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Clásicos de León Trotsky online

II. La estricta neutralidad

II. La estricta neutralidad

 

Kautsky, Vandervelde, Henderson, en una palabra, todas las Mrs. Snowden del mundo, niegan categóricamente la colaboración de la Georgia menchevique con la contrarrevolución rusa y extranjera. Y es precisamente aquí donde está el quid de la cuestión. Durante la encarnizada guerra de la Rusia de los soviets contra los guardias blancos, sostenidos por el imperialismo extranjero, la así llamada Georgia democrática dice que observó la neutralidad. Y no simplemente la neutralidad, escribe el respetable Kautsky, sino una “estricta neutralidad”. Nosotros podríamos ponerlo en duda, incluso si desconociéramos los hechos. Pero nosotros los conocemos. Sabemos no solamente que los mencheviques georgianos han participado en todas las intrigas urdidas contra la república de los soviets, sino que incluso la Georgia independiente fue creada para que sirviera de instrumento en la guerra imperialista y en la guerra civil contra la Rusia obrera y campesina. Es lo que ya hemos podido ver por lo expuesto anteriormente. Sin embargo, nuestro bravo Kautsky no quiere saber nada. Mrs. Snowden está indignada. Macdonald rechaza vehementemente esas “estúpidas acusaciones”. Está bien, “estúpidas acusaciones”, como ha escrito Macdonald muy encolerizado. Pues Macdonald, sin ser Brutus, no deja de ser “un hombre honorable”. Desgraciadamente, existen hechos, documentos, actas a los que nosotros nos vemos obligados a conceder más crédito que a los hombres más honorables.

El 25 de septiembre de 1918, se celebró una Conferencia oficial de los representantes de la república georgiana, del gobierno del Kuban y del Ejército Voluntario. Este último estaba representado por los generales Alexeiev, Denikin, Romanovski, Dragomirov, Lukomski, por el monárquico Chulguine y por otros personajes cuyos solos apellidos son suficientes para indicar la calidad. El general Alexeiev abrió la Conferencia con estas palabras: “En nombre del Ejército Voluntario y del gobierno del Kuban, yo saludo a los representantes de Georgia, nuestra AMIGA, en la persona de E. E. Guelguetchkori y del general G. I. Mazniev.”

Los amigos tenían algunos malentendidos que aclarar. El principal concernía al sector de Sotchi. Para disipar esos malentendidos, Gueguetchkori decía: “¿Acaso no es a Georgia adonde los oficiales rusos, cuando son perseguidos en Rusia, vienen a refugiarse? Nosotros los recibimos, nosotros compartimos con ellos nuestros escasos recursos, nosotros les pagamos un sueldo, nosotros los mantenemos y nosotros hacemos todo lo que nos es posible en nuestra precaria situación para ayudarlos…” Estas palabras son ya más que suficientes para que surjan dudas sobre la “neutralidad” de Georgia en la guerra que hacen los obreros contra los generales del zar. Pero el mismo Gueguetchkori se encarga de desvanecer esas dudas y mostrar la certidumbre. “Yo creo un deber recordar [dice a Denikin, a Alexeiev y a los demás] que es conveniente no olvidar LOS SERVICIOS QUE OS HEMOS PRESTADO EN VUESTRA LUCHA CONTRA EL BOLCHEVISMO Y TENER EN CUENTA EL APOYO QUE NOSOTROS OS HEMOS PRESTADO.” ¡Qué puede haber más claro que estas palabras de Gueguetchkori, ministro de Asuntos Extranjeros de la Georgia democrática y líder del partido menchevique! Pero ¿acaso Macdonald necesita aclaraciones? El segundo representante de Georgia, Mazniev, está aquí para suministrárselas: “Los oficiales [explica] no cesan de salir de Tiflis para unirse a ustedes [ustedes quiere decir Alexeiev y Denikin] y para el camino yo les suministro toda clase de recursos. El general Liazlov puede confirmarlo. Reciben dinero, víveres, etc., y todo ello gratis. Como ustedes lo han pedido, YO CONCENTRO A LOS OFICIALES que se hallan en Sotchi, en Gagri, en Sojum y les exhorto a que se unan a vuestro ejército…”

Kautsky sale fiador de la neutralidad y, además, de la neutralidad más estricta de Georgia. Macdonald trata, buenamente, de “estúpidas acusaciones” lo que se refiere a los servicios prestados por los mencheviques a los blancos en su lucha contra los bolcheviques. Pero nuestro honorable hombre se apresura a decir que poseemos mucha inventiva. Los hechos están aquí para confirmar nuestras acusaciones. Los hechos desmienten a Macdonald. Los hechos prueban que somos nosotros los que decimos la verdad y no Mrs. Snowden.

