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Los orígenes de la teoría de la revolución permanente: nueva evidencia documental

por Daniel Gaido

Este artículo se basa en un libro sobre la teoría de la revolución permanente que publicamos recientemente junto con el profesor Richard B. Day de la Universidad de Toronto, titulado Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record (Brill, 2009). Antes de la publicación de este volumen existía una brecha de más de medio siglo en la historiografía, entre el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, escrito por Marx y Engels a fines de marzo de 1850, y el libro de León Trotsky Resultados y Perspectivas, escrito en la cárcel en los primeros meses de 1906. Trotsky fue el defensor más brillante de la revolución permanente desde la primera revolución rusa en 1905, pero de ninguna manera el único. Los documentos que reunimos en este volumen, la mayor parte de ellos traducidos por primera vez al inglés del alemán y del ruso, demuestran que Trotsky fue uno de varios participantes en un debate internacional que tuvo lugar entre 1903 y 1907, y que implicó a numerosos teóricos marxistas europeos de primera línea, tales como Karl Kautsky, Rosa Luxemburg, Franz Mehring, David Riazanov y Parvus (Alexander Israel Helphand).

En el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, Marx y Engels hacen un balance de la experiencia revolucionaria en Alemania desde marzo de 1848, y llegan a la conclusión de que es necesario delimitar políticamente a la clase obrera de la pequeña burguesía democrática. La burguesía liberal alemana había traicionado a las clases populares en 1848, aliándose con los monarcas y la burocracia por temor a una insurrección obrera –un temor inspirado ante todo por el ejemplo del proletariado parisino en febrero de 1848. Marx y Engels prevén que durante la próxima ola revolucionaria los pequeños burgueses democráticos jugarán un rol igualmente pérfido. Fijan, por lo tanto, la siguiente tarea para la Liga de los Comunistas:

“La actitud del partido obrero revolucionario ante la democracia pequeñoburguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el partido obrero; marcha contra ella en todos los casos en que la democracia pequeñoburguesa quiere consolidar su posición en provecho propio”.

Y continúan:

“Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente que puedan… nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta poner fin a la dominación de las clases más o menos poderosas, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo… Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”.

Exhortan a sus seguidores a “establecer una organización propia del partido obrero, a la vez legal y secreta para asegurar la independencia política del proletariado y a crear una situación de doble poder”[1]. A tal fin, llaman al armamento del proletariado y a su organización independiente como milicias obreras, a la presentación de candidatos obreros junto con los candidatos burgueses democráticos, a la confiscación sin indemnización de las fábricas y de los medios de transporte por el Estado, a la adopción de impuestos confiscatorios sobre el capital y al no pago de la deuda pública. Y concluyen diciendo:

“Los obreros alemanes harán su máxima aportación a la victoria cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeñoburgueses les aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado. Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente”[2].

En una carta enviada un año más tarde a Engels, Marx resume de la siguiente manera el contenido de ese famoso documento: “El Mensaje a la Liga que escribimos conjuntamente [no era] en el fondo sino un plan de campaña contra la democracia”[3].

Engels va a advertir nuevamente a la socialdemocracia alemana sobre el peligro de una contrarrevolución democrática poco después de la muerte de Marx. El 11 de diciembre de 1884 envía una carta a August Bebel recordándole que durante una situación revolucionaria la “democracia pura” puede transformarse en la tabla de salvación (letzter Rettungsanker: “último recurso”) de las clases dominantes. De marzo a septiembre de 1848 “toda la masa feudal-burocrática” había apoyado a los Liberales para mantener oprimidas a las masas revolucionarias. Engels le recuerda al líder obrero alemán que “nuestro único oponente el día de la crisis y al día siguiente será la reacción global agrupada alrededor de la democracia pura, y esto no debe perderse de vista”[4].

Esta contraposición tajante entre la democracia y el gobierno socialista obrero fue duramente criticada, poco después de la muerte de Engels, por su ex-discípulo Eduard Bernstein durante la famosa controversia revisionista. En su libro Las precondiciones del socialismo y la tareas de la socialdemocracia (1899), Bernstein critica, en un apartado significativamente titulado “Las trampas del método dialéctico-hegeliano” a “las circulares del marzo y junio de 1850” que “proclamaban la ‘revolución permanente’ como la política del proletariado revolucionario”, describiendo esta política como un vestigio de putschismo blanquista. En su opinión, el “terrorismo proletario” tendría consecuencias meramente destructivas desde el primer día en que fuera “puesto en acción contra la democracia burguesa” y, por lo tanto sus efectos serían “política y económicamente reaccionarios”. Bernstein contrapone una política de reformas graduales, obtenidas a través del parlamento y de los sindicatos, a lo que denomina “la sobreestimación del poder creativo de la violencia revolucionaria para la transformación socialista de la sociedad moderna”, cuyo origen atribuye a la influencia de “la dialéctica hegeliana de las contradicciones” sobre Marx y Engels[5].

