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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

El sistema bipartidista

El sistema bipartidista

George Novack

 

Traducción por Guillermo Crux especialmente para este boletín de Novack, George, “The Two Party System”, The New International, Vol.4, Nº 9, septiembre de 1938, pág.273-276.

 

Los voceros políticos de la plutocracia fomentan dos ideas que ayudaron a perpetuar su autoridad sobre las mentes y las vidas de los estadounidenses. La primera, esencia de la mitología democrática, es que uno o los dos partidos capitalistas no tienen un carácter de clase. La segunda es que el sistema de “dos partidos” es el modo natural, inevitable y el único verdaderamente americano de pelea política. Los Partidos Demócrata y Republicano tienen el mismo monopolio sobre la actividad política que la CBS y la NBC han obtenido en la difusión radial.

El apuntalamiento teórico de The Politics[1] está construido a partir de estas dos proposiciones que Josephson afirma en su particular punto de vista. La tesis central de su libro es que “ninguno de los dos grandes partidos en los Estados Unidos” era “un partido de clase”, tal como era común en Europa. Eran cárteles en competencia de profesionales independientes arruinados de cualquier clase y preocupados sólo por sí mismos y sus ventajas políticas. Sólo incidentalmente satisfacen a la plutocracia o al pueblo.

Para 1840, remarca Josephson, “los profesionales de los partidos patronales han hecho grandes progresos en América, se han convertido en parte de la construcción del gobierno mismo, partidos que no han trabajado en absoluto por la ‘clase’ o las ‘ideas’”. Aun más, “los partidos históricos no fueron partidos iglesia, como Max Weber los ha definido, partidos que representan doctrinas o intereses definidos como la fe de una iglesia, o una monarquía o una casta aristocrática, o del progreso capitalista liberal; ahora se emparejaron y compiten el uno con el otro como partidos puramente patronales”.

Este es un acercamiento absolutamente superficial y unilateral a los partidos burgueses. Mientras es verdad que en la clásica tierra de los Grandes Negocios, la política en sí misma se ha convertido en el mayor de los Grandes Negocios, las dos grandes firmas políticas que contienden por la posesión de los enormes privilegios y premios de los cargos de gobierno, no son más independientes de los intereses capitalistas y el control que las dos corporaciones radiales. Por el contrario, compitieron entre sí para demostrar quién brinda mejores servicios a sus empleadores.

El punto más importante es que el negocio de la política es, al mismo tiempo, la política de los Grandes Negocios. Esto se aplica a los pequeños problemas y a los conflictos vitales, ya sea asignar un director de oficina postal local, fijar tarifas de impuestos o declarar la guerra. Las verdaderas relaciones entre los jefes de los partidos y los magnates capitalistas son similares a las que hay entre un vendedor y su gerente. Mientras ejecutan las órdenes de sus empleadores y atienden sus negocios, los vendedores no dudan en meterse en el bolsillo todo lo que pueden para sí y para sus asociados. La casta dirigente estaba dispuesta a hacer la vista gorda ante estas prácticas, e incluso alentarlas, en tanto no sean muy costosas o no causen un escándalo público.
La teoría de Josephson, de todos modos, no sólo niega esta íntima relación sino que la invierte. De acuerdo con su concepción, no eran los capitalistas sino los jefes partidarios, no la gran burguesía sino el partido el que está a la cabeza políticamente. Josephson recubre esta tesis con una máscara de credibilidad presentando una serie de conclusiones incorrectas, partiendo de un número de hechos indiscutibles, pero aislados, de orden secundario. De la relativa autonomía de las organizaciones partidarias, deduce su absoluta independencia de la casta gobernante; de los antagonismos episódicos de políticos burgueses específicos ante ciertas demandas, miembros o segmentos de la oligarquía capitalista, deduce una oposición fundamental entre ellos.

