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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

La situación mundial

La situación mundial

LA SITUACIÓN MUNDIAL[1]

Junio de 1921

¡Camaradas! El problema a que consagro mi informe es muy complejo; temo que mi discurso no lo abarque. Me veo obligado a pedirles que le presten verdadera atención, pues no estoy seguro de haber acertado al reunir los datos conseguidos de tal forma que mi informe requiera el menor esfuerzo por parte de mis oyentes. Es decir, que no estoy seguro tampoco, de poder expresar mis ideas sobre la situación internacional con el orden y la claridad necesarias.
Después de la guerra imperialista, entramos en un período revolucionario, o sea en un período durante el cual las bases del equilibrio capitalista se quiebran y caen. El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En el esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista.
La última guerra imperialista constituyó el acontecimiento que, acertadamente, consideramos como un golpe terrible, sin precedente histórico, asestado al equilibrio del mundo capitalista. Es así que, después de la guerra, comienza la época de los grandes movimientos de masas y de las luchas revolucionarias. Rusia, el más débil de los eslabones que formaban la cadena capitalista, fue quien primero perdió su equilibrio, y también quien antes ingresó en la vía revolucionaria (marzo de 1917). Nuestra revolución de febrero tuvo resonancias enormes en las masas trabajadoras de Inglaterra. El año 1917 fue, en Inglaterra, el de las inmensas huelgas por medio de las cuales el proletariado inglés logró frenar el proceso de caída de las condiciones de vida entre las masas trabajadoras provocado por la guerra. En octubre de 1917, la clase obrera de Rusia se tomó el poder. Una ola de huelgas recorrió el mundo capitalista, empezando por los países neutrales. En otoño de 1918, Japón soportó los grandes desórdenes llamados “del arroz”, que según datos, arrastraron al movimiento hasta un 25 por ciento de la población del país, y provocaron crueles persecuciones por parte del Gobierno del Mikado. En enero de 1918, estalló en Alemania una importante huelga. Al final de 1918, después del debate del militarismo germánico, estallaron revoluciones en Alemania y Austria-Hungría. El movimiento revolucionario continúa expandiéndose. El año 1919 es el más crítico para el capitalismo, sobre todo para el de Europa. En marzo de 1919 se proclama en Hungría la República Soviética. En enero y marzo de 1919, obreros revolucionarios sostienen terribles combates contra la república burguesa en Alemania. En Francia hay tensión en la atmósfera durante el período de desmovilización, pero las ilusiones de victoria y las esperanzas de sus frutos dorados siguen siendo igualmente fuertes. La lucha ni siquiera se aproxima aquí a las proporciones que asume en los países conquistados. En los Estados Unidos, hacia fines de 1919, las huelgas adquieren mayor amplitud y arrastran a su seno a los mineros, a los metalúrgicos, etc., etc. El gobierno de Wilson* da inicio a persecuciones furiosas contra la clase obrera. En la primavera de 1920, en Alemania, la tentativa contrarrevolucionaria de Kapp moviliza y dispone al combate a la clase trabajadora. Sin embargo, el intenso movimiento desordenado de los obreros alemanes es ahogado esta vez por la República de Ebert*, que ellos acaban de salvar. En Francia la situación política se agudiza en mayo de 1920, desde la proclamación de la huelga general. No hay, además, tal huelga; que está mal preparada y traicionada por los jefes oportunistas, los cuales -aunque no lo osaron confesar- jamás la quisieron. En agosto, la marcha del Ejército Rojo sobre Varsovia, que constituye parte de la lucha revolucionaria internacional, sufre un fracaso. En septiembre, los obreros italianos, tomando al pie de la letra la agitación revolucionaria -puramente verbal- del Partido Socialista, se apoderan de las fábricas y de los talleres; pero, traicionados vergonzosamente por el Partido, sufren derrotas en toda la línea y son sometidos, a partir de este hecho, a una contraofensiva implacable por parte de la reacción coaligada. Es en diciembre cuando estalla otra huelga revolucionaria en Checoslovaquia. Finalmente, durante el año 1921 un gran combate revolucionario que produce numerosas víctimas, se desarrolla en la Alemania central, y en Inglaterra se produce una obstinada huelga entre los mineros.
Cuando, durante el primer período inmediato a la guerra, observamos el crecimiento del movimiento revolucionario, algunos de nosotros pudimos creer -asesorados por razones históricas- que tal movimiento, cada día más fuerte y extendido, debía conducir inevitablemente al poder a la clase obrera. No obstante, ya han transcurrido casi tres años desde la guerra europea. En el mundo entero, salvo en Rusia, el poder continúa en manos de la burguesía. Verdad es que, en este tiempo, el mundo capitalista no quedó inmutable. Ha sufrido cambios. Europa y el mundo entero, atraviesan un período de desmovilización extremadamente peligroso para la burguesía; período de desmovilización de los hombres y de las cosas, es decir de la industria; período durante el cual se ha producido un monstruoso acrecentamiento de la actividad comercial y, enseguida, una crisis que aún dura. He aquí que una pregunta nace con enorme amplitud: la evolución que en este momento se realiza ¿tiende realmente a la revolución, o habrá que admitir que el capitalismo ha vencido los obstáculos creados por la guerra y que, si aún no se ha restablecido el equilibrio capitalista, está en vías de restablecerse sobre nuevas bases después de la guerra?

La burguesía se tranquiliza

Si antes de analizar esa pregunta en relación con su base económica, la estudiamos desde el punto de vista político, a la fuerza habremos de comprobar que toda una serie de detalles, hechos y declaraciones atestigua que la burguesía se ha hecho más fuerte y más estable como clase en el poder, o al menos así lo cree ella. En 1919, la burguesía europea estaba en plena confusión; era para ella una época de pánico, eran los días del miedo loco al Bolchevismo, al cual imaginaba bajo formas vagas y amenazadoras, y al cual los carteles en París mostraban como a un hombre con el cuchillo entre los dientes.
En realidad, encarnado en este espectro del Bolchevismo con un cuchillo, estaba el miedo de la burguesía europea a la retribución por los crímenes que cometió durante la guerra. Sabía bien la burguesía hasta qué punto los resultados de la guerra no se correspondieron con las promesas que ella había hecho. Conocía perfectamente la extensión de los sacrificios en los hombres y en los bienes, y temía el arreglo de sus cuentas. El año 1919 fue, sin duda, el año más crítico para la burguesía. En 1920 y 1921, se la ve adquirir nuevamente su seguridad de antaño y acrecentar su aparato gubernamental que, a consecuencia de la guerra, en ciertos países -Italia, por ejemplo-, se encontraba en plena descomposición y que hoy se refuerza, sin duda alguna. El aplomo de la burguesía toma la forma más sorprendente en Italia después de la cobarde traición del Partido Socialista en el mes de septiembre. La burguesía creía encontrar en su camino cuadrillas de asesinos, y se dio cuenta pronto de que sólo tenía ante sí cobardes.
Una enfermedad que en estos últimos tiempos me ha inmovilizado, me permitió, a cambio de no realizar mi trabajo activo, leer un gran número de folletos extranjeros, y he acumulado un paquete de recortes en los que claramente se observa el cambio de sentimientos de la burguesía y su nuevo concepto de la situación política mundial. Todos los testimonios se reducen a uno solo: la moral de la burguesía es, en estos momentos, indudablemente mejor que en 1919 e incluso que en 1920. Así, tomo como ejemplo, las notas publicadas en un periódico suizo, serio y puramente capitalista, Neue Züricher Zeitung, sobre la situación política en Francia, Italia y Alemania, son muy interesantes sobre este particular. Suiza, que depende de esos países, se interesa mucho por su situación interior. He aquí lo que decía este diario sobre los acontecimientos de marzo en Alemania:
“La Alemania de 1921 no se parece a la de 1918. La conciencia gubernamental se refuerza por todos lados, hasta el punto de que los métodos comunistas encuentran actualmente una viva resistencia en casi todas las capas sociales, aunque la fuerza de los comunistas, que no estaban representados durante la revolución más que por un pequeño grupo de hombres resueltos, haya aumentado diez veces.”
En abril, el mismo diario, en ocasión de las elecciones en el parlamento italiano, describe la situación interna de Italia del modo que sigue:
“Año 1919: la burguesía está desordenada, el bolchevismo ataca decididamente. Año 1921: el bolchevismo está vencido y disperso, la burguesía ataca decididamente.”
Un periódico francés influyente, Le Temps, dijo, en ocasión del Primero de Mayo de este año, que no quedaba ni rastro de la amenaza del golpe de Estado revolucionario que envenenó la atmósfera de Francia en mayo del año pasado, etc...
De tal modo, que no parece ya dudoso que la clase burguesa haya recobrado vigor, ni que los Estados hayan reforzado su aparato policial después de la guerra. Pero este hecho, por importante que sea, no resuelve el problema; en todo caso, nuestros enemigos se apresuran a sacar la conclusión del fracaso de nuestro programa. Seguramente esperábamos ver derrotada a la burguesía en 1919. Pero es evidente que no estábamos muy confiados en ello, y que no ha sido en esta derrota en donde hemos basado nuestro plan de acción. Cuando los teóricos de la II Internacional y de la Internacional Dos y Media dicen que hemos fracasado en lo que concierne a nuestras predicciones, uno podría pensar que se trataba de predecir un fenómeno astronómico. Es como si nos hubiéramos equivocado en nuestros cálculos matemáticos según los cuales un eclipse solar ocurriría en tal y tal día, y por lo tanto demostráramos ser malos astrónomos. En verdad, no se trataba de eso: no predecíamos un eclipse de sol, es decir un fenómeno fuera de nuestra voluntad y del campo de nuestra acción. Se trataba de un acontecimiento histórico que debía cumplirse, y se cumplirá con nuestra participación. Cuando hablábamos de la revolución que debía resultar de la guerra mundial, significaba que intentábamos e intentamos aún explotar las consecuencias de tal guerra, a fin de acelerar el advenimiento de la revolución mundial. El hecho de que la revolución no ha sucedido todavía en el mundo entero o, al menos, en Europa, no significa “que la IC haya sido vencida” porque el programa de la Comintern no está basado en datos astronómicos. Todo lo cual aparece claro para cualquier comunista que lo analice, siquiera sea brevemente, desde su punto de vista. No habiendo sobrevenido la revolución sobre las huellas candentes de la guerra, es evidente que la burguesía se ha aprovechado de un momento de descanso, si no para reparar, al menos para enmascarar las espantosas consecuencias amenazadoras de la guerra. ¿Lo ha logrado? En parte. ¿Hasta qué punto? Este es el fondo mismo de la cuestión, que roza el restablecimiento del equilibrio capitalista.

¿Se ha reconstruido el equilibrio mundial?

