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Boletín Nº 1 (Abril 2003)

La correspondencia Trotsky-Leonetti sobre la guerra de Etiopía

La correspondencia Trotsky-Leonetti sobre la guerra de Etiopía

 

Por Antonio Moscato

 

Traducción inédita del francés realizada por el CEIP LT. Publicado en Cahiers Leon Trotsky N° 29 del Institut Leon Trotsky de Francia.

El descubrimiento de un número importante de cartas de Alfonso Leonetti en los archivos de Harvard, le había permitido al viejo Martin (A. Leonetti) repasar algunos momentos cruciales en su batalla política de los años en que participó activamente en el Secretariado Internacional1, preocupado por los obstáculos que se oponían a la publicación integral de la correspondencia. Había manifestado varias veces el deseo que sea al menos reconstruida la discusión sobre la guerra de Etiopía, para hacer justicia a la Oposición de Izquierda, “la única organización italiana que ha tenido una actitud rigurosamente revolucionaria en esta ocasión”2. Este artículo tiene entonces, ante todo, el deber de mantener el compromiso tomado con Leonetti, en la víspera de su muerte. Pero, en la reconstitución de las posiciones de otras organizaciones obreras italianas, y en particular del partido comunista, han emergido rastros de diferencias surgidas entre el PCI y el PCF (y con los mismos representantes de la Internacional) a propósito de la guerra de Etiopía y de las iniciativas de solidaridad con la lucha del pueblo etíope.

Se trata de un episodio modesto, pero totalmente desconocido hasta ahora. Que puede esclarecer la dialéctica interna que no estaba aún totalmente sofocada al interior de una parte del movimiento comunista, y su reconstitución puede brindar un segundo plano más vasto a la tenaz batalla a contracorriente de la Oposición de izquierda.


Los bolcheviques leninistas y la guerra de Etiopía

Bastante antes del inicio de la agresión fascista, Leonetti “Martin” escribió a Trotsky, exponiendo su punto de vista sobre la situación italiana:

“La situación italiana vuelve al primer plano. Mientras que se habla mucho de Hitler “la principal causa de guerra”, se olvida que Mussolini ya hace esta guerra. Las informaciones que llegan del interior concuerdan en decir que la guerra es absolutamente impopular”3

Leonetti brinda luego elementos sobre el costo muy elevado de la guerra debido tanto al compromiso de fuerzas enormes como a la necesidad de atraer con primas a obreros y soldados poco entusiasmados con la empresa africana:

“Mussolini debe pagar 40-70 liras al obrero que parte para Africa, mientras que el salario en Italia es de 8-14 liras. Y por cada soldado 5 liras por día de paga (en la última guerra era de 14 monedas!). La lira se desliza. [...] Se pregunta de dónde Mussolini tomará la plata para esta guerra (20-25 mil millones). La población está desangrada. ¿Encontrará préstamos en el extranjero? ¿En Francia? De todas maneras, un abismo se prepara”4.

Leonetti volverá frecuentemente sobre la disponibilidad francesa a cubrir la empresa africana de Mussolini. Por otro lado, el acuerdo sobre este punto con Trotsky era total. Trotsky había denunciado varias veces la dinámica que conducía a la guerra mundial. Apenas arribó a Noruega, por ejemplo, había respondido claramente a un periodista del Arbeiterbladet que le hacía una pregunta sobre este tema:

“Es muy difícil hacer predicciones, decía Trotsky, pero yo diría sí, es en este sentido que yo creo que la guerra que se anuncia entre Etiopía e Italia tiene la misma relación con una nueva guerra mundial que la guerra de los Balcanes de 1912 tenía con la guerra mundial de 1914-18. Antes que pueda haber allí una nueva gran guerra, las potencias tendrán que determinarse y, a este respecto, la guerra ítalo-etíope definirá las posiciones e indicará las coaliciones. Es imposible decir si pasarán tres, cuatro o cinco años antes que estalle la gran guerra. Nosotros debemos estar preparados a un plazo más breve que largo”.5

Trotsky, por otro lado, algunos días antes, había enviado una circular a nombre del SI, en la cual deploraba que “no se le preste bastante atención en nuestras secciones, y sobretodo en la sección francesa, al conflicto ítalo-etíope”6. Recomendaba sobretodo no subvaluar las repercusiones sobre la IC:

“La cuestión es de la más alta importancia, en primer lugar por ella misma, y luego, desde el punto de vista del giro de la Internacional Comunista. Es claro, nosotros estamos por la derrota de Italia y por la victoria de Etiopía, y nosotros debemos entonces hacer todo lo posible para impedir, por todos los medios a nuestro alcance, que otras potencias imperialistas sostengan al imperialismo italiano y al mismo tiempo facilitar lo mejor que podamos la entrega de armas, etc. a Etiopía”7.