Las relaciones entre partidos y clases

A lo largo de su trabajo, Josephson demuestra un entendimiento verdaderamente magro de las relaciones entre los partidos políticos y las fuerzas que representan. Relaciones que no son simples de ninguna manera, uniformes o invariables sino extremadamente complicadas, con muchas aristas y cambiantes. En primer lugar, es imposible para cualquier partido burgués presentarse a si mismo ante el electorado como tal. Los explotadores capitalistas constituyen sólo un pequeño fragmento de toda la nación; sus intereses están en constante conflicto con los de las masas trabajadoras, lo que genera antagonismo de clase en todo momento. Ellos pueden conquistar el poder y mantenerlo sólo a través del ejercicio del fraude, el engaño, y, si es necesario, la fuerza. Sus representantes políticos en un estado democrático, por lo tanto, son obligados a hacerse pasar por servidores de la gente y a enmascarar sus verdaderas intenciones detrás de promesas vacías y frases mentirosas. Las acciones oficiales de estos empleados niegan sus pretensiones democráticas una y otra vez. Oportunismo, demagogia, estafas y traición son los puntos centrales de los partidos burgueses. Dado que más tarde o más temprano las masas descubren la traición y se vuelven contra el partido que han colocado en el poder, la clase dominante debe tener una organización política de reserva para salvar la brecha. De ahí la necesidad de un sistema político con dos partidos. Los Partidos Demócrata y Republicano comparten la tarea de reforzar la dominación del gran capital sobre la gente. Desde el punto de vista social, las diferencias entre ellos son insignificantes.

La aparente imparcialidad e independencia de los partidos gemelos y sus líderes es un elemento indispensable en el mecanismo del engaño por el cual los ricos tiranizan a los órdenes más bajos del pueblo. Afirmando el carácter no clasista de los partidos capitalistas, Josephson se delata no menos cautivo de esta ficción que el más ignorante de los trabajadores. El trabajador, sin embargo, no ha tenido oportunidad de saber lo que sabe Josephson.

En segundo lugar, ningún partido puede representar a toda una clase directa e inmediatamente, sin importar cuán grande sea la mayoría de votos de que disfrute en su momento. Las controversias dentro de los partidos y las fracciones, no menos que los conflictos entre partidos, reflejan las divergencias entre las partes componentes de una clase, tanto como los intereses contrapuestos de diferentes clases, las cuales constituyen a los partidos de la burguesía.

Un nuevo partido, surgido de los miembros más conscientes y avanzados de una clase, frecuentemente chocan violentamente con los sectores más atrasados de la misma clase. Esto es cierto con respecto al partido Republicano a lo largo de la Segunda Revolución Estadounidense. De este modo el argumento de Josephson de que “el partido gobernante ha disgustado y decepcionado frecuentemente a los capitalistas en el acto de la denuncia, en sus excesos o en su búsqueda de sus fines específicos”, no demuestra para nada la posición “más allá de las clases” de los republicanos. Por el contrario, muestra que eran defensores más intransigentes y convencidos del capitalismo del Norte que muchos capitalistas conservadores e indecisos.

Finalmente, la independencia de cualquier partido de las fuerzas sociales que representa siempre es relativa y frecuentemente restringida dentro de límites estrechos. Sin importar cuán largos o cortos sean los límites, cuán ajustadamente fueran establecidos en un momento dado, el liderazgo de ambos partidos estaba atado a los designios de la plutocracia. Donde sea que individuos importantes o tendencias comenzaron a imponerse a sí mismos a expensas de los dirigentes capitalistas o en oposición a sus intereses, alguna corriente contraria inevitablemente se levantaba para darlos por tierra, destruirlos o aislarlos. Josephson informa de un centenar de instancias de este proceso en su libro. Siempre que los políticos rapiñaron demasiado o muy abiertamente, surgió el Servicio Civil o movimientos de reforma, iniciados o auspiciados por grupos burgueses que pedían honestidad, reducción de gastos, o una administración más eficiente de sus negocios.

