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El desarrollo desigual y combinado y el carácter de la revolución en América Latina

Ángel Arias

El desarrollo desigual y combinado y el carácter de la revolución en América Latina

Ángel Arias

Ideas de Izquierda

La crítica decolonial apunta contra el marxismo definiéndolo como “eurocéntrico”. Uno de los argumentos es que su concepción de la historia lo llevaría a una imposibilidad de comprender las particularidades latinoamericanas o, en su defecto, intentar colocarles una “plantilla europea”. El debate tiene importancia porque el decolonialismo es hoy una de las corrientes relevantes del pensamiento latinoamericano, y también porque las discusiones que derivan sobre el carácter de la revolución latinoamericana, los programas y los sujetos para llevarla a cabo han recorrido casi un siglo de nuestra historia y siguen haciéndose presentes, toda vez que esa revolución por hacer sigue estando en la columna del debe.

El ensayo que presentamos a continuación, es la adaptación de un extracto de un trabajo más amplio dedicado a discutir desde el marxismo con la crítica decolonial [1]. En esta parte específica se hace eje en mostrar cómo la noción de desarrollo desigual y combinado, y la concepción de totalidad que está implícita en la misma, subyacen a la comprensión de la realidad latinoamericana por parte del marxismo, permitiendo una comprensión dialéctico-concreta de sus particularidades.

En otros momentos del trabajo se expone cómo la crítica decolonial al marxismo, expresada en autores como Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Enrique Dussel, entre otros, le cuestiona ser portador de una concepción teleológica de la historia en la cual se inscribiría la prescripción para todos los pueblos del mundo –incluyendo los latinoamericanos¬–, de atravesar las distintas etapas del desarrollo histórico que atravesó Europa, puesto que es así como cumplirían con los “objetivos” o “fines” de la Historia. Por lo que Europa sería entonces el lugar predilecto donde se manifiesta el curso histórico que ha de cumplir con esos metafísicos fines.

Esto implicaría una visión unilateral que no concibe como “presente” otras formas históricas diferentes a la realidad europea, pues todo lo demás es considerado “pasado”, un atraso que solo “debe” buscar la manera de llegar al presente, recorriendo el mismo camino que Europa. Sería negar la simultaneidad de diversas formas históricas en un mismo espacio-tiempo y negarle la cualidad de “presente” a las formas diferentes a las del capitalismo europeo. De allí se deprendería el postular para el resto del mundo una repetición esquemática de las etapas del desarrollo europeo y a una valoración positiva y “necesaria” de la penetración del capitalismo imperialista en las sociedades definidas como atrasadas.

Dirá Quijano que las concepciones eurocéntricas “presuponen una estructura configurada por elementos históricamente homogéneos, no obstante la diversidad de formas y caracteres”, que llevan a una visión de la historia como una secuencia de cambios que consisten en la transformación de un conjunto homogéneo y continuo en otro equivalente, y se pregunta, “¿Qué pasa si nos enfrentamos a totalidades que consisten en una articulación de elementos históricamente heterogéneos, cuyas relaciones son discontinuas, inconsistentes, conflictivas?”. Se supone que el marxismo, como todo el pensamiento eurocéntrico, no sabría qué hacer con la totalidad, pues ésta implicaría aceptar la simultaneidad de diversos modos de producción y de formas sociales, con lo que no podría luego sostenerse la idea de “Europa” con su sociedad como “presente” y las demás como “pasado”, sino por el contrario, como partes constitutivas de un mismo presente.

Todo esto tendría que ver con el método del materialismo histórico, que sería subsidiario del pensamiento colonial eurocéntrico, y no llevaría sino a incomprensiones de la realidad latinoamericana o al empeño de imponerle la “plantilla europea”. Expresión de esto sería la idea “marxista” de que todos los países debían pasar sí o sí por una etapa de desarrollo capitalista para luego después plantearse el tránsito al socialismo. En términos políticos, la proposición de la “revolución por etapas” expresaría en grado extremo esta idea: en Latinoamérica debía lucharse no por una revolución anticapitalista sino, al contrario, por cambios que ayudaran a “completar” la etapa de desarrollo burgués, solo después de lo cual estaba permitido pensar en la revolución socialista, pues lo contrario sería ignorar “las etapas del desarrollo histórico”.

En el trabajo se responde cómo tal concepción obedece en realidad a las proposiciones derivadas del triunfo de la reacción burocrática al interior de la URSS, que echó por tierra todas las elaboraciones previas del marxismo –incluyendo las de dirigentes bolcheviques– al respecto de estos problemas. Se expone además cómo, precisamente, unas de las nociones que destacan en el pensamiento de uno de los más destacados teóricos –y dirigentes– del marxismo, como Trotsky, para pensar los problemas de la revolución en Rusia, y luego más de conjunto a nivel internacional, son las del desarrollo desigual y combinado y del capitalismo como una totalidad mundial.

Dirá Trotsky que el desarrollo desigual y combinado es la norma más general del desarrollo histórico, una conjunción de dos leyes del desarrollo histórico-social íntimamente ligadas, aunque una dependiendo de la otra: la primera ley se refiere a la constatación de que el desarrollo de las formaciones es siempre desigual, no en bloque y homogéneo, ni al interior de una misma formación ni obviamente entre distintas sociedades; es esta la condición para la aparición de la segunda ley, la combinación en una misma formación social o sistema de sociedades de los distintos niveles y aspectos desiguales del desarrollo. El desarrollo diferencial ofrece las posibilidades de la combinación.

A esta noción se suma la comprensión del capitalismo como una totalidad en la que se inscribían los diferentes países, con sus diferentes niveles de desarrollo económico y formas sociales. De allí derivó, primero pensando en Rusia y luego generalizado a nivel internacional, que en la época del capitalismo imperialista la distinción entre países “maduros” y “no maduros” para la revolución socialista no tenía asidero, porque la pregunta no era si tal o cual país estaba maduro, sino si el mundo estaba maduro para eso. Partiendo de allí, desarrolla la teoría-programa de la revolución permanente –retomando y actualizando una perspectiva planteada por Marx–, uno de cuyos planteamientos es que en aquellos países de desarrollo capitalista rezagado, si bien las revoluciones sociales tienen por delante tareas democráticos estructurales que en su momento llevaron a cabo las revoluciones burguesas en Europa (liquidación de la propiedad terrateniente, Estados-nación soberanos, desarrollo pleno de sus capacidades productivas, etc.), tareas no anticapitalistas, esas revoluciones para poder cumplir íntegramente esos fines no serían sin embargo encabezadas por las burguesías nacionales ni podrían tampoco detenerse en esas tareas “democrático-burguesas”, sino que habrían de pasar a cumplir tareas históricas directamente socialistas, es decir, abolición de la propiedad privada.

Estas son las nociones y discusiones que entran en juego en la cuestión latinoamericana, y que se desarrollan a continuación.

