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Red Internacional

La primavera de los pueblos comienza en Praga

En el aniversario publicamos una traducción especial de parte del libro (Introducción, conclusión y postcriptum) que escribió el historiador trotskista Pierre Broué al calor de los acontecimientos.

Sábado 25 de agosto de 2018

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Ensayo sobre la revolución política en Europa del Este

Pierre Broué

Introducción

La noticia difundida por los transistores en la mañana del 21 de agosto de 1968 ha significado una cruel bofetada para más de un militante comunista, tanto de este país como de otros, y después de la ocupación de Checoslovaquia por parte de las tropas de los cinco países aliados del Pacto de Varsovia, sus consecuencias no han dejado de hacerse sentir en el movimiento comunista y obrero mundial, tanto en la lucha de clases como en la conciencia de cada militante.

Ciertamente, el universo de los partidos comunistas no era ya el de las tranquilas certidumbres de la época estalinista, en el que cientos de miles de sinceros militantes estaban dispuestos a jurar que en la URSS no existían los campos en los que vivían y luchaban contra el sufrimiento y la muerte, millones de esos Iván Denísovich, de los cuales el gran escritor Aleksandr Solzhenitsyn, describiría en “Un día en la vida de Iván Denísovich”. Luego ocurrió la primera gran sacudida, 1953, la muerte de Stalin, poniendo de manifiesto el terror pánico de sus sucesores y subordinados, la divulgación sobre las confesiones arrancadas bajo la tortura a los médicos detenidos unas semanas antes y unánimemente denunciados como “asesinos de bata blanca” por la prensa de los PC de todo el mundo. Unos meses más tarde se produjeron las manifestaciones de los albañiles de las obras de la avenida Stalin en Berlín Este, protestando contra el aumento de las “normas” – una rebaja del salario disimulada – y contra el destino particular reservado a los obreros, los únicos en no beneficiarse de las medidas liberales del “nuevo curso”, su transformación en una revuelta y luego en insurrección, ahogada en menos de 24 horas por los tanques rusos. En el año 1956 en el XX° congreso del PCUS, tuvo lugar el famoso discurso secreto de Nikita Khrutchev, la crítica al abuso “del culto a la personalidad”, una ventana entreabierta a los crímenes de Stalin, la eliminación total de la generación de revolucionarios, durante las grandes purgas de los años 36-38. Algunos meses más tarde estallaba en Polonia la “primavera en octubre”, otro golpe a continuación de esas declaraciones, los trabajadores de Poznan que se sublevaban contra la angustia y el hambre, y luego la explosión en la prensa, en las calles, las manifestaciones, los mítines, los poemas de toda la juventud, que obligaron a sus antiguos carceleros a llevar al poder un preso recientemente liberado Gomulka, precisamente porque venía de salir de la cárcel a fin de darle al partido, al menos por un tiempo, una imagen aceptable. Hubo también en Hungría esos meses de octubre a diciembre los combates en la calle, la guerra contra la ocupación rusa, los consejos obreros dirigiendo la resistencia, una lenta y dura reconquista por parte de un gobierno fantoche apoyado por los tanques y policías rusos y nuevamente comunistas ejecutados por orden de los dirigentes de Moscú, los Imre Nagy, Pal Maleter, Miklós Gimes, colgados o fusilados no sabemos cuándo ni dónde…

Con el retorno de la calma, el tiempo que pasaba, coartadas como argumentos, tales como “el cardenal Mindszenty”, o los “antiguos horthystas”, finalmente todos estos hechos se habían olvidado. El reconocimiento de los “errores” del “pasado”, un pasado de crímenes y persecuciones, el pasado estalinista del movimiento comunista, había tranquilizado a numerosos militantes: esas abominaciones pertenecían al pasado, un pasado ya finalizado, condenado a terminarse desde el momento en que había sido reconocido, nombrado, señalado, era ahora inofensivo, pues tenía el rostro de un muerto. “En adelante todo esto será imposible” repetían a coro viajeros, comentaristas, publicistas burgueses, deseosos de asegurar la política de “distensión” –o para preparar la guerra contra China–, y periodistas, miembros o no del partido, trabajando con ahínco para romper el “aislamiento” de los comunistas, “sacarlos del gheto”, integrarlos en la “izquierda” con un “programa común” y lo que seguirá es bien conocido.

