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Cuadernos Nº 14 (Noviembre 2010)

El combate oculto entre Trotsky y Dewey

El combate oculto entre Trotsky y Dewey

Fréderik Douzet

 

Traducido de Cahiers Léon Trotsky nº 42, julio de 1990 por Rossana Cortez.

 

Luego de los Procesos de Moscú, en la intelligentsia de New York flota un malestar, forjando divisiones por un lado, y soldando solidaridades por otro, por una causa excepcional, el desmantelamiento de una de las mayores imposturas de la historia. Estrellas entre los intelectuales prestigiosos, pensadores con aura internacional, dos de los más grandes se unieron para luchar contra la mentira. Haciendo converger sus fuerzas, decididos a establecer la verdad, John Dewey y León Trotsky se ligaron para siempre mediante la creación de la Comisión de Investigación sobre los Procesos de Moscú.
En el momento en que Stalin, durante los Procesos, inculpó a la casi totalidad de los dirigentes de la revolución rusa, cuando éstos confesaban su culpabilidad, cuando Trotsky era acusado de todas las traiciones e infamias, aunque él representaba la esperanza de una revolución internacional que los liberales no deseaban, el gran John Dewey, eminente liberal norteamericano, encarnación de la integridad y la moral, descendió de las altas esferas de su reflexión para entrar de lleno en la política y en el juego poco gratificante de la realidad política. ¿Por qué? ¿Por qué un hombre como Dewey, al abrigo de las críticas y de las bajezas de la política, descendió de su pedestal para defender a su principal adversario? ¿Por qué aceptó este rol agobiante del que no podía esperar nada?
No faltaron respuestas en ese momento. Sin embargo, un hombre de la dimensión intelectual del viejo liberal no puede comprometerse por fuera de motivaciones profundas. Al estudiar el marco de estos Procesos y del Contraproceso ¿no se puede distinguir una voluntad que iba más lejos que la de establecer simplemente la verdad? ¿Qué es lo que creyó correcto? Las respuestas se encuentran, aparentemente, en parte en el informe de las audiencias de Coyoacán, así como en los textos escritos luego, en donde ambos expusieron sus conclusiones del proceso.

HOMBRES E IDEAS

El Contraproceso de Moscú puso frente a frente a dos gigantes del pensamiento político: Dewey y Trotsky. Antes de entender cómo llegaron a estar reunidos estos dos hombres por un mismo objetivo, es necesario captar no sólo la realidad de los Procesos de Moscú, sino el contexto de crisis y de confusión que generaron en la intelligentsia norteamericana.
El año 1936 fue rico en acontecimientos históricos. En los años precedentes, la conjunción entre el ascenso del nazismo y la crisis económica que padecen los países capitalistas de conjunto, desorienta a muchos intelectuales. Muchos recurren la URSS, en donde creen ver un modelo. La crisis de 1929 fue un catalizador a ese renovado interés por la revolución rusa y una parte de los intelectuales giró a la izquierda. El modelo soviético con su economía planificada, sin desempleo, se opone al caos que reina en EEUU. Moscú aparece como la nueva “tierra prometida”.
La intelligentsia obtiene cierto bienestar del desastre. Edmund Wilson escribe:
“Estos años no son deprimentes sino estimulantes [y] dan un nuevo sentido de la libertad”[1].
T. R. Poole resumirá en una buena fórmula:
“La esperanza de un nuevo mundo surgido de las cenizas de la civilización-business calcinada”[2].
Los intelectuales buscan “considerar el comunismo por los comunistas”. Arthur Koestler[3] asegura: “Ellos son el futuro, nosotros el pasado”. Piensan que los dirigentes soviéticos están dispuestos a sustituir la mentalidad individualista de la era burguesa por una mentalidad social y colectiva.
También el ascenso de la Alemania hitleriana no hace más que profundizar la implicancia emocional en la URSS. Los enemigos de la URSS en Norteamérica y en la escena internacional también eran los enemigos de los liberales.
Cuando, en 1936, estalla la guerra civil española, Norman Thomas y otros intelectuales aseguran que “ayudar a la España republicana no es un acto de generosidad, es una deuda de honor”[4]. Conjugado con el primer Proceso de Moscú, que se desarrolla del 19 al 24 de agosto de 1936, este hecho plantea una grave cuestión a los liberales.
La URSS de 1936 molesta: la hambruna de 1932-33, el internamiento en campos de trabajo, el “affaire” Kirov, son hechos que les quedan atravesados en la garganta a los liberales. “Uno de los peores inconvenientes para ser estalinista hoy, es que uno tiene que defender tantas mentiras” subraya E. Wilson[5]. Ahora bien, no todos quieren defender estas mentiras. Aún cuando para muchos, en 1937, los Procesos no tenían gran importancia, aún cuando las circunstancias hacían que la búsqueda de la verdad no fuera una causa popular del ambiente de los años ´30, se entabló una batalla. Naturalmente, la solidaridad con la izquierda no fue destruida, pero los Procesos la sacudieron fuertemente y la dividieron en campos opuestos. Los “progresistas” estaban forzados a honrar o a ignorar los principios liberales como el asilo político o el derecho de todo acusado a ser escuchado para defenderse. La complejidad de la elección residía en ese dilema mortal expuesto por Waldo Frank[6] a Trotsky: “Me entristece creer que usted esté aliado a los fascistas, pero también me da tristeza entender que Stalin haya hecho una falsificación tan monstruosa”[7]. A juzgar por el número de intelectuales que fueron concientes de este dilema, se puede pensar, junto con Philip Rahv[8], que el Proceso no era el que Stalin había hecho contra los revolucionarios, sino verdaderamente “el Proceso de la mente y de la conciencia humana”[9].
Los intelectuales que estaban comprometidos con la tradición y los principios liberales del derecho de asilo y de la defensa de las libertades se dividieron en dos campos. Dentro de la prensa neoyorquina, las reacciones al Proceso de Zinoviev y Kamenev fueron diversas, reveladoras del estado de los intelectuales. New Masses, ante los Procesos de Moscú titula “La cloaca de Trotsky”[10]: Los crímenes de Stalin habrían sido la respuesta a una acción contrarrevolucionaria. El periódico de los partidarios de Trotsky, Socialist Appeal, definió el objetivo de los Procesos como la voluntad de desacreditar a Trotsky. En cuanto a los órganos liberales, The Nation y The New Republic, mostraban miedo y confusión. Louis Fischer manifestó la esperanza de que la nueva constitución, “la más democrática del mundo”, inaugurara un período de Ley. El desmentido no tardó en llegar y ya los liberales tenían dudas en cuanto a la integridad de los Procesos.
El Proceso Zinoviev-Kamenev provocó dudas y confusión dentro de la intelligentsia. Este invitó, más que a la aspiración de examinar las acusaciones o de buscar explicaciones, a una nueva orientación sobre la posibilidad de integrar a la URSS en el frente antifascista. Los órganos liberales, repartiendo equitativamente la culpa entre Stalin y Trotsky, nunca superaron el estadio del justo medio que los preservaba del compromiso. Esta actitud, lejos de ser constructiva, sólo tuvo por efecto socavar los esfuerzos de Dewey en su búsqueda de la verdad.
La intelligentsia se comprometió contra el fascismo, creando un momento de solidaridad sin críticas por la causa sagrada. Por lo tanto, la importancia que podían tener los Procesos, sin duda, fue ampliamente subestimada.
Efectivamente, el conflicto Trotsky-Stalin ofrecía una verdadera elección política, incluso moral. Trotsky era a la vez “la derrota política más impresionante de la época”, “el renegado caído”. Según Frederick Schuman[11], “el Occidente democrático debía secar sus lágrimas por los héroes caídos y aceptar la mano tendida de Moscú”. Entonces ¿mártir o renegado?[12]. La reputación de Trotsky exacerbó las divisiones y New Republic se complació en recordar que él era el hombre de la revolución comunista, en todos los países, tan pronto como fuera posible.
Pero Trotsky también era un intelectual brillante, reconocido internacionalmente y gozaba de un gran prestigio en el ambiente intelectual norteamericano. A semejanza de John Reed antes de su prematura muerte, los Raymond Robins[13], Max Eastman[14], Louis Hacker[15], John dos Passos[16], veían en él la unión del pensamiento y de la acción. El controvertido personaje de Trotsky contribuyó a la parálisis de los intelectuales de los años ’30 frente al problema de los Procesos de Moscú.
Uno de los principales factores de confusión e inacción fue la simpatía por la URSS que existía a mediados y a fines de los años ´30. Malcolm Cowley lo confesará: “siempre es una tentación creer lo mejor sobre nuestros aliados”[17]. Otra razón del agobiante silencio de los norteamericanos es, según Alan Wald, que algunos pensadores liberales han trabajado para hacer tolerables procedimientos antidemocráticos que nunca habrían sido aceptados en Estados Unidos. Walter Duranty[18] y Louis Fischer[19] recurrirán como justificación a las viejas teorías racistas del alma eslava[20].
Pero el factor más desmovilizador quizás fue el miedo a enfrentar una verdad que molesta, en una situación en la que James T. Farrell descubría la importancia del tema:
“Si el veredicto oficial de los Procesos se revelara cierto, los colaboradores de Lenin y los dirigentes de la revolución rusa deberían ser considerados como una de las peores bandas de delincuentes de la historia; si los Procesos eran un golpe montado, entonces los dirigentes de la Rusia soviética habrían perpetrado uno de los más monstruosos golpes montados de toda la historia”[21].
Por un momento, entre los liberales, la fe democrática había tomado la forma de una fe en las promesas de los dirigentes soviéticos. El terror de los Procesos espantó a muchas de esas almas impregnadas de humanidad y sembró el pánico y la confusión entre sus filas.
Finalmente, John Dewey fue el que tuvo la reacción más simple y más valiente: buscar la verdad.