¿Qué significa el equilibrio capitalista del que tan bonitamente habla el menchevismo internacional? Este concepto del equilibrio no ha sido analizado ni expresado por los socialdemócratas. El equilibrio capitalista está determinado por hechos, fenómenos y factores múltiples: de primera, segunda y tercera categoría. El capitalismo es un fenómeno mundial. Ha conseguido dominar el mundo entero, como ha podido observarse durante la guerra: cuando un país producía de más, sin tener mercado que consumiese sus mercancías, mientras que otro necesitaba productos que le eran inaccesibles. En aquel momento, la interdependencia de las diferentes partes del mercado mundial se hacía sentir en todo sitio. En la etapa alcanzada antes de la guerra, el capitalismo estaba basado en la división internacional del trabajo y en el intercambio internacional de los productos. Es necesario que América[2] produzca determinada cantidad de trigo para Europa. Es preciso que Francia fabrique determinada cantidad de objetos de lujo para América. Es imprescindible que Alemania haga cierto número de objetos vulgares y económicos para Francia. Sin embargo, esta división del trabajo no es siempre la misma, no está sujeta a reglas. Se estableció históricamente, y a veces se turba por crisis, competencias y tarifas. Pero, en general, la economía mundial se funda sobre el hecho de que la producción del mundo se reparta, en mayor o menor proporción, entre diferentes países. Semejante división del trabajo universal, conmovida hasta la raíz por la guerra ¿se ha reconstruido o no? He ahí uno de los aspectos del asunto.
En cada país, la agricultura provee a la industria con objetos de primera necesidad para los obreros y con bienes para la producción (materias primas); a su vez, la industria provee al campo de objetos de uso personal y doméstico, así como de instrumentos de producción agrícola. De este modo queda establecida cierta reciprocidad. En el interior de la misma industria asistimos a la fabricación de instrumentos de producción y a la fabricación de objetos de consumo, y entre estas dos ramas principales de la industria se establece cierta interrelación, la cual pasa por constantes rupturas para ser reconstruida sobre nuevas bases. La guerra destruyó estas relaciones. Durante la misma la industria de Europa -y en gran medida las de América y Japón- no produjeron tantos bienes de consumo y medios de producción como de destrucción. Pues si llegaban a producir objetos de uso personal, éstos se destinaban principalmente a los soldados de los ejércitos imperialistas, con desventaja para los productores obreros. Ahora bien, las relaciones rotas entre la ciudad y el campo, entre las distintas ramas de la industria dentro de cada país. ¿Se han reconstruido o no?
Hay que considerar, además, el equilibrio de las clases basado sobre el de la economía nacional. En el período anterior a la guerra, existía una paz armada, no solamente en lo que se refiere a las relaciones internacionales sino -en gran escala- en cuanto se refería a la burguesía y al proletariado, gracias a un sistema de acuerdos colectivos referente a los salarios; sistema llevado a cabo por los sindicatos centralizados y el capital industrial, a su vez centralizándose más y más. Tal equilibrio se rompió con la guerra, lo que ha provocado un movimiento formidable de huelgas en el mundo entero. El equilibrio relativo de las clases en la sociedad burguesa, equilibrio sin el cual toda producción se hace imposible, ¿se ha restablecido o no? Y si es así, ¿sobre qué bases? El equilibrio entre las clases está estrechamente ligado al equilibrio político. La burguesía, antes y durante la guerra, sostenía su mecanismo interior con la ayuda de los socialdemócratas, de los socialpatriotas, que eran sus principales agentes y mantenían la clase obrera en el marco de un equilibrio burgués. Únicamente por esto pudo la burguesía hacer la guerra. ¿Ha reconstruido ya su sistema político, y hasta qué punto los socialdemócratas conservan o perdieron su influencia sobre las masas y son capaces de representar su papel de guardianes de la burguesía?
Más tarde se aborda la cuestión del equilibrio internacional, es decir, de la coexistencia de los Estados capitalistas, sin la cual, evidentemente, la reconstrucción de la economía capitalista se hace imposible. ¿Ha sido alcanzado ya el equilibrio en esta esfera, o no?
Todos los aspectos del problema deben ser analizados para que podamos contestar a la pregunta si la situación mundial continúa hacia la revolución o, por el contrario, si tienen razón los que consideran nuestros puntos de vista revolucionarios como utópicos. El estudio de cada aspecto de este problema debe ilustrarse con hechos numerosos y cifras difíciles de someter a tan grande asamblea y que apenas pueden retenerse. Así que, brevemente, trataré de exponer algunos datos esenciales que nos permitan orientarnos.
¿Se ha establecido una nueva división del trabajo? En este terreno, el hecho decisivo es el traspaso del centro de gravedad de la economía capitalista y del poder burgués de Europa a América. Es este un hecho esencial que cada uno de vosotros, camaradas, debe grabar en su memoria de la manera más fija, a fin de que podais comprender los acontecimientos que ante nosotros se desarrollarán aún en el transcurso de los años que sigan. Antes de la guerra, era Europa el centro capitalista del mundo; era su principal depósito, su principal oficina y banca. El industrial europeo, inglés en primer término, y alemán en segundo; el comerciante europeo, inglés sobre todo; el usurero europeo, inglés en primer lugar, enseguida francés, eran los directores efectivos de la economía mundial y, por consecuencia, de la política universal. Esto acabó. Europa ha sido arrojada a segundo lugar.