La sección italiana no estaba sin embargo entre aquellas que subvaluaban la cuestión. Al contrario, en la carta ya citada, Leonetti subrayaba que se abrían grandes posibilidades de desarrollo, a condición de que toda la organización internacional se comprometa:

“Es necesario poner en el centro internacional (sic) la guerra de Abisinia. De esta manera nosotros hablaremos a los obreros italianos, teniendo en cuenta las condiciones particulares de nuestra situación.

El Partido stalinista y el Partido socialista preparan un “Congreso de Italianos en el extranjero”. El Congreso, o no se hará o se hará a escondidas y será únicamente una duplicación del de “Amsterdam” con una formación reducida. Nuestra fuerzas son demasiado débiles para hacer algo por nosotros mismos [...] Si nuestra organización internacional logra hacer algo –y debemos lograrlo- tendremos también otras posibilidades de trabajo”. Ni la segunda ni la tercera pueden querer ni aplicar el sabotaje8. Sólo nosotros estamos completamente libres de actuar”9.

Leonetti concluía este punto de la carta (consagrado también a otras cuestiones, y en particular a las consignas sobre el Frente popular, con una preocupación muy fuerte de no aparecer como “estériles” y “negativos”)10 solicitando la opinión de Trotsky. No hemos encontrado rastros de una intervención específica en este tema y en general parecía evidente que sobre el fondo de la cuestión, el acuerdo era completo. La más grande perplejidad de Trotsky concernía a una evaluación del rol de la URSS; un artículo de Leonetti para el BI daba de hecho tranquilamente por adquirida una actitud antimperialista correcta por parte de la URSS:

“Es necesario que, desde este momento, la protesta obrera internacional se organice contra el imperialismo italiano, por los pueblos etíopes; pero esta protesta sólo será eficaz y beneficiosa a la causa de la paz si la clase obrera actúa en tanto clase autónoma e independiente: no como un medio auxiliar al servicio de tal o cual imperialismo, satisfecho o no con sus dominios de explotación. [...] Para salvar a la paz no es necesario fundarse sobre la intervención de París o Londres: es necesario unir los esfuerzos de los proletarios de todos los países a la acción de la URSS e inversamente”11.

Los palabras están subrayadas a mano, probablemente por Trotsky, y son acompañadas de un signo de interrogación muy marcado. Leonetti, evidentemente, subvaluaba las estimaciones cínicas de la diplomacia soviética, que se aprestaba a brindar una ayuda substancial a Italia, tanto en el plano político (aceptando la limitación de las sanciones a un terreno casi simbólico) como en el plano económico (brindando a Italia más de un quinto de sus necesidades de petróleo)12.

Es interesante destacar qu si Leonetti tenía en ese momento algunas dudas sobre la política soviética, no podía por cierto ser acusado de adaptación a la política de la IC o de débil rigor teórico. En una de sus cartas a Trotsky, le pide su opinión sobre la cuestión de las sanciones, a propósito de las cuales tiene una posición personal en el SI:

“La fórmula “contra las sanciones” no es clara para los obreros italianos –todos ferozmente sancionistas-; pero la fórmula “por las sanciones” es de la unión sagrada en Inglaterra. En mi opinión –que no es la de Rous y la de Dubois- debemos tener una política antimperialista y no anti-sancionista”.13

La posición es rigurosa, incluso si las informaciones provenientes de Italia son más bien carentes. La política de las sanciones, sin poner dificultad realmente al régimen fascista, contrariamente a lo que pensaba Leonetti, redujo a las oposiciones al mínimo, creando una ola de patriotismo y de solidaridad nacional como jamás se había visto hasta entonces. Evidentemente la lucha sin piedad de los stalinistas contra la Oposición de izquierda logró cortar todas las relaciones con el partido14. Así escapan a Leonetti tanto la influencia del fascismo sobre las masas obreras italianas, incluso entre los emigrados, como la apertura de contradicciones en el seno de las organizaciones más importantes, que son vistas como un bloque único, tanto en sus relaciones recíprocas como en lo que concierne a su vida interna.

Es difícil comprender, para quien milita hoy en el PCI, cuál de los partidos comunistas, es el que en el plano ideológico más se desapegó de su matriz stalinista (siempre conservando lo esencial de su estructura organizacional de origen), qué punto alcanzó en estos años la lucha contra los “herejes”. Al lado del testimonio de Leonetti, ya señalado en la nota 13, puede ser útil remitir a lo que admite un memorialista cándidamente apologético con respecto a su pasado stalinista: Giulio Cerreti. En sus memorias, recuerda como era suficiente ser crítico, sobre cuestiones concretas y limitadas, para ser etiquetado como trotskista y finalmente “pulverizado” y expulsado del partido15. Los stalinistas fueron raramente tan eficaces como en la lucha contra sus opnentes de izquierda (de lejos más eficaces que en su lucha contra los verdaderos agentes de la burguesía en sus filas)16. La seguidilla de violencias físicas y morales (a veces aún más penosa y sobretodo más eficaz a largo plazo) tuvo el doble efecto de provocar en algunas víctimas una exasperación que (cuando no los conducía a gestas desesperadas) las empujaba efectivamente en el “campo enemigo”, y en otras, una frustración y una sensación de impotencia que podía conducir a la capitulación y a la abjuración.