Esta acusación fue refutada por Franz Mehring, el historiador oficial de la socialdemocracia alemana y más tarde autor de una famosa biografía de Marx, quien indicó que, cuando la revolución estalló en marzo de 1848, Marx y Engels esperaban que se abriera un ciclo revolucionario que duraría décadas, como sucedió durante la revolución inglesa del siglo XVII y la francesa del siglo XVIII.

“Pero [dice Mehring] muy pronto se volvió evidente que la burguesía alemana difería de la inglesa y de la francesa en un punto esencial: en el hecho de que, por su temor ante la clase obrera incomparablemente más desarrollada del siglo XIX, estaba dispuesta en todo momento a poner fin a la revolución, aun al precio de hacer vergonzosas concesiones al absolutismo y al feudalismo. De esto resultaba un cambio en la táctica de la clase obrera, y ya en marzo de 1849 Marx y sus simpatizantes más cercanos se retiraron de los comités de distrito democráticos en Colonia, porque, ante las debilidades y traiciones de la burguesía, se hacía necesaria una unión más estrecha de las asociaciones obreras entre sí [...] Subsecuentemente la lastimosa cobardía de la burguesía alemana se volvió aún más evidente, y así se explica la circular de marzo de 1850 con sus instrucciones detalladas sobre cómo, ante el inminente recrudecimiento de la revolución, los comunistas tenían que hacer uso de todos los medios para hacer “permanente” la revolución”.

Cuando la mejora en las condiciones económicas condujo a un reflujo de la ola revolucionaria en el otoño de 1850, Marx y Engels “prefirieron aceptar la disolución de la Liga de los Comunistas antes que ceder ante el putschismo blanquista, es decir ante la verdadera ‘creencia milagrosa en el poder creativo de la violencia’” que Bernstein había atribuido a Marx[6]. En un artículo escrito durante la revolución de 1905 y publicado en ruso en Nachalo, el periódico editado por Trotsky y Parvus, Mehring afirmó que la nueva táctica adoptada por Marx y Engels en marzo de 1850 era perfectamente aplicable a las condiciones rusas, alegando que “es precisamente mediante la revolución permanente que la clase obrera rusa debe responder al clamor burgués por ‘paz a cualquier precio’ con la autocracia zarista”[7].

La primera persona en introducir el concepto de revolución permanente dentro de la socialdemocracia rusa fue el historiador (y más tarde también biógrafo de Marx y Engels) David Riazanov. En un largo comentario de 302 páginas al bosquejo de programa del grupo que editaba Iskra –que incluía tanto a Lenin como a Plejánov– Riazanov anticipó en gran medida los argumentos desarrollados por Trotsky tres años más tarde en Resultados y perspectivas. Si en Alemania la teoría de la revolución permanente estuvo íntimamente ligada a la crítica de la democracia burguesa, en Rusia el énfasis fue puesto en la transición directa de una revolución democrático-burguesa a una revolución socialista. Este énfasis en la dinámica revolucionaria peculiar de los países atrasados surge incorporando al discurso marxista ruso ideas populistas (Narodniks), desarrolladas en particular por Nikolai Chernyshevsky, el líder del movimiento revolucionario de la década de 1860, y por dos así llamados “populistas legales” (es decir, autores de obras publicadas con la aprobación de la censura zarista): Nikolai Danielson (cuyo seudónimo era Nikolai-on) y V. P. Vorontsov. Todos estos autores resaltaron los así llamados “privilegios del atraso”, es decir, la posibilidad de que los países históricamente rezagados no copien mecánicamente todos los estadios de desarrollo de los países avanzados sino que, aprendiendo de su experiencia, salten etapas históricas y experimenten un desarrollo económico y social acelerado[8].

En su crítica al programa de Iskra Riazanov retoma por primera vez estos argumentos e intenta aplicarlos al análisis de lo que él denomina “las características especiales de Rusia y las tareas de los socialdemócratas rusos”, formulando una teoría preliminar de la revolución permanente[9]. Si la Rusia “atrasada” podía iniciar el despertar revolucionario de Europa, era imprescindible entender cómo un país “campesino”, que de todas las potencias capitalistas principales era la menos desarrollada, podía saltar de la asfixia de las instituciones semifeudales a una revolución que despejaría el camino hacia un futuro socialista. Riazanov respondió con el argumento audaz de que Rusia era una excepción al “patrón normal” de evolución del feudalismo al capitalismo y de allí al socialismo.

