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Clásicos de León Trotsky online

Los errores de principio del sindicalismo

Los errores de principio del sindicalismo

Constantinopla, octubre de 1929

 

Cuando llegué a Francia en octubre de 1914 encontré al movimiento socialista y sindical francés en un estado de profunda desmoralización chovinista. Buscando revolucionarios, linterna en mano, trabé conocimiento con Monatte y Rosmer[1]. Ellos no habían sucumbido al chovinismo. Así comenzó nuestra amistad .

Monatte se consideraba un anarco-sindicalista, pero a pesar de eso se encontraba mucho más cercano a mí que los guesdistas[2] franceses, que hacían un papel vergonzoso. Por esa época los Cachin se estaban familiarizando con las entradas de servicio de los ministerios de la Tercera República[3] y de las embajadas aliadas. En 1915 Monatte abandonó, dando un portazo, el comité central de la CGT. Su alejamiento de la central sindical significó esencialmente una división. Pero en ese momento Monatte creía −correctamente− que las tareas históricas fundamentales del proletariado estaban por encima de la unidad con los chovinistas y con los lacayos del imperialismo. En esto Monatte era leal a las mejores tradiciones del sindicalismo revolucionario .

Monatte fue uno de los primeros amigos de la Revolución de Octubre. Es cierto que, a diferencia de Rosmer, mantuvo reservas durante mucho tiempo. Esto estaba muy de acuerdo con las características de Monatte, de lo que me convencí luego, de mantenerse aparte, de esperar, de criticar. A veces esta actitud es absolutamente inevitable. Pero como línea de conducta básica se convierte en una forma de sectarismo muy afín al proudhonismo[4], pero que no tiene nada en común con el marxismo .

Cuando el Partido Socialista de Francia se convirtió en Partido Comunista, tuve la oportunidad de discutir frecuentemente con Lenin la onerosa herencia que había recibido la Intemacional con líderes como Cachin, Frossard y otros héroes de la Liga por los Derechos del Hombre, de francmasones, parlamentarios, trepadores y charlatanes. Esta es una de esas conversaciones que, si no me equivoco, ya he publicado en la prensa .

Sería bueno –me decía Lenin– alejar del partido a todos estos veletas y meter en él a los sindicalistas revolucionarios, a los militantes obreros, a las personas realmente devotas de la causa de la clase obrera. ¿Y Monatte? –Por supuesto que Monatte sería diez veces mejor que Cachin y que los otros como él –le contesté–. Pero Monatte no sólo sigue rechazando el parlamentarismo sino que hasta hoy no ha alcanzado a comprender la importancia del partido .

Lenin estaba asombrado: –¡Imposible! ¿No ha llegado a comprender la importancia del partido después de la Revolución de Octubre? Ese es un síntoma alarmante .

Mantenía una cierta correspondencia con Monatte, así que lo invité a venir a Moscú. Fiel a su temperamento prefirió en este caso mantenerse aparte y esperar. Además en el Partido Comunista no se encontraba cómodo. En eso tenía razón. Pero en vez de ayudar a transformarlo esperó. En el Cuarto Congreso logramos dar el primer paso hacia la limpieza del Partido Comunista de Francia de francmasones, pacifistas y trepadores .

Monatte entró al partido. No hace falta señalar que para nosotros esto no significaba que hubiera adoptado una posición marxista .

El 23 de marzo de 1923 escribí en Pravda: “La entrada de nuestro viejo amigo Monatte al Partido Comunista fue para nosotros una gran alegría. La revolución necesita hombres como él. Pero sería un error pagar un rapprochement con una confusión de ideas”. En este artículo criticaba el escolasticismo de Louzon sobre las relaciones entre la clase, los sindicatos y el partido. En particular explicaba que el sindicalismo de preguerra había sido un embrión del Partido Comunista, que ese embrión se había convertido en un niño y que si esa criatura sufría ahora de sarampión y de raquitismo era necesario curarla y nutrirla, pero que sería absurdo suponer que se lo podía hacer volver al útero materno. Podría decirse que los argumentos de mi artículo de 1923, caricaturizados, son hasta el momento la principal herramienta contra Monatte en manos de Monmousseau y otros luchadores antitrotskistas .

Monatte se unió al partido. Pero apenas sí había tenido tiempo de acostumbrarse a una morada más amplia que su tiendita de Quai de Jemmapes[5] cuando se le echó encima el coup d'etat en la Internacional: enfermó Lenin y comenzó la campaña contra el “trotskismo” y la “bolchevización” zinovievista .