* * *

La perspectiva “permanentista” en los documentos de la Internacional Comunista a principios de los años 20’s

Aún cuando la Internacional Comunista (IC) en sus primeros años no prestó a América Latina la atención que sí tuvo hacia Asia y África, desde los primeros posicionamientos de que se tiene conocimiento, se observa una comprensión de la existencia en nuestra región de la combinación de diversas formas y relaciones de producción, aunque sujetas a la órbita del capitalismo imperialista, de donde desprendían por tanto una perspectiva en sentido permanentista. Para América Latina no hubo, como para Asia por esos mismos años, táctica de “Frente Único Antiimperialista” [2], mucho menos tuvo la IC ningún planteamiento ni remotamente parecido a señalar que el desarrollo histórico latinoamericano “debía” cumplir con las mismas etapas que el europeo, no hubo afirmaciones sobre algún carácter “progresivo” y “necesario” de la penetración capitalista imperialista. Tampoco se le asignaban a la revolución latinoamericana tareas puramente “democrático-burguesas” o de “desarrollo del capitalismo”.

Esas posiciones vendrían mucho tiempo después, tras la derrota de la onda expansiva de la revolución (derrota de las revoluciones alemana y china, etc.) y el aislamiento de la Rusia –con el impacto que esto generó en el país en general, y en las masas obreras y campesinas en particular–, los problemas de un Estado obrero administrando una economía no solo atrasada previo a la revolución, sino ahora también devasta por los años de guerra imperialista y guerra civil, la derrota del ala izquierda en la dura y cruenta lucha que todas estas circunstancias produjeron al interior del partido bolchevique y de los soviets, todo lo cual se saldó con la degeneración burocrática y contrarrevolucionaria de la Internacional Comunista. Solo después de casi una década de todos estos acontecimientos y procesos concretos, afloraron en el “marxismo oficial” (en realidad la burocracia policíaca) las ideas eurocentristas que proponían para América Latina la “necesidad” de pasar evolutiva y mecánicamente por “las etapas históricas”.

El carácter de la revolución por hacer ha sido –incluso actualmente– centro de las discusiones en América Latina, asunto al que lógicamente se le dará respuesta desde la caracterización que se haga de su formación social y de la concepción del desarrollo histórico que se sostenga. Desde sus primeros pronunciamientos la IIIª Internacional asignaba a la revolución latinoamericana tareas antifeudales, antiimperialistas y anticapitalistas, como parte de un mismo proceso, no separadas entre sí por abismos de tiempo correspondientes a etapas históricas diferentes. Los dos textos que se conocen donde la IC esboza su posición sobre la revolución en América Latina datan de 1921 y 1923, el primero es firmado por el Comité Ejecutivo, dirigido a la clase obrera de “las dos Américas” [3], mientras el segundo es el primer documento específicamente dirigido a Latinoamérica [4], presentado como resolución del IV Congreso.

La premisa de ambos documentos –que Michael Löwy registra bajo el rótulo “Documentos del Comintern Leninista”– es que la explotación imperialista que hace el capitalismo estadounidense de América Latina, en complicidad con las clases dominantes nativas, constituye la base del poder del principal imperialismo mundial: “así como la clave del imperialismo británico reside en su sistema colonial, el imperialismo norteamericano se basa en la explotación y en la dominación de América del Sur” [5]. América Latina sería, de hecho, “una colonia de Estados Unidos, fuente de materias primas, de mano de obra barata y, por supuesto, de ganancias fabulosas; su inmenso territorio aún inexplorado sirve de salida a las maquinarias norteamericanas y de campo de explotación para los industriales norteamericanos” [6]. Siendo los EE.UU. “el centro de la reacción internacional de la burguesía contra el proletariado”, la dominación estadounidense en Latinoamérica no representaba más que “la reacción capitalista”.

El imperialismo contaba con la colaboración de las clases dominantes latinoamericanas, y “cuando los obreros de América del Sur se oponen a los intentos criminales del imperialismo yanqui […] las clases gobernantes reprimen estas demostraciones proletarias para demostrar su sumisión interesada y consciente al imperialismo del Norte” [7]. De manera que la exhortación es la siguiente:

Camaradas, a la ofensiva burguesa, oponed la unidad proletaria. Organizaos, unid vuestra acción revolucionaria a la acción de la clase obrera y campesina de toda América y de todos los países del globo. Luchad contra vuestra propia burguesía y lucharéis contra el imperialismo yanqui que encarna en sumo grado la reacción capitalista. [8]

La lucha contra el imperialismo no pasa por alguna improbable alianza con las burguesías nacionales, sino por combatirlas, en tanto se señala el papel de estas como cómplices de la dominación imperialista. La premisa es combatir al capitalismo para combatir el imperialismo, premisa que deja fuera de lugar cualquier idea de desarrollo nacional democrático-burgués c0mo propósito de la revolución latinoamericana.

Como en la revolución rusa, os prepararéis para transformar cualquier intento de guerra en lucha abierta de la clase obrera contra la burguesía. Como ella, llevaréis a cabo la acción contra el imperialismo preparando la dictadura proletaria que destruirá en toda América la dictadura burguesa […] La lucha contra vuestra propia burguesía será cada vez más la lucha contra el imperialismo mundial y se convertirá en una batalla de todos los explotados contra todos los explotadores. [9]

El carácter del sistema de explotación/dominación en nuestras sociedades es definido como burgués, la opresión “colonial” se define como burguesa por su origen imperialista, y esto hace que la lucha de los trabajadores y campesinos pobres de América Latina adquiera un contenido de clase definido: anticapitalista, proletario [10]. La lucha contra la opresión imperialista no pasa por alguna revolución nacional sino por la revolución social de las clases explotadas de la nación oprimida, como manera de llevar a cabo realmente la emancipación nacional frente a la dominación imperialista.

Así es que las conclusiones de la experiencia revolucionaria rusa son traídas a escena para argumentar esta perspectiva, que estaba ausente en la perspectiva trazada por esos mismos años para la revolución en Asia. El ejemplo que se propone a seguir es el de la revolución socialista de Octubre: “La experiencia política de la revolución proletaria en Rusia tiene una importancia mundial. Ha resaltado las formas de la lucha proletaria por el poder: las acciones de masas, los soviets y la dictadura proletaria” [11]. Los trabajadores de EE.UU. y de América Latina “sabrán adaptar esta experiencia a su propia lucha”.

La cuestión agraria

No desconocía la Internacional Comunista la particular formación social de América Latina, donde la cuestión campesina resultaba central, sino que al entenderla en el marco de la dominación imperialista, la conclusión que derivaba es que solo una revolución anticapitalista –no “antifeudal” o “antioligárquica”– podría resolver el asunto. Recordemos que los propios bolcheviques, que por entonces llevan pocos años en el poder en Rusia, habían encabezado una revolución obrera en un país con una abrumadora mayoría campesina, revolución esta que fue la única vía histórica de acabar con la propiedad feudal/terrateniente, después de siglos de revueltas campesinas, reformas y promesas de una revolución burguesa que acabara con ese lastre.