En todo caso, al aislamiento. Leonetti no percibió incluso los ecos de tensiones surgidos al interior del grupo dirigente del PCI en el momento de la guerra de Etiopía. Obligado por el ostracismo stalinista a orientarse ante todo sobre lo que aparecía en la prensa comunista, Leonetti tiende a ver como un bloque monolítico no solamente al PCI y a la IC sino también a los socialistas que son sus aliados. En realidad, en el curso de 1936, al menos dos episodios reveladores de divergencias importantes se delinean (naturalmente en el seno de los grupos dirigentes y cuidadosamente ocultados a los militantes). Buscamos presentarlos sintéticamente.


La Conferencia internacional de los Negros y los Arabes

En diciembre de 1935, los militantes comunistas italianos que animaban el Comité internacional por la defensa del pueblo etíope y de la paz (hijo del Comité contra la guerra y el fascismo, más comunmente llamado Comité Amsterdam-Pleyel), decidieron consolidar las relaciones que habían sido establecidas en el marco de la lucha contra la agresión italiana contra Etiopía con numerosos representantes de movimientos nacionalistas africanos y asiáticos. Así nació el proyecto de convocar una Conferencia internacional de los Negros y los Arabes, que habría debido tener lugar en París el 22 de febrero de 1936:

“La idea de la Conferencia era: desarrollar una campaña entre los árabes y los negros contra la guerra fascista en Africa; utilizar el hecho que habían adherido al Comité Internacional Etíope todas las organizaciones y grupos de París de negros y árabes de todas las tendencias, y que, en otros tiempos luchaban unos contra otros; tomar relación con otras organizaciones negras y árabes de Africa y de diferentes centros de Europa y de América; aprovechar su reunión sobre el terreno “abisinio” para crear un frente común de los negros y los árabes que habría podido vivir incluso después de la solución del drama etíope, etc.”17

Esta presentación es parte del breve informe escrito después de la conferencia por el dirigente comunista responsable, Romano Cocchi, más conocido por el seudónimo de Adami. Los archivos del PCI contienen numerosas cartas escritas antes y después de la Conferencia, que revelan claramente la naturaleza de los obstáculos que se opusieron a una iniciativa aparentemente tan modesta y al mismo tiempo útil. El “breve informe” del 20 de mayo de 1936, enviado confidencialmente a Gallo (Luigi Longo) precisaba:

“Lanzada la idea de la Conferencia, las adhesiones afluyeron de todas partes del mundo. Pero en febrero, comenzaron las dificultades de orden interior. Se veía de parte de algunos camaradas responsables [...] un peligro: la Conferencia habría podido molestar al gobierno francés”.

Adami intentaba en vano explicar que “este peligro no existía, pues la Conferencia tenía por objetivo esencial la defensa de Etiopía” y señalaba la adhesión de personalidades francesas como Pierre Cot o Jean Longuet. Había un problema, precisamente porque “los negros y los árabes veían justamente en la defensa del pueblo etíope la defensa de sus propias reivindicaciones antimperialistas”. Además, interpretando quizás mal las razones del boicot en el seno de la Internacional, o más bien comprendiéndolas demasiado bien, Adami propone, para evitar equívocos y dar una base más seria al movimiento, constituir un Comité de los negros y de los árabes, lo que fue efectivamente realizado y pesó en los preparativos, sobretodo cuando se intentó eliminar totalmente la Conferencia, después de haberla postergado en primer lugar a abril y luego a mayo “para dar tiempo al camarada W. de plantear la cuestión en Casa”18:

“Todo parecía pautado. Pero en vísperas de la Conferencia, cuatro días antes, un telegrama nos invitó a suprimir la Conferencia. La cosa era imposible. Era el momento de la derrota abisinia. El Comité de la Conferencia –compuesto por representantes de los negros y de los árabes- no aceptaba postergarla: “Nosotros la haremos sin ustedes” Pero el camarada W. insitió en su postergación. El camarada Ferrat estaba también contra la Conferencia”.

