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Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición (compilación)

Flujos y reflujos

Flujos y reflujos

La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial[1]

Publicado por primera vez en Pravda, Número 292, 25 de diciembre de 1921. Traducción especial del inglés para esta edición de la versión publicada en The First Five Years of the Communist International, Vol. 2, Ed. Monad Press, 1977, Nueva York, pág. 74.

El mundo capitalista entra en un período de ascenso industrial. Los booms se alternan con las depresiones. Una ley orgánica de la sociedad capitalista.
El actual boom de ninguna manera indica el establecimiento de un equilibrio en la estructura de clase. Una crisis frecuentemente favorece el surgimiento de estados de ánimo anarquistas y reformistas entre los trabajadores. El boom ayudará a unificar a las masas trabajadoras.

1

Los síntomas de un nuevo ascenso de la marea revolucionaria se están haciendo evidentes en el movimiento obrero europeo. Es imposible pronosticar si traerá consigo las gigantescas olas que lo inundan todo. Pero no hay ninguna duda de que la curva del desarrollo revolucionario está evidentemente en ascenso.
El período más crítico en la vida del capitalismo europeo se dio en el primer año de la postguerra (1919). Las más altas manifestaciones de lucha revolucionaria en Italia (jornadas de septiembre de 1920) ocurrieron en un momento en que los picos más agudos de la crisis política en Alemania, Inglaterra y Francia parecían estar ya superados. Los acontecimientos de marzo de este año en Alemania fueron un eco retrasado de una época revolucionaria que había pasado, y no el comienzo de una nueva. A principios de 1920, el capitalismo y su estado, habiendo consolidado sus primeras posiciones, pasaban ya a la ofensiva. El movimiento de las masas trabajadoras asumió un carácter defensivo. Los partidos comunistas se convencieron de que estaban en minoría, y en ciertos momentos parecían aislados de la abrumadora mayoría de la clase trabajadora. De aquí la llamada “crisis” de la III Internacional. En el momento actual, como ya he afirmado, el punto de inflexión se puede ver con toda claridad. La ofensiva revolucionaria de las masas trabajadoras está creciendo. Las perspectivas de lucha se están extendiendo cada vez más.
Esta sucesión de estapas es el producto de causas complejas de diferente orden: pero en sus cimientos, brota de los agudos zigzags de la coyuntura económica que refleja el desarrollo capitalista de la postguerra.
Las horas más peligrosas para la burguesía europea ocurrieron durante el período de desmovilización de las tropas, con el retorno de los soldados engañados a sus casas y con su reasignación en los panales de la producción. Los primeros meses de la postguerra engendraron grandes dificultades que contribuyeron a agravar la lucha revolucionaria. Pero las camarillas dominantes se rectificaron a tiempo y llevaron adelante una política gubernamental y financiera a gran escala, diseñada para mitigar la crisis provocada por la desmovilización. El presupuesto estatal continuó manteniendo las proporciones monstruosas de la época de guerra; muchas empresas se mantuvieron en operación artificialmente; muchos contratos se prolongaron para evitar el desempleo; se alquilaron departamentos a precios que hacían imposibles reparar los edificios; el gobierno subsidió de su propio presupuesto la importación de pan y de carne. En otras palabras la deuda nacional se fue amontonando, la moneda se hundió, los cimientos de la economía fueron totalmente socavados, todo con el propósito político de prolongar la ficticia prosperidad industrial y comercial de los años de guerra. Esto dio a los círculos industriales dirigentes la oportunidad de renovar el equipamiento técnico de las empresas más grandes y reconvertirlas a la producción de tiempos de paz.
Pero este boom ficticio chocó rápidamente contra el empobrecimiento generalizado. La industria de bienes de consumo fue la primera en estancarse debido a la capacidad extremadamente reducida del mercado, y montó rápidamente las primeras vallas de superproducción que más tarde obstruyeron la expansión de la industria pesada. La crisis asumió proporciones sin precedentes y formas no vistas hasta entonces. Habiendo comenzado a principios de la primavera del otro lado del Atlántico, la crisis se propagó a Europa a mediados de 1920, y alcanzó su punto más profundo en mayo de 1921, o sea el año que está llegando a su fin.
