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Boletín Anual (2008)

La lucha contra el fascismo en Alemania

La lucha contra el fascismo en Alemania

 

Andrea Robles 

 

Señal de Alarma: el ascenso del fascismo

Cuando en 1920 surge el Partido Obrero Nacional-Socialista alemán (NSDAP), nombre original del partido nazi, su programa abogaba por un Estado nacional fuerte con una retórica antisemita y expansionista y el rechazo al Tratado de Versalles que, impuesto por las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial -Francia e Inglaterra- despojó de colonias y aplicó duras reparaciones económicas a Alemania. Pero no fue hasta después del crack económico mundial de 1929 (Ver El contexto mundial, el expansionismo alemán y el crack del ’29”), cuyas consecuencias en Alemania fueron devastadoras -provocando la ruina de la clase media y un tendal de desocupados[1]-, que el nazismo adquirió peso de masas.

Las elecciones parlamentarias alemanas, de septiembre de 1930, expresaron profundos cambios en el ánimo de las masas. El estrepitoso crecimiento electoral del fascismo[2] reflejaba “dos hechos esenciales: una crisis social profunda, que arranca a las masas pequeño burguesas de su equilibrio, y la ausencia de un partido revolucionario que jugara a los ojos de las masas un papel dirigente. Trotsky, quien analizó brillantemente el fenómeno del fascismo, afirmaba: “si el partido comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo, en tanto movimiento de masas, es el partido de la desesperación contrarrevolucionaria”.

El fascismo con su demagogia populista le “devolvía” parte del “orgullo perdido” a las clases medias arruinadas (prometiendo restituirle a la nación alemana “el lugar que merecía en el mundo” luego de las humillaciones de Versalles). Su odio al comunismo ruso y la culpabilización a los judíos por la crisis de la economía resultaban “un canto de sirenas” a los oídos de las clases medias, y expresaban toda una declaración de los reales propósitos del imperialismo alemán y sus planes expansionistas[3]. “Los agentes del fascismo, utilizando a la pequeña burguesía como ariete y destruyendo todos los obstáculos a su paso, desempeñarán bien su trabajo. La victoria del fascismo conduce a que el capital financiero tome directamente en sus tenazas de acero a todos los órganos e instrumentos de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las universidades, las escuelas, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas”[4].

Aunque durante la década del ‘20, la república de Weimar robusteció el poder de los monopolios industriales a costa de las posiciones de la clase obrera -tal fue el rol del gobierno socialdemócrata-, la democracia burguesa era un “lujo” que ya el capital financiero alemán, acicateado por su necesidad de expansión y la depresión económica, no podía darse: “Para intentar encontrar una salida, la burguesía debe librarse definitivamente de la presión de las organizaciones obreras, debe barrerlas, aniquilarlas, dispersarlas (…) Aquí comienza la misión histórica del fascismo (…) El fascismo no es solamente un sistema de represión, violencia y terror policíaco. El fascismo, es un sistema particular de Estado basado en la extirpación de todos los elementos de la democracia proletaria en la sociedad burguesa (…) mantener a toda la clase en una situación de atomización forzada”. Por eso, el pasaje de un régimen democrático burgués a uno fascista provocaría invariablemente crisis política, agudos enfrentamientos (guerra civil) entre los dos polos de la sociedad, el fascismo y el proletariado: “La concentración compulsiva de todas las fuerzas y recursos del pueblo en interés del imperialismo -la verdadera misión histórica de la dictadura fascista- significa la preparación para la guerra y esta tarea no tolera ninguna resistencia interna y conduce a una posterior concentración mecánica de poder. El fascismo no puede ser reformado ni apartado del servicio. Sólo puede ser derrocado. La órbita política del régimen descansa en la alternativa: guerra o revolución”[5]. La única posibilidad de que este pasaje fuera en “frío” o por vía electoral era mediante la capitulación del proletariado alemán, es decir, siempre y cuando sus direcciones lo maniataran con una política derrotista, como ocurrió.

Antes que la burguesía aceptara darle el poder del Estado a los nazis, hubo de ensayar distintos gobiernos cada vez más bonapartistas (represivos), que fueron expresando como un árbitro el equilibrio entre las clases fundamentales -gracias al rol de las direcciones- en detrimento del proletariado[6]. A lo largo de sus numerosos escritos de la época, Trotsky analizará concienzudamente las características de dichos regímenes, desde el punto de vista de la democracia proletaria, puesto que de ello se deriva la táctica política, decisiva en momentos de agudización de la lucha de clases.

