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Libros y compilaciones

Presentación a Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios

Presentación a Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios

por Gabriela Liszt

Los artículos que abarcan esta compilación comprenden esencialmente las décadas de 1920 y 1930, un período muy particular de la situación mundial, signado por las consecuencias posteriores a la Primera Guerra Mundial . Estos fueron años caracterizados por procesos revolucionarios y revoluciones en países imperialistas como Francia y España, la gran crisis económica norteamericana de consecuencias mundiales, el New Deal y el ascenso del movimiento obrero en EEUU, el ascenso del fascismo en Italia y Alemania, grandes pujas entre las potencias imperialistas, el surgimiento de fenómenos nacionalistas burgueses en las semicolonias como México y la posterior derrota y derechización del movimiento obrero que abrió el camino a la Segunda Guerra Mundial.
También serán los años de decadencia y desprestigio de la II Internacional (o Internacional Socialdemócrata), luego de haber apoyado la política guerrerista en cada uno de los países imperialistas donde se encontraba, entregando así a los trabajadores como carne de cañón para defender los intereses imperialistas. La III Internacional (o Internacional Comunista), tras ganar un gran prestigio por haber dirigido la triunfante Revolución Rusa de 1917, luego de la derrota de la Revolución Alemana en 1923 y de la muerte de Lenin en 1924, mientras atraía a sectores decepcionados con la socialdemocracia, comenzaba su proceso de degeneración que culminaría en 1933, con la negativa a impulsar un frente único para impedir el triunfo del fascismo en Alemania.
Los sectores más conscientes (los viejos revolucionarios y los nuevos sectores de vanguardia que surgían al calor de las luchas), gracias a la lucha emprendida inicialmente en la URSS y luego internacionalmente por León Trotsky, comenzaban a pelear por una nueva dirección revolucionaria que derrotara al fascismo y llevara al triunfo a la revolución socialista, la IV Internacional.
En este camino, la cuestión de cómo influenciar al movimiento de masas era una cuestión fundamental. Esto implicaba, indudablemente, discutir y plantear su posición frente a los sindicatos. Estas organizaciones habían sido creadas por el movimiento obrero en el siglo XIX para defender sus derechos frente a los capitalistas, que aún competían libremente entre sí y buscaban permanentemente mayores ganancias bajando los salarios obreros y degradando su nivel de vida y el de sus familias.
En esta época, y en la medida que se desarrollaba la industria, los sindicatos comenzaron a agrupar a sectores crecientes de la clase obrera. Muchos eran organizados y dirigidos por corrientes obreras como los anarquistas o los socialistas, que contaban con alas reformistas, que proponían reformar el capitalismo, como también con alas revolucionarias. También surgían sindicalistas independientes, que mantenían una relativa independencia de los Estados, los terratenientes y capitalistas.
El proletariado comenzaba a probar sus fuerzas como clase y hacerse consciente de la necesidad de una lucha amplia contra el capitalismo que lo llevaría a adoptar la huelga general como uno de sus métodos esenciales de lucha . Así lo señala Lenin con relación al proletariado ruso cuando en 1899 plantea que las huelgas son una “escuela de guerra”, aunque no la guerra misma , enfatizando que éstas son uno de los tantos métodos de lucha que el proletariado tiene que saber utilizar contra el capitalismo. En este período, los trabajadores lograrán incluso a asumir el poder del Estado, aunque por un breve lapso, como lo demostró la Comuna de París hasta su derrota en 1871.
Sin embargo, el advenimiento de la época imperialista, expresado en la Primera Guerra Mundial, también marcó un cambio en las organizaciones del movimiento obrero. Para garantizar su dominación en las colonias y semicolonias, la burguesía imperialista creó en sus países una capa privilegiada y reducida de los trabajadores, una “aristocracia obrera”. Los sindicatos, pasaron a representar principalmente a estos sectores, dejando por fuera a los más explotados y oprimidos, llegando incluso a subordinar a los trabajadores a la burguesía dando su apoyo a la guerra imperialista. Sin embargo, aun dirigidos por corrientes reformistas, cada vez más alejadas de las masas y sometidas al Estado burgués, los sindicatos continuaban siendo las organizaciones que dominaban al conjunto del movimiento.