Decadencia Económica de Europa expresada en cifras

Ensayemos determinar en cifras aproximadas el traspaso del centro de gravedad económica y medir la decadencia económica de Europa. Antes de la guerra, la propiedad nacional, o sea el conjunto de fortunas de todos los ciudadanos y de todos los Estados que participaron en la última guerra, estaba valuado en unos 2.4 billones de marcos oro. La cantidad de cosas que producían en el curso de un año, ascendía a un ingreso de 340 mil millones de marcos oro. ¿Qué ha gastado y destruido la guerra? 1.2 billones de marcos oro, la mitad justa de lo que los países beligerantes habían amasado durante toda su existencia. Es evidente que se cubrían los gastos de guerra con las rentas corrientes. Pero si admitimos que la renta nacional de cada país cayó incluso un tercio durante la guerra, a consecuencia de la enorme disminución de la mano de obra, y que así alcanzó 225 mil millones de marcos oro; si, por otra parte, tomamos en consideración el que todos los gastos, fuera de los de guerra, absorbían el 55%, a la fuerza tendrá que reconocerse que las rentas nacionales corrientes no pudieron cubrir los gastos de la guerra más que en la proporción de 100 mil millones de marcos oro anualmente. Lo cual representa 400 mil millones de marcos oro en los cuatro años de lucha. Por consecuencia, los 800 mil millones de marcos que faltaban debían ser sacados del capital de las mismas naciones beligerantes y, sobre todo, en base de la no reconstrucción de su aparato productor. Se comprende que la fortuna general de los países beligerantes, no representa después de la guerra 2.4 billones de marcos oro, sino solamente 1.6 billones de marcos oro, de forma que ha disminuido en un tercio.
Sin embargo, todos los países que tomaron parte en la guerra no se arruinaron en las mismas proporciones. Al contrario, hay entre los beligerantes, países que se han enriquecido, como los Estados Unidos y Japón. Lo cual quiere decir que los Estados europeos que lucharon han perdido más de un tercio de su fortuna nacional; algunos, como Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Balcanes, perdieron más de la mitad.
El capitalismo como sistema económico está, como ustedes saben, lleno de contradicciones. Esas contradicciones alcanzaron proporciones colosales durante la guerra. A fin de procurarse los medios con que hacer la guerra, el Estado ha pedido recursos por medio de las medidas siguientes: en primer lugar, emitiendo papel moneda y, por otra parte, lanzando préstamos. De tal modo, la circulación de los antedichos valores aumentaba cada vez más. Gracias a este medio, el Estado sacaba del país valores materiales y efectivos y los destruía en la guerra. Cuanto más gastaba el Estado, cuantos más valores reales destruía, más se amontonaban en el país los valores ficticios. Los contratos de préstamo se apilaban por doquier. Parecía que el país se había enriquecido extraordinariamente, pero en realidad sus fundamentos económicos se debilitaban cada vez más, se quebrantaban más, caían en ruinas. Las deudas del Estado alcanzaron la cifra de 1 billón de marcos oro, lo que representa un 62% de la actual riqueza de los países beligerantes. Antes de la guerra circulaban papel moneda y títulos de crédito por un valor aproximado de 28 mil millones de marcos oro. En este momento la cantidad es entre 220 mil y 280 mil millones, o sea diez veces más, sin contar claro, a Rusia, pues sólo hablamos del mundo capitalista. Todo esto concierne principalmente -aunque no “exclusivamente”- a los países de Europa; sobre todo, a los del continente y, en primer término, a la Europa central. En general, conforme Europa devenía más pobre se recubría, y se recubre, de una cada vez más espesa costra de valor en papel, o sea lo que se llama capital ficticio. Este capital ficticio -papeles de crédito, bonos del tesoro, títulos de la deuda, billetes de banco, etc.- representa o el recuerdo del capital difunto o la esperanza del capital nuevo. Pero en el presente no corresponde a ningún capital real. Cuando el Estado negociaba un empréstito para obras productivas, como por ejemplo, el Canal de Suez, los valores en papel emitidos por el Estado tenían al dorso un valor real: el Canal de Suez, que permite el paso de los barcos, recibe una remuneración, da rentas; en una palabra, participa de la economía nacional. Cuando el Estado hacía empréstitos para la guerra, los valores movilizados a favor del empréstito destruían y reunían a un mismo tiempo valores nuevos. No obstante, los títulos de la deuda han quedado en los bolsillos y en las carteras de los ciudadanos; el Estado les debe centenas de millones, esas centenas de millones que existen bajo la forma de billetes en el bolsillo de los que se los prestaron al Estado, ¿son millones verdaderos? No existen. Han sido destruidos, quemados. El detentador de ese papel ¿qué aguarda? Si es un francés, espera que Francia arranque esos millones a Alemania, junto con su carne, y le pague.
La destrucción de los cimientos de las naciones capitalistas, la destrucción de su organización productora, ha retoñado -en verdad- bajo diversas relaciones que se escapan a las estadísticas. Este hecho es singularmente llamativo en lo que se refiere a la vivienda. Vistos los beneficios enormes del tiempo de guerra y de después, todas las fuerzas del capital han tendido hacia la producción de nuevos objetivos de consumo personal o militar. En cuanto al restablecimiento de la organización productora fundamental, se ha ido descuidando cada vez más. Sobre todo en lo que respecta a la construcción de viviendas urbanas. Se reparan mal las casas viejas, se construyen nuevos inmuebles en cantidades insignificantes. Así se ha provocado una necesidad colosal de vivienda en el mundo capitalista. Debido a la actual crisis la destrucción del aparato productivo puede no ser perceptible hoy, ya que los principales países capitalistas no utilizan más que la mitad o un tercio de sus capacidades productivas. Pero en la esfera de la vivienda, debido al constante crecimiento de la población, la desorganización del aparato económico se manifiesta a pleno. Se necesitan centenas de miles y hasta millones de viviendas en América, Inglaterra, Alemania y Francia. Pero los trabajos necesarios para resolver esas necesidades encuentran dificultades insuperables, provocadas por el empobrecimiento general. El capitalismo europeo debe y deberá ajustarse los cinturones, reducir el alcance de sus operaciones y descender a un nivel más bajo en los próximos años.
Como he dicho, en el cuadro del empobrecimiento general de Europa diferentes países se han arruinado en diferentes proporciones. Consideremos el caso de Alemania, el país que más ha sufrido entre las grandes potencias capitalistas. Citaré algunas cifras fundamentales que caracterizan la situación de Alemania antes y después de la guerra. Estas cifras no son exactas, claro. El cálculo estadístico de la riqueza y de las rentas nacionales es una cosa muy difícil de lograr bajo la anarquía capitalista. Un cálculo real de las rentas y riquezas no será posible más que en los regímenes socialistas, y se expresará en unidades de trabajo humano. Claro que hablamos del régimen socialista bien organizado y funcionando regularmente, que tan lejos estamos todavía de alcanzar. Pero hasta las cifras que no son exactas del todo nos servirán para darnos una idea aproximada de los cambios producidos en la situación económica de Alemania y de los demás países en los últimos seis o siete años.
Se calculaba la riqueza nacional de Alemania antes de la guerra en 225 mil millones de marcos oro, mientras que el ingreso nacional más alto de preguerra fue de 40 mil millones de marcos oro. Como es sabido, en aquella época Alemania se enriquecía velozmente. En 1896 su renta era de 22 mil millones de marcos oro. En dieciocho años (1896-1913) aumentó 18 mil millones, a razón de mil millones por año. Aquellos dieciocho años fueron la época del formidable crecimiento del capitalismo en el mundo entero, y sobre todo en Alemania. Hoy, la riqueza nacional de esta nación se estima en 100 mil millones de marcos oro, y su ingreso en 16 mil, o sea un 40% del que tenía antes de la guerra. Verdad que Alemania perdió una parte de su territorio, pero sus pérdidas más considerables fueron los gastos de guerra y el pillaje sufrido después. El economista Richard Calwer (de Alemania) considera que, tanto en el terreno de la industria como en el de la agricultura, Alemania produce al presente mucho menos de la mitad de lo que producía antes de la guerra. De modo que los cálculos del economista alemán confirman en todos sus puntos las cifras que acabo de citar. Al mismo tiempo, la deuda del Estado alemán aumenta hasta alcanzar los 250 mil millones de marcos; es decir, que es dos veces y media mayor que la riqueza de Alemania. Por otra parte, a este país se le han impuesto unas retribuciones de 132 mil millones de marcos. Si los ingleses y los franceses decidieran tomar esta suma entera e inmediatamente, se verían obligados a meterse en los bolsillos a Alemania, desde las minas de Stinnes hasta los botones de la camisa del presidente Ebert. El papel moneda se cifra actualmente en Alemania en 81 mil millones de marcos. Cinco mil millones apenas se garantizan por las reservas oro. De donde resulta que el valor interior del marco alemán no alcanza ahora más de siete peniques.
Lo cierto es que, después de la guerra, Alemania apareció victoriosa sobre el mercado mundial, exportando a bajo precio sus mercancías. Pero mientras que estos bajos precios dejaban beneficios considerables a los negociantes y exportadores alemanes, representaba a fin de cuentas, la ruina para la población alemana considerada de conjunto. En efecto, el bajo precio en el mercado mundial se obtenía disminuyendo los salarios y dejando morir de hambre a los obreros, haciendo participar al Estado de la compra del pan, tasando de cierta manera los alquileres, lo que provocaba a su vez la detención de la construcción de inmuebles, limitando las reparaciones, etc.. De tal modo, cada artículo alemán arrojado al mercado mundial lleva consigo una parte de la riqueza nacional alemana, contra la cual Alemania no dispone de ningún equivalente.
A fin de “sanear” la economía alemana, es preciso estabilizar su moneda: es decir que hay que detener la emisión de valores papel y disminuir la cantidad de los que están en circulación. Pero para obtener tal resultado hay que renunciar al pago de las deudas, proclamar la quiebra del Estado. Sin embargo, esta medida equivale por sí sola a la ruptura del equilibrio, ya que ella implica una transferencia de propiedad de sus actuales poseedores a otras manos, y debe por lo tanto provocar una encarnizada lucha de clases por la nueva distribución del ingreso nacional. Mientras tanto Alemania se empobrece y continua cayendo.
Tomemos ahora un país victorioso: Francia. Si comparamos la situación actual de Francia con la que tenía durante los años 1918-1919, diremos: “Sí, algunas mejoras se advierten”. Citaré ahora algunas cifras que los economistas burgueses franceses están presuntuosamente utilizando en un intento de demostrar que la economía capitalista de este país se ha restaurado. Examinemos por ejemplo, el estado de la agricultura francesa. Francia producía antes de la guerra, 86 millones de quintales métricos de trigo, 52 de avena, 132 de papas por año. El año 1919 ha dado 50 millones de trigo; la cosecha de 1920 ha dado 63. En 1919 se han recolectado 77 millones de quintales de papas; en 1920, 103. Examinemos el estado del ganado: en 1913 Francia contaba con 15 millones de carneros; hoy (1921) tiene 12,8 millones. Había en Francia 7 millones de cerdos en 1913; ahora, 4. Como se ve, la disminución es considerable. Veamos la producción de carbón, base esencial de la industria. En 1913 se extraían en Francia 41 millones de toneladas de carbón, contra 22 millones en 1919 y 25 en 1920. Si tomamos en consideración la producción de Alsacia-Lorena y de la cuenca del Sarre conseguiremos la cifra de 35,6 millones de toneladas en 1919. Por consecuencia, comprobamos aquí un aumento de la producción, que sin embargo está muy lejos de obtener el nivel de antes de la guerra. ¿Por qué medios se ha alcanzado este progreso, por pequeño que sea? En la agricultura se debe sobre todo, al trabajo encarnizado del labriego francés. En el terreno capitalista se ha logrado por el pillaje contra Alemania, a la cual se le han tomado vacas, granos, máquinas, locomotoras, oro y especialmente carbón.
Desde el punto de vista de la economía nacional no hay nada positivo aquí, ningún valor nuevo; se trata principalmente de un desplazamiento de los valores antiguos. Es preciso añadir que las pérdidas de Alemania fueron de una vez y media a dos veces más grandes que las conquistas de Francia.
Vemos, pues, que habiéndole arrebatado Francia a Alemania sus principales distritos de producción metalúrgica y carbonera, aún está lejos de alcanzar su propio nivel de producción de antes de la guerra. Tomemos el comercio exterior francés. El balance comercial caracteriza el equilibrio económico internacional, o sea el estado de los cambios entre diversos países. Un país capitalista considera como favorable su situación si exporta al extranjero más que lo que importa. La diferencia se le paga en oro. Semejante balance se denomina activo. Si un país se ve obligado a importar más que a exportar, su balance es pasivo y le obliga a añadir a las mercancías exportadas una parte de sus reservas-oro. De tal modo, la base de su sistema monetario y de su crédito se arruina. Fijándonos en Francia en los dos últimos años (1919-1920), los dos años que la burguesía francesa ha consagrado al trabajo de ‘reconstrucción’, veremos que el pasivo comercial de 1919 se cifraba en 24 mil millones, y en 1920 en 13 mil. El burgués francés jamás vio cifras parecidas ni aun en las pesadillas más terribles de antes de la guerra. El pasivo comercial de estos dos años es de 27 mil millones. Durante el primer trimestre de 1921, Francia realizó su balance comercial sin pasivo, o lo que es igual, a que sus exportaciones han sido iguales a sus importaciones. Por esta razón algunos economistas franceses cantaron victoria: “Francia está en vías de reconstruir su equilibrio comercial”, se decían. Pero el órgano directivo de la burguesía francesa, Le Temps, escribía sobre esto el 18 de mayo: “Están equivocados. No tuvimos que desembolsar oro durante estos tres meses solamente porque importamos muy pocas materias primas. Pero esto simplemente significa, que en la última parte del año exportaremos pocos productos manufacturados en base a materias primas extranjeras en general y americanas en particular. Por lo tanto, si hemos tenido un balance comercial favorable en estos tres meses, en el próximo período el déficit comercial empezará ineludiblemente a crecer.”
Antes de la guerra había menos de 6 mil millones de francos en billetes en circulación: actualmente pasan de los 38 mil. En lo que concierne al poder de compra del franco, el mismo periódico Le Temps hace observar que hacia fines de marzo, cuando ya la crisis había comenzado en el mundo entero, los precios en América aumentaron en un 23%; es decir, menos de un cuarto en relación con los de antes de la guerra, mientras que en Francia aumentaron un 260%, o sea más de tres veces y media que los de antes de la guerra. Esto significa que el poder de compra del franco ha disminuido. Examinaremos ahora el presupuesto francés. Se divide en dos partes: ordinario y extraordinario. El ordinario se valúa en 23 mil millones de francos, cifra desconocida antes ¿Adónde van esas sumas monstruosas? Quince mil millones se destinan a cubrir los intereses de las deudas, cinco mil millones al ejército; total 20 mil millones. Esto es cuanto el estado francés se apresta a sacar del contribuyente. En realidad, sólo alcanza a obtener 17 mil quinientos millones. Por lo tanto el ingreso normal del gobierno no basta para pagar los intereses y mantener el ejército. Nosotros vemos aún gastos extraordinarios: más de 5 mil millones para las tropas de ocupación y toda clase de retribuciones y reconstrucciones consecutivas a la guerra. Estos gastos son inscriptos a cuenta de Alemania. Pero es bastante autoevidente, que a medida que pasa el tiempo, Alemania es cada vez menos capaz de pagarlos. Entretanto el Estado francés continúa viviendo gracias a los nuevos empréstitos o imprimiendo papel moneda. León Chavenon, uno de los periodistas financieros franceses más autorizados, director de un periódico económico muy importante, L’Information, preconiza la supresión continua del papel moneda declarando: “No evitaremos esta necesidad sino por medio de una quiebra declarada.” De tal manera, no existen más que dos eventualidades: una quiebra disfrazada, gracias a la impresión ilimitada de papel moneda o una quiebra franca. He aquí que estamos en Francia, un país victorioso que, en mitad de una Europa en ruinas, se encuentra en una situación favorable, en el sentido que ella pudo y puede reconstituir su equilibrio a costa de Alemania. La situación de Italia y de Bélgica no es mejor que la de Francia.
Pasemos ahora al país más rico y poderoso de Europa: Gran Bretaña. Durante la guerra nos acostumbramos a decir que Inglaterra se enriquecía con la guerra, que la burguesía inglesa llevó a Europa a la guerra, y que se calentaba al calor del fuego que atizó. Lo cual era verdad hasta cierto punto. Inglaterra se enriqueció en el primer período de la guerra pero empezó a perder en el segundo. El empobrecimiento de Europa, especialmente de Europa Central sirvió para romper las relaciones comerciales entre Inglaterra y el resto del continente. Esta circunstancia debía, a fin de cuentas, afectar terriblemente a la industria y a las finanzas de Inglaterra, y la afectó. Además, Inglaterra debió soportar gastos formidables debidos a la guerra. Se encuentra actualmente en decadencia y ésta se acentúa cada vez más. El hecho que cito puede ser ilustrado por medio de cifras relativas a la industria y al comercio, pero no existe ningún género de duda, y tiene su completa expresión en la serie de declaraciones oficiales de los banqueros e industriales ingleses más notables. En el transcurso de marzo, de abril y de mayo, han publicado en los periódicos ingleses las cuentas de las asambleas anuales de las sociedades por acción, de las bancas, etc.. Esas asambleas, en las cuales los directores de las empresas han leído sus informes sobre la situación general de los negocios del país, o bien de sus ramas de industria respectivas, ofrecen documentación sumamente instructiva. He reunido una gran cantidad de esos informes. Atestiguan todos lo mismo: la renta nacional de Inglaterra, el conjunto de las rentas de los ciudadanos del mismo Estado, es menor que antes de la guerra.
Inglaterra se empobrece. La productividad del trabajo disminuye. Su comercio internacional ha bajado en 1920 en relación con el del año anterior al de la guerra, en al menos un tercio, y en ciertas ramas -las más importantes- mucho más todavía. Semejante cambio es muy notable, sobre todo en la industria del carbón, que representaba la rama principal de la economía inglesa o, mejor, la base de todo el sistema económico mundial de Inglaterra: el monopolio carbonero constituía la raíz del poder, el vigor y la prosperidad de todas las otras ramas de la industria inglesa. Ningún rastro de tal monopolio subsiste hoy. He aquí los datos relativos al estado de la economía que nos ocupa: en 1913, las minas inglesas dieron 287 millones de toneladas de carbón; en 1920, se extrajeron 233, lo que representa un 20% menos. En 1913 la producción de hierro de Inglaterra llegó a 10,4 millones de toneladas; en 1920, poco más de ocho millones, otro 20% de menos. Exportaba, en 1913, 73 millones de toneladas de carbón, y en 1920 apenas 25, un tercio del total de preguerra. Pero la crisis de la industria y de la exportación de carbón en 1921 tomó terribles proporciones. Se extrajeron en enero 19 millones de toneladas; en febrero 17; en marzo 16. Enseguida sobreviene la huelga general durante la cual la extracción del carbón se reduce casi a cero. La exportación en los primeros cinco meses de 1921 es seis veces menor que la del período correspondiente del año 1913. La explotación del mes de mayo de 1921, calculada en dinero, es tres veces menor que la del mes de mayo de 1920. La deuda nacional de Inglaterra se cifraba el 1º de agosto de 1914 en 700 millones de libras esterlinas; el 4 de junio de este año alcanzaba los 7.709 millones. Aumentó once veces. El presupuesto se ha triplicado.
El derrumbamiento de la economía inglesa ha encontrado su más gráfica expresión en que una libra esterlina ya no es más una libra esterlina. En el mercado financiero mundial siempre ocupó la libra una situación preponderante. Las divisas de los demás países se conformaban al valor de la libra, que los ingleses llaman soberano. En este momento, la libra ha perdido su papel director. Su plaza es ocupada por el dólar, dueño actual del mercado financiero. La libra esterlina ha perdido ante el dólar un 24 por ciento de su valor nominal. Tal es la situación de Inglaterra, el país más rico de Europa, el que menos ha sufrido militarmente, y el que más se enriqueció en el primer período de la guerra.
Los datos que acabamos de citar caracterizan suficientemente la situación de Europa entera. De los países que participaron en la guerra, Austria ocupa un polo a título de país que más ha sufrido (sin hablar de Rusia), e Inglaterra ocupa el polo opuesto. Entre estos dos países se encuentran: Alemania, Italia, Bélgica, Francia. Los países balcánicos se han arruinado completamente y han vuelto al estado de barbarie económico-cultural. En lo que concierne a los países neutrales, sin duda que se enriquecieron al principio de la guerra; pero, no pudiendo jugar un papel económico autónomo -porque estaban intercalados entre las grandes potencias, de las cuales dependían económicamente- la ruina de los principales estados de Europa, tuvo como corolario enormes dificultades económicas para los países neutrales que también rebajaron el nivel que alcanzaron en el primer período de la guerra.
Así, la fortuna de Europa en su conjunto, en cuanto comprende la cantidad de riquezas materiales producidas por la población europea entera, ha caído en al menos un tercio comparado con los tiempos de preguerra. Lo fundamental, como dije, es la ruina de la organización productora. El campesino no encuentra abonos químicos, instrumentos de arar, máquinas agrícolas; el propietario de minas, deseando alcanzar los precios más elevados para su carbón, no renueva su maquinaria; los depósitos de locomotoras se vacían, las vías férreas no reponen suficientemente su material, etc. Como consecuencia de las circunstancias, la trama de la vida económica se hace más débil, más leve, menos resistente. ¿Qué hacer para medir estos fenómenos, cómo darnos cuenta? La estadística capitalista es insuficiente para esto. Un inventario semejante, esto es, un inventario en términos de los valores de las condiciones productivas, no de una empresa aislada, sino de países enteros y del conjunto de Europa, indudablemente mostraría que los regímenes de guerra y postguerra sobrevivieron y sobreviven a expensas del capital productivo básico de Europa. Lo cual quiere decir, por ejemplo, que Alemania en lugar de emplear 50.000 obreros para mejorar el estado de sus minas, ocupa 50.000 obreros más para extraer el carbón que debe entregar a Francia. Por otra parte, Francia tiende a exportar la mayor cantidad posible de productos extranjeros, para disminuir su déficit comercial, descuidando a su vez su equipamiento en las proporciones necesarias. Y todo esto concierne a todos los países de Europa, pues Europa tiene, en su conjunto, un balance comercial deficitario, pasivo. El debilitamiento de las bases de la economía europea será mayor mañana de lo que fue ayer, y de lo que es hoy.
El gran topo de la historia roe los cimientos de la estructura económica de Europa.