El rol de la socialdemocracia, el frente único proletario y la política criminal del PC

Para Trotsky el pasado servil de la socialdemocracia no estaba en duda: “Pero la decadencia de la socialdemocracia no se terminaba ahí. La crisis actual del capitalismo agonizante ha obligado a la socialdemocracia a renunciar a los frutos de una larga lucha económica y política y a devolver a los obreros alemanes al nivel de vida de sus padres, de sus abuelos e incluso de sus tatarabuelos. No hay cuadro histórico más trágico y al mismo tiempo más repelente que la podredumbre perniciosa del reformismo en medio de los residuos de todas sus conquistas y todas sus esperanzas.”. La política socialdemócrata lejos de poner a las organizaciones obreras en guardia, apuntaba a adormecerlas: “El ‘Frente de Hierro’ es esencialmente un bloque que han constituido las organizaciones sindicales socialdemócratas, potentes por sus efectivos, con los grupos impotentes de los ‘republicanos’ burgueses que han perdido todo apoyo en el pueblo y toda seguridad. Si los cadáveres no sirven de nada para la lucha, son bastante buenos para impedir a los vivos combatir. Los jefes socialdemócratas utilizan a sus aliados burgueses para frenar a las organizaciones obreras”. La política de la socialdemocracia consistía en esperar a las elecciones para elegir un presidente que jurara fidelidad a la Constitución y mientras tanto apoyar al gobierno bonapartista de Brüning como “mal menor”, es decir, colocando sus esperanzas en el Estado burgués, su policía y ejército para que actué contra el fascismo.

Era una ilusión pensar que los jefes de la socialdemocracia darían un giro revolucionario, bandera que abandonaron el 4 de agosto de 1914 para siempre[7], pero muy distinta era la situación de los millones de obreros que agrupaba este partido y que aspiraban hacerle frente al fascismo. La socialdemocracia (PSD) dirigía predominantemente al movimiento obrero en base a poderosas organizaciones políticas económicas y deportivas[8], mientras que el partido comunista alemán (PCA) era una minoría importante en el movimiento obrero pero débil en los sindicatos[9]. Por eso, Trotsky, desde la primera señal de alarma, planteó la necesidad de que el partido comunista convocara a un frente único proletario con la socialdemocracia para defender las posiciones que la clase obrera había conquistado y enfrentar al nazismo: “La política de frente único de los obreros contra el fascismo se desprende de toda la situación. Ofrece al partido comunista enormes posibilidades. Pero la condición del éxito estriba en el abandono de la práctica y la teoría del socialfascismo…”.

Los trotskistas consideraban que la Internacional Comunista y el PCA no estaban aún completamente perdidos para la revolución[10] y que ésta última era la única organización capaz de parar al fascismo, a condición que cambiara la política ultraizquierdista de su dirección. Guiada por la orientación del “Tercer Período” estalinista, el PCA se negaba a llamar al frente único argumentando que la socialdemocracia representaba los intereses de la burguesía al igual que el fascismo.

Aunque era cierto que “Para la burguesía monopolista, los regímenes parlamentario y fascista no son más que instrumentos diferentes de su dominación: recurre a uno u otro según las condiciones históricas”, para Trotsky, era un crimen no ver las contradicciones relativas entre el fascismo y la socialdemocracia: “La socialdemocracia, el principal representante hoy del régimen parlamentario burgués, se basa en los obreros. El fascismo se basa en la pequeña burguesía. La socialdemocracia no puede tener influencia sin las organizaciones obreras de masas. El fascismo no puede instaurar su poder sino una vez destruidas las organizaciones obreras. El Parlamento es la arena principal de la socialdemocracia. El sistema fascista se basa en la destrucción del parlamentarismo”. Desde el punto de vista de la clase dominante, no existía diferencia. Pero desde el punto de vista de la democracia proletaria la diferencia era muy grande: “El punto de partida de la lucha contra el fascismo no es la abstracción del Estado democrático, sino las organizaciones vivas del proletariado, en la que está concentrada toda su experiencia y que preparan el porvenir”.

Control Obrero, comités de fábrica, autodefensa y soviets

Trotsky combatió el fetichismo organizativo de la IC que en su orientación ultraizquierdista afirmaba que la revolución proletaria sólo podía llevarse a cabo por medio de los soviets creados específicamente para el propósito del levantamiento armado: “Los soviets son únicamente una forma organizativa; el problema se decide por el contenido de clase de la política, en modo alguno por su forma”. Su creación artificial podía llevar a errores ultraizquierdistas y por cierto, entendidos como órganos superiores del frente único y de dualidad de poderes, tampoco podían ser creados “poniendo un día”.