Pero eso no es todo. Esforzándose por demostrar que con la cesión temporal del sector de Sotchi a Georgia los guardias blancos no perderán nada, puesto que lo que importa sobre todo a estos últimos es avanzar hacia el Norte, contra los bolcheviques, Gueguetchkori dijo: “Si es eso, pues yo no lo pongo en duda; nosotros vemos en el porvenir la reconstitución de una nueva Rusia; para nosotros no se trata solamente del retroceso en el sector de Sotchi sino de cuestiones más importantes: hecho que ustedes no deben perder de vista.” Estas palabras arrancan el velo a la autonomía georgiana: no se trata de una “autonomía nacional”, sino más bien una maniobra estratégica en la lucha contra el bolchevismo. Cuando Alexeiev y Denikin hayan reconstruido una “nueva Rusia”, pues esto Gueguetchkori “no lo duda”, se tratará para los mencheviques georgianos no solamente de retroceder en el sector de Sotchi, sino de hacer volver a Georgia entera al seno de Rusia, una e indivisible; he ahí, bien especificada, la “estricta neutralidad”.

Pero corno si temiera que algunos duros de mollera continuaran con sus dudas, Gueguetchkori añade: “En cuanto a nuestra actitud en relación con los bolcheviques, yo puedo declarar QUE LA LUCHA CONTRA EL BOLCHEVISMO sobre nuestro territorio es de las más encarnizadas. Con todos LOS MEDIOS QUE TENEMOS A NUESTRO ALCANCE COMBATIMOS AL BOLCHEVISMO, movimiento antiestatal, que amenaza la integridad de nuestro estado, y creo que sobre este particular hemos dado ya una serie de pruebas bastante elocuentes.” En todo caso, estas palabras pueden pasar sin comentarios.

Pero ¿cómo han podido ser conocidas conversaciones de un carácter tan privado? Levantaron acta y han sido publicadas. ¿Acaso no serán falsas? Es poco probable. Han sido publicadas por el mismo gobierno georgiano en un libro titulado Documentos y materiales sobre la política exterior de la Transcaucasia y de Georgia (Tiflis, 1919). Las actas citadas están en las páginas 391 a la 414. Como Gueguetchkori era el ministro de Asuntos Extranjeros, se llega a la conclusión de que ha sido él mismo el que ha hecho imprimir sus entrevistas con Alexeiev y Denikin. A Gueguetchkori se le puede excusar, pues en aquel entonces no podía prever que Kautsky y Macdonald saldrían un día fiadores de la neutralidad de los mencheviques georgianos jurándolo por el honor de la II Internacional. Por otra parte, no es éste el único caso en que la situación de los honorables gentlemen de la II Internacional hubiese sido mucho más fácil si no hubiesen existido ni la estenografía ni la imprenta.

Para que el alcance político de las declaraciones hechas por Gueguetchkori, en su entrevista con Denikin, nos queden completamente claras, es indispensable recordar cuál era, en septiembre de 1918, la situación militar y política en la Rusia de los soviets. Tomen en sus manos un mapa, la cosa vale la pena. Nuestra frontera occidental pasaba entonces por Pskov y Novgorod; Pskov, Minsk y Moghilev estaban en manos del príncipe Leopoldo de Baviera. ¡Y en ese tiempo, los príncipes alemanes contaban algo en Europa!... Por otra parte, Ucrania estaba enteramente ocupada por los alemanes, que habían sido llamados para defender la democracia contra los bolcheviques. Apoyados sobre Odesa y sobre Sabastopol, el grupo del general von Kierbach se extendía casi hasta Kursk y Voronez. Los cosacos del Don amenazaban Voronez desde el Sudeste. Tras ellos, en el Kuban, Alexeiev y Denikin organizaban su ejército. En el Cáucaso, los turcos y los alemanes hacían lo que querían, y un estrecho corredor nos ligaba a Astrakán. El Volga estaba dos veces cortado en el Norte: por los cosacos en Tzaritsea, y por los checoslovacos en Samara. Toda la parte sur del mar Caspio se hallaba ya entre las manos de los blancos que estaban a las órdenes de oficiales de la marina inglesa; en cuanto a la parte septentrional, nos fue ocupada al año siguiente. Al Este, luchábamos contra los checoslovacos y los blancos, que ocupaban las regiones transvolguianas, los Urales y Siberia. Al Norte reinaba la Entente, que ocupaba Arkanjel y todo el litoral del mar Blanco. La parte septentrional del ferrocarril de Murman estaba ocupada por un cuerpo de desembarco anglo-francés. La Finlandia de Mannerheim amenazaba Petrogrado, que se hallaba semicercado por el enemigo. En cuanto a nuestro ejército, apenas empezaba a formarse bajo el fuego del enemigo.

