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Escritos Latinoamericanos (compilación, 3ra. edición)

Mella y Mariátegui contra el Aprismo

Mella y Mariátegui contra el Aprismo

Por Juan Dal Maso

La III Internacional “descubrió” América Latina en su VI Congreso de 1928, mientras se consolidaba la teoría reaccionaria del socialismo en un solo país como doctrina de la Internacional y la consigna metafísica de “dictadura democrática de obreros y campesinos” para los países coloniales y semicoloniales.
En el pensamiento de Stalin y Bujarin, los países atrasados no estaban “maduros” para el socialismo y debían pasar por un necesario e inevitable período de desarrollo burgués. La revolución latinoamericana era burguesa y por lo tanto no estaba planteada la lucha por la dictadura del proletariado. Pero después de la “traición” del Kuomintang en China, la burguesía colonial y semicolonial era caracterizada como contrarrevolucionaria por quienes apenas unos meses atrás la caracterizaban como revolucionaria. La burguesía no era la clase llamada a dirigir la revolución democráticoburguesa. Pero como en esta revolución burguesa sin burguesía estaba prohibido cometer el pecado trotskista de “saltar las etapas”, no quedaba otra retirada ordenada para este embrollo teórico que la fantasmagórica “dictadura democrática de obreros y campesinos”, ni burguesa ni proletaria, ni capitalista ni socialista, que consumara la revolución democráticoburguesa latinoamericana como un mero apoyo o soporte de la revolución socialista mundial.
Julio A. Mella* y José C. Mariátegui expresaron posiciones distintas de la estrategia esbozada por la III Internacional en su momento de declinación para América Latina. Incluso, en la mecánica que señalan para la revolución en América Latina, presentan muchos aspectos de afinidad con la teoría de la revolución permanente. Pero esta última teoría no sólo abarca la cuestión del transcrecimiento de la revolución burguesa en socialista en el terreno nacional sino que parte del carácter internacional de la revolución contra la “teoría” del socialismo en un solo país. En este sentido, tanto Mella como Mariátegui sostenían posturas a la izquierda de la III Internacional entre 1926-28, pero sin plantearse una lucha contra el creciente proceso de burocratización y sin elaborar una teoría de conjunto.
Mella polemizaba con el APRA en términos cercanos en ciertos aspectos a la teoría de la revolución permanente, pero luego constituyó la ANERC (Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos) que postulaba la “revolución democrática” contra el dictador cubano
Machado, a la vez que se negaba a firmar condenas contra los “trotskistas” en la Internacional Sindical Roja. Estas ambigüedades son las que permiten que Mella sea reivindicado por el Instituto de Filosofía de La Habana como un precursor del frentepopulismo y, a su vez, por historiadores trotskistas como Gary Tennant, que sostiene que Mella fue el inspirador de la Oposición Comunista de Cuba, por sus nexos con Sandalio Junco1.
Mariátegui, por su parte, tomó postura por Stalin contra Trotsky, aunque siempre mantuvo simpatía y admiración por el mismo, hasta su muerte en 1929, y no se sumó a las campañas antitrotskistas del stalinismo.
Estas posiciones ni stalinistas ni trotskistas son pasibles de múltiples usos, en especial para aquellos que postulan un “marxismo latinoamericano” equidistante del stalinismo y el trotskismo, pero con impronta populista.
Por eso, a pesar de tener posiciones propias acerca de lo que debían hacer los comunistas latinoamericanos, tanto Mella como Mariátegui defendían la política general de la Internacional Comunista, que se expresaba en la constitución de la Liga Antiimperialista. A propósito de ésta, Trotsky señalaba en 1930:
“La Liga Antiimperialista es la Krestintern [se refiere a la Internacional Campesina fundada en 1923, NdA] en el idioma de las colonias. Sus congresos y actividades son puramente decorativas. Muenzenberg lanzó una luz de bengala sobre los arribistas de izquierda de la II Internacional y sobre los que hasta ayer eran los verdugos de las masas trabajadoras de las colonias. La luz de bengala, cuyo precio fue bastante elevado, dejó a su paso nubes de humo, a cuyo amparo los arribistas, los aventureros y los aspirantes a verdugo tratan sus asuntos.
Se recordará que la amistad de los stalinistas con el Kuomintang fue paralela al sólido bloque con los rompehuelgas del Consejo General y que el nudo que unió ambas amistades fue la Liga Antiimperialista.
A principios de 1927, Muenzenberg, el empresario de los negocios corrompidos e inflados, convocó a una reunión de la Liga en Bruselas. Al respecto, el periódico central de la Comintern, en su número del 25 de febrero de 1927, hizo el siguiente comentario:
‘No es casual que el papel más activo, ejemplar [!] y destacado [!!] lo desempeñaron las principales fuerzas vivas de la revolución china: los sindicatos chinos, el Kuomintang y el Ejército Popular Revolucionario por un lado, y los representantes del proletariado británico, sobre quienes recayó la responsabilidad principal en la organización de la lucha contra la intervención, por el otro’. (Komunisticheski Internatsional, 1927, Nº 8, pág. 5)
¡‘No es casual’! ¡No es casual que en la conferencia de Bruselas el papel ‘ejemplar’ fuera desempeñado por el Kuomintang de Chiang Kai Shek y los queridos aliados del Comité anglo-ruso! La Liga Antiimperialista es un Kuomintang de segunda línea en el plano internacional. La disolución de la Liga, como la de la Krestintern, es una medida urgente de higiene revolucionaria”2.
A pesar de estas vacilaciones que, con Trotsky, cabe calificar como centristas (es decir a mitad de camino entre posiciones revolucionarias y reformistas), Mella y Mariátegui realizaron una importante labor de delimitación. El APRA había surgido en 1925 como una propuesta de frente único del ala izquierda de los estudiantes e intelectuales de la Reforma Universitaria y el movimiento obrero. En 1927, su principal dirigente, Haya de la Torre, se define contra el comunismo y postula al APRA como el “Kuomintang latinoamericano”, es decir, como un partido nacionalista con una estrategia de conciliación de clases. A partir de ello, la “vanguardia” que había surgido del movimiento obrero de 1919 y la Reforma Universitaria y había encontrado su expresión cultural en la revista Amauta, se divide claramente en un ala nacionalista pequeñoburguesa (Haya de la Torre) y otra socialista que defiende el marxismo y la perspectiva de la revolución proletaria (Mariátegui). No obstante, el aprismo, en la misma medida que combatía a los marxistas, se presentaba como el verdadero marxismo para la realidad latinoamericana: “El aprismo niega la posibilidad de la dictadura del proletariado que no puede ser efectiva en países de desarrollo industrialmente incipiente y en donde la clase obrera es rudimentaria y no ha llegado a la madurez para abolir de un solo golpe la explotación del hombre por el hombre, imponer la justicia social, el socialismo en una palabra. Y, en segunda instancia, aprovecha las lecciones del marxismo cuando enfoca la realidad latinoamericana desde el ángulo de la interpretación económica y propone la planificación de la economía y la formación de un Estado, nuevo en su estructura, que controlen e integren a las masas productoras, quitándole su dominio a la casta feudal-latifundista (…). No hay, consecuentemente, oposición entre la doctrina aprista y la de Marx”3. Esta es una clásica operación ideológica del nacionalismo “de izquierda”: postular la validez de la teoría “económica” de Marx y la invalidez de su teoría “política”, planteando así la posibilidad de que un gobierno nacionalista (burgués) lleve adelante una política económica
“marxista”. Eso sí, sin expropiar a la burguesía ni al imperialismo.

