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Trotski en la penumbra. Una réplica a Robert Service

Presentamos a continuación un artículo del historiador peruano, autor de Trotsky en el espejo de la historia (Lima, Tarea Gráfica Educativa, 2005), sobre la biografía que escribiera Service de Trotsky. Fue publicado originalmente en La Jornada Semanal el 21 de agosto de 2011 en una versión más corta. Publicamos aquí la versión completa que nos enviara el autor, a quien agradecemos por la contribución.

“Entrar en la interpretación de un hombre es cosa que requiere delicadeza y piedad. Si se entra en tal interpretación armado con una filosofía hostil a la que inspiró la vida y la obra de aquel hombre, se incurre en un error crítico evidente y se comete, además, un desacato.” Alfonso Reyes

En septiembre de 2010 se publicó en español una nueva biografía de Trotski. Escrita por el historiador británico y profesor de Oxford, Robert Service, presenta el título de Trotski: una biografía (Barcelona, Ediciones B, 2010). Con esta obra, Service –autor de diez libros concernientes a la historia rusa y el comunismo– concluyó la trilogía de los líderes de la Revolución Rusa (precedentemente había escrito las biografías de Lenin y Stalin). Su voluminosa obra de 735 páginas fue publicada originalmente en el Reino Unido y los Estados Unidos, en 2009. Poco después de su aparición se hizo notar la divergencia de criterios acerca del valor de este trabajo. Así, el crítico John Gray, en el magazín londinense Literary Review, calificó la obra como “la mejor biografía de Trotski hasta la fecha”. De su lado, Paul Le Blanc se refirió a ésta como el “segundo asesinato” del pensador y revolucionario ruso. Desde entonces no han cesado los comentarios favorables en la mayoría de los medios escritos, como tampoco las evaluaciones críticas. Por añadidura, la obra en cuestión ha merecido en 2009 el premio Duff Cooper (que en Gran Bretaña galardona las obras de no ficción), dotado de cinco mil libras esterlinas.

Teniendo en consideración la polémica que ha enmarcado la publicación de tal biografía, la cobertura informativa que se le ha dispensado y la influencia mediática de su autor, analizaré críticamente el referido trabajo. Coincido con lo sostenido por el trotskista estadounidense David North, autor de una meticulosa crítica de la obra de Service, cuando advierte que en este libro “casi no hay una página en la cual el lector bien informado no encuentre pasajes reprensibles”. De éstos me ocuparé sólo de algunos.

Trotski: una biografía está estructurada en cuatro partes de acuerdo a un orden cronológico. Cada una de sus partes está constituida de trece capítulos, que suman un total de 52. El texto está redactado en un lenguaje fluido; de manera que la narración se lee con interés y agilidad. De todo el conjunto, la tercera y cuarta partes (en especial, la última) son las que presentan mayores deficiencias.

En el prefacio, Service nombra los archivos consultados en su pesquisa documental: Amsterdam, Harvard, Moscú, y, sobre todo, la Institución Hoover, en Stanford, cuyo material sobre Trotski –señala– ha sido utilizado en su mayor parte. Bien es sabido que el empleo de fuentes primarias no acredita per se la calidad científica de un trabajo de historia; su valor dependerá, en no menor grado, de la metodología empleada y la perspectiva adoptada por el investigador.

Service declara que su libro “es la primera biografía extensa sobre Trotski escrita por un no ruso y no trotskista”. Esta afirmación no se aviene a la verdad, puesto que la vida de Trotski ha sido explorada y escrita con extensión en Occidente por autores no afiliados al trotskismo. De este modo, en la década de 1970 se publicaron las biografías escritas por Joel Carmichael, Robert Payne, Ronald Segal y Robert Wistricht, por citar algunas. Incluso, cuando Isaac Deutscher acometió su investigación biográfica en la década de 1950 había dejado de pertenecer a las canteras del trotskismo.

