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León Trotsky, Rosa Luxemburg y Antonio Gramsci. Confluencias y divergencias en las hipótesis estratégicas

Guillermo Iturbide

MARXISMO

León Trotsky, Rosa Luxemburg y Antonio Gramsci. Confluencias y divergencias en las hipótesis estratégicas

Guillermo Iturbide

Ideas de Izquierda

Ponencia de Guillermo Iturbide expuesta en la charla “Relaciones posibles entre Trotsky y otros marxistas” en el II° Encuentro Internacional León Trotsky de San Pablo, Brasil, el 22 de agosto de 2023, en el simposio temático virtual número 3.

Mi ponencia tiene que ver con la relación entre estos tres marxistas. Desde el comienzo hay un hilo bastante cercano entre Trotsky y Rosa Luxemburg, quienes parten de una crítica a Lenin bastante similar, en el momento de la división de la socialdemocracia rusa en 1903.

Hay algo en el joven Trotsky que Alain Brossat llama “concepción sociologista” de la hegemonía, que luego Juan Dal Maso toma, en el sentido de marcar mucho el ímpetu del movimiento de masas como la clave del proceso revolucionario, que ponía en el centro a las clases y al movimiento de masas y su énfasis estaba puesto en el proceso y subestimaba la organización partidaria centralizada. Rosa Luxemburg tiene una posición algo parecida en esas primeras críticas. En la polémica con Lenin esta última tenía una idea de que la organización partidaria y el movimiento obrero en su conjunto son una suerte de equivalentes, retomando de alguna manera cierta idea del “partido político en sentido amplio” como la clase en su conjunto, que estaba en algunas formulaciones tempranas de Marx, que restringía a los comunistas a ser solo la parte más decidida de ese partido, pero, en estas nuevas condiciones. En Rosa Luxemburg es algo más acotado y el “partido histórico” pasa a ser el movimiento obrero, que es una parte relativamente más avanzada de la clase obrera en su conjunto, es decir, su parte organizada aunque sea económicamente pero conducida y puesta en acción por sindicatos que se consideran socialistas. En tanto, Lenin planteaba la no identidad entre movimiento obrero y partido, digamos, retomando el otro polo de la idea de Marx, la de que los comunistas, al ser la parte más decidida de la clase obrera de alguna manera tienen una suerte de agrupamiento y un programa propio como el que expresaba la Liga de los Comunistas y su Manifiesto.

El rechazo de Trotsky y Luxemburg a las ideas de Lenin en cuanto a la organización partidaria se ligaba a una valoración negativa de una suerte de jacobinismo residual, una concepción autoritaria de la revolución como una suerte de sustitucionismo de las masas por los líderes, que emparentaban también con la tradición de los populistas rusos. Hace poco traduje desde el ruso dos trabajos de Trotsky que estaban inéditos en castellano, “Antes del 9 de enero” y “Tras el levantamiento de San Petersburgo”, ambos de entre fines de 1904 y comienzos de 1905, donde se describe la idea de la autoactividad de las masas con pinceladas similares. En esos textos, Trotsky introduce los primeros elementos de su teoría de la revolución permanente. Por ejemplo, en “Tras el levantamiento de San Petersburgo”, Trotsky plantea: “Pues lo que se necesita ahora no son ardientes ilusiones sino una clara conciencia revolucionaria, un plan de acción definido, una organización revolucionaria flexible”. Cuando se refiere a las “ilusiones ardientes” se refiere a la aparición de figuras “milagrosas” como el cura Gapón que lideró el movimiento del 9 de enero de 1905. Trotsky, en 1906, hace una suerte de prólogo a este texto donde aclara que finalmente se encontró ese tipo de organización, y que se trataba del soviet de diputados obreros surgido a mediados del año anterior y de cuyo consejo de San Petersburgo él fue el presidente. Ahí también hay una cosa interesante tanto en Trotsky como en Rosa Luxemburg sobre la insurrección:

Marchar hacia la revolución no significa, necesariamente, equiparse para un levantamiento armado en un día determinado con anterioridad. No se puede designar un día y una hora para una revolución como para una manifestación. El pueblo nunca ha hecho revoluciones siguiendo una orden. Pero lo que puede hacerse es, en vista de la catástrofe inevitable que se viene, elegir las posiciones más convenientes, armar e inspirar a las masas con una consigna revolucionaria, llevar en simultáneo a todas las reservas al campo de acción, ejercitarlas en el arte de la guerra, mantenerlas en armas todo el tiempo y, en el momento oportuno, hacer sonar la alarma en toda la línea [1].

Más adelante volveremos sobre este tema cuando veamos cómo recapituló el Trotsky post-revolución de Octubre en 1923 sobre este tema, pero por ahora digamos que se emparenta con los reparos hacia los elementos conspirativos que la propia Rosa Luxemburg ponía previamente a la revolución de 1917 al respecto sobre los preparativos insurreccionales, a los que tendía a identificar con un deslice hacia el sustitucionismo. A veces hay alguna “vulgata” que suele afirmar que Rosa Luxemburg estaba en contra de la idea de insurrección, pero la realidad es, como suele ocurrir, más compleja:

Esta vez, por el desarrollo lógico interno de los acontecimientos sucesivos, la huelga de masas se transformó en insurrección abierta, en barricadas armadas y, en Moscú, en lucha callejera. Las jornadas de diciembre de Moscú cerraron el primer año de la revolución, que tuvo una gran riqueza en experiencias, y constituyeron el punto culminante de la línea ascendente de la acción política y del movimiento de la huelga de masas. Los acontecimientos de Moscú muestran igualmente, como una pequeña muestra, el desarrollo lógico y el futuro del movimiento revolucionario de conjunto: la culminación inevitable en una insurrección general abierta, que no puede darse de otra forma que a través de la escuela de una serie de insurrecciones parciales preparatorias, las cuales terminan en “derrotas” parciales que, consideradas aisladamente, pueden parecer “prematuras” [2].

Entonces, encontramos en esta etapa una coincidencia entre Trotsky y Luxemburg en cuanto al énfasis en la autoactividad de las masas y la crítica al “jacobinismo” conspirativo. En el texto de donde sacamos la cita anterior, Huelga de masas, partido y sindicatos proviene su idea de que la conciencia política se desarrolla entre un estado latente y teórico y otro práctico y activo. Así desarrolla una visión no gradual ni evolutiva del desarrollo de la conciencia, en contraposición a la socialdemocracia alemana que planteaba que era necesario un enorme nivel de organización para recién después organizar a la clase en general y las reservas estratégicas de la clase trabajadora. Pero sin contar Rusia con la posibilidad de una organización sindical que no fuera totalmente clandestina y limitada era imposible plantearse una organización según ese esquema clásico.