“El problema agrario es un problema capital”, afirman, en Latinoamérica “la economía agrícola ocupa el primer lugar”, por lo que el proletariado representa, demográficamente, una clara minoría –“aun Argentina, el país más desarrollado de América del Sur desde el punto de vista capitalista, cuenta con menos de cuatrocientos mil obreros industriales para una población total de más de ocho millones” [12]. Pero la naturaleza burguesa de la dominación y la explotación en América Latina hace que los programas agrarios que no se inscribían en programas revolucionarios anticapitalistas resultaran impotentes para resolverlo, como es el caso de la Revolución Mexicana, la más grande revolución social de principios del siglo XX en América:

Los obreros agrícolas se rebelan y hacen revoluciones para verse después despojados de los frutos de su victoria por los capitalistas, los explotadores, los aventureros políticos y los charlatanes socialistas. [13]

En este terreno, el estancamiento de la Revolución Mexicana contrastaba con la Revolución Rusa, como experiencias revolucionarias concretas: la lección es que los campesinos pobres de América Latina “deben convencerse de que tanto para ellos como para los obreros no puede haber emancipación si no se unen al proletariado revolucionario contra el capitalismo” [14]. Los comunistas debían intervenir entre el campesinado con un programa claro y concreto que fuera “capaz de incitarlos a atacar a los grandes terratenientes y a los capitalistas”. Sacando las cuentas de la composición social de campesinos pobres que ostentaban varios de los ejércitos latinoamericanos, y la predisposición positiva hacia la propaganda revolucionaria que ese origen social marcaba, hacían de este, como en Rusia, un sector clave en la lucha revolucionaria.

La articulación final de la perspectiva de la alianza revolucionaria y su objetivo quedaba plasmada así:

Esta agitación [revolucionaria] debe ser llevada a cabo sistemáticamente a fin de unir a los soldados, los obreros y los campesinos en una única y misma acción contra los capitalistas y el gobierno. [15]

La diferencia con el enfoque sostenido para los procesos revolucionarios en Asia es notable, aquí a la dinámica propia de la lucha de clases nacional se le asignaba un papel revolucionario directamente anticapitalista. En América Latina, ya a principios de los 20’s la IC se fijaba en el estancamiento de la Revolución Mexicana para extraer la lección de que sólo una revolución como la de octubre de 1917 en Rusia podría dar curso a las demandas campesinas y de liberación nacional.

A diferencia de lo que propone Dussel en su búsqueda de un “Marx ético” diferente del “Marx científico”, distinto del Marx del materialismo histórico que sería, según, la base del eurocentrismo, esta comprensión de la Internacional Comunista sobre la realidad latinoamericana, a partir de la cual niega que “deba” transitar por alguna etapa de desarrollo capitalista “como en Europa”, no le viene dada por una suerte de postura ética contra el capitalismo, sino por la guía del método materialista y dialéctico, científico, de comprender la historia. No era tampoco por pensar, como Quijano, que el sistema-mundo capitalista/colonial/moderno existe desde finales del siglo XV y serle indiferentes por tanto las especificidades del capitalismo con relación a otros modos de producción. Obedecía a la comprensión de la totalidad del capitalismo mundial en esta época, al carácter reaccionario que adquiere este modo de producción en su fase imperialista (señalado por Lenin [16]), y a la certeza de que ese era el contenido que expresaba en Latinoamérica el capitalismo estadounidense.

La insurrección de 1932 en El Salvador

No queremos dejar pasar por alto un hecho de mucha importancia histórica, como la insurrección campesina y obrera de 1932 en El Salvador, porque consideramos que muestra cómo estaba de asentado en las filas comunistas el sentido “permanentista” que habría de tener la revolución en nuestra América –aun cuando no se lo teorizara con esta categoría. A pesar de que para la fecha estaba avanzado enormemente el proceso de degeneración burocrática y contrarrevolucionaria en la URSS, con el consiguiente proceso de instalación en los partidos de la IC de la concepción sobre el carácter limitadamente “democrático-burgués” que debía tener la revolución latinoamericana –perspectiva contraria a los planteamientos de principios de los años 20’s–, a pesar de eso se desarrollará esta insurrección dirigida por el partido comunista local, que asignaba a la misma el objetivo de establecer un gobierno obrero y campesino con tareas antifeudales, antiimperialistas y… anticapitalistas.

Como señala Michael Löwy en su clásico trabajo sobre el marxismo en América Latina: “Una serie de documentos y convocaciones a la acción del Partido Comunista de El Salvador, demuestra claramente que el objetivo era nada más que una revolución socialista –el poder para consejos de obreros, soldados y campesinos contra la dictadura militar, la dominación imperialista y la burguesía local” [17].

Para el momento, en El Salvador se exacerba el conflicto de clases (y de “razas”) propio de nuestra América post-colonial y post-independencia, allí el Partido Comunista se aprestaba a preparar la insurrección, basado en su trabajo en los sindicatos obreros y campesinos, y en el mismo ejército, trabajando sobre “la agravación del conflicto entre los soldados campesinos (e indígenas) y los oficiales, hijos de la oligarquía (y blancos)” [18]. La insurrección hubo de desatarse prematuramente en razón de que el gobierno dictatorial, enterado de los preparativos, desató una cruenta represión selectiva. Veamos el contenido de una de las proclamas dirigidas a los soldados:

A los camaradas soldados:
Los obreros y los campesinos, todos bajo la dirección del CC del Partido Comunista de El Salvador, no tenemos nada que esperar del gobierno actual que está en manos de los ricos. Vosotros mismos conocéis que los camaradas del cantón de Santa Rita están en una huelga por la que reclaman aumento de salarios, disminución de los terrajes que no le dejan casi nada a los trabajadores agrícolas. El capitalista Rogelio Arriaba y Rafael Herrera Morán, también capitalista, emborracharon a la guardia para que asesinara a los camaradas en huelga. El gobierno, siendo como es, de los ricos, ha mandado fuerzas para aplastar a los trabajadores. Vosotros, camaradas soldados, sois de nuestra clase explotada y no debéis disparar un cartucho contra los trabajadores. Los obreros, campesinos y soldados deben unirse para establecer el gobierno obrero y campesino. Vosotros debéis desconocer a los oficiales y jefes porque todos ellos están contra los trabajadores. Nombrad vosotros delegados para que entren en un acuerdo con nosotros. Acabemos con los jefes y oficiales del ejército de los ricos y formemos el Ejército Rojo compuesto de soldados y de jefes nombrados entre los soldados. [19]

De acuerdo con las memorias de Miguel Mármol, miembro de la dirección del PC salvadoreño en ese entonces, y sobreviviente de la matanza que desató el gobierno –la insurrección fue derrotada y le siguió una sangrienta represión que alcanzó a unas 20 mil personas, incluyendo a la dirección del partido comunista–, la Internacional Comunista (dirigida por el stalinismo) no jugó ningún papel en la definición y dirección de este levantamiento, fue una acción independiente del partido salvadoreño [20]. Un partido fundado como tal recién en 1930, lo que quizás explique el nivel de autonomía del que aún gozaba, tomando una acción contrapuesta a la línea (“eurocéntrica”) de la “revolución por etapas”.