PROLETARIADO Y LIBERACIÓN NACIONAL

En “Glosando los pensamientos de Martí”, Mella establece un diálogo a partir de las ideas del prócer cubano, con el objetivo de demostrar que la evolución histórica del capitalismo en su fase imperialista, impide separar la lucha por la independencia nacional de la lucha por la emancipación de la clase obrera, que desde la Revolución Rusa encabezaba la lucha contra el imperialismo a nivel internacional. Para Mella, continuar la obra de José Martí era defender la perspectiva del marxismo.
Mella buscaba rescatar la lucidez de José Martí, que había previsto el rol del imperialismo yanqui4, había resaltado la importancia de los “cubanos obreros” en la lucha por la independencia y había reivindicado la figura de Marx, cuando éste murió5. Lejos estaba del lugar común de la ideología castrista, que utiliza la figura de Martí como forma de justificación del socialismo nacional.
Pero es en su folleto polémico “¿Qué es el ARPA?” donde Mella desarrolla, basándose en las tesis del II Congreso de la Internacional Comunista, la relación entre lucha antiimperialista y revolución obrera: “En su lucha contra el imperialismo (el ladrón extranjero) las burguesías (los ladrones nacionales) se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando éste, en su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional. De aquí la gritería contra el comunismo. (…) Para hablar concretamente: liberación nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera”6. En este sentido,
Mella criticaba el programa de nacionalización de la tierra y de la industria que levantaba el APRA: “Nacionalizar puede ser sinónimo de socializar, pero a condición de que sea el proletariado el que ocupe el poder por medio de una revolución. Cuando se dicen ambas cosas: nacionalización y en manos del proletariado triunfante, del nuevo Estado Proletario, se está hablando marxistamente [sic]. Pero cuando se dice a secas nacionalización, se está hablando con el lenguaje de todos los reformistas y embaucadores de la clase obrera. Toda la pequeñoburguesía está de acuerdo con la nacionalización de las industrias que les hacen competencia y hasta los laboristas ingleses y los conservadores, sus aliados, discuten sobre la ‘nacionalización de las minas’. En Alemania, en Francia y en los Estados Unidos hay industrias nacionalizadas. Sin embargo, no se puede afirmar que Coolidge o Hindenburg sean marxistas”7.
Aquí, Mella plantea una cuestión de principio a propósito de la diferencia entre nacionalización y socialización. Pero al tomar los ejemplos de industrias estatales en países imperialistas, pasa por alto que en un país semicolonial una nacionalización, aunque sea burguesa puede tener un contenido progresivo, al afectar los intereses imperialistas, como fue el caso de las expropiaciones del gobierno de Cárdenas.