La soberanía de los capitalistas salta a la vista groseramente en muchos casos individuales descritos por Josephson. Cuando Johnson[2] se atrevió a oponerse a los Radicales Republicanos, fue combatido, juzgado, y por último despedido. Cuando su sucesor Grant[3] se propuso afirmar su independencia del Senado, fue humillado rápidamente y convertido en una herramienta dócil de la plutocracia. J.P. Morgan[4] quebró la resistencia de Cleveland[5] a sus políticas financieras después de meses de lucha y logró imponer su voluntad al presidente.
Aun más educativo es el ejemplo de Altgeld[6], recientemente resucitado como un héroe liberal. Aquellos que recuerdan el perdón que impartió a los anarquistas de Chicago, convenientemente ignoran la causa y la consecuencia de su controversia con el presidente Cleveland durante las huelgas ferroviarias de 1894, lideradas por Debs[7]. El gobernador de Illinois quería usar a la Guardia Nacional solamente para romper la huelga; el presidente insistía en usar tropas federales en su lugar. La diferencia llegó a disputa jurisdiccional en cuanto a quién tendría el honor de suprimir la huelga. Finalmente, se usaron las tropas estatales y las federales. De este modo, el líder radical pequeño burgués se enfrentó con el comandante conservador de la gran burguesía en el momento de proteger los intereses de las clases pudientes contra las demandas de los trabajadores.

La consolidación del sistema bipartidista

Después de aniquilar al sistema esclavista, los representantes de la gran burguesía se abocaron a reforzar su supremacía. Mientras los maestros del capital estaban concentrando los principales medios de producción en sus manos y extendiendo su dominación sobre sectores cada vez más amplios de la economía nacional, sus agentes políticos estaban tomando el control de las palancas de los aparatos estatales en los pueblos, ciudades, estados y en el gobierno federal. El crecimiento simultáneo de los monopolios en los campos de la economía y la política fue parte del mismo proceso de consolidación del dominio capitalista.

Los dos partidos mayoritarios se convirtieron en la contraparte política de la confianza capitalista. Funcionando como las alas, derecha e izquierda, de la gran burguesía, los republicanos y los demócratas ejercieron un monopolio de facto sobre la vida política. Las masas fueron cada vez más excluidas de la participación y el control directo de la administración y el control público. Los políticos capitalistas no lograron este feliz resultado de un solo golpe y tampoco sin luchas violentas dentro de ambos partidos y dentro de la nación. Salteando toda oposición, burlando a algunos, aplastando a otros, sobornando a un tercero, tuvieron éxito en domesticar completamente ambas organizaciones hasta la crisis de 1896. El sistema bipartidista de regulación capitalista fue el producto más característico de la reacción política que siguió a la agitación de la Guerra Civil[8]. Este mecanismo le permitió a la plutocracia mantener su poder sin problemas durante una época de luchas parlamentarias relativamente pacíficas.

Los dirigentes de los dos partidos tuvieron que cumplir dos funciones principales para defender al régimen burgués. Primero, tuvieron que salvaguardar a los partidos burgueses contra la infiltración de influencias peligrosas que emanaban de las demandas de las masas. Sumado a esto, tuvieron que decapitar cualquier movimiento independiente de masas que pusiera en jaque al bipartidismo, y por lo tanto, a la dominación de la plutocracia.

El monopolio de las dos grandes corporaciones políticas estuvo acompañado por la cruel expropiación del poder político de las clases más bajas, el ahogo de sus emprendimientos políticos independientes, el incremento de su explotación en función de los intereses de las pandillas dominantes. Este estado de asuntos políticos combinado con las crisis económicas periódicas generó una serie de revueltas populares que culminaron en la campaña de 1896.

Podemos ver dos tendencias dominantes en el torbellino político de esos tiempos. Por un lado, los dos partidos mayoritarios, sin importar sus diferencias secundarias, cooperaron y promovieron el encumbramiento y los intereses de la gran burguesía. Por el otro, distintos movimientos populares que manaron de las clases más bajas en sus intentos para revertir el proceso de consolidación capitalista y afirmar sus propias demandas. A pesar de que estas dos tendencias tuvieron fuerzas dispares, correspondientes a las diferencias en cuanto a peso social e influencia de los granjeros y los obreros contra sus opresores, fueron las luchas entre estos dos campos, y no las batallas secundarias entre los dos partidos capitalistas, las que constituyeron la importancia social de las luchas de la época.