Apoyado en su influencia real en sectores obreros, campesinos y el ejército, prepara esta insurrección donde queda sobradamente claro el objetivo. El contenido de la proclama que citamos recorre los demás llamados a los soldados y al pueblo en general. En otro pasaje de uno de los llamados a los soldados, insisten en que la lucha armada emprendida (la insurrección) es por conquistar el poder que será empleado para “libertarse y libertar a ustedes del yugo del capital y de los grandes dueños de tierras que hoy están condenando al hambre a muchísimas familias trabajadoras en fábricas, ferrocarriles, talleres, fincas, haciendas y demás empresas capitalistas” [21].

El debate de Mariátegui y Mella vs. Haya de la Torre. Marxismo vs. populismo.

José Carlos Mariátegui (peruano) y Julio Antonio Mella (cubano), miembros activos de la Internacional Comunista (Mella muere asesinado a los 26 años, en 1929 y Mariátegui en 1930), continuarán y desarrollarán la perspectiva expresada por esta en los documentos de 1921 y 1923.

Por eso se equivoca Aníbal Quijano cuando afirma que sería Mariátegui en 1928, “Solitariamente […] el primero en vislumbrar, no sólo en América Latina, que en este espacio/tiempo las relaciones sociales de poder, cualquiera que fuera su carácter previo, existían y actuaban simultánea y articuladamente, en una única y conjunta estructura de poder, que ésta no podía ser una unidad homogénea” [22]. Esta afirmación no se corresponde en modo alguno con los hechos históricos, no solo con respecto a América Latina, como vimos, sino también con relación a otras latitudes, pues hemos podido constatar con suficiente claridad el análisis de Trotsky, tan temprano como en 1906, sobre la “heterogeneidad” de formas sociales en Rusia y su ubicación en la totalidad mundial del capitalismo, totalidad que a su vez estaba constituida por la imbricación de una diversidad de formas sociales y políticas, atrasadas y modernas, del pasado y del presente, todas sin embargo bajo la hegemonía del capital [23].

Esto de ninguna manera quita el importante mérito y lugar que corresponde a Mariátegui, como veremos continuación, pero nos permite dar cuenta nuevamente de los supuestos y afirmaciones infundadas con que se construye la crítica decolonial al marxismo.

Desde esa perspectiva de la Internacional Comunista a principios de los años 20’s sobre América Latina, Mariátegui y Mella librarán batalla contra las vertientes reformistas y superficiales que proponían para Latinoamérica un desarrollo nacional-burgués. Será fundamentalmente contra Víctor Raúl Haya de la Torre y su APRA, fundadores del populismo latinoamericano, que estos dos dirigentes comunistas polemizarán. Sus elaboraciones al respecto son conocidas.

Echando mano de argumentos propios del “exotismo” y, podríamos decir, de retórica “antieuropeísta”, Haya de la Torre fundamentará su planteamiento en la originalidad del espacio y tiempo “indoamericanos” con relación a los conocidos, sobre todo con relación a Europa, planteando que los esquemas en boga, tanto de derecha como de izquierda, no serían más que repeticiones incapaces de dar cuenta de nuestras particularidades. Dirá: “Nuestro doctrinarismo político en Indoamérica es casi todo repetición europea […] Vivimos buscando un patrón mental que nos libere de pensar por nosotros mismos” [24]. Tanto las corrientes proimperialistas como las revolucionarias, que hablaban “en un lenguaje ruso que nadie entiende”, no caerían en cuenta de que “nuestro proceso histórico tiene su propio ritmo, su típico proceso, su intransferible contenido, lo paradojal es que nosotros no lo vemos o no queremos verlo. Le adjudicamos denominaciones de prestado o lo interpretamos antojadizamente desde ángulos que no son los nuestros [25].

Tanto Mella como Mariátegui sostendrán que en realidad esta era una posición desde la pequeñoburguesía que aspiraba a estar más allá del conflicto central entre las clases fundamentales en nuestra región. Haya de la Torre postulará una revolución que no sería ni capitalista ni socialista... sino “antiimperialista”, partiendo de un análisis no materialista ni dialéctico del capitalismo contemporáneo, pues hacía abstracción del carácter de clase de los Estados y se mostraba incapaz de ver que en la periferia no podía acabarse con el imperialismo sin acabar al mismo tiempo al capitalismo. Para el fundador del populismo latinoamericano, la lucha mundial de todos los pueblos era “antiimperialista”, pero no socialista. Por eso Haya de la Torre se ufanará, contra la izquierda marxista, de que el APRA “es un movimiento autónomo latinoamericano, sin ninguna intervención o influencia extranjera” y elaborará un “programa máximo” tan general como este:

1. Acción contra el imperialismo yanqui.
2. Por la unidad política de América Latina.
3. Por la nacionalización de tierras e industrias.
4. Por la internacionalización del Canal de Panamá.
5. Por la solidaridad con todos los pueblos y clases oprimidas del mundo. [26]

“Contra el imperialismo, por la Unidad Política de América Latina, para la realización de la Justicia Social”, serán las consignas que cierren el texto en el que define al APRA, al que se propone como un “partido latinoamericano”. El Estado al que aspira la “revolución indoamericana” que plantea Haya de la Torre es el de la Revolución Mexicana, un Estado que representa a “las clases que luchan contra el imperialismo”. Dice:

La Revolución Mexicana –revolución social, no socialista– no representa definitivamente la victoria de una sola clase. […] El Partido vencedor –partido de espontáneo frente único contra la tiranía feudal y contra el imperialismo– domina en nombre de las clases que representa y que en orden histórico, a la consecución reivindicadora, son: la clase campesina, la clase obrera y la clase media. [27]

La lucha no sería para imponer ni el socialismo ni el capitalismo –porque, según el propio Haya de la Torre, por la vía del capitalismo se caería nuevamente de rodillas ante el imperialismo–, sino que el período correspondiente era solo de lucha antiimperialista, en el cual el Estado se transformaba en el instrumento de defensa de la nación contra el imperialismo que, como se demostraba con la Revolución Mexicana, intentaría por todos los medios impedir la consumación del triunfo revolucionario:

El Estado es, pues, fundamentalmente un instrumento de defensa de las clases campesina, obrera y media unidas, contra el imperialismo que las amenaza. Todo conflicto posible entre esas clases queda detenido o subordinado al gran conflicto con el imperialismo, que es el peligro mayor. El Estado, consecuentemente, se ha convertido en un “Estado antiimperialista”. [28]

Se define la Revolución Mexicana como una revolución social, que no socialista, y se postula que tampoco se trata de implantar el capitalismo. Ahora bien, ¿cuál sería entonces el carácter de clase de la nueva organización social y del nuevo Estado? ¿Ese “Estado antiimperialista” estaba más allá de toda determinación social de clase? ¿Dejaba de ser un Estado burgués pero no para ser un Estado obrero, sino que era solo “antiimperialista”, liberado de tener alguna naturaleza de clase? Como no se puede pasar por encima de la realidad de la sociedad de clases y su determinación sobre la naturaleza del poder político ¬–uno de los postulados básicos del materialismo histórico-, el nuevo Estado no podía edificarse en el aire sino sobre una base económica real, y esa era, al final de cuentas, la de un capitalismo de Estado: “La nueva organización estatal tendría evidentemente algo del llamado capitalismo de Estado, que alcanzó gran desarrollo en la época de la guerra imperialista de 1914-1918 y que en Alemania consiguió un grado de organización verdaderamente extraordinario” [29].