A su vez, Trotsky mismo reconoce que su primera hipótesis revolucionaria está muy ligada a la idea de la huelga de masas, muy parecida al modelo de Rosa Luxemburg. Esta lógica va formando un armazón de pensamiento sobre cómo construir una fuerza social, en el caso de Trotsky para habilitar la hegemonía de clase trabajadora sobre los campesinos, que está muy enlazada con los debates muy posteriores sobre el programa transicional. Trotsky no piensa en un programa solamente en el sentido de cómo sería un programa de la clase obrera como clase en el poder, sino también con la idea de cómo, mediante el desarrollo de la autoactividad de las masas, tender ese puente que va construyendo esa fuerza social. Se podría decir que hay muchos ecos de una idea luxemburguiana ahí. La paradoja es que lo que Luxemburg considera en su modelo de 1905-06 que tiende a organizar esa fuerza social construida es la huelga de masas misma, mientras que Trotsky hace hincapié en la cristalización organizativa en los soviets. La “ausencia” de los soviets en esa obra de Rosa Luxemburg podría deberse a que se trataba de un trabajo pensado para ser leído en Alemania y en Occidente, espacios con una saturación de mediaciones organizativas y de sindicatos, mientras que en Rusia la ausencia de todas ellas haría de los soviets instituciones demasiado “rusas”. Si el marxismo hubiera generalizado la idea de los organismos de autogobierno de las masas antes de la experiencia de de 1917 y sobre todo de la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky, tal vez la obra de Rosa Luxemburg debería haberse llamado “Huelga de masas, partido y soviets”, o “estrategia insurreccional, partido y soviets”. No obstante, Rosa Luxemburg considerará algunos años más tarde a los soviets como instancias de organización. La idea de reservas estratégicas implica la necesidad de poner en acción en los momentos decisivos de la revolución al conjunto de la clase trabajadora y no solamente a sus elementos más activos y conscientes. Luxemburg, muy tempranamente, es consciente de esta tarea y de que tanto los sindicatos (y mucho menos el partido) son incapaces de organizar el conjunto de la clase, es decir, de ser el partido obrero en sentido amplio e histórico en el sentido de Marx, por lo cual hay un vacío teórico allí, hasta que los soviets también para Luxemburg pasen a ser ese tipo de organización del conjunto de la clase trabajadora.

Un programa de transición entre la reforma social y la revolución

En la construcción de la fuerza social hegemónica de la revolución, el germen de la idea de programa transicional ya se encuentra en ¿Reforma social o revolución? de Rosa Luxemburg. Porque la pelea por las reformas tiene que darse de manera tal que construya un tipo de subjetividad que haga de ella punto de apoyo para la conquista del poder político (y, según Rosa Luxemburg, el partido socialista únicamente puede ser partido de gobierno “sobre las ruinas del capitalismo”, no manteniendo el Estado tal cual es). Es una lógica adelantadísima a su tiempo y que la Internacional Comunista va a empezar a sistematizar como forma de intervención política en sus primeros congresos y que luego la Cuarta Internacional daría una forma acabada como su programa fundacional en 1938.

Esta forma de construir una fuerza social revolucionaria como un pasaje de la conciencia teórica y latente de las tácticas, a la conciencia práctica y activa del despliegue del contenido del programa revolucionario en la realidad, que está en el corazón de la lógica del programa de transición, es la que vuelve a aparecer en la polémica entre Luxemburg y Kautsky sobre cómo luchar por la conquista del sufragio universal en Prusia en 1910, sobre cómo forjar la subjetividad revolucionaria a partir de la autoactividad de las masas, en que su experiencia cotidiana, que en el momento de pasar al momento insurreccional esa subjetividad esté previamente forjada en esa experiencia.

En su experiencia en la revolución alemana de 1918, se podría decir que Rosa Luxemburg se adelanta un poco a Trotsky en “sacar de Rusia” la estrategia de la construcción de soviets. Para una gran parte de las interpretaciones de lo que sería la estrategia luxemburguista, los consejos obreros alemanes habrían sido formas auxiliares de un gobierno revolucionario, una suerte de “cámara social” para contrarrestar las tendencias contrarrevolucionarias pero de ninguna manera determinar el gobierno de la revolución. Pero para la revolucionaria polaca los consejos solo valían la pena como organizaciones revolucionarias en tanto existieran como un poder alternativo al del “gobierno de la revolución” que representaba el llamado Consejo de Comisarios del Pueblo (que adoptó ese nombre conscientemente copiado del gobierno revolucionario ruso surgido en Octubre de 1917 como una manera de sembrar confusión en los trabajadores y sembrar ilusiones en sus promesas de “socialización”) encabezado por Friedrich Ebert. Los consejos obreros alemanes entonces eran vistos por Luxemburg como la exclusiva organización de un futuro gobierno revolucionario.

