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Luxemburgo, Zetkin y el feminismo revolucionario contra la guerra

Josefina L. Martínez

Luxemburgo, Zetkin y el feminismo revolucionario contra la guerra

Josefina L. Martínez

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Este año, las manifestaciones del 8M en Europa están atravesadas por el estruendo de la guerra que llega desde Ucrania. Recuperamos la tradición de Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin para decir: ¡Guerra a la guerra!

Cuando Annalena Baerbock del Partido Verde de Alemania se convirtió en la primera mujer en ocupar el ministerio de Relaciones Exteriores, prometió llevar adelante una “política exterior feminista”. Hoy la primera ministra encabeza el rearme militar más importante de Alemania desde la posguerra. ¿Feminismo con botas imperiales? Ya lo vimos en otras ocasiones. Durante la guerra de Irak y Afganistán, las invasiones imperialistas se justificaron con el hipócrita discurso de “salvar a las mujeres” de aquellas regiones.

La reaccionaria invasión rusa ha generado una indignación masiva, mientras más de un millón de personas (muchas mujeres y niños) piden refugio en la UE. Pero el rechazo a la invasión no nos lleva a ninguna confusión sobre el rol de los imperialistas que se quieren presentar como “salvadores del pueblo ucraniano”. Ninguna salida progresiva a este conflicto puede venir de fortalecer la maquinaria guerrerista de los Estados imperialistas y la OTAN. No hay más que recordar la historia del siglo XX, con sus dos guerras mundiales, genocidios y expoliación de pueblos enteros. Las tendencias militaristas están inscriptas en la propia lógica destructiva del capitalismo y del imperialismo.

Ante esta nueva guerra en el este de Europa, nos proponemos en este artículo recuperar algunos de los debates del marxismo y del feminismo socialista e internacionalista ante la Primera Guerra mundial, como anclaje para poder articular una posición independiente y revolucionaria en el conflicto actual.

*
En agosto de 1910 se reunía en Copenhague la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas organizada por Clara Zetkin. Allí, más de 100 delegadas de 17 países aprobaron con entusiasmo establecer un Día Internacional de celebración de la lucha de las Mujeres. El congreso debatió diferentes cuestiones relacionadas con los derechos de las trabajadoras en los lugares de trabajo, la educación de las mujeres y la lucha contra la guerra, cada vez más cercana. El 19 de marzo de 1911 se celebró por primera vez en Berlín una manifestación por el día Internacional de las Mujeres, con más de 30.000 manifestantes. Unos años después se cambiaría para el 8 de marzo, fecha que conmemoramos hasta el día de hoy.

La próxima Conferencia internacional de mujeres estaba programada para 1914, pero no pudo realizarse porque la guerra hizo estallar Europa en pedazos. La lucha contra la guerra imperialista encontró a Clara Zetkin en primera fila junto a Rosa Luxemburgo. Ambas pertenecían al ala izquierda de la socialdemocracia alemana y rechazaron el apoyo del SPD a la cruzada patriota. Cuando el bloque parlamentario del SPD aprobó los créditos de guerra el 4 de agosto de 1914, junto con otros formaron la Liga Espartaco y editaron la revista La Internacional. Durante la segunda votación en el parlamento alemán, en diciembre de ese año, Karl Liebknecht fue el único diputado socialdemócrata que se negó a apoyar con su voto la maquinaria guerrera.

En medio de enormes dificultades, en marzo de 1915, Zetkin junto a las revolucionarias rusas organizaron la primera Conferencia Internacional de Mujeres contra la Guerra, que contó con 29 delegadas de los países beligerantes. Esta reunión tiene un valor histórico especial ya que se trató del primer encuentro internacional donde pudieron reunirse militantes socialistas contra la guerra mundial. La Conferencia de Berna aprobó un manifiesto que se imprimió por miles para pasarlo clandestinamente en varios países. A su regreso a Alemania, Clara Zetkin fue acusada de traición y encarcelada.

