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Radio, ciencia, técnica y sociedad

Discurso pronunciado por León Trotsky en el primer Congreso de Amigos de la Radio

1 de marzo de 1926. [1]

Camaradas:

Regreso de las fiestas del jubileo del Turkmenistán. Esa República hermana de Asia central conmemora hoy el aniversario de su fundación. Puede parecer que el tema del Turkmenistán está lejos del de la radiotécnica y de la Sociedad de Amigos de la Radio, pero en realidad hay relaciones muy estrechas entre ambos temas. Precisamente porque el Turkmenistán es un país lejano debe estar cerca de los participantes de este Congreso. Debido a la inmensidad de nuestro país federativo que incluye al Turkmenistán -territorio de seiscientas mil verstas, más grande que Alemania, más grande que Francia, más grande que cualquier Estado europeo, región cuya población vive dispersa en oasis y en el que no hay carreteras- dadas estas condiciones, se hubieran podido inventar las radiocomunicaciones expresamente para el Turkmenistán, a fin de vincularlo a nosotros. Somos un país atrasado; el conjunto de la Unión, incluso contando los sectores más avanzados, es extremadamente retrasado en el plano técnico, y, sin embargo, no tenemos ningún derecho a seguir en tal atraso porque construimos el socialismo y el socialismo presupone y exige un alto nivel técnico. Mientras trazamos carreteras a través del país, mientras las mejoramos y hacemos puentes (¡y tenemos una necesidad terrible de más puentes! ), estamos obligados al mismo tiempo a medirnos con estados más avanzados en cuanto a hazañas científicas y técnicas; en cuya primera fila, entre otras, se halla la técnica de la radio. La invención del telégrafo sin hilos y de la radiofonía tiene motivo para convencer a los más escépticos y pesimistas de nosotros de las posibilidades ilimitadas de la ciencia y de la técnica, demostrando que todas las hazañas científicas, desde su principio, no son de hecho más que una breve introducción de lo que nos espera en el futuro.

Tomemos por ejemplo los últimos veinticinco años -exactamente un cuarto de siglo- y evoquemos las conquistas que la técnica humana ha realizado ante nuestros ojos, ante los de la generación más vieja a la que yo pertenezco. Me acuerdo -y probablemente no soy el único en hacerlo entre los aquí presentes, aunque la juventud sea mayoría-, me acuerdo del tiempo en que los automóviles eran todavía rarezas. No se hablaba tampoco del avión a fines del pasado siglo. En todo el mundo creo que no había cinco mil automóviles, mientras que ahora existen aproximadamente veinte millones, dieciocho de los cuales están en Estados Unidos, quince millones de coches de turismo y tres millones de caminos. El automóvil se ha convertido ante nuestros ojos en un medio de transporte de primera importancia.

Puedo recordar todavía los sonidos confusos y rechinantes que yo oí cuando escuché por primera vez un fonógrafo. Estaba entonces en la primera clase de mis estudios secundarios. Un hombre emprendedor que recorría las poblaciones de la Rusia meridional con un fonógrafo, llegó a Odesa y mostró su funcionamiento. Y ahora el gramófono, nieto del fonógrafo, es uno de los rasgos más extendidos de la vida doméstica.

¿Y el avión? En 1902, hace veintitrés años, fue el escritor inglés Wells (muchos de vosotros conocéis sus novelas de ciencia-ficción) quien publicó un libro en el que escribía más o menos textualmente que en su opinión (y él mismo se consideraba una imaginación audaz y aventurera en materia de técnica) a mediados del actual siglo XX no sólo se habría inventado, sino que se habría perfeccionado hasta cierto punto un ingenio más pesado que el aire que podría tener utilidad militar. Este libro fue escrito en 1902. Sabemos que el avión ha jugado un papel preciso en la guerra imperialista y veinticinco años nos separan todavía de este medio siglo.

¿Y el cine? Tampoco es poca cosa. No hace mucho tiempo no existía; muchos de vosotros os acordáis de esa época. Ahora, sin embargo, sería imposible imaginar nuestra vida cultural sin el cine.

