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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

Nuevos zigzags y nuevos peligros

Nuevos zigzags y nuevos peligros

NUEVOS ZIGZAGS Y NUEVOS PELIGROS[1]

15 de julio de 1931

El discurso que pronunció Stalin el 23 de junio en la conferencia de los economistas presenta un interés excepcional. No porque contenga generalizaciones profundas, perspectivas amplias, síntesis precisas o propuestas prácticas claras. No contiene nada por el estilo; está impregnado de todas las cualidades y características de la incoherencia burocrática: ideas remanidas, formulaciones deliberadamente ambiguas a las que se puede interpretar de un modo u otro, inculpaciones a los ejecutores del plan, desacuerdo total entre las conclusiones y las premisas. Pero en medio de la confusión aparecen hechos que ya no es posible ignorar. Estos hechos le otorgan al discurso una verdadera importancia política. Si se le sacan todos los ornamentos, el resultado es el siguiente: “Otra vez la Oposición de Izquierda demostró tener razón. Todas sus advertencias quedaron justificadas. Y nosotros, los burócratas, al calumniar groseramente y oprimir a la Oposición, demostramos ser unos tontos.” Naturalmente, Stalin expresó estas ideas con otras palabras. Por supuesto, siguió denigrando al “trotskismo” con banalidades estereotipadas. Sin embargo, no es la lógica burocrática de Stalin lo que nos interesa sino la dialéctica del proceso económico, más poderosa que la más poderosa de las inconsecuencias lógicas de la burocracia.

