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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Declaración de la delegación bolchevique leninista a la conferencia de las organizaciones comunistas y socialistas de izquierda

Declaración de la delegación bolchevique leninista a la conferencia de las organizaciones comunistas y socialistas de izquierda

Declaración de la delegación bolchevique leninista a la conferencia de las organizaciones comunistas y socialistas de izquierda[1]

 

 

17 de agosto de 1933

 

 

El colapso de las dos internacionales

 

Pese a la evidente desintegración del capitalismo internacional como sistema económico y social, el movimiento obrero mundial atraviesa hoy una crisis más profunda que la que siguió al aplastamiento de la Comuna de París[2] o la que trajo aparejada la guerra imperialista. Dos partidos obreros del país más industrializado de Europa, que contaban con trece millones de votantes, los partidos Socialdemócrata y Comunista, capitularon sin combate ante el régimen fascista. Dos internacionales fueron puestas a prueba y entraron en bancarrota.

La socialdemocracia, cuya bancarrota se hizo evi­dente en la guerra imperialista de 1914 a 1918, trató de reconstituir sus filas después de la catástrofe mundial para impedir que los obreros se pasaran al comunismo y a la Tercera Internacional. La derrota de la socialde­mocracia alemana confirma que el reformismo, que lle­vó al desastre a la Segunda Internacional, no llevó ni puede llevar a los trabajadores más que a nuevas catástrofes. La socialdemocracia, que hasta último momento se aferró al capitalismo putrefacto, se vio arrastrada en el proceso de decadencia de este último. Pero la Tercera Internacional, cuyo objetivo era organi­zar las fuerzas del proletariado para un levantamiento revolucionario contra la burguesía de todos los países y por la victoria del socialismo, también fracasó. Cayó víctima del centrismo burocrático, que se basa en la teoría y la práctica del socialismo en un solo país; en una palabra, naufragó en ese conjunto de errores que entró en la historia con el nombre de stalinismo. En el momento en que el capitalismo, desgarrado por las con­tradicciones mundiales, puso a la orden del día la revo­lución internacional, la Comintern se convirtió en un sumiso e impotente eco de la conservadora y nacionalmente limitada burocracia soviética.

Hoy, en las nuevas condiciones de la Alemania de Hitler, miles de comunistas tratan de salvar al partido oficial continuando con la vieja política. Con toda nues­tra simpatía por estos sacrificados luchadores, tenemos que decirles que de nada servirán los esfuerzos y sacrificios mal orientados. Bajo el terror fascista la política stalinista está condenada a breve plazo al desastre total. En Alemania hay que construir sobre nuevas bases un nuevo partido revolucionario ilegal.

Después que la marcha viva de los acontecimientos demostró que el fascismo y la socialdemocracia, los recursos extremos del capitalismo, se excluyen no sólo política sino también físicamente, había que hacer de la simple conclusión derivada de esta experiencia la ba­se de la agitación internacional, empujando a la socialdemocracia al frente único con los partidos comunistas.

Pese a todas las evidencias, la burocracia de la Comin­tern volvió a plantear más firmemente que nunca la teoría del social-fascismo,[3] y luego de bloquearse totalmente la posibilidad de un acercamiento a las organizaciones reformistas de masas sustituyó la política proletaria del frente único por los bloques carnavalescos con impotentes cenáculos de pacifistas y aventureros. Si la catástrofe alemana no ayudó a la burocracia stalinista, ya nada la ayudará. Son necesarios nuevos partidos y una nueva internacional.

 

La posición de los bolcheviques leninistas

 

Las participantes en este congreso son de muy diversos orígenes políticos. Algunos rompieron con la Segunda Internacional en el transcurso de los últimos años; otros provienen de las filas de la Tercera Interna­cional; otros, finalmente, tienen un origen mixto o intermedio. Algunos actuaron como partidos indepen­dientes; otros se consideraban fracciones y como tales trabajaban. Si estas organizaciones hoy se reúnen por primera vez en un congreso para tratar de encontrar los fundamentos para un trabajo en común, este solo hecho implica que todas admiten abiertamente la nece­sidad de unificar sobre nuevas bases a la vanguardia proletaria.

