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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Sobre las tesis sudafricanas

Sobre las tesis sudafricanas

Sobre las tesis sudafricanas[1]

A la sección Sudafricana

 

 

20 de abril de 1935

 

 

 

Es evidente que las tesis se escribieron basándose en un atento estudio de la situación económica y política de Sudáfrica y de la literatura marxista-leninista, especialmente la de los bolcheviques leninistas. La seria consideración científica de todos los problemas es una de las condiciones más importantes del éxito de una organización revolucionaria.

El ejemplo de nuestros amigos sudafricanos confir­ma una vez más el hecho de que en la época actual sólo los bolcheviques leninistas, es decir los revolucionarios proletarios coherentes, adoptan una actitud seria hacia la teoría, analizan la realidad y aprenden antes de ponerse a enseñar a los demás. La burocracia stalinista hace tiempo remplazó el marxismo por una mezcla de ignorancia y desvergüenza.

En el siguiente artículo deseo hacer ciertas obser­vaciones sobre el proyecto de tesis que servirá de pro­grama al Partido de los Trabajadores de Sudáfrica. En ningún momento estas observaciones se oponen al texto de las tesis. Conozco demasiado poco las condiciones sudafricanas como para pretender dar una opinión concluyente sobre una serie de problemas políticos.

Unicamente en algunos puntos me veo obligado a manifestarme en desacuerdo con determinados aspec­tos del proyecto de tesis. Pero tampoco aquí, por lo que puedo juzgar desde lejos, tenemos diferencias de prin­cipios con los autores. Más bien se trata de algunas exageraciones polémicas producto de la lucha contra la perniciosa política nacional del stalinismo.

Pero es en interés de la causa no disimular ni siquie­ra las más leves inexactitudes del texto sino, por el contrario, plantearlas para que se discutan abiertamente y obtener así una redacción lo mas clara y perfec­ta posible. Tal es el objetivo de estas líneas, dictadas por el deseo de brindar una ayuda a nuestros bolchevi­ques leninistas sudafricanos en la gran y responsable tarea a la que se hallan abocados.

Las posesiones sudafricanas de Gran Bretaña cons­tituyen un dominio sólo desde el punto de vista de la minoría blanca. Desde la perspectiva de la mayoría negra, Sudáfrica es una colonia esclavizada.

No se puede pensar en ningún cambio social (en primer lugar en una revolución agraria) mientras el imperialismo británico retenga el dominio de Sudáfrica. El derrocamiento del imperialismo británico es tan indispensable para el triunfo del socialismo en Sudáfrica como en la propia Gran Bretaña.

Si, como es de suponer, la revolución comienza primero en Gran Bretaña, cuanto menos apoyo encuen­tre la burguesía inglesa en las colonias y dominios, incluso en una posesión tan importante como Sudáfrica, tanto más rápida será su derrota en su propio país. En consecuencia la lucha por la expulsión del imperia­lismo británico, sus instrumentos y sus agentes constituye una parte indispensable del programa del partido proletario sudafricano.

La liquidación de la hegemonía del imperialismo británico en Sudáfrica puede producirse como conse­cuencia de la derrota militar de Gran Bretaña y la desin­tegración del imperio. En este caso, durante un período que difícilmente sea prolongado los sudafricanos blancos todavía podrían mantener su dominación sobre los negros.

Otra posibilidad, que en la práctica está ligada con la primera, es una revolución en Gran Bretaña y en sus posesiones. Las tres cuartas partes de la población sudafricana (casi seis millones sobre un total de cerca de ocho) no son europeas. Es inconcebible una revolución victoriosa sin el despertar de las masas nativas. A la vez eso les dará lo que hoy les falta, confianza en sus propias fuerzas, una conciencia personal más eleva­da, un nivel cultural superior.

En estas condiciones, la república sudafricana sur­girá antes que nada como una república "negra"; por supuesto esto no excluye la total igualdad para los blancos o las relaciones fraternales entre ambas razas; dependerá fundamentalmente de la conducta que adop­ten los blancos. Pero es obvio que la mayoría predomi­nante de la población, liberada de su dependencia es­clavizante, pondrá su impronta en el estado.

Dado que una revolución victoriosa cambiará radi­calmente no sólo la relación entre las clases sino tam­bién la relación entre las razas, y garantizará a los ne­gros el lugar que les corresponde en el estado de acuer­do a su número, la revolución social tendrá en Sudáfrica también un carácter nacional.

No tenemos la menor razón para cerrar los ojos ante este aspecto de la cuestión o para disminuir su impor­tancia. Por el contrario, el partido proletario, abierta y audazmente, en las palabras y en los hechos, tiene que tomar en sus manos la solución del problema nacional (radical).