Todas estas innovaciones han entrado en nuestra existencia en el último cuarto del siglo, durante el cual los hombres han realizado además algunas bagatelas tales como guerras imperialistas en que ciudades y países enteros han sido devastados y millones de personas exterminadas. En el lapso de un cuarto de siglo, más de una revolución se ha realizado, aunque en escala menor que la nuestra, en toda una serie de países. En veinticinco años, la vida ha sido invadida por el automóvil, el avión, el gramófono, el cine, la telegrafía sin hilos y la radiofonía. Si recordáis sólo el hecho de que, según los cálculos hipotéticos de los sabios, el hombre no ha necesitado menos de doscientos cincuenta mil años para pasar del simple género de vida de cazador al de pastoreo, este pequeño fragmento de tiempo, estos veinticinco años parecen nada. ¿Qué enseñanza debemos sacar de este período? Que la técnica ha entrado en una nueva fase, que su ritmo de desarrollo crece más y más.

Los sabios liberales -que ya no existen- han pintado por regla general el conjunto de la historia de la Humanidad como una serie lineal y continua de progreso. Era falso. La marcha del progreso no es rectilínea, es una curva rota y zigzagueante. La cultura tan pronto progresa como declina. Hubo cultura en el Asia antigua, hubo cultura en la antigüedad, en Grecia y en Roma, luego la cultura europea comenzó a desarrollarse y ahora la cultura americana nace en el rascacielos. ¿Qué hemos retenido de las culturas del pasado? ¿Qué se ha acumulado como producto del progreso histórico? Procedimientos técnicos, métodos de investigación. El pensamiento científico y técnico avanza no sin interrupción y caídas. Incluso si meditáis sobre esos días lejanos en que el sol cesará de brillar y en que toda vida se extinguirá en la superficie terrestre, queda todavía mucho tiempo por delante de nosotros. Pienso que en los siglos que están a punto de venir el pensamiento científico y técnico, en manos de una sociedad organizada según un modelo socialista, progresará sin zigzags, rupturas ni caídas. Ha madurado con tal amplitud, se ha vuelto suficientemente independiente y se sostiene tan sólidamente sobre sus bases que irá adelante por una vía planificada y segura, paralela al crecimiento de las fuerzas productivas con las que está vinculada de la forma más estrecha.

Un triunfo del materialismo dialéctico

La tarea de la ciencia y de la técnica es someter la materia al hombre, lo mismo que el espacio y el tiempo, que son inseparables de la materia. A decir verdad, hay algunos escritos idealistas -no religiosos, sino filosóficos- en los que podréis leer que el tiempo y el espacio son categorías salidas de nuestros espíritus, que son un resultado de las exigencias de nuestro pensamiento, pero que no corresponden a nada en la realidad. Sin embargo, es difícil participar de estas opiniones. Si algún filósofo idealista en lugar de llegar a tiempo para tomar el tren de las nueve dejara pasar dos minutos, no vería más que la cola de su tren, y se convencería con sus propios ojos que el tiempo y el espacio son inseparables de la realidad material. Nuestra tarea es precisamente estrechar ese espacio, vencerlo, economizar tiempo, prolongar la vida humana, registrar el tiempo pasado, elevar la vida a un nivel más alto y enriquecerla. Es la razón de nuestra lucha con el espacio y el tiempo, en cuya base se encuentra la lucha para someter la materia al hombre; materia que constituye el fundamento no sólo de toda cosa realmente existente, sino también de nuestro pensamiento.

La lucha que llevamos por nuestros trabajos científicos es, en sí misma, un sistema muy complejo de reflejos, es decir, de fenómenos de orden psicológico que no se han desarrollado sobre una base anatómica salida del mundo inorgánico de la química y la física. Cada ciencia es una acumulación de conocimientos basados sobre una experiencia relativa a la materia y a sus propiedades, sobre una comprensión generalizada de los medios de someter esta materia a los intereses y a las necesidades del hombre.

Sin embargo, cuanto más nos enseña la ciencia sobre la materia tanto más nos descubre propiedades “inesperadas” y tanto más el pensamiento filosófico decadente de la burguesía trata de utilizar con celo esas nuevas propiedades o manifestaciones de la materia para demostrar que la materia no es la materia. Junto con el progreso de las ciencias de la naturaleza para dominar la materia se realiza de modo paralelo una lucha filosófica contra el materialismo. Ciertos filósofos e incluso ciertos sabios han tratado de utilizar el fenómeno de la radioactividad en la lucha contra el materialismo: nos habíamos hecho a los átomos, elementos básicos de la materia y del pensamiento materialista, pero ahora ese átomo cae en trozos entre nuestras manos, está roto en electrones, y en los primeros tiempos de la popularización de la teoría electrónica, una controversia ha estallado incluso en nuestro Partido en torno a la cuestión: ¿los electrones testimonian a favor o en contra del materialismo? Quien se interese por estas cuestiones leerá con gran provecho la obra de Vladimir Ilich Materialismo y empiriocriticismo. De hecho, ni el “misterioso” fenómeno de la radioactividad, ni el no menos misterioso fenómeno de la propagación sin hilos de las ondas electromagnéticas causan el menor daño al materialismo.