JOHN DEWEY, LIBERAL EMINENTE

John Dewey, a los 78 años, era considerado en EEUU como el jefe del liberalismo, “la conciencia liberal de EEUU”[22]. Era el liberal norteamericano más eminente. Autoridad íntegra, su virtud era inatacable y su prestigio inmaculado.
Dedicó su vida al liberalismo, la filosofía, la enseñanza y la pedagogía. Intelectual de gran dimensión, llegó a su vejez gozando de un aura indiscutible y se creía en pleno derecho de llegar a la sabiduría de un bien merecido descanso.
Precisamente, Dewey va a servirse de su aura cuando decide, para sorpresa general, contra todos, bajar de su púlpito venerado a riesgo de ver deteriorada su legendaria integridad. Semejante acto político, en tales condiciones, es ante todo, personal ¿Cuáles fueron sus motivaciones? Es en relación a la concepción de la revolución rusa y a sus dirigentes, y a las profundas convicciones liberales de Dewey y de la coyuntura, que podremos intentar sacarlas a la luz.

DEWEY, LA REVOLUCIÓN RUSA Y SUS DIRIGENTES

Al principio, Dewey tuvo una actitud favorable con respecto a la revolución rusa. La vivía como una gran experiencia social. El investigador liberal, gran pedagogo apasionado, abordó el acontecimiento desde este ángulo y le prestó mucha atención a la evolución de la situación.
Dewey, en parte, adoptó el punto de vista de los liberales sobre la Unión Soviética. Luego de una visita a la URSS acompañado por educadores, en 1928-1929, publicó impresiones más bien positivas.
El futuro de Rusia se revelaba a través de la inmensa obra que desarrollaba. Un laboratorio pedagógico de semejante dimensión no podía más que hacer vibrar la fibra investigadora de este especialista liberal. Dewey prefería ver desarrollar esta experiencia en Rusia más que en su propio país. Esto no le impedía pensar que las lecciones del estudio de la revolución rusa podían ser aprovechables. Al producir algo distinto que una cultura de uso privado, el nuevo sistema educativo soviético sería un verdadero pionero. Al gran pedagogo no le gustaba la propaganda en la educación, pero depositaba una gran confianza en la valiente energía, la inteligencia y el nivel de conciencia social siempre creciente del pueblo ruso.
Sin embargo, Dewey no era marxista cuando estallaron los Procesos. Su gran admiración por la URSS era en el terreno de la educación, a la que conocía muy bien por los viajes realizados, durante los cuales se había entrevistado con Krupskaya, la compañera de Lenin.
Una de las diferencias fundamentales que lo separaba de los marxistas es que la sociedad que él reivindicaba sería diferente de la sociedad a la que apelaba la fórmula marxista ortodoxa. Considerando la evolución hacia una sociedad así para su propio país, Dewey optaba por la reforma, para la que EEUU necesitaba un objetivo social basado en el plano industrial. Partidario del planning social[23], se negaba a utilizar la fuerza coercitiva para llegar a él. Por su concepción de la relación entre el fin y los medios, se separaba de los ideólogos soviéticos, se llamen Stalin o Trotsky.
Dewey explicó la diferencia fundamental que existía para él entre los Comunistas y los comunistas. Así, explicitó por qué no es un “Comunista”[24]. El comunismo con “c” minúscula no era lo mismo que el Comunismo oficial. La “c” minúscula estaba reservada al uso de los puristas, a los que hablaban de la ideología en su fuente: los marxistas. Esto difería mucho de la ideología oficial vehiculizada por los dirigentes de la revolución rusa. Dewey criticaba la intención de la revolución internacional y más especialmente, la intención de importar a EEUU una ideología proveniente del Este.
“Esto era extravagante: transferir la ideología del Comunismo ruso a un país tan profundamente diferente en su economía, su política y su cultura histórica”.
Muchos de los rasgos, de las características de la Unión Soviética resaltaban condiciones puramente locales y particulares. Este era el caso de la dominación del partido soviético en todos los ámbitos de la cultura, del exterminio despiadado de las minorías de opinión, de la “glorificación verbal de las masas”, del “culto” al dirigente infalible...
Dewey parecía reconocer la lucha de clases. Pero se oponía a los marxistas, porque pensaba que la lucha de clases no podía ser el medio de llegar a la sociedad esperada. La lucha de clases en una sociedad industrial altamente desarrollada, con una fuerte clase media, sería ahogada en sangre o sería una victoria pírrica “Ambos bandos destruirían el país y se destruirían a sí mismos”.
Además, Dewey detestaba el tono apasionado que encontraba “muy repugnante” en las disputas de sus partidarios. Para él, “fair play”[25] y honestidad eran bases elementales. Finalmente, con otros anticomunistas liberales, se indignó por las ejecuciones que siguieron al “affaire” Kirov.
Dewey temía que el bolchevismo infectara a EEUU y destruyera sus tradiciones ¿Esto justificaba su compromiso con Trotsky? Hasta el momento de los Procesos, Dewey siempre había pensado que la línea de Stalin era más sensata que la de Trotsky. Sin embargo, solamente tendía a preferir al pragmático Stalin que al dogmático Trotsky. En 1936, la cuestión central para Dewey era, sobre todo, el compromiso político de Trotsky más que el combate personal entre Trotsky y Stalin. Antes de las audiencias de Coyoacán, aseguraba:
“Personalmente, siempre estuve en desacuerdo con las ideas y teorías de Trotsky y actualmente estoy en desacuerdo con él, más que nunca”[26]
Entonces ¿para qué defenderlo ante la opinión pública internacional?