En El proyecto de programa de “Iskra” y las tareas de los socialdemócratas rusos, Riazanov exploró sistemáticamente las “peculiaridades” de la historia de Rusia, al igual que Trotsky lo haría casi tres décadas más tarde en su Historia de la Revolución Rusa. Riazanov observó que, a diferencia de Europa occidental, en Rusia había surgido un movimiento social-revolucionario autóctono que coincidió con el surgimiento del capitalismo. Dado que el capitalismo ruso había sido en gran parte financiado por las importaciones de capital y en ese sentido había sido trasplantado de Europa occidental, la burguesía nacional rusa era demasiado débil para ofrecer una oposición liberal efectiva a la autocracia. Y la combinación de un desarrollo capitalista acelerado con el liberalismo impotente, necesariamente transformaba a los trabajadores organizados en responsables por el futuro revolucionario de Rusia. La esterilidad política de la burguesía rusa hacía que la principal tarea de los socialdemócratas fuera, según Riazanov, “impulsar la revolución hacia adelante, y llevarla hasta sus últimas consecuencias. El lema de la actividad socialdemócrata es la revolución en permanencia –no el ‘orden’ en lugar de revolución, sino la revolución en lugar del ‘orden’”[10].

Vemos que Riazanov efectivamente anticipó los argumentos principales que León Trotsky posteriormente incorporó a su famoso libro Resultados y perspectivas, que ha sido considerado tradicionalmente como la declaración inicial y definitiva de la teoría de la revolución permanente. En un segundo documento, escrito tres años más tarde y también incluido en nuestro libro, Riazanov sacó las últimas consecuencias de este argumento:

“Concentrando todos sus esfuerzos en completar sus propias tareas, el proletariado al mismo tiempo se acerca al momento en que el problema no será la participación en un gobierno provisional, sino la toma del poder por la clase obrera y la conversión de la ‘revolución burguesa’ en un prólogo directo a la revolución social”[11].

Un famoso camarada de Trotsky, Parvus (seudónimo de Alexander Israel Helphand), fue la inspiración inmediata para su evaluación de la dinámica de la revolución rusa. En nuestro libro hemos incluido dos textos clave de Parvus: su introducción al folleto de Trotsky Antes del 9 de enero (que tradujimos junto con el folleto mismo), y un artículo titulado “Nuestras tareas”, fechado el 13 de noviembre de 1905.

En “¿Qué se logró el 9 de enero?” Parvus habla con desdén de los liberales rusos, que tenían nociones exageradas de su propia influencia y de su apoyo popular. En Europa, el liberalismo había florecido en el contexto de la vida urbana y del comercio, pero el liberalismo ruso fue una idea importada con raíces poco profundas. Históricamente, la vida urbana de Rusia se parecía muy poco a la de Europa occidental: las “ciudades” eran sobre todo puestos administrativos de la autocracia, y el comercio que generaba el capitalismo moderno era apenas perceptible. La mayoría de las ciudades rusas eran meramente “bazares comerciales para la aristocracia de los alrededores y el campesinado”. Cuando las presiones extranjeras finalmente obligaron a Rusia a importar elementos de la modernidad capitalista, el proletariado industrial emergente se concentró en las grandes fábricas, saltando el estadio de la organización en guildas y de la manufactura.

Parvus creía que en la primera etapa de la revolución rusa las fuerzas opuestas del liberalismo y el socialismo podrían encontrar un terreno común, pero que el derrocamiento de la autocracia iniciaría una prolongada lucha política en la que se habrían de definir sus relaciones en términos de objetivos mutuamente contradictorios. Mientras que los liberales tratarían de conseguir el apoyo de la clase trabajadora para el constitucionalismo burgués, la obligación más importante de los socialdemócratas sería mantener la independencia política del proletariado y su compromiso con un programa socialista.

Los socialdemócratas debían hacer uso del apoyo de los liberales siempre que fuera posible, pero debían también prepararse para una prolongada lucha de clases e incluso para una guerra civil, en la cual la experiencia histórica de Europa occidental podía ser drásticamente abreviada y el proletariado ruso podía surgir como la vanguardia de la revolución socialista internacional.

El mayor peligro para la revolución era que los liberales, al descubrir su propia debilidad, se comprometieran con el zarismo en interés de preservar el “orden”. La conclusión ineludible era que sólo los trabajadores podrían completar el derrocamiento revolucionario del absolutismo. Los socialdemócratas se encontrarían entonces en el poder, o al menos ocuparían una posición mayoritaria en un gobierno revolucionario provisional con una agenda extraordinariamente compleja: por un lado, tendrían que institucionalizar la revolución y establecer las libertades constitucionales necesarias para la organización de los sindicatos y el partido de los trabajadores; por el otro lado debían comenzar, al mismo tiempo, a implementar las demandas de la clase trabajadora que inevitablemente cercenan la propiedad privada de los medios de producción. La visión Parvus era impresionante por su audacia, pero también dejó profundas cuestiones sin respuesta: ¿hasta qué punto un gobierno obrero en Rusia se vería obligado por su propia misión a avanzar en la dirección del socialismo, y hasta qué punto podía avanzar antes de ser finalmente derrocado por la reacción?[12]

