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Escritos Latinoamericanos (compilación, 3ra. edición)

La lucha antimperialista, la tradición marxista y la teoría de la revolución permanente

La lucha antimperialista, la tradición marxista y la teoría de la revolución permanente

La lucha antimperialista, la tradición marxista y la teoría de la revolución permanente 1

Por Juan Dal Maso

Ha sido un lugar común de todas las corrientes nacionalistas y populistas latinoamericanas, la reivindicación de una alianza entre la clase obrera y las burguesías “nacionales” en función de las tareas de emancipación del imperialismo y la resolución de la cuestión agraria, es decir, la de darle la tierra a los campesinos. En los años ‘20 esta posición se planteaba, como en el caso del aprismo, como una alianza derivada de la imposibilidad de que la clase obrera, dado el escaso desarrollo industrial autóctono, pudiera elevarse a clase dirigente y dominante. Desde fines de los ‘30 y durante las décadas de los ‘40 y ‘50, a este fundamento, menos sostenible por los cambios sufridos en una porción importante de los países semicoloniales a partir de los escenarios generados por la crisis del ‘29, los años previos a la Segunda Guerra y durante el desarrollo de la misma2, fue suplantado paulatinamente por la idea de que la burguesía “nacional” dirigía los asuntos públicos en interés de la clase obrera y las mayorías populares. De esta forma, las corrientes nacional-populistas contraponían la lucha contra el imperialismo, que sólo estaban dispuestas a dar de forma parcial y restringida, a la lucha por la revolución obrera.
A su vez, desde el ángulo de la estrategia y la teoría marxista, el problema de la lucha contra el imperialismo y su relación con la revolución socialista, pasó por diversos estadios de elaboración, ligados estrechamente al desarrollo de los procesos revolucionarios en el mundo colonial y semicolonial.
En el campo de la teoría y las ciencias sociales, el fenómeno del chavismo y el resurgir de “nacionalismos” de diversa intensidad, han alimentado la vuelta de ciertos debates en torno a temas como el nacionalismo, el antiimperialismo, la relación entre la emancipación nacional y la lucha de clases, la unidad latinoamericana, entre otros. Investigadores y académicos han encarado el estudio de las experiencias de las organizaciones que durante distintos períodos de la historia latinoamericana hablaron en nombre del antiimperialismo3.
En este contexto, los escritos latinoamericanos de León Trotsky, adquieren una sorprendente actualidad. En esta introducción nos proponemos realizar un recorrido sumario del camino que va desde las elaboraciones tempranas de la III Internacional en relación con los países coloniales y semicoloniales hasta la formulación por Trotsky de la teoría de la revolución permanente, sin la cual resulta imposible comprender las principales aristas de los análisis y posicionamientos de Trotsky acerca de la realidad latinoamericana de su tiempo.

LA III INTERNACIONAL Y LA “CUESTIÓN DE ORIENTE”

La III Internacional se distinguió desde sus orígenes por una posición tajante y contundente en apoyo de las luchas de liberación de los pueblos coloniales, opuesta por el vértice al esquematismo eurocéntrico y proimperialista de la socialdemocracia en su declinación. Lenin se apoyó para esta política de principios, en los artículos de Marx sobre Irlanda, escritos en la década del ‘70 del siglo XIX, y generalizó sus conclusiones para todos los pueblos coloniales y nacionalidades oprimidas, incluyendo en primer lugar las que formaban parte del antiguo imperio zarista. Ahora bien, esta posición de principios, fundamental para orientarse en cuanto al apoyo incondicional que debía dar el poder de los soviets y la clase obrera de Occidente a los pueblos oprimidos, tenía un límite teórico e histórico. Porque, si bien Lenin había virado con las Tesis de Abril a un punto de vista en el cual las tareas de la revolución burguesa sólo podían ser resueltas por la revolución proletaria y el gobierno de la clase obrera en alianza con los campesinos (dejando atrás su vieja consigna de “dictadura democrática de obreros y campesinos”4), la experiencia revolucionaria de Oriente no daba elementos suficientes para generalizar esas conclusiones del proceso ruso al conjunto de los países coloniales y semicoloniales. Esto se debía a la relativa falta de madurez de la clase obrera para tomar la dirección de los movimientos de emancipación y la debilidad de los jóvenes partidos comunistas de esos países. En este sentido, la hipótesis global de Lenin y la III Internacional combinaba el alzamiento del proletariado de Occidente y de los movimientos de emancipación nacional en las colonias, pero ponía de relieve la necesidad de un mayor desarrollo de la clase obrera y de los partidos comunistas autóctonos, para que éstos pudieran plantearse la cuestión de la toma del poder por el proletariado. Ese desarrollo debía conquistarse, no sólo por el mero crecimiento cuantitativo de la clase obrera, sino a partir de intervenir sistemática y consecuentemente en la lucha por la emancipación del imperialismo y por la resolución de la cuestión agraria.

