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Boletín Nº 3 (Julio 2003)

"La historia del trotskismo norteamericano..." James Cannon, Conferencia V

"La historia del trotskismo norteamericano..." James Cannon, Conferencia V

Nuestra última conferencia nos llevó hasta la primera Conferencia Nacional de la Oposición de Izquierda, en mayo de 1929. Habíamos sobrevivido a las dificultades de los primeros seis meses de nuestra lucha, conservado nuestras fuerzas intactas y ganado algunos adherentes nuevos. En esta primera conferencia consolidamos nuestras fuerzas en una organización nacional, sentamos una dirección elegida y definimos más precisamente nuestro programa. Nuestros cuadros eran firmes, determinados. Eramos pobres en recursos y muy pocos en número, pero estábamos seguros que habíamos echado mano a la verdad y que con la verdad, finalmente triunfaríamos. Volvimos a Nueva York para comenzar el segundo paso de la lucha por la regeneración del comunismo norteamericano.
El destino de todo grupo político -si va a servir o degenerar y morir-se decide en sus primeras experiencias por el modo en que responde a dos cuestiones decisivas.

La primera es la adopción de un programa político correcto. Pero esto solo no garantiza la victoria. La segunda es que el grupo decida correctamente cuál será la naturaleza de sus actividades, y qué tareas se deberá fijar, dado el tamaño y la capacidad del grupo, el período del desarrollo de la lucha de clases, la relación de fuerzas en el movimiento político, etc.

Si el programa de un grupo político, especialmente de uno pequeño, es falso, nada puede salvarlo. Es imposible alardear en el movimiento político como en la guerra, la única diferencia es que en tiempos de guerra las cosas son llevadas a un punto en el que cada debilidad es expuesta casi inmediatamente, como queda demostrado en una escena tras otra en la guerra imperialista actual. Esta ley opera igual de cruelmente en la lucha política. Los alardeos no andan. A lo sumo deciden gente por un tiempo, pero las principales victimas de la decepción, al fin, son los alardeadores mismos. Se debe tener lo correcto. Es decir, se debe tener un programa correcto para sobrevivir y servir a la causa de los trabajadores.

Un ejemplo del resultado fatal de una liviana actitud hacia el programa, es el notorio grupo de Lovestone. Algunos de ustedes que son nuevos en el movimiento revolucionario pueden no haber oído nunca de su fracción, que una vez jugó un rol prominente, tanto más cuanto que ha desaparecido completamente de escena. Pero en aquellos días la gente que constituía el grupo de Lovestone eran los dirigentes del PC norteamericano. Ellos llevaron adelante nuestra expulsión, y cuando seis meses más tarde ellos fueron expulsados, comenzaron con mucho más fuerzas y recursos que nosotros. Hicieron una aparición más imponente en los primeros días. Pero no tenían un programa correcto y no trataron de desarrollar otro. Pensaban que podían engañar un poco a la historia que podrían esquivar los principios y conservar unida una gran fuerza mediante compromisos en la cuestión del programa. Y ellos lo hicieron en el primer tiempo. Pero al final, este grupo, rico en energías y habilidades, y con algunas personas muy talentosas, fue totalmente destruido en la lucha política, ignominiosamente disuelto. Hoy, la mayoría de sus líderes, todos ellos, hasta donde yo conozco, se han sumado al bando de la guerra imperialista, sirviendo a fines absolutamente opuestos a aquellos a los que se habían propuesto servir al comienzo de su trabajo político. El programa es decisivo.

Por otro lado, si el grupo malinterpreta las tareas fijadas para él por las condiciones de la época, si no sabe cómo responder a la más importante de las cuestiones en política, es decir, la cuestión de qué hacer-, entonces el grupo, no importa cuáles han sido sus méritos, puede caer en esfuerzos mal dirigidos y actividades fútiles, y pasarlo muy mal. Entonces, como dije en mis palabras de apertura, nuestro destino estaba determinado en aquellos primeros días por la respuesta que diéramos a la cuestión del programa y al modo en que analizáramos las tareas de la época. Nuestro mérito, como nueva fuerza política surgida en el movimiento obrero norteamericano -el merito que asegura el progreso, la estabilidad y el futuro desarrollo del grupo- consistió en esto, que dimos respuestas correctas a ambas cuestiones. La conferencia no tomó en consideración todas las cuestiones propuestas por las condiciones políticas del momento. Tomó solamente las más importantes, es decir aquellas que debían ser respondidas primero. Y la primera de ellas era la cuestión rusa, la cuestión de la revolución existente. Como he remarcado en la conferencia anterior, ya desde 1917 se ha demostrado más y más que la cuestión rusa es la piedra de toque para toda corriente política en el movimiento obrero. Aquellos que toman una posición incorrecta sobre la cuestión rusa dejan el campo revolucionario tarde o temprano. La cuestión rusa ha sido dilucidada innumerables veces en artículos, folletos y libros. Pero a cada giro importante de los hechos se levanta de nuevo. Aún en 1939 y 1940, tuvimos que pelear nuevamente sobre la cuestión rusa con una corriente pequeño burguesa en nuestro propio movimiento. Aquellos que quieran estudiar la cuestión rusa en toda su profundidad, toda su agudeza, y toda su urgencia pueden encontrar abundante material en la Literatura de la IVª Intemacional. Por lo tanto no necesito dilucidarlo en detalle esta noche. Simplemente lo reduzco a sus aspectos esenciales y digo que la cuestión que nos confrontaba en nuestra primera convención era si debíamos seguir apoyando al estado Soviético, la Unión Soviética, independientemente del hecho de que su dirección había caído en las manos de una casta conservadora y burocrática. Había gente en aquellos días que se llamaba y se consideraba revolucionaria, que había roto con el PC, o había sido expulsada de él, y que quería darle la espalda completamente a la Unión Soviética y a aquello que quedara de la revolución rusa y comenzar haciendo borrón y cuenta nueva, con un partido anti-soviético. Nosotros rechazamos ese programa y a todos aquellos que lo querían imponer. Podríamos haber tenido muchos miembros en aquellos días si nos hubiéramos comprometido con esos fundamentos. Tomamos una firme posición de apoyar a la Unión Soviética; de no darle la espalda, sino de intentar reformarla por medio de los instrumentos del partido y la Comintern.

