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Clásicos de León Trotsky online

18 de marzo de 1919
War and revolution, vol. 1, Moscú, 24 de abril de 1922

Sin la menor duda, Mártov se muestra como una de las figuras más trágicas del movimiento revolucionario. Escritor dotado, político inventivo, espíritu penetrante, pasado por la escuela marxista, Mártov permanecerá en la historia de la revolución obrera como un “gran negativo”. Carente de carácter, su agudeza no está acompañada por la suficiente voluntad. El marxismo es un método de análisis objetivo y, al mismo tiempo, la vanguardia de la “acción” revolucionaria. Exige un perfecto equilibrio entre el pensamiento y la voluntad, alía la “energía física” con la disciplina de la voluntad mediante los razonamientos dialécticos, subjetiva y objetivamente. Mártov ejerce todo su poder de análisis para emprender la línea de menor resistencia. Dudo que haya existido jamás un político socialista que haya sabido explotar el marxismo con tanto talento para justiciar sus propias evasiones y traiciones a la doctrina. Bajo este aspecto, Mártov puede ser considerado como un virtuoso. Otros más instruidos que él, como Hilferding, Bayer, Renner e incluso Kautsky, no eran más que aprendices comparados con Mártov en el plano de la falsificación política del marxismo, es decir, como representantes de la pasividad y el espíritu de capitulación como las formas supremas de la implacable lucha de clases. Sin la menor duda, Mártov posee el instinto revolucionario. Su primera reacción ante grandes acontecimientos era la de un revolucionario. Pero tras cada reacción de este tipo, su pensamiento no se apoyaba en el resorte de la voluntad, se apagaba y degradaba. A principios de siglo ese proceso ya se podría haber observado… en los signos precursores del oleaje revolucionario (ver el diario Iskra), después, a principios de la guerra imperialista y también a principios de la revolución de 1917. ¡Pero en vano! Su facultad de invención y la flexibilidad de su espíritu le permitían sortear las dificultades creadas por las nuevas cuestiones a resolver. Incluso sacaba de ellas argumentos para defender lo “indefendible”. La dialéctica se convertía en él en la casuística más refinada. Esta extraordinaria facultad para poseer al mismo tiempo una voluntad sin voluntad y terquedad en la indecisión le permitió durante años mantenerse en posiciones contradictorias y sin aparente salida. Se equivocó en cada una de las ocasiones de tomar una posición histórica y despertar esperanzas. Y, cada una de esas veces, ¡se deslizaba por la pendiente! Para concluir, se convirtió en el más fino, en el más agudo, político de esa intelectualidad pequeñoburguesa a medias idiota, cobarde y despreciable. El hecho de que él mismo no se apercibiese, de que, por tanto, no comprendiese esa caída, muestra hasta qué punto el mosaico de su espíritu se ha reído cruelmente de él. En la época de los problemas y las posibilidades gigantescas, Mártov se encuentra crucificado entre Longuet y Chernov. ¡Basta con citar estos dos nombres para medir la caída ideológica y política de este hombre al que le fue dado mucho más que a tantos otros!