Por tanto, para el momento en que la crisis industrial y comercial de postguerra se establecía de forma abierta e inconfundible (luego de un año de prosperidad ficticia), el primer asalto elemental de la clase trabajadora contra la sociedad burguesa ya estaba en sus etapas finales. La burguesía pudo mantener sus posiciones por medio de maniobras y engaños, haciendo concesiones, y en parte ofreciendo resistencia militar. El primer asalto proletario fue caótico -sin ninguna idea ni objetivos políticos definidos-, sin ningún plan, sin ningún aparato dirigente. El curso y el resultado de este asalto inicial demostró a los trabajadores que cambiar su suerte y reconstruir la sociedad burguesa era una tarea mucho más complicada que lo que podrían haber pensado durante las primeras manifestaciones de protesta de postguerra. Relativamente homogénea en lo incipiente de su estado de ánimo revolucionario, las masas trabajadoras de allí en adelante comenzaron a perder muy rápidamente su homogeneidad, estableciéndose entre ellas una diferenciación interna. El sector más dinámico de la clase trabajadora, y el menos ligado a las tradiciones pasadas, luego de aprender por experiencia propia la necesidad de claridad ideológica y de unidad organizativa, se aglutinó en el Partido Comunista. Luego de los fracasos, los elementos más conservadores o menos conscientes retrocedieron temporariamente de sus intenciones y métodos revolucionarios. La burocracia sindical sacó provecho de esta división para recuperar sus posiciones.
La crisis comercial e industrial de 1920 estalló en la primavera y en el verano, como ya se dijo, en un momento en que las mencionadas reacciones políticas y psicológicas ya se habían instalado en el seno de la clase trabajadora. La crisis incuestionablemente aumentó la insatisfacción entre grupos obreros considerables, provocando aquí y allá manifestaciones tempestuosas de insatisfacción. Pero luego del fracaso de la ofensiva de 1919, y con la consiguiente diferenciación que tuvo lugar, la crisis económica no pudo ya por sí misma restaurar la unidad necesaria en el movimiento, ni hacer que éste asumiera el carácter de un nuevo y más resuelto asalto revolucionario. Esta circunstancia refuerza nuestra convicción de que los efectos de una crisis sobre el curso del movimiento obrero no son todo lo unilaterales que ciertos simplistas imaginan. Los efectos políticos de una crisis (no sólo la extensión de su influencia sino también su dirección) están determinados por el conjunto de la situación política existente y por aquellos acontecimientos que preceden y acompañan la crisis, especialmente las batallas, los éxitos o fracasos de la propia clase trabajadora, anteriores a la crisis. Bajo un conjunto de condiciones la crisis puede dar un poderoso impulso a la actividad revolucionaria de las masas trabajadoras; bajo un conjunto distinto de circunstancias puede paralizar completamente la ofensiva del proletariado y, en caso de que la crisis dure demasiado y los trabajadores sufran demasiadas pérdidas, podría debilitar extremadamente, no sólo el potencial ofensivo sino también el defensivo de la clase.