En septiembre de ese año se reunió la Conferencia de Zimmerwald (pequeña localidad suiza) con 40 delegados socialistas que se oponían a la guerra, provenientes de 11 países. En la reunión había un ala derecha pacifista que se negaba a romper con las direcciones chovinistas de sus propios partidos. Mientras que el sector revolucionario, representado por Lenin, los espartaquistas y Trotsky (Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht no pudieron asistir porque estaban presos en Alemania) mantenía algunas diferencias entre sí. Trotsky relatará más tarde [1] que Lenin se encontraba en la extrema izquierda, planteando la consigna de “transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil”, que no fue aceptada como tal por la Conferencia. Aun así, se logró publicar un manifiesto común, redactado por Trotsky, que significó un paso adelante para unificar a los internacionalistas y sentó las bases de la futura Internacional. En el manifiesto se planteaba que “la guerra que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo, de los esfuerzos de las clases capitalistas de cada nación para satisfacer su apetito por la explotación del trabajo humano y de los tesoros naturales del planeta”. [2]

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Durante la primavera de 1916 el malestar contra la guerra comenzó a extenderse entre sectores obreros. El 1 de mayo en Berlín se organizaron grandes manifestaciones. Karl Liebknecht fue uno de los oradores más esperados y da uno de sus discursos más emblemáticos: “El enemigo principal está en el propio país”. [3] Es detenido en medio de una fuerte represión. Pero al día siguiente, más de 50.000 obreros metalúrgicos exigen su liberación. Unos meses después son los obreros de Turín los que estallan contra la guerra y en España se vive una huelga general en diciembre de 1916. Los tiempos estaban cambiando.

La guerra y la Internacional

En 1914, la ilusión de un desarrollo gradual y pacífico del capitalismo fue aplastado por la guerra mundial. Los partidos socialdemócratas habían defendido en varios Congresos que, en caso de una guerra entre potencias, los trabajadores se negarían a combatir y llamarían a la huelga general.

La Resolución del VII Congreso de la Internacional en Stuttgart (1907) señalaba al respecto:

“Las guerras entre estados capitalistas son, por regla general, el resultado de la competencia en el mercado mundial, porque cada Estado no solo busca asegurar los mercados que posee, sino conquistar otros nuevos. En esto juega un papel destacado el sometimiento de los pueblos y países extranjeros. Estas guerras son además el resultado de la carrera incesante de armamentos del militarismo, uno de los principales instrumentos de dominación de la burguesía y del sometimiento económico y político de la clase obrera.”

El Congreso señalaba que ante la amenaza de guerra era “el deber de la clase trabajadora y de sus representantes parlamentario de los países involucrados (…) hacer todo lo posible a fin de evitar el estallido de la guerra por los medios que consideren más eficaces, que varían naturalmente de acuerdo a la agudización de la lucha de clases y la agudización de la situación política general”. Y si la guerra no se pudiera evitar “es su deber intervenir en pos de ponerle fin rápidamente, y hacer uso de todas sus facultades para utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para despertar a las masas y con ello acelerar la caída de la dominación de la clase capitalista.” [4]

Sin embargo, las tendencias oportunistas venían creciendo en el seno de los partidos socialdemócratas. Algo que Rosa Luxemburgo había señalado tempranamente. Primero en sus polémicas con el revisionismo de Bernstein y después en los debates sobre la huelga general que la llevaron a enfrentarse no solo con el ala derecha de la socialdemocracia, sino también con Kautsky quien lideraba un “centro”.

Un largo período de crecimiento económico y un bajo nivel de lucha de clases desde la derrota de la Comuna de París habían llevado paulatinamente a la dirección del SPD a adaptarse a la “rutina de la táctica” parlamentaria y sindical. La búsqueda de buenos resultados electorales presionaba cada vez al partido para moderar su discurso, con tal de no perder al electorado de las clases medias. En el partido y en los sindicatos se había consolidado un fuerte aparato burocrático, que Rosa Luxemburgo fue una de las primeras socialistas en enfrentar.