Los líderes de la socialdemocracia rusa se dirigirían una y otra vez a sus camaradas en el extranjero para intentar responder a estas preguntas, y sobre todo al “Papa” de la Segunda Internacional, Karl Kautsky, quien desempeñó un rol fundamental en el renacimiento de la teoría de la revolución permanente durante el período 1902-1907. Es interesante constatar lo que escribió Trotsky al respecto en 1922:

“Los conflictos de ideas relativos al carácter de la revolución rusa rebasaron desde un comienzo los límites de la socialdemocracia rusa, alcanzando a los elementos avanzados del socialismo mundial. La forma en que los mencheviques concebían la revolución fue expuesta a conciencia, es decir, en toda su vulgaridad, por el libro de Cherevanin [Das proletariat und die russische Revolution]. Los oportunistas alemanes adoptaron en seguida esta perspectiva. A propuesta de Kautsky, hice la crítica de este libro en Die Neue Zeit. Entonces Kautsky se mostró totalmente de acuerdo con mi apreciación. También él, como el fallecido Mehring, se adhería al punto de vista de la ‘revolución permanente’. Ahora Kautsky quiere unirse retrospectivamente a los mencheviques. Pretende reducir su pasado al nivel de su presente. Pero esta falsificación, exigida por las inquietudes de una conciencia teórica que no se encuentra demasiado limpia, está al descubierto gracias a la existencia de documentos impresos. Lo que Kautsky escribió en aquella época, lo mejor de su actividad literaria y científica (la respuesta al socialista polaco Luśnia, los estudios sobre los obreros norteamericanos y rusos, la respuesta a la encuesta de Plejánov sobre el carácter de la revolución rusa, etc.), todo esto fue y sigue siendo una implacable refutación del menchevismo y una vindicación teórica de la táctica revolucionaria adoptada más tarde por los bolcheviques, a la que los estúpidos y renegados, con el Kautsky de hoy a la cabeza, acusan ahora de ser aventureros, demagogos y bakuninistas”[13].

En Witnesses to Permanent Revolution hemos incluido todos aquellos textos a los que alude Trotsky, un tanto crípticamente, en el prólogo a la edición rusa de 1922 de su libro 1905. La “Respuesta al socialista polaco Luśnia” fue escrita por Kautsky como réplica a una crítica de su libro de Die Soziale Revolution realizada por el líder socialista polaco Michał Luśnia (Kazimierz Kelles-Krauz). Luśnia fue el teórico más importante del Partido Socialista Polaco (PPS), que era el principal rival del Partido Social Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL), liderado por Rosa Luxemburg y Leo Jogiches. La respuesta de Kautsky fue serializada en Die Neue Zeit, el órgano teórico de la socialdemocracia alemana, en febrero de 1904. En esta serie de artículos Kautsky desarrolla dos ideas principales.

Primero, contra el argumento de Luśnia de que Rusia no estaba aún madura para una revolución, y que por ende la lucha contra la reacción en Europa oriental pasaba por apoyar la independencia de Polonia, Kautsky sostiene (como ya lo había hecho el año anterior en su artículo “Los eslavos y la revolución”, también incluido en nuestro libro), que el centro revolucionario se había desplazado a Rusia. Impresionado por el heroísmo de la tradición populista, y convencido de que el emergente proletariado de Rusia se levantaría contra un régimen que saqueaba al país al servicio del capital extranjero, Kautsky pensaba que el centro de la actividad revolucionaria se desplazaba a Europa Oriental, y que las tormentas políticas que se avecinaban en Rusia podrían revitalizar la socialdemocracia alemana. “En relación a Europa occidental, Rusia hace tiempo que dejó de ser meramente un baluarte de la reacción y del absolutismo”, concluía Kautsky. “Hoy en día, lo contrario es probablemente más cercano a la verdad”[14].

Segundo, en su respuesta a Luśnia, Kautsky desarrolla la idea de que, una vez que el partido proletario se haga con el poder político, la lógica objetiva de su situación lo obligará a empezar a aplicar un programa socialista. Afirma textualmente que “allí donde el proletariado ha conquistado el poder político, la producción socialista aparece como una necesidad natural…. Sus intereses de clase y la necesidad económica lo fuerzan a adoptar medidas que conduzcan a la producción socialista”[15]. El impacto de estos argumentos sobre Trotsky fue enorme: en lugar del determinismo económico tradicional, según el cual las fuerzas productivas en Rusia no estaban suficientemente desarrolladas como para permitir la realización de tareas socialistas, Kautsky plantea que la dinámica de la lucha de clases va a obligar a la clase obrera, cuando se haga con las riendas del poder político, a implementar medidas económicas de carácter socialista. En nuestro libro incluimos la introducción de Trotsky a los escritos de Marx sobre la Comuna de París, donde la influencia de Kautsky es particularmente evidente[16]. Pero también Rosa Luxemburg revindicó la respuesta de Kautsky a Luśnia como ejemplo de los escritos de su período revolucionario, que ella contraponía a los análisis equívocos de su período centrista que comienza en 1910[17].