La Conferencia tuvo lugar en circunstancias igualmente singulares: abandonada por el aparato de la IC, fue apoyada por una parte del PCF (Adami indica Racamond, “de acuerdo con el camarada Duclos”, el cual sin embargo, según otras cartas de Adami, estaba ausente de la reunión “porque estaba ocupado en la Cámara”). La composición de los campos es singular: se encuentra a los hombres de Moscú en el PCF a favor de la Conferencia sospechada de perjudicar los intereses franceses y a la política de aproximación franco-soviética, mientras que son opuestos a ella dos representantes de la IC que serán rápidamente excluidos: Ferrat el mismo año y Münzenberg el año siguiente (pero ya este año, llamado a Moscú, se había arriesgado de terminar en Siberia y fue salvado por un verdadero milagro: la única gesta de generosidad realizada por Togliatti durante toda su vida).

Existen diferentes interpretaciones posibles: por un lado Müzenberg y Ferrat son críticos con respecto a Moscú pero, en primer lugar, porque temen que la política unitaria momentáneamente en voga pueda ser desviada. En este caso, la desconfianza respecto de una iniciativa mal vista por la burguesía francesa y por la SFIO misma, estaría ligada a la necesidad de mantener las mejores relaciones posibles con el IOS. Sin embargo, algo contradice esta explicación: Ferrat rompe con el PCF después de haber denunciado su subordinación al Frente popular durante las huelgas, y anteriormente ha emprendido una dirección más correctamente anticolonialista, precisamente a la cabeza de la sección colonial (formalmente del PCF, pero de hecho sustraída a su dirección). Existen por otro lado numerosos precedentes que confirman que los permanentes de la IC stalinizada, incluso cuando maduran una ruptura o bien mantienen reservas íntimas, evitan cuidadosamente entrar en conflicto con la “Casa” (lo que es por otro lado más verdadero cuando son sospechosos para sus superiores de Moscú). Leo Valiani se dio cuenta lúcidamente, cuando describe a otro enviado de la Comintern a París, Eugene Fried, llamado Clément o incluso Le Grand, entonces supervisor de la política del PCF:

“Parece establecido que el representante de la Internacional comunista en Francia, un checoslovaco de origen húngaro, hombre muy cultivado y resuelto, inteligente, según el retrato que ha trazado recientemente Duclos en un artículo publicado en los Cahiers del Instituto Maurice Thorez, que el hijo de Thorez mismo en un par de cartas al Monde, decidió verdaderamente la actitud del partido comunista francés el 12 de febrero de 1934 y después.

Lo que no dicen ni Duclos ni el hijo de Thorez, es que Fried, alrededor de 1928-29, había dirigido el partido comunista checoslovaco con una línea que Stalin desaprobó después, calificándola de ultraizquierdista después de haberla fomentado anteriormente. Esta amarga experiencia hizo de Fried un hombre muy atento a los cambios de la situación real que, como él sabía, Stalin y la IC tomarían tarde o temprano en consideración, cualquiera haya sido su es0trategia precedente”.

En este contexto, no se puede excluir que Ferrat y Münzenberg, ambos en dificultad con la dirección de la IC, habían evitado provocar otros motivos de conflicto apoyando una iniciativa que evidentemente podía servir mucho a Etiopía (la última fecha establecida para la Conferencia, el 10 de mayo, había sido fijada un mes antes, cuando la victoria italiana era ya segura y la prohibición definitiva databa del 6 de mayo, es decir después de la entrada de las tropas fascistas a Addis Abeba) y que era evidentemente opuesta a la política soviética19. El apoyo de Racamond y quizás de Duclos mismo, puede explicarse por el contrario por la lucha subterránea contra Ferrat a partir del congreso de Villeurbanne que había alejado a este último del BP (pero no todavía del CC).

Y sin embargo, otros indicios nos revelan que, detrás de esta polémica aparentemente marginal había tensiones más profundas y que maduraba una desconfianza hacia la política stalinista que iba a conducir a Adami a romper con cólera en el momento del acuerdo nazi-soviético de agosto de 1939. Ya en enero, una carta (no firmada sobre la copia conservada en los archivos del PCI pero que se puede suponer escrita por Adami) había protestado áridamente con Gabriel Péri a propósito de la actitud de L’Humanité, deplorando que no se aludía allí a los “regateos internacionales para la elaboración de un plan contra la independencia de Abisinia y para salvar a Mussolini [...] explotando la voluntad de paz de los pueblos”:

“La prensa francesa entera está mobilizada sobre esta línea [...] Quizás todo el ruido alrededor de los portavoces de la paz, sólo tiene como objetivo inmediato hacer fracasar a las nuevas sanciones”

En esta situación, era sorprendente ver a L’Huma y al Popu no únicamente no llevar una fuerte campaña, sino guardar silencio. Hoy, el silencio del Popu fue roto, pero no aún el de L’Huma.

Más pienso y menos comprendo porqué acontece esto. Creo ser (sic) bastante objetivo para comprender las múltiples exigencias a las cuales L’Huma debe hacer frente cada día y las dificultades frente a las cuales ustedes pueden encontrarse. Pero la cuestión de la que vengo a hablar no es una bagatela, es la cuestión esencial del momento en el plano internacional.