El plan quinquenal en cuatro años

Nos enteramos por el discurso que la aplicación del plan industrial presenta “un cuadro muy variado”. Hay sectores en los que en cinco meses se produjo un incremento del 40 por ciento sobre el período correspondiente del año pasado, otros en los que el aumento fue del 20 al 30 por ciento, y otros, finalmente, que muestran sólo un incremento del 6 al 10 por ciento, e incluso menor. Como al pasar, señala que en esta última categoría están el carbón, el hierro y la industria del acero, es decir la base real de la industrialización.
¿Cuál es la relación entre los distintos sectores de la economía? No responde. Sin embargo, de la respuesta a esta pregunta depende la suerte del plan quinquenal. Si se calculan mal las partes de una casa en construcción, ésta puede venirse abajo cuando se llegue al tercero o al cuarto piso. Con una planificación incorrecta o, lo que es peor, con una regulación incorrecta del plan en el proceso de su cumplimiento, al final puede desatarse una crisis que crearía dificultades insuperables para el aprovechamiento y desarrollo de sus éxitos indudables. Sin embargo, Stalin oculta el hecho de que la industria pesada, en vez de avanzar en un 30 o un 40 por ciento, avanzó en un 6 por ciento “y aún menos”, con la trivial frase sin sentido: “el cuadro es muy variado”.
Por el mismo discurso nos enteramos de que “una cantidad de empresas y organizaciones económicas dejaron hace tiempo de llevar libros de contabilidad, de presentar un balance concreto de sus entradas y salidas”. Cuando se lee esto resulta imposible creerlo. ¿Cómo puede ser? ¿Qué clase de dirección industrial es ésa cuya efectividad no se mide y se controla cada vez con mayor precisión? Nos enteramos luego de que conceptos tales como “régimen de funcionamiento de la economía[...] racionalización de la producción, quedaron perimidos hace mucho tiempo”. ¿Tiene noción el orador de la importancia de lo que está diciendo?¿No suena acaso como una monstruosa calumnia a la economía soviética, y fundamentalmente como una implicable acusación a la dirección máxima? “Es un hecho -continúa Stalin- que en muchas empresas los costos de producción comenzaron a subir recientemente.” Sabemos qué significan palabras como “aquí y ahora”, “en una cantidad de empresas”, cuando las pronuncia Stalin. Significan que el orador teme los hechos, los oscurece y los minimiza. Tras las palabra “en una cantidad de empresas” subyace la industria pesada; como ésta aumentó en un 6 por ciento en lugar de en un 40 por ciento, los costos de producción también aumentaron, minando la posibilidad de avances futuros. Además, resulta que se tira por la borda la contabilidad y la racionalización quedó perimida. ¿No se desprende la conclusión alarmante de que la actuación real es aún peor de lo que la presenta el orador?
¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Por qué y cómo se tiró por la borda la contabilidad y el cálculo? Stalin guarda silencio. ¿Desde cuándo, para construir una planta industrial, se dejó de tener en cuenta la línea de plomada y se trabaja “a ojo”? Con la precisión que lo caracteriza, Stalin responde: hace mucho. ¿Cómo fue que los dirigentes no se dieron cuenta? Stalin no dice nada. Responderemos por él. Se dejó totalmente de lado el cálculo, que nunca fue ideal, porque el estado soviético sólo comenzó a aprender a calcular a escala nacional en el momento en que la dirección burocrática reemplazó por el simple látigo administrativo el análisis marxista y la regulación flexible de la economía. Los coeficientes de crecimiento se convirtieron en problemas de prestigio burocrático. ¿Dónde queda lugar aquí para el cálculo? Resultó ser un héroe el director o presidente de un trust que “completaba y excedía el plan”, aunque de hecho le robara al erario público y con la mala calidad de la producción pusiera una bomba de tiempo en los sectores adyacentes de la economía. Por otra parte, el economista que trataba de evaluar correctamente los elementos de la producción y no ponía por encima de todo las sagradas raciones burocráticas era constantemente castigado. Ahora nos enteramos por Stalin de que en la industria hay “un trabajo semanal ininterrumpido en los papeles”, “éxitos en los papeles”, es decir, datos falsos. ¿No previno la Oposición en todos los números de su Biulleten que la simple presión administrativa es muy capaz de acelerar la contabilidad, pero no la propia industria, que las cifras estatales son mucho más flexibles que el acero y el carbón? ¿No escribimos docenas de veces que cuanto más tiempo esté el plan bajo la dirección de Stalin, mayor será el número de lámparas que se quemarán? Por supuesto, se proclamó que esto era una calumnia contrarrevolucionaria. Todos los tontos, todos los bribones clamaron contra el “derrotismo” de la Oposición de Izquierda. ¿Pero qué significa la frase “hace mucho se dejó de controlar, de llevar contabilidad”, sino que el aparato quemó las lámparas? Si fue hace mucho, ¿por qué el mecánico jefe guardó silencio durante tanto tiempo? Hace dos años que escribimos sobre las lámparas apagadas. Surge la pregunta: ¿puede alguien atestiguar su incoherencia de manera más clara y categórica? ¿No es evidente que la transformación del plan quinquenal en cuatrienal fue un acto propio del más irresponsable aventurerismo?
La conclusión básica está señalada con mucha precisión en el Proyecto de Plataforma de la Oposición Internacional: “La desesperación administrativa por el ritmo ‘máximo’ debe dejar paso a la elaboración del ritmo óptimo (el más favorable), con el que no se persigue cumplir órdenes para quedar bien, sino el avance consciente de la economía en base a su equilibrio dinámico, a la distribución acertada de los recursos internos y al aprovechamiento amplio y planificado del mercado mundial.”[2]

