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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

Stalin como teórico

Stalin como teórico

STALIN COMO TEORICO[1]

15 de julio de 1930

El balance del campesino

En su informe programático ante la conferencia de agrónomos marxistas (27 de diciembre de 1929), Stalin habló detenidamente sobre la posición de la “Oposición Trotsky-Zinoviev” que sostiene “que, en realidad, la Revolución de Octubre no le trajo beneficio alguno al campesinado”. Es probable que a los asistentes, aun a los más respetuosos, este invento les haya parecido demasiado grosero. Sin embargo, en bien de la claridad, conviene que citemos más extensamente sus palabras: “Tengo en mente la teoría que sostiene que la Revolución de Octubre le trajo al campesinado menos beneficios que la Revolución de Febrero; que, en realidad, la Revolución de Octubre no le trajo ningún beneficio.” Stalin atribuye el origen de esta teoría al economista estadístico soviético Groman*, conocido ex-menchevique, y luego agrega: “Pero la Oposición Trotsky-Zinoviev hizo suya esta teoría y la empleó contra el partido.” La teoría de Groman sobre la Revolución de Febrero y la de Octubre nos resulta totalmente desconocida. Pero, para el caso, Groman no tiene la menor importancia; se le menciona como ardid para cubrir las huellas.
¿Cómo podía la Revolución de Febrero resultar más beneficiosa para el campesino que la de Octubre? ¿Qué le dio la Revolución de Febrero al campesino, aparte de la liquidación superficial, y por lo tanto absolutamente inestable, de la monarquía? El aparato burocrático quedó intacto. No se le entregó la tierra al campesino. Lo que sí se le entregó fue la continuación de la guerra y la certeza de un aumento de la inflación. Quizás Stalin conozca algún otro regalo de la Revolución de Febrero al campesino. Nosotros no. La razón por la cual la Revolución de Febrero debió ceder ante la de Octubre es que engañó completamente al campesinado.
Stalin vincula la supuesta teoría de las ventajas de la Revolución de Febrero sobre la de Octubre a la idea de “las llamadas tijeras”. Con ello revela completamente el origen y los objetivos de sus maquinaciones. Como demostraré inmediatamente, Stalin polemiza conmigo. Sólo que en aras de su maniobra, para mejor camuflar sus distorsiones más groseras, se oculta detrás de Groman y de la anónima “Oposición Trotsky-Zinoviev” en general. La verdadera esencia del problema reside en lo siguiente. En el XII Congreso del partido (primavera de 1923), demostré por primera vez que existía una brecha amenazante entre los precios industriales y agrícolas. En mi informe, llamé a este fenómeno “tijeras de los precios”. Advertí que la rémora de la industria, en caso de continuar, seguiría abriendo las tijeras y que éstas podrían romper los hilos que unen al proletariado con el campesinado.
En el Pleno del Comité Central de febrero de 1927, al referirme a la cuestión de la política de precios, traté de demostrar por enésima vez que las frases generales como “de cara a la aldea” soslayaban la esencia del problema, y que, desde el punto de vista de la alianza con el campesino, la solución de fondo residía en la correlación de los precios de los productos agrícolas e industriales. El problema del campesino es que le resulta difícil tener una visión a largo plazo. Pero ve muy bien lo que tiene bajo los pies, se acuerda perfectamente de lo sucedido ayer y es capaz de hacer el balance de su intercambio de productos con la ciudad que, para él, constituye en cualquier momento dado el balance de la revolución. La expropiación de los terratenientes libró al campesino de pagar una suma de quinientos a seiscientos millones de rublos. Esta es una conquista clara e incontrovertible que el campesinado obtuvo de la Revolución de Octubre, no de la de Febrero.
Pero junto con esta enorme cifra positiva, el campesino observa con toda claridad la magnitud negativa que le ha traído esta misma Revolución de Octubre. Esta consiste en el excesivo aumento de los precios de los productos industriales, en comparación con los de antes de la guerra. Se entiende que si el capitalismo se hubiera mantenido en pie en Rusia, las tijeras de los precios indudablemente existirían: es un fenómeno mundial. Pero, en primer lugar, el campesino no lo sabe. Y en segundo lugar, las tijeras en ningún lugar del mundo se abrieron tanto como en la Unión Soviética. Las grandes pérdidas que sufre el campesino debido al aumento de los precios son de carácter temporal, reflejan el período de “acumulación primitiva” de la industria estatal. Es como si el estado proletario le pidiera prestado al campesinado para devolverle con creces después.
Pero todo esto pertenece al dominio de las consideraciones teóricas y los pronósticos históricos. Los pensamientos del campesino son, en cambio, empíricos y se apoyan en los hechos a medida que se producen. “La Revolución de Octubre me libró de pagar quinientos millones de rublos en concepto de arriendo” -piensa el campesino-. “Les estoy agradecido a los bolcheviques. Pero la industria estatal me quita mucho más de lo que me quitaban los capitalistas. Algo anda mal con los comunistas.” En otras palabras, el campesino hace su balance de la Revolución de Octubre combinando sus dos etapas fundamentales: la democrática agraria (bolchevique) y la socialista industrial (“comunista”). La primera le brindó un beneficio, neto e incontrovertible. La segunda le trajo una pérdida neta y hasta la fecha bastante mayor que el beneficio. El balance negativo de la Revolución de Octubre, que constituye la base de todos los desacuerdos entre el campesino y el poder soviético, está, a su vez, muy íntimamente ligado a la situación aislada de la Unión Soviética en la economía mundial.
Casi tres años después de las viejas polémicas, Stalin, para desgracia suya, vuelve sobre el problema. Puesto que su hado es repetir lo dicho por otros y, al mismo tiempo, le preocupa su “independencia” personal, se ve obligado a echar una ansiosa mirada retrospectiva sobre el pasado de la “Oposición trotskista” y... cubrir las huellas. Cuando se planteó por primera vez la cuestión de las “tijeras” entre la ciudad y la aldea, Stalin no supo entender el problema; durante cinco años (1923-1928) consideró que el peligro residía en que la industria avanzara demasiado, en lugar de quedarse atrás. Para ocultarlo de alguna manera, en su informe murmura de manera incoherente sobre los “prejuicios burgueses [!!!] respecto de las llamadas tijeras”. ¿Dónde está el prejuicio? ¿En qué sentido es burgués? Pero Stalin no tiene la menor obligación de responder a estas preguntas, porque nadie se atreve a plantearlas.
Si la Revolución de Febrero le hubiera entregado la tierra al campesinado, la Revolución de Octubre, con sus tijeras, no habría podido subsistir ni durante dos años. Dicho más correctamente: la Revolución de Octubre no habría tenido lugar si la Revolución de Febrero hubiera sido capaz de solucionar los problemas democráticos agrarios fundamentales mediante la abolición de la propiedad privada de la tierra.
Ya nos referimos al hecho de que en los primeros años que siguieron a la Revolución de Octubre el campesino trató obstinadamente de diferenciar a los comunistas de los bolcheviques. Estos eran reconocidos, precisamente porque hicieron una revolución agraria con una audacia jamás vista. Pero el mismo campesino estaba descontento con los comunistas, ya que éstos, luego de tomar en sus manos las fábricas y los talleres, le entregaban las mercancías a precios elevados. En otras palabras, el campesino era partidario ferviente de la revolución agraria de los bolcheviques pero manifestaba miedo, dudas, e incluso en algunas ocasiones una franca hostilidad, hacia los primeros pasos de la revolución socialista. Sin embargo, muy pronto el campesino hubo de entender que el bolchevique y el comunista eran la misma persona.
