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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

Que es la smytchka

Que es la smytchka

Diciembre de 1928

Traducción especial del francés para esta edición de la versión publicada en Œuvres, Tomo II, Ed. por L’Institut Léon Trotsky, 1989, Francia, pág. 431.

Esta palabra entró en circulación internacionalmente. Nada ha sido tan discutido, después de la muerte de Lenin, como la smytchka y no hay posiblemente ningún terreno en el que se hayan cometido tantos errores como en éste. En efecto, toda la teoría del socialismo en un solo país fue sacada de la smytchka. La línea de pensamiento era ésta: dado que la smytchka consiste en relaciones correctamente equilibradas entre la industria estatal y la agricultura campesina o en relaciones que se vuelven cada vez más correctamente equilibradas, ¿no es evidente que un desarrollo gradual, aunque lento, de las fuerzas productivas, descansando sobre la base de la smytchka, llevará automáticamente al socialismo (si la intervención militar extranjera no lo impide)?
El conjunto del argumento descansa sobre un encadenamiento de errores de novatos. En primer lugar, estas premisas parten de que la smytchka ya ha sido realizada. La crisis de la recolección del grano es una categórica refutación empírica de esta idea, que hemos sometido a una crítica teórica profundizada mucho antes de esta crisis[2]. En segundo lugar, incluso si hubiera un sólido lazo entre la industria y la agricultura campesina, en realidad no constituiría la base de una futura economía socialista en un marco nacional, sino solamente una base sobre la cual construir una relación equilibrada y estable entre el proletariado y el campesinado al interior de un solo país aislado por todo el período de “respiro”, es decir, hasta una nueva guerra o nuevas revoluciones en otros países. Para nosotros, la victoria del proletariado en los países avanzados significaría una reestructuración radical de las mismas bases económicas, que nos permitiría ajustarnos a una división internacional del trabajo más productiva, único medio por el cual pueden ser construidas las verdaderas bases de un sistema socialista.
El tercer y último error es que no existe ninguna garantía de que, aun cuando la smytchka sea realizada, de una forma o de otra, permanecerá estable hacia el futuro en el período de transición.
Aspiramos a realizar la transición, desde la economía capitalista no armónica y sacudida por la crisis, hacia una economía socialista armónica. Pero el período de transición no implica de ninguna forma el debilitamiento gradual de las contradicciones o la calma de las crisis económicas. Por el contrario, incluso un análisis teórico nos enseñaría de antemano que la coexistencia de dos sistemas, la economía socialista y la economía capitalista, simultáneamente en conflicto uno con el otro y nutriéndose uno de otro, debe cada tanto producir crisis de una severidad sin precedentes. El principio de la planificación tiende a debilitar, cuando no a paralizar, el mecanismo del mercado, que tiene su propia forma de superar las contradicciones del capitalismo. Por su esencia misma, el principio de la planificación durante el período de transición está consagrado, en cierta medida, a ser el instrumento de crisis generalizadas. Y esto no es de ningún modo una paradoja. El principio de planificación, en las condiciones de un era de transición -aplicado por primera vez a una economía atrasada y en una situación, para colmo, de relación económica mundial inestable- contiene en sí mismo un riesgo enorme de errores de cálculos.
Laplace[3] decía que podríamos predecir el futuro en todos los terrenos si tuviéramos cerebros capaces de tomar en cuenta todos los procesos dentro del universo, de comprenderlos en su interacción y de proyectar sus líneas futuras de desarrollo. El mismo Laplace no tenía ese tipo de cerebro. Y no abordaremos la cuestión de saber cuánto existe de Laplace en la actual dirección. La necesidad de una solución a priori de los problemas económicos que toma la forma de una ecuación con un gran número de incógnitas, tiene como resultado inevitable, que en ciertos casos a través de la regulación planificada, algunas dificultades parciales o particulares son separadas del camino y son en realidad integradas, ocultadas bajo la alfombra, acumulando así los problemas y sentando las bases de crisis generalizadas, crisis que hacen volar en pedazos ciertas relaciones económicas que parecían sólidamente establecidas.