En este mismo apartado, Service cuestiona a dos reconocidos biógrafos de Trotski, Isaac Deutscher y Pierre Broué, a quienes les critica no haber formulado las preguntas más incómodas. Sin embargo, los resultados de su trabajo se hallan muy por debajo del nivel historiográfico alcanzado en esas biografías. Service carece del talento literario de Deutscher; tampoco consigue la necesaria compenetración con el personaje como para aportar una comprensión más profunda de su personalidad histórica. Compárese cualquiera de los capítulos de la trilogía El profeta con los de esta reciente biografía y quedara más que evidenciada su superioridad en cultura histórica, profundidad analítica y competencia investigativa. El único aspecto en el que Service aventaja a Deutscher es que, por el tiempo histórico que le tocó vivir, presenció acontecimientos de la historia política mundial que el historiador polaco no logró ver; asimismo, tuvo la oportunidad de acceder a documentos que en las décadas de 1950 y 1960 no se hallaban a disposición de los investigadores. Otro tanto podríamos argumentar sobre el trabajo de Broué (a quien Service tilda de “idólatra”), que fue uno de los investigadores más calificados para escribir la biografía de Trotski, tema al que dedicó más de treinta años de estudio. Por otra parte, en sus últimos años, Broué contribuyó significativamente al conocimiento de los trotskistas en la URSS y su exterminio por el aparato estalinista en los años treinta. Si Service hubiese mitigado sus prejuicios ideológicos, podría haber aprovechado mejor estos trabajos y, por ende, habría evitado cometer los no pocos errores y dislates que su obra presenta.

Tanto en la introducción como en el último capítulo de su biografía, Robert Service sostiene que Trotski fue rehabilitado políticamente en la URSS, bajo la administración de Gorbachov. Ésta es otra afirmación falsa. Trotski nunca fue rehabilitado en la Unión Soviética. Durante la perestroika se recuperó su memoria como parte de un proceso de revisión crítica de la historia oficial. En otro orden, a Trotski y a su hijo Lev Sedov nunca se los rehabilitó jurídicamente en la URSS de los cargos infames que constaban en el pliego acusatorio de los Procesos de Moscú.

Al narrar la vida de Trotski, Service incurre en un grave error cuando sostiene que hasta los 23 años su nombre era Leiba Bronstein y que mudó de identidad, cuando decidió que se le conociera como Lev Trotski. Todos los documentos y estudios biográficos certifican que su nombre era ruso: Lev –que era como se llamaba su abuelo paterno–. Esta distorsión onomástica obedece al propósito de subrayar las raíces judías del personaje, origen que, según Service, Trotski se interesó en ocultar durante toda su carrera revolucionaria. Los argumentos expuestos en abono de esta tesis resultan inconsistentes.

La animadversión hacia el protagonista de esta biografía resalta desde los primeros párrafos. Es cierto que Service destaca las cualidades de Trotski en tanto excepcional orador y escritor (dotes que son sobradamente conocidas); pero sobre cualquier reconocimiento se superponen los juicios desaprobatorios. Las sombras oscurecen el relato. Este autor no sólo recalca los errores políticos de Trotski, sino que pretende erosionar su imagen histórica. Indudablemente, se trata de la biografía más hostil que se haya escrito de Trotski desde una ideología liberal conservadora. Para ello, Service juzga moralmente todos aquellos episodios de su vida que, a su entender, expresaron una conducta deshonesta. Así, afirma que en 1902 Trotski planeó el abandono de su primera esposa, Alexandra Sokolovskaia, y de sus dos pequeñas hijas en Siberia para huir a Europa (este juicio no es original, puesto que, de manera similar, lo expresó el historiador ruso, Dmitri Volkogonov). Silencia el hecho de que el plan de evasión fue decidido de común acuerdo y secundado en su realización por la propia Sokolovskaia.

En la narración abundan los juicios retrospectivos y los epítetos deshonrosos, acompañados de ordinario de comentarios vitriólicos. De este modo, al ocuparse de la etapa inicial de Trotski como activista revolucionario lo califica de “matón intelectual”, y, en relación con su actividad política ulterior, le endilga los adjetivos de demagogo y oportunista. Con un criterio sensato y honesto, Service debió presentar a Trotski sobre la base de hechos comprobados y no introducir juicios personales para desacreditar la reputación del biografiado. En este sentido, su obra puede ser considerada como una muestra de lo que un investigador no debe hacer cuando aborda una biografía.

