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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Argumentos y refutaciones

Argumentos y refutaciones

Argumentos y refutaciones[1]

 

 

Publicado el 8 de junio de 1934

 

 

 

"La unidad del partido"

 

Cachin y Thorez acusan a Doriot de romper el frente único interno del Partido Comunista. Del mismo modo, Blum y Paul Fauré[2] exigen al ala izquierda de su par­tido que ponga por encima del frente único del proletariado la unidad del Partido Socialista. La analogía es notable. Ambas burocracias se defienden contra las necesidades históricas que las amenazan. Para defen­derse, Paul Fauré y Thorez hacen malabarismos con la idea del frente único como si fueran payasos de circo arrojándose pelotas con la nariz.

Es absurdo hablar de un frente único interno del partido. El partido no es una coalición transitoria de grupos divergentes; el frente único no es otra cosa que una alianza de organizaciones diferentes e incluso opuestas por un objetivo preciso que les es común. Si una necesidad urgente produce una división en el partido, y si ésta se hace cada vez más profunda e irreconci­liable, de nada sirve apelar al frente único interno. Hay que analizar de cerca la propia política del partido, su contenido material. Si se demuestra que la estrategia del partido se contrapone a las necesidades históricas de la clase, la ruptura pasa a ser no sólo un derecho sino también un deber. Liebknecht tomó una posición contraria a la de su poderoso partido sin preocuparse por el frente único interno, y tenía razón.

 

Cómo no alcanzar una meta

 

La falsedad de la política de los stalinistas franceses se expresó y demostró casi matemáticamente. Consi­derémosla de cerca. La meta suprema de los stali­nistas es destruir la socialdemocracia. Esta se encuen­tra en una crisis histórica. Esta dividida y desgarrada por la presión de los acontecimientos y por sus contradicciones internas. Se formó una fracción que apoya el acercamiento con Moscú.

¡Pero lo que logró la dirección stalinista fue la ruptura del así llamado Partido Comunista y que el ala izquierda del Partido Socialista se volviera nuevamente hacia Blum y Paul Fauré! ¡Es el Partido Socialista, que durante años -y con muy buenas razones- tuvo un temor terrible al frente único, quien ahora se apro­pia de esta consigna tan atrayente y la convierte en un grito acusador contra el partido stalinista! En nombre del frente único el grupo de Doriot rompió con el partido, y la experiencia de Doriot hace dudar a los elemen­tos de izquierda del Partido Socialista de su propuesta de apoyar a Moscú: para ellos ya no tiene ninguna utilidad esa propuesta.

Así, al poner la lucha contra los "social-fascistas" (bastante imaginaria pese a su intransigencia) por enci­ma de la realidad histórica de la lucha de clases, el partido stalinista llega a un resultado diametralmente opuesto a la meta que se había fijado.

 

¿Política sectaria?

 

A menudo incluso nuestros amigos califican de sectaria esta política del llamado Partido Comunista. La palabra está mal usada. El sectarismo supone un grupo reducido y homogéneo, ligado por una profunda e inconmovible convicción, pese a las contradicciones que se dan entre esta convicción y el desarrollo histórico.

­La burocracia stalinista de Francia carece de toda convicción. No está dispuesta a defender sus "ideas" contra nadie y contra nada, ni es capaz de hacerlo. Por el contrario, a lo que está dispuesta es a postrarse en todo momento ante las órdenes llegadas de Moscú, cuya política está dictada por las preocupaciones de la poderosa burocracia nacional. Esto no es sectarismo, es puro y simple burocratismo.

 

La necesidad de un partido

 

Saint-Denis no inclina la cabeza ante la burocracia criminal. Por cierto, no podemos desaprobar esa acti­tud. ¿Pero qué significará esta nueva ruptura para las masas influidas por Saint-Denis? No se puede marchar junto a los stalinistas, su partido es incapaz de dirigir a la clase obrera. Si nos detenemos aquí apoyamos, por lo menos indirectamente, la autoridad del Partido So­cialista. Pero si declaramos que éste está en bancarro­ta, el obrero sacará la conclusión de que es posible arreglárselas muy bien sin un partido, lo que significaría revivir los más estériles prejuicios sindicalistas.