El problema de la fuerza de trabajo

Es la primera vez que Stalin plantea con tanta claridad que el cumplimiento del plan se ve obstaculizado no sólo por la falta de trabajadores especializados sino también por la falta de trabajadores en general. A primera vista este hecho puede parecer improbable. Desde tiempos inmemoriales la aldea rusa es un semillero de ocultas reservas de población excedente, que además se incrementa anualmente en cientos de miles de personas. El avance de las granjas soviéticas y la colectivización y mecanización de la agricultura tienen que haber aumentado, naturalmente, la cantidad de emigrantes de la aldea. Parecería que el peligro sería la formación de una colosal reserva de fuerza de trabajo. Pero no, resultó que al campesino ya no lo atrae la ciudad. ¿Se debe a que desaparecieron las contradicciones entre la ciudad y la aldea? Después de todo, en el tercer año del plan quinquenal “entramos al socialismo”. Pero no, en el último discurso de Stalin no encontramos nada sobre el cumplimiento del socialismo. El orador se volvió mucho más modesto y se limitó a una simple referencia a la mejora de la situación del campesino pobre. No tenemos intención de discutir el hecho en sí. Sin embargo, es totalmente insuficiente como explicación del cese de la emigración. ¿Mejoraron tan radicalmente las condiciones de vida de más de cien millones de campesinos que las ciudades perdieron su poder de atracción sobre ellos? Podría ser así, en el caso de que la situación de los trabajadores de la ciudad no hubiera mejorado simultáneamente en este período, se hubiera quedado estancada o incluso empeorado. Stalin nos lleva a esta dura conclusión, pero sin llamarla por su nombre.
En su discurso pone especial énfasis en que lo que perjudica a la industria es la movilidad de la fuerza de trabajo, los traslados “generalizados” de fábrica a fábrica. Mientras la emigración de la aldea a la ciudad se detuvo completamente, la movilidad dentro de la industria y en parte la deserción de la industria aumentaron muchísimo. Stalin nos informa de que en la mayoría de las fábricas la composición de los obreros cambia “por lo menos en un 30 ó un 40 por ciento del total en el transcurso de un semestre, e incluso de un trimestre”. Estas cifras, que parecerían improbables si no provinieran del propio Stalin, se vuelven especialmente amenazantes si tomamos en cuenta la lucha administrativa que libró estos últimos años la burocracia sindical, junto con la del partido y los soviets, contra la movilidad de la fuerza de trabajo. El proverbio dice: “Dejemos al manantial tranquilo, que brota solo.” El incremento de la movilidad de la fuerza de trabajo implica que, en las condiciones imperantes en el tercer año del plan quinquenal, las masas trabajadoras están inquietas. La burocracia considera que la razón principal de la movilidad es el sistema salarial incorrecto, la gran nivelación de los salarios. Más allá de cómo se resuelva esta cuestión -la retomaremos luego-, no agota en sí misma el problema de la movilidad. Si en el transcurso de un semestre o incluso de un trimestre los obreros de una empresa cambian “por lo menos en un 30 ó un 40 por ciento”, eso significa que, además de los sectores especializados, también la masa trabajadora vive en perpetua migración. Según las palabras de Stalin, el objetivo del obrero es “trabajar un tiempo, ganar un poco de dinero, y luego irse ‘a probar suerte’ a cualquier otro lugar”. Stalin, con esta frase amable pero esencialmente trágica, plantea sin darse cuenta el defecto básico del plan quinquenal: la brutal ruptura del equilibrio económico en detrimento de los trabajadores. Se construyen enormes usinas y fábricas, grandes cantidades de máquinas y tractores, se colectiviza la aldea; pero los proletarios, que tendrían que ser el núcleo básico de todo este gigantesco proceso, emigran de un sitio a otro en busca de “suerte”. No, el traslado de la fuerza de trabajo no se detuvo porque el campesinado haya logrado algún bienestar ideal sino porque la situación de los trabajadores -y hay que decirlo honesta, clara y abiertamente- empeoró extraordinariamente en esta última etapa.
El proyecto de plataforma de la Oposición de Izquierda Internacional dice: “El nivel de vida de los trabajadores y el papel que juegan en el estado son los criterios principales con que se debe medir los éxitos del socialismo.” Si la burocracia stalinista encarara desde este punto de vista la planificación y la economía, no se equivocaría tanto, no se vería obligada a aplicar una política de zigzags antieconómicos, ni tendría que enfrentar los peligros políticos que la acechan ahora.
La Oposición rusa previno hace cinco años en su plataforma: “Los mencheviques, agentes de la burguesía entre los trabajadores, señalan triunfalmente la miseria material de nuestros obreros. Pretenden levantar al proletariado contra el estado soviético, inducir a nuestros trabajadores a aceptar la consigna burguesa-menchevique ‘Volver al capitalismo’. El funcionario complaciente que dice que la insistencia de la Oposición en la necesidad de mejorar la situación material de los trabajadores es ‘menchevismo’, les hace a los mencheviques el mejor de los favores. Empuja a los obreros a tomar las banderas amarillas.”
No hay que engañarse. La movilidad física de los trabajadores puede ser el paso previo de su movilidad política.