ALCANCES Y LIMITACIONES DE LAS “TESIS DE ORIENTE”

Consecuentemente con el punto de vista que señalamos arriba, las
“Tesis Generales sobre la cuestión de Oriente” (1922) del IV Congreso de la III Internacional, más conocidas como “Tesis de Oriente”, fueron escritas de cara al crecimiento de los movimientos de lucha anticolonial y definían a la resolución de la cuestión agraria y la de la independencia nacional como las tareas centrales de la revolución en las colonias. A su vez, el apoyo a la liberación de las colonias era una forma de rodear a la Rusia Soviética de nuevos aliados en el terreno internacional y en perspectiva, extender su influencia sobre aquellos países.
Si bien las “Tesis” planteaban la incapacidad de las burguesías nativas de llevar esa lucha hasta el final, no desarrollaban completamente las conclusiones que se desprenden de esa premisa, en el sentido de que no postulaban claramente a la clase obrera como clase dirigente de esas tareas y no señalaban la mecánica que podía establecerse, partiendo de este hecho, entre las tareas nacionales y la revolución proletaria.
Por eso, las “Tesis de Oriente”, postulaban “el frente único antiimperialista”, como bloque de todas las clases opuestas al imperialismo, incluyendo acuerdos coyunturales con las corrientes burguesas, resguardando la independencia política de los comunistas dentro de ese frente único, pero dando por un hecho la debilidad de la clase obrera para constituirse en caudillo de las tareas nacionales y por ende, cuestionar a su vez la propiedad privada, entrelazando las tareas burguesas con tareas propias de la lucha de la clase obrera contra la burguesía “nacional”.
La concepción trazada por las Tesis en cuanto a la revolución en Oriente tenía un carácter semietapista, derivado en su mayor parte de la imposibilidad de generalizar la experiencia rusa a países en los cuales la clase obrera tenía un desarrollo menor que en Rusia y los comunistas no tenían peso entre las masas. No obstante estas limitaciones, el IV
Congreso se había propuesto ubicar el problema de la revolución en
Oriente como parte de la lucha de la clase obrera a nivel mundial. Como planteaba Trotsky en su informe al IV Congreso:
“En las colonias observamos un creciente movimiento nacional revolucionario. Los comunistas representan allí sólo un pequeño núcleo incrustado en el campesinado. De este modo, en las colonias tenemos en primer lugar movimientos nacionales pequeñoburgueses o burgueses. Si a uno le preguntaran sobre las perspectivas del desarrollo socialista o comunista en las colonias entonces diría que esta pregunta no puede plantearse de manera aislada. Por supuesto, después de la victoria del proletariado en Europa, esas colonias se transformarán en la arena para la influencia cultural, económica y de cualquier otro tipo ejercida por Europa, pero para esto primero deben jugar su rol revolucionario paralelamente al rol del proletariado europeo. En esta conexión, el proletariado europeo y en particular el de Francia y especialmente el de Inglaterra, están haciendo muy poco. El crecimiento de la influencia de las ideas del socialismo y el comunismo, la emancipación de las masas trabajadoras de las colonias, el debilitamiento de la influencia de los partidos nacionalistas no puede ser garantizado sólo por el rol de los núcleos comunistas nativos sino por la lucha del proletariado de los centros metropolitanos para la emancipación de las colonias. Sólo por este medio el proletariado de los centros metropolitanos demostrará a las colonias que hay dos naciones europeas, una de los opresores, la otra de los amigos; sólo así le dará un mayor impulso a las colonias que derribarán la estructura del imperialismo y así desempeñarán un servicio revolucionario a la causa del proletariado”5. Veamos que se mantuvo y qué se perdió de este punto de vista consecuentemente internacionalista.