DEWEY, LOS IDEALES NORTEAMERICANOS Y LOS MOTIVOS DE SU COMPROMISO

Dewey, poco a poco, se convenció de la utilidad, la necesidad de la Comisión. Las razones que pueden empujar a un hombre a tomar una decisión de esa importancia solamente pueden ser profundas. Del universo insondable del proceso de decisión de un intelectual de la envergadura de Dewey podemos esbozar algunos rasgos.
Uno de los catalizadores importantes, a menudo presentado como la razón, fue la actitud del PC. Aunque estuvo muy lejos de influenciar a Dewey, se puede pensar que desempeñó un papel importante. No bien regresó de México ¿Dewey no denunció, en Mecca Temple, “los esfuerzos sistemáticos y organizados para impedir la investigación que ahora se llevaba adelante exitosamente”?[27].
El PC ejerció una gran presión sobre Dewey. Primero, una campaña de difamación lo presentó como un anciano inocente y longevo, influenciado por sus dos ex alumnos trotskistas, Hook [28] y Eastman. Antes de atacarlo directamente, el PC intentó corromperlo. Le propusieron un viaje de estudio gratuito a la URSS. Dewey se negó. Luego decidió correr los riesgos. Decretó querer hacer el viaje a México.
Su decisión sumió al Partido Comunista en un pánico total. Organizó una campaña redoblada de difamaciones y críticas. El entorno de Dewey, su familia y sus allegados, aterrorizados, intentaron detenerlo y le suplicaron que renunciara.
Sin embargo, la decisión de Dewey no estuvo basada en presiones negativas. Subyacían razones intelectuales. Dewey tenía conciencia de la nobleza y de la grandeza de su tarea ¿No iba a darle a Trotsky la oportunidad que Robespierre no tuvo? Era el Zola de los tiempos modernos y con él, la comisión tenía la personificación de la integridad. Además ¿qué otra cosa se podía esperar de esta acción sino repercusiones? En nombre de su fe democrática, Dewey bajó al ruedo. Tenía que defender una causa que predominaba sobre todas las demás, incluyendo su reputación y su salud, la de la verdad y de la igualdad.
El objetivo de Dewey no era defender a Trotsky sino defender los ideales norteamericanos. Era necesario permitirle a Trotsky que presentara su defensa ante la opinión pública mundial y obtener el derecho de asilo para el exiliado sin visa. Se comprometió en el punto preciso de descubrir si los cargos presentados contra Trotsky eran verdaderos o falsos.
No se trataba de otra cosa más que de la verdad según Dewey. Y sin embargo, él ocupaba una posición delicada. Habría podido destruir a Trotsky ante la opinión pública. Conforme a su sentido del honor, hizo votos de no abusar de su posición.
¿Los respetó? Las conclusiones de la Comisión le hacen honor al liberal y tienen una imparcialidad indiscutible. Pero se puede ir más lejos y ver en los Procesos o en las lecciones que se sacaron de ellos, la búsqueda de otra verdad. En las motivaciones profundas de Dewey estaba la voluntad secreta de demostrar que el estalinismo no era otra cosa más que el hijo natural del bolchevismo, y que el trotskismo no representaba nada muy diferente.
Esta motivación oculta no se le escapó a Trotsky, quien, desde el principio, mostró su firme convicción de demostrar lo contrario.

TROTSKY, EN BÚSQUEDA DE UN RECONOCIMIENTO

Trotsky era un intelectual de gran envergadura. Orador de talento, polemista genial, historiador de poderoso aliento, poseía el arte de manejar a las masas, las palabras y las ideas. No importa lo que se pueda pensar de estas últimas y del personaje en general, se puede decir de Trotsky, con justeza, junto con James T. Farrell, que era un gran hombre.
Ahora bien, Dewey también lo era. De allí la amplitud del contraste gigantesco y sublime entre estos dos personajes. Lejos de la competencia, simplemente son dos modelos de hombres que difieren entre sí y cada uno de ellos es modelo de su tendencia. Trotsky consideraba el pensamiento de Dewey como la traducción norteamericana, empírica y pragmática, de la filosofía británica tradicional. La admiración que el revolucionario podía experimentar por el filósofo sólo tomó verdadera forma después del Contraproceso en donde Dewey le había permitido a Trotsky juzgar su estatura intelectual.
En general, los sentimientos de Trotsky hacia los liberales no eran especialmente afectuosos. Si bien, en lo inmediato, sus críticas se dirigen a sus allegados con el fin de producir una reacción y la puesta en marcha del Contraproceso, sus ataques contra los liberales sólo fueron más virulentos tiempo después. Desde el principio, Trotsky pidió a sus camaradas que no siguieran a los liberales en todos sus razonamientos, que reivindicaran y defendieran su posición de revolucionarios. Pero después de los Procesos, su juicio será más severo. Sin embargo, Trotsky respetaba al gran hombre, al filósofo pedagogo íntegro que se atrevía a dar el valiente paso hacia la aventura de la búsqueda de la verdad.
Sin embargo, el punto de partida de la búsqueda de la verdad y la justicia, estaba lejos de ocurrir y, durante varios meses, el gran revolucionario “daba vueltas como un león enjaulado” según la expresión de su mujer Natalia. Después de terribles meses de exilio, luego del proceso de 1936, aparecieron dos libros. Primeramente, uno fue el resultado de la investigación del hijo de Trotsky, León Sedov, que fue expuesta en El libro rojo sobre los Procesos de Moscú. Este libro fue una de las bases de la investigación que se llevó adelante más tarde. El año 1936 vio aparecer también un trabajo similar de Max Shachtman, Behind the Moscow Trials. Pero Trotsky no podía actuar desde lo más recóndito de Noruega, donde estaba exiliado con residencia vigilada. El segundo destello de esperanza para él, fue la inesperada noticia de que México le ofrecía su hospitalidad. Mientras preparaba su viaje a México, escribió “¡Vergüenza!” y, durante el viaje, las mejores páginas de los Crímenes de Stalin. El viejo león se aprestaba a enfrentar a la opinión internacional con el fin de defender su accionar, a sus camaradas, a la revolución rusa, la verdad y el futuro.
También él tuvo que “realizar un esfuerzo casi físico” para sacar a sus pensamientos “de las maquinaciones pesadillescas de la GPU” y dirigirlos hacia esta pregunta: ¿cómo y por qué todo esto fue posible?
Hubiera querido que los militantes trotskistas norteamericanos y los miembros del Partido Socialista también se hicieran esta pregunta, y sus críticas hacia ellos serán mordaces y poco estimulantes. Su reacción, efectivamente, se hace sentir un poco tarde. Si la crítica es severa, es porque la motivación es profunda. Erigiéndose como un nuevo Dreifus o Calas[29], según la propia expresión de Dewey, Trotsky hacía de la verdad su caballito de batalla: “La pregunta a la orden del día no es saber si la teoría de la revolución permanente es buena o mala, sino si Trotsky está ligado a Hitler o al Mikado”[30]. Antes de la defensa de la revolución, que no tardó en aparecer, la verdad sobre los cargos realizados contra los acusados del Proceso del “centro terrorista trotskista-zinovievista” era la prioridad absoluta.
“Mi tarea hoy es develar el fundamental vicio inicial de los Procesos de Moscú, mostrar las fuerzas motrices de la impostura, sus objetivos políticos, la psicología de sus participantes y de sus víctimas”[31].
Este es un paso hacia la defensa de sus propias teorías, facilitado, no lo olvidemos, porque Trotsky no tiene que buscar la verdad ¡él la sabe! Esto le deja más terreno libre para ampliar la investigación a las motivaciones y finalidades de la impostura. “¡Trataremos de entender!”[32]. Y como escribe a Suzanne LaFollette, el 15 de marzo de 1937:
“Por la objetividad de sus metas, los resultados de su investigación contribuirán enormemente a la comprensión de la dialéctica del proceso histórico en general, y de la Revolución en particular”[33]
Los objetivos son claros y superan los –confesados- de John Dewey. Más lejos aún, Trotsky ve en esta Comisión la posibilidad de encarar, de preparar seriamente el futuro. En mayo de 1937, invita a sus camaradas a prepararse para retomar su independencia en el otoño –dejar el PS- cuando terminen los trabajos de la Comisión.
Mucho antes de sus primeras motivaciones, Trotsky consideraba el futuro, las consecuencias que podría haber como las ricas bases de su motivación. Se consagró a acelerar la puesta en marcha de la Comisión para preparar el futuro.
“El comité ha abierto la puerta a una comisión de investigación ante la opinión pública mundial. Si el comité deja su actividad para más adelante, los estalinistas van a meterse por esa puerta”[34].
Pero el motivo de Trotsky se resume en el texto escrito para el mitin de Nueva York en donde debía hablar por teléfono el 9 de febrero de 1937, lo que no pudo ocurrir:
“La lucha trabada sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones y a los partidos. El porvenir de la Humanidad se decide. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero para aquellos, para quienes el socialismo no es una palabra vana, para quienes es el contenido de la vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni las persecuciones ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero la verdad se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables de la suerte, me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de la verdad. Porque la más grande felicidad del hombre no está en la explotación del presente, sino en la modelación del porvenir”[35].
Si bien el objetivo principal de estos Procesos se manifestaba frecuentemente como el establecimiento de la verdad, se puede pensar que tenía mucha mayor amplitud. Dewey, aferrándose a la imparcialidad, y dedicando toda su integridad a la causa ¿no se arriesgaba a avalar no solamente la buena fe de Trotsky sino al marxismo, al propio trotskismo? Trotsky, al ponerse enteramente en manos de la Comisión y al entregarse en cuerpo y alma al juicio de un gran liberal ¿no corría el riesgo de comprometer a la Revolución?
Trotsky respondió a la objeción mediante la necesidad de cortar por lo sano y Dewey invocó a su imparcialidad. Y sin embargo, parece que la Revolución Rusa es el objetivo de este Contraproceso, al mismo tiempo atravesado por una lucha de ideas.
El marco del combate de ideas entre los dos grandes se desarrolla en varias etapas. La creación de un Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky fue la primera. Dewey, al adherir a él, fijó el marco principal por su Declaración de Principios, a la vez apreciada y criticada por el principal interesado. Finalmente, por el impulso conjunto de Dewey y Trotsky, nació la Comisión de Investigación sobre los Procesos de Moscú, también llamada Comisión Dewey.
No parece necesario volver aquí sobre el proceso de creación del Comité de Defensa Norteamericano. Lo que recordaremos del aspecto histórico de esta gestación es la inmensa dificultad para encontrar buenas voluntades dispuestas a superar sus intereses personales para lanzarse en esta empresa arriesgada.
Historiadores como Charles Beard o Carl Becker se refugiaron en su imposibilidad de demostrar lo negativo y la irremediable parcialidad que implicaba una acción así[36]. Sin embargo, algunos intelectuales dieron el paso necesario y crearon el Comité Norteamericano para la Defensa de León Trotsky. Su secretario nacional era Georges Novack.
Se fijaron dos tareas principales para este comité: obtener el asilo político para Trotsky y establecer una Comisión Internacional de Investigación sobre los Procesos de Moscú.