En esta situación, los representantes oficiales de la Georgia menchevique anuncian a los organizadores del Ejército Voluntario que Georgia salva a los oficiales blancos de las persecuciones de los bolcheviques, que los mantiene gratuitamente, que recluta entre ellos voluntarios para los ejércitos de Alexeiev y Denikin; en fin, que Georgia lucha “sin cuartel” contra el bolchevismo y que trata “por todos los medios” de alcanzar su objetivo.

Gueguetchkori no fanfarroneaba, no exageraba los servicios que había prestado a la contrarrevolución. El y sus amigos han hecho todo lo que han podido. Naturalmente, no se les podía pedir que pusieran en pie, para socorrer a los blancos, una fuerza armada seria, puesto que ellos mismos se veían obligados a recurrir a las tropas alemanas para luchar contra la “anarquía” interior. Sus recursos reales eran en mucho inferiores a su buena voluntad contrarrevolucionaria. Eso no quita que ellos han prestado a las organizaciones militares de los guardias blancos inmensos servicios en las circunstancias de entonces.

Se apoderaron del inmenso material de guerra del ejército del Cáucaso, abandonado sobre territorio georgiano, y lo emplearon, en gran parte, en mantener a los blancos: a los cosacos del Don, del Kuban, de Terek; a los oficiales checos; a los destacamentos de Heiman y de Filomonov; al Ejército Voluntario de Alexeiev y Denikin, etcétera.

Su ayuda fue entonces de una importancia capital para las tropas contrarrevolucionarias que operaban en el Cáucaso y que no recibían apenas nada de afuera. La colaboración de la Georgia menchevique con los contrarrevolucionarios de todo pelaje fue diaria, pero no ha sido registrada más que incidentalmente. Y es difícil escribir ahora una historia de esa colaboración, tanto más cuanto los más preciosos documentos se los han llevado los mencheviques al extranjero. Pero los documentos que han quedado en las oficinas de Tiflis son plenamente suficientes para desvanecer del ánimo del más puntilloso de los notarios la última sombra de duda sobre la famosa neutralidad georgiana.

Las conversaciones y la colaboración militar con los organizadores del Ejército Voluntario empezaron desde el mes de junio de 1918, si no fue el primer día de la autonomía georgiana. Algunas operaciones puramente militares (por ejemplo, el avance hacia la estación de Govoristchenskaia) fueron emprendidas por Georgia a petición del gobierno del Kubán, que estaba en connivencia con los “voluntarios”.