CENTRISMO BUROCRÁTICO Y DEGRADACIÓN TEÓRICA

El proceso de burocratización de la URSS, impactó de lleno en la III
Internacional, virando en el transcurso de un lustro de una posición internacionalista revolucionaria a la diplomacia pacifista en función del “socialismo en un solo país”. Esto provocó, a su vez, un efecto complejo en su política hacia los pueblos coloniales y semicoloniales. En este sentido, el ‘24, es una suerte de “año bisagra”, ya que en este año empieza el proceso del Thermidor soviético en la URSS y el desbande centrista burocrático (una dirección burocrática que giraba a derecha o izquierda según de dónde recibiera el golpe) de la III Internacional. Bajo dirección de Zinoviev (en ese momento en alianza con Stalin y Kamenev contra Trotsky), el V Congreso de la Internacional Comunista desconoce
la derrota de la Revolución Alemana del ‘23 y adopta la tesis de “la radicalización de los campesinos”, tesis que se complementa con políticas oportunistas hacia los partidos burgueses con base campesina, que pasan a ser definidos como “partidos obreros y campesinos”, entre ellos el Kuomintang de Chiang Kai Shek, quien en 1926 será nombrado presidente honorario de la Internacional Comunista, cortesía correspondida por el honorable general con la persecución y el asesinato de los comunistas chinos, hechos dramáticamente narrados por André Malraux en su gran novela La condición humana.
Justamente en la Segunda Revolución China, fue donde Stalin y Bujarin terminaron de postular una metafísica de la revolución colonial con dos características centrales: en su contenido fundamental, la operación “teórica” consistía en abstraer a China de sus relaciones con la economía mundial y luego, deducir del carácter “atrasado” del país el supuesto rol revolucionario de la burguesía para dirigir una “revolución nacional”.
Por eso la política impuesta al PC chino fue la de la subordinación política y organizativa al Kuomintang. Pero esta política, que seguía como la sombra al cuerpo la vieja política menchevique de apoyo a la burguesía por respeto a las etapas “obligadas” del desarrollo histórico, necesitaba maquillarse con autoridad “bolchevique”. Por eso, Stalin y Bujarin combinaban la “teoría” de la “revolución nacional” con la vieja fórmula de
Lenin de la “dictadura democrática de los obreros y campesinos” que, como ya explicamos, Lenin había considerado caduca cuando luchó contra su propio partido para que éste adoptara las Tesis de Abril. Resumiendo, una política menchevique de derecha con un débil barniz de “viejo bolchevismo”. Pero, mientras para Lenin la “dictadura democrática de obreros y campesinos” era una fórmula con carácter algebraico, para Stalin y Bujarin era la clave de una aritmética contra la perspectiva de la revolución proletaria. Rakovski escribió una vez que el militante bolchevique de 1917 difícilmente se hubiera reconocido en el de 1928. Lo mismo se aplica a la política colonial de la III Internacional. El apoyo a los movimientos de liberación se había transformado en la subordinación a la burguesía nacional; la independencia del partido comunista en sujeción al nacionalismo burgués; la reivindicación del carácter de clase del partido en la teoría policlasista de partidos “bipartitos” “obreros y campesinos”; la vieja consigna de Lenin de la “dictadura democrática de los obreros y campesinos”, de una fórmula algebraica para prever acontecimientos futuros en un dogma vacío contra la perspectiva de la revolución obrera. Un proceso de degradación teórica había tenido lugar. Venía de la mano con el proceso de reacción social y burocratización, que había llegado para quedarse.