El florecimiento económico de América

Si pasamos al otro hemisferio, un cuadro distinto se nos ofrece. El desarrollo de América ha seguido una dirección diametralmente opuesta, pues se ha enriquecido enormemente en este tiempo. Tomó parte en la guerra, a título de proveedor. Verdad que también ha tenido algunos gastos con la guerra; pero esos gastos parecen insignificantes si los comparamos, no sólo con los beneficios de la guerra, sino con todas las ventajas que el desarrollo económico de América ha sacado de la guerra. Los Estados Unidos han encontrado en Europa algo más que un mercado casi ilimitado, en el cual se le compraba en firme, pues a la vez se han desembarazado, por largos años, de sus competidores en el mercado mundial: Alemania e Inglaterra, que soportaron el peso mayor de la guerra. Hasta la misma guerra, la mayor parte de las exportaciones americanas, dos tercios del total, consistían de productos agrícolas y materias primas. En el curso de la guerra, la exportación de los Estados Unidos aumentó sin cesar y con rapidez febril. Basta decir que el excedente de sus exportaciones sobre sus importaciones en seis años (1915-1920) se calcula en 18 mil millones de dólares. A la vez, el carácter de sus exportaciones ha cambiado radicalmente. Hoy los Estados Unidos exportan 60% de productos manufacturados y solamente 40% de productos agrícolas, comestibles y materias primas.
A fin de fijar el papel actual de los Estados Unidos en la economía mundial, citaré las siguientes cifras fundamentales:
El 6% de la humanidad habita el territorio de los Estados Unidos, que ocupan el 7% de la superficie terrestre; el 20% de la producción global de oro se encuentra en este país; los Estados Unidos poseen el 30% del tonelaje de la flota comercial del mundo, mientras que antes de la guerra sólo tenían un 5%. La producción del acero y del hierro constituye, en los Estados Unidos, un 40% de la producción mundial; la del plomo, 49%, la de la plata, 40%; del zinc, 50%; del carbón, 45%; del aluminio 60%, otro tanto del cobre y del algodón; del petróleo, de 66 a 70%, del maíz, 75%, y de los automóviles, 85%. Existen hoy en el mundo entero diez millones de automóviles; de ellos, América posee ocho millones y medio, y el resto del mundo, 1.400.000. En América se cuenta un auto por cada doce habitantes.
Así también el dominio sobre el mercado del carbón ha pasado definitivamente de Inglaterra a los Estados Unidos. La superioridad de éstos en el terreno del petróleo, que desempeña un papel cada vez mayor en la industria y en la guerra, no es menos aplastante. Pero el cambio no sólo se ha operado en la industria y el comercio mundiales, alcanza también al mercado financiero. El usurero principal del mundo de preguerra era Inglaterra; enseguida venía Francia. El mundo entero, incluyendo a América, le debía. Por el contrario, en este momento, el único país que a nadie debe y al que todo el mundo le debe son los Estados Unidos. Europa, los Estados europeos, las ciudades y las empresas deben a los Estados Unidos 18 mil millones de dólares oro. Y esto es sólo el comienzo. Cada día que pasa aumenta esa deuda en 10 millones de dólares gracias a los intereses impagos y a la apertura de nuevos créditos. De tal modo, el dólar se ha convertido en el “soberano” del mercado financiero mundial. Antaño, al presentarse el dólar en el mercado, decía: “Valgo, poco más o menos, un quinto de libra esterlina.” En lo que respecta a esta última, no necesitaba presentación: existía como libra esterlina sencillamente. Ahora la situación ha cambiado. Hoy, la libra esterlina, como las demás unidades monetarias, necesita un pasaporte, y en él se dice que la libra esterlina no es eso en realidad, sino que vale un cierto número de dólares (casi un cuarto menos de lo que marcaban los indicadores financieros de antes de la guerra). Casi la mitad del oro mundial, que sirve de base al sistema monetario, se concentra en los Estados Unidos: ¡cerca de la mitad de las reservas-oro del mundo!
Tal es la situación de América del Norte después de la guerra. ¿De qué modo se ha establecido? Se fundó sobre el mercado de guerra de Europa, que era ilimitado y que pagaba a cualquier precio. En las colonias inglesas, en Asia, en África, en América del Sur, los Estados Unidos tenían competidores. Como en su mayoría han desaparecido, los Estados Unidos pueden desenvolverse sin trabas. Durante siete años hemos asistido a un cambio completo en el dominio de la división del trabajo en el mundo entero. Durante más de cuatro años, Europa fue una hoguera en la que ardían sus rentas y su mismo capital; en esa hoguera, la burguesía americana calentaba sus manos. La potencia productora de América crece incesantemente; pero el mercado cesó de existir, porque Europa se arruinó y no encuentra el medio de comprar las mercancías americanas. Es como si Europa hubiera ayudado con todas sus fuerzas a América a subir a la más alta cima, para luego sacar la escalera.