El hecho es por lo tanto tan grave que parece que algunos antifascistas franceses estarían, en el fondo, en este momento, de acuerdo con una política que es nada menos que lavaliana.

En todo caso, era necesario aparecer al remolque del Popu?”

Al mismo tiempo, otra carta, esta vez a nombre del BP del PCI y dirigida al BP del PCF, volvía a poner la cuestión bajo una forma más diplomática (“nosotros le rogamos insistentemente tomar medidas para intensificar la campaña contra la maniobra lavaliana y mussoliniana, que L’Humanité comenzó con algún retraso”). En el mismo momento, una carta dirigida al Comitato di difesa del Popolo Tripolitano situado en Damas, confirmaba la persistencia de una actitud rigurosamente anticolonial al menos entre los responsables de este sector del PCI. La carta estaba firmada por tres ex diputados (Grieco, Gennari y Di Vittorio) pero había quizás sido escrita por Cocchi mismo o por Velio Spano, que recién había vuelto de un viaje por Egipto, que le había permitido establecer contactos con representantes nacionalistas locales (y también de emplear de manera bastante artesanal una propaganda hacia las tropas italianas en tránsito por el canal de Suez)20. La carta decía sin ambigüedades:

“Nosotros, comunistas italianos, hemos defendido siempre el derecho de los pueblos de Libia a la libertad, su derecho de decidir libremente su propio destino, hasta la separación del Estado italiano. Este derecho, sin condiciones, nosotros, comunistas italianos, lo reconocemos a todos los pueblos oprimidos por el imperialismo italiano; no solamente a los pueblos de las colonias, sino también a las minorías nacionales que han sido anexadas por la fuerzas al Estado italiano (alemanes del sur del Tirol, eslovenos y croatas de la Venecia Juliana, griegos del Dódecaneso).

El reconocimeinto de este derecho y la lucha por él de la clase obrera italiana, son para nosotros, comunistas, cuestiones de principio y no aspectos contingentes de nuestra política. Es decir que nosotros luchamos por este derecho, no únicamente frente al régimen fascista, sino frente a cualquier otro régimen que sea del imperialismo italiano, ya que la causa de la opresión nacional reside en la ley de bandido del desarrollo del imperialismo”.

Es un tono muy diferente al tomado en el mismo período por el PCF y en general por la IC. ¿Se trataba únicamente de un desfasaje debido a la ausencia de presiones concretas de parte de sectores del imperialismo italiano? Es un dato real, pero insuficiente para explicar esta actitud. De hecho incluso el Frente popular español seguro que no estaba directamente condicionado por una parte de la burguesía imperialista (que estaba toda alineada del lado de Franco) pero se guardó bien de desflorar la cuestión colonial, no obstante el interés evidente de quitar a Franco su base marroquí. El condicionamiento de la IC (a través de su principal emisario en España, Togliatti) fue mucho más determinante que el de los “fantasmas de la burguesía” presentes en el Frente popular, para hacer rechazar cualquier iniciativa en dirección de los nacionalistas marroquíes. La preocupación de fondo era no molestar a la burguesía francesa, el resultado fue muy penoso: como se sabe Franco no tuvo los mismo escrúpulos y ofreció cínicamente su ayuda a los nacionalistas del Marruecos francés decepcionados por el inmobilismo (y por la represión...) de los gobiernos del Frente popular. De todas maneras no podía escapar a nadie que la política colonial de los gobiernos de Frente popular en 1936-37 era literalemente suicida, pero fue tenazmente continuada tanto en España como en Francia. Si bien la carta al Comité de Damas toma una significación particular (no una simple reposición de temáticas antiguas por fuerza de la inercia) y aclara las razones más generales por las cuales la batalla para dar la autonomía y la continuidad al trabajo anticolonialista y antimperialista “de los negros y los árabes”, terminaba por ir contra la corriente y –en el mejor de los casos- era boicoteada y dejada sin medios materiales. Antes de rendirse a la evidencia, Adami hostiga por cartas al secretariado de su partido pidiendo una intervención de Moscú. No la obtiene. Comprendemos por una carta (que sobrevivió a la indicación de leer y destruir, probablemente porque fue enviada al mismo tiempo a Adami y para información a Gallo) que Cocchi fue dejado solo:

“Hemos recibido tu carta del 25 del corriente y nos hemos apresurado a telegrafiar para saber si se trataba de una interpretación errónea de directivas generales. Una intervención más directa nos es desaconsejada por razones evidentes. [...] Comprendemos tus preocupaciones y las compartimos pero, por el momento, no es posible hacer otra cosa. Sólo en algunos días tendremos la posibilidad de someter la cuestión en otro marco. En cuanto a un viaje a allá arriba (es decir a Moscú, NdeR) no podemos solicitarlo nosotros mismos. Tu lo puedes hacer por el canal de la organización que diriges”.

