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Clásicos de León Trotsky online

¡No fastidie usted más!

¡No fastidie usted más!

Nache Slovo, número 216, 14 de octubre de 1915

“Le ruego, si está usted de acuerdo conmigo, que cuando lo haya discutido con otroscamaradas diputados, me telegrafíe tranquilizándome…” (De una carta de Plejánov al diputado Burianov)

Plejánov está ideológica y políticamente muerto, para el socialismo y para nuestro partido, pero se esfuerza en recordarnos que sobrevive físicamente a su muerte espiritual. Quiere introducir la máxima confusión e interferir en las filas del partido para inyectar lo más ponzoñoso en la consciencia de los trabajadores atrasados; piensa que su colapso intelectual puede pasar inadvertido entre el caos insensato que está creando alrededor de su nombre.
Escribe en la prensa chovinista de Italia contra el Partido Socialista Italiano, al que había defendido recientemente contra el nacional reformismo de aquel país; en defensa de la diplomacia zarista, se introduce en el laberinto de Creta del kantismo con una cuerda atada al cuello después de haber luchado contra el zarismo y el kantismo en su vida; se une con los nacional populistas, ahora en decadencia, contra la socialdemocracia revolucionaria; incita a nuestros diputados, primero desde detrás de la escena, y luego abiertamente, e intriga en el partido… Plejánov parece luchar furiosamente contra su propio pasado e intenta ahogar la protesta de su debilitada conciencia política en el cúmulo de sus licenciosas declaraciones públicas.
Sabe perfectamente que nuestros diputados votarán contra los créditos, que ya cinco de ellos han sufrido la deportación por su lealtad, y que todo el proletariado avanzado está con los diputados socialdemócratas, pero intenta apartar justamente uno de ellos y la pobre impotencia de sus argumentos es compensada con actos de intimidación personal, Dirigiéndose a Burianov en persona, escribe que “votar contra los créditos sería una traición”. Durante la guerra acusa de traición al partido revolucionario, encadenado de pies y manos por la situación bélica. Pero más vale que retiren esa acusación, liberales chauvinistas. ¡Retírenla para que no se vuelva contra ustedes mismos, pues con ustedes encaja perfectamente!: cuando la socialdemocracia los acusa de incitar las fuerzas que han provocado la guerra, ustedes no se justifican ni se defienden, sino que ¡contestan acusándonos de traición!
Y ustedes, caballeros fiscales, escondan con avidez la carta en sus portafolios: les será útil cuando vayan a condenar a Burianov, a quien Plejánov llama “querido camarada”.
Uno quisiera pasar al lado de este repulsivo espectáculo con los ojos cerrados, el espectáculo del “padre” del partido emborrachado de chauvinismo y espiritualmente desnudo. Pero es imposible; se trata de un ultraje que constituye un hecho político.
Cada nuevo discurso de Plejánov contra la socialdemocracia rusa es transmitido de inmediato por telégrafo a los periódicos burgueses de todos los países, y no porque diga algo especialmente significativo; al contrario, difícil concebir una expresión más cruda de pensamientos banales. Lo hacen porque el cadáver intelectual de un teórico marxista servirá siempre para ser usado como barrera ante el proletariado internacionalista. Y, sobre todo, la intelectualidad “liberal” y “democrática” se mira en el espejo de la decadencia de Plejánov y descubre que en realidad no se trata de algo tan intelectualmente estéril y moralmente envilecido como para dejar de atreverse en su nombre a exigir que los socialistas se resignen y se consideren traidores por su firmeza, como lo ha exigido Plejánov… desde Tver hasta Novocherkassk, desde Odesa hasta Irkutsk, por todas partes el hilo telegráfico conduce la noticia de que Plejánov a denominado “traidora” a la conducción del grupo socialdemócrata. ¿Qué burda interferencia en la mentalidad de los obreros jóvenes que acaban de entrar en contacto con el socialismo! ¡Qué victoria para todos los renegados, que han vendido sus armas al comenzar la contrarrevolución, y para los que desertaron ante los recientes llamamientos del “patriotismo”! ¡Qué decadencia!
Se podría narrar una aleccionadora historia psicológica sobre la tragedia personal del hombre que defendió durante un período de tres décadas una clase política, aislado por completo de esta clase; que sostuvo los principios de la revolución en el último rincón de Europa, y que era un entusiasta propagandista del marxismo en la atmósfera menos “marxista”, como era la del pensamiento francés.
Se podría representar un sketch sobre la vida del revolucionario que, durante un tercio de siglo, sólidamente armado con la teoría marxista, esperó y llamó a la revolución en Rusia, pero que, cuando ésta llegó, no supo encontrar en su arsenal intelectual ni siquiera un análisis de sus fuerzas impulsoras o generalizaciones históricas más amplias, ni tampoco una palabra lúcida o valiosa; nada, excepto una filosofía rancia y refunfuños inoportunos.
Se podrá caracterizar una mente brillante y capacitada, aunque dogmática y formalmente lógica, y explicar por qué en las condiciones del empobrecimiento social de Rusia la historia confió en tal carácter la defensa y propagación del marxismo, la menos dogmática y la menos formal de las doctrinas, en cuyo marco de generalizaciones resaltan la carne viva y la sangre caliente de las luchas sociales y sus pasiones; y cómo la doctrina fue separada de su cuerpo social para anidar en la consciencia de la intelectualidad, donde fue defendida por su portavoz el polemista, el lógico y, ¡también!, frecuentemente el sofista. Y en esta contradicción entre el carácter de las perspectivas universales y la intelectualidad individual, por una parte, y por otra, en las tareas y condiciones de vida, radica la fuente de las últimas vacilaciones y errores que han terminado ahora en el hundimiento irreversible.
Pero no son momentos de escribir estudios psicológicos. El caso de Plejánov no es meramente una tragedia personal, sino un acontecimiento político. Y mientras alrededor de Plejánov, entre su séquito de don nadies, no hay por ahora quien pueda hacerle comprender que con sus acciones públicas no sólo está destruyéndose, sino oscureciendo sin esperanzas la imagen que hoy es propiedad del partido, no tenemos sólo el deber, sino el derecho, de señalarlo con desprecio.
Sí; Plejánov, en su telegrama, invoca que el grupo le diga “que no se preocupe” (un acto de negación política), pero tanto desde el grupo que desea permanecer en su puesto como del partido que tiene suficiente fuerza para superar el cadáver intelectual de su fundador, Plejánov debería tener la siguiente respuesta:
“Nos tiene sin cuidado que usted esté preocupado o no; sólo le pedimos ahora, y para siempre, que deje usted de preocuparnos a nosotros.