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN CHINA
Y LA TEORÍA DE LA REVOLUCIÓN PERMANENTE

La lucha de estrategias en torno a la Segunda Revolución China despejó los aspectos todavía indefinidos o provisorios de las viejas “Tesis de Oriente”. El enfrentamiento entre una política de apoyo al nacionalismo burgués chino, cuya expresión política era el Kuomintang (partido burgués de base campesina), sostenida por Stalin y Bujarin, y otra política de independencia política de la clase obrera y el Partido Comunista y constitución de soviets (Trotsky), se planteó de forma tal, que no quedaba margen para salidas “intermedias” entre ambas política irreconciliables.
En este punto, Trotsky sostuvo una lucha de estrategias no sólo con los que defendían una posición de revolución por etapas, escudada en una utilización metafísica de la vieja consigna bolchevique de “dictadura democrática de obreros y campesinos” sino también con aquellos que eran aliados suyos respecto a la lucha al interior de la URSS, pero concebían la Revolución China desde un punto de vista etapista, derivando del carácter atrasado del país el contenido “democráticoburgués” de la revolución y por ende, la imposibilidad de la revolución proletaria. En sus cartas a Preobrazhensky, Trotsky explicaba: “¿Cómo caracterizar una revolución? ¿Por la clase que la dirige o por su contenido social? Hay una trampa teórica subyacente al contraponer la primera a la última en forma tan general (…). El quid de la cuestión yace precisamente en el hecho de que, aunque la mecánica política de la revolución depende en última instancia de una base económica (no sólo nacional sino internacional), no puede, sin embargo, deducirse con una lógica abstracta de esta base económica. En primer lugar, la base misma es muy contradictoria y su “madurez” no permite la determinación estadística por sí sola; en segundo lugar, la base económica y la situación política deben enfocarse no en el marco nacional sino en el internacional, teniendo en cuenta la acción y reacción dialécticas entre lo nacional y lo internacional; tercero, la lucha de clases y su expresión política, desarrollándose sobre bases económicas, también tiene su lógica imperiosa del desarrollo, que no puede saltearse. Cuando Lenin dijo, en abril de 1917, que sólo la dictadura del proletariado podía salvar a Rusia de la desintegración y la destrucción, Sujanov (su opositor más coherente) lo refutó con dos argumentos fundamentales: 1) el contenido social de la revolución burguesa aún no se había logrado; 2) Rusia no había madurado económicamente para la revolución socialista. ¿Y cuál fue la respuesta de Lenin? Si Rusia ha madurado o no es algo que ‘debemos esperar y ver’; esto no se determina estadísticamente, sino por el curso de los acontecimientos y, además, sólo a escala internacional. Pero, dijo Lenin, independientemente de cómo se determinará este contenido social al fin, en el momento actual, hoy, no hay otro camino para la salvación del país –de la hambruna, de la guerra y de la esclavitud– si no es por la toma del poder por el proletariado”6.
Trotsky se apoyaba en la experiencia de la insurrección de Cantón de diciembre de 1927 porque, más allá de que había sido concebida como una acción ultraizquierdista desesperada, para “compensar” la anterior orientación de subordinación al Kuomintang, la política seguida por los obreros era una refutación de los puntos de vistas etapistas sobre la revolución china: “Los obreros tenían el poder en Cantón a través de sus soviets. De hecho estaba en manos del Partido Comunista, el partido del proletariado. El programa incluía no sólo la confiscación de cualquier propiedad feudal que aún existiera en China; no sólo el control obrero de la producción, sino también la nacionalización de la gran industria, la banca y el transporte, así como la confiscación de las viviendas burguesas y todas sus propiedades para uso de los trabajadores. Surge la duda. Si tales son los métodos de una revolución burguesa, ¿qué aspecto tendría la revolución socialista en China?”7.
Luego de la derrota de la Revolución China, Trotsky elaboró la teoría de la revolución permanente, que generalizaba las experiencias de Rusia y China al conjunto de los países coloniales y semicoloniales. En ella postulaba que solamente la clase obrera puede realizar, como caudillo de la nación oprimida, la resolución íntegra y efectiva del problema nacional y el problema agrario, para lo cual es necesaria su dominación política que, a su vez, sólo puede sostenerse afectando la propiedad privada capitalista, transformando la revolución burguesa en socialista y con ello en permanente. De esta forma, Trotsky, a la vez que refutaba los fundamentos de la política de apoyo a la burguesía “nacional”, seguida por Stalin y Bujarin en China, dotaba a la tradición marxista clásica de una teoría de la revolución a escala mundial, en la cual quedaban superados los puntos de vista semietapistas de las elaboraciones tempranas de la III Internacional respecto a la revolución en el mundo colonial y semicolonial.