Pero, lo que estaba ocurriendo en Praga desde principios del año 1968 –desde el “plenum” de enero que había mostrado al Stalin checoslovaco Antonin Novotny, bajarse del primer escalafón del poder– precisamente parecía confirmar este optimismo, se trataba del anuncio de una renovación. El rostro de hombre honesto de Alexander Dubcek, en las pantallas de televisión, en los trailers de actualidad, los reportajes entusiastas sobre la felicidad de vivir esa primavera que estallaba en Praga, los discursos de renovado estilo sobre “el socialismo con rostro humano”, los “nunca más” indefinidamente repetidos por los dirigentes checoslovacos, todo ello significaba para muchos, la aparición de un nuevo rostro del movimiento comunista, una desestalinización positiva, un himno al porvenir después de las lágrimas del pasado. El “socialismo con rostro humano” era el rostro de Dubcek, su emoción, su felicidad el Primero de Mayo ante el entusiasmo popular, confirmando que el estalinismo estaba bien muerto, cuando las gigantescas estatuas de Stalin se habían desplomado una tras otra, sobre sus propios escombros en las capitales de Europa del Este.

Y luego, el 21 de agosto, los aviones que transportaban las tropas de élite, los regimientos de la seguridad, los tanques que patrullaban las calles de todas las ciudades, los cañones que apuntaban la multitud estupefacta, desesperada, los jóvenes que atacaban los tanques a bastonazos –y esos hombres los del “socialismo con rostro humano”, detenidos, golpeados, encadenados, arrojados en aviones militares, y los “colaboradores” que regresaban de Moscú, protegidos por la policía de ocupación, y nuevamente la inmensa instrumentalización de la calumnia contra “las fuerzas de la derecha”, “el intento de restauración del capitalismo”, “la influencia vengativa de Bonn”.

Los rusos liberaron a los mismos hombres que pocos días antes acusaban de traición e intentaron obtener por su intermedio, una “normalización” que los checoslovacos rechazaban. Intelectuales y estudiantes, continuaron manifestando su voluntad de seguir defendiendo su revolución y su socialismo, contra toda tentativa de amordazarlos o falsificarlos; la clase obrera puso de relieve con actos espectaculares y responsables, que no solo formaban parte, sino que eran la columna vertebral de la potente resistencia de un pueblo entero al control burocrático llamado “normalización”. Y hoy, como ayer los bonzos contra el aborrecido régimen del imperialismo en Vietnam, se incendian como antorchas, a la faz del mundo…

Es ciertamente difícil para un militante comunista admitir las cosas tal cual son, ver a los dirigentes rusos como burócratas rabiosos por el terror de ver elevarse a la clase obrera y sus organizaciones de clase por sus reivindicaciones democráticas, y frente a su deseo de retomar un poder que se le ha usurpado. Es tan difícil que no faltaron en Francia militantes comunistas que imaginaron ingenuamente, que había una correlación entre la voluntad de Waldeck Rochet de liquidar, en junio, la huelga general de diez millones de trabajadores, a cambio de elecciones y su condena en agosto de la intervención militar rusa contra una pretendida tentativa de restauración capitalista. Sin embargo, son numerosos los militantes comunistas que aprobaron sin reservas la condena por parte del PCF [Partido Comunista Francés] de la intervención, pero que se negaron a ver en los acuerdos de Moscú –apoyados por Waldeck Rochet y sus camaradas–, otra cosa que lo que realmente eran: un “diktat” impuesto con el cuchillo en la garganta a dirigentes comunistas encadenados para, a través de ellos, encadenar a todo un pueblo.

En primer término, es para estos militantes comunistas que hemos escrito el presente texto, y sobre todo porque su prensa miente o cambia de un día para el otro y la de la burguesía triunfante, que difícilmente puede disimular su júbilo detrás de hipócritas lágrimas por el destino de los pequeños países, les resulta difícil pues no verse tentados de creer lo que el enemigo de clase se esfuerza por hacerles admitir por medio de los potentes medios de intoxicación a su disposición: que el ideal comunista ha muerto bajo las orugas de los tanques una mañana de verano en Praga… Ciertamente la burguesía no puede menos que alegrarse cuando para millones de hombres, la imagen del comunismo tiene el repulsivo rostro del estalinismo, de la dictadura burocrática, de la fuerza bruta y de la represión policíaca contra la juventud y los trabajadores. La burguesía saltaba de alegría en su gran prensa este verano que Praga, durante cierto tiempo pueda ocupar la primera plana, mientras que eminentes intelectuales –de “izquierda” naturalmente– se interrogaban en voz alta como se podía ser aún comunista, y no menos eminentes diputados gaullistas invitaban a los revolucionarios de Mayo a demostrar su verdadera valentía manifestando delante de los tanques rusos en lugar de hacerlo frente a nuestros inofensivos CRS(1).