Respecto a Alemania, nuestra organización interna­cional (bolcheviques leninistas), luego de serios y agitados debates, adoptó casi por unanimidad esta posición. En lo que hace a la Comintern en su conjunto, tan solo hace quince días comenzamos a discutir formalmente la cuestión. Hablamos aquí en nombre del plenario internacional de los bolcheviques leninistas, que aprobó esta declaración. Nuestras secciones nacio­nales todavía no tuvieron tiempo de expresarse plena­mente. Pero el desarrollo de los acontecimientos y el de la propia Oposición de Izquierda plantea el problema de tal manera que no nos caben dudas de cuál será el veredicto de nuestras organizaciones. De cualquier modo, a ellas les corresponde la última palabra.

Probablemente algunos de los participantes en el congreso opinen que demoramos demasiado la ruptura con la burocracia stalinista. Este no es lugar para volver a viejas disputas. Sin embargo, es un hecho que nues­tra política, que toma en consideración las condiciones objetivas y no los estados de ánimo subjetivos, nos permitió formar organizaciones estables de bolchevi­ques leninistas en más de veinte países. Aunque en su mayoría son organizaciones de cuadros y no de masas, cuentan con la ventaja invalorable de estar unidas por una concepción programática y estratégica que evolu­cionó gradualmente con los grandes acontecimientos y luchas del proletariado.

 

La lucha contra el reformismo

 

Por lo que ya dijimos resulta evidente que nuestra ruptura con la burocracia centrista de ninguna manera suaviza nuestra posición frente al reformismo. Por el contrario, es ahora más irreconciliable que nunca. El principal crimen histórico de la burocracia stalinista consiste precisamente en que toda su política ha servi­do de invalorable ayuda a la socialdemocracia evitando así que el proletariado tome el camino revolucionario.

Para nosotros, bolcheviques leninistas, y esperamos que también para ustedes, no cabe siquiera pensar en un trabajo permanente en común con organizaciones que no hayan roto con las bases principistas del reformismo, que continúen esperando la regeneración de la socialdemocracia como partido o que consideren su misión lograr la unificación de la Segunda y la Tercera Internacional. Los grupos imbuidos de tales tendencias sólo pueden hacer retroceder al proletariado. Y noso­tros, apoyándonos en las lecciones del pasado, quere­mos marchar hacia adelante.

Las "veintiún condiciones" para ser miembro de la Internacional Comunista,[4] elaboradas en su momento por Lenin para diferenciarse resueltamente de todo tipo de reformismo y anarquismo, adquieren nuevamente en esta etapa una urgente actualidad. Por supuesto, no nos referimos al texto de este documento, que habrá que cambiar radicalmente de acuerdo a las condiciones de este período moderno, sino a su espíritu general de intransigencia marxista revolucionaria.

Sólo con la condición de separarse irreconciliablemente del reformismo es posible y necesario cooperar amistosamente con todas las organizaciones que hoy evolucionan del reformismo al comunismo. Condena­mos y rechazamos categóricamente el modo de actuar de la burocracia stalinista, que trata de "social-fascistas de izquierda" a todas las organizaciones revolucio­narias que -por culpa de la misma Comintern- no están dentro de ella, y al día siguiente de una catástrofe las convoca en forma conmovedora a unirse a su seno como partidos "simpatizantes". La Comintern sólo puede descomponer y destruir a las organizaciones proletarias, no fortalecerlas ni educarlas. La colabora­ción que pretendemos supone una actitud honesta ante los hechos y las ideas, una crítica fraternal y el respeto mutuo.

 

Los cuatro primeros congresos de la Comintern

 

La política revolucionaria es inconcebible sin la teoría revolucionaria. Como mínimo, aquí tenemos que empezar desde el principio. Nos basamos en Marx y Engels. Los primeros congresos de la Internacional Comunista nos dejaron una valiosa herencia programá­tica: el carácter de la época moderna como época imperialista, es decir de declinación capitalista; la naturaleza del reformismo moderno y los métodos para combatirlo; la relación entre democracia y dictadura proletaria; el rol del partido en la revolución proletaria; la relación entre el proletariado y la pequeña burguesía, especialmente el campesinado (cuestión agraria); el problema de las nacionalidades y la lucha de libera­ción de los pueblos coloniales; el trabajo en los sindi­catos; la política del frente único; la relación con el parlamentarismo, etcétera. Los cuatro primeros congresos sometieron todas estas cuestiones a un análisis principista que todavía no fue superado.

Uno de los primeros y más urgentes objetivos de las organizaciones que incluyeron en su programa la nece­sidad de regenerar el movimiento revolucionario con­siste en analizar las resoluciones de principio de los cuatro primeros congresos, ponerlas en su orden del día y someterlas a una seria discusión a la luz de las futuras tareas del proletariado. En nuestra opinión, esta confe­rencia tiene que señalar las vías y los primeros pasos a dar para encarar este trabajo tan necesario.

