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En memoria de A. A. Joffe

El 14 de Noviembre el CC [Comité Central] y el CCC [Comisión Central de Control] convocaron una sesión especial y expulsaron a Trotsky y Zinoviev del partido por incitar movilizaciones contrarrevolucionarias. Rakovsky, Kamenev, Avdeev, Smilga, Yevdokinov fueron expulsados del CC y seis dirigentes de la Oposición más del CCC. Cientos de miembros de la "tropa" fueron expulsados. La división estaba consumada, y a tiempo de evitar que la Oposición se pronunciara en el 15º congreso.
Trotsky se marchó del Kremlin. Al día siguiente los otros dirigentes de la Oposición fueron desalojados sin contemplaciones. Esa noche Adolf Joffe, un dirigente diplomático soviético, un oposicionista, y viejo amigo personal de Trotsky, se suicidió. Su causa principal fue la negativa de las autoridades de autorizarlo a recibir tratamiento médico en el exterior. En una nota dirigida a Trotsky que escribió justo antes de su muerte plantea su suicidio como una forma de protesta contra la expulsión de Trotsky (la nota está en The Man and His Work, Leon Trotsky, Merit Publishers, 1969, p 124).
El funeral de Joffe tuvo lugar el 19 de noviembre, un día laboral, pero miles de personas concurrieron a la procesión. La GPU intentó dispersar a la multitud antes de que ingresaran en el cementerio; avanzaron y llegaron hasta la tumba, donde escucharon a oficiales del partido y del gobierno, a Trotsky y a Rakovsky. Esta fue la última aparición pública de Trotsky en Moscú.
Con autorización de la Biblioteca de la Universidad de Harvard.
(1)

Discurso de Trotsky frente a la tumba de Joffe:

Camaradas, Adolf Abramovich se ha convertido en parte de las historia de la última década sobre todo como un representante diplomático del primer estado obrero de la historia. Se ha dicho aquí -y en la prensa- que él era un diplomático excepcional. Es correcto. Él era un diplomático -es decir, militó en el puesto que le fue asignado por la revolución y el gobierno obrero. Pero fue un gran diplomático porque fue un revolucionario por completo.
Por su origen social, Adolf Abramovich fue producto de un entorno burgués -más precisamente, de una rica familia burguesa. Pero como sabemos, hay algunos casos en la historia que producto de este tipo de entornos suceden profundas rupturas con ese medio -un quiebre que va hasta la médula de sus huesos- y que desde entonces, no hay riesgo de que puedan ser ganados para las ideas pequeñoburguesas. Adolf Abramovich fue y permaneció como un revolucionario hasta el final.
Los oradores hoy aquí hicieron alusión -y con justeza- del elevado nivel de sus logros culturales. Como diplomático se vio forzado a moverse en los círculos enemigos, entre astutos, perspicaces y venenosos contendientes. Él conoció ese mundo, sus costumbres y hábitos y asumió los caminos de ese mundo con habilidad y sutileza; pero para él era como ponerse un uniforme de su puesto de lucha. Adolf Abramovich nunca usó un uniforme en su espíritu. Se dijo aquí -y correctamente- que la rutina le era extraña o cualquier actitud estereotipada para lo que fuera. Encaró cada problema como un revolucionario. Mantuvo puestos de responsabilidad pero nunca fue un burócrata. El burocratismo era algo extraño para él. Miró cada problema desde el punto de vista de la clase obrera, que se había planteado desde las profundidades del subsuelo hasta las alturas del poder estatal. Abordó cada problema desde la óptica del proletariado internacional y de la revolución internacional. Y ésta era la fuente de su fortaleza, una fuerza a la que recurría constantemente para combatir su debilidad física. Su fortaleza mental y su habilidad para ejercer su poder lo acompañaron hasta el último instante, cuando la bala dejó una oscura mancha que podemos ver hoy aquí sobre su sien derecha.

Camaradas, ustedes podrán decir que él se retiró de la vida voluntariamente. Y la revolución no nos permite, a ninguno, que nos retiremos por nuestra propia cuenta. Pero que nadie presuma que puede juzgar a Adolf Abramovich. El se suicidó en un momento cuando, en su propia lógica, no le quedaba nada más para entregarle a la revolución que su propia muerte. Entonces, con firmeza y coraje, como vivió la vida, la dejó.
Los tiempos difíciles nunca lo asustaron. El permaneció igual en octubre de 1917 cuando era miembro, y luego presidente del Comité Militar Revolucionario de Petrogrado; lo mismo en el campo de batalla en las afueras de la ciudad mientras los proyectiles del cañón de Yudenich reventaban por todas partes; y lo mismo en la mesa diplomática en Brest-Litovsk, y más tarde en muchísimas capitales de Europa y Asia.
Las dificultades no lo angustiaban. Lo que lo empujó a quitarse la vida fue la certeza de que se volvía imposible para él pelear contra esas dificultades.
Camaradas, permítanme decir esto -y es algo que considero que se aplica totalmente a los últimos pensamientos de Adolf Abramovich como a su testamento- una acción como quitarse la vida por decisión propia, tiene un efecto contagioso. Que nadie pretenda seguir el ejemplo de este viejo luchador en su muerte. No. Siganlo en su vida.
Aquellos de nosotros que éramos su amigos íntimos, quienes no solamente peleamos codo a codo sino que vivimos hombro a hombro con él por décadas, se nos arrancó violentamente la vívida imagen de esta persona y amigo excepcional que permanece en nuestros corazones. Había un gentil y firme ardor en Adolf Abramovich que generaba calidez en todo lo que lo rodeaba. Él era el foco alrededor del cual otros se reunían -en los círculos de emigrados, en las colonias de deportados, en prisión. Vino, como ya dije, de una familia acomodada, pero los medios a su disposición en sus años jóvenes no eran de su propiedad individual. Se volvieron los recursos de la revolución. Él ayudó a sus camaradas con una mano generosa, no esperando a que se lo pidan, como un hermano, como un verdadero amigo.
Aquí en este ataúd traemos los restos mortales de esta persona excepcional, al lado de la cual era tan sencillo y placentero vivir y luchar. Dejemoslo ir con el mismo espíritu con el que vivió y luchó; él tomó su puesto bajo la bandera de Marx y Lenin; bajo esta bandera murió. ¡Y te prometemos, Adolf Abramovich, que llevaremos esa bandera hasta el final!

Todos permanezcan en sus puestos. ¡La lucha continúa! (*)

(*) Esta última frase la agrega Pierre Broué en La Historia del Partido Bolchevique.

1. Presentación de Nadehzda Joffe (Hija de Adolf). Traducción de Matías Galli de Nadhezda Joffe, Back in Time: My Life, My Fate, My Epoch, New Pa rk Publications Ltd., 1978.



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