Entusiasmo socialista y trabajo a destajo

Las nueve décimas partes del programa de Stalin apuntan al restablecimiento del trabajo a destajo. Todo lo demás es extremadamente confuso y, en parte, no sirve más que para ocultar el giro a la derecha.
Stalin dice que su vuelco se debe a la “nueva época” y los “nuevos objetivos”, que exigen “nuevos métodos”. Pero esto es un engaño demasiado burdo. Ya vimos, en una cantidad de problemas del movimiento obrero mundial, que los vuelcos de la burocracia stalinista no se originaron, en absoluto, en los cambios de la situación mundial sino, por el contrario, a menudo se concretaron en oposición a estos cambios y como producto de errores anteriores de la propia burocracia.
Creemos que hoy sucede lo mismo. Se nos dijo que la Unión Soviética había entrado al socialismo durante el tercer año del plan quinquenal Si así fuera, estaríamos presenciando una tendencia hacia la nivelación total de los salarios. Esta tendencia se justificaría y se apoyaría cada vez más en la emulación socialista y en las brigadas de trabajo. Sin embargo, por absurdo que parezca, fuimos nosotros, la Oposición de Izquierda, los acusados por la burocracia stalinista de falta de confianza en el entusiasmo socialista de los trabajadores rusos. Por inercia, y con el fin de preservar una continuidad aparente, Stalin repite hoy las formulaciones vacías del idealismo burocrático. “No olvidemos -dice Stalin- que la gran mayoría de los trabajadores aceptó estas exigencias del gobierno soviético (disciplina, máximo esfuerzo, emulación, brigadas de trabajo) con gran entusiasmo, y que las están cumpliendo heroicamente.” Ahora bien, si esto es cierto, si ya entramos al socialismo, si la gran mayoría (¡notémoslo bien, la gran mayoría!) de los trabajadores cumple sus tareas “con gran entusiasmo” y aun “heroicamente”, hay que preguntarse por qué esta “gran mayoría” deambula de fábrica en fábrica para probar suerte. Y por qué se ven obligados precisamente ahora, después de que se lograron tantos éxitos, a adoptar el sistema de trabajo a destajo, que después de todo es el más refinado de los métodos capitalistas de explotación de la clase obrera.
“El principio que guía a la Oposición de Izquierda es decir las cosas como son”, declaramos en nuestro Proyecto de Plataforma. La revolución proletaria no tiene ninguna necesidad de esa mezcolanza de idealismo burocrático. Necesitamos la verdad.
Por supuesto, el enemigo se regocijará con los aspectos negativos de esta verdad. Es evidente que se agarrará de algunos elementos de nuestra crítica, así como se agarra de algunas de las revelaciones actuales de Stalin. Que el enemigo aproveche algunos fragmentos de verdad para urdir todo un sistema de falsedades no es grave. Pero cuando los propios obreros no conocen la verdad y no saben dónde buscarla las consecuencias pueden ser trágicas.
El entusiasmo heroico puede exaltar a las masas durante períodos históricos relativamente breves. Sólo una pequeña minoría es capaz de manifestar entusiasmo durante toda una etapa histórica; en esto se basa la idea del partido revolucionario como selección de los mejores elementos de la clase.
La construcción socialista es una tarea de décadas. Sólo se puede garantizar el cumplimiento de este objetivo con un avance sistemático del nivel de vida material y cultural de las masas. Esta es la condición principal, más importante que el tiempo que se gana con la construcción de un Dnieprostroi, un Turksib o un Kuzbas, porque si decae la energía física y moral del proletariado todas las empresas gigantescas pueden llegar a carecer de futuro.
Stalin contenta a su público con citas de Marx y Lenin según las cuales es inevitable la diferenciación de salarios en el período de transición al socialismo.
Mañana Stalin citará a Marx y a Lenin para demostrar que durante la transición al socialismo el pequeño productor de mercancías, el campesino, da lugar inevitablemente al surgimiento del kulak. Estas verdades generales son indiscutibles; fuimos precisamente nosotros quienes las recordamos durante la etapa del “vértigo”, que lamentablemente no ha terminado. Pero fue precisamente la burocracia stalinista quien, contrariamente a nosotros, planteó como tarea práctica la liquidación del kulak, es decir de la estratificación del campesinado, en el término del plan quinquenal reducido a cuatro años. Contra nosotros, la burocracia stalinista afirmó que las dificultades esenciales en el camino al socialismo estaban superadas, que ya habíamos entrado al socialismo, que el cumplimiento del plan quinquenal mejoraba automáticamente la situación de los trabajadores y que se podía “superar” el plan quinquenal en cuatro años. Entonces, ¿cómo puede ser que se plantee tan directamente la cuestión del trabajo a destajo a final del tercer año? Todo obrero consciente debe plantearse esta pregunta.