No obstante, el partido proletario puede y debe resolver el problema nacional con sus propios métodos.

El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. Ya en 1924 la Comintern transformó el programa de liberación nacional de los pueblos coloniales en una hueca abstracción democráti­ca que se eleva por sobre la realidad de las relaciones de clase. En la lucha contra la opresión nacional las distintas clases se liberan (circunstancialmente) de sus intereses materiales y se convierten en simples fuerzas "antiimperialistas".

Para que estas espirituales "fuerzas" cumplan valientemente con el objetivo que les asigna la Comin­tern, se les promete como recompensa un espiritual estado "nacional-democrático", con la inevitable refe­rencia a la fórmula de Lenin: "dictadura democrática del proletariado y del campesinado."

Las tesis señalan que en 1917 Lenin descartó abier­tamente, de una vez y para siempre, la fórmula de "dictadura democrática del proletariado y del campesi­nado"[2] como condición necesaria para la solución del problema agrario. Esto es totalmente correcto.

Pero para evitar malentendidos tenemos que agre­gar: a) Lenin siempre habló de una dictadura revolucio­naria democrático-burguesa y no de un espiritual estado "del pueblo"; b) en la lucha por la dictadura democrático-burguesa no planteó el bloque de todas las "fuerzas antizaristas" sino que llevó a cabo una políti­ca proletaria de independencia de clase.

El bloque "antizarista" era la idea de los socialrevolucionarios rusos y de los cadetes de izquierda, es decir de los partidos de la pequeña y mediana burgue­sía. Los bolcheviques siempre libraron una lucha irre­conciliable contra estos partidos.

No podemos estar de acuerdo con la forma en que se expresan las tesis cuando afirman que la consigna de "república negra" es tan perniciosa para la causa revolucionaria como la consigna "Sudáfrica para los blancos". Mientras que con la última se apoya la opre­sión más total, con la primera se dan los pasos iniciales hacia la liberación.

Tenemos que aceptar resueltamente y sin reservas el absoluto e incondicional derecho de los negros a la independencia. La solidaridad entre los trabajadores negros y blancos sólo se cultivará y fortalecerá en la lu­cha común contra los explotadores blancos.

Es posible que después del triunfo los negros no crean necesario formar un estado negro separado en Sudáfrica. Por supuesto que no los obligaremos a implantarlo. Pero que tomen su decisión libremente, en base a su propia experiencia, no obligados por el sjambok (látigo) de los opresores blancos. Los revolu­cionarios proletarios nunca deben olvidar el derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, incluso a la separación plena, ni la obligación del prole­tariado de la nación opresora de defender este dere­cho con las armas en la mano si fuera necesario.

Las tesis señalan muy correctamente que en Rusia fue la Revolución de Octubre la que solucionó el pro­blema nacional. Los movimientos democráticos nacio­nales eran impotentes de por sí para liquidar por su cuenta la opresión nacional del zarismo. Sólo porque el movimiento de las nacionalidades oprimidas y el movi­miento agrario del campesinado dieron al proletariado la posibilidad de tomar el poder y establecer su dictadura, la cuestión nacional y el problema agrario encon­traron una definitiva y audaz solución.

Pero esa conjunción de los movimientos nacionales con la lucha del proletariado por el poder fue políticamente posible debido a que los bolcheviques durante toda su historia libraron una lucha irreconciliable con los opresores gran rusos, apoyando siempre y sin reser­vas el derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, incluso a la separación de Rusia.

Sin embargo, la política de Lenin respecto a las na­ciones oprimidas no tenía nada en común con la política de los epígonos. El Partido Bolchevique defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimi­das con los métodos de la lucha de clases proletaria, rechazando totalmente la charlatanería de los bloques "antiimperialistas" con los numerosos partidos "nacionales" pequeñoburgueses de la Rusia zarista (el Partido Socialista Polaco [PPS, partido de Pilsudski en la Polonia zarista], Dashnaki en Armenia, los nacionalistas ucranianos, los judíos sionistas, etcétera).

Los bolcheviques siempre desenmascararon impla­cablemente a estos partidos, así como a los socialrevolucionarios rusos, por sus vacilaciones y su aventu­rerismo, pero especialmente por su mentira ideológica de estar por encima de la lucha de clases. Lenin no cejó en su crítica intransigente aun cuando las cir­cunstancias lo obligaron a concluir con ellos tal o cual acuerdo episódico, estrictamente práctico.

Quedaba fuera de toda discusión cualquier alianza permanente bajo la bandera del "antizarismo". Sólo gracias a esta irreconciliable política de clase logró el bolchevismo, en el momento de la Revolución, des­plazar a los mencheviques, a los socialrevolucionarios, a los partidos pequeñoburgueses nacionales y nuclear alrededor del proletariado a las masas campesinas y a las nacionalidades oprimidas.