Los otros países. La crisis

Japón aprovechó también el tiempo de guerra, y su capitalismo hizo grandes progresos que, sin embargo, no pueden compararse con el desarrollo de los Estados Unidos. Ciertas ramas de la industria japonesa han crecido con la velocidad de plantas en invernadero. No obstante, aunque Japón haya sido capaz de desarrollar rápidamente ciertas ramas de su industria, gracias a la ausencia de competidores, no podrá guardar las posiciones conquistadas después que algunos de sus rivales hayan reaparecido en el mercado. La cifra general de obreros y obreras japoneses (el trabajo femenino alcanzó rápida difusión en el Japón) se calcula en 2.370.000, de los que 270.000 (casi el 12%) están sindicalizados.
En los países coloniales y semicoloniales, en las Indias orientales, en la China, el capitalismo hizo grandes conquistas en los últimos años. Antes de la guerra, Asia producía 56 millones de toneladas de carbón; en 1920 llegó a los 76 millones, o sea 36 % de más.
El mundo sufre en este momento una crisis muy dura, que comenzó en la primavera de 1920 en Japón y América, países que estaban progresando en este último período. The Economist, el más autorizado periódico inglés sobre economía, relataba de manera curiosa el principio de la crisis. Es un episodio muy interesante. El obrero americano, vedlo, se enriquece y se pone a comprar camisas de seda, cuya fabricación constituye la más importante de las ramas de la industria textil japonesa. La industria japonesa de la seda se desarrolló enormemente en poco tiempo; pero el poder adquisitivo de los obreros es limitado, y cayó súbitamente cuando la industria americana comenzó su reconversión a raíz de la paz. Se produce entonces una aguda crisis en la industria sedera japonesa. Otros aspectos de la industria han sido, a su vez, conmovidos por la misma crisis que atravesó el océano y estalló en América, alcanzando en el momento presente proporciones desconocidas en la historia del capitalismo. De manera que lo que comenzó por una cosa insignificante, por una minúscula camisa de seda, ha terminado en un gran desastre; los precios han caído con rapidez vertiginosa, las fábricas cerraron sus puertas y arrojaron a la calle a sus obreros. Actualmente, pasan de seis millones los obreros sin trabajo.
El episodio relativo a las camisas de seda juega en la historia de la crisis casi el mismo papel que el aletazo que provoca el vendaval. No hay duda de que éste estaba a punto de producirse, sin embargo, el episodio es aún más interesante bajo este aspecto que caracteriza la mejoría cierta de la situación material de algunas categorías obreras americanas durante los años pasados. Gran parte de los ocho millones y medio de automóviles pertenecen a obreros calificados, pero hoy y sobre todo en el próximo período, los obreros americanos no tendrán los medios para automóviles y camisas de seda.
Vemos, pues, una crisis en Europa y otra en América. Pero son bien distintas. Europa se arruina, América se enriquece. La organización productiva de América está, relativamente, en buen estado. Sus fábricas son de primera clase, su equipamiento y suministros están cerca. Es cierto que la calidad de sus productos ha bajado durante la guerra, sus vías férreas no se encuentran en perfecto estado; sus capitalistas se preocupan, sobre todo del transporte de sus mercancías hacia los puertos de Oriente; pero, en general, no sólo ha conservado América su envergadura económica, sino que la ha acrecentado.
La demanda de Europa ha disminuido; nada puede dar a cambio de las mercancías americanas. El centro de gravedad de la economía mundial se ha pasado de golpe a América y, en parte, al Japón. Si Europa sufre anemia, América sufre congestión. Esta anormal incongruencia entre las condiciones de las economías europeas y americanas -una ruinosa incongruencia para ambos lados- encuentra su más gráfica expresión en la esfera del transporte por mar. En esta esfera como en tantas otros, la posición dominante antes de la guerra pertenecía a Inglaterra. Concentraba en sus manos cerca del 50% del tonelaje mundial. Buscando asegurar su dominio en todos sentidos, los Estados Unidos se han dedicado a construir su flota de guerra tan rápidamente como desarrollaron su comercio durante la guerra. Su tonelaje, que no pasaba de tres o cuatro millones, se calcula hoy (1921) en quince millones, casi igual al de Inglaterra.
El tonelaje mundial aumentó en el curso de este último año cerca de un quinto, y no obstante, la industria y el comercio del mundo están en baja. No hay nada que transportar. La anemia de Europa y la congestión de América paralizan del mismo modo los transportes del Atlántico.

Boom y crisis

Los economistas burgueses y los reformistas, que tienen interés en presentar la situación del capitalismo bajo un aspecto favorable, dicen: “La crisis actual no prueba nada por sí misma. Por el contrario es un fenómeno normal. Después de la guerra presenciamos un boom industrial, y ahora una crisis; por lo tanto el capitalismo vive y se desenvuelve.” En efecto, el capitalismo vive por crisis y booms, así como un ser humano vive por inhalar y exhalar. Primero hay un boom en la industria, luego una paralización, luego una crisis, seguida por una paralización en la crisis, luego una mejora, otra paralización, y así continúa.
La alternancia de las crisis y los booms, con todos sus estados intermedios, constituye un ciclo o uno de los grandes ciclos del desarrollo industrial. Cada ciclo abarca un período de ocho, nueve, diez, once años. Si estudiamos los ciento treinta y ocho últimos años, percibimos que a este período corresponden dieciséis ciclos. A cada ciclo corresponde, en consecuencia, poco menos de nueve años: ocho años cinco octavos. Por razón de sus contradicciones interiores, el capitalismo no se desarrolla en línea recta, sino de manera zigzagueante: ora se levanta, ora cae. Es precisamente este fenómeno el que permite decir a los apologistas del capitalismo: “Desde que observamos luego de la guerra una sucesión de booms y crisis, se desprende que todas las cosas están trabajando juntas para lo mejor del capitalismo.” Sin embargo la realidad es otra. El hecho que el capitalismo continúe oscilando cíclicamente luego de la guerra indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por una revolución proletaria, continuará viviendo en ciclos, subiendo y bajando. Las crisis y los booms son propios del capitalismo desde el día de su nacimiento; le acompañarán hasta la tumba. Pero para definir la edad del capitalismo y su estado general, para establecer si aún está desarrollándose, o si ya ha madurado, o si está en decadencia, uno debe diagnosticar el carácter de los ciclos, tal como se juzga el estado del organismo humano, según el modo como respira: tranquila o entrecortadamente, profundo o suave, etc.
El fondo mismo de este problema, camaradas, puede ser presentado de la siguiente manera: tomemos el desarrollo del capitalismo (el progreso en la extracción del carbón, la fabricación de telas, la producción del hierro, la fundición, el comercio exterior, etc.) en los últimos ciento treinta y ocho años, y representémosle por una curva. Si en los movimientos de esta curva, nosotros expresamos el curso real del desarrollo económico, encontraremos que esta curva no oscila hacia arriba en un arco ininterrumpido, sino en zigzags, curvándose hacia arriba y hacia abajo en correspondencia con los respectivos booms y crisis. Entonces, la curva del desarrollo económico es un compuesto de dos movimientos: uno, primario, que expresa el crecimiento ascendente del capitalismo; y otro, secundario, que corresponde a las oscilaciones periódicas constantes, relativas a los dieciséis ciclos de un período de ciento treinta y ocho años. En ese tiempo, el capitalismo ha vivido aspirando y expirando de manera diferente, según las épocas. Desde el punto de vista del movimiento de base, es decir, desde el punto de vista del progreso y decadencia del capitalismo, la época de 138 años [133, incorrecto en el original inglés, N. del T.] puede dividirse en cinco períodos: de 1781 a 1851, el capitalismo se desarrolla lentamente, la curva sube penosamente; después de la revolución de 1848, que ensancha los límites del mercado europeo, asistimos a un punto de ruptura. Entre 1851 y 1873, la curva sube de golpe. En 1873, las fuerzas productivas desarrolladas chocan con los límites del mercado. Se produce un pánico financiero. Enseguida, comienza un período de depresión que se prolonga hasta 1894. Las fluctuaciones cíclicas tienen lugar durante este tiempo; pero la curva básica queda al mismo nivel, aproximadamente. A partir de 1894 empieza un nuevo boom capitalista hasta la guerra, casi, la curva sube con vertiginosa rapidez. Al fin, el fracaso de la economía capitalista en el curso del quinto período tiene efecto a partir de 1914.
¿Cómo se combinan las fluctuaciones cíclicas con el movimiento primario? Claramente se ve que, durante los períodos de desarrollo rápido del capitalismo, las crisis son breves y de carácter superficial mientras que las épocas de boom, son prolongadas. En el período de decadencia, las crisis duran largo tiempo y los éxitos son momentáneos, superficiales, y están basados en la especulación. En las horas de estancamiento, las oscilaciones se producen alrededor de un mismo nivel.
He aquí, pues, cómo se determina el estado general del capitalismo, según el carácter particular de su respiración y de su pulso.

El boom de postguerra

Después de la guerra se creó una situación económica indefinida. Pero, a partir de la primavera de 1919, comenzó el boom: los mercados de valores se pusieron activos (los precios subieron con la rapidez de una columna de mercurio en el agua hirviente). ¿La industria? Siguió bajando en el Centro, en el Este y en el Sudeste de Europa, como lo prueban las cifras antedichas. En Francia, gracias al saqueo de Alemania, tuvo lugar una cierta mejoría. En Inglaterra, en parte estancamiento, en parte depresión, con la sola excepción de su flota comercial, cuyo tonelaje aumentó en la misma proporción en que bajaba el comercio. Entonces, el boom en Europa tuvo en general un carácter semificticio y especulativo, que fue el índice no del progreso, sino, por el contrario, de una nueva baja de la economía. En los Estados Unidos, después de la guerra, disminuyó la industria de guerra, hasta que se transformó en industria de paz. Puede comprobarse un resurgimiento en la industria del carbón, del petróleo, de los automóviles y de la construcción naval.
El camarada Varga*, en su magnífico folleto, observa con justicia: “Que el boom de postguerra ha tenido carácter especulativo se comprueba del modo más sencillo con el ejemplo de Alemania. Mientras los precios en un año y medio se septuplicaron, la industria alemana retrocedió... Su oportunidad era favorable a la venta: el resto de los stocks en el mercado interno se exportaba al extranjero a precios que desafiaban toda competencia.”
El alza más considerable de los precios tuvo lugar en Alemania, donde la industria continuaba descendiendo. Los precios aumentaron menos en los Estados Unidos, cuya industria seguía levantándose. Entre Alemania y los Estados Unidos se sitúan Francia e Inglaterra.
¿Cómo se realiza, cómo se explica el boom? En primer término, por causas económicas: las relaciones internacionales han sido reanudadas, aunque en proporciones restringidas, y por todas partes observamos demandas de las mercancías más variadas. En segundo término por causas político-financieras: los gobiernos europeos sintieron un miedo mortal por la crisis que se produciría después de la guerra, y recurrieron a todas las medidas para sostener el boom artificial creado por la guerra durante el período de desmovilización. Los gobiernos continuaron poniendo en circulación papel moneda en gran cantidad, lanzándose en nuevos empréstitos, regulando los beneficios, los salarios y el precio del pan, cubriendo así una parte de los salarios de los obreros desmovilizados, disponiendo de los fondos nacionales, creando una actividad económica artificial en el país. De este modo, durante todo este intervalo, el capital ficticio seguía creciendo, sobre todo en los países cuya industria bajaba.
No obstante, el boom ficticio de postguerra ha tenido serias consecuencias políticas: puede decirse, fundadamente, que ha salvado a la burguesía. Si los obreros desmovilizados hubieran tenido que sufrir, desde el principio, el desempleo, el decaimiento del nivel de vida comparado con el de antes de la guerra, los resultados hubieran sido fatales para la burguesía. El profesor inglés Edwin Cannan escribió sobre esto en un balance de fin de año, en el Manchester Guardian: “La impaciencia de los hombres que vuelven del campo de batalla es muy peligrosa”, y explica juiciosamente la transición favorable a través del período más grave de la postguerra (1919), por el hecho que el gobierno y la burguesía, a través de esfuerzos conjuntos, pospusieron y demoraron la crisis, creando una prosperidad artificial mediante la ulterior destrucción del capital europeo básico.
“Si -dijo Cannan- la situación económica de enero de 1919 hubiera sido igual a la de 1921, la Europa occidental podría haber caído en el caos.” La fiebre de la guerra duró aún un año y medio y la crisis no comenzó hasta que la masa de los obreros y de los campesinos desmovilizados se había dispersado en el país.