Si agregamos el débil nivel teórico de la dirección y el hecho de que en la práctica es muy corta de vista, es fácil comprender cómo la planificación puede convertirse en un instrumento que amenace al sistema en su conjunto. Un ejemplo clásico es la misma crisis de la recolección del grano, dado que se produce sobre la línea de relaciones entre la industria estatal y la agricultura campesina, es decir sobre la línea misma de una smytchka supuestamente sólida y segura.
Es en el mismo VII° pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, donde la Oposición de Izquierda ha sido condenada y el marxismo con ella, que Bujarin -como lo sabemos- eligió la cuestión de la recolección de granos como el “factor” que asegura la consolidación automática de la smytchka y en consecuencia del socialismo.
“¿Cuál es el argumento más poderoso que la Oposición utiliza contra el Comité Central del partido (pienso aquí en el otoño de 1925)? Decía entonces: las contradicciones están en curso de agrandarse de forma monstruosa y el Comité Central del partido no lo comprende. Decía: los kulaks, en manos de quienes está concentrada casi la totalidad del excedente del grano, organizaron la ‘huelga del grano’ contra nosotros. Es por eso que el grano llega en cantidades tan pobres. Hemos entendido esto... La Oposición estimaba que todo el resto no era más que la expresión política de este fenómeno fundamental. En consecuencia, los mismos camaradas intervinieron para decir: el kulak se ha atrincherado un poco más, el peligro ha aumentado. Camaradas, si la 1° y la 2° afirmación hubieran sido correctas, tendríamos una ‘huelga del kulak’ contra el proletariado este año... La Oposición nos calumnia diciendo que nosotros contribuimos al crecimiento de los kulaks, que hacemos sin cesar concesiones, que ayudamos a los kulaks a organizar la huelga del grano; los resultados reales prueban precisamente lo contrario” (9 de diciembre de 1926, VII pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista).
Este ataque contra nosotros, que fue tan cruelmente desmentido por el curso ulterior de los acontecimientos económicos, proviene integralmente de una concepción mecánica de la economía del período de transición, en tanto que economía de contradicciones en vías de desaparecer. La expresión más abstracta y más consumada de esta idea en toda su inercia escolástica, ha sido el artículo de Bujarin que motivó la resolución del VII pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre nuestra pretendida desviación socialdemócrata. Este artículo operaba de forma deductiva a partir de la concepción escolástica abstracta de la smytchka, hasta la abstracción del socialismo en un solo país. Y nos exigía que demostráramos que un punto o una línea de demarcación donde el proceso real de transformación de la smytchka y su transformación en una economía planificada, integrada, única, podría ser interrumpida por cualquier factor interno.
En este esquema de armonización creciente de las relaciones entre la ciudad y el campo y de la economía en su conjunto, Bujarin se dedicaba a incluir sin ninguna dificultad todas la cuestiones prácticas. Los campesinos se enriquecían. Los kulaks crecerían y se transformarían en socialismo. Ni qué decir tiene, naturalmente, que año a año la recolección de granos iba cada vez mejor (hablamos del esquema de Bujarin, obviamente, no de la realidad). En su discurso al VII pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Bujarin precisamente ha elegido justamente la cuestión de los problemas económicos para ilustrar el conflicto entre la “concepción trotskista” y la “concepción de partido”.
En el pleno de julio de 1928, Rikov estuvo obligado a admitir que había presentado un cuadro falsamente optimista de la economía al XV Congreso y que no había previsto ni la crisis de la recolección de granos ni su rapidez. Sin embargo, esta crisis había sido prevista, con una precisión total, en un cierto número de documentos de la Oposición, e incluso antes, en nuestro informe sobre la industria en el XII Congreso (1923!) en el cual la cuestión de las tijeras fue formulada por primera vez.