En el curso de los acontecimientos se ha probado que todos aquellos quienes, ya sea por impaciencia, ignorancia subjetivismo -no importa como fuera la causa- prematuramente anunciaron la muerte de la revolución rusa, estaban anunciando en realidad, su propia muerte como revolucionarios. Todos y cada uno de esos grupos y tendencias degeneraron, cayeron aparte de las bases reales, hacia los costados, y en muchos casos se fueron dentro del campo de la burguesía. Nuestra salud política, nuestra vitalidad revolucionaria, estaba resguardada, primero de todo, por la actitud correcta que tomamos hacia la Unión Soviética a pesar de los crímenes que habían sido cometidos, incluidos aquellos contra nosotros, por los individuos que estaban en el control de la administración de la Unión Soviética. La cuestión sindical tenía después de ésta una extraordinaria importancia, como siempre. En ese momento estaba particularmente agudizada. La Internacional Comunista, y los partidos comunistas bajo su dirección y control, después de un largo experimento con las alas derechas con políticas oportunistas, habían tornado un gran giro a la izquierda, al ultra izquierdismo -una manifestación característica del centrismo burocrático de la fracción de Stalin. Habiendo perdido el compás marxista, se distinguían por una tendencia a saltar de la extrema derecha a la extrema izquierda y viceversa. Habían seguido una larga experiencia con las políticas del ala derecha en la Unión Soviética, conciliando con los kulaks y los hombres de la Nep, hasta que la Unión Soviética y con ella la burocracia llegó hasta el borde del desastre. En la arena internacional políticas similares llevaban a resultados similares. En reacción a esto, y bajo la implacable crítica de la Oposición de Izquierda, introdujeron una corrección ultra izquierdista en toda la Iínea. Sobre la cuestión sindical oscilaban alrededor de la posición de dejar los sindicatos establecidos, incluida la American Federation of Labor (Federación Americana de Trabajadores), y comenzar un nuevo movimiento sindical bajo el control del PC. La política insana de "Sindicatos rojos" se volvió la orden del día. Nuestra primer Conferencia Nacional tomó una firme posición contra aquella política, y se declaró en favor de operar dentro del movimiento de trabajadores existente, confinando el sindicalismo independiente al campo no organizado. Atacamos cruelmente el revivir del sectarismo contenido en la teoría de un nuevo movimiento sindical "Comunista" creado por medios artificiales. Por esta posición, por la corrección de nuestra política sindical, nos aseguramos que cuando llegara el tiempo para nosotros de tener algún acceso al movimiento de masas sabríamos el camino más corto hacia ellas. Hechos posteriores confirmaron lo correcto de nuestra política sindical adoptada en nuestra primer conferencia y consistentemente mantenida después.

La tercer gran cuestión que debíamos responder era si debíamos crear un nuevo partido independiente, o aún considerarnos una fracción del existente PC y la Comintern. Aquí nuevamente estábamos acosados por gente que pensaba que eran radicales, ex miembros del PC que se habían vuelto completamente ácidos y querían "tirar el agua sucia con el niño adentro" sindicalistas y elementos ultra izquierdistas quienes, en su antagonismo hacia el PC, estaban dispuestos a hacer combinaciones con cualquier persona que estuviera lista a crear un partido en oposición a él. Mas aún, en nuestras propias filas había unas pocas personas que reaccionaron subjetivamente ante las expulsiones burocráticas, las calumnias, la violencia y el ostracisrno empleado contra nosotros. Ellos también querían renunciar al PC y comenzar un nuevo partido. Esto tenía una atracción superficial. Pero nosotros resistimos, rechazamos aquella idea. La gente que sobresimplifica la cuestión solía decirnos: "¿Cómo pueden ser una fracción de un partido cuando están expulsados del mismo?"