El general Heimann, que partiendo de Daghestanskaia avanzaba contra los bolcheviques, recibió del general georgiano Mazniev, del que ya hemos hablado, 600 fusiles, 2 ametralladoras y cartuchos. El general Maslovski, que estaba, como Heimann, al servicio de Alexeiev y actuaba de acuerdo con la dirección menchevique, recibió de Georgia, en Tuapsé, un tren blindado. Es en esto, entre otras cosas, en lo que pensaba Gueguetchkori cuando recordaba a Alexeiev y a Denikin los socorros suministrados por Georgia. En octubre de 1918, es decir, poco después de la conversación Gueguetchkori-Denikin, que ya conocemos, el gobierno georgiano entregó al gobierno del Don, que estaba en estado de guerra con las tropas soviéticas, una cantidad importante de material de guerra[1]. El 3 de noviembre de 1918, el general georgiano Mazniev informaba a su gobierno que luchaba contra los bolcheviques mano a mano con los cosacos del Ejército Voluntario. “He dejado [dice] en primera línea a los cosacos y he traído a Sotchi, para que descansen, las tropas que me han sido confiadas.” El 26 de noviembre, el gobierno georgiano decidió entregar al representante del Ejército Voluntario, Obiedov, una cantidad indispensable de medicamentos y de material sanitario y “ayudarle enteramente en ese asunto”. Ese asunto era la guerra civil organizada contra la Rusia de los soviets. Evidentemente, el material sanitario y los medicamentos son objetos muy humanos, es de lo más neutral. Pero, desgraciadamente, el gobierno georgiano ha empezado por quitar por la fuerza estos objetos a las tropas caucasianas “contaminadas” por “la anarquía bolchevique” para entregarlos inmediatamente a los guardias blancos que atacaban a la Rusia de los soviets por el Sur. Todo eso, en su conjunto, se llama “estricta neutralidad”, según Kautsky, pero no según Jordan. Este último escribía al jefe de la misión imperial alemana, el 15 de octubre de 1918, es decir, en medio de los acontecimientos que relatamos: “Yo no he considerado JAMAS Georgia, desde el punto de vista de su situación internacional, como un estado enteramente neutro, HECHOS EVIDENTES NOS PRUEBAN LO CONTRARIO.” ¡Perfectamente justo! Esta carta también ha sido publicada por el mismo Jordan en el libro editado en Tifus, del que ya hemos hablado y que estaba a la entera disposición de Kautsky cuando escribía su folleto. Pero Kautsky ha preferido fiarse de su inspiración apostólica. Todo hace creer que Jordan, que no podía negar la evidencia del curso de sus entrevistas de “negocios” con el general von Kress, se permitió en sus conversaciones edificantes con Kautsky agarrar a ese venerable anciano por la nariz, y eso era muy fácil, puesto que Kautsky había llevado a Tifus una nariz muy bien conformada para esos efectos. Es decir, no iba dispuesto a meter la nariz en ninguna parte.

Georgia firmó un acuerdo según el cual ponía sus vías férreas a disposición de las tropas turcas para ser transportadas a Azerbaiyán; con la ayuda de ellas fue derrocado el poder de los soviets en Bakú, que había sido instaurado en esa ciudad por los obreros, a pesar que estaban cortadas sus relaciones con Rusia. Este hecho tuvo para nosotros consecuencias muy graves. Bakú, que suministraba petróleo a Rusia, se convirtió en un punto de apoyo de nuestros enemigos. Se podría decir, en verdad, que separado de Rusia el gobierno georgiano ha sido obligado a prestar un concurso decisivo a las tropas del sultán lanzadas contra el proletariado de Bakú. Admitamos que sea así. Pero no es menos cierto que Jordan y los otros líderes georgianos han expresado al partido musulmán Mussavat reaccionario y burgués, sus felicitaciones con motivo de la toma de Bakú por las tropas otomanas. El acto de violencia del militarismo turco, en definitiva, era la realización de los deseos íntimos de los mencheviques, deseos que, por otra parte, como se ve, no trataban de disimular.

La revolución no sólo perdió Bakú por un cierto tiempo; la revolución perdió para siempre algunas decenas de sus mejores hijos. En septiembre de 1918, casi en la fecha en que Gueguetchkori mantenía conversaciones con Denikin, veintiséis bolcheviques, líderes del proletariado de Bakú, y, entre ellos los camaradas Chaumian, miembro del Comité Central de nuestro Partido, y Alexis Djaparidse, fueron fusilados en una pequeña estación perdida en la estepa transcaucasiana. Sobre ello, Henderson os puede informar, junto con Thompson, vuestro general en la guerra emancipadora: fueron sus agentes los que cumplieron el papel de verdugos.

Así; ni Chaumian, ni Djaparidse conocieron la alegría que causó a Jordan la toma de la ciudad soviética de Bakú. Pero ellos se llevaron a la tumba el odio a los mencheviques ayudantes de los verdugos.

