Problemas fundamentales del ILP[1]
5 de enero de 1934
Se me informó que el ILP se debilito considerablemente este último periodo. Se dice que se redujo a cuatro mil militantes. Es posible, incluso muy probable, que este informe sea exagerado. Pero la tendencia general no me parece improbable. Diré más; a la dirección del ILP le cabe una considerable responsabilidad por el debilitamiento de una organización ante la que se abrían todas las posibilidades y -quiero pensarlo así- que todavía cuenta con amplias perspectivas.
Si un obrero recién llegado a la política busca una organización de masas, sin distinguir todavía entre los distintos programas y tácticas, entrará al Partido Laborista. El obrero desilusionado del reformismo y exasperado por las traiciones de los dirigentes políticos y sindicales intentó más de una vez -y en alguna medida todavía lo hace- entrar al Partido Comunista, detrás del cual ve la imagen de la Unión Soviética. ¿Pero dónde está el obrero que va a entrar al ILP? ¿Y cuáles son las motivaciones políticas precisas que lo impulsarán a dar este paso?
Me parece que los dirigentes del ILP todavía no respondieron claramente esta pregunta fundamental. Las masas trabajadoras no se interesan en los matices y detalles sino en los grandes acontecimientos, en las consignas precisas, en los programas claros. ¿Qué pasa con el programa del ILP? No mucho. Lo digo con pena. Pero hay que decirlo. Suprimir o embellecer los hechos sería hacerle un magro servicio a su partido.
El ILP rompió con el Partido Laborista. Fue correcto. Si el ILP quería convertirse en la palanca revolucionaria, era imposible dejar esta palanca en manos de los arribistas totalmente oportunistas y burgueses. El primer requisito para el éxito de un partido revolucionario es su total e incondicional independencia política y organizativa.
Pero a la vez que se rompía con el Partido Laborista había que volverse inmediatamente hacia él. Por supuesto, no para festejar a sus dirigentes, ni para rendirles agridulces cumplidos, ni siquiera para evitar sus actos criminales. Sólo los centristas amorfos que se creen revolucionarios buscan el camino hacia las masas adecuándose a los dirigentes, festejándolos y asegurándoles a cada momento su amistad y lealtad. Esta política conduce al pantano del oportunismo. No hay que buscar el camino hacia las masas reformistas ganándose el favor de sus dirigentes sino contra los dirigentes oportunistas, ya que éstos no representan a las masas sino a su retaguardia, a sus instintos serviles y, finalmente, a su confusión. Pero las masas tienen otras características progresivas, revolucionarias, que pugnan por expresarse políticamente. La lucha por los programas, los partidos, las consignas y los dirigentes opone claramente el futuro de las masas a su pasado. Las masas trabajadoras, instintivamente, están siempre "a favor de la unidad". Pero junto al instinto de clase está el conocimiento político. La dura experiencia les enseña a los trabajadores que la ruptura con el reformismo es el requisito básico para alcanzar la verdadera unidad, que se logra solamente en la acción revolucionaria. La experiencia política enseña tanto mejor y más rápido cuanto más firme, lógica, convincente y claramente interpreta el partido revolucionario la experiencia de las masas.
El método leninista del frente único y la confraternización política con los reformistas se excluyen recíprocamente. Los acuerdos circunstanciales de lucha práctica con las organizaciones de masas, aun con las encabezadas por los peores reformistas, son inevitables y obligatorios para un partido revolucionario. Las alianzas políticas duraderas con los dirigentes reformistas, sin programa definido, sin obligaciones concretas, sin la participación de las propias masas en las acciones militantes, constituyen la peor forma del oportunismo. El Comité Anglo-Ruso quedará para siempre como ejemplo clásico de esas alianzas desmoralizantes.
Uno de los puentes más importantes para llegar a las masas son los sindicatos, donde se puede y se debe trabajar sin adaptarse en lo más mínimo a los dirigentes; por el contrario, hay que luchar irreconciliablemente contra ellos, abierta u ocultamente según las circunstancias. Pero además de los sindicatos hay numerosas vías de participación en la vida cotidiana de las masas: la fábrica, la calle, las organizaciones deportivas, hasta la iglesia y el bar, siempre con la condición de prestar la mayor atención a lo que las masas sienten y piensan, a cómo reaccionan ante los acontecimientos, a qué esperan, a cómo y por qué se dejan engañar por los dirigentes reformistas. El partido revolucionario, al observar constante y muy reflexivamente a las masas, no debe sin embargo adaptarse pasivamente a ellas (chvostism) [seguidismo]; por el contrario, debe oponer sus juicios a sus prejuicios.