"No debemos -dicen las tesis- competir con el Congreso Nacional Africano[3] con consignas nacio­nalistas para ganar a las masas nativas." La idea en sí misma es correcta, pero hay que ampliarla concre­tamente. Como no estoy suficientemente al tanto de las actividades del Congreso Nacional, no puedo más que basarme en analogías para delinear una política res­pecto a él; desde ya aclaro que estoy dispuesto a intro­ducir en mis recomendaciones todas las modificaciones necesarias.

1. Los bolcheviques leninistas deben salir en defen­sa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las filas de las organizaciones obreras.

2. Los bolcheviques leninistas han de dar más im­portancia a las tendencias progresivas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.

3. Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A dife­rencia del Congreso, los bolcheviques leninistas lle­van adelante un programa revolucionario de lucha de clases.

4. Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y abso­luta de nuestra organización y nuestra libertad de crí­tica política.

Las tesis no plantean como consigna política fundamental un "estado nacional-democrático" sino un "Octubre" sudafricano. Demuestran convincentemente que:

a) en Sudáfrica el problema nacional y el problema agrario coinciden básicamente.

b) Ambos problemas sólo se podrán resolver de manera revolucionaria.

c) La solución de estos problemas lleva inevitablemente a la dictadura del proletariado, que dirigirá a las masas campesinas nativas.

d) La dictadura del proletariado abrirá una era de régimen soviético y reconstrucción socialista. Esta conclusión es la piedra angular de toda la estructura del programa. En esto estamos en total acuerdo.

Pero hay que llevar a las masas a esta formulación "estratégica" general por medio de una serie de consignas tácticas. En cada etapa determinada sólo se podrá elaborar estas consignas en base a un análisis de las circunstancias concretas de la vida y de la lucha del proletariado y del campesinado y del conjunto de la situación interna e internacional. Sin profundizar en esta materia, quiero encarar brevemente las relaciones recíprocas entre las consignas nacionales y las agrarias.

Las tesis señalan varias veces que se debe privile­giar las reivindicaciones agrarias por sobre las naciona­les. Esta es una cuestión muy importante, que merece un serio análisis. Dejar a un lado o debilitar las consig­nas nacionales para no chocar con los chovinistas blancos de las filas de la clase trabajadora sería, por supuesto, un oportunismo criminal, totalmente ajeno a los autores y partidarios de las tesis. Esto surge claramente del contexto de las tesis, imbuidas del espíritu del internacionalismo revolucionario.

Las tesis plantean de manera admisible que a esos "socialistas" que luchan por los privilegios de los blan­cos "tenemos que señalarlos como los mayores enemi­gos de la revolución". Por lo tanto debemos buscar otra explicación, brevemente señalada en el mismo texto: las masas campesinas nativas atrasadas sienten mucho más directamente la opresión agraria que la opresión nacional.

Es muy posible. La mayor parte de los nativos son campesinos; el grueso de la tierra está en manos de una minoría blanca. Durante su lucha por la tierra, los campesinos rusos depositaron mucho tiempo su fe en el zar y se negaban obstinadamente a sacar con­clusiones políticas.

Hubo un período muy prolongado en que el campesino sólo aceptó la primera parte de la consigna tradi­cional de la intelectualidad revolucionaría, "Tierra y Li­bertad". Fueron necesarias décadas de malestar rural y la influencia y la acción de los trabajadores urbanos para que el campesinado relacionara ambas consignas.

El pobre bantú esclavizado difícilmente deposite más esperanzas en MacDonald[4] que en el rey británico. Pero este gran atraso político también se refleja en la falta de conciencia nacional. A la vez siente muy agudamente la opresión fiscal y la del terrateniente. Dadas estas condiciones, la propaganda puede y debe partir ante todo de las consignas de revolución agraria, para llegar así, paso a paso, a través de la experiencia de la lucha, a que el campesinado extraiga las necesarias conclusiones políticas y nacionales.

Si estas consideraciones hipotéticas son correctas, entonces más que el programa mismo nos interesan las vías y medios de llevar este programa a la concien­cia de las masas nativas.

Teniendo en cuenta la pequeña cantidad de cuadros revolucionarios con que contamos y la extrema disper­sión del campesinado, en el futuro inmediato, al menos, sobre éste podrán influir fundamentalmente, si no exclusivamente, los obreros avanzados. En consecuen­cia, es muy importante educar a los obreros avanzados en la clara comprensión del significado de la revolu­ción agraria para el destino histórico de Sudáfrica.