Los historiadores burgueses, sin embargo, hacen hincapié en la competencia de los dos partidos que llenan la arena política, dejando de lado los movimientos populares de protestas que se gestaron y que llegaron a tener alcance nacional sólo en situaciones críticas. Josephson no es la excepción. Mientras The Politics da una esclarecedora imagen de la cara visible de los giros políticos que se dan en Estados Unidos alrededor de la vida interna de los partidos de la plutocracia y sus luchas por la hegemonía, sistemáticamente “hace la vista gorda” sobre la parte menos notoria de la vida política de ese período.
 
Josephson presta más atención a las manifestaciones del tercer partido que expresan las aspiraciones de los órdenes plebeyos y que dan cuerpo a sus esfuerzos para emanciparse de la tutela de la burguesía, sólo en tanto afectan, se acercan o desembocan en los canales del sistema bipartidista. En este punto, se muestra a sí mismo más ligado a los estándares de la burguesía, a su importancia política, y mucho menos independiente, crítico y astuto como historiador de la vida política posterior a la Guerra Civil que el liberal evangelista V. L. Parrington[9], quien, pese a todas sus deficiencias, es más consciente de los temas importantes y las alianzas.

No es un error accidental de parte de Josephson, sino un producto de su visión teórica. Llega a las mismas conclusiones de las experiencias políticas posteriores a la guerra que otros historiadores burgueses. La política norteamericana se mueve en una órbita bipartidista; los movimientos de “tercer partido” son aberraciones de corta duración, destinadas a desaparecer o a ser absorbidas en nuevas reubicaciones bipartidistas; el poder del Estado oscila entre el Oficialismo y la Oposición en un proceso tan inevitable como las mareas.

Incluso, Josephson considera al régimen bipartidista como una contribución “especial y duradera” de la política estadounidense al “pensamiento social realista”, a pesar de que la burguesía americana tomó este sistema de las clases gobernantes británicas, que fijó los patrones de gobiernos parlamentario para el resto del mundo occidental.

Superficialmente considerada, la política estadounidense desde la Guerra Civil tiende a confirmar estas conclusiones. A pesar de sus comienzos prometedores, ninguno de los movimientos de “tercer partido” se desarrolló hacia una organización nacional independiente y duradera; incluso la avalancha populista, con sus millones de votantes y seguidores, fue absorbida por los canales del sistema en 1896, donde se redujo a nada luego de su derrota; el sistema bipartidista ha permanecido intacto y triunfante hasta el día de hoy.

Estos movimientos alternativos iban a ser los principales responsables de cualquier progreso político que se lograra durante este período. Su militancia mantuvo viva la llama de la revuelta contra el orden existente. Fueron el laboratorio experimental donde las fuerzas sociales creativas trabajaron sus formulaciones de reforma. Estos programas de reforma fertilizaron lo que de otra forma hubiera sido suelo infértil con sus acciones. Algunas de estas pequeñas reformas incluso encontraron alguna realización parcial a través de los dos partidos mayoritarios. Ejerciendo presión sobre sus alas izquierdas, el tercer partido empujó a los partidos monopólicos hacia delante, paso a paso, obteniendo concesiones. De todas formas, los hechos indican que ninguno de estos movimientos decantó en un partido nacional, a la par de las dos grandes organizaciones burguesas.

La situación se presenta bajo una luz diferente cuando se analizan críticamente las causas y condiciones de la derrota. Primero, los objetivos, programas, composición, y liderazgo de estos movimientos tuvieron casi totalmente un carácter de clase media. La naturaleza heterogénea de las clases medias le impidió unir sus propias fuerzas en una organización permanente; sus intereses en tanto pequeños propietarios y productores las distanció de los obreros industriales; una comunidad de intereses fundamental las disuadió de conducir una lucha intransigente o revolucionaria contra sus hermanos de sangre, los grandes propietarios. Segundo, estos movimientos de protesta pequeño burgueses carecían de la energía, solidez y estabilidad para enfrentar los períodos de auge. Emergiendo durante las crisis económicas, morían durante el reflote subsiguiente. Los estratos más altos de las clases medias estaban satisfechos con los precios más altos o con pequeñas reformas; las masas se hundían nuevamente en la pasividad política.