En cuanto a nosotros, creemos que a pesar del estalinismo, el comunismo es más que nunca una necesidad histórica. Porque el comunismo es la única esperanza para una humanidad amenazada por la contradicciones mortíferas de una economía basada en el lucro, que se manifiestan en la época del imperialismo, en el estrangulamiento de las fuerzas productivas, el auge demencial de las fuerzas destructivas y la triple amenaza de la crisis económica, el terror blanco y del armamento atómico. El estalinismo, como lo describía un polaco en 1956 y los checos nuevamente en 1968, es un cáncer que la presión del imperialismo ha desarrollado sobre una revolución victoriosa en Rusia, pero aislada en un solo país: solo la acción victoriosa de los trabajadores del mundo entero será capaz de extirparlo totalmente en su lucha contra el imperialismo y de arrojarlo al museo de la prehistoria de la humanidad. Lejos de constituir una condena del comunismo como medio emancipador de los oprimidos y explotados, el comienzo de revolución política que hoy se vive en Checoslovaquia, nos lleva a una conclusión diametralmente opuesta. La lucha de la juventud checoslovaca, el alza en todos los países de una nueva generación de luchadores por un comunismo auténtico, por la democracia obrera en el socialismo, la resurrección con Pavel Livitnov, Larissa Daniel (Bogoraz) y sus compañeros, conocidos o no, de la gran tradición revolucionaria rusa, constituyen hoy en día el más poderoso factor del renacimiento del comunismo, un renacimiento que pasa por la destrucción total del estalinismo. Esta perspectiva es mucho más aterradora para la burguesía que el rostro de un Brejnev quien brutal con los trabajadores no cesa de tenderle la mano. Para combatir su propia burguesía los obreros comunistas deben elegir; o con Brejnev y sus explotadores, o con los trabajadores checoslovacos hoy, soviéticos mañana, en la Internacional de los oprimidos.

No vamos a disimular que al escribir este ensayo, no solo hemos pensado en los militantes del partido comunista: pensamos en aquellos camaradas honestos y de mucho coraje que desde el mes de mayo han constituido las tropas de los “comités de acción”, y han sido la punta de lanza de numerosas organizaciones que se reclaman de la perspectiva revolucionaria y anti-stalinista. No citaremos a nadie, pero estamos aterrados de escuchar o de leer algunas de las posiciones y argumentos esbozados por sus “jefes” en cuanto a la situación en Checoslovaquia. Desde quienes retomando del estalinismo, al mismo tiempo que sus métodos burocráticos en la organización de las luchas, sus argumentos más groseros, se unieron al coro de la represión denunciando la acción de fuerzas “de derecha” en Checoslovaquia, hasta aquellos herederos de las formas más primitivas y más reaccionarias del pensamiento político a las que consideran “novedosas”, y que han saludado en la intervención rusa el punto de partida de una “toma de conciencia” y de un desarrollo revolucionario “por venir” y se han negado a “condenarla como el PCF”. Numerosos son, lamentablemente, quienes se aprestan a caracterizar como “socialista” el más mínimo movimiento nacionalista burgués, siempre y cuando se produzca en África o en América Latina y enarbolan los retratos de Guevara, que no los compromete en nada. Pero no son capaces de ver el carácter obrero y socialista de un movimiento de masas en un país industrializado que se produce frente a ellos, simplemente porque habla de “libertad” y de “humanismo”, porque se diferencia claramente de los “teóricos” que bautizan de “fascista” la Unión Soviética actual, e incluso porque los “comités de acción” lograran crear, como en Praga, “sindicatos de masas” y porque toda la acción de los revolucionarios de Checoslovaquia constituye una severa condena de la teoría de “las minorías aplastantes”.