Monatte no pudo someterse a los trepadores que, apoyándose en la plana mayor de los epígonos de Moscú y disponiendo de recursos ilimitados, se acomodaban utilizando la intriga y la calumnia. Fue expulsado del partido. Este episodio, que por importante que sea no es más que eso, un episodio, fue decisivo en el desarrollo político de Monatte. Decidió que su corta experiencia en el partido había confirmado plenamente sus prejuicios anarco-sindicalistas contra el partido en general. Comenzó entonces a regresar insistentemente a posiciones ya abandonadas. Comenzó a buscar nuevamente la Carta de Amiens[6]. Para esto tenía que volver la vista al pasado. Las experiencias de la guerra, de la Revolución Rusa y del movimiento sindical mundial se perdieron, dejando apenas una huella en él. Otra vez Monatte se sentaba a esperar. ¿Qué? Un nuevo Congreso de Amiens. Desgraciadamente no pude seguir durante los últimos años la evolución regresiva de Monatte: la Oposición Rusa vivía bloqueada .

De todos los tesoros de la teoría y la práctica de la lucha mundial del proletariado, Monatte no ha extraído más de dos ideas: autonomía sindical y unidad sindical. Ha elevado estos dos principios puros por encima de nuestra realidad pecadora .

Basó su periódico y su Liga Sindicalista en la autonomía sindical y en la unidad sindical. Pero éstas son ideas huecas, y se parecen al agujerito de un anillo. A Monatte no le interesa más que el agujero de la autonomía .

No menos vacío es el otro principio sagrado: unidad. En su nombre Monatte hasta se opuso a la ruptura del Comité Angloruso[7], aun cuando el Consejo General de los sindicatos británicos había traicionado la huelga general. El hecho de que Stalin, Bujarin, Cachin, Monmousseau y otros apoyaron el bloque con los rompehuelgas hasta que éstos los dejaron de lado, no reduce para nada el error de Monatte. A mi llegada al extranjero intenté explicar a los lectores de Révolution Prolétarienne[8] el carácter criminal de este bloque, cuyas consecuencias todavía se hacen sentir en el movimiento obrero. Monatte no quiso publicar mi artículo. ¿Cómo podía ser de otra manera, si yo había atacado el sagrado principio de la unidad sindical, que resuelve todos los problemas y concilia todas las contradicciones? Cuando los huelguistas encuentran a su paso un grupo de rompehuelgas los sacan del medio sin desperdiciar un solo golpe .

Si estos pertenecen al sindicato los expulsan inmediatamente, sin preocuparse por el sagrado principio de la unidad sindical .

Monatte seguramente no objeta esto. Pero la cosa es diferente si se trata de la burocracia sindical y sus líderes. El Consejo General no se compone de famélicos y retrasados rompehuelgas .

Son traidores bien nutridos y experimentados, que en determinado momento se ponen a la cabeza de la huelga general para decapitarla lo más rápida y seguramente posible. Actuaban mano a mano con el gobierno, los patrones y la iglesia. Parecería que los dirigentes de los sindicatos rusos, que formaban un bloque político con el Consejo General, deberían haber roto con él inmediata, abierta e implacablemente, a la vista de las masas que éste había decepcionado y traicionado. Pero Monatte se alza con fiereza: está prohibido perturbar la unidad sindical .

Inesperadamente, olvida que él mismo alteró esta unidad en 1915 al abandonar el Consejo General chovinista de la Confédération Générale du Travail .

Hay que decirlo abiertamente: entre el Monatte de 1915 y el de 1929 hay un abismo. A él le parece que se mantiene fiel a sí mismo. Es cierto, hasta cierto punto. Monatte repite unas pocas viejas fórmulas, pero ignora totalmente las experiencias de los últimos quince años, más ricas en enseñanzas que toda la historia precedente de la humanidad. En su intento de retornar a posiciones anteriores, no se da cuenta de que éstas desaparecieron hace tiempo. Se trate de lo que se trate, Monatte mira hacia atrás, se ve claramente en el problema del partido y el Estado .

Hace algún tiempo me acusaba de subestimar los “peligros” del poder estatal (Révolution Prolétarienne, N0 79, 1º de mayo de 1929, pág. 2). Este reproche no es nuevo. Tiene su origen en la lucha de Bakunin contra Marx y revela una concepción falsa, contradictoria y esencialmente no-proletaria del Estado .