Una vía transitoria a la creación de soviets podía ser el control obrero en las fábricas mediante los comités de fábrica, que incluyeran además a los desocupados: “En la lucha contra el fascismo corresponde un lugar inmenso a los comités de fábrica…Cada fábrica debe transformarse en una fortaleza antifascista con su mando y destacamentos de combate. Hay que conseguir el plano de los cuarteles y de otros focos fascistas en cada ciudad, en cada distrito. Los fascistas intentan sitiar los focos revolucionarios. Hay que sitiar al sitiador. El acuerdo en este terreno con las organizaciones sindicales y socialdemócratas es no solamente admisible sino también obligatorio. Rechazarlo en nombre de consideraciones de ‘principio’ (…) lleva a ayudar directamente al fascismo”.

Pero bajo la presión, por un lado, de la desocupación y la miseria y por el otro del fascismo, la necesidad de la unidad revolucionaria podía tomar la forma de soviets sin pasar por los comités de fábrica. Pero “Cualquiera que sea la vía por la que se llegue a los soviets, no serán otra cosa que la expresión organizativa de los puntos fuertes y los puntos débiles del proletariado, de sus diferencias internas y de su aspiración a superarlas, en una palabra, los órganos del frente único de clase”.

Para Trotsky era indiscutible que el partido comunista debía conservar plenamente su libertad de acción, no se trataba que renunciara a la dirección independiente de la lucha obrera. Debía conservar plenamente su libertad de acción, romper el frente único cuando los reformistas comenzaran a frenar o a sabotear el movimiento y, sobre las bases de sus propias acciones, maniobrar en dirección a las otras organizaciones obreras, avanzar en la unidad de las filas proletarias, mostrar las contradicciones del reformismo y centrismo, hacer “progresar la cristalización revolucionaria en el seno del proletariado”.

La política de frente único era la única vía que, al permitir separar a aquellos que querían luchar de los que no (los jefes socialdemócratas), podía permitir construir el partido revolucionario. Sólo cuando los obreros socialdemócratas, por su experiencia, pasaran a las filas del partido comunista, en ese preciso momento, la táctica de frente único con la dirección socialdemócrata perdía sentido, abriendo el peligro de quedar paralizados frente a la “exigencia” de avanzar junto con los jefes socialdemócratas en la ofensiva. En esas condiciones, “Perpetuar el frente único, demostraría una incomprensión total de la dialéctica de la lucha revolucionaria y llevaría a transformarlo de trampolín en obstáculo”.

De cualquier manera, la política del PCA, contraria a todo acuerdo con otras organizaciones de la clase obrera con argumentos “ultraizquierdistas”, anuló toda posibilidad de surgimiento de los soviets y dejó a los obreros, comunistas y socialdemócratas que querían enfrentar al fascismo, en la impotencia más absoluta, lo que constituyó una política derrotista.

La Oposición de Izquierda alemana aunque era débil en número llevó un admirable combate por el frente único, contra la política criminal estalinista y tenía una audiencia real, apoyada en la genial producción de Trotsky de panfletos y trabajos políticos sobre Alemania[11].

Una discusión con el Partido de los Trabajadores Socialistas (SAP)

El SAP había sido fundado en octubre de 1931 con un sector de dirigentes expulsados de la socialdemocracia por su oposición a la política de “tolerancia” hacía Brüning, un sector de las juventudes del PSD, algunos pacifistas y parte de la Oposición bujarinista del PC. A este agrupamiento, Trotsky lo caracterizó como una organización centrista (transitoria entre reformismo y el comunismo) y será expresión de un fenómeno más extendido, resultado de la decepción con la socialdemocracia y en menor medida con la III Internacional luego del triunfo de Hitler.

Una de las discusiones que Trotsky entabló con el SAP fue sobre su reacción al ultimatismo burócratico del PCA que los llevaba a afirmar que “la dirección estará en manos de los soviets, elegidos por las mismas masas y no siguiendo la voluntad y el gusto de un solo partido”, señalándoles que cometían el error inverso: el fetichismo de las organizaciones de masas. Era indiscutible que los mismos obreros elegirían en los soviets, pero el problema era saber a quién. Justamente era necesario ingresar al soviet con las demás organizaciones para que, sobre la base del frente único, por medio de las organizaciones de masas, el partido comunista pudiera conquistar una posición dirigente, en los futuros soviets y conducir al proletariado a la conquista del poder.