El proletariado del país está constituido por parías negros atrasados y una privilegiada, arrogante casta de blancos. Aquí reside la principal dificultad. Como lo plantean correctamente las tesis, las convulsiones económicas del capitalismo putrefacto tienen que sacudir brutalmente las viejas barreras y facilitar la confluencia revolucionaria.

De todos modos, el peor crimen de parte de los revo­lucionarios sería hacer la menor concesión a los privile­gios y prejuicios de los blancos. Quien le da aunque sea el dedo meñique al demonio del chovinismo está perdido.

El partido revolucionario tiene que plantearle a todo obrero blanco la siguiente alternativa: o con el imperia­lismo británico y la burguesía blanca de Sudáfrica, o con los trabajadores y campesinos negros contra los señores feudales y esclavistas blancos y sus agentes en las filas de la clase obrera.

El derrocamiento de la dominación británica sobre la población negra de Sudáfrica no significará, por supuesto, la ruptura económica y cultural con la ex madre patria si ésta se libera de la opresión de sus ban­didos imperialistas. La Inglaterra soviética podrá ejercer una poderosa influencia económica y cultural sobre Sudáfrica a través de los blancos que en los he­chos, en la lucha real, ligaron su destino al de los actua­les esclavos coloniales. Esta influencia no se apoyará en la dominación sino en una recíproca cooperación proletaria.

Pero posiblemente será mucho más importante la influencia de la Sudáfrica soviética sobre el conjunto del continente negro: Ayudar a los negros a alcanzar a la raza blanca para ascender con ella a nuevas cimas culturales será uno de los grandes y nobles objetivos del socialismo victorioso.

Para concluir quiero decir unas palabras sobre el problema de la organización legal o ilegal, en lo que hace a la formación del partido.

Las tesis subrayan correctamente la ligazón insepa­rable entre organización y tareas revolucionarias, y la necesidad de complementar el aparato legal con un aparato ilegal. Por supuesto, nadie propone crear un aparato ilegal para que cumpla las funciones que en las condiciones actuales puede llevar a cabo un apara­to legal.

Pero si se aproxima una crisis política hay que crear núcleos ilegales especiales del partido que se desa­rrollarán en tanto las circunstancias lo requieran. Una parte del trabajo, y por cierto muy importante, en ninguna situación puede llevarse a cabo abiertamente, ante los ojos de los enemigos de clase.

Sin embargo, en la etapa actual la forma más impor­tante de trabajo legal o semilegal de los revolucionarios es el que se desarrolla en las organizaciones de masas, especialmente en los sindicatos. Los dirigentes sindica­les son la policía oficiosa del capitalismo y combaten despiadadamente a los revolucionarios.

Tenemos que ser capaces de trabajar en las organi­zaciones de masas y evitar caer bajo los golpes del aparato reaccionario. Esta es una parte importante -para este período la más importante- del trabajo ilegal. Un grupo revolucionario que actúa en un sindica­to, si aprendió en la práctica todas las normas conspira­tivas necesarias, podrá clandestinizar su trabajo cuando las circunstancias lo exijan.



[1] Sobre las tesis sudafricanas. Workers’ Voice (La Voz de los Trabajadores) Sudáfrica, noviembre de 1944; International Socialist Review, otoño de 1966. El Workers Party (Partido de los Trabajadores) de Sudáfrica elaboró para la discusión un documento programático; la respuesta de Trotsky plantea su posición sobre el problema nacional del país en ese entonces, semicolonia británica.

[2] Antes de 1917 Lenin pensaba que la próxima revolución rusa se apoyaría en una alianza entre obreros y campesinos, en el marco de una democracia burguesa. En 1917 cambió esa perspectiva por la de una dictadura del proletariado (estado obrero apoyado por el campesinado). Trotsky traza la evolución del pensamiento de Lenin sobre el problema de "la dictadura democrática del proletariado y del campesinado" en La revolución permanente y en su ensayo Tres concepciones de la revolución rusa, que publicamos en Escritos 1939-1940.

[3] El African National Congress, ANC (Congreso Nacional Africano), formado en 1913, fue la primera organización sudafricana que planteo un programa basado en la unidad bantú, en la igualdad política, económica y social entre negros y blancos en el estado y en la Iglesia, en la garantía del derecho a la tierra para los africanos, en la abolición de las barreras del color y de cual­quier forma de discriminación racial contra los no europeos. Se convirtió en una de las presas favoritas del stalinismo en la década del 30. Fue liquidado después de la masacre de Sharpeville de 1960.

[4] Ramsay MacDonald (1866-1937): primer ministro del primer gobierno laborista británico (1924). Abandonó el Partido Laborista  durante su segundo período como primer ministro (1929-1931), par formar con los tories un gabinete de "unidad nacional" (1931-1935).



Libro 4