Entre los escritos de Kautsky que Trotsky no menciona, pero que consideramos pertinentes para el tema de nuestro libro, cabe mencionar su introducción a la edición polaca del Manifiesto Comunista, publicada por primera vez en 1903. Este escrito es importante porque incluye una larga cita del Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de marzo de 1850 y hace mención explícita a “una revolución burguesa que, al convertirse en permanente, va más allá de sus propios límites y se transforma en una revolución proletaria”[18].

Más interesante todavía es el artículo “Las consecuencias de la victoria japonesa y la socialdemocracia”, escrito en julio de 1905, donde Kautsky utiliza la expresión “revolución en permanencia” en ocho ocasiones. Una sola cita bastará para mostrar en qué medida Trotsky se apoyó en Kautsky cuando escribió Resultados y perspectivas un año más tarde, en el verano de 1906:

“La revolución en permanencia es precisamente lo que los trabajadores de Rusia necesitan. La revolución ya ha madurado y crecido enormemente en fuerza, especialmente en Polonia. En pocos años podría convertir a los obreros rusos en una tropa de élite, tal vez en la tropa de élite del proletariado internacional; una tropa que unirá a todo el fuego de la juventud con la experiencia de una praxis de lucha histórico-mundial y con la fuerza de un poder dominante en el Estado. Tenemos todas las razones para esperar que el proletariado ruso llegará a la revolución en permanencia o, para decirlo en términos burgueses, al caos y a la anarquía, y no en al gobierno fuerte que el señor Struve y sus amigos liberales están deseando”[19].

El artículo “Vieja y nueva revolución”, escrito para un folleto conmemorando el primer aniversario del “Domingo sangriento”, es también notable por su comparación de la dinámica de clases de la revolución inglesa, francesa y rusa. Según Kautsky, en términos de su violencia y su alcance, la revolución rusa de 1905 se podía comparar con las revoluciones de Inglaterra en 1648-9 y de Francia en 1789, pero más allá de los parecidos superficiales existían diferencias fundamentales que transformaban a los acontecimientos en Rusia en un nuevo tipo de revolución. En primer lugar, el proletariado era ahora el motor principal de la revolución, no la pequeña burguesía; en segundo lugar, los campesinos –como en Francia, pero no en Inglaterra– demandarían la confiscación de los latifundios y, posteriormente, defenderían la revolución contra todo intento de restaurar la aristocracia terrateniente, y por último, dada la interdependencia del capitalismo moderno, la revolución rusa necesariamente daría lugar a luchas revolucionarias en todo el resto de Europa. La revolución inglesa fue “un evento puramente local”; la revolución francesa, aunque convulsionó a toda Europa, terminó en el régimen militar de Napoleón, pero la revolución rusa prometía “inaugurar una era de revoluciones europeas que terminará con la dictadura del proletariado allanando el camino para el establecimiento de una sociedad socialista”[20].

Es importante resaltar esta vindicación que Kautsky hace, en diciembre de 1905, de la dictadura del proletariado, ya que su oposición a esta consigna será, después de octubre de 1917, el leitmotiv de su campaña en contra del régimen bolchevique. Vemos que no sin razón Trotsky contraponía a su maestro de la primera revolución rusa con el renegado que denunciaba a la revolución de octubre como una aventura anarquista.