En el mismo sentido, Trotsky planteaba como errónea -y falta de criterio revolucionario- la crítica del SAP al PCA por su política de división de los sindicatos ya que no era el problema esencial, bajo la dirección socialdemócrata, estaban al servicio del capital y no de los obreros. El verdadero crimen del PCA estaba en que se debilitaba a sí mismo: “La participación de los comunistas en las uniones sindicales no está dictada por el principio abstracto de la unidad, sino por la necesidad de lucha por limpiar las organizaciones de los representantes del capital”.

 

Próximo artículo: La tragedia del proletariado alemán y la construcción de nuevos partidos revolucionarios.


[1] En 1932, la desocupación trepó a más del 50% de su población económicamente activa.
[2] Los resultados electorales fueron: 8.577.700, 4.592.100 y 6.409.600 de votos para la socialdemocracia, del partido comunista y del nazismo respectivamente. Contra los 9.153.000, 3.264.800 y 810.000 en las elecciones de mayo de 1928.
[3] En el terreno interno, la expulsión de los judíos de la economía fue un gran estímulo a la concentración monopólica. En 1925, el censo industrial daba en empresas artesanales y comercio de menudeo, de acuerdo a su situación económica: 7% capitalista, 65% medios y 33% proletarios. La república de Weimar no podía solucionar este antagonismo entre la realidad económica del imperialismo alemán y las exigencias de prestigio social de las clases medias. La mayor parte de los almacenes e industria del vestido eran propiedades de los judíos, en la industria metalúrgica el 57.3 era propiedad judía y el 18,7 de los bancos. En 1938, con pleno empleo y demandas de entre 1 y 2 millones de vacantes, Alemania era el reino de los grandes conglomerados industriales, como Krupp, BMW, Mercedes-Benz, Volkswagen o IG Farben - Henkel. Por otra parte, el antisemitismo (arianización y anticomunismo) contra los judíos, comunistas pero también eslavos y gitanos era precisamente el manifiesto del imperialismo alemán para colonizar y sojuzgar Europa Oriental y la preciada URSS.
[4] León Trotsky, La Lucha contra el fascismo en Alemania. El proletariado y la revolución, Ed. Fontamara, Barcelona, 1980. Ver en Clásicos León Trotsky, Boletín Especial Nº 8. Todas las citas en adelante pertenecen a este libro.
[5] Trotsky León, Guerra y Revolución. Una interpretación alternativa a la Segunda Guerra Mundial, CEIPLT, Bs. As., 2004, “Que es el nacionalsocialismo”.
[6] Luego de la renuncia del canciller socialdemócrata en 1930, lo sucede Brüning que forma gobierno sin mayoría parlamentaria y gobierna mediante decretos de excepción. En 1932 se realizan elecciones y el presidente Hindenburg pide la dimisión de Brüning y nombra a Franz von Papen quien disuelve el parlamento y anula la proscripción de las SA y SS, lo que desencadena una oleada de violencia y terror político nunca visto. El gobierno es una comisión política del ejército -descansa sobre Hitler y con el puño de la policía se protege del proletariado. En noviembre de 1932, se realizan las últimas elecciones libres y dimite el gobierno de Papen. Asume el gobierno de Schleider, una dictadura policíaca pero la burguesía alemana llega a la conclusión que es necesario un gobierno fuerte y que éste es imposible sin los nazis. El presidente que había sido elegido gracias al apoyo de la socialdemocracia, llama a Hitler como canciller en febrero de 1933. En abril, se disuelven los sindicatos.
[7] El 4 de agosto e 1914, los 111 parlamentarios de la socialdemocracia alemana votaban los créditos para la guerra mundial. La mayoría de los partidos socialdemócratas de la II Internacional se pusieron del lado de su Estado Mayor, de su gobierno y de su burguesía para la guerra imperialista que se avecinaba. Se producía la bancarrota de la II Internacional.
[8] En 1928, la socialdemocracia tenía miles de puestos en el parlamento, en los gobiernos provinciales y municipales, y los sindicatos eran aún más poderosos. La Federación Sindical General, contaba en 1930 con 5 millones de miembros. Las tropas de asalto nazi (SA - Sturnm Abteilung) con 100.000 miembros.
[9] En diciembre de 1932, con 360.000 afiliados, sólo un 11% tenía empleo.

[10] Aunque expulsado de la U.R.S.S., Trotsky y la Oposición Izquierda se consideraban a sí mismos todavía como una facción de la Internacional Comunista. Hasta que Hitler subió al poder, trataron de influir en la IC y en el PCA, para ganar la mayoría y revertir el curso que le impuso la dirección estalinista. Su objetivo era que rompieran con la política de la IC, no con la IC misma.

[11] Pierre Broúe (Reportaje), Estrategia Internacional N° 11/12, Abril/Mayo – 1999.



La década del 30: Revolución, fascismo y guerra