Lo de “ni socialismo ni capitalismo” se mostraba rápidamente como pura retórica vacía, como un argumento inconsistente que no servía sino para oponerse, en realidad, a la perspectiva socialista.

El Estado antiimperialista sería un Estado de defensa, por lo que justificaría la limitación de la iniciativa privada, en razón de que en alguna operación económica privada podría estar en juego el interés nacional, y no solo el interés de una persona o de una empresa. De esta manera, el antiimperialismo se convierte en el “programa” que aglutinaría a la nación, representada entonces por la clase obrera, el campesinado y la pequeñoburguesía, pues no deja de afirmar Haya de la Torre que las burguesías latinoamericanas son a menudo aliadas del imperialismo: sin embargo, el Estado que se proponía, como no puede escapar a la realidad de la “base económica”, terminaría siendo un Estado capitalista.

Puede notarse el contraste entre cómo la Internacional Comunista de los primeros años apoyaba sus argumentos a favor de una dinámica permanentista de la revolución en América Latina, que tendría fines a la vez de emancipación nacional y socialista, precisamente en el estancamiento de la Revolución Mexicana, y cómo Haya de la Torre, en sentido contrario, toma a esta como ejemplo del nuevo Estado al que debía dar pie la revolución latinoamericana.

Es fácil darse cuenta que, tal como señala Löwy en su trabajo sobre el marxismo en América Latina, tanto el “europeísmo” –bien podría llamársele hoy eurocentrismo– de la IC stalinista, como el “exotismo” de Haya de la Torre, paradójicamente concluían por igual en negar el carácter socialista y proletario de la revolución latinoamericana [30]: unos por considerar que Latinoamérica “no está madura” y debía cumplir aún con “las etapas del desarrollo histórico”, y otros por considerar que no podían aplicarse ninguno de los planteamientos “europeos” o “rusos”.

El común denominador que puede distinguirse es sin duda su falta de concreción y comprensión dialéctica, pues como hemos visto, solo un mecanicismo y abstracción de la realidad de la totalidad capitalista mundial, en la cual se encuentra América Latina, podría dar pie a la teoría de la “revolución por etapas” para América Latina; así mismo, solo haciendo abstracción de las determinaciones sociales que marca la estructura económica de la sociedad, se podría plantear una revolución y un Estado “antiimperialistas” que no tendrían ningún carácter de clase definido, y que por tanto no entrarían en el mismo terreno que la lucha de clases mundial a que hacía referencia el marxismo revolucionario.

De esta manera, tanto la “revolución democrático-burguesa” del stalinismo como el “antiiimperialismo” del naciente populismo latinoamericano, no era más que consignas metafísicas detrás de las cuales estaban, precisamente, las presiones y determinaciones sociales de clases o sectores de clase específicos: la burocracia de la URSS, en un caso, y la intelectualidad pequeñoburguesa latinoamericana, en el otro.

Mariátegui responderá, primeramente, condenado que sea elevado a categoría de programa la idea del antiimperialismo. En “Punto de vista antiimperialista” fijará su posición en estos términos:

El antiimperialismo resulta así elevado a la categoría de programa […] El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeñoburguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses. [31]

Cierto es que al momento de esta polémica no se habían desarrollado los grandes movimientos políticos del nacionalismo burgués que, efectivamente, “conquistaron el poder”, apoyados en la movilización de las masas obreras y campesinas (como el cardenismo –en los 30’s– y el peronismo –en los 40’s–), sin embargo, estos fenómenos demostraron precisamente que no se borraban los antagonismos de clase ni el carácter burgués del Estado, y que la emancipación nacional de la dominación imperialista seguía sin conquistarse.

Volviendo a la polémica, mientras Haya de la Torre prescribía que en la lucha antiimperialista, no se sabe por qué mecanismo extraterrenal, el conflicto de clases quedaba “detenido o subordinado al gran conflicto con el imperialismo”, en aras de enfrentar al “peligro mayor”, Mariátegui declara lo contrario, y con base en la caracterización del capitalismo latinoamericano dirá que “Ni la burguesía ni la pequeñoburguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista […] sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera” [32].

Por su parte, Mella cuestionará lo excesivamente general del programa del APRA y, específicamente sobre la idea de “nacionalizar”, hará una clara distinción entre nacionalización y socialización:

Nacionalizar puede ser sinónimo de socializar, pero a condición de que sea el proletariado el que ocupe el poder por medio de una revolución. Cuando se dicen ambas cosas: nacionalización y en manos del proletariado triunfante, del nuevo Estado Proletario, se está hablando marxistamente. Pero cuando se dice a secas nacionalización, se está hablando con el lenguaje de todos los embaucadores de la clase obrera [33].

La lucha por librar contra el imperialismo, a diferencia de lo que decía Haya de la Torre, no sería parte de una lucha “antiimperialista” separada de la lucha de clase del proletariado, sino que sería parte de la lucha mundial contra el capitalismo:

Mantener la independencia de clase del movimiento obrero, su carácter de clase en los partidos comunistas, para dar la “batalla final”, la lucha definitiva para la destrucción del imperialismo, que no es solamente la lucha pequeñoburguesa nacional, sino la proletaria internacional, ya que sólo venciéndose a la causa del imperialismo –el capitalismo– podrán existir naciones verdaderamente libres. [34]

¿Cuál era el punto de partida de ambos marxistas para fijar esa posición? Como los dirigentes de la Internacional Comunista de los primeros años, se trataba de conclusiones basadas en un método materialista y dialéctico para comprender la realidad latinoamericana y mundial, comprensión alimentada por la experiencia concreta de la lucha de clases internacional.