* * *

El manuscrito de esta obra estaba ya terminado, cuando hemos recibido el libro de Vadim Tchaikine, socialrevolucionario y miembro de la Asamblea Constituyente, aparecido con el título Para servir a la historia de la Revolución rusa - Ejecución de veintiséis comisarios en Bakú. (Ediciones Grjébine, Moscú.) Esta obra, compuesta, en gran parte, por documentos de los que los principales han sido reproducidos fotográficamente, constituye un relato de las circunstancias en que las autoridades militares inglesas, sin juicio alguno, condenaron a muerte y asesinaron a veintiséis comisarios de Bakú. El organizador directo del asesinato fue el jefe de la misión inglesa en Asjabad, Reginald Teague-Jones. El general Thompson estaba al corriente de todo el asunto, y Teague-Jones, como lo demuestran todos los detalles del crimen, actuó con el consentimiento del respetable general.

Después que la muerte de estos veintiséis hombres indefensos, de los que se apoderaron diciendo que los iban a enviar a la India, fue perpetrada en una estación perdida en la estepa, el general Thompson favoreció la fuga de uno de los principales autores del asesinato, Drujkin, malvado bien conocido por su venalidad. Las gestiones realizadas por Vadim Tchaikine para una liberación (que no era bolchevique, sino socialrevolucionario y miembro de la Asamblea Constituyente) cerca del general inglés Malleson y del general también inglés Milnes, no tuvieron ningún resultado.

Averiguó que todos estos gentlemen estaban de acuerdo para ocultar la muerte y a los asesinos, y fabricar falsos informes. Como lo demuestran los documentos del mismo libro, el ministro georgiano de Asuntos Extranjeros, Gueguetchkori, se comprometió a no dejar salir de Georgia al asesino Drujkine. En realidad, de acuerdo con el general inglés Thompson, él dio a Drujkine la completa posibilidad de escapar a la justicia. Mientras que los comités de los socialistas revolucionarios rusos y georgianos y de los mencheviques rusos transcaucasianos, después de tener todos los detalles del asunto, firmaban una declaración sobre la criminal conducta de las autoridades militares inglesas, el comité de los mencheviques georgianos, que reunido con los otros partidos llegaron a la misma conclusión que los últimos, se negaron a firmar el documento, por temor a disgustar a las autoridades inglesas. El telégrafo del gobierno menchevique georgiano se negó a transmitir los despachos en que Vadim Tchaikine denunciaba a los verdugos ingleses. Incluso admitiendo que no se supiera nada de los mencheviques por otras fuentes, los documentos indiscutibles del libro de Tchaikine son suficiente para estigmatizarlos con la deshonra indeleble: a ellos, a su democracia, a sus protectores y a sus defensores.

No tenemos la menor esperanza de que, a pesar de las informaciones directas, precisas, indiscutibles dadas por Tchaikine, M. Henderson, Macdonald, M. J. H. Thomas o M. Clynes, M. Sexton o M. Davison, M. Adamson o M. Hodge, M. Rose o M. Bowerman, M. Young o M. Spoore se consideren obligados a examinar abierta y legalmente este asunto hasta el fin y pedir cuentas de su conducta a los representantes de la Gran Bretaña, que han defendido tan brillantemente, en Transcaucasia, la democracia, la civilización, el derecho, la religión y la moral contra la barbarie bolchevique.

* * *

Todos los Mrs. Snowden del mundo niegan la colaboración de los mencheviques georgianos con las organizaciones y los ejércitos contrarrevolucionarios: para ello, se basan en dos hechos. En primer lugar, los mencheviques se han lamentado a los socialistas ingleses de que la Entente les obligaba a apoyar a los contrarrevolucionarios, y en segundo lugar, existían entre Georgia y los blancos querellas que, por el momento, revestían formas de conflictos armados.

Más de una vez, con gestos amenazantes, el general inglés Walker advirtió al representante del gobierno, Noe Jordan, que el órgano central de los mencheviques sería inmediatamente suspendido si se permitía publicar un solo artículo desagradable a la Entente. Un oficial inglés golpeó con su sable-bayoneta sobre la mesa de un procurador georgiano; exigía la liberación inmediata de detenidos que él, por la gracia de Dios teniente de Su Majestad, había designado. Resumiendo: a juzgar por los documentos, las autoridades militares inglesas se comportaban en Georgia con más insolencia todavía que las autoridades alemanas. En ciertas ocasiones, Jordan no dejaba de subrayar, respetuosamente, que Georgia era casi autónoma y se lamentaba a Macdonald de la violación de la casi neutralidad georgiana. Lo exigía la prudencia más elemental. Cuando Denikin quitó a Georgia el sector de Sujum, los mencheviques se quejaron de Denikin a Walker y de Walker a Henderson, con el mismo éxito en los dos casos.