 

Lecciones estratégicas de la última década

 

La vida política de la vanguardia proletaria no se detuvo en los primeros congresos de la Internacional Comunista. Influida por las circunstancias históricas, es decir por el proceso de la lucha de clases, el aparato de la Comintern se volcó totalmente del marxismo al cen­trismo, del internacionalismo a la limitación naciona­lista. Así como fue imposible construir la Tercera Internacional sin barrer de las enseñanzas de Marx las deformaciones que les impuso el reformismo, hoy es imposible crear partidos proletarios revolucionarios sin barrer de los principios y métodos del comunismo las falsificaciones que les impuso el centrismo burocrático.

La lucha (preñada de grandes sacrificios) de la Oposición de Izquierda contra las oscilaciones del aparato stalinista se refleja en una serie de documentos programáticos y estratégicos. De acuerdo con las eta­pas políticas más importantes de la última década, estos documentos encararon los siguientes problemas: la construcción económica de la URSS, el régimen parti­dario, la política del frente único (por un lado el Comité Anglo-Ruso, por el otro la experiencia alemana), el camino de la revolución española (la "dictadura demo­crática"), la lucha contra la guerra, la lucha contra el fascismo, etcétera. Las conclusiones básicas de esta lucha que ya lleva diez años están resumidas en los "once puntos" del precongreso internacional de la Oposición de Izquierda. Sometemos a la consideración de ustedes este documento programático.

Demás está decir que, por nuestra parte, conside­raremos con la mayor atención todas las tesis, resolu­ciones y declaraciones programáticas en las que otras organizaciones aquí representadas hayan expresado o puedan expresar su caracterización de los objetivos y perspectivas. No queremos otra cosa que el intercambio experiencias e ideas. Sentimos gran satisfacción al comprobar que la "Declaración de Principios" del Partido Socialista Revolucionario de Holanda[5] concuerda en todas las cuestiones fundamentales con la plataforma de la Oposición de Izquierda Internacional. Por supuesto, esta conferencia no puede discutir con la necesaria profundidad las enseñanzas programáticas y estratégicas que derivan de la lucha revolucionaria mundial. Pero es hora de comenzar a hacerlo. Nos permitimos expresar el anhelo de que todas las organizaciones aquí representadas reproduzcan en su prensa nuestros "once puntos" con todos los comentarios que sean necesarios, y que después se nos dé la posibilidad de defender de manera polémica nuestras te­sis en los mismos periódicos. Por nuestra parte, nos comprometemos a publicar, para información y discusión de nuestras secciones, todos los documentos programáticos que nos presenten otras organizaciones, a las que otorgaremos el espacio adecuado en nuestra prensa para que defiendan sus posiciones.

 

La URSS

 

El problema de la URSS reviste excepcional impor­tancia para el movimiento obrero mundial y por lo tanto también para la correcta orientación de este congreso. Los bolcheviques leninistas consideramos que la URSS aun con sus características actuales es un estado obrero. Esta caracterización no implica hacerse ilusiones ni embellecer la realidad.

No se puede sentir más que desprecio por esos "amigos" de la URSS que declaran que toda crítica contra la burocracia soviética es contrarrevolucionaria. Si los revolucionarios se hubieran guiado por esas normas de conducta la Revolución de Octubre no se habría hecho nunca.

Rechazamos como una burla al pensamiento marxista la posición brandlerista[6] de que la política de la burocracia stalinista representa en todos los demás países un cúmulo de errores pero sigue siendo infalible en la URSS. Tal "teoría" se basa en la negación de los principios generales de la política proletaria y rebaja la Internacional a una simple suma de partidos nacionales cuyos dirigentes están siempre dispuestos a cerrar los ojos ante sus respectivos pecados. Un marxista no puede tener nada en común con esta concepción socialdemócrata.

La política de la burocracia stalinista en la URSS parte de los mismos principios que la de la Comintern. La diferencia no está en los métodos sino en las condi­ciones objetivas; en la URSS la burocracia se apoya en los fundamentos implantados por la revolución proleta­ria, y si bien en una década logró derrochar el capital de la Comintern, en la URSS minó pero no liquidó las bases del estado socialista. En realidad, privado del partido, de los sindicatos y de los soviets, de los que se apropió la burocracia, el proletariado soviético de­fiende con sus tradiciones revolucionarias al estado obrero, evitando que retroceda al capitalismo.