En 1923, Trotsky publica un artículo sobre la revolución alemana que se estaba desarrollando en ese momento, llamado “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”. En ese trabajo parece como si ajustara cuentas con algunos puntos de su más temprana conciencia teórica, la de la época de “Antes del 9 de enero” y “Tras el levantamiento de San Petersburgo”, los textos que mencionábamos más arriba. En ellos tendía a aminorar los preparativos insurreccionales como una especie de rezago de la época populista. Ahora, tras la experiencia de Octubre, esto aparecía enfocado de otra manera:

El Partido Comunista no puede tener una actitud de espera ante el creciente movimiento revolucionario del proletariado. (…) El Partido Comunista no puede utilizar la ley liberal según la cual las revoluciones ocurren pero jamás se hacen y, por lo tanto, no se pueden fijar para una fecha específica. (…) Si el país está atravesando una profunda crisis social, si las contradicciones se agravan al extremo y las masas trabajadoras están en constante fermento; si el partido evidentemente se apoya en la indiscutible mayoría de los trabajadores y, en consecuencia, en todos los elementos más activos, con más consciencia de clase, los más sacrificados; entonces la tarea a la que se enfrenta el partido (la única posible bajo esas circunstancias) es fijar el momento preciso en el futuro inmediato, momento en el que la situación revolucionaria favorable no pueda volverse abruptamente en nuestra contra, y entonces concentrar todos nuestros esfuerzos en la preparación del golpe, subordinar toda la política y la organización al objetivo militar, para asestar ese golpe con la máxima potencia [3].

Lo mismo puede decirse de la actitud de Rosa Luxemburg frente a la insurrección en la revolución alemana de 1918-19. Por un lado, en un comienzo se opone a la tentativa de insurrección de los primeros días de enero de 1919 organizada por el comité de acción compuesto en su mayoría por militantes del USPD y de los Delegados Revolucionarios y una minoría de dos comunistas, por considerarla extremadamente prematura y destinada a la derrota, y contando con la perspectiva de una insurrección futura mejor organizada donde uno de los indicadores de la factibilidad de la toma del poder fuera que el PC alemán hubiera derrotado políticamente y liquidado al centrista y vacilante Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), del cual los espartaquistas habían formado parte durante casi dos años. Sin embargo, Luxemburg, una vez que la tentativa insurreccional se puso en marcha y era imposible detenerla, se plegó a ella y buscó que triunfara por todos los medios posibles [4]. Aquí claramente en Trotsky y Luxemburg la ruptura con su conciencia anterior se debe a la experiencia de la organización de la insurrección de Octubre.

Y en eso llegó Gramsci

Y aquí llegamos a la asociación que hace Gramsci en los Cuadernos de la cárcel entre Luxemburg y Trotsky. Es muy conocida su crítica en ellos a la teoría de la revolución permanente, que en varios pasajes tiende a asociar con la llamada “teoría de la ofensiva” de los llamados comunistas de izquierda, una fracción de la Tercera Internacional que sacaba la conclusión de que las lecciones de la Revolución de Octubre se podían sintetizar en terminar con la separación entre un programa mínimo reformista y un programa máximo socialista dando las batallas “mínimas” y “parciales” con métodos insurreccionales y maximalistas, la pura “guerra de movimiento” como una “revolución ininterrumpida”, enfoque fuertemente combatido por el propio Trotsky y por Lenin:

La teoría de Bronstein [Trotsky] puede compararse con la de ciertos sindicalistas franceses sobre la huelga general, o con la teoría de Rosa [Luxemburg] en el folleto traducido por Alessandri. El folleto de Rosa y las teorías de Rosa han influido, por lo demás, en los sindicalistas franceses (…) también depende[n] en parte, de la teoría de la espontaneidad. (…) A propósito de los conceptos de guerra de movimiento y guerra de posición en el arte militar y los conceptos relativos en el arte político, hay que recordar el librito de Rosa [Huelga de masas, partido y sindicatos] (…) En el librito se teorizan un poco precipitada y hasta superficialmente las experiencias histórica de 1905: pues Rosa descuidó los elementos “voluntarios” y organizativos que en aquellos acontecimientos fueron mucho más numerosos y eficaces que lo que ella tendía a creer, por cierto prejuicio suyo “economicista” y espontaneísta. De todos modos, ese librito (y otros ensayos de la misma autora) es uno de los documentos más significativos de la teorización de la guerra de movimiento aplicada al arte político [5].