En febrero de 1927 me referí a esta cuestión ante el Pleno del Comité Central de la siguiente manera: con la liquidación de los terratenientes obtuvimos un amplio crédito, tanto político como económico, del campesinado. Pero este crédito no es permanente ni inagotable El problema se resuelve en la correlación de precios. Sólo la aceleración de la industrialización por un lado, la colectivización de la economía campesina por el otro, pueden producir una correlación de precios más favorable para el campo. En caso contrario, los beneficios de la revolución agraria serían acaparados enteramente por el kulak, mientras que las tijeras afectarán muy negativamente a los campesinos pobres. Se acelerará la diferenciación en el campesinado medio. El resultado es uno solo: el derrumbe de la dictadura del proletariado. “Este año -dije- el mercado interno recibirá mercancías por un valor de sólo ocho mil millones de rublos (a precio minorista) [...] la aldea recibirá la mitad menos uno de las mercancías y pagará alrededor de cuatro mil millones de rublos. Supongamos que el índice industrial al por menor sea el doble del que existía en la preguerra, como informó Mikoian [...] El balance (del campesino): ‘La revolución agraria democrática me dio, aparte de todo lo demás, quinientos millones de rublos anuales (abolición del arriendo y rebaja de los impuestos). La revolución socialista liquidó con creces esta ganancia mediante un déficit de dos mil millones de rublos. Es obvio que el balance arroja un déficit de mil quinientos millones de rublos’.”
En la sesión nadie dijo una sola palabra en contra de esto, pero Iakovlev, actual comisario del pueblo de agricultura pero a la sazón sólo un empleado encargado de hacer estadísticas especiales, recibió el encargo de refutar mis cifras por cualquier medio. Iakovlev hizo todo lo que pudo. Con sus correcciones y modificaciones honestas y deshonestas, se vio obligado al día siguiente a reconocer que el balance de la Revolución de Octubre en el campo arrojaba un déficit. Veamos una cita textual:
“Los beneficios derivados de la rebaja de impuestos directos equivalen, en comparación a la época de la preguerra, a aproximadamente seiscientos treinta millones de rublos [...] En el transcurso del año anterior el campesinado perdió aproximadamente mil millones de rublos, como consecuencia de haber adquirido productos manufacturados no de acuerdo al índice del ingreso campesino sino de acuerdo al precio al detalle de dichos productos. El balance desfavorable equivale aproximadamente a cuatrocientos millones de rublos.”
Queda claro que las cifras de Iakovlev confirmaron, en lo esencial, mi evaluación: el campesino obtuvo grandes beneficios de la revolución democrática de los bolcheviques pero hasta el momento sufre pérdidas que superan esa ganancia. Yo deduje un déficit de alrededor de mil quinientos millones; Iakovlev dedujo uno de menos de quinientos millones. Sigo creyendo que mi cifra, a la que de ninguna manera considero exacta, se acerca mucho más a la realidad que la de Iakovlev. La diferencia entre ambas cifras es importante. Pero de ninguna manera cambia mi conclusión fundamental. Las enormes dificultades que surgieron durante la recolección de granos confirmaron que mi evaluación era la más inquietante. Es realmente absurdo pensar que la huelga de granos de los estratos superiores del campo obedeció a causas puramente políticas, es decir, a la hostilidad del kulak hacia el poder soviético. El kulak es incapaz de hacer semejante despliegue de “idealismo”. Si no puso el grano a la venta, se debió a que el intercambio le resultaba desventajoso debido a las tijeras. Por eso el kulak logró arrastrar también al campesino medio.
Estas evaluaciones son aproximadas, globales. Se pueden y deben desdoblar los distintos rubros del balance en relación a los tres sectores básicos del campesinado: los kulaks, los campesinos medios y los campesinos pobres. Sin embargo, en ese momento -principios de 1927- las estadísticas oficiales, elaboradas bajo la guía de Iakovlev, ignoraban o minimizaban deliberadamente la diferenciación en el campo y la línea de Stalin-Rikov-Bujarin iba dirigida a la protección del campesino “poderoso” y a combatir al campesino pobre “holgazán”. De esta manera, el balance deficitario resultaba especialmente oneroso para los estratos inferiores del campesinado. No obstante -preguntará el lector-, ¿de dónde sacó Stalin la idea de comparar la Revolución de Octubre con la de Febrero? Es una pregunta pertinente. Stalin, a quien el pensamiento teórico, abstracto, le resulta totalmente inaccesible, hizo su propia y vaga interpretación del contraste que yo había trazado entre las revoluciones democrático-agraria y socialista-industrial. Simplemente resolvió que revolución democrática quería decir Revolución de Febrero. Aquí debemos hacer un alto, porque esta vieja y tradicional falta de comprensión de las relaciones recíprocas de las revoluciones democrática y socialista que demuestran Stalin y sus colegas, que conforma todo el fundamento de su lucha contra la teoría de la revolución permanente, ya provocó grandes desastres, sobre todo en China y la India, y sigue siendo una fuente de errores funestos hasta el día de hoy. La actitud de Stalin hacia la Revolución de Febrero de 1917 fue esencialmente la de un demócrata de izquierda, no la de un revolucionario internacionalista proletario. Toda su conducta hasta la llegada de Lenin lo avala. Según Stalin, la Revolución de Febrero fue y, como vemos, sigue siendo, una revolución “democrática” por excelencia. Fue partidario de apoyar al primer Gobierno Provisional, cuyo jefe era un terrateniente nacional-liberal, el príncipe Lvov; su ministro de guerra, el empresario industrial nacional-conservador Guchkov[2]; y su ministro de relaciones exteriores, el liberal Miliukov. Para explicar ante una conferencia del partido celebrada el 29 de marzo de 1917 la necesidad de dar apoyo al Gobierno Provisional burgués-terrateniente, Stalin dijo: “El poder está repartido entre dos organismos, ninguno de los cuales tiene primacía absoluta. Se han repartido los papeles. El soviet tomó la iniciativa en todas las transformaciones revolucionarias, es el líder revolucionario del pueblo en rebelión, el organismo que construye el Gobierno Provisional. El Gobierno Provisional, de hecho, ha tomado el papel de consolidador de las conquistas del pueblo revolucionario [...] En la medida en que el Gobierno Provisional consolida las conquistas de la revolución, en esa medida, debemos apoyarlo.” El gobierno burgués, terrateniente y totalmente contrarrevolucionario de “Febrero” no era para Stalin un enemigo de clase sino un colaborador con el que había que dividirse el trabajo. Los obreros y los campesinos harían las “conquistas”, la burguesía las “consolidaría”. Todos juntos constituirían la “revolución democrática”. La fórmula de Stalin era la de los mencheviques. Todo esto Stalin lo dijo un mes después de la Revolución de Febrero, cuando el carácter del Gobierno Provisional ya debía resultar patente hasta para un ciego, ya no apoyándose en una visión marxista sino en los hechos políticos.
Como el curso posterior de los acontecimientos lo demostró, Lenin no convenció realmente a Stalin sino que lo hizo a un lado. Stalin construyó toda su lucha posterior contra la revolución permanente sobre la separación mecánica de la revolución democrática y la construcción del socialismo. No ha comprendido que la Revolución de Octubre fue al principio una revolución democrática y que, solamente por eso, pudo realizar la dictadura del proletariado. Adaptó el balance que yo hice de las conquistas democráticas y socialistas de la Revolución de Octubre a su propia concepción. Luego pregunta: “¿Es cierto que la Revolución de Octubre no le trajo beneficios a los campesinos?” Tras afirmar que gracias a la Revolución de Octubre los campesinos se sacudieron el yugo de los terratenientes (¡vean ustedes qué novedad!), Stalin concluye: “Después de esto, ¿cómo puede decirse que la Revolución de Octubre no le trajo beneficios a los campesinos?”
¿Después de esto -preguntamos nosotros- cómo puede decirse que este “teórico” tiene siquiera un gramo de conciencia teórica? El balance desfavorable de la Revolución de Octubre para el campo es, por supuesto, circunstancial y transitorio. Para el campesino, la importancia de la Revolución de Octubre reside en que sentó las premisas para la reconstrucción socialista de la agricultura. Pero esto es cosa del futuro. En 1927, la colectivización seguía siendo totalmente tabú. En cuanto a la colectivización “total”, nadie pensaba siquiera en ella. Sin embargo, Stalin la incluye en su disquisición. “Hoy, después del desarrollo acelerado del movimiento colectivista agrario -nuestro teórico trasplanta el futuro al pasado- los campesinos pueden [...] producir mucho más que antes con el mismo trabajo.” Y nuevamente: “Después de todo esto [!], ¿cómo puede decirse que la Revolución de Octubre no le trajo ganancias al campesinado? ¿No es evidente que quienes afirman semejantes falsedades obviamente calumnian al partido y al poder soviético?” Las palabras “falsedades” y “calumnias” son muy pertinentes, como puede comprobarse. Sí, existen ciertas personas que “obviamente calumnian” a la cronología y al sentido común.