La crisis actual

Habiéndo llegado al fin de la desmovilización y resistido el primer choque de las masas obreras, la burguesía después de un momento de pánico y desorden, recobró su confianza. Parece que solamente a partir de este momento empezaba una época de gran prosperidad que no tendría fin. Los representantes más notables de la política y de las finanzas inglesas, propusieron un empréstito internacional de dos mil millones de libras para los trabajos de reconstrucción. Se creía que sobre Europa iba a caer una lluvia de oro, para crear una prosperidad universal. De este modo, la ruina de Europa, la destrucción de las ciudades y los pueblos se cambiaba, gracias a la cifra fabulosa del empréstito, en riqueza, aunque esta cifra por sí misma no fuese sino el símbolo de la miseria. Sin embargo, la realidad obligó a la burguesía a abandonar enseguida sus fantasías. Ya he dicho de qué forma empezó la crisis en Japón (mes de marzo), en Estados Unidos (abril) y se extendió enseguida a Inglaterra, Francia, Italia y, en la segunda mitad del año, al mundo entero. De cuanto se ha dicho hasta ahora se deduce que no asistimos en este momento a simples fluctuaciones en el curso de un ciclo industrial recurrente sino al arreglo de cuentas relativo a los gastos y ruinas de la guerra y de la postguerra.
En 1913 las importaciones netas de todos los países se calculaban entre 65 y 70 mil millones de marcos oro. En esa suma, la parte de Rusia era de dos mil quinientos millones, la de Austria-Hungría de tres, la de los países balcánicos de uno, la de Alemania de once. Constituían, pues, las importaciones, de la Europa Central y Oriental el cuarto de las del mundo entero. Actualmente todos esos países importan menos de la quinta parte de lo que importaban antes de la guerra. Las cifras caracterizan suficientemente la capacidad de compra que hoy tiene Europa.
¿Cuáles son las perspectivas económicas inmediatas?
Es evidente que América se verá obligada a disminuir su producción, no teniendo la posibilidad de reconquistar el mercado europeo de antes de la guerra. Por otro lado, Europa no podrá reconstruir sus regiones más devastadas ni las ramas más importantes de su industria. Por cuya razón asistiremos en el futuro a un retorno penoso al estado económico de antes de la guerra, y a una dilatada crisis: al marcado estancamiento en algunos países y en ramas de las industrias particulares; en otros, a un desarrollo muy lento. Las fluctuaciones cíclicas seguirán teniendo lugar, pero en general, la curva del desarrollo capitalista no se inclinará hacia arriba sino hacia abajo.

Crisis, boom y revolución

Las relación recíproca entre el boom y la crisis en la economía y el desarrollo de la revolución es de gran interés para nosotros no sólo desde el punto de vista de la teoría sino desde el práctico. Muchos de ustedes recordarán que Marx y Engels, escribieron en 1851 (cuando el boom estaba en su cima), que era necesario reconocer en ese momento que la revolución de 1848 había terminado o al menos había sido interrumpida hasta una nueva crisis. Engels escribió que la crisis de 1847 era la madre de la revolución y que el boom de 1849-1851 había favorecido la marcha victoriosa de la contrarrevolución. A pesar de todo, sería sin embargo, falso e injusto interpretar estos juicios en el sentido de que una crisis invariablemente engendra una acción revolucionaria y que los booms, en cambio, pacifican a la clase obrera. La revolución de 1848 no nació de la crisis; ésta no le prestó más que su impulso. En realidad, la revolución fue provocada por la contradicción entre las necesidades del desarrollo capitalista y las cadenas que el Estado político y social semifeudal le habían impuesto. La revolución de 1848, parcial e indecisa, borró sin embargo las últimas huellas del régimen de servilismo y de gremios y ensanchó el límite del desarrollo capitalista. Únicamente en estas condiciones pudo ser considerado el boom de 1851 como el principio de un crecimiento capitalista prolongado hasta el año 1873. ¿Puede alcanzarse el mismo resultado a partir del ascenso económico de 1919-1920? No. Ningún ensanchamiento del límite del desarrollo capitalista entra en cuenta. ¿Quiere esto decir entonces que en el futuro se halla excluido todo boom comercial-industrial? ¡De ninguna manera! Ya he dicho que en tanto el capitalismo sigue vivo, continua inhalando y exhalando. Pero durante el período en que hemos ingresado, período de retribuciones por la destrucción y la ruina de la guerra, período de regreso al viejo estado económico, todo resurgimiento tiene que ser superficial, puesto que será provocado por la especulación, mientras que las crisis serán más largas y profundas.
En tal caso, el restablecimiento del equilibrio capitalista sobre nuevas bases, ¿es posible? Si admitimos por un momento que la clase obrera no se alzará en una lucha revolucionaria, sino que le dará la oportunidad a la burguesía de dirigir los destinos del mundo durante largos años, digamos dos o tres décadas, entonces, con toda seguridad será restaurado algún tipo de equilibrio. Europa sufrirá retrocesos. Millones de obreros europeos morirán de hambre. Los Estados Unidos tendrán que reorientarse en el mercado mundial, reducir su industria, retroceder durante largo tiempo. Después del establecimiento de nuevas divisiones del trabajo en el mundo por semejante vía dolorosa, en quince, veinte, veinticinco años, acaso pueda comenzar una nueva época del resurgimiento capitalista.
Mas, todo este razonamiento es abstracto y enfoca sólo un aspecto de la cuestión. Presentamos aquí el problema como si el proletariado hubiera cesado de luchar. Sin embargo, no se puede siquiera hablar de esto, aunque sólo sea por la razón de que las contradicciones de clase se han agravado en extremo precisamente durante los últimos años.

Agudeza de las contradicciones sociales

La evolución económica no es un proceso automático. Hasta aquí he hablado de las bases de producción, pero las cosas no quedan ahí. Sobre estas bases viven y trabajan los hombres, y es para estos hombres para quienes la revolución se realiza. ¿Qué ha ocurrido en el dominio de las relaciones entre los hombres, o mejor dicho, entre las clases? Hemos visto que Alemania y ciertos países de Europa han sido arrojados, en lo que concierne a su nivel económico, a veinte o treinta años atrás. Y desde el punto de vista social, en el sentido de clase ¿han retrocedido también? En absoluto. Las clases, en Alemania, el número de los obreros y su concentración, la organización del capital, todo se desenvolvió antes de la guerra gracias a la prosperidad de los últimos años, y este desenvolvimiento hace progresos aún: durante la guerra, a consecuencia de la intervención del Estado, y después de la guerra a causa de la fiebre de especulación y del cúmulo de capitales. Asistimos a dos procesos de la evolución económica: la riqueza nacional y las rentas nacionales disminuyen, mientras que el desarrollo de las clases aumenta. El número de proletarios aumenta, los capitales se concentran en cada vez menos manos, las bancas se fusionan, las empresas industriales se concentran en trusts. Todo lo cual determina que se haga inevitable la lucha de clases, cada vez más aguda, como resultado de la reducción de las rentas nacionales. Cuanto más se restrinja la base material, más crecerá la lucha entre las clases y los diferentes grupos por el reparto de las rentas nacionales. No hay que olvidar nunca esta circunstancia. Si Europa, en relación con sus riquezas nacionales, ha retrocedido treinta años, eso no quiere decir que se haya rejuvenecido treinta años. Por el contrario, se ha arruinado como si fuera treinta años más vieja, y desde el punto de vista de la lucha de clases ha envejecido trescientos años. Así, pues, se ofrecen las relaciones entre el proletariado y la burguesía.

Los campesinos

Se dijo en el primer período de la guerra que ésta enriquecía a los campesinos del mundo europeo. En efecto, el Estado tenía extrema necesidad de pan y de carne para su ejército. Por esos productos se pagaban precios locos que subían sin cesar, y los campesinos llenaban sus bolsillos de billetes de banco. Con el papel moneda que cada día se desvalorizaba más, pagaban los labriegos sus deudas contraídas en moneda de oro. Verdaderamente, ésta era para ellos una operación ventajosa.
Los economistas burgueses pensaron que tal prosperidad de la economía campesina aseguraría, después de la guerra, la estabilidad del capitalismo. Pero se equivocaron. Los campesinos liquidaron sus hipotecas, mas la economía agrícola no consiste en pagar al banco cuanto se le debe. Consiste, además, en trabajar la tierra, en abonarla, en acrecentar el material de labranza, en recoger buenas cosechas, en mejorar la técnica, etc.. Todo lo cual, o no se ha hecho, o ha costado muchísimo dinero. Por otra parte, la mano de obra faltaba, la agricultura decrecía, y después de un momento de prosperidad semificticia, los campesinos comenzaron a arruinarse. Este fenómeno se comprueba, aunque en diferentes proporciones, en toda Europa y sobre todo, en América. Los agricultores americanos, canadienses, sudamericanos y australianos comenzaron a sufrir terriblemente a partir del día en que se dieron cuenta que Europa, arruinada, ya no podía comprarles trigo. El precio del trigo bajó. Cierto mar de fondo comenzóse a notar entre los agricultores, y pasó a propagarse al mundo restante. Así fue cómo el campesino cesó de ser el mantenedor del orden. La clase obrera tiene la posibilidad de arrastrar con ella a la lucha a una parte de los campesinos (campesinos pobres), y de neutralizar a otra (campesinos medios), y de aislar y paralizar a los campesinos ricos.

Una nueva clase media

Los reformistas habían contado mucho con la llamada clase media. Los ingenieros, los técnicos, los médicos, los abogados, los contadores, los empleados, los funcionarios, etc., forman una capa social media conservadora entre el capital y el trabajo, y que, siguiendo a los reformistas, está destinada a reconciliar a las dos partes y a dirigir, al mismo tiempo que sostener, el régimen democrático.
Durante la guerra, y después de ella, esta clase sufrió casi más que los obreros; es decir, que el nivel de su vida ha bajado más que el de la clase obrera. La disminución del poder de compra del dinero, la desvalorización del papel moneda, es la causa principal de tal estado de cosas. En todos los países de Europa apareció un gran descontento entre los pequeños y medianos funcionarios, como entre los intelectuales técnicos. En Italia, por ejemplo, tiene ahora lugar una huelga de funcionarios. Evidentemente los funcionarios, empleados de banco, etc., no constituyen una clase proletaria, pero sí han perdido su antiguo carácter conservador. No sostienen el Estado, mientras que otros quebrantan y minan su organización gracias a su descontento y a sus protestas.
El descontento de los intelectuales burgueses crece aún por culpa de sus ligaduras con la pequeña y mediana burguesía industrial y comercial. Esta última se siente frustrada y perdida. La alta burguesía, unida en sus trusts, continúa enriqueciéndose a pesar de la ruina del país. Se apodera de una parte cada vez más grande de las rentas nacionales, que disminuyen cada día más. La burguesía ajena a los trusts y la moderna clase media, declinan también.
En lo que concierne al proletariado, es muy probable que, a pesar de la baja del nivel de su existencia, la parte general que sobresale sobre la renta nacional declinante es mayor ahora que antes de la guerra. En cuanto al obrero, no se preocupa de las estadísticas, pero se interesa de la baja del nivel de su existencia y se esfuerza en aumentar su parte del ingreso nacional. Así los campesinos están descontentos de la decadencia de la economía agrícola; los intelectuales se arruinan; la burguesía -mediana y pequeña- está arruinada e irritada. La lucha de las clases se hace más aguda.