Nosotros explicamos: esto es cuestión. de valorar correctamente a los miembros del PC y de encontrar la mejor táctica para acercarnos a ellos. Si el PC y sus miembros habían degenerado más allá de toda reclamación, y si un grupo más progresivo de trabajadores existe (ya sea actualmente o potencialmente por razón de la dirección en la cual se mueve ese grupo) fuera del cual podemos crear un nuevo y mejor partido -entonces el argumento por un partido nuevo es correcto. Pero, dijimos, no vemos un grupo así por ningún lado. No vemos nada realmente progresivo, ninguna militancia, ninguna real inteligencia política en todas esas diversas oposiciones, individuales o tendencias. Son todos críticos coyunturales y sectarios. La real vanguardia del proletariado consiste en aquellas decenas de miles de trabajadores que han sido despertados por la revolución rusa. Aún son leales a la Comintern y al PC. No han seguido atentamente el proceso gradual de degeneración. Es imposible lograr un auditorio entre esa gente, si uno no se ubica en el terreno del partido, y hace lo posible no por destruirlo, sino por reformarlo demandando la readmisión al partido con derechos democráticos.

Resolvimos aquel problema correctamente, declarándonos una fracción del partido y de la Comintern. Llamamos a nuestra organización La Liga Comunista de América (Oposición), para indicar que no éramos otro partido sino simplemente una fracción opositora al viejo partido. La experiencia ha demostrado suficientemente lo correcto de esta decisión. Por medio de seguir siendo partidarios del PC y de la Internacional Comunista, oponiéndonos la dirección burocrática, apreciando correctamente a los cuadros y a la base como lo estábamos haciendo en ese momento, y buscando contacto con ellos, continuamos ganando nuevos adeptos desde las filas de los trabajadores comunistas. La abrumadora mayoría de nuestros miembros en los cinco primeros años de nuestra existencia venía del PC. Así construimos los fundamentos de un movimiento comunista regenerado. La gente antisoviética y antipartido nunca produjeron nada, sino confusión. Aparte de nuestra decisión de formar, en ese momento, una fracción y no un nuevo partido, circulaba otra importante y problemática cuestión que fue debatida y peleada por un largo espacio de cinco años en nuestro movimiento -desde 1928 hasta 1933. Esa cuestión era: ¿Qué tarea concreta deberíamos fijar para un grupo de 100 personas desparramadas por la amplia expansión de este vasto país? Si nos constituíamos como un partido independiente, debíamos apelar directamente a la clase obrera, darle la espalda al degenerado PC, y embarcarnos en una serie de esfuerzos y actividades en el movimiento de masas. Por el contrario, si éramos no un partido independiente sino una fracción, se sigue que debíamos dirigir nuestros mayores esfuerzos, apelaciones y actividades, no a la masa de 40 millones de obreros norteamericanos, sino a la vanguardia de la clase organizada en y alrededor del PC. Ustedes ven cómo estas dos cuestiones empalman. En política -y no solo en política- una vez que se dice "A" se debe decir "B". Debíamos o bien girar nuestra cara hacia el PC, o lejos del PC, en dirección a las masas no desarrolladas, desorganizadas y no educadas. No se puede comer la torta y guardarla a la vez.

El problema era entender la actual situación, el grado de desarrollo hasta el momento. Por supuesto, se debe encontrar un camino hacia las masas para crear un partido que pueda dirigir la revolución. Pero el camino a las masas pasa a través de su vanguardia y no sobre su cabeza. Esto no era entendido por mucha gente. Pensaban que podían saltear a Ios obreros comunistas, ir adentro, al medio del movimiento y encontrar ahí a los mejores candidatos para el grupo más avanzado, más desarrollado teóricamente del mundo, es decir, la Oposición de Izquierda que era la vanguardia de la vanguardia. Esta concepción era errónea, producto de la impaciencia y del fracaso para pensar las cosas. En vez de esto, nosotros fijarnos como nuestra principal tarea, propaganda, no agitación.

Dijimos: nuestra primer tarea es hacer conocidos los principios de la Oposición de Izquierda en Ia vanguardia. No dejarnos diluir por la idea de que podemos ir ahora hacia la gran masa analfabeta. Primero debemos ganar lo que hay de ganable en el grupo de vanguardia consistente en algunas decenas de miles de miembros y simpatizantes del PC, y cristalizar a partir de ellos los cuadros ya sea para reformar el partido, o si después de un serio esfuerzo al fin fracasado -y sólo cuando el fracaso es demostrado concluyentemente- para construir uno nuevo con las fuerzas reclutadas en el empeño. Sólo de esta manera es posible para nosotros reconstruir el partido en el real sentido de la palabra. En este momento aparecería en el horizonte una figura que probablemente también sea extraña para muchos de ustedes, pero que en aquellos días hizo una tremenda cantidad de ruido. Albert Weisbord había sido un miembro del PC y había sido expulsado alrededor de 1929 por críticas, o por una razón u otra- nunca estuvo lo bastante claro. Después de su expulsión decidió hacer algunos estudios. Frecuentemente ocurre, ustedes saben, que cuando la gente recibe un duro golpe después se empieza a preguntar sobre la causa del mismo. Weisbord emergió pronto de sus estudios para anunciarse como trotskista; no 50% trotskista como éramos nosotros sino un real, genuino, 100% trotskista, cuya misión en la vida era dirigirnos correctamente.