La advertencia, a pesar de su carácter urgente, no ha sido jamás asimilada ni tampoco comprendida. Al contrario, ha sido utilizada sobre la base de la acusación de querer “superindustrializar” un concepto que, a la luz de toda nuestra experiencia económica, no puede ser calificado de otra forma que de estúpido.
¿Qué porcentaje de la crisis de la recolección de granos puede ser atribuida a las dificultades o a las contradicciones encarnadas en el principio de la planificación en el seno de un país campesino, atrasado y qué porcentaje resulta de la actitud pequeño burguesa, pasiva de “esperar y ver”, seguidista, con respecto al problema de la smytchka? Sin duda no se le puede dar a esta cuestión una respuesta matemáticamente exacta. Pero, no hay ninguna duda de que el agravamiento extremo de la crisis ha sido el resultado del escolasticismo teórico y de una estrechez de mira práctica.
La cuestión positiva de la smytchka desde 1923 revestió la forma negativa de las tijeras. La regulación administrativa de los precios, en el contexto de la política falsa seguida en la cuestión de la distribución de la renta nacional y en relación con la “desproporción”, por un cierto lapso de tiempo afectó las contradicciones internas, las ha disimulado y ha nutrido la ilusión bujarinista de que las contradicciones estaban en vías de desaparecer.
Nos hemos informado, por Mikoian, responsable del comercio interior que, si bien es difícil hacer que los trusts gubernamentales en la industria estatal se sometan a reglamentación, la tarea había sido realizada al 100% en lo que concierne a las operaciones económicas y rurales.
Así, la escolástica teórica sobre el período de transición está redoblada por los deseos piadosos en la administración práctica del comercio interior. La crisis de la recolección de granos en 1928 fue el precio total pagado por las ilusiones y los errores del período precedente (o más exactamente, el comienzo de ese pago). El problema de las tijeras fue la expresión del problema de la transición de la revolución democrática a la revolución socialista de forma precisa, numérica, en términos de mercado. El derrocamiento del régimen feudal monárquico ha costado a los campesinos un importe de alrededor de 500 millones de rublos economizados sobre la renta agraria y las tasas, por año. Las tijeras -es decir, la modificación de la relación entre los precios agrícolas y los precios industriales- ha costado al campesinado alrededor de mil millones y medio por año. Estos son los índices de la base de la smytchka. Lo que el campesinado ha ganado en términos de renta agraria es, evidentemente, un balance definitivo del hecho de que la revolución democrática tuvo resultados favorables. Lo que los campesinos han perdido a través de la tijeras es el balance no definitivo, todavía en vías de cambiar, para ellos, de los resultados negativos de la revolución socialista. La industria estatal ha cambiado sus productos por los productos del trabajo campesino con una pérdida para el campesino de mil millones de rublos por año en comparación con el período de preguerra. Cuando estas cifras reveladoras fueron citadas por primera vez por nosotros en un pleno del Comité Central, hubo obviamente una tentativa de refutarlas. Iakovlev[4], un hombre que de buena gana minimizaba las estadísticas, intentó reducir el déficit de los precios sufrido por la agricultura campesina de mil millones a 300 o 400 millones de rublos. La huelga del grano hecha por las capas superiores del campesinado demuestra que es más difícil ocuparse de la realidad económica objetiva que de su reflejo en las estadísticas. Asimismo, Iakovlev, ese domador de salvajes cifras árabes, no ha podido decidirse a negar que para el campesinado, el balance de las dos revoluciones, la revolución socialista y la revolución democrática, hasta el presente, tras las sumas positivas y negativas que hemos citado, resultó en un déficit de varios cientos de millones de rublos.
Sin duda, cuando hablo de revolución democrática no quiero decir la revolución de Febrero, que no ha dado nada al campesinado, sino la revolución de Octubre, que resolvió la cuestión agraria de forma radical. El campesinado ha hecho una distinción muy clara y precisa entre las dos etapas de la revolución, diciendo que estaba por los bolcheviques, pero contra los comunistas. La retirada de la NEP fue el resultado directo del cálculo de los campesinos de sus ganancias y sus pérdidas a partir de la revolución democrática y socialista respectivamente.