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En particular respecto a la cuestión del militarismo, Luxemburgo escribió en mayo de 1911 dos artículos titulados “Utopías pacifistas”. Allí, no solo polemizaba con quienes defendían la escalada militarista de los Estados europeos. También apuntaba su crítica contra sectores del bloque parlamentario socialdemócrata que habían realizado discursos ambiguos en el Bundestag defendiendo algún tipo de “desarme parcial”. Sus fundamentos se aproximaban más al pacifismo burgués que al internacionalismo revolucionario. Luxemburgo afirma que la cuestión del militarismo no puede escindirse de la lucha contra el imperialismo, porque está ligada a la cuestión colonial, y tampoco puede separarse de la lucha contra el capitalismo. En ese sentido, plantea, la idea de conseguir “un poco de ‘paz y orden’ en el mercado mundial capitalista es una utopía tan imposible y pequeñoburguesa como pensar en la restricción de las crisis y la limitación de los armamentos en la política internacional”. [5]

En noviembre de 1912, el IX Congreso (extraordinario) de Basilea, reafirmaba los principios del internacionalismo socialista y planteaba la consigna de “guerra a la guerra” contra la “locura universal de la carrera armamentística”. Pero en el momento decisivo, en agosto de 1914, la socialdemocracia optó por alinearse con los intereses de los capitalistas de cada país.

Si bien Luxemburgo apuntó tempranamente contra el surgimiento de una burocracia oportunista en el seno de la Segunda Internacional, Lenin fue quien sacó conclusiones más radicales en 1914 sobre la necesidad de romper organizativamente con el oportunismo y crear organizaciones revolucionarias independientes. Algo que señala en su texto “La guerra y la socialdemocracia de Rusia” en octubre de 1914.

En los años siguientes, Rosa Luxemburgo centró su actividad en la agitación contra la Primera Guerra Mundial, lo que le valió la acusación de “traición” y varias penas de prisión. Entre enero de 1915 y noviembre de 1918, pasó casi todo el tiempo recluida en cárceles alemanas. En 1916 publicó el texto “La crisis de la socialdemocracia alemana”, conocido como Folleto de Junius por el pseudónimo con que lo firmaba. Era una denuncia desgarradora de la catástrofe guerrerista y la debacle de la Segunda Internacional.

“Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre y chorreando mugre: así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza. Y en medio de esta orgía, ha sucedido una tragedia mundial: la socialdemocracia alemana ha capitulado.”

La disyuntiva de “socialismo o barbarie” se hacía carne en una guerra donde morían millones de personas. Para Luxemburgo, el socialismo no era un destino predeterminado por la historia, lo único “inevitable” eran las calamidades que acompañarían la crisis capitalista si la clase obrera no lograba una salida progresiva. “Si el proletariado fracasa en cumplir sus tareas como clase, si fracasa en la realización del socialismo, nos estrellaremos todos juntos en la catástrofe.”

Mujeres contra la guerra

Con la llegada de la Gran Guerra, el movimiento sufragista -al igual que el movimiento socialista- se dividió entre aquellas que adoptaron la política de sus propios Estados imperialistas y las que defendieron una posición internacionalista. En Inglaterra, las principales organizaciones sufragistas adoptaron posiciones patrioteras y dejaron de lado la lucha por el voto femenino. Los sindicatos y el Partido Laborista se sumaron a la fiebre de la unidad nacional, suspendiendo las luchas obreras hasta después de la guerra y decretando una “tregua laboral”. Era la “paz social” que se ofrecía a la propia burguesía, la colaboración de las burocracias obreras y las principales organizaciones del movimiento de mujeres con sus propias burguesías. Dos grandes referentes del movimiento sufragista como Christabel y Emmeline Pankhurst encabezaron campañas por el alistamiento en el ejército y promovieron la colaboración de las mujeres con su propio gobierno imperialista. Nada más simbólico: el periódico de la WSPU, The Suffragette, pasó a llamarse Brittannia.

Sin embargo, no todas las militantes socialistas siguieron ese camino. Silvia Pankhurst rompió con su hermana y con su madre y encabezó la lucha contra la guerra imperialista. Su periódico, el Dreadnougth se publicó con una tirada de 20.000 ejemplares. En sus páginas se denunciaba la pobreza, la prostitución, los problemas de salud y vivienda de las mujeres, los abortos clandestinos, el acoso y la explotación laboral en medio de la guerra.