Hoy, en retrospectiva, para ilustrar este pensamiento, habría que formular la siguiente proposición: si la crisis económica con sus manifestaciones de desempleo e inseguridad masivos hubiera seguido directamente a la terminación de la guerra, la crisis revolucionaria de la sociedad burguesa hubiera sido de un carácter mucho más agudo y profundo. Precisamente, con el objetivo de evitar esto, los estados burgueses limaron las aristas de la crisis revolucionaria por medio de una prosperidad financiera especulativa, esto es, posponiendo la inevitable crisis comercial e industrial por doce o dieciocho meses, al costo de desorganizar más aún sus respectivos aparatos financieros y económicos. En razón de esto, la crisis se volvió todavía más profunda y aguda: en cuanto a los ritmos, sin embargo, no coincidió ya con la turbulenta oleada de desmovilización, sino que tuvo lugar en el momento en que ésta ya había cedido, en un momento en que uno de los campos estaba sacando balance y extrayendo las lecciones, mientras que el otro estaba atravesando una fase de desilusión y sufriendo las consecuentes divisiones. La energía revolucionaria de la clase trabajadora se replegó sobre sí misma y encontró su expresión más clara en los imperiosos esfuerzos por construir el Partido Comunista. Este inmediatamente se expandió hasta llegar a ser la fuerza mayor en Alemania y Francia. Al pasar el peligro inmediato, el capitalismo, habiendo creado artificialmente un boom especulativo en el curso de 1919, se aprovechó de la crisis incipiente para desalojar a los trabajadores de aquellas posiciones (la jornada de 8 horas, los aumentos de salarios) que los capitalistas se habían visto obligados a cederle previamente como forma de autopreservación. Peleando en batallas de retaguardia, los trabajadores retrocedieron. Las ideas de conquistar el poder, de establecer repúblicas soviéticas, de llevar adelante la revolución socialista, naturalmente se debilitaron en sus mentes al tiempo que se encontraron obligados a luchar, no siempre con éxito, para mantener sus salarios tan si quiera en el mísero nivel al cual habían descendido.
Allí donde la crisis económica no asumió el aspecto de sobreproducción y agudo desempleo, sino que retuvo en cambio (como en Alemania) la forma profunda de remate del país y degradación del nivel de vida de los trabajadores, la energía de la clase, dirigida a aumentar los salarios para compensar el poder de compra declinante del marco, se parecía a los esfuerzos de un hombre tratando de atrapar su propia sombra. Como en otros países, el capitalismo alemán pasó a la ofensiva: las masas laboriosas, aunque resistiendo, retrocedieron en desorden.
Fue precisamente en medio de esa situación general que ocurrieron los acontecimientos de marzo de este año en Alemania. En esencia, todo se reduce a esto: que el joven Partido Comunista, lleno de pánico ante el evidente reflujo de la oleada revolucionaria en el movimiento obrero, hizo una apuesta desesperada para aprovechar la acción de uno de los destacamentos del proletariado que aún mantenía la dinámica anterior, con el propósito de “electrizar” a la clase trabajadora y de hacer todo lo posible porque las cosas avanzaran, y precipitar la batalla decisiva.
El III Congreso Mundial de la Comintern se reunió cuando aún estaba fresca la impresión de los acontecimientos de marzo en Alemania. Luego de un cuidado análisis, el Congreso evaluó en toda su importancia el peligro inherente a la falta de correspondencia entre la táctica de la “ofensiva”, la táctica de la “electrización” revolucionaria, etc. -y los procesos muchos más profundos que estaban teniendo lugar dentro de la clase trabajadora de acuerdo con los cambios y giros de la situación económica y política.
Si hubiera habido en Alemania en 1918 y 1919 un Partido Comunista comparable en cuanto a fuerza a aquél que existía en marzo de 1921, es muy probable que el proletariado hubiera tomado el poder ya en enero o marzo de 1919. Pero no había tal partido. El proletariado sufrió una derrota. De la experiencia que sacó de esta derrota, nació el Partido Comunista. Una vez puesto en pie, si éste hubiera intentado actuar en 1921 de la misma forma en que el Partido Comunista debería haber actuado en 1919, hubiera sido reducido a añicos. Es exactamente esto lo que dejó claro el último Congreso Mundial.
