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Combatir la historia con los puños (a propósito del 67 aniversario del asesinato de Trotsky)

Todas las culturas han creado diversas formas de conciliar la objetividad de las circunstancias con los impulsos de la voluntad humana. Así lo atestigua la variedad de expresiones y saberes sobre el tema en distintas latitudes y momentos históricos. “Ayúdate y Dios te ayudará” dicen los creyentes. Laico y marxista, Gramsci hacía suya la frase de Roman Rolland, “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”, pero si nos transportamos al Japón del Siglo XVII, mundo que tiene poco y nada que ver con el nuestro, nos encontraremos con la recomendación de “creer en Buda y las divinidades pero no contar con ellos”.

Estos intentos, afines pero diferentes e incluso contrapuestos entre sí, parecerían abonar la hipótesis de que la necesidad de articular determinismo y voluntad no es solamente un problema teórico, sino sobre todo un problema práctico de alcance universal.

La misma problemática ha cruzado los debates teóricos y políticos en el marxismo.

Cuando Kyo Gisors, sin duda el personaje más atractivo de La Condición Humana de André Malraux discute con el enviado de la III Internacional que no hay que entregar las armas a Chang Kai Shek, argumenta que el marxismo no es sólo la afirmación de una fatalidad sino también la exaltación de una voluntad. Justamente entre esos dos polos oscilaron los debates del marxismo del siglo XX, frente al embate de corrientes ideológicas que cuestionaban por igual el “determinismo” como el “voluntarismo” del marxismo.

Más allá de las interpretaciones unilaterales, el marxismo ha aportado a la cultura de la humanidad, entre otras cosas, una manera de pensar que combina el máximo despliegue de la voluntad humana con una compresión realista de cuáles son las circunstancias objetivas en que debe desenvolverse, dejando de lado las interpretaciones “religiosas” de la realidad, sean estas propiamente confesionales o “laicas”, como las de los defensores acríticos de la democracia capitalista, que proliferaron durante los últimos 25 años. En este y otros aspectos, Trotsky es un referente de primer orden.

Trotsky sostiene en sus Notas sobre Lenin, Dialéctica y Evolucionismo que la contraposición de causas objetivas y fines subjetivos se basa en una incomprensión de las relaciones entre ambos términos. Dado que el fin es un aspecto de la causa, la contraposición citada sería sólo aparente. Sin embargo, esa relación entre “el todo” y “la parte” no conforma un proceso mecánico. No quiere decir que las causas no dejen espacio para los fines, sino que éstos se inscriben en una contexto objetivo más amplio. Ese contexto limita los resultados de la acción humana, impidiendo que resultados y fines sean idénticos. Esta concepción operaba en Trotsky en todos los niveles de su pensamiento. Veamos algunos ejemplos.

En una carta a Sydney Hook, Trotsky debatía contra una visión cientificista ingenua del marxismo:

“Usted dice: ‘De los postulados teóricos de esta ciencia del marxismo resulta que la oposición revolu¬cionaria a la guerra mundial de 1914 era utópica, por¬que la guerra y la psicología de guerra derivaron ine¬vitablemente del conjunto de factores socioeconómicos de la época’. Esta contraposición me resulta incom¬prensible. La lucha contra la guerra sería ‘utópica’ porque la guerra surge inevitablemente de las circuns¬tancias objetivas. En primer lugar, las ideas utópicas también surgen de las circunstancias objetivas. En se¬gundo término, la lucha contra los acontecimientos ‘inevitables’ no es necesariamente utópica, porque los acontecimientos inevitables se encuentran limitados en el tiempo y en el espacio. En el caso particular de la guerra, este acontecimiento históricamente ‘ine¬vitable’ resultó ‘utópico’ para el objetivo que perse¬guía, poner fin al impasse imperialista” []

En esta perspectiva, la comprensión de los procesos objetivos es la base y no el impedimento de la voluntad política. Por eso, Trotsky buscaba elaborar una comprensión objetiva del stalinismo en tanto fenómeno de reacción social, impuesto por el retroceso de la revolución a escala internacional, a la vez que una política de oposición activa frente al mismo.

En 1937, en pleno terror stalinista y fascista, escribe una carta a Angélica Balabanof, vieja militante alejada del marxismo desde los años ’20, donde polemiza contra el pesimismo:

“¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños” [].

Tomar la historia como viene y si es necesario combatirla con los puños. En esa combinación de realismo político y voluntad militante reside lo característico de la condición revolucionaria, de la que Trotsky fue un fiel exponente.

Sin embargo, el trotskismo ha sido caracterizado en no pocas ocasiones como una forma de voluntarismo. Los críticos de Trotsky, muchos de los cuales forman parte a su vez de sus admiradores, encuentran particularmente “voluntarista” la fundación de la IV Internacional.

A los ojos de estos críticos, los años previos a la Segunda Guerra Mundial no parecían muy propicios para querer trastornar el orden del universo.

Pero estas críticas por la supuesta “inoportunidad” de la fundación de la IV Internacional en 1938, parecerían más orientadas por una tentación de nadar con la corriente de la historia que la de librar una lucha sin cuartel contra el fascismo y el stalinismo. No casualmente muchos de los que consideraron inoportuna la fundación de la IV Internacional abrigaron esperanzas en algún tipo de autorreforma del stalinismo en clave progresiva. La IV Internacional, aunque fuera una “internacional de cuadros” y no de masas, era peligrosa para Stalin tanto como su conductor. Por eso Trotsky fue asesinado el 20 de agosto de 1940 por un agente de la policía secreta stalinista.

Pero la guerra, el posterior fortalecimiento del stalinismo y la recomposición del capitalismo en los países centrales durante la segunda posguerra, no jugaron precisamente buenas pasadas a los trotskistas. La propia IV Internacional se dividió en un movimiento de tendencias [] , que no lograron ser una alternativa al stalinismo. Su disgregación parecería ser, para muchos, la confirmación de su caducidad, debida al pecado original de la inoportunidad de su fundación.

Sin embargo, esta visión soslaya que, pese a los errores y las dificultades, los trotskistas, mantuvieron algunos indispensables hilos de continuidad con la tradición revolucionaria, siendo en la mayoría de los casos los únicos que buscaron independizar a la clase obrera de sus direcciones burocráticas. Por eso, en la actualidad, nadie que pretenda ser escuchado por los trabajadores puede hablar en nombre del stalinismo, mientras las corrientes que se reivindican trotskistas se mantienen activas y en muchos casos con lazos con la clase obrera. Más allá de sus resultados inmediatos, la fundación de la IV Internacional sentó una bandera, hacia el pasado y hacia el futuro. Hacia el pasado, reivindicando las tradiciones de lucha de la clase obrera y el marxismo, pisoteadas por el stalinismo. Hacia el futuro, señalando la perspectiva de reconstruir esas tradiciones con las nuevas generaciones de la clase obrera.

Por eso, militar activamente bajo la bandera del trotskismo, por la derrota del capitalismo, es el mejor homenaje que podemos hacer al gran revolucionario ruso, en un nuevo aniversario de su asesinato a manos de un agente de Stalin, para que las banderas de la IV Internacional se transformen en las de nuestro tiempo presente.



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