Tercero, la historia de estos movimientos es un recuento lamentable de traiciones a las masas plebeyas de parte de sus direcciones. Éstas estaban compuestas por políticos de carrera o por representantes de las clases medias altas, quienes estaban generalmente dispuestos a concretar tratos canallas con los líderes de los dos partidos mayoritarios; a renunciar a sus principios y a los intereses de sus seguidores por unas pocas concesiones formales o por promesas; a cambiar el edificio de un movimiento independiente por la entrada fácil y barata a un puesto gubernamental. Un ejemplo casi cómico de esto fue el fiasco del Movimiento de Reforma Liberal de 1872[10], el cual, originado en respuesta a la degeneración de los Republicanos Incondicionales, terminaron nominando a Horace Greeley como candidato junto a los demócratas en una convención presidencial manipulada por los hilos de la diplomacia secreta, y consumada en un acuerdo sin principios que desmoralizó totalmente al movimiento y abatió a sus simpatizantes. Aun más chocante fue la decisión del Partido Populista[11] en 1896 de abandonar su identidad y apoyar a Bryan, el candidato demócrata. Finalmente, el efecto hipnótico del sistema bipartidista y las actividades de los políticos capitalistas deben ser tenidas en cuenta. Lanzan todo su peso contra cada señal de acción política independiente que refleje el descontento de las masas, rompiendo todo movimiento de rebelión que no puedan cooptar o decapitar.

La única fuerza social capaz de forjar y liderar un movimiento independiente fuerte y estable contra la plutocracia, el proletariado, era demasiado inmaduro para afrontar esa tarea. Como regla, los trabajadores industriales permanecieron obedientes a los intereses de la burguesía y su influencia; limitaron su campo de batalla a lo político; sus líderes sindicales adhirieron a la línea de pedir favores a los dos partidos como pago por su colaboración; los partidos obreros de izquierda y socialistas fueron sectas insignificantes.

El sistema bipartidista fue perfeccionado bajo ciertas condiciones sociales, económicas y políticas específicas y su perpetuación depende de la continuidad de esas condiciones.

Perspectivas del sistema bipartidista

El régimen bipartidista, de todos modos, no es más eterno que la democracia burguesa que sostiene. Su estabilidad está garantizada sólo por la relativa estabilidad de las relaciones sociales al interior de la nación. El sistema se consolidó cuando el capitalismo estadounidense estaba en ascenso; cuando los dueños del capital tomaron las riendas con firmeza; cuando el proletariado era débil, desorganizado, dividido y sin conciencia; cuando las direcciones de los movimientos de masas recayeron en las clases medias. Había mucho espacio para las ubicaciones de clase; bastantes medios para conseguir concesiones; necesidad y oportunidad de reconciliación de clases. Consecuentemente, el equilibrio político fue restablecido cada vez que algún conflicto de clases lo perturbó.

Estas circunstancias ya ni prevalecen más ni tienden a desaparecer. El capitalismo americano está cayendo; el proletariado es poderoso, bien organizado, militante; los capitalistas están en un dilema; las clases medias están nerviosas e intranquilas. Todos los antagonismos que yacen en las profundidades de la sociedad estadounidense están siendo despertados y alentados por la crisis social. Las fuerzas que anteriormente estaban confinadas al marco del sistema bipartidista están demoliendo los muros de su encierro, estallando en cientos de lugares. Los conflictos de clases que se están agudizando ya no pueden ser regulados dentro del antiguo modo de hacer política. La vanguardia de las fuerzas en lucha está tensionándose para romper las cadenas que la atan a los viejos partidos y para forjar nuevos instrumentos de lucha adaptados a la nueva situación.