Se elude evidentemente así un pedido casi desesperado de apoyo y claridad21. Disuelto el Comité de los negros y los árabes en los meses siguientes, Adami se comprometerá entonces una vez más a fondo en la construcción de un organismo unitario de los trabajadores italianos emigrados, la Unión popular italiana. En un año recibió 50.000 adhesiones a la nueva organización, pero también muchas nuevas amarguras.

La tormenta que sopló en 1938 sobre el grupo dirigente del PCI (en el que el comité central fue acusado por Manuilsky y después disuelto) no pudo ayudarlo. Spriano observa que los cambios en las cumbres fueron mantenidos en secreto, incluso a los miembros del aparato (y en efecto Amendola supo solamente en 1939 por Grieco que este último había sido reemplazado después de mucho tiempo por Berti a la cabeza del PCI) pero, seguramente, esto no podía valer para los miembros del CC disuelto. Por otro lado, Cocchi había sido puesto “bajo tutela” incluso a la cabeza de la Unión popular italiana, en al que quedó como secretario general, pero con Longo como presidente y Montagnana director del diario La voce degli italianai. Cocchi, que tenía una procedencia “atípica”, había adherido con espíritu y convicción al movimiento comunista, pero sin renunciar a su autonomía de opinión. Su denuncia de los acuerdos Ribbentrop/Molotov le valieron no sólo la exclusión del partido sino una larga campaña de difamación como “espía del OVRA” (la policía política mussoliniana, NdeT) de la cual hemos percibido ecos hasta decenios después de su exclusión y de su muerte (sobrevino, al desmentir de todas las innobles calumnias sobre su pro fascismo, en Buchenwald en marzo de 1944).

Leonetti no tuvo ninguna percepción de todo este proceso (como las tensiones que se delinearon en 1936-37 entre el partido comunista y el partido socialista, aparentemente soldadas en un bloque muy sólido y en realidad polemizando sobre los juicios de Moscú y también sobre la conducta de la guerra en España). La sensación de impotencia del pequeño centro marxista revolucionario, lúcido, pero aislado de las masas, a quien era presentado como colaborador del fascismo por los potentes aparatos stalinistas, contribuyó probablemente a su desprendimiento del SI, y luego a su tentativa de relacionarse de nuevo al partido comunista francés durante la resistencia y al partido comunista italiano en los años sesenta. Con la separación que nos brinda la perspectiva histórica (que contó igualmente con los esfuerzos acometidos por Alfonso Leonetti incluso después de su retorno al PCI para conservar viviente al menos la memoria histórica de las batallas contra la corriente de la Oposición de izquierda en los años treinta) podemos considerar esta reconstrucción de una parte del combate político en el PCI en el curso de estos años como un homenaje directo a la batalla casi solitaria que él y algunos otros llevaron para la defensa de la verdad y del patrimonio teórico del marxismo. A aquellos que renuncian a burlarse de la debilidad de las fuerzas que se reunían alrededor de la batalla de León Trotsky por la construcción de una Internacional revolucionaria, recordamos la dispersión trágica de una gran parte de los dirigentes y de los militantes que el prestigio de la URSS y el miedo del “minoritarismo” había reunido en los partidos stalinistas. Para sólo quedarnos en los protagonistas de la batalla que hemos sumariamente reconstruido, querríamos recordar como el desfasaje de los tiempos de su toma de conciencia fue fatal a la construcción de una alternativa al stalinsimo, y en numerosos casos, fue fatal para ellos mismos. Ferrat, Münzenberg, Cocchi, Marty, llegaron en épocas diversas a tener que separarse del stalinismo, encontrándose casi solos, como lo habían estado los “tres” sobre los cuales ellos mismos habían ironizado en el pasado.

El stalinismo, gran organizador de derrotas, puede jactarse de un solo éxito innegable: impidió con una eficacia extraordinaria que aquellos que se distanciaban de él lograran organizarse de manera creíble, incluso al precio de dispersar (o de empujar a los brazos de la socialdemocracia o de la reacción abierta) una parte notable de las fuerzas que había reunido en el momento del ascenso revolucionario (desde la Alemania de Weimar hasta la España y Francia de 1936).

 

1 Como muchos otros militantes, obligados a desplazarse clandestinamente bajo la ocupación nazi, Leonetti perdió una gran parte de sus archivos de los años treinta.

2 Ver Cahiers Leon Trotsky N° 21, marzo de 1985, p.124 y la necrología de Leonetti en Bandiera Rossa, a. XXXVI, n°1, 20 de enero de 1985.

3 Carta al camarada Crux (LT) en francés, 25 de julio de 1935.

4 Ídem.

5 Leon Trotsky, Oeuvres, T6, París, EDI, 1979.

6 Ídem.

7 Ídem.