Insiste en resaltar de la personalidad de Trotski su carácter profundamente egocéntrico, su concepción utilitaria de las relaciones humanas y hasta “su falta de humanidad”. Para ello se apoya en ciertos testimonios (como las memorias de Grigori Ziv, de las no hace la pertinente crítica como fuente histórica), y deja de lado otros que atestiguan aspectos distintos. El estudio de Service carece de los matices necesarios para una adecuada caracterización psicológica de la compleja personalidad de Trotski.

Resulta objetable que en más de un capítulo sostenga que para Trotski, con tal de que se llevara a cabo la revolución mundial, no importaba el coste humano. Para sustentar esta aserción, extrae de su contexto una expresión de Trotski de inicios de la década de 1920 citada por el norteamericano Max Eastman, quien entonces era su simpatizante.

De manera mezquina, Service pretenda menguar la originalidad intelectual de algunas de sus concepciones revolucionarias, y le resta veracidad a su obra historiográfica y méritos a sus análisis de la política mundial en los años treinta. De otra parte, no trata con suficiencia las pseudo acusaciones por las que Trotski fue deportado de la URSS; tampoco el carácter monstruoso de los juicios espectáculo de Moscú, ni destaca la importancia que Trotski le asignó a la realización del Contraproceso en México.

Los capítulos dedicados a la lucha entre la Oposición y la dirección del Partido contienen serias limitaciones de perspectiva y carecen de profundidad. Service expone parcial e insustancialmente las demandas y los planteamientos de la Oposición de Izquierda y, más tarde, de la Oposición Unida. Busca atenuar las diferencias entre la Oposición y el Politburó. No presta la importancia debida a la burocratización de los órganos del poder soviético; limita su explicación al nivel de la lucha de personalidades. Claramente su juicio favorece a Stalin. De esta manera, opina que “mientras Trotski había izado la bandera del fraccionalismo Stalin había trabajado con solidez y lealtad en pro de la dirección en ascenso del partido”. Critica las invectivas de Trotski al secretario general del Comité Central del Partido, pero no comenta negativamente las acciones de Stalin en contra de su rival. Todo lo expuesto por Service acerca de la lucha en el Partido puede considerarse como un retroceso en el estado de la información histórica desde los trabajos de E.H. Carr.

No obstante, proporciona información detallada en el terreno de la petite histoire: el gusto de Trotski por vestir con elegancia; sus dolencias; los rumores acerca de sus devaneos con la escultura británica Clare Sheridan (la descripción que ofrece de ese pretendido encuentro íntimo resulta cómica) y la revolucionaria Larisa Reissner; las direcciones de las casas donde moró; los nombres de sus canes; etc.

Por otro lado, es positivo de la obra de Service que, con respecto a otras biografías, haya tratado con más detenimiento del círculo familiar de Trotski, aunque la manera de enfocar sus relaciones familiares –sobre todo con sus hijos–, no sea siempre la más adecuada (de los descendientes de Trotski confunde más de una vez a Lev y Serguei, y a Zina y Nina).

La finalidad de Service es develar las presuntas contradicciones de Trotski para desacreditarlo políticamente y sostener que sus ideas y prácticas sirvieron de fundamento al estalinismo; que Trotski compartía con Stalin una concepción autoritaria de la política y que sus posiciones eran similares en cuanto al empleo del terror en la edificación de un nuevo orden social. De ahí que afirma: “Estaba cerca de Stalin tanto en intenciones como en prácticas”. Y plantea que si Trotski hubiese asumido el gobierno de la Unión Soviética “los riesgos de un baño de sangre en Europa se habrían incrementado de forma drástica”.

El trabajo de Service revela su falta de probidad académica: está parcializado y es engañoso. Contiene una serie de presunciones sesgadas, ofrece versiones inexactas e incompletas sobre varios episodios (como en el asalto armado a la casona de Trotski, en mayo de 1940, y en el atentado definitivo, tres meses después); además evidencia su falta de ahondamiento en la materia y la comisión de errores fácticos, de juicio y hasta de cronología (como en la fecha del desenlace de la revolución alemana de 1923; el año del fallecimiento de Natalia Sedova, la viuda de Trotski; el año del nacimiento de Esteban Volkov, su nieto; etcétera). Hay, pues, patente negligencia en la investigación. La exactitud en historia no es una virtud, sino un deber.

