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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El golpe de Hitler contra Austria ayudado por el juicio de Moscú

El golpe de Hitler contra Austria ayudado por el juicio de Moscú

El golpe de Hitler contra Austria ayudado por el juicio de Moscú[1]

 

 

12 de marzo de 1938

 

 

 

Hay un trágico simbolismo en el hecho de que el Juicio de Moscú termina bajo la fanfarria que anuncia la entrada de Hitler en Austria. La coincidencia no es accidental. Por supuesto Berlín está completamente informado sobre la desmoralización a que la camarilla del Kremlin, en su lucha por la autopreservación, llevó al ejército y a la población del país. Stalin no movió un dedo el año pasado cuando Japón se tomó dos islas rusas en el río Amur; en ese momento estaba ocupado ejecutando a los mejores generales del Ejército Rojo. Con mayor seguridad pudo Hitler durante el nuevo juicio enviar sus tropas a Austria.

No importa qué actitud tenga uno sobre los acusados de los Juicios de Moscú, no importa cómo juzgue sus conductas en las garras de la GPU, todos ellos, Zinoviev, Kamenev, Smirnov, Piatakov, Radek, Rikov, Bujarin y muchos otros, han probado en el transcurso de sus vidas su devoción desinteresada al pueblo ruso y sus luchas por la liberación. Al ejecutarlos a ellos y a miles menos conocidos, pero no menos dedicados a la causa de los trabajadores, Stalin continúa debilitando la fuerza moral de la resistencia del país en su conjunto. Los arribistas sin honor ni conciencia, sobre quienes está obligado a apoyarse cada vez más, traicionarán al país en un momento difícil. Por el contrario, los llamados "trotskistas", que sirven al pueblo pero no a la burocracia, ocuparán puestos de batalla en caso de un ataque a la Unión Soviética como lo hicieron en el pasado.

¿Pero qué es todo esto para Vishinski, quien durante los años de la revolución se escondió en el campo de los blancos y se unió a los bolcheviques solamente después de su victoria definitiva, cuando se abrieron las posibilidades de hacer una carrera? Vishinski pide diecinueve cabezas y primero que todo la cabeza de Bujarin a quien Lenin llamó más de una vez "el favorito del partido" y a quien llamó en su testamento "el mejor teórico del partido". ¡Cuán estruendosamente los agentes de la Internacional Comunista aplaudieron los discursos de Bujarin cuando aún estaba en su cenit! Pero tan pronto lo derrocó la camarilla del Kremlin, los "bujarinistas" de ayer se inclinaron con deferencia ante las monstruosas falsificaciones de Vishinski.

El acusador pide la cabeza de Iagoda. Indudablemente, de todos los acusados es el único que merece un castigo severo, aunque no por los crímenes de los que se le acusa. Vishinski compara a Iagoda con el bandido norteamericano Al Capone y añade: "Pero Rusia, gracias a Dios no es Norteamérica." ¡Ningún traidor podría haber hecho una comparación más peligrosa! Al Capone no era el jefe de los agentes federales en los Estados Unidos. Pero por más de diez años Iagoda permaneció a la cabeza de la GPU y fue el más estrecho colaborador de Stalin. De acuerdo a Vishinski, Iagoda fue el “organizador e inspirador de crímenes monstruosos". Pero todas las detenciones, destierros y ejecuciones de los oposicionistas, incluyendo el juicio Zinoviev-Kamenev, se hicieron bajo la dirección del Al Capone moscovita. ¿No es por lo tanto obligatorio revisar miles de represiones? ¿O es que cesaron de ser "crímenes monstruosos" los actos del secreto "trotskista" Iagoda, cuando fueron cometidos contra los trotskistas? No hay posibilidad de desenredar esta madeja de contradicciones y mentiras.

Vishinski pide la cabeza de Levin y los otros médicos del Kremlin, quienes en lugar de prolongar la vida se ocuparon en acelerar la muerte. Pero si creemos en la investigación judicial, cometieron estos crímenes, no por motivos políticos o personales, sino por temor a Iagoda. El jefe de la GPU, el mayordomo de Stalin, amenazó a los doctores con asesinar a sus familias si no envenenaban a los pacientes indicados y era tan grande el poder de Iagoda, que hasta los más importantes médicos del Kremlin no se atrevieron a denunciar a Capone, sino que ejecutaron sus órdenes silenciosamente. Vishinski construye sus acusaciones sobre estas "confesiones". Parece que el poder de Capone era ilimitado en la Unión Soviética. Es cierto que ahora Iezov tomó su lugar. ¿Pero cuáles son las garantías de que sea mejor? En un ambiente de despotismo totalitario, con la opinión pública estrangulada, con una total ausencia de control, cambian solamente los nombres de los bandidos pero el sistema continúa siendo el mismo.

Vishinski habló cinco horas y media, exigiendo diecinueve ejecuciones, es decir, diecisiete minutos por cabeza. Para Rakovski y Bessonov el magnánimo fiscal pidió "solamente" veinticinco años de cárcel. De este modo Rakovski, luego de haber dedicado su energía y su considerable fortuna personal durante cincuenta años a la causa de los trabajadores, tiene la esperanza de expiar sus supuestos crímenes cuando cumpla noventa años.

El único consuelo frente a este juicio, al mismo tiempo terrible y bufonesco, es el cambio radical en la opinión pública. La voz de la prensa mundial es completamente unánime. Nadie, en ninguna parte, cree en los acusadores. Todos entienden el verdadero sentido del juicio. No puede haber ninguna duda de que la población de la Unión Soviética no se compone de ciegos y sordos. Los organizadores del fraude se aislaron de toda la humanidad. El presente juicio es una de las últimas convulsiones de la crisis política de la Unión Soviética. Mientras más pronto se convierta la dictadura de Al Capone en el autogobierno de los obreros y los campesinos, más fuerte permanecerá la Unión Soviética ante las amenazas del fascismo tanto internas como externas. La regeneración de la democracia soviética dará un ímpetu tremendo al progreso de la humanidad y sonará con ella el toque de difuntos para Hitler, Mussolini y Franco.



[1] El golpe de Hitler contra Austria ayudado por el Juicio de Moscú. Socialist Appeal, 26 de marzo de 1938. Las tropas alemanas ocuparon a Austria el 11 de marzo de 1938; el 13 de marzo, los dos países fueron proclamados uno (el Anschluss); y el 10 de abril un plebiscito ratificó esta decisión.



Libro 5