El fenómeno de la radioactividad, que nos ha llevado a la necesidad de concebir el átomo con un complejo sistema de partículas todavía “impensables”, no puede servir de argumento más que contra un espécimen desesperado de materialismo vulgar que no reconozca como materia más que aquello que pueda sentir con sus manos desnudas. Pero eso es sensualismo y no materialismo. Uno y otro, la molécula, última partícula química, y el átomo, última partícula física, son inaccesibles a nuestra vista y a nuestro tacto. Pero nuestros órganos sensoriales, que son nuestros primeros instrumentos de conocimiento, no son ni mucho menos los últimos recursos de nuestro conocimiento humano. El ojo humano y la oreja humana son aparatos muy primitivos, inadaptados a la percepción de los elementos de base de los fenómenos físicos y químicos. Mientras en nuestra concepción de la realidad nos dejamos guiar simplemente por los descubrimientos cotidianos de nuestros órganos sensoriales, nos resulta difícil imaginar que el átomo sea un sistema complejo, que tiene un núcleo, que en torno a ese núcleo se desplazan los electrones y que de ahí resulta el fenómeno de la radioactividad. Nuestra imaginación por regla general se habitúa a duras penas a las nuevas conquistas del conocimiento. Cuando Copérnico descubrió en el siglo XVI que no era el Sol el que gira en torno a la Tierra, sino la Tierra la que gira alrededor del Sol, pareció fantástico, y desde ese día la imaginación conservadora se resiste a acomodarse a ese hecho. Es lo que observamos en gentes analfabetas y en cada generación nueva de escolares. Sin embargo, nosotros, que tenemos cierta educación, pese a que también a nosotros nos parece que el Sol gira alrededor de la Tierra, no ponemos en duda que las cosas, en realidad, pasan de otro modo, porque está confirmado por la observación de conjunto de los fenómenos astronómicos. El cerebro humano es un producto del desarrollo de la materia y al mismo tiempo es un instrumento de conocimiento de esa materia; poco a poco se adapta a su función, trata de superar sus propias limitaciones, crea métodos científicos siempre nuevos, imagina instrumentos siempre más complejos y precisos, controla sin cesar su obra, penetra paso a paso en profundidad anteriormente desconocidas, cambia nuestra concepción de la materia sin separarse no obstante nunca de ella, base de todo cuanto existe.

La radioactividad que acabamos de mencionar no constituye en ningún caso una amenaza para el materialismo y es, al mismo tiempo, un magnífico triunfo de la dialéctica. Hasta estos últimos tiempos, los sabios suponían que había en el mundo noventa elementos que escapan a todo análisis y que no pueden transformarse uno en otro -por así decir-, un universo que sería una tapicería tejida con noventa hilos de colores y cualidades diferentes. Tal noción contradecía la dialéctica materialista que habla de la unidad de la materia y que, lo que es más importante, de la transmutabilidad de los elementos de la materia. Nuestro gran químico Mendeleyev, al fin de su vida, no quería reconciliarse con la idea de que un elemento pudiera ser transmutado en otro; creía firmemente en la estabilidad de esas “individualidades”, aunque el fenómeno de la radioactividad ya le era conocido. En nuestros días, ningún sabio cree en la inmovilidad de los elementos. Utilizando este fenómeno de la radioactividad, los químicos han conseguido realizar “la ejecución” directa de ocho o nueve elementos y, con ello, la ejecución de los últimos restos de la metafísica en el materialismo, porque ahora la transmutabilidad de un elemento químico en otro ha sido probada experimentalmente. El fenómeno de la radioactividad ha conducido de esta forma a un triunfo supremo del pensamiento dialéctico.

