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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Los éxitos del socialismo y los peligros del aventurerismo

Los éxitos del socialismo y los peligros del aventurerismo

Los éxitos del socialismo y los peligros del aventurerismo[1]

 

 

Diciembre de 1930

 

 

 

Siempre hemos subrayado la importancia histórica y universal de las experiencias y los éxitos económicos de la URSS, e incurriríamos en repeticiones superfluas si volviéramos a enfatizarla aquí. No hay síntoma más elocuente del estado actual de degeneración de la socialdemocracia mundial que su deseo explícito de hacer volver a la URSS a la senda del capitalismo y su solida­ridad política activa con los conspiradores imperialis­tas y los saboteadores burgueses. No hay nada que ca­racterice mejor la cobardía y perversidad de las clases dominantes de la sociedad burguesa, comprendida la socialdemocracia, que sus protestas ante el trabajo for­zado en la URSS en momentos en que Macdonald, ese empleado de los esclavistas hereditarios, oprime con ayuda de la Segunda Internacional a trescientos millo­nes de indios y mantiene al pueblo indio en estado de servidumbre colonial. ¿Pueden compararse por un solo instante los correteos de la socialdemocracia, sea en la "coalición", sea desde la "oposición", con la gigantes­ca obra que realizan los pueblos que despertó la Revolución de Octubre en su afán por alcanzar una nueva forma de vida?

Precisamente por esto nosotros, los marxistas, te­nemos el deber de alertar enérgica y constantemente a la clase obrera del mundo entero acerca de los crecien­tes peligros que acechan a la dictadura del proletariado, peligros que derivan de la política errónea de una direc­ción que ha perdido la cabeza.

Los dirigentes oficiales, la prensa, los economistas, todo el mundo, reconoce que el trabajo del plan quin­quenal convertido en plan cuatrienal se está realizando bajo una tensión extrema. El método administrativo de la "emulación" demuestra que las tasas fijadas se al­canzan en gran medida a expensas de los músculos y nervios humanos. No dudamos ni por un instante que algunos sectores obreros, sobre todo comunistas, apor­tan una gran cuota de entusiasmo, y que a veces ese entusiasmo contagia a las amplias masas obreras al emprender ciertas obras. Pero sólo aquel que desconoz­ca totalmente la psicología humana, y aun la fisiología, puede creer en la posibilidad de un "entusiasmo" de masas capaz de durar años.

Los métodos de producción que se emplean hoy son los mismos de la Guerra Civil. Es sabido que durante la guerra nuestra experiencia y nuestras municiones no se adecuaban a las necesidades. Las masas compensaron las deficiencias en virtud de su superioridad numérica, su audacia y su entusiasmo. Pero ni siquiera en tiempos de guerra fue general el entusiasmo, sobre todo tratándose del campesinado. En esa época los evasores y desertores cumplieron el mismo papel que los borrachos que faltan al trabajo con frecuencia y los trabajadores "flotantes" que cambian constantemente de puesto. Pero en ciertos períodos, ante el ataque de los blancos[2], no sólo los obreros sino también los campesinos se arrojaron a la lucha con auténtico espíritu revoluciona­rio. Así pudimos triunfar.

La Guerra Civil duró tres años. Cuando ya estaba próximo su fin la tensión general había llegado al lími­te. Abandonamos la segunda campaña polaca y firma­mos el Tratado de Riga[3] a pesar de que nos era tan adverso. Ante la tensión y las privaciones de tres años de guerra civil una profunda reacción hizo presa de las masas de campesinos y obreros. En el campesinado es­ta reacción provocó motines que alcanzaron a la marina y al ejército. Entre los obreros se tradujo en huelgas y en el llamado "trabajo a desgano". Dentro del partido la "Oposición Obrera"[4] acrecentó su influencia. Es obvio que su fuerza no residía en la ingenuidad se­misindicalista de sus líderes -en general, la polémica de esa época no se extendió a los sindicatos, como dicen los estúpidos textos oficiales-, sino en la protesta de las masas frente al esfuerzo continuado y en demanda de una tregua.

En la famosa discusión de 1920-1921, el principal argumento esgrimido contra los "trotskistas" de aque­lla época, el que más influyó sobre las masas, fue: "Quieren realizar la tarea de la construcción económica con los mismos métodos que se emplean para hacer la guerra."[5]

Fue en esta atmósfera de reacción contra el período de la Guerra Civil y del comunismo de guerra que se conformó la política económica del sector actualmente mayoritario en la fracción stalinista: "lento pero segu­ro". Las concesiones a la economía privada campesina, el desprecio por los métodos de planificación, la defen­sa de las tasas mínimas, la marginación con respecto a la revolución mundial: ésta fue la esencia del stalinismo en la etapa 1923-1928. Pero el campesino medio pu­diente, puntal y esperanza de esta política, se convir­tió, por la naturaleza de las cosas, en el campesino rico, que entonces aferró la garganta de la dictadura del proletariado, cuya infraestructura industrial era tan terri­blemente estrecha. Estas concepciones y esta política de concesiones al campesino fueron remplazadas por una política de pánico y precipitación. La nueva consig­na fue "alcanzar y sobrepasar en el menor tiempo posible". El programa mínimo del plan quinquenal de Stalin-Krshishanovski cuyos principios fueron aprobados en el Decimoquinto Congreso [1927], fue sustituido por el nuevo plan quinquenal, cuyos elementos esenciales se tomaron de la plataforma de la Oposición. Eso fue lo que inspiró el contenido de la declaración de Rakovski ante el Decimosexto Congreso [1930]: ustedes han aprobado un plan que puede constituir un paso adelan­te por la buena senda y estamos dispuestos a brindarles nuestra leal colaboración, sin renunciar a ninguna de nuestras ideas y reservándonos el derecho de defenderlas en todos los problemas en disputa.

Cuando la Oposición abogaba por la elaboración de un plan quinquenal primero, y porque se determinaran las tasas después (la realidad demostró plenamente que las tasas que propusimos no eran en modo alguno ilusorias, como gritaron en ese momento todos los miembros del Buró Político[6] sin excepción), en fin, cuando la Oposición luchaba por una industrialización y colectivización aceleradas contra la política de 1923-1928, no veía al plan quinquenal como un dogma sino como una hipótesis viable. El plan debe estar sujeto a la verificación colectiva en el transcurso de su aplicación. Los elementos de esta verificación no residen solamen­te en la contabilidad socialista, sino también en los músculos y nervios de los obreros y en el estado de ánimo político de los campesinos. El partido debe tenerlo en cuenta, investigarlo, verificarlo, sumarlo y gene­ralizarlo.