El ritmo de la historia se acelera. La causa del socialismo necesita de todas las fuerzas hoy en día dispersas. Porque en el mundo entero, de México hasta Leningrado, de París a Moscú, de Pekín a Praga, las fuerzas sociales comienzan a alinearse en orden de batalla hacia un nuevo enfrentamiento que decidirá el destino de la humanidad: los combates de los estudiantes, signo precursor infalible, lo atestiguan. El desafío es el mismo que Marx señalaba desde hace más de un siglo: “socialismo o barbarie”. Conocemos los múltiples rostros de la barbarie: se llaman hitlerismo, guerras mundiales o coloniales, “retorno de Vietnam a la edad de piedra”, campos de exterminación, napalm, bombas atómicas, desempleo, sub-alimentación, GPU, proceso de Slanky… El rostro del socialismo, ayer el de la revolución de Octubre, es hoy en día, el de los consejos obreros húngaros de 1956, el de la huelga general de mayo del 68 en Francia, el de la Primavera de Praga. Está aún escondido a los ojos de muchos, hundido en las prisiones o en el exilio, con los polacos Jacek Kuron y Karol Modzelewski, con los soviéticos Pavel Litvinov y Larissa Daniel, pero al mismo tiempo se hace visible con los miles de trabajadores en huelga y los jóvenes indignados en el mundo entero. Se encuentra en los corazones de millones de Checoslovacos en lucha contra la desesperanza y millones de trabajadores en el mundo, comunistas o no, que intentan comprender, antes de poner en marcha sus columnas de rangos y puños cerrados. Es por ellos que hemos escrito este modesto ensayo, inspirado tanto en la prensa como en las obras aparecidas para esta fecha, y sobre un número importante de testimonios escritos y orales, sobre los cuales, sabrán disculparnos, guardar total discreción, sin necesidad de justificarnos.

1. CRS: Compañías Republicanas de Seguridad, fuerzas de seguridad de la Policía Nacional francesa.

Conclusión

Hace un poco más de treinta años, en las primeras páginas de su obra maestra, La Revolución Traicionada, Trotsky había trazado las líneas de la crisis final de la burocracia que ha comenzado a desarrollarse bajo nuestra mirada:

“La revolución que la burocracia prepara en contra de sí misma no será social como la de octubre de 1917, pues no tratará de cambiar las bases económicas de la sociedad ni de reemplazar una forma de propiedad por otra. La historia ha conocido, además de las revoluciones sociales que sustituyeron al régimen feudal por el burgués, revoluciones políticas que, sin tocar los fundamentos económicos de la sociedad, derriban las viejas formaciones dirigentes (1830 y 1848 en Francia; febrero de 1917, en Rusia). La subversión de la casta bonapartista tendrá, naturalmente, profundas consecuencias sociales; pero no saldrá del marco de una revolución política.

Un Estado salido de la revolución obrera existe por primera vez en la historia. Las etapas que debe franquear no están escritas en ninguna parte. Los teóricos y los constructores de la URSS esperaban, es cierto, que el completamente transparente y flexible sistema de los soviets permitiría al Estado transformarse pacíficamente, disolverse y morir a medida que la sociedad realizara su evolución económica y cultural. La vida se ha mostrado más compleja que la teoría. El proletariado de un país atrasado fue el que tuvo que hacer la primera revolución socialista; y muy probablemente tendrá que pagar este privilegio con una segunda revolución contra el absolutismo burocrático. El programa de esta revolución dependerá del momento en que estalle, del nivel que el país haya alcanzado y, en una medida muy apreciable, de la situación internacional. Sus elementos esenciales, bastante definidos hasta ahora, se han indicado a lo largo de las páginas de este libro: son las conclusiones objetivas del análisis de las contradicciones del régimen soviético.

No se trata de reemplazar a un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder su lugar a la democracia soviética. El restablecimiento del derecho de crítica y de una libertad electoral auténtica, son condiciones necesarias para el desarrollo del país. El restablecimiento de la libertad de los partidos soviéticos, y el renacimiento de los sindicatos, están implicados en este proceso. La democracia provocará, en la economía, la revisión radical de los planes en beneficio de los trabajadores. La libre discusión de los problemas económicos disminuirá los gastos generales impuestos por los errores y los zigzags de la burocracia. Las empresas suntuarias, Palacios de los Soviets, teatros nuevos, metros, construidos para hacer ostentación, dejarán su lugar a las habitaciones obreras. Las ’normas burguesas de reparto’ serán reducidas a las proporciones estrictamente exigidas por la necesidad y retrocederán a medida que la riqueza social crezca, ante la igualdad socialista. Los grados serán abolidos inmediatamente, las condecoraciones devueltas al vestuario. La juventud podrá respirar libremente, criticar, equivocarse, madurar. La ciencia y el arte se sacudirán sus cadenas. La política exterior renovará la tradición del internacionalismo revolucionario”(1).

