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Boletín Nº 5 (Diciembre 2003)

Luego de la caída de Goni Losada, una opción de hierro

Luego de la caída de Goni Losada, una opción de hierro

 

Reconstrucción del régimen burgués o gobierno obrero y campesino

 

POR Masas, Argentina, 19 de octubre de 2003

 

Los "héroes del gas" (140 muertos y cientos de heridos, según la Central Obrera Boliviana), no habrán sido en vano si el desenlace de los acontecimientos es a favor del pueblo, de los explotados, de los obreros y canpesinos.

La movilización popular, generada por un eje antimperialista por excelencia (el rechazo a la entrega de las riquezas naturales vitales de Bolivia, en especial el gas), se elevó a un nivel político, colocando en debate y en disputa la cuestión del poder. La primer quincena de octubre se abrió, de este modo, una situación revolucionaria en el país del altiplano.

Estos acontecimientos obedecen a la lógica inevitable de la opresión imperialista sobre las naciones oprimidas. En primer lugar los yankees, pero también la Unión Europea, sostuvieron hasta lo imposible al odiado Goni Losada en la Presidencia. La polarización entre las clases y la debilidad de alternativas de recambio obligó a los amos imperiales y sus multinacionales a este aparente despropósito, marcando esto una diferencia cualitativa con acontecimientos de raíz similar en otros puntos de América Latina (Ecuador, Perú, Paraguay, Argentina), en los que las clases dominantes estuvieron en mejores condiciones para disolver las tendencias revolucionarias de la situación y rearmar su régimen de dominación.

El carácter generalizado e independiente de la movilización de masas, la presencia de destacamentos organizados de la clase obrera (en especial mineros), el claro eje común antimperialista de la lucha, y las tradiciones revolucionarias de los explotados bolivianos marcan esa diferencia cualitativa, que obliga a todos los que luchamos por una perspectiva mundial socialista a colocar nuestra mirada y nuestras energías en el Altiplano, como espejo en el que debemos estudiar, anticipadamente, las tendencias en desarrollo desigual en los diversos países de América Latina.

El 17 de octubre marca, sin embargo, un punto de inflexión en la situación revolucionaria: la victoria de la caída de Goni no condujo a la toma del poder de quienes lo voltearon, sino del Parlamento que lo sostuvo hasta último momento. Se dio la extraña paradoja de que, mientras el pueblo festejaba en las calles, la institución que avaló el decreto supremo 24806 (renuncia del Estado al control sobre el gas), y la propia Ley de Hidrocarburos, tomaba juramento al vicepresidente Mesa, conspicuo representante del gran capital imperialista.

A pesar de haber sufrido una derrota, el régimen burgués se reacomoda orientando la situación política hacia distintas formas de parlamentarismo burgués: el proyectado referéndum, las elecciones anticipadas, o incluso la Asamblea Constituyente, configuran de conjunto la zanahoria para que los explotados bolivianos olviden el garrote que han sufrido, abandonen la acción directa de masas, y se encarrilen pacíficamente hacia la aceptación de la legalidad y la institucionalidad de los explotadores.

Esta paradoja no es el resultado de un fenómeno natural, y mucho menos, en uno de los países del mundo con mayores tradiciones en autorganización popular: es el resultado de la política conciente de las direcciones de las organizaciones de las masas, obreras y campesinas: Morales, Quispe y De la Cruz (cada uno con sus matices), juegan un papel imprescindible para la reconstrucción del Estado, mediante el mecanismo de realimentar las ilusiones en la democracia burguesa, disolviendo las tendencias revolucionarias de la situación política.

En un histórico comunicado fechado en La Paz el propio 17 de octubre, la legendaria Central Obrera Boliviana expresa en el apretado texto la paradoja antes descripta: habla de los mártires, de nuevas barricadas, de que la sangre derramada no será negociada, pero a la hora de las propuestas concretas se vende como artífice de la reconstruccion del régimen: "Revisión en el Congreso de todos los contratos de capitalización, de riesgo compartido y arrendamiento de los yacimientos pertrolíferos, mineros y empresas estatales, haciendo respetar el espíritu de la Constitución política del Estado".

¡El congreso "de los dos tercios neoliberales"! ¡la Constitución política que defiende la propiedad privada en nombre de la cual se ordenó la represión!

Con esta estrategia de salvataje del orden burgués, lo que está en marcha en Bolivia es un FRENTE POPULAR, es decir, una variante izquierdizada del método parlamentario con el que se encauzó la crisis en otros países de América Latina.

Por eso la COB termina su comunicado con un abstencionista "cualquiera sea el Gobierno", rechazando de antemano el rol con que la historia la sanciona (fue la base de la Asamblea Popular del 71), haciendo bien sus deberes como "acopañante crítico" del futuro gobierno burgués. Lo que corresponde es imponer desde la bases un Cogreso extraordinario de la COB, las organizaciones campesinas y los cabildos abiertos, que dé expresión unificada al poder basado en la democracia y la acción directas.

A la estrategia contrarrevolucionaria del Frente Popular, hay que oponerle la construcción de un Frente Unico Antiimperialista, que se base en la autoorganización del pueblo, en la puesta en pie de sus milicias armadas, en la sumatoria a las mismas de los uniformados que se negaron a reprimir.

A la Asamblea Constituyente que pretende engañar con cambios cosméticos del régimen burgués, hay que oponerle la Asamblea Popular, que recogiendo las mejores tradiciones de 1952 y 1971, siente las bases soviéticas de un gobierno obrero y campesino.

Los trotskystas bolivianos deben avanzar sobre las bases y cuadros medios de la COB y de las organizaciones campesinas, así como sobre miles de seguidores de Morales y Quispe, colocando en primer plano la ruptura con la política proburguesa de sus dirigentes, para dar lugar a la construcción común de un Frente Antimperialista.

El eje unificador de este frente es la ruptura de todos los contratos privatistas, estatizando bajo control obrero colectivo, todas las riquezas naturales de Bolivia.

El "punto intermedio" entre la revolución y la contrarrevolución en Bolivia no es tal: es tan sólo un recurso para que la segunda gane tiempo para aplastar a la primera.

Las masas bolivianas, que se mueven instintivamente hacia la revolución, tienen el enorme obstáculo de las direcciones de sus organizaciones. La construcción de un Partido Obrero Revolucionario está a la orden del día, reagrupando a todos aquellos que en el programa y en la práctica expresen concientemente esa tendencia instintiva.

Los revolucionarios de todo el mundo no podemos ni debemos ser cómplices y apuntaladores de estas "salidas intermedias". En Bolivia es más claro que en ningún otro confín del planeta que serlo significa en realidad ser parte de la contrarrevolución.

Los acontecimientos bolivianos dejaron en claro, además, quién es quien en América Latina: mientras miles nos movilizamos en los distintos países en solidaridad con el pueblo, y en repudio a la represión, los Kirchner, Lula, Chávez, Lagos y Lucio Gutiérrez, no dijeron "esta boca es mía", cerrando filas con el Imperialismo y sus maniobras de recambio político, en el seno de la OEA y en la defensa de la "continuidad institucional".

Del mismo modo que separan, estas pruebas agudas de la lucha de clases abren la posibilidad de unir sólidamente a aquéllos que compartimos la misma visión y que ocupamos la misma trinchera revolucionaria. Es la hora de deponer toda falsa antinomia, todo prejuicio sectario y capillista, y avanzar en la tarea de reconstrucción del partido mundial de la revolución socialista, la Cuarta Internacional.