En realidad, el viraje económico hacia la industria­lización y la colectivización se realizó bajo el azote del pánico administrativo. El pánico continúa con pleno vi­gor. Se refleja en las primeras planas de los periódicos soviéticos. Las consignas, frases y llamados correspon­den a la guerra civil: frente, movilización, brecha en el frente, caballería, etcétera, y a veces viene adornado con terminología deportiva: largada, meta, etcétera. ¡Qué nauseabundo debe resultarles esto a los obreros serios, cómo debe repugnar a todo el mundo! Si en las terribles condiciones creadas por la guerra civil instituimos, no sin algunas vacilaciones, la Orden de la Ban­dera Roja como medida provisoria (Lenin se opuso al principio y luego la aceptó en esas condiciones), hoy, en el Decimotercer año de la revolución, existen cuatro o no sabemos cuantas órdenes más. Es más importante la implantación de la semana laboral continua, la ubica­ción obligatoria del obrero en un trabajo determinado, la intensificación extrema del trabajo.

Fue posible implantar estas medidas de excepción, porque para los sectores de vanguardia las mismas re­visten un carácter provisional, estrechamente ligado a los objetivos del plan quinquenal. Así como durante la Guerra Civil los obreros y campesinos empeñaron todas sus fuerzas para aplastar al enemigo, con el fin de ase­gurar su derecho al trabajo y al descanso, hoy los ele­mentos de vanguardia de la clase obrera confían sinceramente en que podrán "alcanzar y sobrepasar" a los países capitalistas avanzados para protegerse de los peligros económicos y militares. Para las masas, la idea del plan quinquenal se ha convertido teórica, política y psicológicamente en el problema de erigir una muralla china en torno al socialismo en un solo país. Para los obreros, esto es lo único que justifica los colosales es­fuerzos que les impone el aparato del partido.

En el decimosegundo aniversario, Stalin escribió: "Ya veremos cuáles países se encontrarán entre los más atrasados y cuáles entre los más adelantados." Estas y otras declaraciones todavía más categóricas se publican y reeditan interminablemente. Son las que dan la tónica del trabajo del Plan quinquenal. La buro­cracia plantea estos problemas en forma semiintencional, semiinconsciente, porque les quiere hacer creer a las masas que la realización del plan quinquenal per­mitirá a la URSS aventajar al mundo capitalista. ¿Acaso Varga, el Kautsky[7] del aparato, no cree que la teoría del socialismo en un sólo país, por absurda que sea, es necesaria para estimular a los obreros, así como el cura engaña al hombre para bien de su alma?

 

Stalin alcanza y sobrepasa

 

Al preparar su informe para el Decimosexto Con­greso, Stalin pidió, entre otras cosas, estadísticas que demostraran que al final del plan quinquenal la URSS "alcanzará y sobrepasará" al mundo capitalista. Se pueden encontrar rastros de las mismas en todo el in­forme. En cuanto al problema central del informe so­bre las relaciones entre la economía soviética y la eco­nomía mundial, el informante se limitó, inesperadamente, a hacer la siguiente afirmación: "En lo que se refiere al nivel de desarrollo de la industria, nos encon­tramos terriblemente retrasados respecto de los países capitalistas adelantados." E inmediatamente agregó: "Sólo una mayor aceleración del desarrollo de nuestra industria nos permitirá alcanzar y sobrepasar técnica y económicamente a los países capitalistas adelantados" (Informe político al Decimosexto Congreso del PCUS, 27 de junio de 1930, incluido en las Obras de Stalin). ¿Se necesitará para eso un plan quinquenal o toda una serie de planes quinquenales? ¡Nada se sabe al res­pecto!

Dado su escaso bagaje de conocimientos en materia de teoría básica, Stalin simplemente se asustó ante la información inesperada que él mismo recabó; pero, en lugar de presentar al partido los datos precisos de nues­tra situación de atraso y exponer en toda su magnitud la tarea de "alcanzar y sobrepasar", se limitó a intro­ducir de contrabando algunas frases sueltas sobre "nuestro terrible atraso" (que, en caso de necesidad. le servirán de coartada; eso es, para él, el arte de la polí­tica). Y la propaganda masiva sigue imbuida de ese espíritu de pretensión y engaño.

Esto no se limita a la Unión Soviética. Las publica­ciones oficiales de la Comintern repiten sin cesar que al final del plan quinquenal la URSS se encontrará entre los países industriales más adelantados. Si así fuera, el problema del socialismo quedaría resuelto simultáneamente a nivel mundial. Al alcanzar a los países adelan­tados, la Unión Soviética, con sus ciento sesenta millo­nes de habitantes y sus inmensos territorios y recursos, en el transcurso del segundo plan quinquenal, es decir, en tres o cuatro años más, tendría en relación al mundo capitalista una posición más privilegiada que la que tie­ne hoy día Estados Unidos. La experiencia convencería al proletariado del mundo entero que el socialismo en uno de los países más atrasados puede crear un nivel de vida incomparablemente más elevado del que gozan los pueblos de los países capitalistas adelantados. La bur­guesía no podría soportar un solo día más el ascenso de las masas trabajadoras. Esa vía de eliminación del capi­talismo sería la más sencilla, la más económica, la más "humana" y la más segura, si fuera... posible. En realidad es una mera fantasía.

 

Algunos coeficientes relativos

 

El desarrollo del plan quinquenal comenzó en 1928-1929, a un nivel muy cercano al de la Rusia de pregue­rra, es decir, a un nivel de miseria y barbarie. En 1929-1930 se lograron éxitos formidables. Sin embargo, hoy, en el tercer año del plan quinquenal, la Unión Soviética se encuentra mucho más cerca de la Rusia zarista que de los países capitalistas adelantados en lo que hace a sus fuerzas productivas. Veamos algunos hechos y cifras.

Las cuatro quintas partes del total de la población productiva se dedican a la agricultura. En Estados Uni­dos, por cada persona ocupada en la agricultura, 2,7 se dedican a la industria.

La industria es cinco veces más productiva que la agricultura. En Estados Unidos, la agricultura es dos veces más productiva que en nuestro país, y la industria 3,5 veces. Así, la producción neta per cápita de Estados Unidos es aproximadamente diez veces mayor que la nuestra.