Desde 1953 –año de la muerte de Stalin, en el que Trotsky había escrito que sería seguido por la demolición de sus estatuas gigantes- ha comenzado “la revolución que la burocracia prepara en contra de sí misma” en su esfuerzo por salir de sus contradicciones: La insurrección de Berlín-Este y la huelga de Vorkuta en 1953, el octubre polaco y húngaro en 1956, la primavera checoslovaca de 1968 constituyen las primeras etapas. Con las particularidades propias a cada país, las circunstancias particulares, los hombres indudablemente diferentes, la revolución política se desarrolla en el sentido previsto por Trotsky sobre la base de su análisis de las contradicciones de la burocracia y del rol revolucionario de la clase obrera. Trotsky, porque él era, no el profeta retratado por Isaac Deutscher, sino el militante armado del pensamiento, del método marxista y de la experiencia de medio siglo de luchas revolucionarias, había ya hecho el análisis que hacen hoy –con o sin la ayuda de sus escritos- otros militantes que, frente a las mismas contradicciones, extraen las mismas perspectivas. En ninguno de los países en los que surge la revolución política, ha sido cuestión –en oposición a lo que afirmaban los abogados conscientes o no del estalinismo- de “cambiar las bases económicas de la sociedad”. Como lo escribe justamente el militante comunista francés Pierre Daix: “si la burocracia novotyana no ha sabido construir el socialismo, ha conservado, sin embargo, los fundamentos sociales, la apropiación nacional de los medios de producción que permite construirlo. Ella ha dilapidado mucho de su patrimonio, pero no ha tocado los títulos de propiedad”(2).

Como esperamos, haya sido comprendido, luego de la lectura de este ensayo, hoy, treinta años después del primer análisis sobre la revolución política, la joven generación obrera y estudiantil arrastrando tras de sí las amplias masas, y resucitando viejos militantes abatidos pero no vencidos por el estalinismo, ha entrado en la lucha contra la burocracia bajo las consignas enseñadas por Trotsky: democracia socialista, derecho de crítica, libertad electoral y de partidos socialistas, independencia de los sindicatos, libre discusión sobre las cuestiones económicas, libertad de la ciencia y del arte, derecho de la juventud a respirar libremente, internacionalismo revolucionario. Este comprende a los comunistas, los militantes obreros del mundo entero, incluidos los franceses.

Pierre Daix, al que el impulso entusiasta de la revolución política en Checoslovaquia refleja en su Periódico de Praga, es sin dudas uno de los primeros en haberlo escrito. En su conclusión escribe: “La crisis abierta es de la misma magnitud que aquella abierta en 1914, cuando los partidos socialistas de la II Internacional renegaron de sus principios y al internacionalismo proletario para entrar en la guerra imperialista apoyando a sus Estados respectivos”. Luego agrega: “En aquella época, Lenin y su fracción bolchevique, únicos opositores, no eran tan importantes en el movimiento general y estaban mucho más aislados que lo es hoy en día el partido checoslovaco”(3). Desde su punto de vista, “el estalinismo es un sistema cerrado sobre sí mismo. Aísla el partido creando las condiciones para su degeneración. Aísla los elementos revolucionarios más avanzados, del resto de la clase… Aísla también al país, ya sea en nombre de la construcción del socialismo en un solo país o en nombre del campo socialista. Aislamiento ideológico y también claramente policíaco, aislamiento que causa la coerción, la violencia, y al mismo tiempo, indisolublemente, el doble lenguaje; porque este aislacionismo y estancamiento de la revolución son presentados como su futuro y su expansión”(4). Ese militante del PCF, convencido de la necesidad de conducir la lucha contra el estalinismo, hace suyas las conclusiones de la revista del PC austriaco, Tagebuch: “El combate por triunfar prácticamente del estalinismo, está perdido de antemano cuando se desarrolla dentro de las estructuras elaboradas por el mismo estalinismo y en el marco estricto del Partido sin buscar sus bases en las grandes masas del pueblo. No está perdido porque las masas de adherentes al Partido se oponen, sino porque las fuerzas que reinan sobre el Partido –no solo las de su dirección sino y sobre todo afuera de su dirección, las del aparato de seguridad extendiendo sus decenas de miles de tentáculos- en tales condiciones son siempre las más fuertes”(5). Quebrando –y nosotros sabemos hasta qué punto esta fractura puede ser dolorosa- el lazo privilegiado que une a todo militante del PCF a la burocracia del Kremlin tiene el coraje de escribir: “Al gran pueblo soviético, primero en haber intentado construir el socialismo, que por la inmensidad de sus sacrificios ha quebrado a Hitler, se le plantea, hoy en día, recuperar, reganar el socialismo”(6).