El 7 de julio, Pravda publica la siguiente cita tomada del periódico del comisariado del pueblo de trabajo: “El desarrollo de la técnica y el crecimiento del papel que juegan el transporte, la electrificación, etcétera, estrechan los alcances del trabajo a destajo.” ¿Acaso no es ésta una verdad marxista? Pero Pravda dice que es “una afirmación trotskista” . Este extraño conflicto entre el órgano del comisariado del pueblo de trabajo y el del Comité Central del partido se explica por el hecho de que el segundo número de Voprosov Truda [Problemas del Trabajo] apareció antes del discurso de Stalin, mientras que el número 185 de Pravda apareció dos días después del discurso. ¿Por qué se vio obligado Pravda a transformar esta simple verdad del marxismo en una herejía “trotskista”? Porque el nuevo giro de Stalin no es producto del desarrollo de la construcción socialista sino de la aguda contradicción entre la orientación equivocada de la burocracia y las necesidades vitales de la economía.
El salario a destajo no se contradice por principio con las condiciones de la economía soviética transicional; sería un doctrinarismo estúpido oponerse. Pero el abrupto vuelco hacia el trabajo a destajo y la acentuación extrema de los rasgos capitalistas de este sistema constituyen hoy, en el verano de 1931, a finales del tercer año del plan quinquenal, después de los éxitos ininterrumpidos, después de “haber entrado al socialismo”, uno de los golpes más duros asestados a los trabajadores tanto desde el punto de vista material como moral. No es sorprendente que las veletas y los camaleones de la prensa se vean obligados a estigmatizar las posiciones elementales del marxismo en lo que se refiere a los salarios para ocultar, aunque sea por un día, la liquidación de las ilusiones.
Hace tiempo se hizo evidente para nosotros que el antiguo método salarial es malo. No se puede elaborar un sistema salarial racional, viable y progresivo sin la colaboración de las propias masas. La burocracia sindical no es mejor que el resto de la burocracia. En las oficinas se preparan los contratos colectivos y las escalas salariales y se imponen a los trabajadores, como todas las demás decisiones del centro infalible. Sin el resurgimiento de la democracia obrera, será totalmente imposible lograr una correcta política salarial. “Los contratos colectivos -dice la plataforma de la Oposición rusa- deben elaborarse después de la discusión real, no ficticia, en las reuniones obreras. Hay que juzgar el trabajo de los sindicatos fundamentalmente por la medida en que defienden los intereses económicos y culturales de los obreros, bajo las limitaciones industriales existentes. Los sindicatos tienen que cumplir sus funciones apoyándose en las elecciones genuinas, la publicidad, el control del numero de afiliados, asumiendo las responsabilidades a todos los niveles de la escala jerárquica. En el Código Penal habría que introducir un artículo que penara como crimen serio contra el estado toda persecución directa o indirecta, abierta u oculta, a un trabajador por criticar, por hacer propuestas independientes, por votar.” ¡Qué acusadoras suenan hoy estas palabras!
Pero el carácter pronunciado del vuelco actual hacia el trabajo a destajo no es consecuencia de un cambio en el sistema salarial. Obedece a una razón más profunda: la falta de riqueza material para satisfacer las necesidades de los trabajadores. El método equivocado del plan, la adaptación incorrecta en el transcurso de su aplicación, la falta de un genuino control de las masas, la falta de un partido, la lucha por lograr metas artificiales en función del prestigio, el dominio administrativo del látigo, la mentira, la jactancia, el aplastamiento de la crítica: todo esto condujo a una distribución falsa de las fuerzas y medios disponibles y creó, en vista del aumento extremadamente rápido del número de trabajadores, una reducción intolerable del fondo realmente disponible para salarios. Por eso los obreros están inquietos. Por eso deambulan de fábrica en fábrica. La presión excesiva de los sindicatos por un lado y su degeneración por el otro provocaron la reacción anárquica conocida como fluctuación de la fuerza de trabajo. Stalin nos señaló cuanto se ha extendido esta reacción. “Hay pocas fábricas -dice- cuyo personal no cambia por lo menos en un 30 ó un 40 por ciento en el transcurso de un semestre, o incluso de un trimestre.” Así de amenazante se ha vuelto la enfermedad que la burocracia trató de liquidar. El traslado de una fábrica a otra, de una población a otra, significa además un enorme derroche de fuerzas productivas, una innecesaria pérdida de tiempo, tanto en el traslado como en la adaptación a nuevas condiciones de trabajo. Esa es la razón principal de la merma de las ganancias y del aumento de los costos netos. Pero el principal peligro de la fluctuación -¡con el objetivo de probar suerte!- consiste en la decadencia moral del proletariado.
La simple acentuación del trabajo a destajo no resuelve nada. Sólo puede crear un sector de trabajadores más prósperos. La tendencia a la creación de una burocracia laboral en las fábricas corresponde perfectamente con la manera de proceder de la burocracia stalinista. Desde este punto de vista, el trabajo a destajo es un método puramente político. Como panacea, completa la evolución del stalinismo. La tradición del bolchevismo es de lucha contra las castas aristocráticas en el seno de la propia clase obrera. Sobre esta base se erige la estructura de la dictadura del proletariado. El programa de la burocracia stalinista la lleva inexorablemente a apoyarse en la aristocracia laboral, cada vez mas privilegiada. ¡Aquí se oculta el peligro político inmediato que amenaza a la dictadura del proletariado!