Mientras el curso hacia las nuevas formas de acción política y organización es común a todas las clases, el movimiento más pleno de importancia para el futuro es la urgencia manifiesta de los trabajadores organizados por buscar el camino de la acción política independiente. Los escépticos, los pedantes de mentes conservadoras, los estalinistas, los burócratas sindicales, y todos los que se encuentran bajo el hechizo de los prejuicios de la burguesía tradicional apuntan a que los movimientos de tercer partido fueron inútiles en el pasado, para desalentar a los trabajadores a tomar este nuevo camino y dejarlos en la vieja ruta. Sus argumentos históricos están basados enteramente en condiciones que ya no pertenecen al presente.

Visto desde un punto de vista histórico, la sociedad norteamericana y la política norteamericana hoy están en un período transicional, saliendo del viejo orden y yendo hacia una crisis pre-revolucionaria. Este nuevo período tiene su paralelo histórico, no en la época post revolucionaria que siguió a la Guerra Civil, sino en el período precedente. “El conflicto irreprimible” entre los esclavistas reaccionarios y la burguesía progresiva tiene su analogía contemporánea en el conflicto irreprimible entre los capitalistas y las clases trabajadoras.

Los conflictos de clases que conmovieron las bases sociales de la República entonces rompieron todas las formulaciones políticas existentes. Los Whigs y los Demócratas, que, como los Partidos Republicano y Demócrata, habían monopolizado la arena política por décadas al servicio del poder esclavista, fueron pulverizados por el estallido dentro de las fuerzas en lucha. Esos tiempos turbulentos dieron vida a distintos tipos de partidos intermedios y movimientos: Free-soil, Know-Nothing, movimientos libertarios. Los creadores del Partido Republicano recogieron a las fuerzas viables, progresivas y radicales de esos nuevos movimientos de masas y de los viejos partidos para formar una nueva organización nacional.

Como sabían los Abolicionistas, el Partido Republicano no era revolucionario ni en sus principios, ni en su programa, ni en su liderazgo. Era un partido reformista burgués que tenía el objetivo de ser una fuerza alternativa en el sistema político existente para el beneficio de la gran y la pequeña burguesía, no para derrocarla. Esto no impidió que los esclavistas lo vieran como una amenaza a su régimen. Desde 1854 hasta 1860 la atmósfera política dentro de los Estados Unidos se transformó totalmente por la crisis social. Seis años después del lanzamiento del Partido Republicano vino su asunción formal al poder, la rebelión de los esclavistas, la guerra civil y la revolución. Todo esto ocurrió como resultado de las condiciones sociales objetivas, sin importar los deseos de la mayoría de los participantes y en contra de sus planes e intenciones.

Las condiciones nacionales e internacionales de la lucha de clases son radicalmente diferentes hoy en día en perspectiva al próximo período como para reproducir el modelo de los días previos a la Guerra Civil. Es verdad, de todos modos, que su carácter revolucionario y las tendencias están considerablemente más cercanos a la situación presente y a los problemas que confronta el pueblo norteamericano de lo que lo están las condiciones y conceptos que nacieron en la era posterior a la guerra de consolidación capitalista y reacción.

Matthew Josephson y su escuela opera casi exclusivamente con ideas derivadas de las condiciones del período posterior a la revolución y tácitamente basadas sobre la continuación de ellas. Su mente y sus escritos están atravesados con el mismo espíritu de adaptación al orden reinante como su política. Un movimiento obrero que resurge y pelea para liberarse a sí mismo del yugo capitalista primero debe deshacerse de los prejuicios obsoletos heredados de su esclavitud pasada. Para una revisión crítica en profundidad de tales ideas anticuadas, los representantes intelectuales de los trabajadores entre la nueva generación tendrán que estudiar en cualquier lado antes que en las páginas de The Politics.