UNA CAUSA Y DOS PRINCIPIOS

El marco principista de este Contraproceso fue descripto varias veces en el período de gestación de la comisión. Dewey se reservó el derecho de definirlo claramente en dos ocasiones. La primera, en una declaración de principios en marzo de 1937, preludio al establecimiento y a la actividad de la comisión de investigación. La segunda fue el discurso de apertura oficial de las audiencias mexicanas en Coyoacán. La respuesta de Trotsky a estas declaraciones se encuentra en las cartas de críticas y directivas enviadas a sus camaradas que actuaban en el comité y en la comisión.
Fue John Dewey quien insistió en una declaración de principios sobre los objetivos del comité. Relacionando el caso Trotsky con los casos de Dreyfus y de Sacco y Vanzetti, insistió en que el comité sólo tendría algún sentido con una comisión de investigación[37].
En su apelación a favor de una declaración de principios, insistió en que si el comité quería tener algún significado, era necesario que hubiera una comisión de investigación. Pero esto necesitaba un apoyo público. Así, el comité debía convencer a las comisiones que se formarían en el futuro de “[su] sinceridad en sus objetivos y de la honestidad e integridad de los planes de procedimiento sugeridos a la comisión de manera que cumpla efectivamente su tarea”. Se adoptó la declaración de principios[38].
Esta tenía el mérito de constituir un texto escrito de compromiso con valores, con objetivos y, de esta manera, garante de cierta imparcialidad -tema reiterativo- y de la credibilidad de la comisión. La declaración dio la oportunidad de recordar que aquí se servía a una gran causa, a la verdad, a la libertad, que no se buscaría establecer la culpabilidad o la inocencia de Trotsky, sino verificar la validez de los cargos presentados contra él. Dewey subrayó el hecho de que Trotsky se pusiera totalmente a disposición de la comisión y de su juicio.
Por lo tanto, era necesario hacer todo lo que estuviera en su poder para poner en marcha esta comisión rápidamente.
En ese momento nadie podía contradecirlos. El programa era bastante amplio y fiel a los valores humanitarios y de equidad pública para satisfacer a todos. En cuanto a crear la comisión, era necesario comenzar a definir los elementos y los principios más concretos. Estos nobles principios hacían abstracción de todos los problemas materiales que podía encontrar la comisión y, como destacaba Trotsky, no era lo más urgente a definir. Era relativamente fácil adherir a los principios de Dewey, de que “ningún hombre acusado de un crimen debe ser condenado como un paria sin que se le haya dado la total y leal posibilidad de presentar una respuesta a sus acusadores”. El problema real era saber, como subraya T. R. Poole, si esto era una oportunidad “full and fair”[39] ofrecida a Trotsky[40]. Correctamente, New Masses planteaba el problema de saber “¿qué organismo es competente para sostener una comisión de investigación y establecer la justicia?”[41].
No se planteaban otros interrogantes, como el de saber si Trotsky sería el único testigo en su proceso o si tendría confrontación.
Se había adoptado una declaración de principios. Faltaba hacer todo el resto.

LAS AUDIENCIAS DE MÉXICO.