Su revelación fue: los trotskistas no deben ser un círculo de propaganda, sino que deben ir directamente a la "masa trabajadora". Esta concepción debía llevarlo lógicamente a la propuesta de formar un partido nuevo, pero no podía hacer eso convenientemente porque no tenia ningún miembro. Debía aplicar la táctica de ir primero a la vanguardia -es decir sobre nosotros. Con unos pocos amigos personales y otros, comenzó una enérgica campaña de sondear "por dentro" y "golpear de afuera" al pequeño grupo de 25 o 30 personas que teníamos organizado en aquel momento en la ciudad de Nueva York. Mientras nosotros proclamábamos la necesidad de propagandizar a los miembros y simpatizantes del PC como un eslabón hacia el movimiento de masas, Weisbord proclamaba un programa de actividad de masas, dirigiendo el 99% de sus actividades de masas no a éstas, ni siquiera al PC, sino a nuestro pequeño grupo trotskista. El estaba en desacuerdo con nosotros en todas las cuestiones y nos denunciaba como representantes falsos del trotskismo. Cuando decíamos sí, él decía positivamente sí. Cuando decíamos 75 el elevaba la oferta. Cuando decíamos "Liga Comunista de América", él llamaba a su grupo "Liga Comunista de Combate" para hacerlo más fuerte. El corazón y el centro de la pelea con Weisbord era la cuestión de la naturaleza de nuestra actividad. El estaba impaciente por saltar dentro de la masa trabajadora por sobre la cabeza del PC. Nosotros rechazamos ese programa y él nos denunció con un denso boletín mimeografiado tras otro.

Algunos de ustedes posiblemente tengan la ambición de hacerse historiadores del movimiento, o al menos estudiosos de la historia del movimiento. Si es así, estas conferencias informales mías les pueden servir como una guía para un futuro estudio de las cuestiones más importantes y de los puntos de viíaie. No hay escasez de literatura. Si escarban por ella encontrarán literalmente fardos de boletines mimeografiados dedicados a la crítica y a la denuncia a nuestro movimiento -y especialmente a mí, por algunas razones. Esta clase de cosas han ocurrido tan a menudo que a la larga aprendí a aceptarla como una cuestión corriente. Cuando cualquier persona se volvía loca en nuestro movimiento comenzaba a denunciarme con lo más fuerte de su voz, sin ningún tipo de provocación de cualquier clase por mi parte. Weisbord nos denunció, particularmente a mí, pero nosotros lo combatimos. Conservamos nuestro curso.

Había gente impaciente entre nuestros cuadros que" pensó que la prescripción de Weisbord podría ser un buen intento, un camino para un pobre pequeño grupo para hacerse rico rápidamente. Es muy fácil aislar gente, reunida junta en una pequeña habitación, a menos que conserven el sentido de la proporción, de la salud y del realismo. Algunos de nuestros camaradas, disconformes con nuestro lento crecimiento, fueron atraídos por la idea de que necesitábamos sólo un programa para el trabajo entre las masas para ir hacia ellas y ganarlas. Este sentimiento creció y se extendió al punto que Weishord creó una pequeña fracción dentro de nuestra organización. Nos vimos obligados a declarar un mitín abierto para la discusión. Admitimos a Weisbord, quien no era un miembro formal, y le dimos el derecho a la palabra. Debatimos la cuestión con mucha fuerza y violencia. Eventualmente aislamos a Weisbord. El nunca enroló más de 13 miembros en su grupo en Nueva York. Este pequeño grupo atravesó una serie de expulsiones y fracturas y eventualmente desapareció de escena.

Consumimos una enorme cantidad de tiempo y energía debatiendo y peleando por esta cuestión. Y no solo con Weisbord. En aquellos días estábamos continuamente acosados por la impaciencia de la gente entre nuestras propias filas. Las dificultades del momento presionaban fuerte sobre nosotros. Semana tras semana y mes a mes parecía haber ganado duramente una pulgada. Se instaló la desmoralización y con ella la demanda, por algún esquema para crecer más rápido, alguna fórmula mágica. PeIeamos, discutimos y mantuvimos a nuestro grupo en la línea correcta, conservamos la cara vuelta a la única fuente posible para un crecimiento sano: las filas de los obreros comunistas que aún permanecían bajo la influencia del PC. El "giro a la izquierda" del stalinismo apilonó nuevas dificultades para nosotros. Este giro que fue en parte diseñado por Stalin para serruchar el piso debajo de los pies de la Oposición de Izquierda, que los stalinistas parecieran aún más radicales que la Oposición de Izquierda de Trotsky. Expulsaron a los lovestonistas del partido como "alas derechas", y giraron la dirección del partido a Foster y Cía. y proclamaron una política de izquierda. Por esta maniobra nos asestaron un golpe devastador. Aquellos elementos descontentos en el partido, que se habían inclinado hacia nosotros y que se habían opuesto al oportunismo del grupo de Lovestone, se reconciliaron con el partido. Solían decirnos: "Ustedes ven, están equivocados. Stalin tiene razón en todas las cosas. Está tomando una posición radical en toda la línea en Rusia, Norteamérica y en todas partes". En Rusia, la burocracia stalinista declaró la guerra a los kulaks. Alrededor del mundo se le estaba serruchando el piso bajo los pies a la Oposición de Izquierda. Tuvieron lugar en Rusia series completas de capitulaciones. Radek y otros abandonaron la lucha con la excusa de que Stalin había adoptado la política de la Oposición. Hubo, yo diría, quizás cientos de miembros del PC, quienes habían sido inclinados hacia nosotros, que habían obtenido la misma impresión y retomaron al stalinismo en el período dcl giro a la ultra-izquierda.