Desde la Federación de Sufragistas del Este de Londres (ELFS) buscaron organizar a las mujeres en una de las zonas obreras más populosas. Las trabajadoras eran llamadas a ocupar puestos en la industria y el transporte, con salarios más bajos que los hombres, o se veían condenadas a la pobreza, sin poder alimentar a sus hijos. Desde la ELFS abrieron restaurantes comunitarios con precios económicos, una fábrica de juguetes, una maternidad-clínica y guarderías. Pero su actividad se enfocó cada vez más en la organización de manifestaciones contra la guerra y publicaron numerosos artículos en ese sentido. Emmeline Pankhurst repudió públicamente a su hija por esta actitud “antipatriótica” e incluso lamentó no poder prohibirle el uso de su apellido.

Una de las reivindicaciones que cobró más centralidad entre las trabajadoras fue: “Igual salario por igual trabajo”. Con la guerra había aumentado la cantidad de mujeres empleadas en la industria y el transporte. Sylvia y la Federación agitaban la consigna de igualdad salarial y propusieron que todos los sindicatos afiliaran a las mujeres para incorporarlas a la lucha laboral, junto con la exigencia de una ayuda estatal alimenticia de emergencia para las familias. El 12 de julio de 1915 salió una manifestación hacia el Parlamento: “Igual salario”, “Abajo la explotación”, “Voto para las mujeres”. En agosto se repitió la acción, pero esta vez las mujeres contaron con el apoyo de grupos socialistas (ILP, BSP, Herald League), del sindicato portuario, el sindicato de ingenieros, la unión de trabajadores de la electricidad y el sindicato nacional de ferroviarios.

Clara Zetkin, Rosa Luxemburg, Silvia Pankhurst [6], Aleksandra Kollontai e Inessa Armand fueron pioneras de un feminismo socialista internacionalista en lucha contra la guerra. Cuando en 1917 la revolución llegó a Rusia, todas ellas fueron parte de la lucha revolucionaria en cada país y la defensa de la revolución rusa como parte de la revolución internacional.

El 8 de marzo de 1917, fueron las obreras textiles de la barriada de Viborg las que iniciaron la huelga. Las obreras se lanzaron a la calle y recorrieron las fábricas cercanas. En las puertas de las empresas del metal, emplazaron a los trabajadores a sumarse al movimiento. “¡Abajo la guerra!”, “¡Pan para los obreros!” Días después, se vivía una huelga general en la ciudad que terminaría con la caída del zarismo. Las militantes bolcheviques habían ayudado a organizar a las obreras, formando comités y transmitiendo ideas socialistas. La semilla había prendido.

Recuperar un feminismo internacionalista y socialista

Hoy no nos encontramos en la misma situación de Luxemburgo y Zetkin en los albores de la Primera Guerra mundial, pero es un hecho que las tendencias guerreristas del imperialismo se han incrementado de forma notable. La reaccionaria invasión rusa está generando tremendas consecuencias para el pueblo ucraniano, mientras Putin endurece también la represión interna contra aquellas personas que protestan contra la guerra. La guerra de Ucrania sacude toda ilusión de que la sola existencia de la Unión Europea podía asegurar un desarrollo armónico y alejar para siempre la catástrofe de la guerra del territorio europeo. Por eso, los debates clásicos del marxismo y el feminismo revolucionario contra la guerra permiten hoy ubicarse ante los complejos escenarios que se abren en el siglo XXI.

Este 8 de marzo toca recuperar aquella enorme tradición de las feministas internacionalistas. En los países imperialistas que son parte de la OTAN, feministas contra la guerra significa hoy rechazar la invasión reaccionaria de Putin, al mismo tiempo que denunciar la escalada guerrerista de la OTAN. Porque no se trata de elegir entre dos bandos reaccionarios, sino defender una posición independiente. Este 8 de marzo seamos muchas las que levantemos esta bandera.


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NOTAS AL PIE

[1León Trotsky, “Paris y Zimmerwald”, Mi vida, Ediciones IPS.

[2“Manifiesto de Zimmerwald”, en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Ediciones IPS.

[3Ídem.

[4Ídem.

[5Ídem.

[6Al final de la guerra, Pankhurst, como muchos militantes socialistas, se sumaron a la defensa de la revolución rusa y adhirieron a las ideas comunistas. Lenin polemiza con ella en su famoso folleto “El izquierdismo” por la posición sectaria de Pankhurst después de 1920. Más tarde, terminará alejándose del movimiento comunista.
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Josefina L. Martínez

@josefinamar14
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.