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Boletín Anual (2008)

La era de los procesos de Moscú - parte 2

La era de los procesos de Moscú - parte 2

 Andrea Robles

 

“Si nuestra generación se ha revelado débil para imponer el socialismo en la tierra, dejemos al menos a nuestros hijos una bandera limpia. La lucha que se desarrolla sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones a los partidos. Es una lucha por el porvenir de la raza humana. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero aquellos a los que el socialismo no les resulta una palabra vana sino el objetivo de su vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones, ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero, la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables del destino, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Pues la más grande felicidad del hombre no está en la usufructo del presente, sino en la preparación del porvenir.” León Trotsky, Quatrieme Internationale, febrero 1937

 

 

El Kremlin en el contexto internacional

La derrota del proletariado alemán marcó un período completamente nuevo. La tregua que la crisis mundial había provocado en la URSS tocó a su fin. El imperialismo alemán se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. La política exterior de la burocracia estalinista buscaría impedir la unión contra ella de las potencias imperialistas, aliándose a uno u otro de los bandos. En 1935, se anunció en Moscú la firma del Pacto Franco-Soviético de no agresión. La firma por parte de Stalin constituía – en palabras de Trotsky- el certificado de defunción de la Tercera Internacional, al repudiar el internacionalismo revolucionario y pasarse al programa del social-patriotismo: “Las masas proletarias se movilizan con ánimo revolucionario; los campesinos están en ebullición y participan vigorosamente en la lucha política; la pequeña burguesía, directamente golpeada por la crisis económica que se sigue profundizando, se radicaliza. Mientras tanto, este burócrata tiene la audacia de escribir que ya no cabe la actividad independiente del proletariado en su lucha revolucionaria contra la burguesía, que de nada valen todos los esfuerzos en este sentido y que lo único que queda por hacer para evitar la invasión a la URSS es tener fe en el imperialismo francés. De la manera más rastrera consuma la traición de su patrón.” [1].

Pocos meses antes de anunciar el primer Juicio, el Kremlin adoptó una nueva Constitución difundida por los “Amigos de la URSS” como “la más democrática del mundo”. En su letra se podía ver sin embargo, que ponía de relieve el carácter democrático-parlamentario de sus instituciones[2] y desparecían, los aspectos revolucionarios[3] - comenzando por la supresión de los soviets; significaba la liquidación oficial de la actividad política del pueblo soviético mientras que el poder se concentraba en manos de la burocracia que usurpaba el nombre del partido comunista. La nueva constitución era la carta con que el termidor soviético se presentaba al mundo capitalista figurando que la URSS pasó una especie de “locura de juventud” revolucionaria pero que a partir de eses momento se disponía a sumarse al concierto de potencias cuyo respeto intentaba obtener a través de una serie de relaciones diplomáticas.

Desde el punto de vista de las masas, la situación del termidor soviético era infinitamente ventajosa: “Los progresos de la reacción en todo el mundo, especialmente en su forma más salvaje y bárbara, el fascismo, han orientado las simpatías de las democracias, aún las moderadas, hacia la URSS (…) Los sentimientos naciones y patrióticos predisponen en diversos países (…) a las masas democráticas en favor del gobierno soviético, antagonistas de Alemania y del Japón. Moscú dispone, además, de poderosos medios, ponderables e imponderables para influenciar la opinión de las capas más diferentes de la sociedad….La agitación hecha alrededor de la nueva Constitución soviética, ‘la más democrática del mundo’, no se ha desplegado fortuitamente en la víspera del proceso, ella ha atizado las simpatías.”[4]