Las relaciones internacionales

Las relaciones internacionales juegan un papel muy importante en la vida del mundo capitalista, el cual lo ha notado claramente durante la guerra mundial. En este momento, cuando abordamos la cuestión de saber si el capital está o no en vías de restablecer su equilibrio mundial, es preciso que veamos en qué condiciones internacionales se produce este trabajo de reconstrucción. No es difícil convencerse de que las relaciones internacionales se volvieron mucho menos adaptadas al desarrollo “pacífico” del capitalismo, de lo que eran antes de la guerra.
¿Por qué estalló la guerra? Porque las fuerzas productivas se sentían oprimidas en los límites de los estados capitalistas más potentes. La tendencia del capital imperialista consistía en suprimir las fronteras políticas y apoderarse de toda la tierra; suprimir las aduanas, los tabiques que detenían el progreso de las fuerzas productoras. Tal es la base económica del capitalismo y tales han sido las causas de la guerra. ¿ Y el resultado? Europa es ahora más rica en fronteras y en aduanas de lo que jamás fue. Se ha fundado un gran número de pequeños estados. Una docena de líneas aduaneras atraviesan hoy el territorio de la ex Austria-Hungría. El inglés Keynes* llamó a Europa casa de locos, y en efecto, desde el punto de vista del progreso económico, toda esta novedad de pequeños Estados que la reducen, con su sistema de aduanas, etc. se presenta como un monstruoso anacronismo, como una absurda incursión de la Edad Media en el siglo XX. En el momento en que la península balcánica recae en el estado de barbarie, Europa se balcaniza.
Las relaciones entre Alemania y Francia excluyen, como en el pasado, la posibilidad de cualquier equilibrio europeo. Francia está obligada a robar y violentar a Alemania para mantener su equilibrio de clases, al que la “agotada base” de la economía francesa no corresponde. Alemania no puede ni podrá ser víctima de semejante trama. Actualmente, cierto, se ha llevado a cabo un acuerdo. Alemania se ha comprometido a pagar anualmente dos mil millones de marcos oro, y, además, el 26% sobre sus exportaciones. Tal acuerdo representa una gran victoria de la política inglesa, que quiere impedir la ocupación del Ruhr por los franceses. La mayor parte del hierro europeo se encuentra hoy en manos de Francia. La mayor cantidad de carbón entre las de Alemania. La reunión del hierro francés con el carbón alemán constituye una condición primordial del renacimiento económico de Europa; mas, semejante reunión, absolutamente precisa para el desarrollo de la producción, constituye un peligro de muerte para el capitalismo inglés. Y es porque todos los esfuerzos de Londres tienden a impedir la aproximación pacífica o violenta, del mineral francés y el carbón alemán.
Francia aceptó provisionalmente el compromiso, tanto más cuanto su organización productora estaba desorganizada y ella era hasta incapaz de utilizar la cantidad de carbón que Alemania estaba obligada a proporcionarle. Sin embargo, nada de esto quiere decir que el problema del Ruhr esté resuelto definitivamente. A la primera falta de Alemania en lo que atañe a sus obligaciones, la suerte del Ruhr saldría fatalmente a escena. La influencia de Francia en Europa y, hasta cierto punto, en el mundo entero, aumentó en el transcurso del año último, lo cual no se explica por el refuerzo de la potencia francesa, sino por el evidente y progresivo debilitamiento de Inglaterra.
Gran Bretaña ha vencido a Alemania, última cuestión resuelta por la gran guerra. Y la guerra fue, por su misma esencia, europea, no universal; aunque la lucha habida entre dos de los más poderosos estados -Inglaterra y Alemania- se haya realizado con la participación de las fuerzas y medios guerreros de todo el mundo, Inglaterra venció a Alemania. No obstante, ahora, en el mercado mundial y en relación con la situación universal, Inglaterra es más débil que antes de la guerra. Los Estados Unidos se han reforzado a expensas de Inglaterra mucho más que Inglaterra a las de Alemania. América vence a Inglaterra, también, por el carácter más racional y progresivo de su industria. La productividad del trabajo del obrero americano es superior en 150% a la del obrero inglés. Dicho de otro modo: dos obreros americanos, gracias a la organización más perfecta de la industria, producen tanto como cinco ingleses. Tal hecho, atestiguado por las estadísticas inglesas, prueba que Inglaterra, en su lucha con América, está condenada de antemano, lo cual basta para poner en guerra a ambas naciones, aunque la flota inglesa conservara la supremacía de los mares.
El carbón americano sustituye al carbón inglés en el mundo entero, y hasta en Europa. Sin embargo, el comercio mundial de Inglaterra se basa, ante todo, en la exportación de carbón. Por otra parte, el petróleo se convierte en un factor decisivo de la industria y de la defensa: no sólo impulsa los automóviles, tractores, submarinos, aeroplanos, sino que representa ya, como fuerza motriz, una ventaja enorme sobre el carbón para los grandes navíos. Los Estados Unidos son los que suministran el 70% del petróleo absorbido por el universo. Así, en caso de guerra, todo este petróleo estaría a la disposición del gobierno de Washington. Además, América dispone también del petróleo mexicano, que representa el 12% de la producción mundial. Verdad es que los americanos acusan a Inglaterra de haber concentrado en sus manos, fuera de las fronteras estadounidenses, hasta el 90% de las fuentes mundiales de petróleo, rehusando el acceso a los americanos, mientras que las fuentes americanas -según ellos- se agotarán en algunos años. Los datos geológicos y estadísticos son demasiado arbitrarios y dudosos. Se establecen por encargo, a fin de justificar las pretensiones de América sobre el petróleo de México, de la Mesopotamia, etc. Si, a pesar de todo, el peligro de agotamiento de las fuentes americanas fuera real, ésta sería una de las razones que precipitaría la guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos. El problema de las deudas de Europa a América se hace muy agudo. Tal deuda se calcula en 18 mil millones de dólares. Los Estados Unidos siempre pueden crear las mayores dificultades al mercado financiero inglés, exigiendo el pago de sus créditos. Como se sabe, Inglaterra misma propuso a América renunciar a su crédito inglés, prometiéndole, a su vez, anular las deudas de sus deudores sobre los mercados europeos. Como la deuda de Inglaterra a América era superior a la de los países continentales de la Entente (aliados a Inglaterra), ésta habría obtenido un gran beneficio de semejante transacción. Pero América rehusó.
No será difícil comprender que los capitalistas yanquis no se hayan mostrado propicios para atender con sus fondos los preparativos de guerra de Gran Bretaña con los Estados Unidos.
El acuerdo de Inglaterra con el Japón, que lucha con América por la supremacía sobre el continente asiático, envenena también de modo extraordinario las relaciones entre América e Inglaterra.
Pero ésa es la cuestión de la flota de guerra, que presenta, visto lo antedicho, un carácter sumamente espinoso. El gobierno Wilson, habiendo hallado en los problemas mundiales resistencia por parte de Inglaterra, estableció un programa gigantesco de construcciones navales. El gobierno Harding* heredó el programa de su predecesor, y lo ejecutó plenamente. En 1924, la flota de los Estados Unidos será no solamente más poderosa que la inglesa, si no por su tonelaje, al menos por su valor de combate, y será superior a las de Inglaterra y del Japón juntas.
¿Qué significa esto desde el punto de vista inglés? Inglaterra no tendrá más remedio que aceptar la provocación antes de 1924 y ensayar la destrucción de la potencia militar, marítima y económica de los Estados Unidos, aprovechando su actual superioridad, o quedarse quieta y convertirse poco a poco en una potencia de segunda o tercera categoría, cediendo definitivamente a los Estados Unidos el dominio sobre los mares. Así, la última guerra de los pueblos, que ha “resuelto” a su manera la cuestión europea, ha señalado a la vez en toda su amplitud el problema mundial: a saber ¿quién dominará el mundo, Inglaterra o los Estados Unidos? Los preparativos para una nueva guerra mundial se hacen a toda marcha. Los gastos para ejército y armada se han aumentado enormemente con relación a los de antes de la guerra. El presupuesto militar inglés se ha triplicado, el de América ha aumentado tres veces y media.
El primero de enero de 1914, en el momento de mayor tensión de la “paz armada”, había siete millones de soldados en el mundo entero. Al principio de 1921, había once. El grueso de estos ejércitos constituye, evidentemente, la carga que Europa, agotada, se ve obligada a llevar.
La aguda crisis, consecuencia de la estrechez del mercado mundial, hace sumamente áspera la lucha entre los Estados capitalistas, trastornando el equilibrio de las relaciones internacionales. No es Europa sola, es el mundo entero quien deviene en casa de locos. En tales condiciones, no se puede hablar de restablecimiento del equilibrio capitalista.

La clase obrera después de la guerra

Inmediatamente después de la guerra, se encontraba la burguesía desamparada y espantada en el grado más alto; en cuanto a los obreros, sobre todo los que volvían del ejército, estaban dispuestos a colocar bien altas sus reivindicaciones. Mas la clase obrera, en conjunto, estaba desorientada y no sabía con exactitud cómo se arreglaría la vida después de la guerra, qué reivindicaciones podrían obtenerse, qué vía sería conveniente seguir... El movimiento, conforme vimos al principio, tenía un carácter tempestuoso. Pero la clase obrera adolecía de falta de dirección firme. Por otro lado, la burguesía estaba dispuesta a hacer grandes concesiones. Continuaba el régimen financiero y económico de guerra (empréstitos, inflaciones fiduciarias, monopolio de trigos, seguros contra el paro, etc.) o, en otros términos, la burguesía dirigente continuaba desorganizando sus cimientos económicos y destruyendo cada vez más el equilibrio de la producción y de las finanzas, para sostener, el equilibrio entre las clases durante el período más peligroso. Hasta aquí, más o menos, lo consiguió.
Ahora pasa a la solución del problema relativo al restablecimiento del equilibrio económico. No se trata ya de concesiones ni de limosnas a la clase obrera, sino de medidas de carácter fundamental. Es necesario reconstruir la organización de la producción. Hay que devolver al dinero su valor, pues no se puede pensar en el mercado mundial sin poseer un equivalente que tenga valor universal, y, en consecuencia, no se puede pensar en una industria mundial “equilibrada”, ligada al mercado universal.
Reconstruir la organización productiva, lo cual quiere decir: disminuir el trabajo destinado a la fabricación de objetos de uso corriente, y aumentar el esfuerzo destinado a nutrir los medios de producción. Hay que aumentar los stocks, es decir, intensificar el trabajo y disminuir los salarios.
Para restablecer el valor del dinero no basta rehusar el pago de las deudas exorbitantes; hay que mejorar el balance comercial, o sea, importar menos y exportar más. Y para alcanzar este fin, hay que consumir menos y producir más; lo que se traduce por reducir los salarios y realizar el trabajo más intenso.
Cada paso que conduce hacia la reconstrucción de la economía capitalista está unido al aumento de la explotación y, en consecuencia, provocará fatalmente una resistencia por parte de la clase obrera. Dicho de otra manera: cada esfuerzo de la burguesía tendiendo a restablecer el equilibrio de la producción, de la distribución, de las finanzas del estado, compromete fatalmente el inestable equilibrio de las clases. Si durante dos años después de la guerra, la burguesía tendía, ante todo, en su política económica, a calmar al proletariado, aun al precio de la desorganización de su economía, hoy, al contrario, en el momento de una crisis desconocida hasta este día, comienza a mejorar su situación económica, oprimiendo cada vez más a la clase obrera.
En Inglaterra es en donde percibimos más diáfanamente la resistencia que provoca tal agresión. Y la resistencia de la clase obrera destruye la estabilidad del régimen económico y hace vanas todas las veleidades del restablecimiento del equilibrio.
Ciertamente, la lucha del proletariado por el poder se prolonga. No parece un asalto general, no presenta el aspecto de una ininterrumpida serie de olas que suben cada vez más altas y de las cuales la última barre el régimen capitalista.
En esta lucha hemos observado altibajos, ataques y defensas. Las maniobras de clase, por nuestra parte, no han sido hábiles siempre. Por dos motivos: en primer lugar, la debilidad de los partidos comunistas fundados después de la guerra, que carecían de la experiencia necesaria, de la organización indispensable y de la influencia precisa -lo más importante-, no sabían cómo llamar la atención de las masas obreras. No obstante, hemos adelantado mucho en este terreno en estos últimos años. Los partidos comunistas se han esforzado y progresado. La segunda razón del caráter prolongado y desigual de la lucha está en la composición heterogénea de la misma clase obrera tal cual salió de la guerra.
La guerra no ha quebrantado mucho a las burocracias obrera, sindical, política y parlamentaria. Los gobiernos capitalistas de todos los países tomaron una actitud muy cuidadosa e indulgente hacia esta superestructura obrera, comprendiendo perfectamente que, sin ella, no podrían asegurarse la sumisión de la clase obrera durante los años sangrientos. La burocracia obrera tenía todos los privilegios, y salió de la guerra con las mismas costumbres de conservadurismo obtuso con que entrara, aun más comprometida y estrechamente ligada a los estados capitalistas. Los obreros calificados de la antigua generación, habituados a sus organizaciones sindicales y políticas, sobre todo en Alemania, constituyen para la mayoría, aún hoy, el sostén de la burocracia obrera; pero su inercia no es absoluta. Los obreros que pasaron por la escuela de la guerra y son el corazón mismo de la clase obrera, aportaron al proletariado una nueva psicología, nuevas costumbres y una nueva concepción de la lucha, la vida y la muerte. Se hallan dispuestos a resolver el problema por la fuerza; pero aprendieron en la batalla que la aplicación eficaz de la fuerza supone táctica y estrategia bien ordenadas. Esos elementos irán al combate, pero lo que quieren es una dirección firme y una preparación seria. Varias categorías de obreros atrasados, entre ellos los que tanto han aumentado durante la guerra, en el presente se han convertirlo -a causa del brusco cambio de conciencia- en la parte más combativa, aunque no siempre la más consciente de la clase obrera. Finalmente, vemos en la extrema izquierda a la juventud obrera, que ha pugnado durante la guerra por el derrotismo empujando las sacudidas revolucionarias y que está llamada a ocupar un gran puesto en la próxima lucha.
Toda esta masa proletaria -considerablemente acrecentada- de obreros veteranos y nuevos reclutas obreros, de los que permanecieron en la retaguardia y de los que pasaron algunos años bajo fuego; toda esta masa que se cuenta en numerosos millones, pasa por la escuela revolucionaria de manera determinada y en horas distintas.
Hemos visto de nuevo, a través del ejemplo de los acontecimientos de marzo en Alemania, que los obreros del centro -que constituían antes de la guerra el elemento más atrasado- se lanzaban a la batalla, sin preguntarse si la lucha les reportaría victorias; en tanto que los de Berlín o Sajonia, habiendo llegado a adquirir la experiencia en la época de los combates revolucionarios, han sido más prudentes. Lo cierto es que la marcha general de la lucha después de la guerra, y sobre todo la ofensiva actual del capital, une a todas las capas de la clase obrera, salvo su aristocracia privilegiada. El Partido Comunista adquiere así, cada día más, la posibilidad de establecer el frente único genuino de la clase obrera.