En términos prácticos, las tareas de la smytchka, sobre la base de la NEP, estaban formuladas como sigue: lograr una situación en la cual la industria estatal y el comercio pudieran intercambiar los productos del “trabajo socialista” contra aquellos de la economía campesina fragmentada, al menos a tan buen precio como lo había hecho el capitalismo de preguerra, y más tarde, en una relación de igualdad, con el mercado capitalista mundial. El cierre a tiempo de las tijeras a su nivel de preguerra hubiera significado que el problema de la smytchka estuviera resuelto, no para siempre, pero sí por un cierto período. Lo mismo sería cierto en relación al problema de realizar la paridad con los precios sobre el mercado capitalista mundial.
No existe el calendario que nos dé la fecha límite en la cual nosotros habremos resuelto estos problemas. Pero no podemos dejar este proceso desarrollarse indefinidamente. La crisis crónica de la recolección de granos es la prueba de que las cosas duraron demasiado tiempo. Y cuanto más dure esto, más habrá que hacer para salir de esta crisis.
“En Occidente hay desintegración y declinación. Es totalmente natural. No es así en Rusia. En nuestro país, el desarrollo de la agricultura no puede producirse de este modo por la sola razón de que acá tenemos el poder soviético, que los instrumentos de producción están nacionalizados y que en consecuencia, un desarrollo semejante no es posible”.
Conforme a esta lógica, el peligro de restauración era mayor antes del capitalismo.
La revolución democrática y la revolución socialista en los pueblos no han avanzado al mismo ritmo. No en el sentido en que la aldea todavía no se ha comprometido en la producción socialista (eso significaría que la aldea no es más la aldea. Realizar este tipo de tarea sigue siendo todavía una perspectiva a largo plazo para el futuro). Tampoco en el sentido que la industria socialista ha demostrado a los campesinos en la práctica que ella es cada vez más ventajosa para los campesinos en comparación con los capitalistas. Estamos frente a una etapa más bien modesta de desarrollo. La industria socialista no ha logrado la paridad y hace falta mucho para ello, con la capacidad del capitalismo de preguerra de satisfacer las necesidades de las aldeas. Las tijeras de los precios reabren constantemente el abismo entre la revolución democrática y socialista, dando a esta disparidad un carácter político muy agudo. Hasta que esta herida cierre y se cicatrice, no podemos decir que las bases han sido sentadas (no las bases de un socialismo independiente que se baste a sí mismo, sino simplemente las bases para relaciones justas entre el proletariado y el campesinado durante el período que nos separa de la revolución victoriosa del proletariado en los países capitalistas avanzados).
Abordemos ahora este proceso económico contradictorio utilizando los criterios propuestos en el VII pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. ¿Qué es nuestra revolución en sí misma y por sí misma? A la luz de los procesos y realidades económicas fundamentales, se debe responder así a esta pregunta: nuestra revolución tiene un carácter contradictorio, doble. Aun si dejamos de lado, por un momento, la cuestión de saber cómo la revolución trata en su 12° año el problema de las condiciones materiales de los obreros industriales, el hecho indiscutible persiste en que ese aspecto socialista de la Revolución de Octubre hasta el presente constituye un déficit muy grande en el presupuesto del campesinado -es decir, la masa aplastante de la población-. Los únicos que harán críticas sobre este hecho serán cobardes de la especie reaccionaria socialista nacional o los agentes de los americanos quienes, en su mayoría, sólo han aprendido una sola cosa de la tecnología americana, el arte de poner un velo sobre los ojos de la gente.
Los campesinos trataron de oponer el bolchevique al comunista, es decir, el demócrata revolucionario al reorganizador socialista de la economía. Si hubiera, en realidad, que elegir entre dos especies políticas diferentes, la elección no representaría ninguna dificultad para los campesinos. Apoyarían al bolchevique, que les ha dado la tierra, contra el comunista que compra su grano a un precio muy bajo y les vende productos manufacturados a un precio elevado y en cantidad insuficiente. Pero el centro de la cuestión es que el bolchevique y el comunista son una sola y misma persona. Es el resultado del hecho de que la revolución democrática no era más que el comienzo de la revolución socialista.