Los fenómenos de la técnica radiofónica están basados en la transmisión sin hilos de las ondas electromagnéticas. Sin hilos no significa transmisión no material, ni mucho menos. La luz no irradia sólo de las lámparas, sino también del Sol, del que nos viene sin ayuda de hilos. Estamos a todas luces acostumbrados a la transmisión inalámbrica de la luz en distancias respetables. Y, sin embargo, nos sorprendimos cuando comenzamos a transmitir el sonido en una distancia mucho más corta gracias a esas mismas ondas electromagnéticas que representan el substrato de la luz. Todo esto es manifestación de la materia, proceso material -ondas y torbellinos- en el espacio y en el tiempo. Los nuevos descubrimientos y sus aplicaciones técnicas no hacen más que mostrarnos que la materia es mucho más heterogénea y más rica en posibilidades de lo que hasta ahora habíamos pensado. Pero como antaño, nada se crea de nada.

Nuestros sabios más notables dicen que la ciencia, y de modo particular la física, ha llegado en estos últimos tiempos a una encrucijada. No hace tanto tiempo decían que no estábamos más que en los aledaños “fenomenológicos” de la materia -es decir, bajo el ángulo de observación de sus manifestaciones-; pero ahora comenzamos a penetrar más profundamente que nunca en el interior mismo de la materia, para captar su estructura, y pronto podremos controlarla “desde el interior”. Un buen físico sería naturalmente capaz de hablar de estas cosas mejor que yo. Los fenómenos de radioactividad nos conducen al problema de la liberación de la energía intraatómica. El átomo encierra en sí mismo una poderosa energía oculta, y la tarea más grandiosa de la física consiste en liberar esa energía haciendo saltar el tapón, de manera que la energía oculta pueda brotar como de una fuente. Entonces se habrá abierto la posibilidad de reemplazar el carbón y el petróleo por la energía atómica, que se convertirá así en la fuerza motriz de base. No es una tarea desesperada. ¡Y qué perspectivas se abren ante nosotros! Este solo hecho nos permite declarar que el pensamiento científico y técnico se acerca a una gran encrucijada, que la época revolucionaria en el desarrollo de la sociedad humana vendrá acompañada de una época revolucionaria en la esfera del conocimiento de la materia y de su dominio. Posibilidades técnicas ilimitadas se abrirán ante la Humanidad liberada.

Radio. Militarismo. Supersticiones

Sin embargo, quizá sea hora de tratar con más detenimiento las cuestiones políticas y prácticas. ¿Cuál es la relación entre la radio-técnica y el sistema social? ¿Es socialista o capitalista? Planteo esta cuestión porque hace pocos días el conocido italiano Marconi[2] ha dicho en Berlín que la transmisión a distancia de imágenes por ondas hertzianas es un prodigioso regalo al pacifismo, que anuncia el fin rápido de la era militar. ¿Por qué había de ser así? Los fines de época han sido proclamados tan a menudo, que los pacifistas han terminado por mezclar los comienzos y los fines. El hecho de ver a gran distancia supone poner fin a las guerras. Por supuesto, la invención de medios de transmitir una imagen animada a gran distancia es una tarea muy atrayente, porque era ultrajante para el nervio óptico que el nervio auditivo, gracias a la radio, ocupase una posición privilegiada a este respecto. Pero suponer que de ahí debe derivarse el fin de las guerras es simplemente absurdo y muestra únicamente que, en el caso de grandes hombres como Marconi, igual que para la mayoría de los especialistas -e incluso puede decirse que para la mayoría de las personas en general-, el modo de pensamiento científico aporta una ayuda al espíritu, para hablar crudamente, no en todos los terrenos, sino sólo en pequeños sectores. De igual modo que en el casco de un navío se disponen compartimientos estancos para que no se hunda en caso de accidente de un solo golpe, igual existen innumerables compartimentos estancos en el cerebro humano; en un dominio o incluso en doce, podéis encontrar el espíritu científico más revolucionario, pero detrás de un tabique yace el espíritu más limitado de los filisteos. Es la gran fuerza del marxismo, en tanto que pensamiento generalizador de la experiencia humana, ayudar a abatir esos tabiques interiores del espíritu gracias a la integralidad de su análisis del mundo. Volviendo a nuestro tema, ¿por qué el hecho de ver al enemigo debe liquidar la guerra? En los pasados tiempos, cuando había guerra, los adversarios se veían frente a frente. Así ocurría en tiempos de Napoleón. Ha sido sólo la creación de armas de largo alcance la que ha impulsado gradualmente a los adversarios a alejarse y les ha conducido a disparar sobre blancos fuera de la vista. Y si lo invisible deviene visible, esto significa sólo que también en este dominio la tríada hegeliana ha triunfado, tras la tesis y la antítesis ha venido la síntesis del exterminio mutuo.