Una revelación personal

La nueva política se pone en acción como la anterior: al estilo de una revelación personal. Stalin nos informa que la semana laboral ininterrumpida se introdujo “demasiado apresuradamente, sin preparar las condiciones adecuadas”. ¿Cuáles fueron los resultados? Stalin se ve obligado a señalarlos: “ningún sentido de responsabilidad por el trabajo, se maneja con descuido la maquinaria, las herramientas se rompen, y no hay incentivos para aumentar la productividad del trabajo”. Stalin resume todo en una sola frase: “Nadie es responsable de nada.” Una confesión terrible, o más bien una desautorización, de su propia política. “Nadie es responsable de nada”; eso siempre ocurre cuando un solo individuo quiere ser responsable de todo.
La semana laboral ininterrumpida se introdujo demasiado apresuradamente. ¿Pero quién la introdujo? El secretario general. ¿Se discutió entre las masas trabajadoras antes de su implantación? En absoluto. Todo se preparó en secreto. Las masas aceptaron “con entusiasmo” la semana laboral ininterrumpida, según los comunicados oficiales. ¿Acaso ahora las cosas ocurren de manera diferente? Todavía ayer la prensa ni se ocupaba de todas las calamidades de las que Stalin habla hoy. Ya dijimos y escribimos más de una vez que entre los burócratas stalinistas todo anda a las mil maravillas hasta cinco minutos antes del desastre total. Al enumerar los catastróficos resultados de la semana laboral ininterrumpida, Stalin se refiere al pasar al problema más espinoso y peligroso. “No cabe duda -dice- de que los ejecutivos de nuestras empresas entienden muy bien todo esto. Pero guardan silencio. ¿Por qué? Evidentemente, porque temen la verdad. ¿Y desde cuándo empezaron los bolcheviques a tenerle miedo a la verdad?”. ¡Desde que el aparato stalinista, por su cretinismo, por su carencia de ideas y principios, aplastó a la fracción bolchevique leninista! ¡Justamente desde ese momento! Los ejecutivos, según Stalin, “temen la verdad”. ¡Qué formulación pérfida! No es la verdad lo que temen; tienen miedo de caer víctimas de la verdad porque Rakovski, Sosnovski, Muralov*, Elsin*, Grunstein[3], Kasparova*, Kossior*, y junto con ellos cientos y miles de los mejores bolcheviques -los que no temen la verdad y saben cómo defenderla-, llenan las cárceles de Stalin y los lugares de deportación y exilio. Ese es el nudo del problema del partido.
Después de aplastar a la Oposición de Izquierda, la burocracia stalinista liquidó al partido. Ya no existe esa organización viva, sensible, ágil, flexible, que vivía la experiencia de las masas, que lo veía todo, que criticaba, que generalizaba, que señalaba a tiempo los peligros y elaboraba colectivamente las nuevas orientaciones. “Ahora que la burocracia centrista aplastó al partido -dice en su proyecto de plataforma la Oposición de Izquierda lnternacional-, es decir, que se quedó sin ojos y sin oídos, se mueve a tientas y decide su orientación bajo el impacto directo de las clases, oscilando entre el aventurerismo y el oportunismo.” Más aún, dentro del propio aparato llegó hasta tal punto el temor del funcionario inferior al que está más arriba que nadie se atreve ya a mirar los hechos a la cara y señalarlos a su superior. En los estratos inferiores, los funcionarios dicen que sí a todo lo que les piden los de arriba, que se consideran voceros de las bases mismas. Se convocó el plenario de la Comisión Central de Control con el fin de elaborar las medidas necesarias para la aplicación de la nueva política. Pretenden otorgarle a este acontecimiento una importancia excepcional, ya que no sólo se reunirán los miembros de la Comisión Central sino también los representantes de las organizaciones regionales y una cantidad de organizaciones de base. En otras palabras, los funcionarios superiores llaman en su auxilio a los inferiores. Todos son designados desde arriba. A todos los unifican la subordinación y la responsabilidad compartida. ¡Y se presenta este concilio de funcionarios como la expresión suprema de la democracia!