Como vemos, Stalin profundiza sus “falsedades” al pintar un panorama en el que la Oposición no sólo exagera sobre la Revolución de Febrero a expensas de la de Octubre, sino incluso le niega a ésta la capacidad de mejorar la situación del campesino en el futuro. ¿Quiénes son los necios, permítasenos preguntar, a los que va dirigido todo esto? ¡Mil perdones, honorable profesor Pokrovski! Al plantear una y otra vez el problema de las tijeras económicas de la ciudad y la aldea, a partir de 1923, la Oposición buscaba un objetivo concreto, que ahora nadie puede discutir: obligar a la burocracia a comprender que la lucha contra el peligro de desunión no debe librarse con consignas edulcoradas tipo “de cara a la aldea”, etcétera, sino mediante la aceleración del ritmo de desarrollo industrial y una enérgica colectivización de la economía campesina. En otras palabras, nosotros planteamos tanto el problema de las tijeras como el del balance campesino de la Revolución de Octubre, no para “desacreditar” -valga la “terminología”- a ésta, sino para obligar a la burocracia complaciente y conservadora, con el acicate de la Oposición, a aprovechar las posibilidades económicas inconmensurables que la Revolución de Octubre creó.
En lugar del curso oficial burocrático-kulak de 1923-1928, expresada en el trabajo legislativo y administrativo cotidiano, en la nueva teoría y, sobre todo, en la persecución a la Oposición, ésta propuso, a partir de 1923, una política orientada hacia la aceleración de la industrialización y, a partir de 1927, tras los primeros éxitos de la industrialización, la mecanización y colectivización de la agricultura.
Volvamos al programa de la Oposición, que Stalin oculta pero del que extrae sus retazos de sabiduría: “Es necesario detener el incremento de la propiedad privada en el campo mediante un desarrollo más acelerado del cultivo colectivo. Es necesario subsidiar, sistemáticamente y año tras año, los esfuerzos de los campesinos pobres por organizarse en granjas colectivas.” [La verdadera situación en Rusia, pág. 68.]
“Se deben destinar fondos mucho más amplios para la creación de granjas colectivas y estatales. Hay que acordar las máximas concesiones a las granjas colectivas recientemente organizadas y a toda otra forma de colectivización. Las personas desprovistas de derechos electorales no pueden integrar las propiedades colectivas. Todo el trabajo de las cooperativas debería estar imbuido de la necesidad de transformar la producción en pequeña escala en producción colectiva a gran escala[...]. El trabajo de reparto de la tierra debe realizarse exclusivamente a expensas del Estado, y se otorgará primacía a las granjas colectivas y de los pobres, cuidando al máximo sus intereses.” [ídem, pág. 71.]
Si la burocracia no hubiera vacilado bajo la presión de la pequeña burguesía, si a partir de 1923 hubiera puesto en práctica el plan de la Oposición, el balance de la revolución, tanto el proletario como el campesino, sería hoy infinitamente más favorable.
El problema de la smytchka es el problema de las relaciones entre la ciudad y el campo. Tiene dos componentes, mejor dicho, se lo puede enfocar desde dos ángulos distintos: a) las relaciones entre la industria y la agricultura; b) las relaciones entre el proletariado y el campesinado. Estas relaciones, que en la economía de mercado asumen la forma del intercambio de mercancías, se expresan en las fluctuaciones de los precios. La correlación entre los precios del pan, el algodón, la remolacha, etcétera, por un lado, y los precios de las telas, el querosene, los arados, etcétera, por el otro, constituye el índice decisivo para evaluar las relaciones entre la ciudad y la aldea, la industria y la agricultura, los obreros y los campesinos. Por lo tanto, el problema de las “tijeras” de los precios industriales y agrícolas sigue siendo, también en este período, el problema económico y social más acuciante que enfrenta el sistema soviético en su conjunto. Ahora bien, ¿cómo evolucionaron las tijeras de los precios en el período entre los dos últimos congresos, es decir, en dos años y medio? ¿Se cerraron o, por el contrario, siguieron abriéndose?
En vano buscaríamos una respuesta a este interrogante central en el informe de diez horas que Stalin presentó ante el congreso partidario. Este hizo del informe principal del congreso un cúmulo de cifras departamentales, un libro de estadísticas burocráticas, sin intentar extraer una sola generalización marxista de los datos aislados, para nada digeridos por él, que obtuvo de los comisariados, secretariados y otras oficinas.
¿Se cierran las tijeras de los precios industriales y agrícolas? En otras palabras, ¿se revierte el balance de la revolución socialista, que hasta el momento era deficitario para el campesino? En la economía de mercado -de la que no nos hemos librado ni lo haremos por mucho tiempo- el cierre o apertura de las tijeras es de una importancia decisiva para evaluar los éxitos logrados y controlar la corrección o incorrección de los planes y métodos económicos. El solo hecho de que el informe de Stalin no diga una palabra al respecto es en extremo alarmante. Si las tijeras estuvieran en proceso de cierre, no faltarían especialistas en el departamento de Mikoian que, sin la menor dificultad, expresarían dicho proceso en estadísticas y gráficos. Stalin no tendría más que mostrar el diagrama, es decir, mostrarle al congreso unas tijeras cuyas hojas se cierran. Toda la parte económica del informe tendría su eje, pero lamentablemente éste falta. Stalin soslayó el problema de las tijeras.
Las tijeras internas no son el índice definitivo. Existen otros índices, más “elevados”: las tijeras de los precios internos e internacionales. Estas comparan la productividad del trabajo en la economía soviética con la productividad del trabajo en el mercado capitalista mundial. En este terreno como en tantos otros, el pasado nos legó una pesada herencia de atraso. En la práctica, la tarea planteada para los próximos años no es “alcanzar y sobrepasar” -¡desgraciadamente, nos falta mucho para eso!- sino, mediante la planificación, cerrar las tijeras entre los precios internos y los mundiales. Esto sólo puede lograrse mediante el acercamiento sistemático de la productividad del trabajo en la URSS a la productividad del trabajo en los países capitalistas avanzados. Y requiere, a su vez, planes que no sean estadísticamente máximos sino económicamente favorables. Cuanto más repiten los burócratas la audaz consigna de “alcanzar y sobrepasar”, más se obstinan en ignorar los coeficientes exactos de comparación de las industrias socialista y capitalista o, en otras palabras, el problema de las tijeras de los precios internos y mundiales. Y el informe de Stalin tampoco dice una palabra al respecto. El problema de las tijeras internas no podría considerarse abolido sino en el marco de la abolición real del mercado; el problema de las tijeras extranjeras, solamente en el marco de la liquidación del capitalismo mundial. Como sabemos, en el momento de rendir su informe agrícola Stalin se preparaba para mandar “al diablo” a la NEP. Pero en los seis meses siguientes cambió de opinión. Como de costumbre, su informe ante el congreso atribuye a los “trotskistas” su intención no realizada de liquidar a la NEP. Los hilos blancos y amarillos con que está urdida esta trama son tan visibles que el informe de esta parte del discurso no se atreve a registrar el menor aplauso.
Lo que le ocurrió a Stalin con el mercado y con la NEP es lo que generalmente les sucede a los empíricos. Confundió su propio cambio radical de opinión, fruto de la presión externa, con un cambio radical en la situación de conjunto. Una vez que la burocracia resolvió combatir resueltamente al mercado y al kulak en lugar de adaptarse pasivamente a ellos, éstos dejaron de existir en las estadísticas y en la economía. La empiria es, en la mayoría de los casos, la precondición para el subjetivismo y, tratándose de la empiria burocrática, se convierte inexorablemente en premisa para los “virajes” periódicos. En este caso, el arte de la dirección “general” consiste en convertir los virajes en otros más estrechos y distribuirlos en forma igualitaria entre los subordinados, llamados ejecutores. Al final, se atribuye el viraje general al “trotskismo” y el problema está resuelto. Pero no nos desviemos del tema. La esencia de la NEP, a pesar de los cambios radicales en la “esencia” de los pensamientos de Stalin al respecto, reside como siempre en las relaciones económicas entre la ciudad y la aldea, determinadas por el mercado. Si la NEP sigue en práctica, las tijeras de los precios agrícolas e industriales siguen siendo el criterio más importante para la política económica.