Mariátegui, con base al estudio de la realidad peruana, no muy distinta en sus rasgos fundamentales al del resto de América Latina en lo concerniente a la condición semicolonial, dará cuenta de que las revoluciones de independencia no dieron pie a una nueva clase social burguesa que, como en la Europa de las grandes luchas de la burguesía revolucionaria, encarara el asunto de la desfeudalización de la tierra, sino que la inexistencia de esa clase social, combinado esto con la cristalización de una casta militar (terrateniente), configuraron una formación social que no daba ningunos pasos reales en el sentido del desarrollo histórico (burgués) en esta materia: “Durante el período de caudillaje militar que siguió a la revolución de la independencia, no pudo lógicamente desarrollarse, ni esbozarse si quiera, una política liberal sobre la propiedad agraria. El caudillaje militar era el producto natural de un período revolucionario que no había podido crear una nueva clase dirigente” [35].

Así, entre el interés de las clases dominantes nacionales, que no eran precisamente la burguesía antifeudal de Europa, sino más bien oligárquicas-terratenientes, y el del capital imperialista, que en su penetración se servía de la particular configuración social existente, se fue amalgamando un capitalismo que era incapaz de romper con esas características de la propiedad de la tierra: “El capitalismo –afirma Mariátegui–, como sistema económico y político, se manifiesta incapaz, en la América Latina, de edificación de una economía emancipada de las taras feudales” [36].

Lo que resulta de esta comprensión es que ni la desfeudalización de la tierra ni la constitución de una nación soberana, como típicas tareas democrático-burguesas en el camino hacia un mayor nivel de desarrollo social, serían posibles en América Latina por la vía del desarrollo capitalista, porque ésta ya formaba parte, con sus particularidades, del capitalismo mundial.

Nuestras sociedades se configuraban claramente como naciones capitalistas, aunque semicoloniales, porque era el rol que cumplían en el esquema del capitalismo mundial, por eso precisamente era impensable proponer la superación de esa condición por la vía de un desarrollo nacional en los marcos del modo de producción capitalista: “La condición económica de estas repúblicas es, sin duda, semicolonial y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía” [37].

El moderno capitalismo imperialista, que se imbricaba con la formación social atrasada de América Latina, era el responsable de la ausencia de soberanía nacional, e incluso del sostenimiento de la “arcaica” propiedad terrateniente. Entonces, la conclusión es que la condición de nación semicolonial (y dependiente, podríamos agregar) era la forma histórico-concreta que tomaba el capitalismo en América Latina, por eso, la idea de superar tal condición en los marcos del capitalismo, de oponer al capitalismo imperialista un capitalismo (“de Estado”) nacional autónomo, resultaba no solo utópica sino sin sentido.

No podía esperarse que fuera de la mano de la burguesía nacional (o de la pequeñoburguesía, como proponía el APRA) como se consiguiera romper con la propiedad oligárquica de la tierra y alcanzar la emancipación nacional: “las burguesías nacionales […] no tienen ninguna predisposición a admitir la necesidad de luchar por la segunda independencia, como suponía ingenuamente la propaganda aprista”, dice Mariátegui. El mismo Haya de la Torre proponía al APRA como el “Kuomintang latinoamericano”, a lo que Mariátegui y Mella respondían mostrando que las conclusiones que había que sacar de la experiencia china eran precisamente las contrarias.

Mariátegui afirma que, habiendo sostenido él mismo antes la diferencia entre las bases para la lucha nacionalista de la burguesía china y la de Latinoamérica, dando más posibilidades reales a aquella en razón de la unidad cultural, racial e histórica que unía a los burgueses chinos con su propio pueblo, muy diferente al caso de nuestra América, la propia experiencia le había demostrado sin embargo que ni siquiera allá era posible, menos entonces cabría pensarlo para nuestra realidad: “La traición de la burguesía china [se refiere a las matanzas y aplastamientos de los levantamientos obreros en medio de la revolución china de 1925-27 por parte del partido nacionalista chino, el Kuomintang dirigido por Chiang Kai Shek, NdR], la quiebra del Kuomintag […] demostró cuán poco se podía confiar, aún en países como la China, en el sentimiento nacionalista revolucionario de la burguesía [38]. En el mismo sentido, Mella replica al APRA: “Tampoco hay nada que indique la necesidad de tener una fe ciega en las pequeñoburguesías del continente. No son más fieles a las causas de la emancipación nacional definitiva que sus compañeros de clase en China u otro país colonial. Ellas abandonan al proletariado y se pasan al imperialismo antes de la batalla final” [39].

En la misma línea del texto de Marx, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, de 1850, planteando cómo en las luchas revolucionarias de la época la burguesía ni bien alcanzaba el poder contra los sectores feudal-monárquicos se lanzaba furibundamente contra los trabajadores, con lo que fundamentaba Marx la idea de la “revolución permanente” [40], y constatando lo mismo que Trotsky en 1905 sobre cómo la moderna burguesía optaba por recostarse de la reacción feudal cada vez que el proletariado mostraba algún impulso revolucionario, Mella dirá sobre América Latina lo siguiente:

En su lucha contra el imperialismo (el ladrón extranjero), las burguesías (los ladrones nacionales) se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando éste, a su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional. [41]

La confluencia en las formulaciones de Mariátegui y Trotsky

Mariátegui proponía una lógica así: “El Estado actual en estos países reposa en la alianza de la clase feudal terrateniente y la burguesía mercantil. Abatida la feudalidad latifundista, el capitalismo urbano carecerá de fuerzas para resistir a la creciente clase obrera [42]. No es difícil percibir aquí la similitud con lo que entendía Marx sobre la derrota de la aristocracia inglesa en Irlanda y su relación con la derrota de la burguesía británica [43], así como con la posición sostenida por la IC para Asia en sus primeros cuatro congresos. Sin embargo, esta perspectiva de Mariátegui estaba articulada esta vez, no en el sentido de lograr la “liberación nacional” como el “aporte” correspondiente a la lucha contra el capitalismo imperialista, sino a la propia revolución proletaria en el país, que sería la única manera de alcanzar los objetivos nacionales y antioligárquicos, pero no solo esos:

La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proletarias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial. Sólo la acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la revolución democrático burguesa que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir. […] Cumplida su etapa democrático burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y en su doctrina, revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y de defensa del orden socialista. [44]

Aún cuando la formulación de Trotsky en sus tesis sobre la revolución permanente es la de una teoría-programa para la revolución mundial, no circunscrita a América Latina, es aleccionadora la similitud con que traza Mariátegui la fórmula para la revolución peruana en 1928. Como señalamos antes, la perspectiva de la revolución permanente que Trotsky planteará para Rusia tempranamente en 1905, la generalizará para el conjunto de los países coloniales y semicoloniales precisamente a partir de las lecciones que extrae de la derrota de la revolución china en 1927.

Desde esta teoría-programa de Trotsky, la revolución latinoamericana estaba planteada en los siguientes términos:

Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales [...] la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder, como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas. [...] Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional. [...] la revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos y encaminada en primer término a realizar objetivos de la revolución democrática. [...] La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitablemente y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente. [45]

Fijémonos cómo tanto Trotsky, como Mariátegui y Mella, parten de un acontecimiento clave de la lucha de clases de la época (la segunda revolución china del siglo XX [46]), para extraer lecciones similares en cuanto a las posibilidades o no de que en la época del moderno capitalismo imperialista, en las naciones sometidas a esa dominación, las burguesías nacionales lleven adelante revoluciones de liberación nacional y abolición de la arcaica propiedad terrateniente, es decir, tareas elementales de la revolución democrático-burguesa que en una época llevaron adelante las burguesías europeas.