El discurso de apertura de las audiencias mexicanas fue muy parecido a la declaración de principios, quizás un poco más pragmático.
En la apertura de las sesiones, Dewey definió la cuestión simplemente: ¿Trotsky tiene derecho a ser escuchado?
Respuesta: “Nuestra Comisión cree que ningún hombre debe ser condenado sin tener una oportunidad de defenderse”. Y en consecuencia, “Que lo hayan condenado sin la oportunidad de ser escuchado es un asunto de máximo interés para la Comisión y para la conciencia del mundo entero”. La única decepción de Dewey es que no hayan podido encontrar un presidente más experimentado que él.
“Si finalmente acepté el puesto de responsabilidad que ocupo ahora, es porque me di cuenta de que actuar de otra manera iría en contra de la obra de toda mi vida”[42].
Uno de los puntos interesantes destacado en estas declaraciones es que la investigación estuvo coronada por los hechos objetivos y por los problemas políticos. Los hechos, entonces, y no la teoría. Ahora bien, justamente a partir de esta investigación y de las audiencias de México, tanto Trotsky como Dewey desarrollarán una teoría concerniente a la relación entre el fin y los medios. Si bien el tema era familiar para Trotsky, aparentemente Dewey elaboró su razonamiento sobre el tema a partir de la investigación. Siempre se trata de hechos, y en relación a ellos, Trotsky será declarado culpable o no.
Dewey también fue claro en sus objetivos, más que en la declaración de principios. Si Trotsky era culpable, “ninguna condena sería lo bastante severa”. Si era inocente, el régimen soviético sería acusado de “persecución y falsificación sistemática deliberada”[43]. Insistiendo una última vez sobre la total imparcialidad de la comisión, Dewey concluyó así:
“Se han trazado los límites entre la devoción a la justicia y la adhesión a una facción, entre ‘fair play’[44] y el amor por los esfuerzos de la reaccionaria oscuridad, sea cual fuera la bandera que flamee”[45].
Citando a Zola a propósito de Dreyfus, proclama que “la verdad está en marcha y nadie la detendrá”[46].
Evidentemente, Dewey fue a México para reafirmar los principios norteamericanos. Pero, ante todo, busca la verdad. Ahora bien, Trotsky sabe, conoce esta verdad enigmática y desconcertante que, lo quiera o no Dewey, para Trotsky será un arma en el combate dialéctico y no un ideal en sí.
Trotsky se permitió criticar la noción de imparcialidad total, y lamentó la forma demasiado abstracta del discurso. En lo inmediato, ya no se extendió en el análisis del texto de las declaraciones y se orientó hacia una acción mucho más pragmática. De hecho, nunca dijo claramente lo que reprochaba de la declaración de principios de Dewey. Se interesó muy poco en ella. Por el contrario, lamentó mucho que sus camaradas no hayan intervenido con una declaración propia, que era lo que tenían que hacer.
Desde su llegada a México, Trotsky tenía urgencia de ver constituida la Comisión de Investigación que le permitiría defender su causa. Por lo tanto, el hecho de que, dos meses después de su llegada, todavía no existiera la comisión, lo exasperaba profundamente. Sus reproches no estaban dirigidos a Dewey, al que estimaba por haber venido a apoyar su causa, sino a sus camaradas, a quienes les reprochaba sus vacilaciones y sus tendencias a comportarse como niños pequeños frente al gran Dewey. En cartas a Shachtman y a Cannon, hablaba de falta de energía y de seriedad, con contornos peligrosos.
A través de estos reproches, uno adivina la relación de fuerzas. Ya que Dewey parecía querer hacer pasar sus principios liberales a través de la comisión, Trotsky pensaba que sus camaradas debían responder y actuar, con una posición propia, y no con una posición calcada a la de los liberales. En dos importantes cartas, Trotsky definió cuál debía ser la línea general de sus camaradas, y en todo caso, cuál no debía ser, así como la actitud que debían adoptar frente a los liberales.
En la primera (17 de marzo de 1937), Trotsky aseguraba que “la línea general de [sus] camaradas en el comité no es correcta”. Criticaba ferozmente la “debilidad” inclusive “la ausencia total” de política que paralizaba la actividad del comité y podía llevarlo a un atolladero. Aquí, la discusión estaba centrada en la necesidad de crear la comisión enseguida, sin dejarse frenar por el ataque de los estalinistas o un sentimiento de debilidad. Trotsky reprochaba a sus camaradas sus actitudes en varias circunstancias. Atacaba su estado de ánimo, su expectativa, su adaptación a los liberales, que demostraban, según él, una falta total de combatividad que excluía toda posibilidad de triunfo. Los estatutos, que eran una cosa en sí, “un medio para ganar tiempo con la esperanza de que una comisión ideal podría originar buenos estatutos” eran una concepción puramente formal y seguirán siendo estériles si no se creaba la comisión inmediatamente.
Otro punto de ataque fundamental:
“He apreciado enormemente la participación de Dewey en el comité. Entiendo que él no pueda actuar de otra manera. No está a favor de Stalin ni a favor de Trotsky. Quiere establecer la verdad. Pero vuestra posición no es la de él. Ustedes saben la verdad”.
También Trotsky les pidió a sus camaradas que conservaran su identidad política, así como los liberales conservaban la suya. Si bien Trotsky no ha atacado verdaderamente la declaración de principios de Dewey, estimaba que ellos estaban “obligados a hacer una declaración específica” porque “la declaración sobre los principios y los objetivos debe reflejar la presencia de los dos partidos en el seno del comité”.
“Esta declaración, que les es dictada por la situación, tendría para ustedes un valor inestimable –en todo caso más importante que la declaración abstracta de Dewey”[47].
En la segunda carta, Trotsky insitió más sobre este último punto, destacando “la trampa de imparcialidad” que, de hecho, reducía a sus camaradas a alinearse detrás de las posiciones de los liberales sin expresar la verdad que ya conocían. A pesar del ataque que dirigía indirectamente a Dewey, Trotsky le rendía un homenaje:
“Los amigos liberales y socialdemócratas se han mostrado cobardes y han preferido permanecer aparte. Un único hombre de los círculos liberales ha demostrado ser un hombre de verdad, el viejo Dewey”.
El problema es que todo se basaba en su trabajo. Trotsky notaba que la comisión buscaba gente totalmente imparcial, lo que pareciera no existir. El prefería hablar de gente activa, apasionada, firme, capaz de resistir a todos los obstáculos para llevar adelante su tarea, fieles a sus principios. “La gente absolutamente imparcial no puede ser otra cosa que idiota, pero no tiene el menor interés por el comité”. Y Trotsky pensaba que todas las personas que son inteligentes, pensantes, activas, tenían simpatías por uno u otro bando. Entonces, la comisión en su conjunto debía ser imparcial. Si no hubieran pasado el 99% del tiempo flirteando con los liberales, sino movilizando a las masas, según Trotsky, ya existiría una comisión.
Volviendo al tema del principio de la imparcialidad, Trotsky atacó brutalmente a Waldo Frank, al que conocía, porque lo consideraba un “compañero de ruta” al que es necesario echar. Él era quien ha exigido la imparcialidad. Ahora bien, Trotsky no quería ese criterio dictado por la GPU, o por los liberales:
“Estamos demasiado dispuestos a permitir que un liberal o un Waldo Frank dicten sus ‘condiciones’ “[48].
Trotsky se mostraba públicamente como partidario. Estaba claro que cada uno tenía la intención de defender sus posiciones y sus principios, sin cuestionar por esto la objetividad de la investigación.
Y esto porque en el fondo, Dewey y Trotsky tenían el mismo objetivo: la Comisión de Investigación. La diferencia residía en que, como lo explica Poole, los liberales investigaban los hechos y defendían así algunos principios a los que son devotos, mientras que los trotskistas conocían los hechos y querían probarlos por razones políticas[49].
El comité de defensa terminó abandonando el debate sobre los principios generales y concentró su energía en la creación de la Comisión de Investigación.

EL DESARROLLO DE LAS AUDIENCIAS

La organización de la Comisión se atrasó por las tentativas de desestabilización de parte de los enemigos del comité de defensa, en primer lugar el PC, pero Dewey mantuvo su decisión. El tren llegó el jueves 6 de abril de 1937 y Dewey fue recibido por Frida Kahlo y Max Shachtman.
El 10 de abril fue la apertura oficial de las audiencias.
“Es un espectáculo para ver, un espectáculo raro en la historia. Imaginen a Robespierre o Cromwell en estas circunstancias”, escribe James T. Farrell[50].
“La Comisión de Investigación tenía un aura de gran drama que un poeta socialmente conciente, un autor o un novelista deberían inventar, o con el que un historiador imaginativo debe soñar” asegura A. Wald[51].
Las audiencias de Coyoacán comenzaron el 10 de abril de 1937, a las 10.00 horas, en la villa de Diego Rivera, sobre la avenida Londres. Trotsky no parecía realmente inquieto, no actuaba como un hombre acosado pero, sin embargo, estaba más tenso que Dewey.
Las preguntas que se hicieron a lo largo de las audiencias nunca tuvieron la intención de poner en evidencia los agudos puntos de conflicto que podían oponer a los dos pensadores. Sin embargo, las diferencias eran visibles. Una o dos veces, como relata Farrell, cuando las declaraciones de Trotsky se oponían claramente a las ideas democráticas de Dewey, se operaba un ligero cambio de tono, apenas perceptible. La independencia de espíritu de Dewey frente a Trotsky era innegable. A tal punto que Dewey realizaba una serie de preguntas inducidas delicadamente, a las que Trotsky fue dando respuestas significativas, y muy consistentes políticamente. Estas respuestas serán explotadas más tarde por Dewey en la elaboración de su teoría. También cuando Dewey interrogaba a Trotsky, hacía preguntas muy pertinentes que eran “los eslabones de la cadena de un razonamiento lógico que llevaban a un hecho o a una idea precisos y significativos”[52]. En la tesis de Thomas Ray Poole, se destacó claramente que sobre los puntos como el centralismo democrático o la cuestión del testamento de Lenin, el pensamiento de Dewey y de otros liberales del auditorio se encontraba lejos del marxismo.
Citemos algunos ejemplos en los que Dewey parecía haberse basado para declarar en el Washington Post el 19 de diciembre de 1937 en una entrevista realizada por Agnès E. Meyer que “la gran lección que hay que sacar de estas extraordinarias revelaciones, es el hundimiento completo del marxismo revolucionario”[53]. Estas son algunas de las preguntas-respuestas muy significativas de este desacuerdo y de la existencia de un debate subyacente en el transcurso de las audiencias.
-Dewey interrogó a Trotsky sobre el bloque de agosto (1912) de los revolucionarios, para saber si los mencheviques que pertenecían a él eran, como había dicho Lenin, “lacayos del capitalismo”. Respuesta:
“Esto es una cuestión de apreciación política y no de intención criminal”.
-Le preguntó a Trotsky cuál era la posición que ocupaban Zinoviev y Kamenev durante la enfermedad de Lenin. Respuesta:
“Ambos estaban en el Politburó y un miembro del Politburó es mucho más importante que el ministro de mayor rango”.
-Sobre los soviets, le preguntó si “el partido tenía la supremacía sobre los comisarios”. Respuesta: “Sí”. Dewey preguntó entonces si existía, aparte de la discusión y la crítica, un procedimiento de control del partido por los trabajadores. Respuesta:
“El derecho de transformar y controlar al partido sólo le pertenece a sus miembros”[54].
El debate avanzó mucho. Dewey volvió a la carga más tarde al preguntar:
“¿En estas condiciones, cómo puede decir usted que el régimen era democrático?”
Y Trotsky respondió:
“No he hablado de democracia absoluta. Para mí, la democracia no es una abstracción matemática, sino una experiencia viva del pueblo”.
Más avanzado aún el debate, Trotsky debía reconocer que era “un control democrático en la medida en que era compatible con la dictadura revolucionaria”, declaración matizada más tarde por la precisión de que había una diferencia entre una dictadura en la que la GPU estaba de parte del pueblo y una dictadura en la que estaba contra él.
Dewey llegó a preguntar, citando un párrafo de La revolución traicionada, si la dictadura era una “necesidad”. Respuesta:
“Hasta cierto punto, y no de manera absoluta, es una necesidad histórica”.
Por lo tanto, el debate había tenido lugar de manera tácita, latente. Sin embargo, todo sucedió sin el menor cuestionamiento a la imparcialidad, sin incidentes, salvo uno: la actitud de Carleton Beals. Se podría haber pensado que este autor de varios libros sobre América Latina se había molestado realmente por una falta de objetividad en la comisión. Pero su actitud revelaba otro problema. Su voluntad de menospreciar el trabajo de la comisión era demasiado fuerte para ser honesta. En consecuencia, hizo correr ríos de tinta.
Ultimo en incorporarse en la comisión, Beals, desde el comienzo, mostró una cierta independencia respecto a sus colegas, luego frecuentó a hombres notoriamente hostiles a la comisión. Varias veces hizo preguntas desubicadas y provocadoras. El 6 de abril le preguntó a Trotsky si en 1919 había fomentado un movimiento revolucionario en México, como le había asegurado Borodin. La pregunta, totalmente provocadora, apuntaba abiertamente a cuestionar el asilo de Trotsky en México. Beals eludió dar explicaciones cuando la mayoría de la comisión se las pidió y publicó en la prensa una campaña de denigración de los trabajos y de la comisión. Rivera y Trotsky lo acusaron de ser un agente de la GPU. Es verdad que Beals le hacía el juego a los estalinistas haciendo preguntas incómodas, completamente parciales. Los miembros de la comisión se diferenciaron claramente de él y quizás luego se frenaron ante ciertas preguntas. Es posible que este efecto haya jugado a favor de Trotsky. Dada la envergadura intelectual del filósofo Dewey, Trotsky no habría ganado necesariamente una batalla abierta de alto voltaje intelectual. Por otra parte, Beals impidió que Trotsky discutiera sobre algunos puntos y desarrollara una argumentación a favor de la revolución ¿pero la imparcialidad no se habría visto afectada con estas exposiciones?
Las audiencias se desarrollaron con cierta serenidad y en la treceava y última sesión, el 17 de abril, Trotsky hizo una declaración final en donde afirmó su fe en la revolución. Dewey se emocionó mucho con esta declaración.
Un tiempo después, en diciembre, se hicieron públicas las conclusiones de la investigación. Trotsky y Sedov fueron declarados inocentes de la totalidad de las acusaciones hechas contra ellos. El conjunto de los testimonios se publicó en dos obras: The Case of Leon Trotsky (1937) y Not Guilty (1938). El impacto cultural fue relativamente importante.
Sin embargo, a la vez que estos Procesos confirmaban el análisis de Trotsky sobre la degeneración de la Internacional Comunista, fueron terriblemente desmoralizadores. La confianza de los militantes que esperaban construir o reconstruir un movimiento revolucionario socialista fue socavada, y su aislamiento aumentó. En Estados Unidos, uno de los signos de esta crisis fue la publicación de “Means and Ends” por John Dewey y el eco que encontró.