Sin embargo, seis meses antes del congreso escuchamos a Stalin calificar la teoría de las tijeras de “prejuicio burgués”. Esta es la manera más simple de salir de la situación. Si se le dice a un curandero de aldea que el gráfico de la temperatura constituye uno de los índices más importantes del estado de salud o enfermedad de un organismo, difícilmente lo creerá. Pero si aprende algunas palabras difíciles y, para peor, aprende a llamar a su curanderismo “medicina proletaria”, lo más probable es que califique al termómetro de prejuicio burgués. Si este curandero tiene el poder en sus manos, para evitar un escándalo romperá el termómetro sobre una piedra o, peor aún, sobre la cabeza de alguien.
En 1925 se declaró que la diferenciación en el seno del campesinado soviético era un prejuicio de los generadores de pánico. Iakovlev recibió el encargo de ocupar el departamento central de estadística, reunir los termómetros y romperlos. Pero, desgraciadamente, la eliminación de termómetros no significa el fin de los cambios de temperatura. El resultado es que se producen procesos orgánicos ocultos que toman desprevenidos tanto a los médicos como a los enfermos. Eso es lo que ocurrió durante la huelga de cereales del kulak, quien surgió de improviso como el personaje central en el campo y obligó a Stalin a efectuar, el 15 de febrero de 1928 (véase Pravda de esa fecha), un giro de ciento ochenta grados. El termómetro de los precios no es menos importante que el termómetro de la diferenciación en el campesinado. Después del Duodécimo Congreso del partido, donde por primera vez se empleó y explicó el término “tijeras”, todos comprendieron su importancia. En los tres años siguientes, las tijeras aparecían invariablemente en los Plenos del Comité Central, en conferencias y congresos, precisamente como la curva fundamental de la temperatura económica del país. Pero después comenzaron a desaparecer gradualmente y, por fin, a fines de 1929, Stalin las declaró... “un prejuicio burgués”. Como pudo romper oportunamente el termómetro, Stalin no tuvo que presentarle al Decimosexto Congreso del partido la curva de la temperatura económica. La teoría marxista es un arma del pensamiento que sirve para aclarar lo que fue, en qué se convierte, qué depara el futuro y determinar lo que se debe hacer. La teoría de Stalin sirve a la burocracia. Sirve para justificar los virajes después de los acontecimientos, ocultar los errores de ayer y, con ello, preparar los de mañana. El silencio sobre las tijeras ocupa el lugar central en el informe de Stalin. Puede parecer paradójico, porque el silencio no ocupa espacio ni tiempo. No obstante, es un hecho: el centro del informe de Stalin es un agujero, abierto, consciente y deliberadamente.
¡Despertad, para que de ese agujero no salga la destrucción de la dictadura!

La renta de la tierra: Stalin profundiza a Marx y Engels

En el comienzo de su lucha contra el “secretario general”, Bujarin afirmó, en relación con cierta cuestión, que la principal ambición de Stalin era la de obligar a que se lo reconociera como “teórico”. Bujarin conoce suficientemente bien a Stalin, y el abecé del comunismo como para comprender lo tragicómico de esta pretensión. Fue en el papel de teórico que Stalin habló ante la conferencia de agrónomos marxistas. Entre otras cosas, la renta de la tierra no salió indemne.
Hasta hace poco (1925), se empeñaba en reforzar la propiedad campesina por muchos años, es decir, en abolir de facto y de jure la nacionalización de la tierra. El comisario del pueblo de agricultura de Georgia –con pleno conocimiento de Stalin, desde luego– presentó en esa época un proyecto de ley de abolición directa de la nacionalización de la tierra. El comisariado de agricultura de Rusia trabajaba con la misma orientación. La Oposición hizo sonar la alarma. Escribió en su programa: “El partido debe resistir y aplastar toda tendencia dirigida hacia la anulación o el socavamiento de la nacionalización de la tierra, uno de los pilares básicos de la dictadura del proletariado.” [La verdadera situación en Rusia, pág. 70.] Así como en 1922 Stalin debió desistir de su ataque contra el monopolio del comercio exterior, en 1926 hubo de abandonar el asalto contra la nacionalización de la tierra y declarar que se lo había “interpretado mal”. Tras proclamar el curso hacia la izquierda, no sólo se convirtió en defensor de la nacionalización de la tierra; inmediatamente acusó a la Oposición de no comprender la importancia de dicha institución. El negativismo de ayer se transformó repentinamente en fetichismo. La teoría de la renta de la tierra de Marx adquirió una nueva función administrativa: justificar la colectivización total de Stalin.
Aquí es necesario hacer una breve disquisición teórica. En su análisis incompleto de la renta de la tierra, Marx la dividió en absoluta y diferencial. Puesto que el mismo trabajo humano aplicado a distintas parcelas de tierra rinde distinto fruto, el dueño de la parcela más fértil se apropiará, naturalmente, del excedente que produce esa parcela. Esta es la renta diferencial. Pero ningún propietario regalará una parcela, por pobre que sea, a un arrendatario, mientras exista alguna demanda de la misma. En otras palabras, de la propiedad privada de la tierra surge necesariamente una renta mínima, independiente de la calidad de la parcela. A esto se llama renta absoluta. Así, teóricamente, el monto total de la renta de la tierra es la suma de las rentas diferencial y absoluta.
Según esta teoría, la abolición de la propiedad privada de la tierra conduce a la liquidación de la renta absoluta. Sólo queda la renta determinada por la calidad de la tierra misma o, mejor dicho, por la aplicación del trabajo humano a parcelas de tierra de diversas calidades. No es necesario explicar que la renta diferencial no es una especie de propiedad fija de las parcelas de tierra, sino que varía con los métodos de cultivo. Estas líneas sirven para demostrar lo ridículo de la excursión de Stalin al reino teórico de la renta de la tierra.
Lo primero que hace Stalin es corregir y profundizar a Engels. No es la primera vez que lo hace. En 1926 nos explicaba que tanto Engels como Marx desconocían la ley elemental del desarrollo desigual del capitalismo, razón por la cual ambos rechazaban la teoría del socialismo en un solo país, la que fue defendida contra ellos por Vollmar, antepasado teórico de Stalin[3].
A primera vista parecería que enfoca con algo más de cautela la cuestión de la nacionalización de la tierra o, más precisamente, la falta de comprensión de este problema por parte del viejo Engels. Pero, en esencia, su enfoque es igualmente irresponsable. Del trabajo de Engels acerca del problema campesino cita la famosa frase de que de ninguna manera contrariaremos la voluntad del campesino; por el contrario, le daremos toda la ayuda que esté a nuestro alcance “para facilitar su transición a las asociaciones”, es decir, a la agricultura colectiva. “Trataremos de darle todo el tiempo posible para que reflexione sobre esto en su propia parcela de tierra.” Estas bellas palabras, que todo marxista culto conoce, explican de manera clara y sencilla la relación de la dictadura proletaria con el campesinado.
Ante la necesidad de justificar la colectivización total, a escala frenética, Stalin subraya la prudencia excepcional e incluso “a primera vista excesiva” que emplea Engels para conducir a los pequeños campesinos a la senda de la agricultura socialista. ¿Por qué Engels fue tan “excesivamente” prudente? Responde Stalin: “Es obvio que su punto de partida era la existencia de la propiedad privada de la tierra, el hecho de que el campesino posee ‘su pequeña parcela de tierra’ de la que le resultará difícil desprenderse. Así es el campesinado de Occidente. Así es el campesinado de los países capitalistas, en los que existe la propiedad privada de la tierra. Naturalmente, allí hay que ser muy prudente. ¿Se puede decir que ésa es la situación que impera en nuestro país, en la URSS? No, no se puede. No se puede porque aquí no tenemos la propiedad privada de la tierra que encadena al campesino a su granja individual.”