La energía de la instalación mecánica primaria in­dustrial alcanza en Estados Unidos a 35,8 millones ca­ballos de fuerza: en la URSS es de 4,6 millones, un poco más que la décima parte. Si una unidad caballo de fuer­za equivale a la energía de diez hombres, se puede de­cir que en la industria de Estados Unidos hay tres escla­vos de acero por habitante mientras que en la URSS hay un esclavo de acero para cada tres habitantes. Si no sólo tomamos en cuenta la fuerza motriz mecánica de la industria sino también la del transporte y la agricultura, la comparación nos resultaría aun más desfavorable. Y la fuerza motriz mecánica es la medida más segura del poder del hombre sobre la naturaleza.

Si al finalizar el plan quinquenal se alcanzan todos los objetivos del programa de electrificación, la Unión Soviética dispondrá de la cuarta parte de la energía eléctrica de que dispone Estados Unidos, de la sexta parte en relación a la población y de una fracción todavía menor en relación a la superficie. Este coeficiente es válido si suponemos que el plan soviético se cumple en su integridad mientras que en el ínterin Estados Unidos no avanza un solo paso.

En 1928 Estados Unidos produjo 38 millones de to­neladas de hierro en lingotes; Alemania, 12 millones de toneladas; la Unión Soviética, 3,3 millones. Acero: Es­tados Unidos, 52 millones; Alemania, 14 millones; la Unión Soviética, 4 millones. En el primer año de nues­tro plan quinquenal nuestra producción metalúrgica era igual a la de Estados Unidos en 1880; hace apenas me­dio siglo, Estados Unidos producía 4,3 millones de toneladas de metal, siendo su población aproximadamen­te la tercera parte de la población actual de la URSS. En 1929 la URSS produjo unos 5 millones de toneladas de metal bruto. Esto significa que el actual consumo per cápita de metal en la URSS es la tercera parte de lo que era en Estados Unidos hace medio siglo.

En la actualidad, la producción metalúrgica de Estados Unidos supera a la producción agrícola en un 28 por ciento; nuestra producción metalúrgica alcanza apenas a la decimoctava parte de nuestra producción agrícola. Al finalizar el plan quinquenal esta relación sería de 1 a 8. No es preciso explicar la importancia de la meta­lurgia tanto para la industrialización como para la colec­tivización de la economía agrícola.

Al finalizar el plan quinquenal, el consumo de car­bón per cápita en la URSS será ocho veces menor que en Estados Unidos. La producción soviética de petróleo es el 7 por ciento de la producción mundial; la de Estados Unidos es el 68 por ciento, es decir, casi diez veces mayor.

En la rama de la industria textil las relaciones son más favorables, pero aun así la diferencia en desventaja nuestra es enorme: Estados Unidos posee el 22,3 por ciento; Inglaterra, el 34,8 por ciento; la Unión Soviética, el 4,2 por ciento. Las diferencias se acrecientan si se establece la relación entre máquinas de hilar y po­blación.

Con el plan quinquenal la red ferroviaria soviética se extenderá entre 18.000 y 20.000 kilómetros, alcan­zando así los 80.000 kilómetros; compárese con los 400.000 kilómetros de vías férreas que posee Estados Unidos. Estados Unidos posee 51,5 kilómetros de vías férreas por cada cien kilómetros cuadrados de superfi­cie; Bélgica, 370; la parte europea de la URSS, 13,7 y la parte asiática, apenas 1.

Las cifras correspondientes a la marina mercante son menos favorables todavía. Inglaterra posee el 30 por ciento de la marina mercante mundial, Estados Uni­dos el 22,5 y la Unión Soviética el 0,5 por ciento.

En 1927 Estados Unidos tenía el 80 por ciento de todos los automotores del mundo, mientras que la Unión Soviética tenia menos del 0,1 por ciento. Se cal­cula que al final del plan quinquenal habrá 158.000 au­tomotores; un automóvil para más de 4.000 personas (en la actualidad hay uno por cada 7.000). Según Osins­ki[8], al finalizar el plan quinquenal "sobrepasaremos fácilmente a Polonia"... si ésta permanece en su nivel actual.

 

¿Hemos entrado en la "etapa del socialismo"?

 

Las teorías erróneas entrañan inevitablemente erro­res políticos. De la teoría errónea del "socialismo en un solo país" surge no sólo una perspectiva general dis­torsionada, sino también la tendencia criminal a embe­llecer la realidad soviética.

Todos los discursos y artículos referidos al segundo año del plan quinquenal hacen la siguiente caracteri­zación: "La economía nacional del país ha entrado en la etapa del socialismo." Existen "los cimientos" del socialismo. Todos saben que la producción socialista, in­clusive tan sólo sus "cimientos", es una producción que satisface por lo menos las necesidades humanas elementales. En nuestro país, empero, con la terrible escasez de bienes, la industria pesada tuvo un crecimiento del 28,1 por ciento, mientras que el de la liviana fue sólo del 13,1 por ciento, lo que impide el cumpli­miento del programa fundamental. Aunque se afirme que esta proporción es la ideal -lo que dista de ser cierto- de aquí surge que en aras de la "acumulación primitiva socialista" la población de la URSS se verá obligada a apretarse más y más el cinturón. Pero esto es precisamente un índice de que es imposible el socialismo en base a un nivel productivo bajo; sólo se pueden tomar las primeras medidas preparatorias.

¿No es monstruoso? El país no puede superar la es­casez de bienes, el desabastecimiento de alimentos es un hecho cotidiano, no hay leche para los niños... y los filisteos oficiales declaran: "El país ha entrado en la etapa del socialismo." ¿Existe alguna forma más frau­dulenta de desacreditar al socialismo?

A pesar de todos los avances económicos que registran la industria y la agricultura, la cosecha de granos tiene hoy el carácter de una campaña política y no el de una actividad económica. En otras palabras, para reali­zarla el estado aplica medidas coercitivas. Durante el reinado de los epígonos se hizo uso y abuso del término smitchka [alianza de obreros y campesinos] pero se ol­vidó de aplicarlo en su verdadero sentido, el de crear vínculos económicos entre la ciudad y el campo que permitan a las aldeas intercambiar voluntariamen­te y con creciente motivación sus productos por produc­tos industriales. Así, la alianza con los campesinos tie­ne éxito si se atemperan los métodos políticos, léase coerción, en la recolección de granos. Esto sólo se logra cerrando las tijeras de los precios agrícolas e industria­les. Pero, a trece años de la Revolución de Octubre, Stalin califica las tijeras de "prejuicio burgués". En otras palabras, reconoce que las tijeras, en lugar de ce­rrarse, siguen abriéndose. No nos sorprende que la misma palabra smitchka haya desaparecido del léxico oficial.