Aquellos fueron los verdaderos días de perros de la Oposición de Izquierda. Habíamos tenido los primeros seis meses con un progreso bastante firme y formamos nuestra organización nacional en la conferencia con altas expectativas. Después el reclutamiento de los miembros dcl partido se paró de pronto. Después de la expulsión de los Lovestonistas, un signo de ilusión brilló a través del PC. La reconciliación con el stalinismo se volvió la orden del día. Estábamos acorralados. Y después comenzó el gran ruido del Plan Quinquenal. Los miembros del PC estaban encendidos de entusiasmo por el Plan Quinquenal por el cual la Oposición de Izquierda se originó y demandó. El pánico en los EE.UU., la "depresión", causó una gran ola de desilusión con el capitalismo. El PC en aquella situación apareció como la fuerza más radical y revolucionaria en el país. El partido comenzó a crecer y a engordar sus filas y a atraer simpatizantes a su rebaño.

Nosotros, con nuestras críticas y explicaciones teóricas. aparecíamos ante los ojos de todos como un grupo imposibilitado, quisquillosos y tercos. Nosotros seguíamos tratando de hacerle entender a la gente que la teoría del socialismo en un solo país es fatal para el movimiento revolucionario, que debíamos aclarar esta cuestión de la teoría a cualquier costo. Enamorados por los primeros logros del Plan Quinquenal, solían buscamos y decirnos, "esta gente está loca, no viven en este mundo". Al tiempo en que decenas y cientos de miles de nuevos elementos comenzaban a mirar hacia la Unión Soviética, saliendo adelante con el Plan Quinquenal, mientras el capitalismo parecía que se iba a los caños, aquí estaban los trotskistas, con sus documentos bajo el brazo, demandando que ustedes lean sus libros, estudien, discutan, etc. Nadie quería escucharnos.

En aquellos días de perros para el movimiento habíamos sido aislados de todo contacto. No teníamos amigos, ni simpatizantes, ni periferia alrededor del movimiento. No teníamos ninguna oportunidad para participar en el movimiento de masas. Toda vez que intentábamos entrar en una organización obrera éramos expulsados como trotskistas contrarrevolucionarios. Intentamos enviar delegaciones a los encuentros de los desocupados. Nuestras credenciales eran rechazadas con el argumento de que éramos enemigos de la clase obrera. Estábamos completamente aislados, forzados sobre nosotros mismos. Nuestro reclutamiento cayó a casi nada. El PC y su vasta periferia parecían estar herméticamente cerrados contra nosotros.

Después, como siempre es el caso con un movimiento político nuevo, comenzamos a reclutar de fuentes no muy saludables. Si ustedes se ven siempre reducidos a un pequeño puñado, como pueden ser los marxistas en las mutaciones de la lucha de clases, si las cosas van mal una vez más y deben comenzar de nuevo, entonces les voy a contar, como advertencia algunos de los dolores de cabeza que van a tener. Todo nuevo movimiento atrae ciertos elementos que podrían ser llamados apropiadamente los lunáticos marginales. Siempre exóticos, buscan la más extrema expresión de radicalismo, de disturbios, de palabrerías, oposicionistas crónicos que han sido expulsados de media docena de organizaciones -gente como esta comenzó a venir hacia nosotros en nuestro aislamiento, gritando, "Hola, Camaradas". Yo siempre estuve en contra de admitir a esta gente, pero la presión era muy fuerte. Yo entré en una pequeña pelea en la zona de Nueva York de la Liga Comunista en contra de admitir a un hombre como miembro sobre la base exclusiva de su apariencia y vestido.

Me preguntaron "¿Qué tiene usted contra él?" Yo dije, "El lleva puesto un traje dc corderoy de arriba abajo, estilo Greenwich Village, con un bigote tramposo y pelo largo. Hay algo malo con ese muchacho".

Yo no estaba haciendo una broma tampoco. Dije, gente de este tipo no va a ser apropiada para acercarse al obrero norteamericano ordinario. Van a marcar nuestra organización como algo extravagante, anormal, exótico; algo que no tiene nada que ver con la vida normal del obrero norteamericano. Yo tenía razón en general, y en este caso en particular. Nuestro muchacho de traje de corderoy, después de hacer toda clase de problemas en la organización, eventualmente se volvió un oehlerista.