ANTIIMPERIALISMO Y SOCIALISMO

Mariátegui, polemiza en un sentido similar contra el aprismo. Pero encara el debate desde la relación de antiimperialismo y socialismo. No le interesa tanto denunciar como falso el antiimperialismo del APRA, como hace Mella, sino demostrar que el antiimperialismo como tal no es un programa:
“La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el APRA –como un plan de frente único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva– y los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuomintang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción
económico-social revolucionaria del antiimperialismo, mientras que los segundos explican así su posición: ‘somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas’. El antiimperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, a la revolución social (…). El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeñoburguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses (…). Ni la burguesía, ni la pequeñoburguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista”8.
Esto quiere decir que hay que dar a la lucha contra el imperialismo una dirección y un contenido proletario: “Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación antiimperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera”9. Esta posición fue defendida por los delegados peruanos en la Conferencia Comunista Latinoamericana, realizada en Bs. As., en 1929. Para la sensibilidad actual de muchos “marxistas” que consideran el ALBA como la quintaesencia del “antiimperialismo” y que consideran ese “antiimperialismo” como objetivamente “anticapitalista” pueden parecer “sectarias” las definiciones de Mariatégui10, pero la experiencia de los movimientos “antiimperialistas” habla por sí misma a favor del marxista peruano. No obstante, hay en Mariátegui un error de pronóstico: el surgimiento de los nacionalismos burgueses con base de masas en las décadas posteriores, dejaría fuera de contexto, no tanto la relación trazada por Mariátegui entre antiimperialismo y socialismo, sino sobre todo, las condiciones para su realización.
Ambos trabajos, más allá de las limitaciones que señalamos en esta presentación, tuvieron el mérito de proponerse una lucha ideológica y de principios con el naciente populismo latinoamericano desde una posición marxista revolucionaria.

1. Tennant, G., The Hidden Pearl of de Caribean: Trotskysm in Cuba, Londres, Porcupine
Press, 2000.
2. Trotsky, León, “La Krestintern y la Liga Antiimperialista”, Escritos, ed. dig., op. cit., libro 2, septiembre de 1930.
3. Cox, C. M., “Aprismo y Marxismo en la obra de Mariátegui”, en Aricó, José, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, México DF, 1980, Pasado y Presente, pág. 22.
4. “…tengo ánimos (…) de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. “Carta a Manuel Mercado”, 18 de mayo de 1895, en www.filosofia.cu
5. “Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor (…).
La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que es de bravos braceros, cuya vista enternece y conforta, enseña más músculos que alhajas, y más caras honradas que paños sedosos Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos (…) no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha”. Martí, José, “Karl Marx”, 13 y 16 de mayo de 1883, en www.filosofia.cu
6. Mella, J. A, “¿Qué es el ARPA?” en La lucha revolucionaria contra el imperialismo, La Habana,
1960, Ed. Popular de Cuba y el Caribe, 1960, págs. 23-24. Ver en pág. 325 de esta edición.
7. Mella, J. A., op. cit., págs. 12-13. El subrayado es nuestro.
8. Mariátegui, J.C., “Punto de Vista Antiimperialista”, en Ideología y Política, Lima,
Ed. Amauta, 1985, págs. 89-90, ver en pág. 354 de ésta edición.
9. Ibídem, pág. 91. El subrayado es nuestro.
10. Ver Dal Maso, Juan, “La Odisea de Mariátegui”, Lucha de Clases Nro. 2-3, Bs. As., abril de 2004, pág. 195. Allí se analiza en detalle la relación que traza Mariátegui entre revolución democráticoburguesa y revolución proletaria en el Perú.