El mundo de la política, igual que la naturaleza, rechaza el vacío. Necesita una continuidad en el pensamiento y en la acción. Si llevamos hasta la ruptura la lucha contra los stalinistas sin debilitar la voluntad de combatir a los reformistas y a los centristas, no podemos escapar a esta conclusión: está urgentemente planteada la creación de un nuevo partido revolucionario.

"Cualquier cosa que ustedes quieran menos eso", gritan los espíritus temerosos. "Este no es el momento oportuno. Somos realistas, no constructores de partidos e internacionales. ¡Sólo la marcha de los acontecimientos, la presión de las masas y su propia experiencia podrán hacer surgir un nuevo partido!"

¡Cuanta sabiduría! ¡Qué pensamiento profundo! ¿Pero qué significa esta "marcha" de los acontecimientos? ¿Nos excluye a nosotros? ¿Y de dónde sale la experiencia de las masas? ¿Es que estamos aquí para nada? ¿Somos incapaces de intervenir en la marcha de los acontecimientos y de fertilizar la experiencia de las masas?

"Las masas no quieren un nuevo partido, quieren la unidad, y sobre esa base debemos construir", obje­tan los inteligentes tácticos. Lo que se adecúa a este deseo de unidad de las masas es la idea de un frente único, de una alianza obrera, embrión de los soviets. Pero si nos detenemos aquí no hacemos más que aumentar la confusión. No basta con desear la unidad, hay que saber cómo concretarla. Sólo el partido les puede señalar a las masas el camino correcto. Precisamente porque el conjunto de la clase no tiene más que ideas vagas, incompletas y confusas, es necesaria la selección de la vanguardia. Para un marxista las formulaciones políticas no expresan la conciencia actual de las masas sino su dinámica, cómo la lucha de clases determina esta conciencia y cómo debe determinarla.

Precisamente por la experiencia de las masas llegamos a la conclusión inconmovible de que las dos internacionales están en bancarrota. ¿Somos profetas que se guardan su sabiduría con algún fin secreto? No, somos revolucionarios obligados a explicarles a las masas su propia experiencia. He ahí el comienzo del realismo marxista.

La "marcha de los acontecimientos" puede facilitar o retrasar el desarrollo del nuevo partido. Pero la mejor situación quedará desaprovechada si los elementos marxistas no cumplen su deber para con las masas, aun en las condiciones más desfavorables.

La referencia a la "marcha de los acontecimientos" es una abstracción totalmente vacía. Con la misma aparente prudencia se podría afirmar que éste no es el "momento oportuno" para romper con Thorez; la mar­cha de los acontecimientos tiene que producir esa rup­tura. Se podría ir más lejos y decir que éste no es el "momento oportuno" para la doctrina marxista, para el programa comunista; sólo la experiencia de las masas puede conducirlas a su liberación.

Pero contraponer el marxismo o el programa comu­nista a la experiencia de las masas significa pisotear toda la experiencia histórica de la clase obrera en nom­bre de "la experiencia" de tal o cual grupo burocrático.

La doctrina marxista y el programa comunista no pueden remontarse encima del caos, como el Espíritu Santo, ni estar enterrados en el cerebro de algunos profetas. Necesitan un cuerpo, es decir, la or­ganización de la vanguardia obrera. Su desarrollo puede depender de muchos factores y circunstancias históricas que estamos lejos de dominar. Pero al mismo tiempo que proclamamos la bancarrota de las dos internacionales apelamos a los trabajadores más cons­cientes, más decididos y abnegados y los invitamos a agruparse en el nuevo partido y en la nueva interna­cional.



[1] Argumentos y refutaciones. La Verité, 8 de junio de 1934. Sin firma. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Jeff White.

[2] Paul Fauré (1878-1960): secretario del Partido Socialista francés des­pués que la mayoría de su partido rompió con éste para afiliarse a la Comintern en 1920. Colaboró con León Blum hasta el acuerdo de Munich de 1938. Apoyó el régimen de Vichy en 1940 y fue expulsado del PS en 1944.



Libro 3