TROTSKY, CÁRDENAS Y LOS GRADUALISMOS A DESTIEMPO

Para un análisis detallado de las posiciones de Trotsky sobre el fenómeno del cardenismo, remitimos al lector al estudio de Christian Castillo.
Aquí nos interesa señalar sintéticamente lo siguiente: a) Trotsky apoyó las medidas progresivas de Cárdenas (nos referimos a las expropiaciones de las empresas petroleras) y llamó al movimiento obrero a defender las expropiaciones contra los ataques del imperialismo, pero; b) no llamó a identificar el programa de la clase obrera con el del gobierno mexicano. En este sentido, Trotsky buscaba dialogar con los trabajadores que confiaban en Cárdenas, también desarrollando una crítica del programa cardenista.
c) En este aspecto se destacan las críticas a la retórica “socializante” de ciertos segmentos del discurso político cardenista, como por ejemplo a propósito de la discusión sobre la “colectivización completa” de lastierras del Estado al tiempo que se limitaba la reforma agraria. d) Trotsky consideraba necesario que las masas obreras y populares mexicanas, que eran cardenistas, como ahora en Venezuela son chavistas, hicieran una experiencia con su dirección, pero; e) no planteaba como una “etapa necesaria” (en el sentido de un lento y gradual paso adelante) la hegemonía cardenista sobre el movimiento obrero. Por lo cual, consideraba una condición indispensable para que la experiencia de la clase obrera se orientara en un sentido revolucionario, la plena independencia de la clase obrera, de sus organizaciones de masas y del partido revolucionario, respecto del gobierno.
Al revés de lo que pensaban ciertos “trotskistas” desorientados, Trotsky se orientaba para desarrollar este posicionamiento con la teoría de la revolución permanente, al tiempo que la contextualizaba, como él mismo explica en las citas que hemos escogido. Esto quiere decir que si bien la clase obrera es la única que en alianza con los campesinos puede dar una solución de conjunto y definitiva al problema de la independencia nacional y al problema agrario, esa potencialidad no se transforma en acto por el sólo hecho de propagandizarla. Era necesario que la clase obrera, compitiendo con la burguesía nacional, lograra la dirección de los campesinos, para esto era necesaria su independencia respecto del gobierno, etc.
La teoría de la revolución permanente implicó la superación definitiva de las fórmulas del tipo de la “dictadura democrática de obreros y campesinos”, que habían tenido un valor histórico preciso pero habían sido dejadas en el camino por el propio desarrollo de las experiencias revolucionarias de los años ‘20. Lo mismo se aplica a las “Tesis de Oriente” y a la consigna del Frente Único Antiimperialista, porque la experiencia china demostró que la burguesía nacional se ubicaba en los momentos cruciales como un agente del imperialismo contra el movimiento de las masas obreras y campesinas. Por ende la única posibilidad de conquistar la independencia nacional y la tierra para los campesinos recaía en la clase obrera, con su vanguardia organizada en partido revolucionario, como dirección de la alianza obrero-campesina. De aquí que cualquier uso de la vieja consigna del Frente Único Antiimperialista que, por otra parte, ni Trotsky ni la IV Internacional en vida de Trotsky jamás tomaron como propia, implique no sólo un retroceso teórico sino la justificación de una política de capitulación al nacionalismo burgués.
Experiencias posteriores al asesinato de Trotsky, como la Revolución
Boliviana de 1952 han dado sobradas pruebas de esto.