Sería particularmente erróneo ignorar o minimizar la importancia del trabajo parlamentario. Por supuesto, el parlamento no puede transformar el capitalismo en socialismo ni mejorar la situación del proletariado en la putrefacta sociedad capitalista. Pero, especialmente en Inglaterra, la tarea revolucionaria en el parlamento y ligada con éste puede ser de gran ayuda para entrenar y educar a las masas. Un discurso valiente de McGovern[2] refrescó y animó a los obreros, decepcionados o estupidizados por los píos, hipócritas y retóricos discursos de Lansbury, Henderson[3] y otros caballeros lacayos de "la oposición a Su Majestad".
Desgraciadamente, al transformarse en un partido independiente, el ILP no se volvió hacia los sindicatos ni hacia el Partido Laborista, ni hacia las masas, sino hacia el Partido Comunista, que durante muchos años demostró de manera concluyente su torpeza burocrática y su absoluta incapacidad para acercarse a la clase. Dado que ni siquiera la catástrofe alemana le enseñó algo a esta gente, las puertas de la Comintern tendrían que ostentar la misma inscripción que la entrada al infierno: Lasciatte ogni speranza.
El ILP todavía no se había liberado ni de lejos de los defectos del ala izquierda del Partido Laborista (ambigüedad teórica, falta de un programa claro, de métodos revolucionarios, de una fuerte organización), cuando se apresuró a asumir la responsabilidad de las incurables fallas de la Comintern. Es evidente que en esta situación no se unirán al ILP nuevos obreros revolucionarios; más aun, muchos de sus antiguos miembros, perdida la paciencia, lo abandonarán. Si los semirreformistas, los radicales pequeñoburgueses y los pacifistas abandonan el ILP, no podemos hacer otra cosa que desearles un feliz viaje. Pero es una cosa muy distinta cuando son los obreros descontentos los que rompen con el partido.
Las causas del debilitamiento del ILP surgen con especial claridad y precisión cuando se encara el problema desde una perspectiva internacional, de tan decisiva importancia en nuestra época. Luego de romper con la Segunda internacional el ILP se acercó a la Tercera, pero no se unió a ésta. Está simplemente colgando en el aire. Mientras tanto, todo obrero reflexivo quiere pertenecer a un partido que sustente una posición internacional definida; en la unión inquebrantable con los camaradas de otros países ve confirmarse lo correcto de su propia posición. Es cierto que el ILP entra al llamado Buró de Londres.[4] Pero la característica fundamental de este Buró consiste, desgraciadamente, en la falta de toda posición. Bastaría con decir que el Partido Laborista Noruego, que bajo la dirección del traidor oportunista Tranmael marcha cada vez más abiertamente hacia la socialdemocracia, pertenece a este Buró. Tranmael y Cía. necesitan la alianza circunstancial con el ILP y otras organizaciones de izquierda para tranquilizar a su propio sector izquierdista y allanarse gradualmente el camino hacia la Segunda internacional. Ahora Tranmael se está acercando a su meta.
Por Otra parte, el Partido Socialista Obrero de Alemania (SAP) y el Partido Socialista Independiente de Holanda (OSP) también pertenecen al Buró de Londres. Ambas organizaciones apoyan la perspectiva de la Cuarta Internacional. Su adhesión al Buró refleja solamente su pasado. Nosotros, la Liga Comunista Internacional (Oposición de izquierda), consideramos un gran error de nuestros aliados, el SAP y el OSP, que no hayan roto todavía, abierta y resueltamente, con Tranmael y con el Buró de Londres de conjunto. Sin embargo, no nos caben dudas de que se acerca el momento de esa ruptura.
¿Cuál es la posición del ILP? El solo hecho de entrar al Buró de Londres lo convierte en un aliado de Tranmael, es decir, fundamentalmente de la Segunda Internacional. A través del SAP y el OSP se convierte en una especie de aliado o semialiado de la Cuarta Internacional. Y esto no es todo. Fuera del Buró de Londres el ILP se encuentra temporariamente aliado con el Partido Comunista británico, es decir con la Tercera Internacional. ¿No son demasiadas internacionales para un solo partido? ¿Puede el trabajador inglés sacar algo en limpio de esta confusión?
En la Conferencia de París los delegados del ILP dijeron que no perdían la esperanza de atraer a la Comintern para que participe en la construcción de una amplia internacional revolucionaria. Desde entonces transcurrió casi medio año. ¿Es posible que todavía no haya respuesta? ¿Cuánto tiempo necesitan los camaradas dirigentes del ILP para comprender que la Comintern es incapaz de avanzar un solo paso, que está completamente osificada, que como partido revolucionario está muerta? Si el ILP quiere seguir creyendo en milagros, es decir vivir depositando esperanzas en la Comintern, o continuar al margen de las principales corrientes históricas, sus propios militantes dejaran de confiar en él.