He aquí su razonamiento. ¿Puede decirse que en este razonamiento hay siquiera un granito de lógica? No, no se puede. Parece que Engels debió ser “prudente” porque en los países burgueses existe la propiedad privada de la tierra. Stalin no necesita serlo porque en la URSS hemos establecido la nacionalización de la tierra. ¿Pero acaso la propiedad privada de la tierra, junto con la propiedad comunal más arcaica, no existían en la Rusia burguesa? Nosotros no nos encontramos con una tierra ya nacionalizada; la nacionalizamos después de conquistar el poder. Y Engels se refiere a la política que adoptará el partido proletario precisamente después de la conquista del poder. ¿Qué sentido tiene la explicación condescendiente que da Stalin de la prudencia de Engels? Sucede, vean ustedes, que el viejo debió actuar en países burgueses en los que existe la propiedad privada de la tierra, mientras que nosotros tuvimos la feliz idea de abolir la propiedad privada. Pero Engels nos recomienda que seamos prudentes precisamente después de la conquista del poder por el proletariado, por consiguiente después de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Al contraponer la política campesina soviética con el consejo de Engels, Stalin embrolla el problema de la manera más absurda. Engels prometió darle al pequeño campesino el tiempo necesario para que reflexione, en su propia parcela de tierra, antes de ingresar a la granja colectiva. En este período transicional de “reflexiones” campesinas, el Estado obrero debe, según éste, proteger al pequeño campesino de los usureros, los mercaderes de granos, etcétera, es decir, debe poner coto a las tendencias explotadoras del kulak. La política soviética en relación a la masa principal, no explotadora, del campesinado tuvo precisamente este carácter dual, a pesar de todas sus vacilaciones. El movimiento de colectivización se encuentra actualmente -trece años después de la conquista del poder- apenas en su etapa inicial, griten lo que griten las estadísticas. Para la abrumadora mayoría de los campesinos la dictadura del proletariado significó doce años para reflexionar. Engels difícilmente pensó en un período tan prolongado, y los países avanzados de Occidente, en los que, con el gran desarrollo de la industria, resultará incomparablemente más fácil demostrar a los campesinos las ventajas de la agricultura colectiva en la práctica, difícilmente necesitarán un período tan prolongado. Que en la Unión Soviética apenas ahora, después de doce años de la conquista del poder por el proletariado, emprendamos un amplio movimiento de colectivización -movimiento muy primitivo y muy inestable todavía-, sólo puede explicarse por nuestro atraso y nuestra pobreza, a pesar de haber nacionalizado la tierra, lo que presumiblemente no se le ocurrió a Engels y presumiblemente el proletariado occidental no tendrá que enfrentar después de la conquista del poder. Esta contraposición de Rusia con Occidente y de Stalin con Engels lleva el inconfundible hedor de la idealización del atraso nacional.
Pero Stalin no se detiene allí; inmediatamente añade la incoherencia teórica a su incoherencia económica. ¿Cómo podemos -pregunta a su infortunado auditorio-, “en nuestro país, donde la tierra ha sido nacionalizada, demostrar tan fácilmente [!!] su superioridad [la de las granjas colectivas] respecto de las pequeñas granjas campesinas? Esa es la gran importancia revolucionaria de las leyes agrarias soviéticas, que abolieron la renta absoluta [...] y llevaron a cabo la nacionalización de la tierra.” Y Stalin, en tono a la vez de reproche y de suficiencia, pregunta: “¿Por qué, entonces, nuestros teóricos agrarios no emplean bien este argumento nuevo [!?] en su lucha contra todas las teorías burguesas?” Y aquí hace una referencia –se recomienda a los agrónomos marxistas no intercambiar miradas significativas, no sonarse la nariz para ocultar su confusión y, sobre todo, no esconderse debajo de las mesas– al tercer tomo de El Capital y a la teoría de la renta de la tierra de Marx. ¡Oh, pena y dolor! ¡A qué alturas llegó este teórico antes de... sumergirse en el pantano con su “argumento nuevo”!
Según Stalin, lo único que ata al campesino occidental a la tierra es la “renta absoluta”. Y puesto que hemos “abolido” a ese reptil, del mismo modo desapareció ese “poder de la tierra” que esclaviza al campesino, descrito con tanta pasión por Gleb Uspenski en Rusia y por Balzac y Zola en Francia.
Primero, dejemos establecido que en la URSS la renta absoluta no fue abolida sino estatizada, que no es lo mismo. Newmark evaluó la riqueza nacional de Rusia en 1914 en ciento cuarenta mil millones de rublos oro, incluido en primer término el precio de toda la tierra, es decir, la renta capitalizada del país entero. Si quisiéramos establecer ahora el peso específico de la riqueza nacional de la Unión Soviética dentro de la riqueza de la humanidad, deberíamos incluir, desde luego, la renta capitalizada, tanto absoluta como diferencial.
Todas las pautas económicas, incluida la renta absoluta, se reducen al trabajo humano. En las condiciones de la economía de mercado, la renta de la tierra está determinada por la cantidad de productos que el dueño de la tierra puede extraer de los productos del trabajo aplicado a la misma. En la URSS, el dueño de la tierra es el Estado. Eso lo convierte en titular de la renta de la tierra. En cuanto a la liquidación real de la renta absoluta, podremos hablar de ello una vez que se haya socializado la tierra de todo el planeta, es decir, una vez que haya triunfado la revolución mundial. Pero dentro de las fronteras nacionales, dicho sea sin el menor ánimo de insultar a Stalin, no sólo no se puede construir el socialismo sino que ni siquiera se puede abolir la renta absoluta.
Este interesante problema teórico tiene una significación en la práctica. La renta de la tierra se expresa en el mercado mundial en el precio de los productos del agro. En la medida en que el gobierno soviético es exportador de éstos -y la intensificación del cultivo incrementará enormemente las exportaciones de granos-, el Estado soviético, armado con el monopolio del comercio exterior, aparece en el mercado mundial como el dueño de la tierra cuyos productos exporta; de esa manera, en los precios de dichos productos el Estado soviético realiza la renta de la tierra concentrada en sus manos. Si nuestra tecnología agraria, igual que nuestro comercio exterior, no fuera inferior a la de los países capitalistas sino que se encontrara en su mismo nivel, precisamente en la URSS la renta absoluta se nos aparecería en su forma más clara y más concentrada. Cuando en el futuro alcancemos ese estadio, ese momento será de la mayor importancia para la conducción planificada de la agricultura y la exportación. Si ahora Stalin se jacta de haber “abolido” la renta absoluta en lugar de realizarla en el mercado mundial, tiene circunstancialmente el derecho de hacerlo en virtud de la debilidad actual de nuestra exportación agrícola y el carácter irracional de nuestro comercio exterior, en el que no sólo la renta absoluta de la tierra sino también muchas cosas más desaparecen sin dejar rastros. Este aspecto del problema, que no guarda relación directa con la colectivización de la economía campesina, nos brinda, no obstante, un ejemplo más de esa idealización del aislamiento y el atraso económicos que constituye uno de los rasgos fundamentales de nuestro filósofo del socialismo nacional.
Volvamos al problema de la colectivización. Según Stalin, el pequeño campesino occidental está atado a su parcela de tierra por la cadena de la renta absoluta. Cualquier gallina campesina se reirá de su “argumento nuevo”. La renta absoluta es una categoría exclusivamente capitalista. La economía campesina parcelaria no puede participar de la renta absoluta sino en circunstancias episódicas caracterizadas por una coyuntura excepcionalmente favorable del mercado, como la que se dio, por ejemplo, al principio de la guerra. La dictadura económica del capital financiero sobre la aldea atomizada se expresa en el mercado en el intercambio desigual. En general, el campesinado de todo el mundo no escapa a este régimen de las “tijeras”. En los precios de granos y de todos los productos del agro, la abrumadora mayoría de los campesinos no obtiene un salario ni que hablar de una renta. Pero si la renta absoluta, que Stalin tan triunfalmente “abolió”, no le dice nada a la mente ni al corazón del pequeño campesino, la renta diferencial, que Stalin generosamente perdonó, reviste una gran importancia, precisamente para el campesino occidental. El campesino arrendatario se aferra a su parcela tanto más febrilmente cuanto mayores son las fuerzas y los medios que él y su padre emplearon en su fertilización. Esto es cierto, dicho sea de paso, no sólo en Occidente sino también en Oriente, por ejemplo en China con sus regiones de cultivo intensivo. De manera que ciertos elementos de conservadurismo inherentes a la pequeña propiedad no son consecuencia de la categoría abstracta de la renta absoluta sino de las condiciones materiales del cultivo intensivo en la economía parcelaria. Si los campesinos rusos rompen sus vínculos con una parcela determinada de tierra con relativa facilidad, de ninguna manera se debe a que el “argumento nuevo” de Stalin los liberó de la renta absoluta, sino a la misma causa por la que, en la época anterior a la Revolución de Octubre, se producían en Rusia redivisiones periódicas de la tierra. Nuestros narodnikis idealizaban estas redistribuciones por el hecho en sí. Pero las mismas eran posibles debido a nuestra economía no intensiva, el sistema de las tres parcelas, el pésimo cultivo de la tierra, en fin, nuevamente, a ese atraso que Stalin idealiza.