Un funcionario de la agencia de almacenamiento de granos explica la demora en la acumulación de granos, fruto de la insuficiente presión que ejercen las autorida­des locales sobre el kulak, con la siguiente observación:

"Los cálculos y maniobras del kulak no son nada com­plicados. Si se le aplica un impuesto de tres toneladas, él las retiene y paga una multa de cuatrocientos rublos. Le basta con vender media tonelada en el mercado ne­gro para recuperar su multa con creces, obtener una su­ma de dinero adicional y retener para sí dos toneladas y media de grano." Este ejemplo notable significa que el precio del grano en el mercado negro es por los me­nos seis veces más alto que en el mercado oficial, qui­zá ocho o diez veces mas alto, ya que no conocemos la suma adicional que le corresponde. De esta manera las tijeras, que para Stalin son un prejuicio burgués, perfo­ran las páginas de Pravda y muestran sus puntas.

Todos los días Pravda informa de los progresos re­gistrados en el almacenamiento de grano, siempre con el mismo título: La lucha por el grano es la lucha por el socialismo. Pero cuando Lenin empleó esta frase, muy lejos estaba de pensar que el país había "entrado" en la etapa socialista. El hecho de que uno se vea obligado a luchar -¡sí, a luchar! - por el grano, nada más que por el grano, demuestra que el país todavía se encuen­tra muy lejos del régimen socialista.

No se puede pisotear impunemente las bases teóri­cas elementales, ni limitarse a los elementos socialistas en las relaciones de producción -elementos que son in­maduros, rudimentarios y, en la agricultura, sumamen­te frágiles y conflictivos- y abstraer el factor principal del desarrollo de la sociedad: las fuerzas productivas. Las formas socialistas pueden revestir contenidos cua­litativamente distintos, según el nivel de la técnica. Formas sociales soviéticas basadas en la producción norteamericana: esto es socialismo, al menos en su primera etapa. Formas soviéticas basadas en la técnica rusa: éste es sólo el primer paso en la lucha por el socialismo.

Si se tiene en cuenta el nivel de vida soviético ac­tual, la vida cotidiana de las masas, la tasa de analfabetismo, es decir, el nivel cultural; si uno no miente, ni justifica, ni se engaña a sí mismo y a los demás; si uno no ha caído en el vicio de la demagogia burocrática, entonces debe reconocer honestamente que la herencia de la Rusia burguesa y zarista constituye el 95 por cien­to de la vida, moral y costumbres cotidianas de la abru­madora mayoría del pueblo soviético, mientras que los elementos de socialismo constituyen tan sólo un 5 por ciento. Y esto de ninguna manera se contradice con la dictadura del proletariado, el régimen soviético y los éxitos colosales de la economía. Todo esto es la estruc­tura que soportará el futuro edificio, mejor dicho, una de las esquinas del edificio. Decirles a los obreros que construyen este esqueleto con ladrillos y cemento, quie­nes a menudo no pueden satisfacer el hambre, y están expuestos a sufrir accidentes fatales, que ya pueden en­trar a vivir en el edificio -"¡hemos entrado en el socia­lismo!"- es mofarse de los obreros y del socialismo.

 

¿Cuatro o cinco años?

 

Nos oponemos resueltamente a la irresponsabilidad con que se transforma un plan quinquenal todavía no probado en un plan cuatrienal. ¿Qué dicen las estadís­ticas al respecto?

Las cifras oficiales de la producción industrial del segundo año registran un incremento del 24,2 por cien­to. Es decir, que se ha superado el incremento previsto en el plan -21,5 por ciento- en un 2,7 por ciento. Pero con respecto al plazo del plan cuatrienal existe un retra­so de casi el 6 por ciento. Observando esa cifra en rela­ción a la calidad y al precio minorista de los productos, y teniendo en cuenta que los coeficientes previstos se alcanzan mediante la coerción, resulta evidente que en realidad el segundo año se cumplió según las tasas del plan quinquenal, no del plan cuatrienal.

En la infraestructura existe un retraso de casi el 20 por ciento en relación a los objetivos previstos para 1929-1930. El mayor retraso se presenta en la construc­ción de nuevas y gigantescas plantas metalúrgicas, en la instalación de la producción de coque, en la construc­ción química y eléctrica básica, es decir, en todos los terrenos que constituyen la base de la industrialización. Al mismo tiempo, la disminución de los costos de la construcción, que según lo previsto en el plan debía ser del 14 por ciento, alcanzó apenas al 4 por ciento. La importancia de esta cifra contable del 4 por ciento, traí­da de los cabellos, no necesita comentarios: si los costos no aumentan, démonos por satisfechos. El coeficiente total de retraso del plan será, por lo tanto, de más del 30, no del 20 por ciento. Este es el telón de fondo del tercer año en lo que se refiere a la construcción.

No es posible llenar los "huecos" del plan a expen­sas de la industria liviana, como se hizo frecuentemente durante los dos primeros años, puesto que donde hay más retraso es precisamente en la producción de bienes de consumo. Según estaba previsto en el plan quinque­nal, la industria liviana debía experimentar un incre­mento del 18 por ciento en 1929-1930; según el plan cuatrienal, esa cifra debía ser del 23 por ciento. Pero aumentó apenas en un 11 por ciento (según algunas fuentes, 13 por ciento). Sin embargo, la escasez de bie­nes le exige esfuerzos extraordinarios a la industria liviana.

Se ha dicho que una de las tareas asignadas al tri­mestre suplementario[9] intercalado entre el segundo y el "tercer" año era "emplear todos los medios a nues­tro alcance para estabilizar la circulación monetaria y todo el sistema financiero". Por primera vez se recono­ce oficialmente que el sistema financiero es poco firme al cabo del segundo año de un plan quinquenal llevado a cabo por una dirección que procede empíricamente, sin la menor planificación. La inflación monetaria no es otra cosa que un préstamo sin respaldo contraído a expensas de los años venideros. Por lo tanto, será nece­sario reembolsar dicho préstamo en los próximos años. El llamado a la estabilización de la circulación de dinero demuestra que será necesario mantener intacto el chervonets [unidad monetaria con respaldo oro], no liquidarlo. En cuanto a la teoría, la ponen cabeza abajo.