Bajo la alianza con los imperialismos democráticos, la “lucha antifascista” de la Internacional Comunista estuvo en correspondencia con la represión de las tendencias revolucionarias. Desde la expulsión de cualquier expresión viva en sus filas hasta la persecución y asesinatos de militantes de los grupos revolucionarios que no se encuadraban en las viejas internacionales, y de manera sistemática, de militantes de la IV Internacional. Todos ellos de ahora en más, “los enemigos de la URSS[5], es decir, lo que no se subordinaban incondicionalmente al rumbo impuesto a la URSS y a la IC por Stalin. En palabras de Georges Dimitrov, dirigente de la IC: «La línea histórica de demarcación entre las fuerzas del fascismo, de la guerra y del capitalismo por un lado y las fuerzas de la paz, la democracia y el socialismo por otro, viene dada cada vez más claramente por la actitud hacia la Unión Soviética y no la actitud formal que se adopta hacia el poder soviético en general, sino la que se adopta ante una Unión Soviética que ha proseguido su existencia real desde hace casi treinta años, luchando infa­tigablemente»[6].

Los Juicios de Moscú, la GPU y los “amigos de la URSS” (de Stalin)

En las páginas de Pravda, diario oficial ruso, se difundían los procesos judiciales y ejecuciones de viejos bolcheviques de la revolución de Octubre. Las prensas de la IC, periódicos liberales y amigos de Moscú, de igual modo, difundían de manera triunfante las purgas de “enemigos de la URSS”. Los agentes extranjeros de la GPU desde puestos de abogados, periodistas, diplomáticos acusaban de simpatizar con “los terroristas” a todos aquellos que tuvieran una actitud crítica hacia las represiones y destinando algunos millones de las arcas del Estado, el Kremlin conseguía más “amigos” devenidos en defensores acérrimos suyos. Los estalinistas penetraban con facilidad en el aparato de Estado de los países democráticos y en los sindicatos, se llevaban bien con los burócratas de todo pelaje.

La II Internacional y la Federación Sindical de Ámsterdam, por caso, guardaron un silencio cómplice en la medida que los “frente populares” resultaron un reaseguro de sus puestos[7]. El gobierno de frente popular de León Blum, junto a liberales y estalinistas y también los partidos socialistas de Europa y EEUU, contribuían a la obra estalinista, expulsando a los trotskistas para abonar su alianza. Los grandes aparatos de la III Internacional estalinista y la II Internacional socialdemócrata, “si no son gemelos, por lo menos son hermanos espirituales. Políticamente, pertenecen, en todo caso, al mismo campo”[8]. Si bien por lo bajo, algunos representantes no aprobaban a Stalin desde el punto de vista moral, el laissez faire socialdemócrata mostraba que el estalinismo “en circunstancias excepcionales – como mostró el ejemplo de España – (…) se convierten en jefes de la pequeña burguesía contra el proletariado”.[9] En el mejor de los casos, las censuras suaves de la II Internacional, fueron para sostener con mayor “imparcialidad” la política de Stalin. La podredumbre y el cinismo de la socialdemocracia quedó graficado en la palabra de Otto Bauen: “El destino del socialismo parece estar ligado a la suerte del estalinismo, mientras el desenvolvimiento de la Unión Soviética misma no haya superado la fase estalinista”.[10]

Las organizaciones del Buró de Londres con su seguidismo habitual a las viejas internacionales[11] se negaron incluso a apoyar ninguna investigación sobre las acusaciones en los Juicios de Moscú, ya que ello podría “perjudicar” a la URSS. En esta cuestión el papel más lamentable lo jugaron los anarquistas que mientras afirmaban que el estalinismo y el trotskismo eran “la misma cosa”, ayudaban a los primeros para aniquilar a los trotskistas y a los anarquistas revolucionarios[12]. Aún, “Los teóricos libertarios más francos responden: es el precio del suministro soviético de armas. En otros términos: el fin justifica los medios. Pero ¿Cuál es el fin de ellos: el anarquismo, el socialismo? No, la salud de la democracia burguesa, que ha preparado el triunfo del fascismo. A un fin sucio corresponden sucios medios.[13]”

La revolución española y “los amigos de la URSS” (de Stalin)

Cuando se realizaron los dos primeros Juicios de Moscú, la vanguardia internacional tenía sus miradas puestas en los frentes de la revolución española y el cerco de Madrid. “Si son inocentes, ¿quién les impide decirlo?”, diría Dimitrov, que a su manera resumía los lugares comunes de sectores de la vanguardia: “¿Qué les importa a muchos hombres de buena y fe y escasa visión que los acusados que se proclaman culpables públicamente sean fusilados en Moscú? Stalin suministra a la Republica española las armas que le hacen falta. ¿Qué importa que su GPU acose allí a los revolucionarios, extranjeros o españoles, trotskistas, anarquistas o comunistas independientes?: El frente está en España”[14].