La respuesta de Kautsky a la encuesta de Plejánov sobre el carácter de la revolución rusa, titulada “Las fuerzas motrices de la revolución rusa y sus perspectivas”, responde a tres preguntas planteadas por Plejánov a un número de socialistas extranjeros a fines de 1906: 1) ¿Cuál es el “carácter general” de la revolución rusa: burguesa o socialista? 2) ¿Cuál debe ser la actitud de los socialdemócratas hacia los demócratas burgueses?, y 3) ¿Debería el partido socialdemócrata ruso apoyar a los partidos de oposición en las elecciones de la Duma? El cuestionario de Plejánov fue respondido por los dirigentes italianos Turati y Ferri, por los franceses Lafargue, Vaillant y Milhaud (un asociado de Jaurès), por el belga Vandervelde y por el marxista británico Harry Quelch –es decir, por una selección bastante representativa del socialismo de Europa occidental. Sus respuestas no fueron idénticas, pero más o menos equivalían a la misma cosa, a saber: un apoyo cauteloso para el punto de vista menchevique. Todos pensaban que la revolución rusa no podría ser socialista, sino a lo sumo una revolución burguesa con elementos socialistas. Todos ellos consideraban que el boicot a la Duma era un error, y que la cooperación con la oposición burguesa en cualquier forma era esencial. Hubo, sin embargo, una excepción importante, y ésta fue Kautsky. Trotsky consideró la respuesta de Kautsky a Plejánov como un aval a su propia teoría de la revolución permanente. En una carta dirigida al mismo Kautsky, Trotsky afirmó que Las fuerzas motrices de la revolución rusa y sus perspectivas eran “la mejor exposición teórica de mis propios puntos de vista”[21]. Lenin, por su parte, también describió la respuesta de Kautsky como “una vindicación brillante de los principios fundamentales de la táctica bolchevique”, que se centraba, a diferencia de la táctica de Trotsky en la “dictadura democrática” del proletariado y campesinado. Lenin llegó a afirmar que “el bolchevismo ganó su mayor victoria ideológica en la socialdemocracia internacional con la publicación del artículo de Kautsky sobre las fuerzas motrices de la revolución rusa”[22]. El hecho de que Trotsky y Lenin pudieran ambos afirmar que Kautsky había refrendado sus posiciones se debía a ciertas ambigüedades en la formulación de su respuesta a Plejánov. Kautsky no deseaba acentuar las diferencias entre los socialdemócratas rusos sobre el papel potencial del campesinado. Dejó en claro, sin embargo, que en su opinión, dada la correlación de fuerzas de clase en la sociedad rusa, un bloque de los trabajadores con los “cadetes” liberal-burgueses, como el que propugnaba Plejánov, estaba fuera de cuestión. La reforma agraria era el corazón de la revolución democrática, y la burguesía nunca apoyaría la confiscación de los latifundios sin indemnización. La pequeña burguesía urbana, a su vez, era demasiado débil para desempeñar el papel que había asumido en la Comuna de París durante la revolución francesa. En consecuencia, los trabajadores socialdemócratas se verían obligados a tomar el poder junto con los campesinos, y a partir de allí toda una serie de posibles variantes podían desarrollarse de acuerdo con la extensión de la guerra campesina y la propagación de la revolución más allá de las fronteras de Rusia.

En general, creemos que el argumento de Kautsky prestaba más apoyo a la fórmula de Trotsky sobre la “dictadura del proletariado apoyada en el campesinado” que a la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” de Lenin. Nuestra edición de la respuesta de Kautsky al cuestionario de Plejánov incluye, por primera vez en inglés, una traducción de los pasajes un libro de Trotsky titulado En defensa del partido, publicado en 1907, donde éste se refiere en repetidas ocasiones al trabajo de Kautsky como una vindicación de sus puntos de vista sobre la revolución permanente expuestos en el libro Resultados y perspectivas. Esto debería ayudar a superar la visión estereotipada de Kautsky como un apóstol del quietismo y un reformista envuelto en fraseología revolucionaria. Este punto de vista –un exceso de generalización a partir de la polémica de Kautsky con los bolcheviques después de 1917– fue desarrollado por el filósofo de ultra-izquierda Karl Korsch en su respuesta al trabajo de Kautsky, Die materialistische Geschichtsauffassung (1927) y se estableció en los círculos académicos después de la publicación del libro de Erich Matías, Kautsky und der Kautskyanismus[23]. El biógrafo principal de Kautsky, Marek Waldenberg, ofrece abundante material para refutar esta tesis, que no fue compartido ni por Lenin ni por Trotsky, quienes siempre recomendaron los escritos del período revolucionario de Kautsky[24]. Los “estudios sobre los obreros norteamericanos y rusos”, mencionados por Trotsky, según el título de la traducción rusa, como una vindicación de la teoría de la revolución permanente son una serie de artículos publicados originalmente en Die Neue Zeit bajo el título El obrero norteamericano en febrero de 1906[25]. Este documento es la respuesta de Kautsky a un famoso ensayo del historiador alemán Werner Sombart titulado ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?, que ha sido traducido al castellano[26].

En términos conceptuales, la importancia de El obrero norteamericano de Kautsky radica en el hecho de que efectivamente cierra el debate sobre la revolución permanente para el período de la primera revolución rusa. Si bien Trotsky, con su retórica y su genio literario, fue quien plasmó la idea de la revolución permanente con mayor intensidad para sus contemporáneos y para las generaciones futuras en su famoso libro Resultados y perspectivas, fue Karl Kautsky quien respondió al enigma que planteó la referencia de Riazanov al “patrón normal” de evolución social.

¿Por qué no había socialismo en los Estados Unidos? La cuestión era importante.

Obviamente, desde el punto de vista político, había que abordarla. ¿Cuál era el futuro del socialismo, si no podía obtener una masa de seguidores en la clase obrera del país capitalista más avanzado? Además, había una cuestión teórica crítica que no podía ser ignorada. En Estados Unidos, el país capitalista más desarrollado, el socialismo parecía estar avanzando muy poco. Pero en Rusia, uno de los países donde el capitalismo estaba menos desarrollado, el socialismo avanzaba a pasos agigantados. ¿Cómo se podía explicar esta paradoja? Otra cuestión se suscitó. Si, como Marx había indicado, los países avanzados revelaban el “patrón” de desarrollo que los países menos desarrollados necesariamente reproducirían[27], ¿cuáles eran las consecuencias del patrón de desarrollo “no-socialista” del país más avanzado y potente del mundo?