8 Subrayado con lápiz por Trotsky.

9 Carta n. 2705.

10 Leonetti temía que las consignas demasiado rígidas (“Abajo el frente popular de colaboración”, etc.) tengan un efecto repelente (“esto nos aísla de los obreros y permite a los stalinistas y centristas de la SFIO presentarnos como “estériles” y “negativos”). Observaba que era necesario “empujar hacia adelante a las masas que creían en el frente popular tal cual era”. Hasta aquí, Trotsky había subrayado para resaltar una frase evidentemente cortada. Pero poco después Martin añadió: “Es necesario tomar a estas personas por sus mismas palabras y obligarlos a desenmascararse. Por un lado: crítica implacable del frente popular; por otro lado, demostración de que somos los más consecuentes luchadores en este frente popular”. Es Leonetti quien subraya con lápiz, pero con la palabra “en” está puesta entre paréntesis y acompañada de un signo de interrogación bien visible, ya que Trotsky no podía seguramente compartir la opinión que “para no aislarse” se llegue a participar al interior del frente popular.

11 “Las dos internacionales y la guerra de Etiopía”, dactilografiada con la indicación “para el BI”, Houghton Library.

12 Giuliano Procacci, Il socialismo internazionale e la guerra d’Etiopia, Editori Riuniti, Roma, 1978, muestra con documentos como los representantes soviéticos tranquilizaron varias veces al gobierno italiano sobre el hecho que las sanciones petroleras no serían aplicadas por la URSS en el caso de una “participación de los principales países productores”. Litvinov mismo, entonces ministro de asuntos extranjeros de la URSS “excluía tal eventualidad” (p.182). El interés de Italia era evidente, ya que la URSS le brindaba el 22% de su petróleo. Después de la última ocasión de aprobar las sanciones petroleras, en Génova el 1° de marzo, la delegación soviética se comportó con “un cierto tono de desinterés, dictado por la convicción que se trataba de una cuestión terminada desde entonces y en la cual la salida estaba prevista” (p.221). El mismo día Stalin daba una entrevista a Roy Howard, en la cual definía la guerra de Etiopía como “un episodio” (ídem).

13 Carta en francés, 30 de octubre de 1935, Houghton Library. Leonetti vuelve frencuentemente sobre la cuestión de las sanciones en sus cartas, observando que Ercoli-Togliatti y el congreso de la IC, se habían callado sobre esta cuestión candente. El ignoraba aún (esto fue publicado más tarde) el informe de Manuilsky que, deplorando el hecho que los socialdemócratas pedían a la URSS aplicar las sanciones rigurosamente, sostiene que se trataba de una trampa peligrosa: “Imaginen que los estados burgueses no apliquen a fondo estas sanciones y que la URSS quede como el único Estado que sigue el consejo de la segunda internacional y de la de Amsterdam. ¿Quién ganaría allí? Los Estados capitalistas que han mantenido relaciones con Italia. ¿Quién perdería? No Italia sino la URSS. De hecho el boicot estará dirigido no contra la Italia fascista sino contra el país socialista de los soviets”. Procacci, op. Cit. P. 125. Manuilsky rechazaba incluso el bloqueo del canal de Suez , con el pretexto de que “esto corresponde a los intereses del imperialismo inglés” (el cual, por el contrario, se guarda bien de hacerlo, llegando incluso a proteger los convoys de las tropas italianas... de la propaganda derrotista incitada por algunos elementos del PCI).

14 Leonetti experimentó en persona cuán difícil era hacerse escuchar y poder dialogar con los militantes que permanecían en el PCI cuando intentó ir al Congreso antifascista de la sala Pleyel en junio de 1933, utilizando su carta de la Asociación de periodistas italianos antifascistas “G. Amendola”. Arrastrado a la fuerza al subsuelo por el “servicio de orden”, quien gritaba muy fuerte haber descubierto un provocador, fue golpeado hasta sangrar y tirado sobre la ruta medio ciego, sin poder ir a un hospital (donde habría sido arrestado casi seguro). Viejos amigos y democrátas fuera de toda sospecha como Miglioli, que lo conocían bien, fingieron no reconocerlo. Además, L’Humanité publicó una carta firmada por numerosos ex detenidos de las prisiones fascistas, en la que declaraban su “solidaridad completa con los camaradas que han excluido del congreso obrero antifascista europeo al traidor Feroci quien, por otra parte, no era delegado sino que había entrado irregularmente con la carta de una asociación burguesa, de la cual es miembro, de acuerdo a su posición trotskista-socialfascista”. Testimonio de Leonetti al autor, Silverio Corvisieri, Trostkij e il comunismo italiano, Samona e Savelli, Roma, 1969. ¡La asociación burguesa era la de los periodistas antifascistas exiliados en Francia!