Perspectivas y tareas inmediatas

Existen tres fuentes de la revolución ligadas entre sí.
La primera, la decadencia de Europa. El equilibrio de las clases en Europa tenía por base, ante todo, la supremacía de Inglaterra sobre el mercado mundial. Hoy perdió definitivamente esta supremacía para no reconquistarla jamás. He aquí por qué las poderosas sacudidas revolucionarias que acabarán, bien en la victoria del proletariado, bien la decadencia completa de Europa, son inevitables.
La segunda fuente de lucha revolucionaria son las profundas turbulencias que trastornan al organismo económico de los Estados Unidos: un boom sin precedentes fue provocado por la guerra europea, seguido de una honda crisis nacida de las prolongadas consecuencias de semejante guerra. El movimiento revolucionario del proletariado americano puede, en estas condiciones, adquirir la misma velocidad, también desconocida hasta hoy en la historia, que caracteriza el desarrollo económico de los Estados Unidos en estos últimos años.
La tercer fuente de la lucha revolucionaria es la industrialización de las colonias, sobre todo de las India. La base para las luchas de liberación de las colonias está constituida por las masas campesinas. Pero los campesinos en su lucha necesitan una dirección. Esta dirección solía ser la burguesía nativa. Sin embargo, la lucha de esta última contra la dominación imperialista extranjera no puede ser ni consistente ni enérgica en la medida en que la burguesía nativa misma está íntimamente ligada al capital extranjero, y representa en gran parte un agente del capital extranjero. Sólo la aparición de un proletariado lo suficientemente fuerte numéricamente, presto al combate, constituye la verdadera palanca de la revolución. El proletariado indio no es numeroso, en relación a la población del país; pero cuando haya comprendido el sentido del desarrollo de la revolución en Rusia, se dará cuenta que el papel revolucionario del proletariado en los países de Oriente será mucho más importante de lo que su número hace esperar. Ello concierne no solamente a los países puramente coloniales como la India, o semicoloniales como China, sino también al Japón, donde la opresión capitalista marcha paralela con el absolutismo feudal y burocrático de castas. Así también, la situación mundial, tanto como las perspectivas futuras, tienen un carácter profundamente revolucionario.
Cuando la burguesía recurrió a las limosnas para la clase obrera después de la guerra, los colaboracionistas transformaron esas limosnas en reformas (jornada de ocho horas, seguro contra la desocupación, etc.) y descubrieron entre las ruinas una era de reformismo. Actualmente, la burguesía pasa a la contraofensiva en toda la línea, hasta el extremo de que un órgano archicapitalista inglés, el Times, comienza a hablar con espanto de los “bolcheviques” capitalistas. La época actual es la del contrarreformismo. El pacifista inglés, Norman Angell, llama a la guerra “falso cálculo”. La experiencia de la última muestra, en efecto, que el cálculo, desde el punto de vista de la contabilidad, era falso. Jamás estuvo la humanidad capitalista tan preparada como hoy para una guerra. La ilusión de la democracia se hace evidente hasta para las fracciones más conservadoras de la clase obrera. No hace mucho tiempo se solía oponer a la democracia sólo la dictadura del proletariado con su terror, con su tchéka, etc. Hoy, la democracia se opone, cada vez más, a todas las formas de la lucha de clases. Lloyd George* propuso a los mineros que hicieran sus reclamos ante el parlamento, y declaró que su huelga era una violencia contra la voluntad nacional.
Bajo el régimen de los Hohenzollern[3], los obreros alemanes encontraban cierta certeza, ciertos límites determinados en su acción; en general, sabían lo que podían o no hacer. En la república de Ebert, el obrero huelguista se arriesga siempre a ser estrangulado, ni más ni menos, ya en la calle, ya en un calabozo de tortura de la policía. En el orden político, la “democracia” da a los obreros alemanes tanto como en el económico al pagarle altos salarios ¡en papeles sin valor!
La tarea del Partido Comunista consiste en captar la situación existente en su totalidad, participar activamente en la lucha emprendida por la clase obrera, a fin de conquistar, durante tal lucha, la mayoría de esta clase. Si la situación en cualquier país, se hace extremadamente crítica, estamos obligados a enfocar las cuestiones fundamentales de la manera más intransigente y a combatir en el estado en que los acontecimientos nos encuentren. Sin embargo, si los acontecimientos se desarrollan de modo regular, debemos aprovechar todas las posibilidades para tener con nosotros a la mayoría de la clase obrera antes de los acontecimientos decisivos.
En este momento, durante la lucha económica defensiva determinada por la crisis, los comunistas deben desempeñar un papel muy activo en todos los sindicatos, en todas las huelgas y acciones, en todos los movimientos, siempre manteniendo su unidad interna inquebrantable en su trabajo, y siempre dando un paso al frente como el ala más resuelta y mejor disciplinada de la clase obrera. La lucha económica defensiva puede extenderse como resultado del curso de las crisis y de los giros en la situación política, arrastrando nuevas fracciones de la clase obrera, de la población y del ejército de desocupados, y después de haberse transformado, en cierto momento, en lucha revolucionaria ofensiva, puede ser coronada con la victoria. Hacia tal fin deben tender todos nuestros esfuerzos.
Mas ¿y si después de la crisis mejora la situación? ¿Significaría eso que la lucha revolucionaria se detendría indefinidamente?
De todo mi informe, camaradas, se deduce que un nuevo ascenso, que no puede ser ni prolongado ni profundo, de ninguna manera podrá actuar como un freno al desarrollo revolucionario. El boom industrial de los años 1849-1851 le asestó un golpe a la revolución, sólo porque la revolución de 1848 había extendido los límites del desarrollo capitalista. En cuanto a los acontecimientos de 1914-1921, no sólo no han ensanchado el mercado mundial, sino, por el contrario, lo han restringido, de suerte que la curva del progreso capitalista marcará, en este tiempo, tendencia a bajar. En tales condiciones, un boom temporario no puede menos que fortalecer la autoconfianza de clase obrera, y fusionar sus filas no sólo en las fábricas sino también en sus luchas, dando impulso no sólo a su contraofensiva económica sino también a su lucha revolucionaria por el poder.
Se nos presenta la situación cada vez más favorable, aunque también más compleja. No obtendremos la victoria automáticamente. El terreno está temblando bajo los pies de nuestro enemigo; pero el enemigo es fuerte y ve muy bien nuestros flancos débiles; sabe maniobrar según fríos cálculos. Es preciso que aprendamos mucho, nosotros, la Internacional Comunista entera, de la experiencia de nuestras luchas en los últimos tres años, sobre todo de la experiencia de nuestros errores y fracasos. La guerra civil exige maniobras políticas, tácticas y estratégicas; exige que se tengan en cuenta las peculiaridades de cada situación dada, los lados fuertes y débiles del enemigo; exige una combinación de entusiasmo con el cálculo frío; exige que se sepa marchar adelante y retroceder previsoramente para economizar las fuerzas, a fin de dar golpes más certeros al enemigo.
Lo repito: la situación mundial y las perspectivas futuras son profundamente revolucionarias. Esto crea las premisas necesarias para nuestra victoria. Sólo nuestra táctica hábil y nuestra poderosa organización pueden darnos plena garantía. Elevar la Internacional Comunista a un nivel más alto, hacerla más experta desde el punto de vista de la táctica, ésta es la tarea esencial del III Congreso de la Internacional Comunista.

[1] Versión corregida por Trotsky (sobre la base taquigráfica) del informe a los miembros del Partido Comunista (B) Ruso, para ser publicado en Piat Let Kominterna. Este fue el informe que utilizó Trotsky para su discurso posterior en el III Congreso de la Internacional Comunista, el 23 de junio de 1921.Tomado de la versión publicada en Una Escuela de Estrategia Revolucionaria, Ed. del Siglo, 1973, Buenos Aires, Argentina, pág. 25. Este artículo ha sufrido numerosas correciones en base a su comparación con la versión inglesa del discurso dado por Trotsky en el III Congreso de la IC, publicado en The First Five Years of Communist International, Vol. 1 (Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la IC).

[2] No hemos modificado esta designación aunque se refiere obviamente no a América en su conjunto sino en forma exclusiva a los EE.UU. Hubo que esperar el VI Congreso de la IC (1928) para que recién se comenzara a hablar en la Komintern del resto de los países que componían América. (Nota del Ed. original).

[3] Los Hohenzollern gobernaron Alemania desde 1871 hasta la Revolución de Noviembre de 1918, cuando abdicó el káiser Guillermo II.