No puede caber lugar a dudas sobre la posición del marxismo revolucionario al respecto de las formaciones sociales latinoamericanas y el curso de desarrollo social que habría de tomar, no hay prescripciones sobre alguna repetición del “molde europeo”, las “incomprensiones” de sus particularidades serán las del populismo por un lado y las del stalinismo por el otro [47]. Así como no podría afirmarse, a riesgo de ser ligero, que las respuestas dadas desde el marxismo para, y desde, América Latina, estén fuera de las exigencias de la realidad latinoamericana.

Para mostrar la justeza de esta perspectiva bastaría con señalar que hoy, pasado casi un siglo de aquellas elaboraciones, y habiendo pasado la región en todo ese tiempo por lo más variados y convulsivos ascensos de la lucha de clases, revoluciones y contrarrevoluciones, habiendo subido al poder las “alas izquierdas” de las burguesías o pequeñoburguesías, con los distintos populismos y nacionalismos burgueses, esas tareas históricas como la emancipación nacional y la liquidación de la propiedad terrateniente, siguen estando pendientes. Siendo en Cuba el único país donde estas tareas se llevaron a cabo, precisamente mediante una revolución que ni fue encabezada por la burguesía nacional ni fue solo “nacional” o “anti-oligárquica”, sino que iniciándose como solo democrática y nacional (es decir, sin propósitos de abolir la propiedad capitalista), para no sucumbir ante la reacción burguesa e imperialista hubo de avanzar en sentido socialista.

En ese debate de los años 20’s entre marxismo y populismo, estamos viendo los intentos de dar respuesta a la realidad de una región que desde la llegada de los conquistadores europeos ha sido incorporada subordinadamente, expoliadamente, a los sistemas de dominación imperial e imperialistas del momento. A partir de la colonización, nuestras sociedades pasaron a ser sociedades alienadas, nada les pertenecía, ni su economía, ni su cultura ni organización política, todo el cuerpo material y el espíritu de las unidades políticas constituidas fue en función de necesidades, requerimientos, modos y usos de los conquistadores. He aquí el primer “problema” de América Latina. Después, pasada la independencia, la consolidación como naciones libres y soberanas no fue más que un espejismo, pasando prontamente a formar parte, en forma semi-colonial, de la periferia del capitalismo mundial, entrando en una relación estructural de dependencia de los centros de poder imperialista; esta imposibilidad de constitución de naciones soberanas, de la realización como nación, estará en el centro de las discusiones tanto de intelectuales como de las organizaciones revolucionarias, y es a lo que intentan dar respuesta populistas y marxistas en este debate.

Para responder a estos propios latinoamericanos, mientras Haya de la Torre no pasará de proponer una salida burguesa, aún con mucha retórica anti-europeísta, el marxismo plantea una salida dialéctico-concreta –como la llama Löwy– que consistirá en la revolución obrera y campesina que no irá dirigida a “completar” algún desarrollo burgués sino a dar pasos en dirección a la reorganización socialista, como única vía de darle salida progresiva a la situación de estas sociedades.

El marxismo, dirá Lenin, exige análisis concreto de situaciones concretas. En este sentido, es claro que el marxismo no pensó Latinoamérica desde una visión esquemática, economicista-determinista, que partiera de supuestos absolutos del tipo “capitalismo = democracia burguesa, liquidación de la propiedad terrateniente y naciones soberanas”, no construyó sus respuestas desde un dogma ahistórico, imaginándose que en todas partes y en todas las épocas la llegada del capitalismo implicaba la implantación de regímenes democrático-liberales, la destrucción del latifundio (“feudo”), la introducción radical del trabajo asalariado y la conquista de Estados-nacionales plenamente soberanos. Al contrario, partió del estudio concreto de nuestra realidad y la comprensión de las particularidades del capitalismo imperialista y su expresión en América Latina: el marxismo comprendió que nunca se repitió aquí la historia de las revoluciones burguesas europeas, ni tampoco buscaba que se repitiera.


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NOTAS AL PIE

[1Se trata del trabajo inédito “Elementos para una reivindicación de la concepción marxista de la historia y su pertinencia para América Latina, a propósito de la crítica decolonial”, presentado en 2009 para obtener el título de Sociólogo en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

[2Resumidamente, digamos que el FUA estaba planteado como una táctica para desarrollar la lucha antiimperialista en las nacionales coloniales y semicoloniales de Asia, en la que se consideraba que “acuerdos temporales con la democracia burguesa” serían no solo “admisibles” sino “hasta indispensables” en determinados momentos, pero que buscaba al mismo tiempo “desenmascarar las vacilaciones y las incertidumbres de los diversos grupos del nacionalismo burgués” y fortalecer al proletariado como “factor revolucionario autónomo” ante el conjunto de la nación oprimida. Empero, no se asignaban aún objetivos directamente socialistas a las revoluciones por hacer en estos países, sino de liberación nacional y democrático estructurales como la liquidación del latifundio, concibiéndose esos combates como la contribución que podían hacer esos pueblos en ese momento a la lucha mundial contra el capitalismo en su fase imperialista.

[3“Sobre la revolución en América. Llamamiento a la clase obrera de las dos Américas”, citado por Michael Löwy de L’Internationale communiste, Nº 15, enero de 1921, reproducido como anexo en Michael Löwy, El marxismo en América Latina (De 1909 hasta nuestros días), Antología, México, Ediciones Era, 1980, pp. 73-79.

[4“A los obreros y campesinos de América del Sur”, citado por Löwy de La Correspondance Internationale, Nº 2, 20 de enero de 1923, reproducido completo como anexo en M. Löwy, El marxismo…, op. cit, pp. 79-82.

[5“Sobre la revolución en América…”, op. cit., p. 73.

[6Ibíd., p. 74.

[7“A los obreros y campesinos de América del Sur”, op. cit., p. 80.

[8Ibíd., p. 81.

[9Ídem.

[10“Ya es hora de unir las fuerzas revolucionarias del proletariado, puesto que los capitalistas de toda América se unen contra la clase obrera”. “A los obreros y campesinos de América del Sur”, op. cit., p. 81.

[11“Sobre la revolución en América…”, op. cit., p. 78.

[12“Sobre la revolución en América…”, op. cit., p. 76.

[13Ibíd., p. 77. Cuando dice “socialistas” se refieren a la socialdemocracia de la IIª Internacional.

[14Ibíd., p. 77.

[15Ídem.

[16Hace referencia al planteamiento de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, revisado en otra parte del trabajo de investigación dedicado a “La Internacional Comunista y la cuestión colonial”.

[17Ver M. Löwy, op. cit.