Todos los errores, todos los cálculos equivocados, los comienzos abruptos, las desproporciones, los hue­cos, los virajes en falso y la embriaguez de la conduc­ción económica de los centristas se sintetizan en el es­tado calamitoso del chervonets; ésta es la herencia de los dos primeros años del plan. Detener el impulso de la inflación no es tarea sencilla. Así lo atestigua la aplica­ción del plan financiero en el primer mes del trimestre suplementario. Pero, sobre todo, debemos saber que el éxito en el terreno de la estabilización del chervonets  -que es absolutamente indispensable- lleva en sí el germen de una recesión no menos aguda en la industria y en la economía. Los préstamos sin respaldo, especialmente los que se realizan en secreto, se hacen a expen­sas del futuro y es preciso pagarlos.

La cifra de aumento general de la producción indus­trial en los últimos dos años es del 52 por ciento: el plan tenía previsto un 47 por ciento. Si tenemos en cuenta el deterioro de la calidad, podemos decir con certeza que, en el mejor de los casos, los dos primeros años nos han acercado a los plazos del plan "en su conjunto", sin tener en cuenta toda una serie de desproporciones internas.

Si bien considerarnos que al cabo de los dos prime­ros años existe un gran atraso en el cumplimiento del plan quinquenal, ello de ninguna manera significa que minimicemos la importancia colosal de los éxitos logra­dos. Son éxitos colosales por su importancia histórica, tanto más significativos cuanto que fueron obtenidos a pesar de la cadena ininterrumpida de errores cometidos por la dirección. Pero estas hazañas no sólo no justifican la irresponsabilidad con que se salta de un plan de cinco años a uno de cuatro años, sino que ni siquiera ga­rantizan el cumplimiento del plan en cinco años. Para lograrlo, habrá que superar las desproporciones y "huecos" de los dos primeros años en el transcurso de los próximos tres. Cuanto menos capaz de prever, de prestar oídos a las advertencias, sea la dirección, mayor será la deuda.

La tarea principal de la conducción económica es observar el progreso del plan quinquenal, vigilar algunos rubros, frenar otros, no en base a cifras a priori, inevi­tablemente imprecisas y condicionales, sino sobre la base de un análisis consciente de la experiencia. Sin embargo, para la realización de esa tarea es preciso que impere la democracia en el partido, en los sindicatos y en los soviets. El progreso sano de la construcción so­cialista se ve impedido por el ridículo y monstruoso principio de la infalibilidad de la dirección "general": más precisamente, de una dirección inconsecuente, que es el origen del peligro general.

El mismo Pravda (27 de octubre) se ve obligado a comentar: "Tenemos dificultades en el abastecimiento de alimentos y de mercancías industriales de uso cotidiano.

"Todavía sufrimos la gran escasez de metales, car­bón, energía eléctrica y materiales para la construcción en cantidad suficiente como para garantizar plenamen­te las tasas previstas para la construcción socialista.

"Nuestro sistema de transporte es incapaz de ga­rantizar el acarreo de productos industriales y agrícolas.

"La economía nacional sufre una terrible escasez de mano de obra fabril y de cuadros de obreros califi­cados."

¿No es evidente, entonces, que el salto del plan quinquenal al plan cuatrienal es puro aventurerismo? Sí lo es, para todos menos para Pravda. "El retraso expe­rimentado en la construcción de infraestructura en 1929-1930 -dice Pravda- a pesar de la ausencia de causas objetivas les sirvió a los agentes de los kulakis en el partido -los oportunistas de derecha- de pretex­to para nuevos aullidos ante los ritmos intolerables que aprobó el partido" (3 de noviembre). De ese modo, los stalinistas le allanan el camino a la derecha de la mejor manera posible al reducir sus diferencias recíprocas al siguiente dilema: ¿cuatro años o cinco? Sin embargo, este problema no admite una respuesta "principista" sino solamente empírica. Todavía resulta difícil definir las dos líneas diferentes en debate, separadas entre sí por doce meses. Sin embargo, con esta manera buro­crática de plantear el problema se nos da la medida exacta de las diferencias entre los derechistas y los centristas, tal como las caracterizan los propios centristas. La relación entre ambos es de cuatro a cinco, lo que da una diferencia del 20 por ciento. ¿Y qué pasa si la expe­riencia llega a demostrar que no se cumplirá el plan en cuatro años? ¿Significaría que la derecha tenía razón?

El trimestre llamado suplementario (octubre, noviembre, diciembre de 1930) fue intercalado entre el segundo y el tercer año. Así, el tercer año del plan quin­quenal comienza oficialmente el 1º de enero de 1931, sin tener en cuenta este trimestre suplementario. De manera que la diferencia con la derecha se reduce del 20 al 15 por ciento. ¿Para qué sirven estos procedimien­tos inútiles? Para afianzar el "prestigio", no el so­cialismo.

Los huecos que ahora deben cubrir con el trimestre suplementario se produjeron, según Pravda, "a pesar de la ausencia de causas objetivas". Esta explicación es muy reconfortante, pero no construye fábricas ni produce mercancías. El problema es que el elemento subjetivo, el aparato burocrático, controla los factores subjetivos, tales como la "incompetencia", la "falta de iniciativa", etcétera, sólo hasta cierto punto, pero más allá de estos límites, los factores subjetivos se vuelven objetivos, puesto que lo que los determina en última instancia es el nivel técnico y cultural. Hasta los "hue­cos" producidos por causas subjetivas, por ejemplo, por la miopía de la dirección "general", se trasforman en factores objetivos que limitan las posibilidades de un desarrollo mayor. Si el oportunismo se caracteriza por la adaptación pasiva a las condiciones objetivas ("se­guidismo"), el aventurerismo, la antípoda del oportu­nismo, se caracteriza por su desdén hacia los factores objetivos. Hoy en día el leitmotiv de la prensa soviética es: "Nada es imposible para un ruso."

Los artículos de Pravda (Stalin mantiene un pruden­te silencio) demuestran que mañana, como ayer, la previsión, la experiencia colectiva y la flexibilidad de la conducción económica serán desplazadas por el knut [látigo ruso] "general". Pravda reconoce en varias oca­siones que las "vacilaciones no fueron eliminadas tanto por la producción como por la presión revolucionaria de las masas" (10 de noviembre). El significado de esto es bastante claro.