Y aquí, volvemos a la fórmula de Marx de la revolución proletaria apoyada por una guerra campesina. Si los campesinos hubieran recibido la tierra de una dictadura democrática y no de una dictadura proletaria, el régimen soviético, dada la actual relación de precios, probablemente no hubiera sido capaz de durar más que un año. Pero el problema es que, en este caso, dicho régimen jamás habría sido establecido. (Hemos discutido al menos extensamente en otro capítulo). Constatamos aquí la importancia del contenido que aún persiste en la cuestión de los métodos políticos por los cuales la revolución democrática crece y se transforma en revolución socialista. Es sólo porque la cuestión agraria, en tanto que cuestión revolucionaria-democrática fue resuelta no por una dictadura pequeñoburguesa, es decir una dictadura democrática, sino por una dictadura proletaria, es sólo por esto que los campesinos no solamente han apoyado el poder soviético durante la sangrienta guerra civil de tres años, sino que incluso han aceptado el poder soviético, a pesar de las pérdidas prolongadas que la industria estatal ha significado para ellos.
De nuestro análisis, los apologistas del capitalismo y los reaccionarios pequeñoburgueses, ante todo los mencheviques, deducen la necesidad de un retorno al capitalismo. Los calumniadores semioficiales dan a estos apologistas un apoyo hipócrita cuando dicen que no se puede extraer de mi análisis ninguna otra conclusión. Pero, dado que mi análisis no puede ser refutado porque reposa sobre hechos y procesos indiscutibles explicados perfectamente, el resultado final de la crítica semioficial es el de llevar a la gente a pensar según líneas mencheviques, aunque abordándolo desde un punto de vista opuesto. Y entonces, lo que se deduce de mi análisis, no es la inevitabilidad económica de un retorno al capitalismo, sino el peligro político de la restauración capitalista. Y no es de ninguna manera lo mismo. Decir que la industria socialista hoy es menos ventajosa para el campesinado de lo que era en el capitalismo antes de la guerra, no es lo mismo que decir que una vuelta al capitalismo, en las condiciones actuales, sería más ventajoso para el campesinado que el actual estado de cosas. No, un retorno al capitalismo en este momento significaría en primer lugar, una batalla feroz y durísima al interior del campo imperialista mundial por el derecho a controlar esta 2° edición de la “vieja Rusia”. Significaría que Rusia volvería a ser un eslabón de la cadena imperialista, con el claro estatus de eslabón subordinado, es decir, sobre una base semicolonial.
Significaría la transformación del campesinado en un pagador de tributos al imperialismo mientras que el desarrollo de las fuerzas productivas de nuestro país se retrasaría considerablemente. En otras palabras, Rusia no pasaría a ocupar un lugar junto a Estados Unidos, Francia o Italia, sino que caería en la misma categoría que India o China.
Estas consideraciones no se revelan todas a partir de la esfera de la predicción histórica. El carácter reaccionario del menchevismo y de la escuela de Otto Bauer es que piensan a Rusia en términos de “capitalismo” en un solo país antes que examinar la cuestión del destino de una Rusia capitalista a la luz de los procesos internacionales.
Es difícil solicitar o esperar que los campesinos sean guiados en sus actitudes con respecto al poder soviético por un pronóstico histórico complejo, cualesquiera sea su claridad y su carácter indiscutible a los ojos de todo marxista serio. Tanto los proletarios y a fortiori los campesinos actúan a partir de su propia experiencia vívida. La esclavitud colonial es una perspectiva histórica y al mismo tiempo, una amarga realidad pasada. Es por esto que la situación actual, que está caracterizada por la ausencia de bases firmes para la smytchka, da nacimiento no a la necesidad económica, sino al peligro político de una vuelta al capitalismo.