Al proletariado victorioso de Occidente, ¿le resultará más difícil que a nosotros eliminar el conservadurismo campesino que surge del cultivo intensivo inherente a la economía de la pequeña propiedad? De ninguna manera. Porque en Occidente, debido al nivel incomparablemente más elevado de la industria y de la cultura en general, al Estado proletario le resultará mucho más fácil darle al campesino en transición al trabajo colectivo una compensación real y genuina por la pérdida de la “renta diferencial” de su parcela de tierra. No puede caber la menor duda de que a doce años de la conquista del poder la colectivización de la agricultura en Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos será inconmensurablemente más amplia y firme que la nuestra en la actualidad.
¿No es extraño que Stalin haya descubierto este “argumento nuevo” a favor de la colectivización total doce años después de realizada la nacionalización? Pues, a pesar de la nacionalización, en el período 1923-1928 se aferró con toda obstinación al poderoso productor individual de mercancías, no a la colectivización. ¿Por qué? La respuesta es clara: la nacionalización de la tierra es una premisa necesaria, pero totalmente insuficiente, para la agricultura socialista. Desde el punto de vista económico estricto, es decir, el punto de vista de Stalin al respecto, la nacionalización de la tierra es muy poco importante, porque el costo del equipo que requiere la economía racional y en gran escala supera varias veces la renta absoluta. Demás está decir que la nacionalización de la tierra es una premisa política y jurídica sumamente importante, indispensable para la transformación socialista de la agricultura. Pero la importancia económica directa de la nacionalización en un momento dado está determinada por la acción de factores de carácter material-productivo. Esto surge con toda claridad en el balance campesino de la Revolución de Octubre. El Estado, en tanto que dueño de la tierra, concentró en sus manos el derecho a la renta de la tierra. ¿Se realiza esta renta de la tierra en el mercado, en los precios de los granos, la madera, etcétera? Desgraciadamente, todavía no. ¿La obtiene del campesino? Dada la multiplicidad de las cuentas económicas del Estado con el campesino resulta muy difícil responder esta pregunta. Puede decirse -y esto de ninguna manera constituye una paradoja- que las “tijeras” de los precios agrícolas e industriales contienen la renta de la tierra en forma oculta. Concentrada la tierra, la industria y el transporte en manos del Estado, para el campesino la renta de la tierra es un problema, por así decirlo, contable, no económico. Pero la contabilidad es una técnica que no lo desvela. Él hace un balance global de sus relaciones con la ciudad y el Estado.
Corresponde mejor enfocar la cuestión desde otra óptica. Gracias a la nacionalización de la tierra, las fábricas y los talleres, la abolición de la deuda externa y la economía planificada, el Estado obrero pudo alcanzar en poco tiempo una elevada tasa de desarrollo industrial. Este proceso crea, indudablemente, la premisa más importante para la colectivización. Sin embargo, esta premisa no es de tipo jurídico sino material-productivo: se expresa en una determinada cantidad de arados, enfardadoras, cosechadoras, tractores, elevadores de granos, agrónomos, etcétera. Precisamente estas entidades reales deben constituir el punto de partida del plan de colectivización. En ese momento el plan reflejará la realidad. Pero entre los beneficios reales de la nacionalización no siempre podemos contar la nacionalización en sí, como una especie de fondo de reserva capaz de cubrir todos los excesos de las aventuras burocráticas “totales”. Sería como si una persona, tras depositar su capital en un banco, quisiera utilizar al mismo tiempo el capital y el interés acreditado. Tal es la conclusión general. Pero la conclusión específica, individual, puede formularse de manera mucho más sencilla: “Tonto, sería mejor que volvieras a la escuela”, en lugar de salir a prolongadas excursiones teóricas.

Las formulaciones de Marx y la audacia de la ignorancia

Entre los tomos primero y tercero de El Capital hay un segundo tomo. Nuestro teórico se considera en la obligación de someterlo también a sus abusos administrativos. Stalin debe apresurarse a ocultar de toda crítica la política actual de colectivización forzada. Pero como las pruebas necesarias no se hallan en las condiciones materiales de la economía, las busca en los libros de prestigio, e invariablemente se equivoca de página. Toda la experiencia capitalista ha probado las ventajas de la economía en gran escala sobre la economía en pequeña escala -incluida la agricultura-. Las ventajas potenciales de la economía colectiva en gran escala sobre la pequeña economía atomizada fueron reveladas, antes que por Marx, por los socialistas utópicos, cuyos argumentos siguen siendo, en lo fundamental, válidos. En esta esfera los utópicos fueron realistas cabales. Su utopismo comenzaba sólo con el problema del camino histórico hacia la colectivización. Quien señaló el camino correcto en este sentido fue Marx, con su teoría de la lucha de clases y su crítica de la economía capitalista.
El Capital hace un análisis y una síntesis de los procesos de la economía capitalista. El segundo tomo estudia el mecanismo inmanente del crecimiento de la economía capitalista. Las fórmulas algebraicas de este tomo demuestran como, a partir del mismo protoplasma creador -el trabajo humano abstracto-, se cristalizan los medios de producción en forma de capital constante; los salarios, en forma de capital variable; y la plusvalía, que luego deviene en fuente para la creación de capital constante y variable adicionales. Esto a su vez posibilita la adquisición de mayor plusvalía. Esta es la espiral de la reproducción ampliada en su forma más general y abstracta.
Para demostrar como los distintos elementos materiales del proceso económico, las mercancías, se encuentran en esta totalidad anárquica o, más precisamente, como los capitales constante y variable acceden al equilibrio necesario en las distintas ramas de la industria durante el crecimiento general de la producción, Marx divide el proceso de reproducción ampliada en dos partes interdependientes: por un lado, las empresas que producen medios de producción; por el otro, las empresas que producen artículos de consumo. Las empresas de la primera categoría deben proporcionar máquinas, materias primas y materiales auxiliares a sí mismas al igual que a las empresas de la segunda categoría. A su vez, las empresas de la segunda categoría deben proporcionar artículos de consumo para satisfacer tanto las necesidades propias como las de las empresas de la primera categoría. Marx descubre el mecanismo general de la adquisición de esta proporcionalidad que constituye el equilibrio dinámico del capitalismoI.
Por eso, el problema de la agricultura y sus relaciones con la industria está en un plano enteramente diferente. Evidentemente, Stalin confundió la producción de artículos de consumo con la agricultura. Para Marx, en cambio, las empresas agrícolas capitalistas (y sólo las capitalistas) que producen materias primas caben automáticamente en la primera categoría; las empresas que producen artículos de consumo están en la segunda categoría. En ambos casos, comparten sus categorías con empresas industriales. Dado que la producción agrícola posee peculiaridades que la contraponen a la industria en su conjunto, el examen de dichas peculiaridades comienza en el tercer tomo.
En realidad, la reproducción ampliada no sucede únicamente a expensas de la plusvalía generada por los obreros de la propia industria y de la agricultura capitalista, sino también a partir de nuevos medios, provenientes de fuentes externas: la aldea precapitalista, los países atrasados, las colonias, etcétera. A su vez, la adquisición de plusvalía de la aldea y las colonias puede realizarse a través del intercambio desigual o de la contribución forzada (principalmente impuestos) o, por último, a través de los créditos (ahorros, préstamos, etcétera). Históricamente, estas formas de explotación se combinan en distintas proporciones y desempeñan un papel tan importante como la obtención de plusvalía en su forma “pura”; la profundización de la explotación capitalista siempre va de la mano con su expansión. Pero las fórmulas de Marx que nos ocupan disecan muy cuidadosamente el proceso vivo del desarrollo, separando la reproducción capitalista de todos los elementos precapitalistas y de todas las formas transicionales que lo acompañan y alimentan y a cuyas expensas se expande. Las fórmulas de Marx construyen un capitalismo químicamente puro que jamás existió ni existe ahora en ningún lugar. Precisamente por ello revelan las pautas básicas de todos los capitalismos, pero del capitalismo y sólo de éste.