El mismo destino le aguarda al Partido Comunista Independiente de Suecia. Por temor a cometer un error se abstiene de tomar cualquier decisión, sin comprender que ése es precisamente el mayor de los errores. No pocos políticos creen que lo más inteligente es ser ambiguo y esperar que los problemas se resuelvan solos. "No se apuren con la Cuarta Internacional, éste no es el momento", nos dicen. No se trata de "proclamar" burocráticamente la nueva internacional sino de luchar incansablemente por su preparación y construcción. "No apurarse" significa en la práctica perder tiempo. "Tal vez no haga falta la nueva internacional, tal vez suceda un milagro, tal vez..." Esta política, que a algunos les parece la más realista, constituye la peor especie de utopismo, impregnada de pasividad, ignorancia y creencia en milagros. Si el Partido Comunista Independiente de Suecia no se saca de encima sus supersticiones seudorrealistas se debilitará, se diluirá y finalmente quedará dividido entre las tres internacionales.
"Pero las masas -objetan algunos seudorrealistas- temen tanto a una nueva internacional como a una nueva ruptura." Esto es absolutamente natural. El temor de las masas a una nueva internacional y a nuevos partidos es un reflejo (uno de los reflejos) de la gran catástrofe, de la terrible derrota, de su decepción, de su desconcierto, de su falta de confianza en sí mismas. Hasta cuándo durará este estado de ánimo depende fundamentalmente del curso de los acontecimientos, pero también en cierta medida de nosotros. No podemos responsabilizarnos por el curso que tomarán los acontecimientos, pero sí, y plenamente, por nuestra actitud. La ventaja de la vanguardia sobre las masas consiste en que aclaramos teóricamente la marcha de los acontecimientos y prevemos sus futuras etapas. La informe y pasiva añoranza por "la unidad" recibirá golpe tras golpe. A cada paso quedará al descubierto la podredumbre de la Segunda y la Tercera Internacional. Los acontecimientos confirmaran nuestros pronósticos y nuestras consignas. Pero es necesario que nosotros mismos no tengamos temor de desplegar ya nuestras banderas.
Lasalle decía que un revolucionario necesita de "la fuerza física del pensamiento". A Lenin le agradaba repetir estas palabras, aunque en general no le gustaba mucho Lasalle. La fuerza física del pensamiento consiste en analizar la situación y las perspectivas profundamente, y una vez que se llegó a las conclusiones prácticas necesarias defenderlas con convicción, con coraje, con intransigencia, sin temer los temores de los demás, sin inclinarse ante los prejuicios de las masas, apoyándose en el desarrollo objetivo del proceso.
O el ILP de Gran Bretaña adopta ya las banderas de la Cuarta Internacional, o desaparecerá de la escena sin dejar huellas.
[1] Problemas fundamentales del ILP. The Militant, 27 de enero de 1934, donde de apareció con el título Por la Cuarta Internacional: carta a un militante del Partido Laborista Independiente.
[2] John McGovern (1888-1968): entre 1930 y 1959 fue miembro en la Cámara de los Comunes; a principios de la década del 30 participo, como dirigente del ILP en las masiva manifestaciones de protesta contra el desempleo en Gran Bretaña, cuyas reivindicaciones planteó en la Cámara de los Comunes, donde lo suspendieron varias veces. También dirigió una marcha del hambre desde Glasgow a Edimburgo y Londres. Cuando era inminente la Segunda Guerra Mundial llegó a la conclusión de que el enemigo de la clase obrera no era la clase dominante británica sino la Alemania nazi. En 1947 rompió con el ILP para irse al Partido laborista, luego se hizo dirigente del movimiento religioso Rearme Moral y finalmente apoyó al Partido Conservador.
[3] George Lansbury (1859-l940): dirigente del Partido Laborista británico y de 1912 a 1922 director de The Daily Herald. Arthur Henderson (1863-1935): social-patriota durante la Primera Guerra Mundial, fue secretario del Partido Laborista británico y presidente de la Segunda Internacional de 1923 a 1924 y de 1925 a 1929.
[4] El Buró de Londres o de Londres-Amsterdam se llamaba originalmente Comunidad Internacional del Trabajo (IAG), y a partir de 1935 se lo conoció también como Buró Internacional por la Unidad Socialista Revolucionaria. Se fundó en Berlín en mayo de 1932 por iniciativa del Partido Laborista Noruego y el Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña, en colaboración con el SAP y el ala izquierda de la socialdemocracia holandesa, la que luego se convirtió en el OSP.