EL BALANCE

El malestar que reinaba luego del Contraproceso de Moscú en el ambiente intelectual norteamericano se expresó en el giro a la derecha de algunos intelectuales. Sin pretender extendernos sobre la naturaleza de este movimiento ni describirlo, ya que lo ha hecho perfectamente Alan Wald, en su obra The New York Intellectuals, destaquemos que varios antiestalinistas que habían estado allegados a Trotsky adhirieron a la idea de que el mismo comunismo era amoral. Este es el caso de Solow[55], Walker[56], Harrison[57]. Evidentemente, el cambio más completo es el de Max Eastman a fines de los ’30.
Estas ideas de moral, de génesis del estalinismo en el bolchevismo, son centrales en el folleto que Trotsky escribió a principios de 1938. Atacando a los liberales y a otros anticomunistas en todos sus ángulos, tampoco excluyó a Dewey y emprendió una demostración sobre el tema “el fin justifica los medios”, al que no había podido responderle como hubiera querido en las audiencias. Poco después, Dewey escribió una respuesta sobre este punto preciso del folleto.
Antes de entrar en el centro del tema con el artículo de John Dewey, sería interesante, por dos razones, detenerse un poco en las reacciones de los liberales. Primero porque, aunque de manera menos elaborada y objetiva, analizaban los resultados de la investigación de la misma manera que Dewey. En segundo lugar, porque Trotsky en Su moral y la nuestra atacaba directamente a este grupo de intelectuales que calificaba de “snobs reaccionarios” y los acusaba para no atacar a Dewey directamente.
Este movimiento de intelectuales expuso sus conclusiones en la revista liberal Common sense[58]. El artículo de base es de Selden Rodman[59], y a partir de él, cada uno expuso sus acuerdos y diferencias. Dewey desarrolló sus matices pero a priori estaba de acuerdo en lo esencial. Expresando reservas sobre las exageraciones de Rodman, Max Eastman y Sidney Hook se alinearon con Dewey.
Esta repentina virulencia de estos intelectuales respecto a lo que apenas algunos meses antes se habían comprometido a defender contra viento y marea, se explicaba por el conjunto de la situación. Nos conformaremos con destacar que Trotsky lo recibió de manera muy belicosa. En una carta a Rae Spiegler del 29 de junio de 1938, escribió:
“Joe (Hansen) me ha comunicado la información de vuestra carta según la cual mi artículo sobre la moral ha provocado un vivo descontento en Dewey, Sydney Hook y otros, y que ellos tenían la intención de aplastar mi mala filosofía. Yo estoy muy feliz de escuchar esto”[60].
¡La guerra es abierta!
Pero indiscutiblemente, en el artículo relativamente corto de Dewey, “Means and Ends[61]”, es en donde se encuentran los desarrollos más interesantes y los menos apasionados.

“MEANS AND ENDS”