Es obvio que si realmente se tratara de sobrepasar a los países capitalistas adelantados en el curso de los próximos años y asegurar así la invulnerabilidad de la economía socialista, la presión circunstancial, por mu­cho que se desgastaran los músculos y nervios de los obreros, sería comprensible y aun justificable. Pero he­mos visto la forma ambigua, engañosa y demagógica con que se presenta este problema a los trabajadores. La presión continua amenaza con provocar una reacción entre las masas que será incomparablemente más gra­ve que la que se suscitó al término de la Guerra Civil.

El peligro resulta tanto más grave y amenazante si tenemos en cuenta que no sólo no se resolverá el problema de "alcanzar y sobrepasar" aunque se logren todos los objetivos del plan quinquenal, sino que éstos no se alcanzarán en cuatro años por más que se empe­ñen todas las fuerzas hasta el límite máximo de su re­sistencia. Más grave aún es el hecho de que, gracias al aventurerismo de la dirección, el cumplimiento del plan en cinco años resulta cada vez menos probable. La obs­tinación estúpida y ciega con que se mantiene el plan al pie de la letra en aras del prestigio "general" prepa­ra inexorablemente el terreno para toda una serie de crisis que pueden detener el desarrollo de la economía y provocar una franca crisis política.

 

La URSS y el mercado mundial

 

Así, las cifras que sintetizan el aumento de la pro­ducción hasta el momento, si bien son colosales, no pin­tan un panorama real de la situación, porque no hacen mención de la situación desfavorable, tanto económica como política, en medio de la cual se inicia el tercer año del plan quinquenal (10 de octubre de 1930). Un análi­sis más concreto de la economía revela que tras las es­tadísticas arbitrarias de los éxitos se ocultan una serie de profundas contradicciones: entre la ciudad y el campo (las tijeras de los precios: escasez de productos alimenticios y materias primas y escasez de productos industriales en la aldea); entre las industrias pesada y li­viana (fábricas desabastecidas de materias primas y escasez de productos); entre el poder adquisitivo real y nominal del chervonets (inflación); entre el partido y la clase obrera; entre el aparato y el partido; en el seno del aparato.

Y aparte de estas contradicciones llamadas inter­nas, existe una contradicción que, por su propia lógica, adquiere una importancia cada vez mayor: la contradic­ción entre la economía soviética y el mercado mundial.

El punto de partida de todo el plan fue la concepción utópica y reaccionaria de una economía socialista cerra­da que se desarrolla armoniosamente sobre sus cimien­tos internos con sólo salvaguardar el monopolio del co­mercio exterior. Los especialistas de la Comisión de Planificación Estatal, haciéndose concesiones mutuas con los "patronos" y adaptando sus fines dañinos a los prejuicios de las autoridades, elaboraron un antepro­yecto de plan quinquenal en el que no sólo se preveía una curva descendente para el desarrollo industrial sino también una curva descendente para el comercio exte­rior: al cabo de diez o doce años las importaciones de la URSS se reducirían a cero. En el mismo plan se preveía una cosecha cada vez más abundante y, por consiguien­te, mejores posibilidades de exportar. No se respondía a una pregunta: ¿qué hacer con el excedente de trigo y los demás excedentes que el país fuera capaz de produ­cir? Seguramente no los iban a arrojar al mar.

Sin embargo, antes de que los principios del ante­proyecto de plan quinquenal fueran revisados gracias a la presión de la Oposición, el propio curso de los acon­tecimientos provocó fisuras en la teoría y práctica de la economía aislada.

El mercado mundial contiene recursos inmensos, colosales, inagotables para la economía de todos los países, sean socialistas o capitalistas. El crecimiento de la industria soviética genera necesidades, tanto técni­cas como culturales, y contradicciones nuevas que la obligan a recurrir cada vez más a los recursos del co­mercio exterior. Al mismo tiempo, el desarrollo de la industria, que es desigual debido a las condiciones na­turales, genera una apremiante necesidad de exportar diversos productos (por ejemplo petróleo, madera) mucho antes de que la industria en su conjunto haya comenzado a satisfacer las necesidades elementales del país. Por lo tanto, la reactivación de la vida económica de la URSS no conduce a su aislamiento económico sino, por el contrario, la obliga desde todos los ángulos a acrecentar sus relaciones con la economía mundial y, por consiguiente, la hace depender cada vez más de la economía mundial. El carácter de esta dependencia se define en parte por el peso específico de la economía soviética dentro de la economía mundial, pero más direc­tamente por la relación entre el costo neto de los pro­ductos soviéticos y el costo neto de los productos de los países capitalistas adelantados.

Por consiguiente, el ingreso de la economía soviéti­ca en el mercado mundial no se ha basado en una pers­pectiva amplia y en las previsiones del plan sino que, por el contrario, se realiza a pesar del plan, bajo la pre­sión de la pura necesidad, en cuanto se hizo evidente que la importación de maquinarias, materias primas necesarias y repuestos era cuestión de vida o muerte para todas las ramas de la industria.

No pueden aumentar las importaciones si no au­mentan las exportaciones. El estado soviético exporta porque no le queda más remedio y vende a precios de­terminados por la economía mundial. Así, la economía soviética no sólo cae, cada vez más, bajo el control del mercado mundial, sino que, además, se ve arrastrada -en forma refractada y modificada, desde luego- hacia la esfera de influencia de las oscilaciones coyun­turales del capitalismo mundial. Las exportaciones de 1929-1930, lejos de cumplir las previsiones del plan, se han visto muy deterioradas en el plano financiero debi­do a la crisis mundial. Así concluye una de las muchas polémicas de la Oposición de Izquierda con los centris­tas. Cuando bregábamos por la elaboración de un plan quinquenal, decíamos que el plan quinquenal era sola­mente la primera etapa, que en el menor lapso posible debíamos pasar a un plan programado para ocho o diez años, que abarcara el período promedio de renovación de stocks de herramientas y también nos permitiera adaptarnos a la coyuntura mundial. La estabilización del capitalismo de posguerra, por efímera que fuese, conduciría inexorablemente a la reaparición de los ci­clos comerciales e industriales postergados por la gue­rra, y nos veríamos obligados a elaborar nuestros pla­nes no en base a una supuesta independencia de la coyuntura mundial sino a una adaptación inteligente a dicha coyuntura, que nos permitiera sacarle el mayor provecho posible a la reactivación de la economía y per­der lo menos posible en la crisis. Es inútil repetir los lu­gares comunes socialistas-nacionales con que los líde­res oficiales, con Stalin y Bujarin a la cabeza, trataron de refutar los factores actualmente vigentes. En la mis­ma medida en que los conductores de la economía fueron incapaces de prever la sencilla lógica de la situa­ción, la exportación, en la actualidad, está sumida en el caos.