Mucha gente que venía a nosotros se había vuelto contra el PC no por sus costados malos, sino por sus lados buenos; es decir, la disciplina del partido, la subordinación de los individuos a las decisiones del partido en el trabajo corriente. Una gran cantidad de pequeños burgueses diletantes que no podían soportar cualquier clase de disciplina, que habían abandonado al PC o habían sido expulsados de él, querían, o mejor pensaban que querían, hacerse trotskistas. Algunos de ellos se unieron a la rama de Nueva York y trajeron con ellos aquel mismo prejuicio contra la disciplina a nuestra organización. Muchos de los nuevos hacían un fetiche de la democracia. Fueron tan repelidos por el burocratismo del PC, que ellos deseaban una organización sin autoridad, disciplina, o centralización alguna.

Toda la gente de esta clase tiene una característica en común: les gusta discutir cosas sin límite o fin. La rama de Nueva York del movimiento trotskista en aquellos días era un continuo hervidero de discusión. Nunca encontré uno solo de esos elementos que no se expresara bien. He buscado uno pero nunca lo he encontrado. Todos sabían hablar, y no solamente que pueden sino que quieren y eternamente, sobre toda cuestión. Eran iconoclastas que no aceptaban nada como autoridad, como decidido en la historia del movimiento. Toda cosa y toda persona tenía que ser probada de nuevo desde el gateo.

Separados por un muro de la vanguardia representada por el movimiento comunista y sin contacto con el movimiento vivo de masas de los trabajadores, fuimos empujados sobre nosotros mismos sujetos a esa invasión. No había otro camino fuera de ese. Debíamos atravesar el prolongado período de ansiedad y discusión. Yo tuve que escuchar, y esa es una razón de por qué mis canas son tantas. Nunca fui un sectario ni un irracional. Nunca tuve paciencia con la gente que se equivocaba por elocuente entre las cualidades de un dirigente político. Pero uno no podía irse de este grupo penosamente bloqueado. Este pequeño y frágil núcleo del futuro partido revolucionario debía mantenerse junto. Tuve que pasar por esa experiencia. Como fuera debía sobrevivir. Uno debe tener paciencia en la búsqueda del futuro; es por eso que nosotros escuchamos a los palabreríos. No era fácil. He pensado muchas veces que, a pesar de mi incredulidad, hay algo cierto en lo que ellos dicen sobre el mundo que vendrá, yo seré bien recompensado -no por lo que he hecho, sino por lo que he tenido que escuchar.

Aquel fue el tiempo más duro. Y después, naturalmente, el movimiento se deslizó dentro de su período inevitable de dificultades internas, fricciones y conflictos. Teníamos peleas feroces y pequeñas, muy frecuentemente sobre pequeñas cosas. Había razones para ello. Ningún movimiento pequeño y aislado ha sido capaz de escapar a eso. Un pequeño grupo aislado se repliega sobre si mismo, con el peso del mundo entero presionando sobre él, no teniendo ningún contacto con el movimiento de masas obreras y sin obtener ninguna corrección de él, está condenado, en el mejor de los casos a tener un tiempo duro. Nuestras dificultades estaban incrementadas por el hecho de que muchos adeptos no eran material de primera clase. Muchas de las personas que se unieron a la rama de Nueva York, no estaban allí realmente por justicia. No eran del tipo que, a largo plazo, pudiera construir un movimiento revolucionario- elementos diletantes, pequeño burgueses, indisciplinados.

Y luego, la eterna pobreza del movimiento. Estábamos intentando publicar un periódico, estábamos intentando publicar una lista completa de panfletos, sin los recursos necesarios. Cada centavo que ganábamos era devorado inmediatamente por los gastos del periódico. No teníamos ni una moneda de cinco centavos para cambiar. Aquellos fueron los días de real presión, los duros días de aislamiento, de pobreza, de descorazonadoras dificultades internas. Esto duró no por semanas o meses, sino por años. Y bajo esas condiciones adversas, que persistieron por años, cualquier cosa débil de cualquier individuo era presionada a salir a la superficie; toda cosa insignificante, egoísta y desleal. Yo me había relacionado con algunos de estos individuos antes, en los días en que el clima era favorable. Ahora venía a conocerlos en su sangre y sus huesos. También en esos días terribles aprendí a conocer a Ben Webster y a los hombres de Minneápolis. Ellos siempre me apoyaron, nunca me fallaron, siempre me tendieron su mano.

El movimiento más grandioso, con su magnífico programa de liberación de toda la humanidad, con las más grandiosas perspectivas históricas, estaba inundado en esos días por un mar de problemas insignificantes, celos, formaciones de corrillos y luchas internas. Lo peor de todo es que estas luchas fraccionales no eran totalmente comprensibles para la militancia porque los grandes sucesos políticos que estaban implícitos en ellas aún no habían estallado. Sin embargo, no eran meras peleas personales, como frecuentemente parecían ser, sino, como es ahora más claro para todos, el ensayo prematuro de una lucha grande y definitiva en 1939-40 entre las tendencias proletarias y pequeño burguesas dentro de nuestro movimiento.