¿Acaso el nuevo y pronunciado giro no justifica la convocatoria de un congreso extraordinario del partido? Pero el régimen de las revelaciones personales (que en cada ocasión se demoran unos cuantos años) no tolera el régimen de la democracia partidaria, ni la existencia del propio partido. Entonces, ¿es cierto que los bolcheviques temen la verdad? El bolchevique que hoy en día más miedo le tiene a la verdad es Stalin. Si no, no temería consultar al congreso, es decir al partido, sobre este cambio de política.
Estos últimos meses recibimos una cantidad de cartas que nos informan de conversaciones de nuestros corresponsales con burócratas del partido en distintos grados de osificación. La mayor parte de ellos son personas terriblemente asustadas. Observan y comprenden muchas cosas, pero su voluntad está quebrantada. Su filosofía es la filosofía de la adaptación. He aquí lo que plantean con más frecuencia: “Ustedes hablan del régimen partidario. Por cierto que es muy oneroso. Todo el mundo lo siente. Pero tienen que darse cuenta de que no puede ser de otra manera. Sin mano de hierro no podríamos superar las dificultades. La crítica de ustedes a los errores de Stalin es en general correcta, y los acontecimientos la confirmaron. No nos hacemos ilusiones sobre Stalin. Por supuesto, nunca incendiará el Támesis; desde el punto de vista intelectual es mediocre, su preparación teórica es deficiente, no tiene perspectivas amplias. A menudo sentimos que estos defectos pesan sobre nuestras espaldas; pero posee cualidades positivas indispensables: firmeza, tenacidad, perseverancia. Además, está totalmente atado al aparato. Y digan ustedes lo que quieran, el aparato ahora es todo.” Así hablan muchos burócratas. Les parece que las circunstancias justifican el aplastamiento del partido, por penoso que sea, y más adelante -¡oh, más adelante!- vendrá el socialismo y todo cambiará.
Este es el error fundamental. El socialismo no es un sistema prefabricado que puede brotar ya maduro de la cabeza de alguna persona, por muy dotada que ésta sea. El objetivo de la distribución correcta de las fuerzas y medios de producción sólo se puede alcanzar a través de la crítica constante, de la verificación, de la lucha ideológica de los distintos agrupamientos internos del proletariado. Rechazamos la democracia formal porque dentro de los marcos del capitalismo implica entregarle las llaves a un enemigo armado hasta los dientes. Pero al mismo tiempo, insistimos en que sin democracia obrera no es posible mantener la dictadura del proletariado, y mucho menos construir el socialismo. Los zigzags de Stalin resultan cada vez más onerosos. Sólo los tontos y los ciegos pueden creer que se va a implantar el socialismo desde arriba, que se lo va a introducir burocráticamente. Y aún con más fuerza que antes, prevenimos a los obreros avanzados de la URSS y de todo el mundo: el nuevo zigzag de Stalin, sea cual sea el modo en que se lo aplique de inmediato, conducirá inevitablemente a nuevas contradicciones, aún más agudas, en la próxima etapa. Tenemos que comenzar con la restauración de la democracia proletaria. Este es ahora el eslabón decisivo de la cadena. Los problemas de la economía deben ser discutidos en todo su alcance por el partido y los sindicatos. Para ello es necesario que los bolcheviques dejen de tener miedo de decir la verdad, lo cual sólo será posible eliminando las cadenas con que se amarra a los que combatieron y continúan combatiendo por su derecho a hacerlo. La Oposición de Izquierda (bolcheviques leninistas) tiene que ser readmitida en el partido. Hay que abrir la discusión sobre los problemas económicos y políticos fundamentales. ¡Hay que preparar un nuevo congreso del partido sobre la base de la democracia partidaria!