Afirmaciones correctas, afirmaciones valiosas incluso, pero sin embargo insuficientes para dar respuesta a las cuestiones angustiantes que se plantean en Checoslovaquia muchos militantes comunistas sobre la actitud de la clase obrera francesa, de los militantes del PCF. En fin, de los dirigentes de ese partido que pensaban de su lado pero que descubren día a día que son en realidad los cómplices ejecutantes de la contrarrevolución burocrática, hasta en las precauciones oratorias y en las distancias que tomaron frente a la intervención militar. Ahora bien, hombres como Pierre Daix deben dar una respuesta, y no solo a los comunistas checoslovacos: se las deben a los militantes franceses, a los más antiguos que han vivido la influencia total del estalinismo sobre la clase, así como a los más jóvenes que pretenden rechazarla con injurias –los “crápulas estalinistas” por ejemplo– y entre los cuales, algunos, retroceden en el tiempo hasta los balbuceos del movimiento obrero dudando aun entre Marx y Bakunin. Pierre Daix, que está comenzando a decir la verdad, debe decirla entera. La verdad, hoy más que nunca, es revolucionaria.

La realidad es que el PCF siguió siendo un partido estalinista. Lo es porque los hombres que lo dirigen hoy en día han sido sin una sola excepción, seleccionados, formados, educados, en el harén del aparato estalinista, bajo el puño de una dirección burocrática y “a la sombra de un aparato de seguridad extendiendo sus tentáculos”. Hablando, a propósito de La Confesión de Artur London del asesinato en Bruselas en 1944 del checoslovaco Fried, antiguo enviado de la Internacional al PCF, Louis Aragon acaba de escribir que “lo han asesinado en su departamento –se dice – sin siquiera interrogarlo, de entrada”, y precisa: “Parece que el interrogatorio de Desider Fried ha sido dejado en manos de los servicios de seguridad checoslovacos, bajo la inspiración o no del aparato Beria”(7). En otros términos, asesinos de la GPU –y no de la “seguridad checoslovaca” que no existía en esta época más que lo que existía la Checoslovaquia y su Estado mismo– han matado en la Bélgica ocupada – sin juicio previo- un dirigente comunista. Esos hombres estaban dirigidos por Beria, o sea, el jefe de la GPU designado por Stalin. En 1944, como diez años antes, como veinte años después, los hombres de la GPU de Stalin, las “decenas de miles de tentáculos del aparato de seguridad”, como dice Daix, no se extendía solamente al interior de los partidos en el poder, sino en todos los partidos incluso los más alejados de la unión Soviética, en los partidos clandestinos o legales. Pierre Daix no escribe lo contrario, pero no lo desarrolla explícitamente tampoco: al interior de cada PC se encuentra el aparato de seguridad de Moscú, extendiendo sus tentáculos sobre la dirección como sobre el aparato, en el corazón del PCF también. Y precisamente, este partido, como todo partido estalinista, está enteramente dominado por su aparato, que decide sobre todas las cuestiones, y no deja al militante más que el derecho a ejecutar las decisiones tomadas sin su participación… y de quejarse en su célula. Para ir hasta el final de la verdad indivisible, hombres como Daix deben admitir que el PC francés es de la misma índole que el PC checoslovaco, y que lo que escribe para uno, es válido para el otro.