Sombart, sacando conclusiones conservadoras, argumentó que Estados Unidos mostraba a Europa su futuro. Kautsky rechazó este análisis, afirmando que el error de Sombart fue abstraer las condiciones de Estados Unidos, de manera unilateral, de un conjunto complejo de relaciones económicas, sociales y políticas constituidas sobre la base del desarrollo global del capitalismo. Sombart no comprendía que el modelo de desarrollo con el que Marx era más familiar, el de Inglaterra, no había sido simplemente reproducido en otros países. La Inglaterra de la época de Marx poseía la industria más desarrollada. Pero el avance del capitalismo industrial genera las tendencias opuestas a la resistencia proletaria y su organización. Así, Inglaterra vio el surgimiento del cartismo, y más tarde, de los sindicatos y la legislación social. Pero este desarrollo no estableció un “patrón” universal.

La conclusión de Kautsky fue que no había ni podía haber una “vía única” de desarrollo social. Comparó la evolución histórica de Rusia, Inglaterra y Estados Unidos basándose en la idea de que el capitalismo mundial es la totalidad contradictoria que explica las particularidades necesarias de todas las partes. Dentro de este marco más amplio, no vio un “patrón” capaz de explicar de manera uniforme las relaciones de clase en términos abstractos de “niveles” de desarrollo capitalista. Por el contrario, sostuvo que “cada extremo puede estar presente en un país en la medida en que el extremo opuesto existe en otro país.” Rusia y Estados Unidos eran los extremos del capitalismo que en su conjunto presagiaban el futuro del socialismo mundial. En ambos, “uno de los dos elementos del modo capitalista de la producción es desproporcionadamente fuerte, es decir, más fuerte de lo que debería ser de acuerdo a su nivel de desarrollo: en Estados Unidos, la clase capitalista; en Rusia, la clase obrera”[28].

Finalmente, Kautsky rechazó toda idea de determinismo económico unilateral. El “espíritu” revolucionario era al menos tan importante como el movimiento mundano de la historia económica. Kautsky veía a Rusia como ejemplo de “romanticismo revolucionario”. Si la intelectualidad norteamericana se había vuelto espiritualmente insensible debido a su cooptación por el sistema capitalista, la intelligentsia rusa, en el extremo opuesto, aportaba a los obreros “la claridad teórica y la solidez de su impulso revolucionario”. En El obrero norteamericano Kautsky describe a este espíritu revolucionario como la fuerza decisiva detrás de la revolución rusa[29].

Last but not least, debemos mencionar el aporte de Rosa Luxemburg al debate sobre la teoría de la revolución permanente. En un artículo titulado “Después del primer acto”, publicado el 4 de febrero de 1905, Rosa Luxemburg fue la primera en hacer referencia en la prensa socialista de Europa occidental a una “situación revolucionaria en permanencia” en Rusia[30]. Luxemburg esperaba que la revolución llegara a ser permanente, no sólo en el sentido de abarcar todos los pueblos y regiones del imperio del zar, sino también en términos de infundir a un evento formalmente burgués con el contenido vital de la lucha proletaria consciente[31].

En otro documento incluido en nuestro libro, titulado “La revolución rusa” (20 de diciembre 1905), Rosa Luxemburg analiza cómo la revolución rusa estaba relacionada con la historia europea después de la revolución francesa de 1789. La idea básica es que una revolución de carácter dual en Rusia completaría la serie de las revoluciones burguesas inaugurada en 1789 y, al mismo tiempo, comenzaría una nueva ronda de revoluciones proletarias a escala internacional que llevaría al triunfo del socialismo. Así como la revolución francesa afectó toda la historia política del siglo XIX, Luxemburg esperaba que la revolución rusa tuviera una influencia similar sobre el siglo XX[32].

Finalmente, en su discurso ante el quinto congreso del socialdemócrata ruso, celebrado en Londres el 25 de mayo 1907, Rosa Luxemburg afirmó que los obreros rusos no podían contar ni con los liberales ni con los campesinos como aliados confiables. Sus únicos aliados de confianza eran los trabajadores de los otros países. El resultado final de la revolución rusa dependía, por lo tanto, del contexto internacional. En Resultados y Perspectivas, Trotsky había advertido que “abandonada a sus propias fuerzas, la clase obrera rusa sería destrozada inevitablemente por la contrarrevolución en el momento en que el campesinado se apartase de ella”[33]. Luxemburg compartía esta aprehensión. Añadió, sin embargo, que las derrotas temporales “son inevitables pasos históricos que están conduciendo a la victoria final del socialismo”. En vista de su trágico destino doce años más tarde, había una ironía profética en su conclusión: si bien no podía haber ninguna garantía de victoria, de nada serviría el líder de un ejército “que se lanza a la batalla sólo cuando sabe de antemano que la victoria está asegurada”[34].