A partir del mes de septiembre de 1936 empezaron a llegar a España los consejeros militares y políticos y los especialistas de la NKVD que van a emprender la liquidación de todos los elementos revolucionarios, otros lo hicieron desde las principales ciudades europeas, de Asia y América. La nueva política extranjera de Stalin y, al mismo tiempo, “escuela” para dirigentes estalinistas de la IC en la “lucha antifascista”, no sólo excluía el triunfo de la revolución sino que obligaba a combatirla ya que constituía una amenaza directa contra el sistema de alianzas de la U. R. S. S.

Con la complicidad de la socialdemocracia, de los socialistas del Buró de Londres y hasta de los anarquistas, de esta manera, se fue cerrando el cerco contra la revolución y la vanguardia revolucionaria, dejando que el estalinismo hiciera el trabajo sucio. De esta forma, fueron asesinados impunemente dirigentes como Andrés Nin del POUM.

Para Stalin, no obstante, estrangular desde su nacimiento a la IV Internacional[15] -la única columna internacionalista revolucionaria- era un problema de vida o muerte. Fundamentalmente como “preparación” frente a la guerra mundial venidera, de cuyas entrañas volvería a emerger la revolución, y que, como mostraron los años 1936-1938, su avance tendía a poner en la cresta de la ola a la IV Internacional. Así, entre 1937 y 1938, fueron asesinados por el estalinismo los dirigentes más importantes de la IV Internacional en Europa Erwin Wolf, León Sedov – hijo de Trotsky y Rudolf Klement[16]. La cadena de crímenes estalinistas consiguió su objetivo cardinal al terminar con la vida de León Trotsky en agosto de 1940. 

La política de la IV Internacional

Desde el caso Kirov, los trotskistas impulsaron campañas de denuncia y apoyo material para los presos revolucionarios rusos y la de aquéllos militantes de la IV Internacional y de otras organizaciones revolucionarias, que por miles llenaban las cárceles y campos de concentración de China, Alemania, España, Italia, Polonia, Grecia e Indonesia, entre otros, y que las viejas internacionales abandonaban a su suerte, impulsando “Comités de defensa” en diversos países con el fin de organizar desde el envío de dinero a los presos rusos y la intervención incesante para denunciar e impedir el exterminio estalinista.

A partir del primer juicio –en agosto de 1936- los trotskistas iniciaron una campaña destinada a desenmascarar el fraude judicial. León Sedov publicó el Libro Rojo, mostrando la inverosimilitud de los cargos hacia él y su padre. Víctor Serge, el famoso revolucionario y destacado escritor belga-ruso – uno de los pocos opositores que pudo salir con vida de Moscú- denunció la situación horrorosa de las cárceles y campos y escribió un folleto (“Dieciséis ejecutados en Moscú”). Presionado por Moscú, el gobierno noruego sometió a Trotsky a arresto domiciliario (prohibiéndole conceder entrevistas, publicar artículos) para impedir su defensa. No fue sino en medio del Atlántico cuando pudo abocarse a organizar sus materiales para refutar las acusaciones y sólo al llegar a tierra mexicana, en enero de 1937, pudo empezar a preparar a la opinión pública para la creación de una comisión investigadora internacional que escuchara su versión de los hechos y se pronunciara respecto de su culpabilidad o inocencia (Ver al final "La Comisión Dewey”") [17].