Aquellos fueron los días más duros de todos en los 30 años que he estado activo en el movimiento -aquellos días desde la Conferencia de 1929 en Chicago hasta 1933. Los años del hermético, terrible, cerrado aislamiento con todas las dificultades concomitantes. El aislamiento es el hábitat natural para un sectario, pero para uno que tiene un instinto hacia el movimiento de masas es el más cruel de los castigos. Aquellos fueron los días duros, pero a pesar de todo llevamos adelante nuestras tareas de propaganda, y de conjunto lo hicimos bastante bien. En la Conferencia de Chicago habíamos decidido que a cualquier costo íbamos a publicar el mensaje completo de la Oposición rusa, todos los documentos acumulados, que habían sido suprimidos, y los escritos corrientes de Trotsky que eran muy útiles para nosotros. Decidimos que la cosa más revolucionaria que podíamos hacer no era ir hacia afuera a proclamar la revolución en la Union Square, tampoco tratar de ponernos nosotros mismos a la cabeza de decenas de miles de obreros que aún no nos conocían, ni saltar sobre nuestra propias cabezas.

Nuestra tarea, nuestra obligación revolucionaria, era imprimir, hacer propaganda en el sentido más estricto y concentrado, es decir, publicación y distribución de literatura teórica. Para ese fin empobrecimos a nuestros miembros para juntar dinero para comprar una maquina linotipia de segunda mano y sentar nuestro propio negocio de impresión. De todos los asuntos de empresas que han sido ideados en la historia del capitalismo, pienso que éste era el mejor, considerando los medios disponibles. Si no hubiéramos estado interesados en la revolución pienso que nos podríamos haber calificado fácilmente, sólo sobre la base de esa empresa, como muy buenos expertos en negocios. Ciertamente hicimos todo tipo de maniobras para conservar ese negocio andando. Asignamos a un camarada joven, que había terminado recién la escuela de linotipia, para manejar la máquina. No era un mecánico de primera clase entonces; ahora él no solo es un buen mecánico sino también un dirigente partidario y un profesor del staff de la Escuela de Ciencias Sociales de Nueva York. En aquellos días el peso completo de la propaganda del partido descansaba sobre este solo camarada que manejaba la máquina linotipia. Había una historia sobre él -yo no sé si es verdadera o no- que nunca supo mucho sobre la máquina. Era una máquina arruinada de segunda mano que nos había sido vendida con engaño. En cualquier momento paraba de trabajar, como una mula cansada. Charlie la ajustaba con unos pocos punteles y si esto no ayudaba, tomaba un martillo y le daba al linotipo un golpe o dos. Después comenzaba a trabajar de manera apropiada de nuevo y otra impresión de The Militant salía. Más tarde, tuvimos impresores amateurs. Alrededor de la mitad de la rama de Nueva York solía trabajar en la imprenta en un momento u otro -pintores, albañiles, trabajadores textiles, contadores, -todos ellos sirvieron como armadores amateurs. Con un negocio muy ineficiente y sobrecargado establecimos ciertos resultados a través del trabajo no pago. Ese era el único secreto de la planta de impresión trotskista. No era eficiente desde otro punto de vista, pero seguía andando por el secreto que todo amo de esclavos sabe desde el Faraón que si ustedes tienen esclavos no necesitan mucho dinero. Nosotros no teníamos esclavos sino que teníamos ardientes y devotos camaradas que trabajaban día y noche por nada en la máquina así como en el trabajo editorial. Estábamos cortos de fondos. Todas las cuentas estaban siempre vencidas y no pagadas, con los acreedores presionando para un pago inmediato. Tan pronto como era saldada la cuenta de papel teníamos que pagar la renta del edificio bajo amenaza de evicción. La cuenta del gas tenía que ser pagada con apuro porque sin gas el linotipo no trabajaba. La cuenta eléctrica tenía que ser pagada porque el negocio no podría operar sin corriente y luz. Todas las cuentas debían ser pagadas, tuviéramos el dinero o no. Lo más que podíamos esperar hacer era cubrir la renta, el costo del papel, gastos de instalación y reparación del linotipo y las cuentas de gas y luz. Rara vez hubo algo dejado sujeto aI "pagadios" -no sólo para los camaradas que trabajaban en la imprenta, sino también para los dirigentes de nuestro movimiento. Fueron hechos grandes sacrificios por los cuadros y los militantes todo el tiempo, pero nunca tan grandes como los sacrificios hechos por los dirigentes. Es por esto que los dirigentes del movimiento han tenido siempre una fuerte autoridad moral. Los dirigentes de nuestro partido estaban siempre en posición de demandar sacrificios porque ellos sentaron el ejemplo y todos lo sabían.

De una forma u otra el periódico salía. Se imprimían folletos unos tras otro. Diferentes grupos de camaradas auspiciaban un nuevo folleto de Trotsky, poniendo el dinero para pagarlo. En aquella anticuada imprenta nuestra fue impreso un libro entero sobre los problemas de la revolución china. Todo camarada que quiera saber sobre los problemas de Oriente debe leer el libro que fue publicado bajo aquellas condiciones adversas en el 84 Este de la 10ª avenida, New York.