La investigación había fortalecido el recelo de Dewey con respecto al bolchevismo, sea de Lenin, Stalin o Trotsky. Da la impresión que se contuvo de atacar directamente la teoría del socialismo. Se diría que es el sistema soviético el que se juzgaba aquí, un juicio al estalinismo, que era también al de toda forma de ideología, y especialmente, a la ideología marxista.
Para Dewey, los procesos fueron, ante todo, una experiencia intelectual. En una carta posterior a Max Eastman, expresó su entusiasmo:
“Usted tiene razón en un punto –si bien no fueron exactamente ‘buenos tiempos’, fue la experiencia intelectual más interesante de mi vida[62]”.
Políticamente, después de estas revelaciones, decía haber tenido una amarga desilusión. Resumió sus conclusiones sobre el “laboratorio social” que había sido la URSS para él, en una entrevista otorgada a A. Meyer. También tuvo la ocasión de expresarse a su regreso de México, en dos discursos, uno del 9 de mayo de 1937 en Mecca Temple, y otro del 12 de diciembre de 1937, en el hotel Mecca en donde anunció el veredicto.
En su discurso en el hotel Mecca, Dewey hace la amalgama entre los métodos del PC y los de los fascistas. También afirma, más importante, que “los únicos fines son las consecuencias”, preludio a la elaboración de su teoría[63]. Esto es lo que pretende demostrar en “Means and Ends[64]”.
Dewey empezaba explicando que la corriente estalinista era defendida en varios países por adherentes que creían necesarias las purgas y las falsificaciones. Subrayando que algunos habían utilizado las medidas de la burocracia estalinista para condenar al marxismo, recordaba que esta teoría sostenía que “el fin justifica los medios”. Retomando el ataque lanzado por Rodman y otros contra Trotsky, destacó que algunos críticos aseguraban que, como Trotsky era marxista, habría tenido la misma política que Stalin. Dewey planteó así, a modo de introducción, los verdaderos problemas que, debido a su posición, no se había permitido responder hasta este momento, pero el trabajo de investigación, según él, había actualizado los elementos de respuesta. Dewey se propuso discutir, en base a la exposición de Trotsky, la cuestión de la interdependencia dialéctica entre el fin y los medios.
El punto de partida del filósofo era la tesis según la cual “el fin, en el sentido de las consecuencias, produce la única base para las ideas morales y una acción, y da la única justificación posible para los medios empleados”[65].
Dewey expuso, en primer lugar, la tesis trotskista de esta interdependencia dialéctica que anhelaba que el Fin sea el aumento del poder del hombre sobre la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre. Estimaba que este fin era “el fin que no tiene necesidad de ser justificado, sino que es la justificación de los fines alrededor de los cuales giran todos los medios”. Operaba una distinción entre el fin y los fines, considerando así que algunos medios para alcanzar el fin se convertían en fines múltiples que justificaban los medios. El fin expresaba, según él, los intereses morales de la sociedad en su conjunto, y no pura y simplemente, los del proletariado. Existía, entonces, un “fin final justificante” y “fines que son medios para el fin final”[66]. Si se va hasta el final del razonamiento, los fines no representarían los intereses morales de toda la sociedad sino, con demasiada frecuencia, exclusivamente los del proletariado.
El segundo punto de ataque de Dewey era el de la justificación de los medios. Trotsky explicaba que el hecho de que el fin justifica los medios no quería decir que todos los medios eran buenos, sino “únicamente los que tienden realmente a la liberación del espíritu humano”[67]. Por lo tanto, era necesario examinarlos escrupulosamente con el fin de saber si correspondían a este fin. Era aquí que la teoría sobre el doble significado de los fines tomaba su importancia en el análisis de Dewey. “El fin destacado se vuelve un medio de dirigir la acción para alcanzar el fin”[68]. Así, ya no era necesario examinar las consecuencias reales de los medios elegidos. Estos no eran más que el medio para alcanzar un fin que era el medio para alcanzar otro. Ahora bien, la cuestión real no residía en una creencia personal sino en consecuencias bien reales que iban a producir esos objetivos. Cuando Trotsky aseguraba que no había dualismo entre el fin y los medios, la interpretación natural que se podía hacer de esto era que él iba a recomendar el uso de los medios para conducir a la liberación del hombre como una consecuencia objetiva. (Era lo que se quería demostrar).
Con respecto a esta justificación de los medios, Dewey retomó la tesis de Trotsky, y dedujo de ella que se podría esperar que cada medio fuera examinado, que todos estos efectos potenciales fueran considerados, sin prejuicios, para llegar a la liberación del hombre. Era ahí donde se unían los dos puntos sensibles puestos de relieve por Dewey. Los medios para alcanzar el fin final se convirtieron en fines a los que hay que llegar por todos los medios, estos fines consistían entonces en prejuicios, cuyos efectos no eran examinados, considerados objetivamente. Ahora bien, Trotsky justamente explicó que el fin y los medios cambiaban de lugar incesantemente.
Dewey destacó una cita de Trotsky sobre la lucha de clases. Según Dewey, aquí la interdependencia entre el fin y los medios había desaparecido, o al menos, había sido superada. Trotsky habría deducido “la ley de todas las leyes del desarrollo social de una fuente independiente”[69]. En lugar de la interdependencia, se tenía entonces el fin, que era dependiente de los medios, y los medios no se derivaban de los fines. En consecuencia, “la liberación del espíritu humano aquí está subordinado a la lucha de clases como el medio por el cual se puede llegar a ella”[70]. Así, no era necesario examinar escrupulosamente la lucha de clases como se debería hacerlo con todos los medios. La omisión de los otros medios, ya que estos deberían ser comparados para poder elegir el mejor para acceder al fin final, estaba automáticamente justificada aquí.
Esto llevaba a que Dewey pensara que “los medios se han deducido de una ley supuestamente científica en lugar de buscarlos y adoptarlos sobre la base de su relación con el fin moral de liberación del espíritu humano”[71]. Pero la ley científica ¿no se deducía de este fin moral, como tendía a demostrar Trotsky?
Dewey, con estas acrobacias de razonamiento, pensaba haber revelado aquí algunas de las contradicciones principales del pensamiento de Trotsky ¿La contradicción era tan viva en las teorías elaboradas por Trotsky? Cada una de las partes, como ocurre a menudo a semejante escala intelectual, presentaba un razonamiento consecuente y relativamente coherente. Por lo tanto, es interesante estudiar ahora en la obra de Trotsky, no solamente su punto de vista sobre una cuestión precisa, porque como político y pensador prevenido, conocía sus puntos sensibles y anticipaba los ataques, sino sobre todo, el sentimiento de derrota o de victoria que sintió respecto a los liberales en 1938, apenas un año después de las audiencias, sólo unos meses después del veredicto. A juzgar por la virulencia del folleto, es innegable que Trotsky no se creía derrotado.

