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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¡Quince años!

¡Quince años!

¡Quince años![1]

 

 

13 de octubre de 1932

 

 

 

¡La Revolución de Octubre ya llega a su decimoquinto aniversario! Esta simple cifra demuestra ante el mundo entero la gigantesca fuerza del estado prole­tario. Nadie, ni el más optimista de nosotros, previó esa vitalidad. Y no es para sorprenderse: esa previsión hubiera señalado que éramos pesimistas respecto a la revolución internacional.

Los dirigentes y las masas veían en la Insurrección de Octubre sólo la primera etapa de la revolución mundial. En 1917 nadie defendía, ni apoyaba, ni formulaba, la idea de un desarrollo independiente del socialismo en una Rusia aislada. En los años siguientes, sin excepción, todo el partido consideraba que la cons­trucción económica constituía la infraestructura de la base material de la dictadura del proletariado, la preservación de la alianza económica entre la ciudad y el campo y finalmente la creación de puntos de apoyo para la futura sociedad socialista, que sólo podría desarrollarse a escala internacional.

El camino que lleva a la revolución mundial demos­tró ser mucho más largo y tortuoso de lo que suponíamos y esperábamos hace quince anos. A las dificul­tades externas, la más importante de las cuales fue el rol histórico del reformismo, se agregaron las internas, sobre todo la política de los epígonos del bolchevismo, falsa hasta la médula y de consecuencias fatales. La burocracia del primer estado obrero -inconscientemente, aunque eso no es ninguna excusa- hace todo lo necesario para impedir el surgimiento de un segundo estado obrero. Hay que desatar o cortar los nudos atados por la burocracia para poder avanzar por el camino de la revolución.

Si bien el retraso en el desarrollo de la revolución limitó las perspectivas que nos habíamos trazado, analizamos con exactitud las fuerzas motrices fundamentales y sus leyes, también en lo que se refiere a los problemas del desarrollo económico de la Unión Soviética. No hay resolución ni exorcismo que puedan confinar las modernas fuerzas productivas dentro de los límites nacionales. La autarquía es el ideal de Hitler, no el de Marx ni el de Lenin; socialismo y los estados nacionales se excluyen mutuamente. Hoy, como hace quince años, el programa de una sociedad socialista en un solo país sigue siendo utópico y reaccionario.

Los éxitos económicos de la Unión Soviética son muy grandes pero, mientras celebramos su decimo­quinto aniversario, las contradicciones y dificultades asumen proporciones amenazadoras. Las brechas, las interrupciones y las desproporciones atestiguan en primer lugar los errores de la dirección. Pero eso no es todo. Revelan que la construcción de una sociedad armoniosa sólo es posible a través de una ininterrum­pida experiencia que se extienda durante décadas y sobre una base internacional. Los obstáculos técnicos y culturales -el abismo entre la ciudad y el campo, las dificultades en el comercio de importación y expor­tación- demuestran que la Revolución de Octubre necesita continuarse a escala mundial. El internacio­nalismo no es un rito convencional sino un problema de vida o muerte.

No faltarán artículos y discursos celebrando el aniversario. La mayoría serán escritos o pronunciados por los que en Octubre eran intransigentes adversa­rios de la insurrección proletaria. Estos señores dirán que nosotros, los bolcheviques leninistas, somos "contrarrevolucionarios". No es la primera vez que la historia se permite esas bromas y no tenemos nada que reprocharle al respecto. Pese a la confusión y las demoras, la historia cumple con su tarea.

¡Y nosotros también cumpliremos la nuestra!



[1] ¡Quince años! The Militant, 12 de noviembre de 1932.



Libro 2