Para cualquiera que conozca El Capital resulta obvio que ni el primero, ni el segundo ni el tercer tomo responden al interrogante de cómo, cuándo y con qué ritmo puede la dictadura del proletariado realizar la colectivización de la agricultura. Ninguna de estas preguntas, ni decenas de preguntas más, encuentran solución en los libros ni, dada su esencia, podrían encontrarlaII. En verdad, no hay ninguna diferencia entre Stalin y el comerciante que busca en la más sencilla de las fórmulas de Marx, D-M-D (dinero-mercancía-dinero), una guía sobre lo que debe comprar y vender y cuándo hacerlo para realizar la máxima ganancia. Stalin, simplemente, confunde la generalización teórica con la receta práctica -y para colmo se trata de una generalización teórica de Marx que se refiere a un problema completamente distinto-.
¿Por qué, entonces, necesita Stalin recurrir a las fórmulas de la reproducción ampliada, que obviamente no entiende? Sus propias explicaciones son tan inefables que debemos reproducirlas palabra por palabra: “En efecto, la teoría marxista de la reproducción nos enseña que la sociedad moderna [?] no puede desarrollarse sin acumular de año a año, y la acumulación es imposible si no existe reproducción ampliada de año a año. Esto es claro y fácil de comprender.” Más claro, imposible. Pero ésta no es una enseñanza de la teoría marxista; es propiedad común de la economía política burguesa, es su quintaesencia. La “acumulación” como condición para el desarrollo de la “sociedad moderna”: tal es, precisamente, la gran idea que la economía política vulgar purgó de los elementos de la teoría del valor derivado del trabajo, que ya se encontraba en la economía política clásica. La teoría que Stalin, de manera tan altisonante, propone “extraer del tesoro del marxismo” es un lugar común, que une no sólo a Adam Smith con Bastiat sino a éste con el presidente norteamericano Hoover. Utiliza la “sociedad moderna” -no capitalista sino “moderna”- para extender las fórmulas de Marx a la sociedad socialista “moderna”. “Esto es claro y fácil de entender.” Y prosigue Stalin: “Nuestra industria socialista a gran escala, centralizada, se desarrolla según la teoría marxista de la reproducción ampliada [!]; porque [!!] crece en volumen de año a año, tiene sus acumulaciones y avanza a pasos agigantados.”
La industria se desarrolla siguiendo la teoría marxista: ¡fórmula inmortal! Asimismo, la avena crece dialécticamente, siguiendo las leyes de Hegel. Para un burócrata, la teoría es una fórmula administrativa. Pero todavía no hemos llegado al meollo del problema. La “teoría marxista de la reproducción” se refiere al modo de producción capitalista. Pero Stalin está hablando de la industria soviética, que él considera socialista sin ninguna duda. Afirma que la “industria socialista” se desarrolla según la teoría de la reproducción capitalista. Aquí vemos lo incauto que fue al meter la mano en el “tesoro del marxismo”. Si una teoría de la reproducción construida en base a las leyes de la producción anárquica incluye dos procesos económicos, uno anárquico y el otro planificado, la economía planificada, punto de partida del socialismo, se reduce a cero. Pero apenas estamos en las flores: todavía no hemos llegado a los frutos.
La joya más fina que Stalin extrae del tesoro es la palabrita “porque”: la industria socialista se desarrolla según la teoría de la industria capitalista “porque crece en volumen de año a año, tiene sus acumulaciones y avanza a pasos agigantados”. ¡Pobre teoría! ¡Desgraciado tesoro! ¡Infeliz de Marx! ¿Significa que Marx creó su teoría para demostrar especialmente la necesidad de que se produzcan avances anuales y, para colmo, a pasos agigantados? ¿Qué pasa entonces con los períodos en que la industria capitalista avanza a “paso de tortuga”? En esos casos, aparentemente, la teoría de Marx no es válida. Pero la producción capitalista se desarrolla en ciclos de boom y de crisis; eso significa que no avanza solamente a pasos agigantados; hay períodos en que se detiene y retrocede. Diríase que la concepción de Marx es inútil en lo que se refiere al proceso capitalista, para la comprensión del cual fue elaborada, pero en cambio responde plenamente a la naturaleza de los “pasos agigantados” de la industria socialista. Milagro, ¿no es cierto? Stalin, que no se limita a enseñarle a Engels la nacionalización de la tierra, sino que le hace una corrección fundamental a Marx, marcha en todo caso... a pasos agigantados. Y las fórmulas de El Capital son aplastadas como nueces bajo sus pesados pies.
Pero, ¿para qué se metió Stalin en todo esto?, preguntará el lector perplejo. ¡Ay!, no podemos saltear etapas, sobre todo cuando nos cuesta tanto mantenernos a la par de nuestro teórico. Un poco de paciencia y todo quedará aclarado.
Inmediatamente después del pasaje que acabamos de discutir, Stalin continúa así: “Pero nuestra industria a gran escala no constituye el conjunto de nuestra economía nacional. Por el contrario, la pequeña economía campesina sigue predominando en la misma. ¿Podemos decir que nuestra pequeña economía campesina se desarrolla según el principio (!) de la reproducción ampliada? No, no podemos (...) Nuestra pequeña economía campesina muy pocas veces es capaz de lograr siquiera la reproducción simple. ¿Podemos imprimir a nuestra industria socializada una tasa elevada de crecimiento a la vez que la pequeña economía campesina sigue siendo la base de nuestra agricultura? (...) No, no podemos.” Luego viene la conclusión: es necesario llegar a la colectivización total.
Este pasaje es todavía mejor que el anterior. De vez en cuando, en medio de la soñolienta banalidad de la exposición, estallan los cohetes de la ignorancia audaz. La economía agrícola, es decir, la economía de la mercancía simple, ¿se desarrolla según las leyes de la economía capitalista? No, responde nuestro teórico, presa del terror. Es obvio que la aldea no vive de acuerdo a Marx. Hay que tomar cartas en el asunto. El informe de Stalin trata de rechazar las teorías pequeñoburguesas acerca de la estabilidad de la economía campesina. Mientras tanto, al enredarse en el nudo de las fórmulas marxistas, da a estas teorías su expresión más generalizada. En realidad, la teoría de la reproducción ampliada de Marx se refiere a la economía capitalista en su conjunto- a la industria y también a la agricultura- pero en su forma pura, sin resabios precapitalistas. Pero Stalin, que por alguna razón se olvida de los artesanos y las artesanías, plantea el interrogante: “¿Podemos decir que nuestra pequeña economía campesina se desarrolla según el principio (!) de la reproducción ampliada?” “No -responde-, no podemos.”
En otras palabras, Stalin repite, de manera más general, la afirmación de los economistas burgueses de que la agricultura no se desarrolla según el “principio” de la teoría marxista de la producción capitalista. ¿No sería mejor, después de esto, mantenerse en silencio? Después de todo, los agrónomos marxistas escucharon en silencio su vergonzosa distorsión de las enseñanzas de Marx. Sin embargo, la más cortés de las reacciones debió haber sido la siguiente: ¡Abandone inmediatamente esa tribuna y no se atreva a hablar de cosas que desconoce totalmente!
Pero no seguiremos el ejemplo de los agrónomos marxistas, no permaneceremos en silencio. La ignorancia armada con el poder es tan peligrosa como la demencia armada de una navaja.
Las fórmulas del segundo tomo de Marx no representan los “principios” que guían la construcción del socialismo, sino la generalización objetiva de los procesos capitalistas. Estas fórmulas, haciendo abstracción de las peculiaridades de la agricultura, no sólo no contradicen el desarrollo de ésta sino que la incluyen plenamente como agricultura capitalista.
