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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¡Tenacidad, Tenacidad, Tenacidad!

¡Tenacidad, Tenacidad, Tenacidad!

¡Tenacidad, Tenacidad, Tenacidad![1]

 

 

14 de junio de 1929

 

 

 

Las vacilaciones de Radek y otros personajes de la cúpula, evidentemente, alientan a Zinoviev. Los diarios dicen - y aparentemente no mienten - que Zinoviev le sugirió a Stalin una novísima consigna: “Con los trots­kistas, pero sin Trotsky.” Dado que Zinoviev en el momento en que capituló perdió no sólo los últimos restos de honor político sino también a sus partidarios, ahora trata de persuadir a Stalin de que incluya a los “trotskistas” en el partido para que éstos, como todos los grupos y grupúsculos capituladores, se autoconde­nen a la nulidad política. Piatakov se convirtió en un vulgar funcionario. Ya no se oye hablar del famoso gru­po de Safarov[2] (los zinovievistas de izquierda); como si se hubieran ahogado. Zinoviev y Kamenev golpean en vano a las puertas de Molotov, Orjonikije y Voros­hilov: confunden las puertas de las oficinas del partido con las puertas del partido. Pero los funcionarios no los reciben con los brazos abiertos. Según sabemos por cartas llegadas desde Moscú, Kamenev estuvo a punto de decirle su último adiós a la política y ponerse a escribir un libro sobre Lenin. ¿Por qué no? Un libro malo es siempre mejor que una política impotente. Pero Zino­viev hace todo lo posible por fingir que está vivo. Cada nueva capitulación significa para este venerable capi­tulador una inyección estimulante.

Esta gente habla del partido, jura por el partido, capítula en nombre del partido. Es como si esperaran que el partido acabe por reconocer su cobardía política y les dé acceso a la dirección. Grotesco, ¿no es así? Es cierto que la prensa informa que las angustias partida­rias de los capituladores recibirán como premio la figu­ra notable de Maslow. Se dice que Maslow será elegido “dirigente”. ¿Por quién? No por el partido, sino por el aparato stalinista, que necesita un cambio en Alema­nia. Pero Stalin no tiene la menor intención de rempla­zarse a sí mismo. La paradoja está en que los Maslow sólo pueden llegar a su nueva “gloria” en el aparato traicionando a Zinoviev, aunque la política de Maslow era una sombra del modelo zinovievista. Stalin puede necesitar a Maslow únicamente para oponerlo al infeliz de Thaelmann, pero no necesita para nada a Zinoviev y a Kamenev. Necesita al funcionario Piatakov, al funcionario Krestinski.[3] Radek, en cambio, difícilmente podría ubicarse en el sistema de Molotov. Para contro­lar la Comintern necesitan ahora gente de la calaña de Gusev y Manuilski.[4]

Radek y algunos más creen que llegó el momento más favorable para capitular. ¿Por qué? Porque, vean ustedes, Stalin ya liquidó a Rikov, Tomski y Bujarin. ¿Acaso nuestra tarea consistía en lograr que una parte del grupo dominante liquidara a otra? ¿Acaso cambió la posición principista sobre los problemas políticos fun­damentales? ¿Cambió el régimen partidario? ¿No sigue en vigencia el programa antimarxista de la Comintern? ¿Hay algo realmente seguro para el futuro?

Los golpes aplastantes dirigidos contra la derecha, formalmente severos pero superficiales desde el punto de vista del contenido, son sólo un subproducto de la política de la Oposición. Bujarin acierta plenamente cuando acusa a Stalin de no haber inventado nada, de utilizar retazos del programa de la Oposición. ¿Cuál es la causa del barquinazo hacia la izquierda del aparato? Nuestro ataque, nuestra actitud intransigente, el creci­miento de nuestra influencia, el coraje de nuestros cua­dros. Si en el Decimoquinto Congreso nos hubiéramos hecho el hara-kiri junto con Zinoviev, Stalin no tendría ningún motivo para renegar de su propio pasado y ador­narse con las plumas que le arrancó a la Oposición.

Radek, con su capitulación, sólo logró automarginarse de las filas de los vivos. Caerá en esa categoría que encabeza Zinoviev, integrada por personas semi­suspendidas, semiperdonadas. Esta gente teme decir una sola palabra en voz alta, tener opiniones propias, y vive contemplando su sombra. Ni siquiera se les per­mite apoyar públicamente a la fracción dominante. Stalin les dio por intermedio de Molotov la misma res­puesta que Benkendorf, general de Nicolás 1, le dio al director de un diario patriota: el gobierno no necesita su apoyo. Si Radek pudiera ser, como Piatakov, cajero del Banco del Estado, otra sería la situación. Pero Radek persigue los más elevados objetivos políticos. Quiere acercarse al partido. Al igual que otros como él, ya no ve que la Oposición es precisamente la fuerza más viva y activa en el partido. Toda la vida del partido, todas sus decisiones y acciones, giran en torno a las ideas y consignas de la Oposición de Izquierda. En la lucha en­tre Stalin y Bujarin, ambos bandos, como payasos en el circo, se arrojan recíprocamente la acusación de trots­kista. No poseen ideas propias. Nosotros somos los úni­cos que tenemos una posición teórica y capacidad de previsión política. Sobre estas bases estamos formando cuadros nuevos, la segunda camada bolchevique. Pero los capituladores destruyen y desmoralizan a los cua­dros oficiales, les enseñan a fingir, a acomodarse, a postrarse ideológicamente, en una situación y una épo­ca que exige un coraje revolucionario inflexible para garantizar la claridad teórica.