Identificar el orden social de la URSS con un "capi­talismo de estado" tipo norteamericano, italiano o alemán significa ignorar el problema social fundamen­tal, es decir el carácter de la propiedad, y abrirles las puertas a las conclusiones mas falsas y peligrosas. Opinamos que sobre esta cuestión no caben ambigüedades ni compromisos. Defender al estado obrero del imperialismo y la contrarrevolución sigue siendo hoy la obligación de todo trabajador revolucionario. Pero esto no significa en lo más mínimo convertirse en instrumento de la diplomacia soviética.

Los actos y declaraciones de la diplomacia soviética provocaron más de una vez, especialmente en el último período, la acalorada indignación, totalmente correcta, de los obreros avanzados. Nada debilita más la posición internacional de la URSS, pese a todos los reconocimientos y pactos de no agresión, que la política exterior totalmente oportunista de los stalinistas, imbuida de las ilusiones pacifistas del "socialismo en un solo país".

No se puede defender a la URSS sin la lucha revolu­cionaria del proletariado mundial; no habrá luchas revolucionarias sin independencia de la burocracia y de la diplomacia soviéticas. Por otra parte, la critica más irreconciliable al stalinismo no excluye sino, por el contrario, exige, un frente único con la burocracia soviética contra los enemigos comunes.

 

El régimen partidario

 

Para la construcción de nuevos partidos y de una nueva internacional se debe prestar mucha considera­ción al problema del régimen partidario. La democracia obrera no es un problema organizativo sino un proble­ma social. En última instancia, la liquidación de la de­mocracia obrera es consecuencia de la presión de los enemigos de clase por medio de la burocracia obrera. La historia del reformismo en los países capitalistas y la experiencia de la burocratización del estado soviético confirman en igual medida esta ley histórica.

La socialdemocracia utiliza un complicado sistema para establecer el régimen que le es necesario; por un lado, expulsa sistemáticamente del partido y de los sindicatos a los trabajadores con tendencias radicales o críticas cuando no puede comprarlos con puestos bien remunerados; por otro, libera a sus ministros, dipu­tados parlamentarios, periodistas y burócratas sin­dicales de la obligación de someterse a la disciplina del partido. La combinación de la represión, el robo y el engaño permite a la socialdemocracia mantener la fachada de la discusión, las elecciones, el control, etcétera, mientras al mismo tiempo actúa como el aparato de la burguesía imperialista dentro de la clase obrera.

A través del aparato estatal, la burocracia stalinista liquidó la democracia partidaria, soviética y sindical, no sólo en esencia sino también formalmente. El régimen de la dictadura personal fue plenamente transmitido por el Partido Comunista de la Unión Soviética a todos los partidos comunistas de los países capitalistas. La tarea de los funcionarios del partido es interpretar la voluntad de la cúpula burocrática. Las masas partida­rias tienen un solo derecho: callarse y obedecer. La represión, la persecución, el engaño, son los métodos con que comúnmente se mantiene el "orden" en el par­tido. Por este camino los partidos proletarios marchan a la decadencia y la ruina.

Un revolucionario se forma en un clima de crítica a todo lo existente, incluida su propia organización. Sólo se puede lograr una firme disciplina por medio de la confianza consciente en la dirección. Para ganarse esta confianza son necesarias una política correcta y también una actitud honesta hacia los propios errores. De allí que el problema del régimen interno sea para nosotros tan extraordinariamente importante. A los obreros avanzados se les debe dar la posibilidad de participación consciente e independiente en la cons­trucción del partido y en la dirección del conjunto de su política. Los obreros jóvenes deben contar con la posibilidad de pensar, criticar, cometer errores y corregirse.

Por otra parte, queda claro que un régimen partidario democrático conducirá a la formación de un endure­cido y unificado ejército de luchadores proletarios sólo si nuestras organizaciones, apoyándose en los firmes principios del marxismo, están dispuestas a combatir irreconciliablemente, aunque con métodos democráti­cos, toda influencia oportunista, centrista y aventurera.

Todo el desarrollo del proceso plantea la orientación hacia una nueva internacional. Sin embargo, esto no significa que propongamos proclamar inmediatamente la nueva internacional. Lo habríamos propuesto, sin vacilar, si las organizaciones aquí representadas ya hubieran llegado a un acuerdo real, es decir, probado por la experiencia, respecto a los principios y métodos de la lucha revolucionaria. Pero no lo hemos hecho. Sólo el trabajo revolucionario en común y la seria crítica mutua nos harán llegar a una unanimidad principista y por lo tanto a la internacional.