En todo el mundo, a excepción de un país, el poder estatal está en manos de la burguesía. En esto, y sólo en esto, reside para el proletariado el peligro del poder estatal. La tarea histórica del proletariado es arrancar de manos de la burguesía este poderosísimo instrumento de opresión. Los comunistas no negamos las dificultades y los peligros que implica la dictadura del proletariado. ¿Pero reduce esto la necesidad de tomar el poder? Si una fuerza irresistible arrastrara a todo el proletariado a la toma del poder, o si ya lo hubiera conquistado, se podría, hablando estrictamente, comprender tal o cual prevención de los sindicalistas. Como es sabido, Lenin alertó en su testamento[9] contra el abuso del poder revolucionario. La Oposición ha llevado adelante la batalla contra las deformaciones de la dictadura del proletariado desde su formación, y sin necesidad de pedirle nada prestado al arsenal del anarquismo .

En cambio, en los países burgueses la desgracia es que la abrumadora mayoría del proletariado no entiende como es debido los peligros del estado burgués. Por la forma en que encaran la cuestión, los sindicalistas, involuntariamente por supuesto, contribuyen a la conciliación pasiva de los obreros con el Estado capitalista. Cuando los sindicalistas hacen sonar en los oídos de los obreros, oprimidos por el Estado burgués, sus alertas sobre el peligro del Estado proletario cumplen un rol puramente reaccionario. Los burgueses se apresurarán a repetir a los obreros: “No toquéis el Estado porque es una trampa muy peligrosa para vosotros”. Los comunistas les dirán: “Las dificultades y los peligros con que se enfrenta el proletariado al día siguiente de la toma del poder aprenderemos a superarlos sobre la base de la experiencia. Pero en el presente los peligros más amenazantes residen en el hecho de que nuestro enemigo de clase tenga las riendas del poder en sus manos y las maneje en contra nuestra” .

En la sociedad contempóranea hay sólo dos clases capaces de tener el poder en sus manos: la burguesía y el proletariado .

La pequeña burguesía perdió hace tiempo la posibilidad económica de dirigir los destinos de la sociedad moderna. A veces, en arranques de desesperación, se levanta a la conquista del poder, incluso armas en mano, como ha sucedido en Italia, Polonia y otros países Pero las insurrecciones fascistas terminan simplemente en que el nuevo poder se convierte en el instrumento del capital financiero de un modo aun más brutal y descarado. Por eso los ideólogos más representativos de la pequeña burguesía le temen al poder estatal como tal. Le temen cuando está en manos de la gran burguesía porque ésta los asfixia y los arruina. También le temen cuando está en manos del proletariado porque éste socava sus condiciones de vida habituales. Finalmente le temen cuando está en sus propias manos impotentes porque inevitablemente pasará a las del capital financiero o a las del proletariado. Los anarquistas no ven los problemas revolucionarios del poder estatal, su rol histórico; sólo ven sus “peligros”. Los anarquistas que se oponen a todo Estado son, por lo tanto, los representantes más lógicos y por eso más sin esperanzas de la pequeña burguesía en su histórico callejón sin salida .

Sí, también el detentar el poder del Estado engendra peligros en el régimen de dictadura del proletariado, pero la esencia de ese peligro reside en la posibilidad de que ese poder vuelva a manos de la burguesía. El riesgo más conocido y obvio es el burocratismo. ¿En qué consiste? Si una burocracia obrera esclarecida pudiera llevar la sociedad al socialismo, o sea a la liquidación del Estado, nos reconciliaríamos con semejante burocracia. Pero su carácter es el opuesto: al separarse del proletariado, al colocarse por encima de éste, la burocracia cae bajo la influencia de las clases pequeño burguesas y puede así facilitar el retorno del poder a manos de la burguesía. En otras palabras: para los obreros los peligros del Estado bajo la dictadura del proletariado no son, si se los analiza a fondo, más que el peligro de la restauración del poder burgués .

No menos importante es el problema del origen de este peligro burocrático. Sería totalmente erróneo pensar, imaginar, que el burocratismo surge exclusivamente del hecho de que el proletariado conquiste el poder. No es ése el caso. En los estados capitalistas se observan las formas más monstruosas de burocratismo precisamente en los sindicatos. Basta con ver lo que pasa en Norteamérica, Inglaterra y Alemania. Amsterdam es la más poderosa organización internacional de la burocracia sindical. Gracias a ella se mantiene en pie toda la estructura del capitalismo, sobre todo en Europa y especialmente en Inglaterra .

Si no fuera por la burocracia sindical, la policía, el ejército, los lores, la monarquía, aparecerían ante los ojos de las masas proletarias como lamentables y ridículos juguetes. La burocracia sindical es la columna vertebral del imperialismo británico .