Si no hubiese habido quejas ni conflictos de este género, hubiera significado, simplemente, que los mencheviques no se distinguieron en nada de Denikin. Pero ello sería tan inexacto como decir que Henderson no se diferenciaba en nada de Churchill. Las oscilaciones pequeñoburguesas, en un periodo revolucionario, son de gran amplitud: ellas van del apoyo al proletariado hasta la alianza formal con la contrarrevolución de los señores terratenientes. Los políticos pequeñoburgueses, cuanto menos independientes son, más declaran su independencia y su estricta neutralidad. Desde este punto de vista, es fácil seguir día a día toda la historia de los mencheviques y de los socialrevolucionarios de derecha y de izquierda durante toda la revolución. Jamás son neutrales. Jamás son independientes. Su neutralidad no es más que un balancín que oscila de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Que apoyen a los bolcheviques (los socialrevolucionarios de izquierda, los anarquistas) o que apoyen a los generales zaristas (los socialrevolucionarios de derecha, los mencheviques), los partidos pequeñoburgueses tienen miedo, en los momentos decisivos, al triunfo de su aliado, y lo que es más frecuente, lo abandonan a la hora del peligro. Es necesario decir, y esto es verdad, que si en el periodo revolucionario los partidos pequeñoburgueses sufren ordinariamente todas las consecuencias de la derrota, raramente gozan de las ventajas de la victoria. Después de haber consolidado sus posiciones con la ayuda de la “democracia”, la contrarrevolución monárquica en la persona de Koltchak al Este, de Yudenitch, de Miller y de los generales ingleses al Norte y al Oeste, de Denikin al Sur, humillaban a sus auxiliares demócratas de la forma más baja.

Por otra parte, la socialdemocracia europea también posee a este respecto una cierta experiencia, que no le viene, ciertamente, de la época revolucionaria, sino de la guerra, en la que recibió no pocos golpes y de los que conserva las huellas. Los social-patriotas, que colaboraron con su burguesía en el momento en que la guerra era más dura para aquélla, esperaban si bien no que el proletariado participara del triunfo, sí que el socialismo, y por consiguiente ellos mismos, jugara un papel decisivo en el ajuste de los estados después de la guerra. Pero se equivocaron. Engañados, Henderson, Sembat y consortes denunciaron a su burguesía, la amenazaron, se lamentaron de ella ante la Internacional. Pero eso no quería decir que no la habían servido. La sirvieron con aspiraciones, pero fueron engañados y se lamentaban de ello. Nadie puede decir que fueron sus lacayos desinteresados. No, son oportunistas pequeñoburgueses, es decir, lacayos políticos con ambiciones, locuaces, siempre vacilantes; lacayos de los que no se puede confiar por completo, pero siempre lacayos hasta el tuétano.

* * *

Al adoptar, como hemos visto, los métodos de los académicos franceses, que cantan loas a la preclara política del principado de Mónaco o de la dinastía de los Karageorgevitch, Kautsky no pide ninguna explicación, no busca la causa de los hechos, no se extraña de ninguna contradicción y no retrocede ante las incoherencias. Si Georgia se ha separado de la Rusia revolucionaria, la falta es de los bolcheviques. Si Georgia ha ayudado a las tropas alemanas es porque éstas son mejores que las tropas turcas. Las tropas de los Hohenzollern han entrado en Georgia, “no para saquear [dice Kautsky] no para organizar sus fuerzas productivas.”“Saludadas con alegría en las calles de Tiflis” ¿Por quién?, ¿por quién?, ¿por quién?), las tropas de los Hohenzollern parten, pero la virtud democrática de Georgia queda intacta. Thompson y Walker también contribuyen a aumentarla. Y después que Georgia se ha entregado al teniente alemán (hacia el que ella dio el primer paso), después al teniente británico, ¿quién puede dudar que en el momento de la llegada de la delegación de la II Internacional su virtud democrática no alcanzará su pleno florecimiento? De aquí la profética deducción de Kautsky: es el espíritu menchevique encarnado en Georgia el que salvará a Rusia (pág. 72).

Ha llegado el momento de conceder la palabra al “espíritu menchevique” en persona. Hacia fines de 1918 (el 27 de diciembre) se celebró en Moscú la conferencia del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso (menchevique).