Con respecto a los innumerables puntos de vista cuestionables y errores que presenta esta biografía es mucho lo que se podría rebatir. Algunos críticos han señalado sus principales fallos; de manera que no insistiré más sobre ello. Sin embargo, he de añadir como cuestionamiento a la práctica de Service que este historiador inventa lo que desconoce: otra modalidad de falsificación. A este respecto, aduciré, por vía de ejemplo, que en el capítulo 13 de la tercera parte relata acerca de la expulsión de Trotski del territorio soviético: “Trotski, con majestuosidad, se erguía en la barandilla [del vapor Illich] cuando abandonaban el puerto [de Odesa]. Con su abrigo del Ejército Rojo, agitó la gorra militar para saludar y permitió que un fotógrafo captara su gesto con la cámara”. En realidad, la imagen descrita (de la que también existe una breve filmación) corresponde a los años de la Guerra Civil, etapa en la que Trotski –como es sabido–desempeñaba el cargo de Comisario de Guerra; de ahí su indumentaria militar. Si Service hubiera leído más atentamente sobre las circunstancias en que Trotski fue exiliado sabría que su embarque en Odesa ocurrió en las primeras horas de la madrugada del 11 de febrero de 1929, en medio de una helada. De manera que, en esas condiciones de tiempo, una situación como la descrita resultaba imposible. Además, la fotografía aludida fue captada en el día.

De otra parte, haré referencia a dos graves insinuaciones. Service desliza la posibilidad de que Lev Sedov, en oposición a los argumentos de su padre, sí considerase el asesinato de Stalin. Y lo expone en estos términos basándose en la declaración impugnable de Mark Zborowski, agente estalinista que era el asistente principal de Sedov y en quien recaen las principales sospechas de su asesinato. La posición de Sedov en este asunto era muy clara: en idéntico sentido a lo profesado por Trotski, condenaba el terrorismo individual y escribió que el asesinato de un dirigente no podía cambiar la correlación de fuerzas sociales en el proceso revolucionario; así lo manifiesta en su obra El Libro Rojo sobre el proceso de Moscú (1936). En otro capítulo, Service le otorga crédito al asesino de Trotski, Ramón Mercader, cuando en la confesión escrita que entregó luego de ser arrestado acusaba a Trotski de haber engañado al Gobierno mexicano, ya que –a juicio del historiador británico–, “tenía las esperanzas puestas en una revolución en el país”. Acerca de este hecho es destacable la confusión (o deformación consciente) de Service. Por el contrario, Trotski respetó las condiciones impuestas a su residencia en México cuando el Gobierno de Lázaro Cárdenas le concedió asilo político: cumplió escrupulosamente su compromiso de no intervenir en los asuntos internos nacionales. Asimismo, no participó en las actividades de la sección mexicana de la Liga Comunista Internacionalista –organización política del trotskismo en México–. Ello no obstó a Trotski de reflexionar, desde una óptica revolucionaria, sobre la realidad política mexicana y latinoamericana, análisis que expuso en un conjunto de escritos publicados entre 1937 y 1940.

En otro orden de cosas, las inexactitudes no sólo atañen al texto, sino también a las imágenes. De las 38 fotografías publicadas, tanto en la edición inglesa como en la española, cinco de ellas no corresponden a los personajes identificados ni a los lugares y años que se indican (esto se observa en las fotos 6, 20, 22, 24 y 26).

En conclusión, la lectura de esta obra es del todo desaconsejable; con mayor razón, para los que recién se inician en el estudio de la vida de Trotski.

Un factor a considerar en la valoración de una obra de historia es su trascendencia. En el campo de la biografía de Trotski, por ejemplo, la obra de Isaac Deutscher sigue siendo consultada y reeditada. ¿La biografía escrita por Robert Service pasará la prueba del tiempo? Por todas las observaciones expuestas y por tratarse de un trabajo pseudo académico que sirve a fines extrahistóricos, ciertamente creemos que no.



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