Gracias a esta burocracia existe la burguesía, no sólo en la metrópolis sino también en la India, en Egipto y en las demás colonias. Seríamos ciegos si les dijéramos a los obreros ingleses: “Guardaos de la conquista del poder y recordad siempre que vuestros sindicatos son el antídoto contra los peligros del Estado”. Un marxista les dirá: “La burocracia sindical es el principal instrumento de la opresión del Estado burgués .

Hay que arrancar el poder de manos de la burguesía, por lo tanto su principal agente, la burocracia sindical, debe ser derrocado” .

Entre paréntesis, es justamente por esto que el bloque de Stalin con los rompehuelgas fue tan criminal .

En el ejemplo de Inglaterra se ve claramente lo absurdo de contraponer, como si implicaran principios diferentes, la organización sindical y la organización del Estado. Allí más que en ninguna otra parte el Estado descansa sobre las espaldas de la clase obrera, que constituye una mayoría aplastante de la población del país. Hay un mecanismo por el cual la burocracia se apoya directamente en los obreros y el Estado lo hace indirectamente, por la intermediación de la burocracia sindical .

Hasta ahora no hemos mencionado al Partido Laborista, que en Inglaterra, el país clásico de los sindicatos, no es más que una trasposición política de la misma burocracia sindical. Los mismos líderes conducen los sindicatos, traicionan la huelga general, llevan a cabo la campaña electoral y luego se sientan en los ministerios. El Partido Laborista y los sindicatos no constituyen dos entes: son una mera división técnica del trabajo .

Juntos forman la principal base de sustentación de la burguesía inglesa, a la que no se puede derrocar si no se derroca primero a la burocracia laborista. Y esto no se logra contraponiendo los sindicatos como tales al Estado como tal, sino mediante la activa oposición del Partido Comunista a la burocracia laborista en todos los campos de la vida social: en los sindicatos, en las huelgas, en la campaña electoral, en el parlamento y en el poder .

La tarea principal de un verdadero partido del proletariado consiste en ponerse a la cabeza de las masas trabajadoras, organizadas o no en los sindicatos, para arrancar el poder de manos e la burguesía y darles el golpe de gracia a los “peligros del estatismo”.. .

Constantinopla, octubre de 1929 



[1] Rosmer, Alfred (1877-1964). Originalmente anarquista, luego socialista, militó en la agitación contra la Primera Guerra Mundial, colaborando en esto con Trotsky hasta la expulsión de éste de Francia. Miembro fundador del Partido Comunista Francés, fue elegido al Comité Ejecutivo de la Comintern. Expulsado del Partido Comunista en 1924 fue miembro del movimiento trotskista desde sus comienzos hasta su renuncia en 1930. Siguió siendo gran amigo personal de Trotsky y de Natalia Sedova (la viuda de Trotsky). 
[2] Guesdistas, Dentro del movimiento socialista, los seguidores de Jules Guesde (1845-1922), primer dirigente marxista de Francia y rival de Jaurés en el partido unificado. Guesde se jactaba de su ortodoxia marxista, pero se convirtió en un socialpatriota durante la Primera Guerra Mundial. 
[3] Tercera República. El gobierno de Francia desde la caída del Segundo Imperio (1871) hasta la invasión nazi y la instauración del régimen de Vichy (1940). 
[4] Proudhonismo Escuela de pensamiento creada por Pierre Joseph Proudhon (1809-1865), el famoso socialista utópico. Imaginaba una sociedad basada en el libre intercambio entre productores independientes y consideraba al Estado menos importante que los talleres que él suponía lo reemplazarían. 
[5] Quai de Jemmapes. Sede de Vie ouvrière, primer periódico de Monatte. 
[6] Carta de Amiens. Adoptada bajo la influencia de los sindicalistas en el congreso de Amiens de la CGT (1906), exigía la total autonomía y absoluta independencia de los sindicatos de todo partido político. 
[7] Comité Anglo-Ruso. Formado en 1925 con representación paritaria de las direcciones de las federaciones sindicales británica y rusa, Sirvió a los dirigentes sindicales británicos como careta de izquierda contra la crítica del Partido Comunista mientras liquidaban la huelga general británica de 1926. Cuando no pudieron sacarle más provecho, los dirigentes británicos abandonaron el comité.  
[8] Révolution proletarienne, Periódico sindicalista fundado por Monatte en 1924, después de haber dejado el Partido Comunista. 
[9] Testamento (de Lenin). Carta de Lenin del 25 de diciembre de 1922, con una posdata del 4 de enero de 1923, proponiendo al Partido Comunista soviético que se removiera a Stalin del puesto de Secretario General. Su existencia fue negada durante mucho tiempo, pero Jruschev la reconoció oficialmente durante el período de la desestalinización.