La discusión sobre la teoría de la ofensiva estuvo estrechamente mezclada con la evaluación de la coyuntura económica y su futura evolución. Los adherentes más consecuentes a la teoría de la ofensiva desarrollaron la siguiente línea de razonamiento: El mundo entero está atrapado en una crisis que es la crisis de un orden económico en descomposición. Esta crisis indefectiblemente va a profundizarse y por lo tanto a revolucionar cada vez más a la clase trabajadora. En vista de esto era superfluo que el Partido Comunista mantuviera un ojo vigilante sobre su retaguardia, sobre sus reservas principales; su tarea era tomar la ofensiva contra la sociedad capitalista. Más tarde o más temprano, el proletariado, bajo el látigo de la decadencia económica iría en su apoyo. Este punto de vista no se expresó en el Congreso en ésta, su forma más definida, porque sus aristas más filosas habían sido suavizadas durante las sesiones de la Comisión que tomó a su cargo la situación económica. La mera idea que la crisis industrial y comercial pudiera ceder el paso a un relativo boom fue considerada por los adherentes conscientes o semiconscientes de la teoría de la ofensiva casi como centrismo. En cuanto a la idea de que el nuevo reanimamiento industrial y comercial podría no sólo no actuar como freno sobre la revolución, sino que por el contrario prometía impartirle nuevo vigor, no les parecía otra cosa que puro menchevismo. El seudo-radicalismo de los “izquierdistas” encontró una expresión retardada y bastante inocente en la última convención del Partido Comunista alemán, donde se adoptó una resolución en la cual, dicho sea de paso, yo fui objeto de una polémica individualizada, a pesar de haberme limitado a expresar el punto de vista del Comité Central de nuestro partido. Me reconcilio tanto más fácilmente con esta minúscula y anodina venganza de los “izquierdistas” porque de conjunto, la lección del III Congreso Mundial no pudo menos que dejar su marca sobre todo el mundo, en primer lugar, sobre nuestros camaradas alemanes.

2

Hoy existen signos incuestionables de un quiebre en la coyuntura económica. Los lugares comunes que se invocan, en el sentido de que esta crisis es la crisis final de la decadencia, de que la misma constituye la base de la época revolucionaria, de que sólo puede desembocar en la victoria del proletariado, tales lugares comunes no pueden obviamente, reemplazar al análisis concreto del desarrollo económico junto con todas las consecuencias tácticas que se desprenden del mismo. A decir verdad, la crisis mundial hizo un alto, tal como se ha dicho, en mayo de este año. Los síntomas de una mejora en la coyuntura se revelaron primeramente en la industria de bienes de consumo. A partir de allí la industria pesada se puso también en marcha. Hoy en día estos hechos son incontrovertibles y se reflejan en las estadísticas. No voy a presentar dichas estadísticas para no hacerle más difícil al lector seguir la línea general del argumentoI.
¿Significa esto que se ha detenido la decadencia de la vida económica del capitalismo? ¿Que esta economía ha recobrado su equilibrio? ¿Que la época revolucionaria está llegando a su fin? En absoluto. El quiebre en la coyuntura industrial significa que la decadencia de la economía capitalista y el curso de la época revolucionaria son mucho más complejas de lo que imaginan ciertos simplistas.
La dinámica del desarrollo económico está representada por dos curvas de diferente orden. La primera curva, que es básica, denota el crecimiento general de las fuerzas productivas, la circulación de mercancías, el comercio exterior, las operaciones bancarias, etc. En su conjunto, esta curva se mueve hacia arriba a través de todo el desarrollo del capitalismo. Expresa el hecho de que las fuerzas productivas de la sociedad y la riqueza de la humanidad han crecido bajo el capitalismo. Esta curva básica, sin embargo, sube en forma desigual. Hay décadas en que aumenta tan poco como el grosor de un cabello, luego siguen otras décadas donde trepa bruscamente, sólo para, más tarde, durante una nueva época, permanecer por largo tiempo en el mismo nivel. En otras palabras, la historia conoce de épocas de crecimiento brusco así como otras de crecimiento más gradual de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. De esta forma, tomando el gráfico del comercio exterior inglés, podemos establecer sin dificultad que el mismo muestra únicamente un crecimiento muy lento desde el final del siglo dieciocho hasta mediados del siglo diecinueve. Luego en un espacio de más o menos veinte años (1851 a 1873) trepa muy velozmente. En la época que sigue (1873 a 1894) permanece virtualmente sin cambios, y luego retoma su crecimiento acelerado hasta llegar a la guerra.
Si dibujamos este gráfico, su curvatura ascendente y desigual nos dará un cuadro esquemático del curso del desarrollo capitalista como un todo, o en uno de sus aspectos.