ALGUNAS CONCLUSIONES

Es necesario aclarar que la situación de América Latina ha cambiado mucho, desde los años en que fueron escritos los textos aquí citados, hasta hoy. En esos años, el imperialismo inglés se encontraba en retirada, mientras el imperialismo yanqui no terminaba de imponerse en el que después sería su patio trasero. Durante el siglo XX, los EEUU afianzaron su dominio sobre América Latina y el siglo XXI nos encuentra en plena declinación histórica del imperialismo norteamericano, aunque sin potencia reemplazante a la vista.
Durante ese recorrido, los movimientos “nacionales”, que se habían propuesto como bloqueo a la revolución proletaria en los ‘40 y como contención del ascenso de los ‘70, sucumbieron a la ofensiva neoliberal, transformándose en aplicadores directos de las políticas imperialistas. A su vez, la clase obrera latinoamericana desarrolló distintas experiencias de radicalización e incluso de revolución en ciertos casos, que pusieron en crisis su vínculo con el nacionalismo burgués y plantearon los elementos de una potencial superación del mismo.
Hoy, la combinación de desprestigio del neoliberalismo y la decadencia norteamericana, ha generado una nueva configuración de gobiernos “posneoliberales” de los cuales el de Chávez es, sin duda, el que más apoyo concita entre los trabajadores y las masas pobres de la región. Chávez, además, dice que quiere construir el “socialismo del siglo
XXI”. En este contexto, la ausencia de fenómenos igualmente significativos de radicalización obrera, empuja a las corrientes de izquierda hacia el oportunismo.
No es la primera vez que los reformistas presentan a un “movimiento nacional” como la antesala del socialismo. Las diferencias fundamentales son dos: en primer lugar, Chávez no tomó medidas que se acerquen siquiera en radicalidad a las expropiaciones de Cárdenas; en segundo lugar, el posibilismo es mucho más fuerte en la actualidad que en aquellos años, en los cuáles la clase obrera a nivel internacional, a pesar de los límites impuestos por el stalinismo, era vista como un sujeto del cambio revolucionario por el resto de los sectores populares.
En este contexto, el anclaje en la teoría de la revolución permanente de Trotsky resulta insustituible a la hora de pensar los procesos políticos latinoamericanos actuales, desde la óptica de unir la perspectiva de la emancipación nacional con la de la revolución proletaria, contra las ilusiones reformistas, etapistas o semietapistas.
Por último en los análisis de Trotsky sobre Cárdenas se anudan, por un lado, la articulación concreta de la teoría de la revolución permanente frente a una realidad específica o, como decía Trotsky, sui generis, y el desarrollo a un nivel más amplio y preciso de las luchas fundacionales del marxismo contra el nacional-populismo en América Latina (Ver anexo).
Desde el punto de vista político, sostenemos que de la actitud de Trotsky hacia Cárdenas, podemos desprender toda una serie de criterios de cómo actuar frente a los nacionalismos burgueses. Esto se refuerza por el hecho de que Cárdenas fue el que llegó más lejos en cuanto a afectar los intereses del imperialismo y por lo tanto, lo que el revolucionario ruso no concedió a Cárdenas no hay por qué concederlo a Chávez, por más que éste hable de “socialismo”.

***
La necesidad de reflexionar desde la teoría marxista sobre los problemas que implica la cuestión del nacionalismo y/o el antiimperialismo en América Latina no puede, ni mucho menos, limitarse a un recorrido por antiguas polémicas. Sin embargo, los debates que el lector encontrará en este libro son un punto de partida para una reflexión de carácter estratégico que combine los fundamentos de la teoría marxista con el análisis de la realidad actual, para cuya comprensión profunda resultan una herramienta de primer orden.
En este sentido, la política revolucionaria del presente debe nutrirse del pasado, de sus lecciones, sus experiencias, de todo aquello que, a través del tiempo, mantiene una actualidad y trasciende su propio marco histórico. De esta forma, las luchas de clase, políticas y teóricas pasadas pueden irrumpir en el presente, abriendo una brecha en el olvido impuesto por una temporalidad moldeada por los vencedores. Y así el presente se une con el pasado, por la vía de un pasado que se actualiza en el presente y un presente que se reconoce en el pasado.

1. Este artículo es una reproducción, con algunas modificaciones, del artículo del autor “La ilusión gradualista. A propósito del nacionalismo burgués, la retórica ‘socialista’ y el marxismo en América Latina”, publicado en Revista Lucha de Clases Nro. 7, Bs. As., junio de 2007.
2. Como la sustitución de importaciones, nacionalizaciones de distintos alcances en diferentes ramas de la industria y los servicios, mayores márgenes económicos y políticos para las burguesías locales y fortalecimiento estructural de la clase obrera.
3. Ver, por ejemplo, el Dossier de Políticas de la Memoria n° 6/7, “El antiimperialismo, ese objeto múltiple. En torno a las derivas del antiimperialismo latinoamericano de los años ‘20”. Bs. As., verano 2006/2007.
4. Esta consigna expresaba la necesidad de la alianza de la clase obrera y el campesinado contra el zarismo y la burguesía liberal, pero no explicitaba qué clase sería la que ejercería su hegemonía dentro del bloque revolucionario.
5. Trotsky, León, “Informe al IV Congreso de la Internacional Comunista”, www.marxists.org/archive/trotsky/1922/12/comintern.htm.
6. Trotsky, León, “Tercera Carta de Trotsky a Preobrazhensky” en Teoría de la Revolución Permanente (compilación), 2da. ed., Bs. As., CEIP, 2005, pág. 392. Los subrayados son nuestros.
7. Trotsky, León, “Primera Carta de Trotsky a Preobrazhensky”, op. cit., pág. 379.