Recuerdo la época en que se escribía que el desarrollo de la aviación pondría fin a la guerra porque el conjunto de la población sería precipitada en las operaciones militares, dado que esto llevaría a la ruina a la economía y a la vida cultural de países enteros, etc. De hecho, la invención de un ingenio volante, más pesado que el aire, ha abierto un nuevo y más cruel capítulo de la historia del militarismo. No hay duda alguna de que actualmente también estamos a punto de iniciar un capítulo más sangriento y más espantoso todavía. La técnica y la ciencia tienen su propia lógica, la lógica del conocimiento de la Naturaleza y de su sometimiento a los intereses del hombre. Pero la técnica y la ciencia no se desarrollan en el vacío, lo hacen en una sociedad humana dividida en clases. La clase dirigente, la clase poseedora, domina la técnica y a través de ella domina la Naturaleza. La técnica en sí misma no puede ser calificada de militarista o de pacifista. En una sociedad en que la clase dirigentes es militarista, la técnica está al servicio del militarismo.

Resulta incontestable que la técnica y la ciencia zapan poco a poco la superstición. Sin embargo, todavía ahí, el carácter de clase de la sociedad imponen reservas sustanciales. Tomad América: los sermones son retransmitidos por radio, lo cual significa que la radio sirve de medio de difusión de prejuicios. Tales cosas no suceden aquí, según pienso: la Sociedad Amigos de la Radio vigila, eso espero. (Risas y aplausos.) En un sistema socialista, el conjunto de la Técnica y de la ciencia estará indudablemente dirigido contra los prejuicios religiosos, contra la superstición que traduce la debilidad del hombre frente al hombre o la Naturaleza. Yo os pregunto: ¿qué peso tendrá una “voz del paraíso” cuando por todo el país se difunda una voz desde el Museo Politécnico? (Risas.).

No podemos quedarnos a la zaga

La victoria sobre la pobreza y la superstición está asegurada si progresamos en el plano técnico. No debemos quedarnos a la zaga detrás de los demás países. El primer eslogan que cada radio aficionado debe tener en la cabeza es: no te quedes a la zaga. Porque estamos extraordinariamente atrasados en relación con los países capitalistas avanzados; este retraso es nuestra principal herencia del pasado. ¿Qué hacer? Sí, camaradas, la situación debía ser tal que los países capitalistas continuarían progresando y desenvolviéndose regularmente como antes de la guerra, mientras nosotros deberíamos preguntarnos con angustia: ¿seremos capaces de alcanzarlos? Y si no podemos alcanzarlos, ¿no seremos aplastados? A esto nosotros respondemos: No debemos olvidar que el pensamiento científico y la técnica en la sociedad burguesa han alcanzado su más alto grado de desarrollo en el momento mismo en que económicamente esa sociedad burguesa se adentra cada vez más en el callejón sin salida y cae en decadencia. La economía europea no está en expansión. Durante los quince últimos años, Europa se ha empobrecido y no enriquecido. Pero sus invenciones y descubrimientos han sido colosales. Mientras que asolaba Europa y devastaba inmensas extensiones del continente, la guerra daba al mismo tiempo un prodigioso impulso al pensamiento científico y técnico que se ahogaba en las garras del capitalismo decadente. Sin embargo, si consideramos las acumulaciones materiales de la técnica, es decir, no la técnica que existe en la cabeza de los hombres, sino la que está incorporada en las máquinas, las manufacturas, las fábricas, los ferrocarriles, los telégrafos y teléfonos, etc., entonces es evidente que estamos terriblemente retrasados. Sería más correcto decir que este retraso sería terrible si no poseyésemos la inmensa ventaja de la organización soviética y de la sociedad que permite un desarrollo planificado de la ciencia y de la técnica mientras que Europa se ahoga en sus propias contradicciones.