Y a pesar de todo -he citado mucho de los costados negativos y las dificultades- a pesar de todo, avanzamos unas pocas pulgadas. Educamos al movimiento en los grandes principios del bolchevismo a un nivel nunca conocido en este país antes. Educamos un tipo de cuadro que estaba destinado a jugar un gran rol en el movimiento obrero norteamericano. Indagamos algunos de los desajustes y reclutamos buena gente una por una; ganamos un miembro aquí y otro allá; comenzamos a establecer nuevos contactos.

Tratamos de citar mitines públicos. Era muy difícil porque en aquellos días nadie quería escucharnos. Recuerdo los grandes esfuerzos que hicimos una vez para movilizar a la organización entera para distribuir octavillas, para tener un mitin masivo en esta misma habitación. Fueron 59 personas, incluidos nuestros propios miembros, y la organización entera fue movilizada con entusiasmo. Íbamos diciéndonos unos a otros: "Tuvimos 59 personas presentes en la conferencia la otra noche. Comenzamos a crecer".

Recibimos ayuda desde afuera de Nueva York. Desde Minneápolis, por ejemplo. Nuestros camaradas que más tarde ganaron gran fama como Iíderes obreros no fueron siempre famosos líderes obreros. En aquellos días ellos eran cargadores de carbón, trabajaban de 10 a 12 horas diarias en las carboneras, cargador de carbón, la clase más dura de trabajo físico. Por fuera de su salario ellos solían ganar 5 o 10 dólares por semana y los pasaban rápidamente a Nueva York para asegurar que saliera The Militant. Muchas veces no tuvimos dinero para papel. Mandábamos un cable a Minneapolis y nos retornaba una orden telegráfica de dinero por $25 o algo así. Camaradas en Chicago y en otros lugares hacían las mismas cosas.

Fue por una combinación de todos estos esfuerzos y todos esos sacrificios en todo el país que sobrevivimos y mantuvimos el periódico.

Había una ganga ocasional. Una vez o dos un simpatizante nos daba $25. Aquello eran realmente vacaciones en nuestro oficio. Teníamos un "fondo flotante" que era el último recurso de nuestro desesperado estado financiero. Un camarada que alquilaba, digamos a $30 o $40 a pagar en los primeros quince días del mes, nos los mandaba el 10 para pagar algunas cuentas urgentes. Después en cinco días debíamos conseguir otro compañero que enviara su dinero de la renta para permitirnos pagarle al otro camarada a tiempo para satisfacer a su propietario. El segundo camarada entonces evitaba a su propietario mientras hacíamos otro tanto, pidiendo prestado a otra persona más de su renta para devolverle el dinero. Esto caminaba todo el tiempo. Nos daba algún capital flotante para zafar.

Aquellos eran tiempos crueles y pesados. Nosotros los sobrevivimos porque teníamos confianza en nuestro programa y porque teníamos la ayuda del camarada Trotsky y de nuestra organización internacional. El camarada Trotsky comenzó por tercera vez su gran trabajo en el exilio . Sus escritos y su correspondencia nos inspiraron y abrieron para nosotros la ventana sobre un mundo completamente nuevo de comprensión teórica y política. La intervención del Secretariado Internacional fue de ayuda decisiva para nosotros en la solución de nuestras dificultades. Buscamos sus consejos y fuimos lo suficientemente sensibles para escucharlos y considerarlos cuando nos eran dados. Sin colaboración internacional - esto es lo que quiere decir la palabra "internacionalismo" - no es posible para un grupo político sobrevivir y desarrollarse en un camino revolucionario en esta época. Esto nos dio la fuerza para perseverar y sobrevivir, mantener la organización unida y estar listos cuando llegara nuestra oportunidad. En mi próxima conferencia les mostraré que estuvimos listos para cuando ésta llegó. Cuando apareció la primera fisura en este muro de aislamiento y estancamiento, fuimos capaces de colamos por ella, por fuera de nuestro grupo sectario. Comenzamos a jugar un rol en el movimiento político y en el movimiento obrero. La condición para esto fue conservar nuestro programa claro y nuestro coraje fuerte en aquellos días en que tenían lugar las capitulaciones en Rusia y la desazón de los trabajadores en todos los lugares. Una derrota tras otra caía sobre las cabezas de la vanguardia. Muchos comenzaron a cuestionar ¿Qué hacer? ¿Es posible hacer algo? ¿No es mejor dejar correr un poco las cosas? Trotsky escribió un artículo, "¡Tenacidad! ¡Tenacidad! ¡Tenacidad!". Esta era su respuesta al signo de desmoralización que siguió a la capitulación de Radek y otros. Sostenerse y pelear -esto es lo que los revolucionarios deben aprender, no importa cuan pequeños sean en número, no importa lo aislados que puedan estar. Sostenerse y pelear hasta que venga el estallido y entonces tomar ventaja de toda oportunidad. Nosotros nos mantuvimos hasta 1933, y después comenzamos a ver la luz del día. Entonces los trotskistas comenzaron a tener un lugar en el mapa político de su país. En la próxima conferencia les contaré sobre esto.