La verdad es que muchos hombres que en el PCF, desde el 21 de agosto y en ciertos casos desde mucho antes condenan a los dirigentes rusos, no se plantean ni en sueños volver a los principios de Lenin y ni volver a ser combativos en la lucha de clases, sino, por lo contrario, sueñan en reconciliarse con su propia burguesía… y que tirando al niño con en agua de la bañera, entierran la revolución en la cripta del estalinismo. La verdad es que las auténticas “protestas” en el PCF –quienes han percibido durante el mes de mayo su aislamiento en relación a la juventud, su degeneración en la liquidación de la huelga general– han perdido el combate antes de haberlo comenzado porque juegan con las reglas del juego que les han sido impuestas por la burocracia, “el combate al interior de las estructuras elaboradas por el mismo estalinismo” La verdad es que los dirigentes del PCF no dieron pruebas de “independencia”, “reprobando” la intervención militar para aprobar, algunos días más tarde, sus consecuencias, los “acuerdos” de Moscú, pero intentaron y lograron retardar la inevitable crisis a su izquierda al orden del día desde que los dirigentes comunistas de la CGT cambiaron la huelga general por el plato de lentejas envenenadas de las “elecciones generales”. La verdad es que guardando contacto con su burguesía y sus “lazos” con Moscú, el PCF no deja de ser un partido estalinista.

Sin embargo, muchos militantes del PCF hoy están dispuestos a luchar contra el estalinismo que pesa sobre cada uno de los gestos de sus vidas como militantes, de la relación con la clase y particularmente con la juventud. Numerosos son aquellos que han comprendido, al menos de manera confusa, lo que había significado “el espesor del silencio norteamericano durante los 90 días de amenazas y presiones ininterrumpidas de parte de la URSS hacia Checoslovaquia”(8). Y la complicidad de Brejnev y Johnson contra la revolución en sus diferentes formas, incluido Vietnam, donde la intervención rusa en Praga resulta una cobertura a la agresión norteamericana. Numerosos son los militantes del PCF que presienten que el aislamiento de la juventud, en el que sus dirigentes trabajaron tan activamente como la burguesía, es solo la condición previa de una ofensiva general contra la clase obrera y sus organizaciones. Numerosos son hoy quienes, tanteando, buscan las vías y los medios para organizar la resistencia y el Frente Único de clase que será la espina dorsal. Si, camarada Daix, “depende tanto de los hombres como del Estado”, y los viejos estalinistas pueden, en Francia mañana, como hoy en Checoslovaquia, “revitalizarse como comunistas”(9).

Para poder responder a las preguntas que se hacen hoy los militantes, en Checoslovaquia como en Francia, no basta con desestalinizar la historia, tanto de la Unión Soviética como la de Checoslovaquia, aunque ello será indispensable. Hay que analizar y combatir el estalinismo en su propio país. Es necesario señalar con el dedo al estalinismo en acción en Francia y a Thorez en Libération y Georges Marchais y Séguy en mayo de 1968, Waldeck Rochet en junio y la batalla de L’humanité por la participación en las “elecciones Faure”, y las pesadas columnas consagradas en la prensa del PCF a “la vía parlamentaria hacia el socialismo” y a “la lucha por la democracia avanzada”. Solo entablando en Francia la batalla de clase contra su enemigo de clase –la burguesía francesa protegida por la burocracia-, los comunistas franceses se desharán de sus Novotny y de sus Mamula, así como de sus Husak y sus Strugal. Solo recordando que Lenin logró vencer en 1917 porque desde 1914 ya había no solo reconocido la bancarrota de los partidos y de la Internacional Comunista –cosa que Pierre Daix empieza a hacer hoy– sino también comenzaba una lucha concreta e implacable por la reconstrucción de nuevos partidos y de una nueva Internacional –lo que Daix no hace ni dice, pero que él mismo u otros dirán o harán mañana. Porque el Periódico de Praga, con todos sus límites, constituye una toma de conciencia valiosa y ejemplar: es el primer retoño francés de nuestra Primavera de Praga, la esperanza que pronto la clase obrera francesa podrá cesar, como lo está haciendo hoy, de “pagar como clase el peso del estalinismo”(10)…

1. León Trotsky, La revolución traicionada, capítulo 11.
2. Pierre Daix, Periódico de Praga, París, Ed. Julliard, 1968. (Documento capital del Redactor en jefe de Las Cartas Francesas) p. 268.
3. Ibídem , pp. 281-281.
4. Ibídem, pp. 158-159.
5. Ibídem, p. 240.
6. Ibídem, p. 282.
7. Louis Aragon, “Ha leído usted la Confesión?”, Las Cartas Francesas, n° 1271, 19-25 de febrero de 1969. Lavrenti P. Beria (1899-1953): Nombrado jefe de la GPU en 1938, cuando fue desplazado Iezov. En 1946 ascendió a miembro del Buró Político. Después de la muerte de Stalin se lo acusó de ser agente británico desde 1919 y fue ejecutado.
8. Ibídem, p. 271.
9. Ibídem, pp. 268-269.
10. Ibídem, pp. 186-187.