No se puede preparar una nueva internacional sin participar prácticamente en los acontecimientos que se suceden. Por supuesto, sería falso contraponer la discusión programática a la lucha revolucionaria. Es necesario combinarlas. Saludamos el hecho de que el congreso haya puesto en su orden del día problemas ur­gentes referentes a la lucha contra el fascismo y contra la guerra; en cualquiera de estos terrenos estamos dis­puestos a dar un verdadero paso adelante, hombro a hombro con las demás organizaciones.

¡Camaradas! Sin conducción, sin dirección internacional, el proletariado no podrá liberarse de su actual opresión. La creación de una nueva internacional no depende solamente del desarrollo objetivo de los acontecimientos sino también de nuestros propios esfuerzos. Es probable que ya seamos mucho más fuertes de lo que creemos. No en vano la historia nos demuestra cómo una organización que goza de autoridad aunque haya perdido su dirección puede seguir acumulando errores aparentemente impunes durante un largo pe­ríodo, pero finalmente el curso de los hechos provoca el colapso inevitable. Por el contrario, una organización en cuya brújula se puede confiar pero que durante mu­cho tiempo fue una minoría insignificante, en un nuevo giro histórico puede elevarse súbitamente a un nivel superior. Esa posibilidad se abre ante nosotros con la condición de que nuestra política sea correcta. Trate­mos de no perder esta oportunidad unificando nuestras fuerzas. Nuestra responsabilidad revolucionaria es inmensa. Que nuestra labor creadora se eleve a la altu­ra de esta responsabilidad.



[1]  Declaración de la delegación bolchevique leninista a la conferencia de las organizaciones comunistas y socialistas de izquierda. The Militant, 23 de septiembre de 1933. Sin firma.

[2] La Comuna de París fue la primera experiencia de gobierno obrero. Se mantuvo en el poder desde el 18 de marzo de 1871 hasta el 28 de mayo del mismo año, exactamente setenta y dos días, antes de ser derrotada en una sangrienta serie de batallas. En León Trotsky on the Paris Comnune (Pathfinder Press, 1970), se publican cinco artículos sobre la Comuna.

[3] La teoría del social-fascismo, un engendro de Stalin, sostenía que la socialdemocracia y el fascismo no eran antípodas sino gemelos. Como los socialdemócratas no eran mas que una variedad ("social") del fascismo, y como prácticamente, todo el mundo, salvo los stalinistas, era fascista de algún modo, (liberal-fascista, sindical-fascista o trosko-fascista), era inadmisible para los stalinistas hacer frente único con ninguna otra tendencia en contra de los fascistas comunes y corrientes. Ninguna teoría le pudo haber sido mas útil a Hitler en los años previos a su conquista del poder en Alemania. Finalmente los stalinistas dejaron de lado esta teoría a fines de 1934 sin tener la decencia de dar una explicación y pronto estaban cortejando no sólo a los socialdemócratas sino a políticos capitalistas como Roosevelt y Daladier, a los que todavía, a principios de ese año, llamaba fascistas.

[4] Segundo Congreso de la Internacional Comunista (julio-agosto de 1920), reunido en un momento en que una cantidad de partidos centristas planteaban su afiliación a la Comintern, votó una serie de condiciones que tenían el objetivo de dificultar la entrada a la Comintern a los que no habían roto totalmente con el reformismo. Las condiciones de afiliación, que originalmente eran diecinueve y finalmente quedaron en veintiuna, fueron escritas por Lenin.

[5] El Partido Socialista Revolucionario (RSP) de Holanda fue fundado bajo la dirección de Henricus Sneevliet. Participó de la Conferencia de París, firmó la Declaración de los Cuatro en favor de una nueva internacional y poco después de la conferencia se afilió a la Liga Comunista Internacional (nueva denominación de la Oposición de Izquierda Internacional).

[6] Heinrich Brandler (1881-1967): dirigente del Partido Comunista Alemán a principios de la década del 20. Moscú lo usó de chivo emisario cuando en 1923 se dejó escapar la situación revolucionaria; fue expulsado en 1929, cuando la Comintern entró al "tercer período" y dio una voltereta hacia la izquierda. Fundo con August Thalheimer la Oposición Comunista de Derecha (KPO), cuya política era similar a la de la tendencia Bujarin-Rikov en la Unión Soviética y a la del grupo de Lovestone en Estados Unidos durante la década del 30.



Libro 3