Nuestro retraso actual en todas las ramas no debe, sin embargo, ser ocultado, sino, por el contrario, evaluado con una objetividad severa, sin asustarse, pero también sin ilusionarse ni un solo momento. ¿Cómo se transforma un país en un todo económico y cultural? Por los medios de comunicación: los ferrocarriles, los navíos, los servicios postales, el telégrafo, el teléfono, la radiotelegrafía y la radiofonía. ¿Dónde estamos en este plano? Estamos terriblemente atrasados. En América la red de ferrocarriles se extiende aproximadamente 405.000 kilómetros; en Inglaterra, unos 40.000; en Alemania, 54.000, y entre nosotros solamente 69.000 kilómetros, y eso que tenemos grandes distancias. Resulta aún mucho más instructivo comparar los cargamentos transportados en esos países y en el nuestro, midiéndolos en toneladas-kilómetros, es decir, una tonelada transportada durante un kilómetro. Los Estados Unidos han transportado el año pasado 600 millones de toneladas-kilómetro; nosotros hemos transportado 48,5; Inglaterra, 30; Alemania, 60; es decir, que U. S. A. ha transportado diez veces más que Alemania, veinte veces más que Inglaterra y dos o tres veces más que el conjunto de Europa, incluidos nosotros.

Tomemos el servicio postal, uno de los medios básicos de la difusión de la cultura. Según los informes proporcionados por el Comisariado de Correos y Telégrafos, basados en las cifras más recientes, el gasto en la red postal de Estados Unidos se eleva, durante el último año, a 1.250 millones de rublos, lo cual corresponde a nueve rublos y cuarenta kopeks por cabeza. En nuestro país, el gasto para el mismo sector alcanza 75 millones, lo que significa treinta y tres kopeks por cabeza. Hay una diferencia entre esos 490 kopeks y los 33 nuestros.

Las cifras para el telégrafo y el teléfono no son menos sorprendentes. La longitud de las líneas telegráficas en Estados Unidos es de tres millones de kilómetros; en Inglaterra, de medio millón, y aquí de 616.000 kilómetros. Pero la longitud de las líneas telegráficas es comparativamente pequeña en América, porque tienen muchas líneas telefónicas (60 millones de kilómetros), mientras que en Gran Bretaña no hay más que seis millones y aquí solamente 311.000 kilómetros. No riamos ni lloremos sobre nosotros mismos, camaradas, pero metámonos firmemente estas cifras en la cabeza; debemos medir y comparar para poder alcanzarlos y sobrepasarlos a cualquier precio. (Aplausos.) El número de teléfonos -otro buen índice del nivel cultural- es en América de catorce millones: en Inglaterra, de un millón, y aquí de 190.000. Por cada cien personas, hay en América trece teléfonos; en Inglaterra, algo más de dos, y entre nosotros un décimo, o, en otras palabras, en América el número de teléfonos en relación con la cifra de población es 130 veces mayor que aquí.

Por lo que concierne a la radio, no sé cuánto gastamos cada día (pienso que la Sociedad de Amigos de la Radio, podría encargarse de esa tarea), pero en América se gasta un millón de dólares, es decir, dos millones de rublos por día en la radio, lo cual suma 700 millones, más o menos, anualmente.

Estas cifras nos revelan duramente nuestro atraso. Pero nos revelan también la importancia que puede y debe tomar la radio como medio de comunicación menos caro, en nuestro inmenso país rural. No podemos hablar seriamente de socialismo sin concebir la transformación del país en un solo conjunto, unido por toda clase de medios de comunicación. Para poder introducir el socialismo, tenemos, primero v ante todo, que ser capaces de hablar a las regiones más alejadas del país, como el Turkmenistán. Porque el Turkmenistán, con el que he comenzado hoy mis reflexiones, produce algodón, y de los trabajos del Turkmenistán depende el trabajo de las fábricas textiles de las regiones de Moscú y de Ivanovo-Voznesensk. Para comunicar directa e inmediatamente con todos los puntos del país, uno de los medios más importantes es la radio, lo cual significa naturalmente que la radio no debe ser un juguete reservado a la capa superior de ciudadanos que ocupan una situación más privilegiada en relación con los demás, sino que debe convertirse en un instrumento de comunicación económica y cultural entre la ciudad y el campo.