No hay espacio aquí para entrar en una discusión extensa sobre Gramsci y estas discusiones sobre Trotsky, para lo cual remito a Hegemonía y lucha de clases, el libro de Juan Dal Maso, pero me parece que lo que Gramsci consideraba como “guerra de posiciones” va muy en el sentido de lo que Rosa Luxemburg consideraba como realpolitik revolucionaria y la idea de programa transicional en Trotsky. Para esto hay que dejar de lado cierta “vulgata” que aún existe dentro de una parte del movimiento trotskista que lleva a un rechazo hacia la figura de Gramsci por sus críticas a Trotsky y algunos de sus posicionamientos en los comienzos de la lucha al interior del Partido Bolchevique, o por ejemplo a la manera en que un poco burdamente se tiende a relacionar la contraposición entre guerra de maniobra y guerra de posición a la estrategia kautskiana, algo que en parte es un efecto indeseado de cierta lectura de Las antinomias de Antonio Gramsci de Perry Anderson. Que, de vuelta, es un tema que ha sido resuelto por las diversas críticas a esas interpretaciones y que pueden consultarse en la obra de Juan Dal Maso. Me parece que es productivo e interesante analizar los motivos de esta inclusión y esta discusión, donde la lectura de Gramsci creo que está un poco determinada por su polémica al interior del comunismo italiano contra Amadeo Bordiga, que efectivamente forma parte de la tendencia internacional de los “comunistas de izquierda” asociados a la teoría de la ofensiva (donde tenían mucho peso el KAPD alemán, el comunismo austríaco, figuras como György Lukács y los comunistas húngaros en sus comienzos) y quien, además, durante un breve tiempo mantuvo cierta relación política con Trotsky a partir del origen de la Oposición de Izquierda en el Partido Bolchevique. Bordiga, por caso, incluso solo aceptaba a los soviets para organizar el gobierno de la clase trabajadora únicamente luego de la toma del poder pero consideraba que no cumplían ningún rol en la pelea previa por ese poder.

La asociación de Luxemburg con una posición similar a la de los sindicalistas revolucionarios italianos, franceses o alemanes y transformarla en una “comunista de izquierda” es muy difícil de sostener [6]. La opinión de Gramsci sobre Luxemburg como “economicista” creo que se deriva de cierta impresión que da la autora polaca en Huelga de masas, partido y sindicatos cuando caracteriza a la fase más radical de la revolución de 1905 como su etapa de “lucha económica”. Allí, por la forma en que parece ignorar el rol organizativo de los soviets (a los que solo menciona una vez y al pasar) y en cambio la idea de que el movimiento de la huelga de masas en sí es la organizadora, pareciera abonar cierta visión de una conexión bastante inmediata entre la lucha sindical y la insurrección, aunque posiblemente más bien le ponga el nombre de “etapa económica” a lo que en realidad significa la etapa en que las clases sociales se diferencian netamente y hay una lucha de “clase contra clase”, podríamos decir, donde los elementos anticapitalistas se despliegan totalmente, diferente a la primera etapa de la revolución de 1905 que ella llama “fase política” en la que burguesía y proletariado parecían ir de la mano en una revolución puramente política, sin cuestionar el régimen económico y social [7]. Pero si tomamos la idea de Gramsci de que la lógica de la guerra de posiciones es la traducción del bolchevismo a Occidente de la etapa de la preparación subjetiva de la revolución mediante la movilización, y si dejamos a un lado las interpretaciones reformistas ya largamente desacreditadas y rebatidas que la entienden literalmente como la conquista de posiciones parlamentarias de manera pacífica, es posible ligarlo a la forma en que Rosa Luxemburg concebía cómo había que hacer política en el día a día, haciendo un puente entre la lucha por reformas reales y la preparación subjetiva para la revolución (realpolitik revolucionaria) y la lógica del programa de transición de Trotsky.