15 Giulio Cerreti, Con Togliatti e con Thorez, quarant’anni di lotte politiche, Feltrinelli, Milano, 1973, p. 122.

16 Para dar un sólo ejemplo que da cuenta de este período, el responsable de la organización del PCF (enemigo encarnado del extremismo de aquellos que creían en una extensión posible de las huelgas de 1936, como Ferrat), Marcel Gitton, habría sido un informador de la policía bastante antes de su separación del PCF (después del pacto Ribbentrop-Molotov). Ver Philippe Robrieux, Histoire intérieure du parti communiste 1920-45, Fayard, París, 1980, p.449. Ver también los testimoniosde Darnat y Vassart en, Denis Peschanski, Annali Feltrinelli, a. XXIV, 19885, pp. 330 y 343. Vichy 1940-44, Quaderni e documenti inediti di Angelo Tasca

17 Archivo del PCI (APC), “Breve informe de Adami sobre la Conferencia Internacional de los negros y los árabes (9-10 de mayo de 1936)”. Giuliano Procacci, Dalla parte dell’Etiopia, l’agressione italiana vista dai movimienti anticolonialisti d’Asia, d’Africa, d’America, Feltrinelli, Milán, 1984, pp. 200-202, hace alusión a este informe atribuyéndolo sin embargo a Spano (del que el seudónimo en este período era sin embargo René).

18 W. era Willy Münzenberg; la “Casa” era evidentemente la Comintern.

19 G. Procacci, Il socialismo internazionale, op. Cit. Brinda una amplia revista de testimonios directos de embajadores italianos (en Moscú, Génova, Varsovia, etc.) sobre las seguridades obtenidas de Litvinov, Potemkin (delegado soviético en la SDN) y de otros representantes de la URSS sobre la disponibilidad soviética, en el fondo, a una conclusión diplomática de la agresión, incluso a través del plan Hoare-Laval que preveía el desmembramiento de Etiopía. Ver también las declaraciones de Manuilsky (el verdadero portavoz de Stalin en la IC) reportadas en la nota 13. El mensaje soviético fue recibido por el PCI. Esto emerge de la confrontación del diario destinado a la emigración (del cual Cocchi se ocupaba desde hace años), Unione popolare, que el 11 de enero de 1936 pide la aplicación rápida de las sanciones sobre el petróleo, y del Unità que en su número del 1° de enero de 1936 incluye un artículo de Ruggero Grieco, secretario general del partido, que ni siquiera hace alusión a la cuestión.

20 El informe de René (Velio Spano) para la IC se encuentra en APC 1393/1-3 seguido de una breve nota para el PCI (en italiano). Informa con detalle sobre los contactos tomados con los nacioanlistas que habían constituido un Comité por la Defensa de Etiopía y sobre los contactos, más difíciles, incluso por “falta de un mandato” con los comunistas egipcios. Spano informaba también que dada la debilidad de las fuerzas locales, pocos cosas se podían hacer hacia las tropas italianas y que había decidido ayudarlos dando el ejemplo: “He debido ir yo mismo con mi compañera y el mejor de los camaradas de la localidad a arrojar a bordo de un barco a vapor (el “Toscana”, lleno de fascistas), paquetes de folletos contenidos en las cajas de tabaco, APC 1393/4.

21 La carta de Adami (dirigida a Gallo y al secretariado del PCI) acompañaba dos cartas enviadas a Moscú; se dudaba que, dados los “inconvenientes habituales”, las cartas llegarían demasiado tarde. “Es indispensable que por tu parte solicites mi partida para M. y que solicites al mismo tiempo directivas”. Adami deploraba que “W. Münz. –pingüino- (es así como se designaba en la jerga a los enviados de la IC, NdeR) me ha puesto en una situación de la que no puedo salir. Ha suspendido “la ayuda” material al Comité Inter.; no sabe que decir pero dice lo que se debe hacer; preocupado, se ha hecho a un lado, hace ocho o diez días, diciéndome: “Yo pido inmediatamente que tu vayas a M.”. Estos días, W. Münz. está ausente. Yo no sé que hacer. El Comité Intern. está paralizado; [...] si yo supiera cual podría ser la línea política actual del Comité, yo escaparía a la cuestión de las sanciones sobre las cuales fueron comprometidas todas las campañas del Comité; pero no sabiendo lo que efectivamente se querrá hacer de este Comité, yo no puedo comprometerlo en las iniciativas y actividades que no sé si podremos llevar a su término”. Haciendo luego alusión a la Conferencia de los Negros y los árabes, Adami añadía que “sobre la base de la resolución que he visto, he comprendido en relación con la situación internacional, cómo se debe llevar en adelante la lucha contra la guerra de Africa pero no creo que se deba dejar de lado la campaña internacional y el movimiento creado con el Comité internacional”. La carta concluía con un llamado urgente: “En el estado actual de las cosas, digo que no sé más como continuar. Te suplico entonces me des una ayuda”.