[18Ibid, pp. 24-26.

[19“Manifiesto comunista para los soldados de Ahuachapán”, reproducido por M. Löwy, op. cit., pp. 114-115.

[20Roque Dalton, “Miguel Mármol: El Salvador 1930-32”, Pensamiento crítico, La Habana, Nº 48, enero de 1971, pág. 70, citado por Löwy, op. cit.

[21“Manifiesto del Partido Comunista de El Salvador a los soldados del Ejército”, reproducido por M. Löwy, op. cit. P. 118.

[22Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Edgardo Lander (Ed), UNESCO/FACES-UCV, Caracas, 2000, p. 343.

[23Refiere a lo desarrollado en el aparte “El desarrollo desigual y combinado, la revolución rusa y la teoría de la revolución permanente”, del trabajo de investigación, en el que se muestra cómo la perspectiva planteada por Trotsky en los debates en el seno de la socialdemocracia rusa se fundamentaban precisamente en lo que señalamos en la nota introductoria sobre la noción de desarrollo desigual y combinado: en el balance de la revolución (derrotada) de 1905, plasmado en Resultados y perspectivas, para postular su posición de que la revolución rusa por hacerse no sería solo una revolución democrático-burguesa, Trotsky parte de considerar entre otros aspectos, tanto la imbricación en Rusia de formas y relaciones de producción propias del “pasado feudal” junto con las del moderno capitalismo occidental, como, y esto era determinante, la ubicación de Rusia –con esa heterogeneidad¬¬, para usar las palabras de Quijano– en el contexto de la totalidad mundial capitalista, donde coexistían también diversas formas económicas y políticas, articuladas sin embargo bajo una hegemonía, la del capital: entre 1848 y 1905 habría transcurrido “Medio siglo de una mutua adaptación ‘orgánica’ de las fuerzas de la reacción burguesa y la feudal. [...] El capitalismo, al imponer a todos los países su modo de economía y de comercio, ha convertido al mundo entero en un único organismo económico y político”. Ver León Trotsky, Resultados y perspectivas. Las fuerzas motrices de la revolución, en La teoría de la revolución permanente, Buenos Aires, Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, 2000, pp. 119-120.

[24Víctor Raúl Haya de la Torre, El antiimperialismo y el APRA, Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 2ª edición, 1936, p. 131.

[25Ídem.

[26Ibíd., p. 33.

[27Ibíd., p. 133.

[28Ibíd., p. 136.

[29Ibíd., p. 138.

[30Michael Löwy, op. cit. Ver “Introducción. Puntos de referencia para una historia del marxismo en América Latina”, El marxismo en América Latina (De 1909 hasta nuestros días), Antología, México, Ediciones Era, 1980.

[31José Carlos Mariátegui, “Punto de vista antiimperialista”, anexo en León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, CEIP “León Trotsky”, 3ª Edición, Buenos Aires, 2007, p. 356.

[32Ibíd., p. 357.

[33Julio Antonio Mella, “¿Qué es el ARPA [APRA]?”, anexo en León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, op. cit., p. 329.

[34Ibíd., p. 353.

[35José Carlos Mariátegui, “El problema de la tierra”, en 7 ensayos de interrpetación de la realidad peruana, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979, p. 44.

[36José Carlos Mariátegui, “El problema de las razas en la América Latina”, Escritos fundamentales, Acercándonos Ediciones, Buenos Aires, 2008, p. 59.

[37J. C. Mariátegui, “Punto de vista...”, op. cit. p. 354.

[38Ibíd., p. 355.

[39J. A. Mella, op. cit., p. 339.

[40En este documento Marx hace referencia a cómo los trabajadores, en las luchas revolucionarias en Europa de mediados del siglo XIX, cuando aún se luchaba “contra los resabios feudales”, debían organizarse independientemente de la burguesía y la pequeñoburguesía. Señalaba, a partir de la experiencia histórica reciente, cómo la burguesía y la pequeñoburguesía, en su lucha contra la reacción feudal, aún cuando actuaban en un mismo campo con la clase obrera, ni bien asumiesen el poder se volcarían duramente contra esta, lo que implicaba que esta debía organizarse política y militarmente de manera independiente de los sectores burgueses, buscar llevar hasta donde más lejos pudiera las demandas “democrático-burguesas” que formularan estos, y prepararse para continuar la lucha revolucionaria contra el poder burgués, tomando en cuenta, en el caso específico del proletariado alemán, que en el momento que se diera el “primer acto del drama revolucionario” que se le avecinaba, es decir, el que llevaría al poder a la pequeñoburguesía en Alemania, coincidiría con el triunfo directo del propio proletariado en Francia, de allí que su grito de guerra debería ser “la revolución permanente”. Cfr. Karl Marx, Friedrich Engels, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de marzo de 1850”, La teoría de la revolución permanente, op. cit., pp. 577-587.

[41J. A. Mella, op. cit, p. 333.

[42J. C. Mariátegui, “El problema de las razas en la América Latina”, op. cit., p. 65. Puede reconocerse fácilmente la similitud de la lógica a la que planteaba Marx hacia la liquidación del poder aristocrático inglés sobre Irlanda con relación a la debilidad y derrocamiento consecuentes de la burguesía inglesa por el proletariado.

[43Refiere a lo desarrollado en el trabajo inédito en el apartado “Marx frente a la dominación inglesa en India e Irlanda”, donde se muestra con minuciosidad cómo el análisis materialista, concreto y dialéctico de Marx sobre la dominación inglesa en Irlanda, lo lleva a postular una relación entre la liberación nacional de Irlanda y la revolución proletaria en Inglaterra, señalando el papel que cumpliría esta emancipación nacional en debilitar a la clase dominante inglesa y asomando incluso cómo el énfasis debe ponerse en esa lucha de liberación nacional.

[44José Carlos Mariátegui, “Programa del Partido Socialista del Perú”, Escritos fundamentales, op. cit., pp. 84-85.

[45León Trotsky, “¿Qué es la revolución permanente? (Tesis fundamentales)”, La teoría..., op. cit., pp. 519-521. (Destacados del autor).

[46La primera fue en 1911.

[47En la clasificación que hace Löwy en su trabajo, ubica a las elaboraciones de Mella y Mariátegui, continuadores de las definiciones de la IC de 1921 y 1923, junto a la insurrección de El Salvador de 1932, como parte del primer período del marxismo en América Latina, un “período revolucionario”, diferenciado del que le siguió luego, el “período stalinista” a partir de mediados de los 30’s, cuando es definitivo el control y disciplinamiento de los partidos comunistas por parte del aparato de la IC stalinista. Löwy hablará de un “nuevo período revolucionario” a partir de la revolución cubana. Ver M. Löwy, op. cit.
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Ángel Arias

Sociólogo y trabajador del MinTrabajo @angelariaslts
Sociólogo venezolano, nacido en 1983, ex dirigente estudiantil de la UCV, militante de la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) y columnista de La Izquierda Diario Venezuela.