A pesar de las persecuciones estalinistas, intelectuales de avanzada[18] como André Bretón apoyaron a los trotskistas y los comités de defensa. Junto con el famoso muralista mexicano, Diego Rivera, quién alojó en su casa mexicana a León Trotsky, adhirieron a la IV Internacional[19]: “los intelectuales de avanzada más honrados y perspicaces alarmaron los espíritus. Aquí revelan su importancia los grupos que colocan bajo la égida de la IV Internacional. Ellos no forman, no pueden formar en este período de reacción que atravesamos, organizaciones de masas. Son los cuadros, los fermentos del porvenir (…) Ninguna fracción en toda la historia del movimiento obrero ha sido perseguida con tanto encarnizamiento, abrumada con tantas calumnias envenenadas, como esta llamada de los ‘trotskistas’. Es lo que ha determinado su temple político, su espíritu de sacrificio y le ha acostumbrado a remontar la corriente (..) sobrepasan en mucho a los más ‘autorizados’ jefes de la Internacionales Socialistas y Comunistas.”[20]



[1] León Trotsky, Escritos 1929-1940 digital, Stalin firmó el certificado de defunción de la Tercera Internacional.

[2] Entre otras medidas, instauraba el sufragio universal directo y secreto, libertad de expresión, de prensa, de reunión y de asociación.

[3] Para profundizar sobre el tema ver León Trotsky, Escritos…, “La nueva Constitución de la URSS” y “La Cuarta Internacional y la Unión Soviética” y el libro La Revolución Traicionada.

[4] León Trotsky, Los crímenes de Stalin, Juan Pablos Editor, México, 1973, pp.145 y 146.

[5] La conversión de la IC en un apéndice de Moscú vio confirmadas las previsiones de Trotsky acerca de las implicaciones de la teoría del “socialismo en un solo país” (Ver León Trotsky, La III Internacional después de Lenin [Stalin, el Organizador de Derrotas], 1929).

[6] Dimitrov, The united front, págs. 270‑280.Citado en Pierre Broué, El partido Bolchevique digital, capítulo XIV.

[7] Salvo algunas pocas excepciones como el secretario ejecutivo de la II Internacional, Friedrich Adler, quien escribió Proceso de Brujería donde comparaba los juicios de Moscú con los de la Inquisición.

[8] León Trotsky, Su moral y la nuestra, Disposición política de los personajes.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11] El Buró Internacional de Partidos Socialistas Revolucionarios (“Buró de Londres”) fue creado en 1935. Era una asociación amplia de partidos (distintas rupturas del PC y PS) no afiliados a ninguna internacional, pero contrarios a la formación de una nueva (cuarta) internacional. El POUM era uno de sus integrantes.
[12] El anarquista italiano Camilo Berneri, proscrito por el fascismo, había ido a luchar a España. Denunciando la política de “primero vencer a Franco”, animaba y alimentaba la oposición de un importante grupo anarquista español a la política de colaboración de clases. Su asesinato fue atribuido a la mano de Stalin. Durruti, militante de la CNT y ala izquierda del anarquismo, fue asesinado en circunstancias aún “confusas”. Luego de su muerte, se creó la organización “Amigos de Durruti”, que confluyeron junto al trotskista “Moulin” (Hans Freund, asesinado más tarde por el stalinismo) acercándose a las posiciones de Trotsky.

[13] Ibídem.

[14] Pierre Broué, Los procesos de Moscú, p. 11.

[15] Después de abandonar la política de reforma hacia la Comintern, la Oposición de Izquierda Internacional (1930-33), tomó el nombre de Liga Comunista Internacional (LCI) y se abocó a reunir fuerzas para constituir partidos revolucionarios. Frente a la perspectiva de guerra mundial y debacle de las III Internacional, Trotsky llamaría a la creación de la IV Internacional en mayo de 1935. En una conferencia de la LCI en julio de 1936, Trotsky propuso su fundación. Esta se llevó a cabo finalmente en septiembre de 1938.