Una época revolucionaria agota rápidamente a la gente. No es tan fácil soportar la presión de la guerra imperialista, la Revolución de Octubre, la serie de de­rrotas internacionales y la reacción a que éstas dan lu­gar. Las personas se desgastan, los nervios fallan, la conciencia decae y se desintegra. Siempre es posible observar este fenómeno en una lucha revolucionaria. Tenemos el ejemplo trágico de cómo se desgastó la ge­neración de Bebel, Guesde, Victor Adler y Plejanov.[5] Pero ese proceso duró varias décadas. El ritmo se acele­ró enormemente después de la Revolución de Octubre y de la guerra imperialista. Algunos murieron en la Gue­rra Civil, otros fueron físicamente incapaces de resistir; muchos, demasiados, capitularon ideológica y moralmente. Cientos y cientos de bolcheviques de la Vieja Guardia viven ahora como funcionarios dóciles, critican al jefe a la hora del té y hacen su trabajo rutinario. Pero por lo menos estos no participaron en los compli­cados juegos de prestidigitación, no fingieron ser águi­las, no se lanzaron a la lucha en la oposición, no escribieron plataformas; simplemente, degeneraron, lenta y silenciosamente, pasando de revolucionarios a buró­cratas.

Que nadie crea que la Oposición está libre de in­fluencias termidorianas. Tenemos toda una serie de ejemplos de bolcheviques de la Vieja Guardia que, des­pués de bregar por mantenerse fieles a la tradición del partido y a la suya propia, quemaron sus últimas fuer­zas en la Oposición: algunos en 1925, otros en 1927 y en 1929. Pero todos se fueron: sus nervios no podían so­portarlo. Radek es ahora el ideólogo apresurado y rui­doso de esa clase de elementos.

La Oposición se habría suicidado vergonzosamente si hubiera intentado adaptarse a los estados de ánimo de los cansados y los escépticos. En el transcurso de seis años de intensa lucha ideológica surgió y se educó una nueva generación de revolucionarios, que por pri­mera vez enfoca las grandes tareas históricas apoyán­dose en su propia experiencia. La capitulación de los más viejos produce la selección que esta generación necesita. Tal es el verdadero fermento de las futuras luchas de masas. Estos elementos de la Oposición ha­llarán el camino hacia el núcleo proletario del partido y hacia toda la clase obrera.

¡Tenacidad, tenacidad, tenacidad!: ésta es la con­signa del momento. Que los muertos entierren a sus muertos.



[1] ¡Tenacidad, tenacidad, tenacidad! Biulleten Opozitsi, Nº 1-2, julio de 1929. Traducido al [al inglés] para este volumen [de la edición norteamerica­na] por Iain Fraser.

[2] G.I. Safarov (1891-1941): militante del grupo de Leningrado de Zinoviev y dirigente de la Liga Comunista Juvenil. Expulsado dei partido en 1927, se negó a capitular con los zinovievistas y fue deportado con los trotskistas, pero capituló al poco tiempo.

[3] Nikolai Krestinski (1883-1938): miembro del primer Politburó (1919). Apoyó a la Oposición de Izquierda en 1923-1924. Capituló junto con Piatakov en 1928, cuando era embajador soviético en Berlín. Acusado en el Juicio de Moscú de 1938, fue declarado culpable y ejecutado.

[4] Serguei Gusev (1874-1933): viejo bolchevique, y Dimitri Manuilski (1883-1952) se ligaron a la fracción stalinista a principios de la década del 20. Como Trotsky, Manuilski había pertenecido a la organización independiente Mezhraiontsi (Grupo Interdistrital), que se unificó con el Partido Bolchevi­que en 1917. Fue secretario de la Comintern desde 1931 hasta su disolución, en 1943.

[5] Jules Guesde (1845-1922): fundador del movimiento marxista francés y adversario del reformismo casi toda su vida. Pero en la Primera Guerra Mundial rompió con su pasado, apoyó la participación de Francia en la guerra y pasó a formar parte del gabinete de guerra. Victor Adler (1852-1918): funda­dor y dirigente de la socialdemocracia austríaca y miembro del Buró Socialista Internacional, también apoyó la Primera Guerra Mundial. Georgi Plejanov (1856-1918): fundó en 1883 la primera organización marxista rusa, Emanci­pación del Trabajo. En el exilio colaboró con Lenin en Iskra (La Chispa). Posteriormente se hizo menchevique, apoyó a Rusia en la Primera Guerra Mundial y fue enemigo de la Revolución de Octubre.



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