la clase obrera proclama que en el caso de que estalle una guerra está dispuesto a "controlar" (o sea, a apoyar) a su militarismo nacional, y no a derrocarlo, este solo hecho lo convierte en la bestia de carga del capital. No existe la menor razón para temer a ese partido; no es un tigre revolucionario sino un asno domesticado. Se puede matarlo de hambre, azotarlo, escupirlo; de todos modos seguirá llevando la carga del patriotismo. A lo mejor de cuando en cuando ruega penosamente: "por amor de Dios, desarmen a las bandas fascistas" En respuesta a su ruego recibirá un latigazo extra. ¡Y merecidamente!

La Internacional Comunista presentó la entrada de la URSS en la Liga de las Naciones y la firma del Pacto Franco-Ruso como la mayor victoria del proletariado y de la paz. ¿Pero cuál es el contenido real de esta victoria?

El programa de la Comintern, aceptado en 1928, declara que "el objetivo principal [de la Liga de las Naciones] es detener el impetuoso avance de la crisis revolucionaria y estrangular a la URSS por medio del bloqueo o de la guerra". Naturalmente, en tales condiciones los representantes de la URSS no podían entrar a la Liga de las Naciones, el Estado Mayor de la contrarrevolución imperialista mundial.

¿Qué cambió desde entonces? ¿Por qué encontró necesario la URSS entrar a la Liga de las Naciones? ¿Quién triunfó aquí? Los dirigentes de la Comintern engañan a los trabajadores también sobre esta cuestión. La burguesía francesa nunca hubiera hecho un acuerdo con la URSS si siguiera considerándola un factor revolucionario. Sólo la extrema debilidad de la revolución mundial posibilitó la inclusión de la URSS en el sistema de los bandos en pugna del imperialismo.

Por cierto, si la industria soviética no hubiera alcanzado serios éxitos, si no hubiera tanques y aviación soviéticos, nadie hubiera negociado con la URSS. Pero hay modos y modos de negociar. Si la URSS hubiera seguido siendo la ciudadela de la revolución internacional, si la Comintern hubiera lanzado una ofensiva victoriosa, las clases dominantes de Francia, Inglaterra e Italia no hubieran vacilado en permitirle a Hitler declararle la guerra. Pero en el momento actual, después de la aniquilación de la revolución en China, Alemania, Austria y España, después de los éxitos del fascismo europeo, después del colapso de la Comintern y de la degeneración nacional de la burocracia soviética, la burguesía de Francia, Inglaterra e Italia le replica a Hitler: "¿Por qué correr el riesgo de una cruzada contra la URSS? Ya sin ella Stalin está estrangulando con éxito a la revolución. Hay que intentar llegar a un acuerdo con él."

El Pacto Franco-Soviético no es una garantía de paz -¡qué absurda insensatez!- sino un acuerdo para el caso de que estalle la guerra. Los beneficios que obtiene la URSS son, por decir poco, problemáticos. Francia está "obligada" a acudir en ayuda de la URRS sólo en el caso de que sus consignatarios de Locarno, Inglaterra e Italia, estén de acuerdo. Esto significa que si al imperialismo francés le resulta más ventajoso llegar a último momento a un acuerdo con Hitler a expensas de la URSS, Inglaterra e Italia estarán siempre dispuestas a legalizar esta "traición". l’Humanité mantiene un estricto silencio sobre esta cláusula restrictiva del Pacto. Sin embargo todo se apoya sobre ella. ¡El pacto no obliga a Francia, pero sí a la URSS!

Supongamos sin embargo que a la burocracia soviética, después de todos sus errores y crímenes, no le quedaba otra cosa por hacer que concluir esta equívoca y nada fidedigna alianza militar con Francia. En ese caso a los soviets no les quedaba otro recurso que ratificar el Pacto Stalin-Laval. Pero las cosas son totalmente diferentes en lo que hace a Francia. El proletariado francés no debe permitirle a su burguesía escudarse tras las espaldas de la burocracia soviética. Después de firmar el pacto con la URSS no cambiaron los objetivos del imperialismo francés: rematar los viejos pillajes, prepararse para otros nuevos, facilitar una nueva movilización del pueblo francés, utilizar la sangre del proletariado soviético. ¡Si los diputados socialistas y comunistas votan en el Parlamento a favor de la alianza franco-rusa darán una prueba más de su traición al proletariado!

La lucha contra la guerra es inconcebible sin la lucha contra el propio imperialismo. La lucha contra el imperialismo es inconcebible sin la lucha contra sus agentes y aliados, los reformistas y los stalinistas. Hay que purgar inexorablemente a las organizaciones obreras, políticas o sindicales, de los traidores social-patriotas a su clase, llámense como se llamen, León Blum o Thorez, Jouhaux o Monmousseau.

En Francia hay un solo grupo que defiende honesta, coherente y valientemente los principios de la revolución proletaria: el grupo de los bolcheviques leninistas. Su periódico es el semanario La Verité. Todo obrero que piense por cuenta propia tiene el deber de conocer este periódico.

Los bolcheviques leninistas definieron clara y precisamente las tareas del proletariado en la lucha contra la guerra en un folleto especial, La guerra y la Cuarta Internacional. También constituye una obligación de todo proletario avanzado, tanto para sí mismo como para su clase, leer este folleto y discutir escrupulosamente los problemas allí planteados.