La breve historia del comercio exterior soviético, así como las dificultades con que tropezó la exportación el año pasado, -el volumen fue siempre muy bajo a pe­sar de su carácter forzado- nos deben llevar a ciertas conclusiones elementales, muy importantes para el fu­turo. Cuanto mayor sea en el futuro el éxito del desarro­llo económico soviético, más amplias deberán ser las relaciones exteriores en el terreno económico. El teore­ma inverso es más importante aun: sólo el incremento de las exportaciones e importaciones permitirá a la eco­nomía superar oportunamente las crisis parciales, atemperar las desproporciones parciales y establecer el equilibrio dinámico de los distintos sectores para ga­rantizar una elevada tasa de desarrollo.

Sin embargo, es precisamente aquí donde tropeza­mos, en última instancia, con las dificultades y proble­mas decisivos. Ya hemos dicho que las posibilidades de aprovechar los recursos del mercado mundial para el desarrollo de la economía socialista están sujetos direc­tamente a las relaciones entre los costos netos locales y mundiales de una mercancía de calidad fija y estándar. Pero, hasta el momento, el plan burocrático de acelera­ción de los ritmos no nos ha permitido avanzar en este terreno y ni siquiera plantear el problema como corresponde.

En el informe ante el Decimosexto Congreso Stalin dijo que la calidad de nuestra producción es una "desgracia"; con ese tipo de explicaciones la burocracia ta­pa todos los agujeros. Es lo mismo que la frase referida a nuestro "terrible" atraso. En lugar de datos precisos, nos dan expresiones de tono muy fuerte, pero que sólo sirven para encubrir cobardemente la realidad; el atra­so: "terrible"; la calidad: una "desgracia". Sin embar­go, dos cifras, dos coeficientes relativos promedio, hu­bieran sido infinitamente más valiosos para orientar al partido y a la clase trabajadora que toda la montaña de estadísticas periodísticas baratas de las que están re­pletos los discursos de diez horas: también aquí los sa­bios de nuestro tiempo reemplazan la calidad por la cantidad.

La venta de productos soviéticos a precios inferio­res a sus costos netos para bien de las importaciones es una medida que hasta cierto punto resulta inevitable, y está plenamente justificada desde el punto de vista de la economía en general. Pero sólo hasta cierto punto.

En el futuro la diferencia entre los costos netos locales y mundiales creará escollos cada vez mayores para el incremento de las exportaciones. Así, el problema de los coeficientes relativos de calidad y cantidad de los productos locales y mundiales se plantea forzosamente y con apremio. El destino de la economía soviética está sujeto económicamente al comercio exterior, de la mis­ma manera en que está sujeto políticamente por el nudo que ata al Partido Comunista de la Unión Soviética con la Comintern.

La prensa capitalista mundial calificó de dumping al incremento de las exportaciones soviéticas, y la bur­guesía mercenaria de los emigrados rusos y sus "demó­cratas" domesticados le hacen coro. No hay nada de sorprendente en esto, así como no hay nada de sorpren­dente en el hecho de que la prensa de los mercenarios emigrados revele los secretos de la defensa nacional de la URSS para beneficio de Rumania, Polonia y otros tiburones más grandes. Lo asombroso no es su vileza; es su estupidez que, en el fondo, tampoco nos asombra: no hay que esperar demasiada inteligencia de parte de la burguesía mercenaria. Al calificar al "dumping" so­viético de amenaza para la economía mundial, los li­berales y demócratas sólo afirman con eso que la indus­tria soviética ha alcanzado tal poderío que está en situa­ción de conmover el mercado mundial. Desgraciada­mente, no es así.

Basta decir que la exportación soviética, inflando bastante su volumen, constituye apenas el 1,5 por cien­to de la exportación mundial. Esto no alcanza para de­rrocar al capitalismo, por putrefacto que esté. Sólo un imbécil completo, que no por eso es menos canalla, puede atribuirle a la Unión Soviética la intención de provocar la revolución mundial con un 1,5 por ciento de exportaciones.

Lo que ellos llaman la penetración de la economía soviética en la economía mundial es, en realidad, la penetración del mercado mundial en la economía sovié­tica. Este proceso se extenderá hasta convertirse en un duelo económico entre los dos sistemas. A la luz de esta perspectiva queda expuesto el infantilismo de esa filo­sofía mezquina según la cual la construcción del socia­lismo queda garantizada con la victoria sobre la bur­guesía en el propio país, después de lo cual las relacio­nes con el mundo exterior se reducen a la lucha contra la intervención militar.

Al iniciarse la crisis mundial, la Oposición propuso que se lanzara una campaña proletaria internacional por el fortalecimiento de los lazos económicos con la URSS[10]. A pesar de que la crisis y la desocupación ha­cían apremiante la campaña, la misma fue rechazada con toda clase de pretextos fútiles; en realidad, fue rechazada porque la propuso la Oposición. Hoy, ante el ataque mundial contra el "dumping" soviético, las sec­ciones de la Comintern se ven obligadas a realizar la campaña por la colaboración económica con la URSS que nosotros habíamos propuesto. Pero, ¡qué misera­ble y ecléctica es esta campaña, carente de ideas y pers­pectivas claras; una campaña de defensa caótica en lugar de una ofensiva bien preparada! Una vez más ve­mos que el clamor burocrático oculta el mismo "segui­dismo", la misma incapacidad de asumir la iniciativa política en un solo problema importante.

 

Conclusiones

 

1. Reconocer públicamente que fue errónea la reso­lución de cumplir el plan quinquenal en cuatro años.

2. Someter al estudio y a la discusión libre y seria en el partido las experiencias de los dos primeros años y el trimestre intercalado.

3. Establecer los siguientes criterios para la discu­sión: los ritmos óptimos, los más razonables, es decir, los que permitan no sólo alcanzar los objetivos previstos sino también, y más importante aun, crear el equilibrio dinámico para una expansión acelerada a varios años de plazo; aumento sistemático del salario real; ce­rrar las tijeras de los precios industriales y agrícolas, es decir, fortalecer la alianza con el campesinado.

4. Prestar especial atención al inexorable proceso de diferenciación en el seno de las granjas colectivas, así como entre las distintas granjas; jamás identificar­las con el socialismo.