Pero nosotros sabemos que el desarrollo capitalista se da a través de los así llamados ciclos industriales, que comprenden una serie de fases consecutivas de la coyuntura económica: boom, estancamiento, crisis, fin de la crisis, mejora, boom, estancamiento, y así sucesivamente. Un análisis histórico muestra que estos ciclos se siguen el uno al otro cada ocho o diez años. Si estuvieran colocados en el gráfico, obtendríamos, superpuestos sobre la curva básica que caracteriza la dirección general del desarrollo capitalista, un conjunto de ondas periódicas que se mueven hacia arriba y hacia abajo. Las fluctuaciones cíclicas de la coyuntura son inherentes a la economía capitalista, como los latidos del corazón son inherentes a un organismo vivo.
Un boom sigue a una crisis, una crisis sigue a un boom, pero en su conjunto la curva del capitalismo ha venido trepando en el curso de siglos. Claramente la suma total de booms tiene que haber sido mayor que la suma total de crisis. Sin embargo, la curva del desarrollo asumió un aspecto diferente en diferentes épocas. Hubo épocas de estancamiento. Las oscilaciones cíclicas no cesaron. Pero puesto que el desarrollo capitalista en su conjunto siguió ascendiendo, de allí se desprende que las crisis prácticamente equilibraron los booms. Durante las épocas en las cuales las fuerzas productivas aumentaron con rapidez, las oscilaciones cíclicas continuaron alternándose. Pero cada boom obviamente empujaba la economía hacia adelante un trecho mayor del que retrocedía con cada crisis que se sucedía. Las ondas cíclicas podrían compararse con las vibraciones de una cuerda metálica, suponiendo que la línea del desarrollo económico se asemejara a una cuerda metálica en tensión: en realidad, por supuesto, ésta no es una línea recta, sino que su curvatura es compleja.
Esta mecánica interna del desarrollo capitalista a través de la incesante alternancia de crisis y boom es suficiente para mostrar cuán incorrecta, unilateral y anticientífica es la idea de que la actual crisis, a la vez que se agrava, deba prolongarse hasta que se establezca la dictadura del proletariado, independientemente de si esto sucede el año que viene, o en tres años o más, a partir de hoy. Las oscilaciones cíclicas, dijimos como refutación a esto en nuestro informe y resolución del III Congreso Mundial, acompañan a la sociedad capitalista en su juventud, en su madurez y en su decadencia, exactamente como los latidos de su corazón acompañan a un ser humano incluso hasta en su lecho de muerte. No importa cuáles puedan ser las condiciones generales, por más profunda que pueda ser la decadencia económica, la crisis económica e industrial interviene barriendo las mercancías y fuerzas productivas excedentes, y estableciendo una correspondencia más estrecha entre la producción y el mercado, y por estas mismas razones abriendo la posibilidad del reanimamiento industrial.
El ritmo, la amplitud, la intensidad y la duración del reanimamiento depende de la totalidad de las condiciones que caracterizan la viabilidad del capitalismo. Hoy puede decirse positivamente (lo dijimos hace un tiempo en las jornadas del III Congreso) que luego de que la crisis haya desmontado la primera valla, bajo la forma de precios exorbitantes, el incipiente reanimamiento industrial chocará rápidamente, bajo las actuales condiciones mundiales, contra otra gran cantidad de vallas: la más profunda ruptura del equilibrio económico entre Europa y EE.UU., el empobrecimiento de Europa Central y Oriental, la prolongada y profunda desorganización de los sistemas financieros, etc. En otras palabras, el próximo boom industrial en ningún caso será capaz de restaurar las condiciones para un futuro desarrollo que sea en alguna medida comparable a las condiciones de antes de la guerra. Por el contrario, es muy probable que después de sus primeras conquistas, este boom choque contra las trincheras económicas cavadas por la guerra.