El presente artículo fue publicado inicialmente en Herramienta web 7 (http://www.herramienta.com.ar/autores/gaido-daniel-fernando); lo reproducimos aquí con autorización del autor.


[1] “Al lado de los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubs o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático-burgueses no sólo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades tras las cuales se halla la masa entera de los obreros.” (Ver referencia más abajo).

[2] Karl Marx y Friedrich Engels, Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas (marzo de 1850), en Marx y Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1974, Tomo I, pp. 179-189.

[3] El original alemán dice: “Dies die von uns beiden verfasste ‘Ansprache an den Bund’ – au fond nichts als ein Kriegsplan gegen die Demokratie.” (Marx and Engels in Manchester [London], 13. July 1851. Marx und Engels, Werke, Berlin: Dietz Verlag, 1965, Band 27, p. 278.)

[4] Witnesses, p. 15.

[5] Eduard Bernstein, Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Sozialdemokratie, Stuttgart: J.H.W. Dietz Nachfolgolger, 1899, Zweites Kapitel. Der Marxismus und Hegelsche Dialektik. a) Die Fallstricke der hegelianisch-dialektischen Methode.

[6] Franz Mehring, “Die Revolution in Permanenz”, Die Neue Zeit, Vol. 24, No. 1 (November 1, 1905) 169-72. Cita tomada de Witnesses, p. 462.

[7] Franz Mehring, “Eine Nachlese”, Die Neue Zeit, 17 (2), 1899, p. 245.

[8] Sobre este tema ver el excelente libro de Andrzej Walicki, Populismo y marxismo en Rusia: La teoría de los populistas rusos, controversia sobre el capitalismo, Barcelona: Estela, 1971.

[9] Witnesses, p. 84.

[10] Riazanov, “The Draft Programme of ‘Iskra’ and the Tasks of Russian Social Democrats” (1903), en Witnesses, p. 131.

[11] Riazanov, “The Next Tasks of Our Movement” (September 1905), in Witnesses, p. 473.

[12] Parvus, What Was Accomplished on 9th January?, en Witnesses, pp. 251-272.

[13] León Trotsky, 1905, Buenos Aires: CEIP León Trotsky, 2006, p. 15.

[14] Witnesses, p. 64.

[15] Karl Kautsky, “Revolutionary Questions” (February 1904), citado de Witnesses, p. 199.

[16] León Trotsky, “Foreword to Karl Marx, Parizhskaya Kommuna” (December 1905), en Witnesses, pp. 497-520.

[17] Rosa Luxemburg, “Die Theorie und die Praxis” (Juni 1910). Witnesses, pp. 196-197.

[18] Karl Kautsky, “The Consequences of the Japanese Victory and Social Democracy” (July 1905), citado de Witnesses, p. 179.

[19] Karl Kautsky, “Old and New Revolution” (December 1905), en Witnesses, p. 536.

[20] Karl Kautsky, “Old and New Revolution” (December 1905), en Witnesses, p. 536.

[21] Carta de Trotsky a Kautsky, 11 de agosto de 1908, Kautsky Archive, International Institute of Social History, Amsterdam. Citado en Moira Donald, Marxism and Revolution: Karl Kautsky and the Russian Marxists, 1900-1924, New Haven: Yale University Press, 1993, p. 91.

[22] Lenin, The Agrarian Program of the Social Democracy in the First Russian Revolution, 1905-1907, en Collected Works, Vol. XIII, p. 353.

[23] Marek Waldenberg, Il papa rosso: Karl Kautsky, Roma: Editori Riuniti, 1980. 2 vols.

[24] Marek Waldenberg, Il papa rosso: Karl Kautsky, Roma: Editori Riuniti, 1980. 2 vols.

[25] Karl Kautsky, ‘Der amerikanische Arbeiter’, Die Neue Zeit, 24 (1), pp. 676-83, 717-27, 740- 52 y 773-87. Traducido al inglés en Witnesses, pp. 609-661.

[26] Werner Sombart, “¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?”, Reis: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, No. 71/72 (julio – diciembre 1995), pp. 277-370. Reeditado en junio 2009.

[27] “El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”. Karl Marx, El capital, Siglo XXI Editores, Tomo I, Prólogo a la primera edición, p. 4.

[28] Karl Kautsky, “The American Worker” (February 1906), en Witnesses, pp. 620-621.

[29] Witnesses, p. 642.

[30] Witnesses, p. 370.

[31] Rosa Luxemburg, “After the First Act”, en Witnesses, pp. 365-371.

[32] León Trotsky, Resultados y perspectivas, capítulo 9. Europa y la revolución.

[33] León Trotsky, Resultados y perspectivas, capítulo 9. Europa y la revolución.

[34] Witnesses, p. 566.



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