En esta conferencia se examinó la política de las fracciones del Partido que habían aceptado la participación en los gobiernos de los guardias blancos, o que estaban aliados abiertamente al imperialismo extranjero. Se trataba especialmente en este caso de los mencheviques georgianos. En el informe oficial del Comité Central menchevique, leemos: “El Partido no puede NI QUIERE TENER en su seno a los aliados de la burguesía contrarrevolucionaria y del imperialismo anglo-americano, cualquiera que haya podido ser el motivo que ha empujado a muchos de ellos a una tal alianza.” La resolución de la conferencia dice exactamente: “La conferencia constata que la política de la socialdemocracia georgiana, que ha intentado salvar el régimen democrático y la autonomía de Georgia, recibiendo apoyos de la ayuda extranjera, y con la separación de Rusia, ha puesto a la socialdemocracia georgiana en CONTRADICCION CON LAS TAREAS PERSEGUIDAS POR EL PARTIDO EN SU CONJUNTO.”

Este edificante episodio da una idea no solamente de la perspicacia de Kautsky en lo que concierne a la valoración de los acontecimientos revolucionarios, sino también de su buena fe en relación con los hechos que expone. Desdeñando, incluso, referirse a sus amigos los mencheviques, Kautsky representa la política exterior Jordan-Tseretelli, una política realmente menchevique y, por tanto, un modelo para la socialdemocracia internacional. Pues el criterio oficial de Martov y de Dan, estriba en que la política exterior Jordan-Tseretelli ejerce sobre el Partido “una influencia desorganizadora” que amenaza “con quebrantar hasta sus fundamentos el prestigio del Partido ante los ojos de las masas proletarias”[2]. Mientras que Kautsky da la bendición marxista a la política georgiana de “estricta neutralidad”, Martov y Dan muestran su intransigencia con tal política: “El Partido corre el riesgo [escriben] de causar la hilaridad general si permite que tal o cual de sus fracciones realicen, en alianza abierta o enmascarada con sus enemigos de clase, acciones políticas contrarias al mismo espíritu de la política revolucionaria del Partido.”

Después de esto, uno podría detenerse. El faldón de la docta camisa de dormir de Kautsky está bien apresado entre las dos hojas de la puerta menchevique: imposible parece que sea capaz de liberarlo. Y como no puede, es posible, aunque sea un poco tarde, que recurra a la ayuda de Martov. Todo es posible. Y, sin ninguna duda, la obtendrá. Nosotros mismos podemos, para atenuar el golpe asestado a Kautsky por los mencheviques, dar algunas explicaciones. El momento era, entonces, intensamente revolucionario. Los bolcheviques derrotaban a Koltchak. En Alemania y en Austria-Hungría la revolución había empezado. Los líderes mencheviques se vieron obligados a arrojar por la borda el lastre comprometedor que podía hundirles. En las asambleas de los obreros de Moscú y Petrogrado reinaba la indignación por la política traidora de Georgia por aquel entonces. Amenazaban con expulsar a Jordan y a sus partidarios si no cesaban de hacer del Partido motivo de “risa general”. El tiempo era movido: el mismo Hilferding quería introducir los soviets en la Constitución. Esto es suficiente para demostrar hasta qué punto habían llegado las cosas.

Se les amenazaba con la expulsión. Pero ¿los expulsaron? Evidentemente, no. Ni se pensó en serio en ello. Pues no serían mencheviques si a las palabras les siguieran los hechos. El rnenchevismo internacional en su totalidad no es otra cosa que una amenaza condicionada que no se cumple jamás; una simbólica mano levantada, pero que nunca golpea.

Pero el hecho no deja de serlo: sobre la cuestión esencial de la política de los mencheviques georgianos, Kautsky engaña vergonzosamente a sus lectores. Su mentira la descubren los mismos mencheviques, el faldón de su camisa de dormir está bien atrapado; imposible liberarlo.

¿Macdonald? ¡Oh! Macdonald es el hombre más honorable del mundo. Sólo tiene un pequeño defecto: que no comprende nada de las cuestiones del socialismo, absolutamente nada.



[1] La lista exacta de ese material, muy numeroso, ha sido publicada según documentos auténticos, en el libro de J. Chafir: La guerra civil en Rusia y la Georgia menchevique, Moscú, 1921, pág. 39.

[2] En la publicación citada del Comité Central menchevique, pág. 6.