[1] Este artículo constituye una crítica a Josephson Matthew, The Politicos, New York, Harcourt, Brace and Company, 1938.
[2] Johnson era un senador de Greeneville, Tennessee en el momento de la Secesión de los Estados del Sur. Él fue el único senador del Sur que no dejó su puesto a la Secesión, y se convirtió en el más prominente demócrata antiguerra del Sur. En 1862, Lincoln nombró a Johnson como gobernador militar de Tennessee, donde demostró dinamismo y la eficacia en la lucha contra la rebelión. Johnson fue nombrado Vicepresidente en 1864. Fue elegido junto con Abraham Lincoln en noviembre de 1864, y se convirtió en presidente tras el asesinato de Lincoln en 15 de abril de 1865. Como presidente se hizo cargo de la Reconstrucción, la primera fase de reconstrucción, que duró hasta perder el control de los republicanos en el Congreso en las elecciones de 1866. Su política de reconciliación hacia el Sur, su prisa por reincorporar a los ex confederados de nuevo a la Unión Americana, y sus vetos de los proyectos de ley de derechos civiles le envuelve en una amarga disputa con los republicanos. (NdE).
[3] Hiram Ulysses Grant fue el décimo octavo Presidente de los Estados Unidos (1869–1877). Logró fama internacional al liderar la Unión en la Guerra Civil Estadounidense. Aceptó la rendición de su oponente confederado Robert E. Lee en la Batalla del Palacio de Justicia de Appomattox. Se opuso a la guerra con México y dijo: “No creo que haya habido una guerra más injusta como la que Estados Unidos le hizo a México, era seguir el mal ejemplo de las monarquías europeas”. (N. de E.).
[4] John Pierpont Morgan fue un empresario y banquero, hizo fortuna durante el siglo XIX, en base al trabajo esclavo y fue dueño de la banca más importante de Estados Unidos, y de los monopolios más prominentes, como la General Electric. (N. de E.).
[5] Grover Cleveland, fue presidente de los Estados Unidos desde 1885–1897. Fue el primer dirigente del Partido Demócrata tras la Guerra de Secesión. Cleveland hizo un uso del veto, mayor que otros presidentes de su época, casi siempre destinándolo a frenar políticas de ayuda social, siguiendo así el liberalismo clásico imperante en su época (N. de E.).
[6] John Peter Altgeld fue gobernador de Illinois (1893–1897), de origen alemán. Se asentó en Chicago, donde acumuló su fortuna y se hizo miembro del Partido Demócrata. En su gobernación, en 1893, por la presión de los líderes laboristas, concedió indulgencia a tres hombres convictos por complicidad en la Revuelta de Haymarket (N. de E.).
[7] Eugene Victor Debs (1855-1926) fue uno de los impulsores del movimiento obrero en los Estados Unidos, lideró la formación del Sindicato Ferroviario Americano (American Railway Union, ARU) y fue dirigente del Partido Socialista de los Estados Unidos (N. de E.).
[8] Hace referencia a la Guerra Civil Norteamericana o Guerra de Secesión que fue un conflicto que tuvo lugar entre los años 1861 y 1865. Los dos bandos enfrentados fueron las fuerzas de los estados del Norte contra los recién formados Estados Confederados de América, integrados por once estados del Sur que proclamaron su independencia y que se negaban a abolir la esclavitud. En el trasfondo, era una lucha entre dos tipos de economías, una industrial-abolicionista (Norte) y otra agraria-esclavista (Sur). (N. de E.).
[9] Vernon Louis Parrington (1871–1929) fue un historiador norteamericano. Su principal y más influyente libro fue Main Currents in American Thought.
[10] Movimiento que surgió con el objetivo de contrarrestar la situación de la esclavitud, un grupo de disidentes del Partido Republicano (denominados republicanos liberales) que iniciaron un movimiento reformista y condenaron la corrupción del gobierno nacional, pero que fracasaron en el boicot a las elecciones de 1872. (N. de E.).
[11] En 1890, el nivel del descontento agrario, alimentado por años de penurias y de hostilidad hizo que surgiera un tercer partido político, el Partido Popular (o Populista). Las elecciones de 1890 llevaron al poder al nuevo partido en una docena de estados del Sur y el Oeste, y enviaron a una veintena de senadores y representantes populistas al Congreso. La primera convención populista se realizó en 1892, cuando delegados de organizaciones agrarias, obreras y reformistas se reunieron en Omaha, Nebraska. Su programa planteaba: la nacionalización de los ferrocarriles, una tarifa baja, préstamos garantizados mediante cosechas no perecederas guardadas en almacenes del gobierno y la inflación monetaria en una proporción de 16 onzas de plata por una onza de oro.