Lo único que puede decirse de la agricultura en el marco de las fórmulas del segundo tomo es que suponen la existencia de una cantidad de materias primas y de productos de consumo agrícolas que garantice la reproducción ampliada. ¿Cuál sería la correlación entre la agricultura y la industria, por ejemplo, en Gran Bretaña o en Estados Unidos? Ambos se corresponden con las fórmulas marxistas. Gran Bretaña importa artículos de consumo y materias primas. Estados Unidos los exporta. Aquí no existe la menor contradicción con las fórmulas de la reproducción ampliada, que de ninguna manera están limitadas por las fronteras nacionales ni adaptadas al capitalismo nacional ni, menos aún, al socialismo en un solo país.
Si se llegara a los alimentos sintéticos y a las materias primas sintéticas, la agricultura quedaría totalmente eliminada, la sustituirían nuevas ramas de la industria química. ¿Qué sucedería con las fórmulas de la reproducción ampliada? Seguirían siendo válidas mientras existieran las formas capitalistas de producción y distribución.
La economía agrícola de la Rusia burguesa, con el tremendo predominio del campesinado, satisfizo las necesidades de una industria en expansión y creó la posibilidad de hacer grandes exportaciones. Estos procesos fueron acompañados por el fortalecimiento de la cúpula kulak y el debilitamiento, la creciente proletarización, de la base campesina. De esta manera la economía agraria sobre bases capitalistas se desarrolló, a pesar de todas sus peculiaridades, dentro del marco de las mismísimas fórmulas con que Marx sintetiza la economía capitalista en su conjunto: y sólo la economía capitalista.
Stalin busca arribar a la conclusión de que es imposible basar la construcción del socialismo “en dos cimientos diferentes: la industria socialista más grande y concentrada y la atrasada economía campesina de la pequeña mercancía”. En realidad, demuestra exactamente lo contrario. Si las fórmulas de la reproducción ampliada se aplican por igual a las economías capitalista y socialista -a la “sociedad moderna” en general-, resulta totalmente incomprensible esa imposibilidad de seguir desarrollando la economía sobre los cimientos de la contradicción entre la ciudad y la aldea, la misma base sobre la que el capitalismo alcanzó un plano de desarrollo incomparablemente más elevado. En Estados Unidos, hasta el día de hoy los gigantescos trusts industriales se desarrollan paralelamente a la economía agraria basada en los granjeros. La economía de la granja creó las bases de la industria norteamericana. Digamos de paso que, hasta ayer, nuestros burócratas, con Stalin a la cabeza, tomaban como modelo de orientación a la agricultura norteamericana, con el gran granjero abajo y la industria centralizada en la cúpula.
El tipo ideal de cambio es la premisa fundamental de las fórmulas abstractas del segundo tomo. Pero la economía planificada del período de transición, si bien se basa en la ley del valor, la viola a cada paso y fija relaciones de intercambio desigual entre las distintas ramas de la economía y, en primer término, entre la industria y la agricultura. La palanca decisiva de la acumulación forzosa y la distribución planificada es el presupuesto gubernamental. El papel de éste, con su desarrollo inevitable, se acrecentará. La financiación crediticia regula las relaciones entre la acumulación obligatoria del presupuesto y los procesos del mercado, en la medida en que éstos mantengan su primacía. Ni la financiación presupuestaria ni la financiación crediticia planificada o semiplanificada, que aseguran la ampliación de la reproducción en la URSS, pueden englobarse de ninguna manera en las fórmulas del segundo tomo. Porque toda la fuerza de estas fórmulas reside en el hecho de que pasan por alto los presupuestos, tarifas y planes y, en general, a todas las formas de injerencia planificada del estado, y resaltan la necesaria legitimidad inherente al juego de las fuerzas ciegas del mercado, disciplinado por la ley del valor. Si se “liberara” el mercado interno soviético y se aboliera el monopolio del comercio exterior, el intercambio entre la ciudad y la aldea se volvería incomparablemente más igualitario, y la acumulación en la aldea –acumulación del kulak o del granjero capitalista– seguiría su curso; resultaría evidente entonces que las fórmulas de Marx se aplican también a la agricultura. En esa senda, Rusia no tardaría en transformarse en una colonia sobre la que se apoyaría el desarrollo industrial de otros países.
Para impulsar la colectivización total, la escuela de Stalin (existe semejante cosa) ha difundido groseras comparaciones entre las tasas de desarrollo industrial y agrícola. Como siempre, quien cumple esta tarea de la manera más grosera es Molotov. En la conferencia partidaria del distrito de Moscú de febrero de 1929, Molotov dijo: “En años recientes el ritmo de desarrollo de la agricultura se ha retrasado notablemente respecto del de la industria [...] Durante los últimos tres años el valor de la producción industrial se incrementó en un cincuenta por ciento y el de la producción agrícola en solamente un siete por ciento.”
Contraponer estas tasas de desarrollo es hacer gala de analfabetismo económico. Todas las ramas de la economía están esencialmente incluidas en lo que se llama economía campesina. El desarrollo de la industria, siempre y en todos los países, se produjo a costa de la reducción del peso específico de la economía agraria. Basta con recordar que en Estados Unidos la producción metalúrgica es casi equivalente a la producción de la economía de granja, mientras que en la URSS equivale a la decimoctava parte de la producción agrícola. Esto demuestra que, a pesar de las altas tasas de desarrollo de los últimos años, nuestra industria todavía está en pañales. Para superar las contradicciones entre la ciudad y la aldea creadas por el desarrollo burgués, la industria soviética debe, en primer término, superar a la aldea en un grado jamás logrado por la Rusia burguesa.
La actual ruptura entre la agricultura y la industria estatal no es resultado de que la industria haya dejado muy atrás a la economía agrícola -la posición de vanguardia de la industria es un hecho histórico mundial y una premisa necesaria para el progreso- sino de que nuestra industria es demasiado débil, es decir, su avance no alcanza para elevar a la agricultura al nivel necesario. El objetivo es, desde luego, eliminar la contradicción entre la ciudad y la aldea. Pero los caminos y métodos para lograrlo no tienen nada que ver con la equiparación de las tasas de crecimiento de la agricultura y la industria. Por el contrario: la mecanización de la agricultura y la industrialización de toda una serie de sus ramas irá acompañada por una reducción del peso específico de la agricultura como tal. El ritmo que le podamos imprimir a esta mecanización está determinado por la capacidad productiva de nuestra industria. Lo decisivo para la colectivización no es el hecho de que las cifras porcentuales correspondientes a la metalurgia ascendieran en algunas decenas en los últimos años, sino el hecho de que la cantidad de metal per cápita es despreciable. El crecimiento de la colectivización equivaldría al crecimiento de la propia economía agrícola solamente en la medida en que ésta se basara en una revolución técnica en la producción agrícola. Pero el ritmo de esa revolución se ve frenado en la actualidad por el peso específico de la industria. Es menester coordinar el ritmo de colectivización con los recursos materiales -no con los ritmos estadísticos abstractos- de la industria.
En bien de la clarificación teórica deberíamos agregar a lo dicho que la eliminación de la contradicción entre la ciudad y la aldea, es decir, la elevación de la producción agrícola a un nivel científico-industrial, no significará, como quiere Stalin, el triunfo de las fórmulas de Marx en la agricultura sino, por el contrario, el fin de su triunfo también en la esfera industrial; porque la reproducción ampliada socialista de ninguna manera se producirá de acuerdo a las fórmulas de El Capital, cuyo resorte principal es la búsqueda de la ganancia. Pero todo esto es demasiado complicado para Stalin y Molotov.
Para concluir, repitamos que la colectivización es una tarea práctica de eliminación del capitalismo, no una tarea teórica de expansión del mismo. Por eso las fórmulas de Marx no tienen aquí la menor aplicación. Las posibilidades prácticas de la colectivización están determinadas por los recursos productivos y técnicos disponibles para la agricultura en gran escala y por el grado de disposición del campesinado para pasar de la economía individual a la colectiva. En última instancia, esta disposición subjetiva es producto del mismo factor material-productivo: sólo las ventajas de la economía colectiva basada en una tecnología avanzada pueden atraer al campesino hacia el socialismo. En lugar de un tractor, Stalin quiere darle al campesino las fórmulas del segundo tomo. Pero el campesino es honesto; no le gusta discutir sobre lo que no comprende.