[16] También fue asesinado Ignace Reiss, un agente de la GPU que rompió con Stalin en el verano de 1937 y se unió a la IV Internacional.
[17] Trotsky publicaría también Los Crímenes de Stalin, además de decenas de artículos en la prensa. El trotskista norteamericano, Max Schatman publicó The Moscow Trial - The Geatest Frame-up in History, que tuvo gran éxito en EEUU.

[18] Como por ejemplo, numerosos intelectuales de New York, agrupados en la revista marxista Partisan Review,

[19] Bretón, Rivera y Trotsky elaborarán además el “Manifiesto por un arte revolucionario e independiente”.

[20] León Trotsky, Los crímenes de Stalin, op. cit., p. 135.


La Comisión Dewey

La “Comisión de Investigación de los cargos hechos contra León Trotsky en los Juicios de Moscú” fue conocida como El Contraproceso o Comisión Dewey, por el nombre de su presidente, uno de los veteranos del liberalismo norteamericano, el filósofo y pedagogo John Dewey acompañado por la escritora, Suzanne La Follete y viejos dirigentes del movimiento obrero, los diputados alemanes, el compañero de Liebknecht, Otto Rüle y el comunista Vendelin Thomas, el anarcosindicalista italiano Carlo Tresca, entre otros, así como intelectuales progresistas, como el notable sociólogo Edward Alworth Ross. El consejero jurídico era el antiguo defensor de Toin Mooney y posteriormente de Sacco y Vanzetti, el abogado John F. Finerty. El abogado trotskista americano Albert Goldman se encargó de la defensa de Trotsky. La comisión francesa, que recibía sus directivas de la norteamericana, estuvo presidida por hombres como M. Modigliani, abogado italiano, miembro del Ejecutivo de la II Internacional, M. Delepine, miembro del partido de León Blum, entre otros. Ninguno de los miembros de la Comisión Dewey había tenido relaciones con el trotskismo y en algunos casos directamente eran adversarios políticos.

La comisión Dewey trató de lograr la participación de II Internacional y la III Internacional pero la respuesta de los “Amigos de la URSS” fueron gritos e insultos. Una subcomisión arribó a México, en abril de 1937, para tomar las declaraciones del inculpado y reunir pruebas en base a la voluminosa documentación que presentaron Trotsky y sus colaboradores. La misma volvió a invitar al Partido Comunista, a los sindicatos del país a participar en la indagación, con pleno derecho a formular preguntas y exigir la verificación de todos los testimonios pero la respuesta fue la misma, acusando a la Comisión de intervenir en los asuntos de la URSS. Como diría Trotsky, “La IC continúa repitiendo que la ‘URSS es la patria de todos los trabajadores’. Curiosa patria en cuyos destinos está prohibido interesarse.”[1]

El Contraproceso constituyó a los ojos del mundo y de aquellos que veían con horror los actos de la camarilla estalinista un poderoso instrumento para llegar a la verdad. A pesar de sus crímenes, la persecución y el oro de Moscú, como afirmó Trotsky: “no todos los hombres están en venta; de lo contrario la humanidad estaría ya podrida hace tiempo. La Comisión Investigadora Internacional es un precioso elemento de incorruptible conciencia social. Todos los que aspiran a una renovación del aire se vuelven hacia ella”[2]

Finalmente, luego de meses de exhaustivos trabajos, la comisión expidió su veredicto en septiembre de 1937. El informe de la Comisión publicado con el nombre de Not Guilty (Inocente), que reunió en sus más de 400 páginas las actas y testimonios que permitieron probar la falsedad de las acusaciones, concluyó: “(22) Por lo tanto decidimos que los Juicios de Moscú son un fraude. (23) Por lo tanto decidimos que Trotsky y Sedov son inocentes.”[3]

[1] Ibídem, p. 149.

[2] Ibídem, p. 278.

[3] León Trotsky, Escritos…., op. cit., Declaración a los periodistas sobre el veredicto Dewey



La década del 30: Revolución, fascismo y guerra