La traición de los stalinistas, sumada a la vieja traición de los reformistas, exige una renovación completa de todas las organizaciones proletarias. ¡Hace falta un nuevo partido revolucionario! ¡Hace falta una nueva internacional, una Cuarta Internacional! La actividad realizada por la organización interna de los bolcheviques leninistas persigue este objetivo histórico. La traición de Stalin no nos tomó de sorpresa. La previmos ya en 1924, cuando la burocracia soviética abandonó la teoría de Marx y Lenin en favor de la del "socialismo en un solo país" Los tramposos y los filisteos dijeron que nuestra lucha contra Stalin era una lucha "personal". Ahora hasta un ciego puede darse cuenta de que peleamos por los principios básicos del internacionalismo y la revolución.

Estos últimos años dijimos cientos de veces: "si uno rasca un poco a un stalinista se encuentra con un oportunista". Hoy ya ni hace falta rascar. Los stalinistas realmente están en el ala de extrema derecha del movimiento obrero, y en la medida en que continúan revistiéndose con la autoridad de la Revolución de Octubre son infinitamente más perniciosos que los viejos y tradicionales oportunistas.

El odio de los stalinistas a los bolcheviques leninistas (los "trotskistas") es el odio de los burócratas conservadores a los genuinos revolucionarios. En su lucha contra los bolcheviques leninistas nada le resulta demasiado bajo y vil a la burocracia, que tiembla por su poder y sus ingresos.

Antes de llevar a cabo su última traición abierta, Stalin lanzó -por centésima vez- un nuevo pogromo contra la izquierda en la URSS. Inicio una cantidad de juicios fraudulentos contra los oposicionistas, Ocultando sus verdaderas intenciones y adjudicándoles actos que nunca cometieron. Así, Zinoviev, el ex presidente de la Internacional Comunista, fue condenado a diez años de prisión sólo porque, después de muchas vacilaciones y capitulaciones, se vio obligado a admitir el carácter fatal de la política de Stalin.

La burocracia soviética intentó implicarme a través de un provocador en el juicio a los terroristas que asesinaron a Kirov. A comienzos de este año Stalin arrestó a mi hijo, un joven científico, leal trabajador soviético, que no estaba en absoluto involucrado en la lucha política.[6] El propósito de este arresto es desatar el terror contra los bolcheviques leninistas y también contra sus familiares. La burocracia no conoce la piedad ante la inminente amenaza a su dominación y privilegios. En este aspecto los stalinistas reciben el apoyo constante de la policía capitalista de todo el mundo.

Hace muy poco, en abril, Stalin envió a París a los dirigentes de la Liga Juvenil Comunista de Rusia para que convencieran a la juventud revolucionaria francesa de que se pase a la posición patriótica.[7] Estos jóvenes burócratas organizaron dentro del Partido Socialista una fracción stalinista especial cuya consigna principal es "¡Expulsión de los trotskistas!" Ni hace falta decir que la camarilla stalinista no ahorró ni ahorra dinero para esta tarea divisionista; por pobre que sea en ideas, dinero no le falta.

Pero los revolucionarios no capitulan ante el terror. Por el contrario. Responden redoblando la ofensiva. El stalinismo es hoy la principal plaga del movimiento obrero mundial. Hay que extirpar, eliminar, marcar a fuego esta plaga. ¡El proletariado debe unirse nuevamente bajo las banderas de Marx y Lenin!

¡Queridos camaradas!

Estoy lejos de haber dicho todo lo que quería decirles y de la manera en que quería decirlo. Pero tengo que apurarme; en cualquier momento llegará el oficial de policía que nos escoltará hasta la frontera de Francia a mí y a mi esposa, mi fiel compañera en la lucha y en el exilio. Me despido con un apasionado amor al pueblo de Francia y una fe inquebrantable en el futuro de su proletariado, pero con un odio similar a la hipocresía, la avaricia y la crueldad del imperialismo francés.

Creo firmemente que el pueblo trabajador tarde o temprano me ofrecerá la hospitalidad que hoy me niega la burguesía. Consideraría la mayor de las alegrías que en un futuro cercano el proletariado francés me diera la oportunidad de participar en sus luchas decisivas. ¡Trabajadores y trabajadoras de Francia, mientras sea físicamente capaz estoy dispuesto a responder en cualquier momento, con la acción y la palabra, a vuestro llamado revolucionario!

Permítanme entonces estrecharles calurosamente las manos como un camarada y cerrar esta carta con el grito que durante casi cuarenta años guió mis pensamientos y mis actos:

¡Viva la revolución proletaria mundial!

 

L. Trotsky



[1] Carta abierta a tos trabajadores de Francia. The New International, agosto de 1935. En mayo de 1935 se le informó a Trotsky que el gobierno noruego accedía a otorgarle una visa, y abandonó Domene rumbo a París el día en que completó esta carta, tres días después de la formación de un nuevo gabinete en Francia presidido por Pierre Laval.

[2] Jean-Baptiste Severac (1879-1951): funcionario reformista de la SFIO.

[3] Aristide Briand(1862-1932) ex socialista Louis Malvy (1875-1949): radical.

[4] André Marty (1886-1956): encabezó en 1919 un motín de marineros. Fue dirigente del PC Francés hasta 1952, cuando lo expulsaron por supuesta indisciplina.

[5] Jean Longuet (1876-1935): nieto de Karl Marx, socialista francés de derecha, fundador y director de Le Populaire.

[6] Serguei Sedov (1908-1937): el hijo menor de Trotsky, arrestado en Siberia, según la prensa soviética, y muerto en un campo de concentración después de negarse a "confesar" crímenes que implicaban a su padre.

[7] Uno de estos dirigentes, Chemodanov, secretario de la Internacional Juvenil Comunista, les dijo a los jóvenes socialistas franceses." Si se declara la guerra contra la URSS y ustedes hacen su revolución serán unos traidores" (New Militant, 13 de julio de 1935).



Libro 4