5. Plantear abiertamente, y en el marco del plan, el problema de la estabilización del sistema monetario; en caso contrario, la deflación burocrática podría gene­rar el peligro de pánico, lo cual sería tan peligroso como la inflación.

6. Plantear el problema del comercio exterior como cuestión fundamental dentro de la perspectiva de am­pliar nuestras relaciones con la economía mundial.

7. Elaborar un sistema de coeficientes relativos en­tre la producción soviética y la producción de los países capitalistas adelantados, como guía práctica para las necesidades de exportación e importación y como único criterio para "alcanzar y sobrepasar".

8. Dejar de orientar la economía en base a conside­raciones burocráticas de prestigio: no embellecer la realidad, no callar la verdad, no engañar; no aplicar el rótulo de socialista a la economía soviética de tran­sición que, en su nivel actual, se encuentra mucho más cerca de la economía zarista-burguesa que de la del capitalismo desarrollado.

9. Abandonar las falsas perspectivas nacionales e internacionales de desarrollo económico que surgen inevitablemente de la teoría del socialismo en un solo país.

10. Terminar de una vez por todas con ese dogma católico de la infalibilidad "general", que resulta fu­nesto en la práctica, humillante para el partido revolu­cionario y profundamente estúpido.

11. Reactivar el partido destruyendo la dictadura burocrática del aparato.

12. Repudiar el stalinismo; volver a la teoría de Marx y a la metodología revolucionaria de Lenin.



[1] Los éxitos del socialismo y los peligros del aventurerismo. The Militant l5 de marzo, 1º y l5 de abril de 1931.

[2] Blancos, Guardia Blanca, rusos blancos, fueron los nombres con que se conoció a las fuerzas contrarrevolucionarias rusas después de la Revolución de Octubre.

[3] En marzo de 1920 Polonia invadió a Ucrania. La contraofensiva del Ejército Rojo llegó hasta los suburbios de Varsovia, pero allí fue indefectiblemente obligado a retroceder En el Politburó surgió una discusión acerca de si había que continuar la guerra -lanzar una segunda campaña contra Polonia- o aceptar condiciones onerosas de paz. El Tratado de Riga, que dio a Polonia gran parte de Bielorrusia y Ucrania, se firmó en 1921.

[4] La Oposición Obrera: grupo ultraizquierdista. semisindicalista, que actuó en el PC ruso en los primeros años de la década del 20, cuando Lenin aún estaba activo. Entre sus dirigentes figuraban Shliapnikov, el primer mi­nistro soviético de trabajo, y Alexandra Kollontai, la primera mujer embajadora. Algunos de sus dirigentes ingresaron a la Oposición Unificada en 1925 y fueron expulsados y exiliados en 1927.

[5] En realidad, dadas las condiciones creadas por el gran atraso o, más pre­cisamente, por la miseria de las fuerzas productivas, sin la Nueva Política Económica*, es decir, sin ese estímulo a la iniciativa individual que proporcio­na el mercado, no hubo ni podía haber otros métodos que los del comunismo de guerra. Antes de la NEP, la discusión siempre soslayaba el problema. Con la introducción de la NEP, el eje de la discusión desapareció. Unicamente Zi­noviev, y en cierta medida Tomski, siguieron repitiendo los viejos galimatías sobre el abecé de los problemas sindicales, sin haber comprendido jamás de qué se trataba. (Nota de León Trotsky)

* La Nueva Política Económica (NEP) se inició en 1921, para remplazar la política del comunismo de guerra que había prevalecido durante la Guarra Civil rusa y que llevó a una drástica disminución de la producción agrícola e industrial. Para revivir la economía después de la guerra, se adoptó la NEP como medida coyuntural que permitía un limitado resur­gimiento del libre comercio en la Unión Soviética con algunas inversiones extranjeras, junto a los sectores de la economía nacionalizados y controlados por el estado. A los que se beneficiaron con esta política (los nepmen) se las consideraba una base potencial para la reinstauración del capitalismo. Hacia fines dala década del 20, la NEP fue remplazada por el Primer Plan Quinquenal y la colectivización forzada de la tierra. La famosa discusión de 1920-1921, generalmente conocida como la "discusión sobre los sindicatos", se desarrolló en torno a la función de los sindicatos. Trotsky sostenía que en las condi­ciones del comunismo de guerra los sindicatos debían estar ligados a la administración estatal y partidaria para movilizar las fuerzas del trabajo y revitali­zar el proceso productivo. Lenin sostenía la posición contraria, es decir, que los sindicatos debían mantenerse independientes para defender los intereses de los obreros, aunque la patronal fuese el estado. La Oposición Obrera quería que los sindicatos fueran los únicos responsables de la producción. La discu­sión quedó definitivamente solucionada en el Décimo Congreso del Partido, en marzo de 1921, cuando Lenin planteó la NEP. Tanto esta propuesta, como una resolución que la acompañaba, presentada por Zinoviev, que seguía los lineamientos generales de las posiciones de Lenin con respecto a los sindicatos, triunfaron en forma abrumadora. Más adelante, la discusión entre Lenin y Trotsky sobre los sindicatos fue utilizada como arma en la campaña anti­trotskista.

[6] Los miembros del Politburó elegido en el Decimosexto Congreso (julio de 1930) fueron Stalin, Kaganovich, Kalinin, Kirov, Kosior, Kuibishev, Rudzu­tak, Rikov y Voroshilov. En diciembre Rikov fue removido y reemplazado por Orjonikije.

[7] Karl Kautsky (1854-1938): considerado como el teórico marxista más des­tacado hasta la Primera Guerra Mundial, cuando abandonó el internacionalismo y se opuso a la Revolución Rusa. Eugene Varga (1879-1964): socialdemó­crata y economista húngaro, fue presidente del Consejo Económico Supremo del régimen soviético húngaro, de poca duración. En 1920 se fue a Rusia, ingresó al PC ruso y trabajó en la Comintern como experto en economía, apo­yando a los stalinistas.

[8] V. V. Osinski (1887-1938): dirigente de la oposición Centralismo Democrá­tico hasta 1923, y luego miembro de la Oposición de Izquierda durante algunos años; finalmente apoyó a la Oposición de Derecha

[9] Este año la finalización del año económico fue trasladada de octubre a ene­ro, agregándose así un trimestre suplementario. (Nota de León Trotsky)

[10] La campaña propuesta por la Oposición fue explicada en detalle en El de­sempleo mundial y el Plan Quinquenal de Trotsky, escrito el 14 de marzo de 1930 (Escritos 1930).



Libro 2