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NOTAS AL PIE

[1“Antes del 9 de enero”, León Trotsky, La teoría de la revolución permanente, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2023, pp. 76-77.

[2Huelga de masas, partido y sindicatos, en Rosa Luxemburg, Socialismo o barbarie, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2021, pp. 183-184.

[3León Trotsky, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2016, pp. 662-663.

[4Ver centralmente “El fracaso de los dirigentes”, Rosa Luxemburg, Socialismo o barbarie, op. cit., pp. 545-548.

[5Antonio Gramsci, Antología (selección, traducción y notas de Manuel Sacristán), México DF/Madrid, Siglo XXI, 1999, pp. 284-285 y 419.

[6Por poner un ejemplo, concepciones de Luxemburg muy opuestas a la panacea de la teoría de la ofensiva se pueden leer en un texto muy importante como “Lecciones de las tres Dumas”: “La profunda decepción por la larga pausa en la lucha revolucionaria es, por supuesto, solo el reverso de la suposición de que la revolución puede y debe ser impulsada en una línea progresiva ininterrumpida de enfrentamientos y victorias. La base de tal expectativa es la opinión de que la revolución es un trastorno puramente político, para el que la sociedad está supuestamente preparada internamente y perfectamente madura desde el principio. Por el contrario, toda revolución es una revolución social, es decir, un período de maduración interna extremadamente tensa de la sociedad, un período de rápida formación, diferenciación y autoesclarecimiento de las clases. El curso inmediato de la agitación política se vuelve confuso y complicado por este proceso de maduración de la clase; periódicamente inhibe la acción revolucionaria en su apariencia externa para procesar sus resultados y reunir material para la acción posterior. Para entender si la revolución solo está pasando por una pausa temporal más o menos larga, o si realmente ha llegado a su fin, es necesario tomar conciencia de las tareas que se presentan ante ella como una necesidad histórica y de las condiciones concretas para el cumplimiento de estas tareas después de que la lucha de clases se haya desarrollado en el curso de la revolución y bajo su influencia”. Rosa Luxemburg, „Lehren aus den drei Dumas“ (publicado originalmente en polaco en Przegląd Socjaldemokratyczny, N° 3, Mayo de 1908. En Rosa Luxemburg, Arbeiterrevolution 1905/06. Polnische Texte, Berlín, Karl Dietz Verlag, 2015, p. 249.

[7Dicho sea de paso, el PC alemán en los primeros meses de 1919, tras el asesinato de Rosa Luxemburg y bajo la conducción de Paul Levi (también parte de la vieja guardia de la Liga Espartaco), parece tener una visión parecida que pone un signo igual entre las huelgas y las insurrecciones en la revolución, ver, por ejemplo, la carta de Paul Levi a Lenin citada en Ben Fowkes, Communism in Germany under the Weimar Republic, Londres, Macmillan Press, 1984, p. 31.
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Guillermo Iturbide

(La Plata, 1976) Es licenciado en Comunicación Social (FPyCS-UNLP) y doctorando en Ciencias Sociales (FaHCE-UNLP). Compiló, tradujo y prologó Rosa Luxemburg, "Socialismo o barbarie" (2021) y AA.VV., "Marxistas en la Primera Guerra Mundial" (2014). Ha participado en la traducción y edición de las Obras Escogidas de León Trotsky de Ediciones IPS. Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997.