Pero un boom es un boom. Esto quiere decir una creciente demanda de mercancías, producción en expansión, desempleo que se reduce, precios en ascenso y la posibilidad de salarios más altos. Y, en las circunstancias históricas dadas, el boom no reducirá sino que por el contrario agudizará la lucha revolucionaria de la clase trabajadora. Esto se desprende de todo lo anterior. En todos los países capitalistas el movimiento obrero luego de la guerra alcanzó su pico más alto y luego finalizó, como hemos visto, en un fracaso más o menos pronunciado y en una retirada, y en la desunión de las filas obreras. Con estas premisas políticas y psicológicas, una crisis prolongada, aunque sin ninguna duda hubiera aumentado el resentimiento de las masas trabajadoras (especialmente de los desocupados y los subocupados), sin embargo, simultáneamente, hubiera tendido a debilitar su actividad, porque ésta está íntimamente ligada a la conciencia de los obreros de su rol irremplazable en la producción.
El desempleo prolongado a continuación de una época de ofensivas y retiradas políticas revolucionarias no trabaja en absoluto a favor del Partido Comunista. Por el contrario, cuanto más tiempo perdura la crisis, más amenaza con favorecer estados de ánimo anarquistas en un ala y reformistas en la otra. Este hecho encontró su expresión en la ruptura de las agrupaciones anarcosindicalistas con la III Internacional, y de cierta consolidación de la Internacional de Amsterdam y de la Internacional Dos y Media, en el agrupamiento temporario de los serratistas; la ruptura del grupo de Levi, etc. Por el contrario, el reanimamiento industrial está destinado a aumentar, en primer lugar, la confianza en sí mismas de las masas trabajadoras, minada ahora por los fracasos y por la desunión de sus propias filas; forzosamente tenderá a fusionar a la clase obrera en las fábricas y plantas y aumentará el anhelo de unidad de acción militante.
Ya estamos observando los comienzos de este proceso. Las masas trabajadoras sienten que el terreno se afirma bajo sus pies. Están buscando unir sus filas. Sienten claramente que la división es un obstáculo para la acción. Se están esforzando no sólo para unificar su resistencia a la ofensiva que el capital descargó sobre ellas producto de la crisis, sino también para preparar una contraofensiva, basada en las condiciones del reanimamiento industrial. Esta crisis fue un período de esperanzas frustradas y de resentimiento, casi siempre de resentimiento impotente. El boom, a medida que se despliegue, suministrará una salida para esos sentimientos en forma de acción. Esto es lo que, precisamente, establece la resolución del III Congreso, que hemos defendido:
“Pero si el ritmo del desarrollo aminora, y la actual crisis comercial e industrial fuera seguida por un período de prosperidad en una mayor o menor cantidad de países, esto en ninguna medida significaría el comienzo de una época ‘orgánica’. Mientras exista el capitalismo, las oscilaciones cíclicas son inevitables. Las mismas acompañarán al capitalismo en su agonía de muerte, de la misma forma que lo acompañaron en su juventud y en su madurez. En el caso de que el proletariado se viera obligado a retroceder bajo la ofensiva del capitalismo en el curso de la presente crisis, inmediatamente retomará la ofensiva tan pronto como surja cualquier mejoramiento en la coyuntura. Su ofensiva [de lucha] económica, que en tal caso sería inevitablemente llevada adelante bajo la consigna del desquite por todas los engaños del período de guerra y por todo el saqueo y los abusos de la crisis, tenderá a transformarse en una guerra civil abierta, así como sucede con la actual lucha ofensiva”.

La prensa capitalista está celebrando a tambor batiente sus éxitos en la “rehabilitación” económica y las perspectivas de una nueva época de estabilidad capitalista. Este éxito tiene tan poca base como los temores complementarios de los “izquierdistas” que piensan que la revolución debe surgir del agravamiento ininterrumpido de la crisis. En realidad, mientras que la prosperidad comercial e industrial que se aproxima implica económicamente nuevas riquezas para los círculos superiores de la burguesía, todas las ventajas políticas serán para nosotros. Las tendencias hacia la unificación dentro de la clase obrera son sólo una expresión de la creciente voluntad de acción. Si los trabajadores están exigiendo hoy que, en pos de la lucha contra la burguesía, los comunistas lleguemos a un acuerdo con los Independientes y con los socialdemócratas, más adelante -en la medida que el movimiento crezca hasta alcanzar una amplitud de masas- estos mismos trabajadores se convencerán de que sólo el Partido Comunista les ofrece el liderazgo en la lucha revolucionaria. La primera oleada de la marea lleva hacia arriba a todas las organizaciones obreras, empujándolas hacia un acuerdo. Pero el mismo destino aguarda a los socialdemócratas y a los independientes: serán alcanzados uno tras otro por las próximas oleadas de la marea revolucionaria.