En la nueva época imperialista, las luchas económicas se convertirán cada vez más rápidamente en luchas políticas, planteando a los trabajadores la necesidad de unirse para la conquista del poder estatal. Serán entonces las revoluciones de este período, en primer lugar la Revolución Rusa de 1917, las que darán lugar al surgimiento de nuevas organizaciones que superaron a las direcciones reformistas, aglutinando a amplios sectores de las masas para este objetivo, como fueron los comités de fábrica y, especialmente, los soviets.
La III Internacional sacó estas lecciones durante sus cuatro primeros Congresos (en vida de Lenin) y, teniendo en cuenta las particularidades nacionales, tradiciones, organización y métodos de lucha de cada país, votó como una tarea central para los revolucionarios en todo el mundo la intervención (abierta o clandestina, según las posibilidades) en los sindicatos, así como el impulso de los comités de fábrica y de toda organización que tendiese a superar los estrechos marcos de los sindicatos impuestos por las burocracias reformistas .
La vanguardia revolucionaria debía mostrarse ante las masas como la mayor impulsora de la unidad, demostrando que quienes realmente se negaban a ésta eran las direcciones socialdemócratas (reformistas) de los sindicatos. Al mismo tiempo no debía temer a las escisiones con las cúpulas, en la medida que estas intentaban expulsar a los revolucionarios amparándose en la “autonomía” de los sindicatos y volvían imposible la unidad con los sectores más explotados. También se planteaba la necesidad de impulsar la práctica del internacionalismo proletario, llamando a los sindicatos a apoyar y centralizar las luchas de los trabajadores de todo el mundo.
Las posiciones planteadas por Trotsky –como dirigente de la IC– frente a los sindicalistas revolucionarios franceses (que inicialmente evolucionaron hacia el comunismo para luego girar a posiciones de derecha), que continuó desde la Oposición de Izquierda y luego la IV Internacional, son en sus líneas esenciales una continuidad de las resoluciones de la III Internacional. Sin embargo, se puede decir que éstas se enfrentaron a su mayor prueba, al tener que enfrentar nuevas revoluciones (España) y el avance y toma del poder del fascismo (Alemania).
A su vez, junto a la socialdemocracia se había erigido el stalinismo como el más potente y pérfido obstáculo en la dirección de la clase obrera, tanto en los sindicatos como en las organizaciones de desocupados, lo que dificultaba aún más la actividad de los revolucionarios. Durante el período de 1928-35, el stalinismo impulsó la creación de “sindicatos rojos” aislados de los socialfascistas (como llamaban a la socialdemocracia) que seguían dirigiendo la mayoría de los sindicatos. Aunque críticas del stalinismo, en la vanguardia surgían tendencias ultrazquierdistas que planteaban esta misma política o se amparaban en la “independencia de los partidos” para separarse de los revolucionarios. La mayoría de estos sectores, luego terminaron girando hacia la derecha, aliándose a la burocracia y el Estado, especialmente frente al nuevo giro del stalinismo hacia la política de los “frentes populares”.
Trotsky planteará que esa es la gran disyuntiva de los sindicatos en la época imperialista: o son aliados directos del Estado burgués o se convierten en sindicatos revolucionarios, única forma de ser verdaderamente independientes. Por ello el partido revolucionario, la vanguardia más consciente del proletariado, debe intervenir en ellos (en la medida de lo posible, “a bandera desplegada”) para construir fracciones revolucionarias que luchen inicialmente por dos puntos esenciales: la independencia del sindicato del Estado burgués y la democracia sindical.
En este marco y frente a las distintas situaciones, los revolucionarios deben plantear un programa de clase, que parta de la conciencia de las masas y sus reivindicaciones, para llevarlas a la conclusión de que solo la conquista del poder del Estado permitirá cumplirlas; es decir, un programa transicional. Las consignas de la escala móvil de salarios y horas de trabajo y, especialmente, la de control obrero, son esenciales en este camino, así como todas las que tiendan a unir al movimiento obrero con el resto de los sectores explotados.
A lo largo de los artículos de esta compilación, León Trotsky planteará que la organización y los métodos de lucha deben ser variados, dando numerosos ejemplos de la relación entre sindicatos, comités de fábrica y soviets; partido y sindicatos; comités de fábrica y dualidad de poder; frente único obrero contra el fascismo; huelga y revolución; control obrero y nacionalismo burgués. Haciendo hincapié en la necesidad de no convertir en fetiches estas definiciones, Trotsky luchará en estos años tan convulsivos tanto contra las posiciones ultraizquierdistas como las oportunistas, que terminan cediendo a la burocracia sindical así como al régimen estatal (principalmente a la democracia burguesa decadente de la época imperialista). Trotsky consideraba que era incompatible con la IV Internacional toda organización que se negara a tener una política hacia los sindicatos .
Luego de la Segunda Guerra Mundial (y del asesinato de Trotsky a poco tiempo de su inicio), las tendencias de la burocracia sindical a estatizarse, incluso a convertirse en parte de los sectores empresarios, no ha dejado de profundizarse. Los sindicatos siguen representando a sectores pequeños de la clase obrera, y en la actualidad sus dirigentes burocráticos dejan por fuera a los crecientes sectores de trabajadores que sufren la precarización y división laboral e intentan convencer a los trabajadores que sólo se pueden obtener pequeñas mejoras, o incluso aceptar los despidos o las rebajas salariales.
La nueva crisis económica mundial, ya ha arrojado a millones a la desocupación, tanto en los países imperialistas como en las semicolonias. La inflación, la mayor explotación y la miseria son una amenaza cada vez más acuciante para los trabajadores y para poder enfrentar estos flagelos necesitarán cada vez más de la organización y del frente único para la lucha. Esto ya se comienza a reflejar en que en numerosos países los sindicatos comienzan a reaparecer.
Para los revolucionarios se trata entonces de buscar las vías para llegar a estas organizaciones, ya que por reducidas que éstas sean, siguen siendo las más extensivas de la clase obrera y, por lo tanto, son uno de los medios privilegiados para influenciar al movimiento de masas. Se trata de intervenir en los sindicatos retomando las tradiciones revolucionarias del pasado, para construir fracciones revolucionarias que luchen por su dirección, por un frente único real y un programa transicional.
Desde allí será más fácil construir las organizaciones que la clase obrera necesita para acaudillar al conjunto del pueblo explotado y oprimido en la lucha por el poder. Esperamos con esta compilación contribuir a la comprensión y el cumplimiento de estas tareas.