Post-scriptum

El manuscrito de este ensayo ha sido entregado el 9 de marzo de 1969. Importantes eventos han tenido lugar desde entonces: manifestaciones anti-rusas el 28 de marzo, arrastrando multitudes hacia las calles de todas las grandes ciudades, amenazas del Kremlin y misión de M. Semionov y del Mariscal Gretchko, amonestación del presídium a Josef Smrkovky, acusado por la Pravda de haber participado de las manifestaciones, nueva suspensión de la revista Politika, censura previa impuesta a Listy y a Reporter, Condena del ejecutivo del Partido de la declaración de la Unión de Periodistas, y mañana, sin dudas, otras medidas, nuevas amonestaciones, revocaciones, incluso quizás inculpaciones.

Estos eventos no justifican ninguna modificación a nuestro texto, ningún cambio en nuestro análisis ni en nuestras conclusiones. Nuestros lectores saben perfectamente que el problema no son los actos de “vandalismo” como en las oficinas de Aeroflot o en otros lugares, sino el de la intervención contrarrevolucionaria de los gobiernos que se reclaman del “socialismo”. Ellos saben bien que de lo que se trata es de la resistencia de los trabajadores checoslovacos y de la juventud de ese país, de su lucha por la libertad de expresión y de organización, de su combate contra la burocracia. Los redactores de Listy, semanario de la unión de Escritores, de Reporter, de la unión de Periodistas, de Politika, revista del Comité Central y expresión política de la línea del XIV Congreso, no han llamado a la “violencia”, ni han cometido ningún acto de “vandalismo”: ellos han, simplemente, mantenido, de manera firme, sus exigencias políticas, el derecho de los trabajadores a la información y a la verdad, y su reivindicación de la democracia socialista. Esos hombres, más que ningún otro, eran capaces de impedir la violencia ciega y sin perspectiva, de proteger a los trabajadores de las provocaciones policiales, y lo han hecho en la medida de sus posibilidades. Pero son atacados, justamente, porque expresan esta revolución política que los dirigentes de la burocracia rusa han decidido acallar, sean cuales fueran las consecuencias y los costos.

Nos contentaremos con señalar que numerosos comentadores de Europa Occidental siguen presentando los acontecimientos de Praga como si Alexandre Dubcek y sus camaradas continuasen luchando tenazmente contra el dominio ruso y como si en ese “combate” gozaran de la confianza de la población. Es, en efecto, posible que la presencia de la dirección de Dubcek durante las próximas semanas impida que se desarrollen las “consecuencias imprevisibles” con las que amenazan los dirigentes rusos y checoslovacos desde el 27 de agosto. Un historiador de la ocupación alemana en Francia, escribe como conclusión de su relato sobre la destrucción del Viejo Puerto de Marsella: “Podemos pensar que los ocupantes aceptarían, de buen grado, reducir sus exigencias a condición que los franceses solucionen sus problemas por ellos mismos, efectuando el trabajo sucio, impidiendo las reacciones más peligrosas de la población”(1). Todo indica que es, en efecto, en este sentido que se plantea hoy en día el problema de la relación entre Dubcek y los gobernantes del Kremlin, y que los trabajadores checoslovacos tienen absoluta conciencia.

El mito de Dubcek, su compromiso con la burocracia bajo el título de “socialismo con rostro humano”, hoy ya no constituye en Praga una verdadera barrera entre los trabajadores y la perspectiva de la revolución política. Pero puede aún servir a los burócratas, tanto en la Unión Soviética contra la revolución política, como en los países capitalistas occidentales contra la revolución socialista –sobre todo manteniendo la ilusión entre los trabajadores del Este como entre los trabajadores del Oeste, que la burocracia sería capaz de reformarse a sí misma. Lo cual vuelve nuestro trabajo aún más necesario.

9 de abril de 1969

1. Delarue, Trafico y crímenes bajo la ocupación, p. 271.

* Suplemento de La Verité n° 542, Revue Troskiste, 39, rue du Faubourg-du-Temple, París (10°).
Traducción al español para LID: Marian Azzul y Michel Rosso.


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