La ciudad y el campo

No debemos olvidar que entre la ciudad y el campo existen en la URSS monstruosas contradicciones, materiales y culturales, que hemos heredado en bloque del capitalismo. En el difícil período que hemos atravesado, cuando la ciudad se refugiaba en el campo, y cuando el campo daba una libra de pan a cambio de un abrigo, algunos clavos o una guitarra, la ciudad parecía digna de piedad en comparación con el campo confortable. Pero en la medida en que las bases elementales de nuestra economía, en particular de nuestra industria, han sido restauradas las enormes ventajas técnicas y culturales de la ciudad sobre el campo han brotado por sí mismas. Nos hemos tomado mucho trabajo para atemperar e incluso eliminar las contradicciones entre ciudad y campo en el terreno político y jurídico. Pero en el plano técnico, no hemos hecho nada importante hasta ahora. Y no podemos construir el socialismo con los campos en las condiciones de pobreza técnica y con un campesinado desprovisto de cultura. Un socialismo desarrollado significa ante todo una igualdad en el nivel técnico y cultural de la ciudad y del campo, es decir, la disolución de la ciudad y del campo en un conjunto de condiciones económicas y culturales homogéneas. Por ello, el simple acercamiento de la ciudad y del campo es para nosotros una cuestión de vida o de muerte.

Mientras creaba la industria y las instituciones ciudadanas, el capitalismo dejaba estancarse el campo y no podía hacer otra cosa que dejar que se estancase: siempre podía sacar las materias y los productos alimenticios necesarios no sólo de sus propios campos, sino también de países allende ultramar y de las colonias donde la mano de obra campesina es muy barata. Las perturbaciones de la guerra y de la posguerra, el bloqueo y su amenaza siempre suspensa, y finalmente la inestabilidad de la sociedad burguesa, han llevado a la burguesía a interesarse más de cerca por el campesinado. Recientemente hemos oído más de una vez a los políticos burgueses y socialdemócratas hablar de la relación con el campesinado. Briand, en su discusión con el camarada Rakovsky a propósito de deudas, ha descrito con énfasis las necesidades de los pequeños propietarios y en particular de los campesinos franceses[3]. Otto Bauer, el menchevique de izquierdas austríaco, durante un discurso reciente, ha subrayado la excepcional importancia de la “relación” con el campo. Para coronar todo, nuestro viejo amigo Lloyd George -al que, en verdad, empezamos a olvidar un poco-, cuando todavía estaba en circulación, organizó en Inglaterra una liga campesina especial para la “relación” con el campesinado. No sé qué forma adoptará la “relación” en las condiciones de Inglaterra, pero en boca de Lloyd George, la palabra adquiere una resonancia bastante cínica. En cualquier caso, yo no recomendaría Su elección como administrador de cualquier distrito rural ni como miembro honorario de la Sociedad de Amigos de la Radio, porque no dejaría de cometer alguna estafa o cualquier malversación. (Aplausos.) Mientras en Europa la vuelta del interés por la cuestión de la relación con el campo es, por un lado, una maniobra político-parlamentaria y, por otro, un síntoma significativo del estremecimiento el régimen burgués, para nosotros el problema de los lazos económicos y culturales con el campo es una cuestión de vida o muerte en el pleno sentido del término. La base técnica de esta relación debe ser la electrificación, y ésta va inmediatamente unida al problema de a introducción de la radio en gran escala. Con objeto de emprender la realización de las tareas más simples y más urgentes, es preciso que todas las partes de la Unión Soviética sean capaces de hablar a las otras, que el campo pueda escuchar a la ciudad, como a un hermano mayor más culto y mejor equipado. Sin el cumplimiento de esta tarea, la difusión de la radio se convertiría en un juguete para los círculos privilegiados de ciudadanos.

Vuestro informe ha establecido que en nuestros países las tres cuartas partes de la población rural ignoraban qué es la radio y que la cuarta parte restante sólo la conocía por demostraciones especiales en los festivales. Nuestro programa debe prever que cada aldea no sólo sepa lo que es la radio, sino que posea su propia estación de recepción.

[1] Informe en la inauguración del primer Congreso de la Unión de Amigos. Discurso fue pronunciado en el Museo Politécnico y radiodifundido. Fue publicado en las Obras de Trotsky (cuando dejaron de publicarse en febrero de 1927.
[2] Una de las primeras transmisiones radiales en el mundo fue realizada por el italiano Guillermo Marconi en Bolonia el 14 de mayo de 1897. Se le adjudicó la invención de la radio. Pero en realidad se considera que es un invento colectivo. En el caso de Rusia fue Aleksandr Popov quien continuó los estudios de Hertz en 1890 y transmitió sus primeras señales radiales el 7 de mayo de 1895.
[3] Trotsky alude a las negociaciones franco-soviéticas sobre el pago de las deudas zaristas a los acreedores franceses. Rakovsky era entonces embajador de los soviets en Francia; más tarde sería una de las víctimas de Stalin. (N. del T.)



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