¿Significa esto -al revés de lo que piensan los partidarios de la teoría de la ofensiva- que no es la crisis sino el próximo reanimamiento económico el que va a llevar directamente a la victoria del proletariado? Una afirmación tan categórica sería infundada. Ya hemos mostrado más arriba que no existe una interdependencia mecánica, sino dialéctica y compleja, entre la coyuntura y el carácter de la lucha de clases. Basta para comprender el futuro que estamos entrando en el período de reanimamiento muchísimo mejor armados que lo que estábamos cuando entramos en el período de crisis. En los países más importantes del continente europeo tenemos poderosos partidos comunistas. El quiebre en la coyuntura indudablemente nos abre la posibilidad de una ofensiva, no sólo en el campo económico, sino también en la política. Es una tarea inútil dedicarnos ahora a especulaciones sobre hasta dónde llegará esta ofensiva. Esta recién comienza, recién comienza a hacerse visible.
Un sofista podría plantear la objeción de que si nosotros creemos que el reanimamiento industrial ulterior no necesariamente nos llevará directamente a la victoria, entonces comenzará obviamente un nuevo ciclo industrial, lo cual significa otro paso hacia la restauración del equilibrio capitalista. En ese caso, ¿no se estaría realmente ante el peligro del surgimiento de una nueva época de recuperación capitalista? A esto se podría contestar así: Si el Partido Comunista no crece; si el proletariado no adquiere experiencia; si el proletariado no resiste en una forma revolucionaria más audaz e irreconciliable; si no consigue pasar en la primera oportunidad favorable de la defensiva a la ofensiva; entonces la mecánica del desarrollo capitalista, con el complemento de las maniobras del estado burgués, sin duda lograría cumplir su trabajo en el largo plazo. Países enteros serán arrojados violentamente a la barbarie económica; decenas de millones de seres humanos perecerían de hambre, con desesperación en sus corazones, y sobre sus huesos sería restaurado algún nuevo tipo de equilibrio del mundo capitalista. Pero tal perspectiva es pura abstracción. En el camino especulativo hacia este equilibrio capitalista, hay muchos obstáculos gigantescos: el caos del mercado mundial, el desbaratamiento de los sistemas monetarios, el dominio del militarismo, la amenaza de guerra, la falta de confianza en el futuro. Las fuerzas elementales del capitalismo están buscando vías de escape entre pilas de obstáculos. Pero estas mismas fuerzas elementales fustigan a la clase trabajadora y la impulsan hacia delante. El desarrollo de la clase trabajadora no cesa, incluso cuando ésta retrocede. Porque, mientras pierde posiciones, acumula experiencia y consolida su partido. Marcha hacia adelante. La clase trabajadora es una de las condiciones del desarrollo social, uno de los factores de este desarrollo, y por sobre todas las cosas su factor más importante, porque personifica el futuro.
La curva básica del desarrollo industrial está buscando rutas hacia arriba. El movimiento se torna complejo por las fluctuaciones cíclicas, que en las condiciones de postguerra se parecen más a espasmos. Es naturalmente imposible prever en qué punto del desarrollo se producirá una combinación de condiciones objetivas y subjetivas tales como para producir un cambio revolucionario. Tampoco es posible prever si esto ocurrirá en el curso del actual reanimamiento, en su comienzo, o hacia su fin, o con la llegada de un nuevo ciclo. Es suficiente para nosotros comprender que el ritmo del desarrollo depende en gran medida de nosotros, de nuestro partido, de sus tácticas. Es de la mayor importancia tomar en cuenta el nuevo viraje en la economía que puede abrir un nuevo estadio en la fusión de las filas y en preparar una ofensiva victoriosa. Porque que el partido revolucionario comprenda qué es lo que está sucediendo, implica ya de por sí un acortamiento de los tiempos y un adelantamiento de las fechas.