TROTSKY: SU MORAL Y LA NUESTRA

Mientras que la mayoría de los intelectuales progresistas seguían a Stalin tras una política a la que Trotsky había comparado con la del Termidor de la Revolución Francesa, mientras que muchos intelectuales, escritores, políticos conocían las maquinaciones pero utilizaban los Procesos para alentar un requisitorio contra el bolchevismo en nombre de la moral, mientras que Sidney Hook y Max Eastman tomaban el camino que más tarde iba a conducirlos al maccarthismo, Trotsky decidió responder en el mismo plano en que los hombres llevaban adelante el debate. Esta respuesta se dirigía también en gran medida a Dewey. Tomó dos formas. Trotsky escribió Su moral y la nuestra a principios de 1938[72]. Respondió también indirectamente a Dewey y directamente a sus amigos en muchas cartas y artículos en donde les hacía vivas críticas, tanto de contenido, más desarrolladas en su libro, como sobre su actitud en la Comisión. Es interesante destacar que cuanto más tiempo pasaba, Trotsky se volvía más agresivo con respecto a los que habían tomado su defensa. En el transcurso de los meses tomaban fuerza los planteos y la crítica de los propósitos y actitudes de Dewey contra el bolchevismo en el curso de las audiencias. El mismo Trotsky, quizás como auto justificación, se atribuyó muchas declaraciones que realmente no hizo: el reconocimiento del hombre tiene sus límites.
En una carta a Jan Frankel, el 26 de enero de 1938, escribe:
“No es muy leal de parte del ‘viejo’, vociferar sus propias opiniones políticas en nombre de la Comisión. Doblemente desleal porque yo le había confiado la lectura de mi cable que, desgraciadamente, se abstenía de toda afirmación política”[73].
A Herbert Solow, el 22 de marzo de 1938, le escribe que sus “camaradas fueron demasiado tolerantes todo el tiempo”, mientras que la actitud de los liberales, incluido Dewey, fue “provocadora”[74].
El 29 de junio de 1938 le escribe a Rae Spiegel que es necesaria una polémica abierta con los liberales y que esta “restablecerá las cosas en sus proporciones y relaciones naturales”.
“Es absolutamente necesario que nos delimitemos de estos ‘amigos’”[75].
En una carta a la dirección del SWP (Socialist Workers Party), el 28 de noviembre de 1939, hace una suerte de balance en este plano:
“Dewey hace todo lo posible para comprometer al bolchevismo en general, sobre la base del trabajo de la Comisión. Lo sabíamos de antemano pero también sabíamos que las ventajas que sacaríamos de la investigación serían mucho más importantes que las desventajas de los objetivos políticos de Dewey”[76].
La respuesta teórica, no menos virulenta, la dio en Su moral y la nuestra. En este folleto, Trotsky atacó numerosas críticas y prejuicios, pero también maneras de pensar. Por medio de ataques más amplios dirigidos a grupos e intelectuales diversos, Trotsky respondió punto por punto a la controversia que lo oponía a Dewey. Así se reveló el problema de la concepción de la moral, enfoque ético del pragmatismo: Trotsky acusó a las verdades eternas, el fin y los medios en la moral, el rol de la lucha de clases, la interdependencia entre el fin y los medios.
Trotsky, en el comienzo de su obra, atacó primero a los demócratas y socialdemócratas, acusándolos de destilar moral en períodos de reacción. Y las críticas se dirigieron, como él lo aclaró, “más hacia los revolucionarios acorralados que a los reaccionarios”[77]. El único medio de evitar la reacción sería, de hecho, un “esfuerzo interior”, un “reconocimiento moral”[78]. Este fue, justamente, el problema en estos años, si uno se ubica desde el punto de vista de Trotsky. Muchos intelectuales se refugiaron en su honestidad cuando la ilusión de la tierra prometida, que era la URSS, se desvaneció. El veredicto de Dewey, sin ser él el único responsable, lejos de esto, no obstante para muchos fue el catalizador de este movimiento.
“Sólo a partir de ese momento los ‘amigos’ resolvieron volver a poner las verdades eternas de la moral en el mundo de Dios, es decir, replegarse, atrincherándose en una segunda línea”, escribía Trotsky[79].
Para concluir su demostración, Trotsky utilizaba un tema de actualidad. La idea de moda según la cual Stalin y Trotsky serían “idénticos en el fondo” reunía, nos explicaba, “a los liberales, los demócratas, los idealistas, los pragmáticos, los anarquistas y los fascistas”[80]. Hábil viraje que permitía poner en la misma bolsa a los liberales y a los fascistas, de la misma manera que éstos se permitían asociar a Trotsky y Stalin. En cuanto a los rasgos comunes entre el fascismo y el bolchevismo, “el desarrollo de la especie humana no está agotado y sucede que diferentes clases usan medios análogos para fines diferentes”[81]. Por lo tanto, no porque los crímenes que acompañaron el ascenso de los fascistas al poder hicieran pensar en los que han manchado la revolución rusa, bolchevismo era igual a fascismo.
Si los moralistas deseaban que “la historia los deje en paz, este no es el momento”. Al contrario, ésta les planteaba todas las preguntas de la creación, “les da empellones” y crea “protuberancias simétricas de derecha y de izquierda en sus cráneos”[82]. Los prejuicios ya no funcionaban y la verdad molesta.
Luego se presentaba el problema de la “amoralidad revolucionaria”, “la amoralidad bolchevique”, mencionada con frecuencia. La crítica era que, partiendo de la regla de que el fin justifica los medios, se llegaba a la conclusión: “Los trotskistas, como todos los bolcheviques (o marxistas), no admiten los principios de la moral, no hay diferencia esencial entre trotskismo y estalinismo. Esto es lo que se quería demostrar”[83]. Ahora bien, según Trotsky, si no era el fin el que justifica los medios ¿qué era entonces? ¿El cielo? Admitir los principios de la moral equivaldría a admitir la existencia de Dios, ya que se veía desfavorablemente lo que, por fuera del fin, pueda justificar los medios.
La polémica con Dewey se retomó cuando Trotsky abordó las “verdades eternas”. Si hay verdades eternas, como dicen los predicadores laicos, éstas se remontan a antes de la formación del sistema solar. En teoría entonces, una vez más, la moral eterna no puede prescindir de Dios.
“La moral independiente de los fines, es decir de la sociedad –se la deduzca de las verdades eternas o de la ‘naturaleza humana’- al fin de cuentas no es más que uno de los aspectos de la ‘teología natural’”. La moral o está íntimamente ligada a los fines, o es teológica. “Los cielos siguen siendo la única posición fortificada desde donde se puede combatir al materialismo dialéctico”[84].
Las otras posiciones eran mucho más vulnerables para semejante empresa y sería una locura pretender combatirlas mediante el idealismo filosófico, por ejemplo. Este era un ataque directo contra los filósofos que tenían la pretensión de separar la moral del fin. Trotsky demostró, apoyándose en Hegel, para no abandonar el terreno filosófico, que “invocar hoy las ‘verdades eternas’ es hacer retroceder el pensamiento”. Según Trotsky, “el idealismo filosófico no es más que una etapa: de la religión al materialismo o, por el contrario, del materialismo a la religión”[85].
Otro punto desarrollado por Trotsky, la relación entre el fin y los medios, con la interdependencia entre ellos concluirá este folleto. Allí también se escuchaban respuestas implícitas a los ataques de Dewey. Trotsky recordaba que la fórmula “el fin justifica los medios” era un precepto de los jesuitas en el combate contra el protestantismo y por lo tanto, se aplicaba en la práctica del catolicismo. Explicó que, para los jesuitas, un medio puede ser indiferente en sí mismo. “La justificación de un medio se desprende de su fin”[86]. Por lo tanto, incluso los creyentes reconocían que, ante todo, el fin justifica los medios. Nutriendo estas propuestas con algunas observaciones, Trotsky subrayó “que existe ignorancia y mediocridad” para tomar en serio este otro principio, “inspirado por una moral más elevada, evidentemente”, según el cual cada “medio” lleva su “pequeña etiqueta moral”[87]. Así, “la mayor felicidad humana posible para la mayoría” significaba para Trotsky que “los medios que sirven al bien común, fin supremo, son morales”[88]. La fórmula filosófica de este utilitarismo coincidía entonces con el principio de que “el fin justifica los medios”. Parecía difícil, siguiendo esta lógica implacable, escapar al viejo adagio, incluso para los más rebeldes al materialismo dialéctico.
Respondiendo a los ataques de Dewey y otros, preguntando “¿Qué es lo que justifica el fin?” y por qué algunos medios devienen de los fines, Trotsky escribía:
“En la vida práctica como en el movimiento de la historia, el fin y los medios cambian de lugar incesantemente. La máquina en construcción es el ‘fin’ de la producción para volverse enseguida, instalada en la fábrica, un ‘medio’ de producción”[89].
La movilidad era la justificación de la flexibilidad de la política del revolucionario y permitía adaptar los fines y los medios al azar del movimiento de la historia. Además, el resultado del fin final se efectuaba por etapas: algunos fines que constituyen la primera etapa devienen luego en medios para alcanzar la segunda.
Volviendo a la preciada moral de sus adversarios, Trotsky, rechazando el amoralismo que le atribuyen, iba a definir su moral. Según él, la moral no era más que una función ideológica de la lucha de clases, ya que “la clase dominante impone sus fines a la sociedad y la acostumbra a considerar como inmorales los medios que van contra estos fines”. La moral tenía, entonces, un carácter de clase y un interés vital en imponer su clase. Al prohibir todo lo que iba en contra de los principios de la sociedad y corría el riesgo de desestabilizarla, la sociedad burguesa inculcó a las masas los valores morales que le permitían perpetrarse. El primer deber del revolucionario proletario era deducir este engaño. Unicamente la lucha de clases podía destruir esta moral. Era una moral fascista o revolucionaria la que iba a reemplazarse de dos maneras opuestas.
Al igual que la democracia y la moral eran víctimas de este engaño del imperialismo, también el sentido común, supuestamente “innato” a todos los hombres, iba a ser víctima de él. El sentido común no era más que un “conglomerado de prejuicios de clase”. La “simple crisis del capital lo desconcierta”. En sí, no quiere decir nada, depende totalmente de su contexto y evoluciona con él. El único fruto de análisis de este trastorno del “curso normal”[90] de las cosas, en filosofía, gracias a altas cualidades intelectuales era el materialismo dialéctico. Así, los demás filósofos con altas cualidades intelectuales que no llegaban a estas conclusiones eran o malos filósofos, o estaban llenos de prejuicios. Trotsky citaba, al respecto, a Max Eastman quien le reprochaba que su falta de sentido común era lo que le hizo perder el poder. Según Trotsky, más bien sería Stalin quien habría sido víctima de su sentido común. La diferencia entre Trotsky y los moralistas, según él, era que la doctrina marxista le había permitido desde hace tiempo prever el Termidor, mientras que los doctrinarios del “sentido común” fueron sorprendidos por el marxismo y el estalinismo[91].
Consecuentemente, el razonamiento acercaba a los moralistas a la GPU. Aquí, se apuntaba al conjunto de los liberales, mientras que el homenaje a Dewey era discreto pero muy real. Constatando la ausencia de reacción contra Stalin luego de los Procesos de Moscú, Trotsky concluía que sólo los menos inteligentes pudieron creer en Stalin. Los demás no tuvieron ninguna dificultad para verificar, pero finalmente se conformaron con aprovechar las ventajas de la situación ¿No era esto la ilustración perfecta de la tesis de que “el fin justifica los medios”? Por otra parte, la gran burguesía ha observado con cierta satisfacción la exterminación de los revolucionarios en la URSS. Así, después del veredicto por lo menos desestabilizante de la comisión Dewey, se han replegado a las “verdades eternas”.
En consecuencia, estos liberales socialdemócratas a los que la revolución de Octubre los hizo dudar, recuperaban sus fuerzas ¿Este no era, en parte, el caso de Dewey, admirador durante un tiempo de la obra que se construía en la URSS? Resurgían los viejos aforismos: “Toda dictadura lleva en sí misma el germen de su propia disolución”. Esto era para Trotsky un ejercicio difícil de lograr: “la putrefacción del estalinismo, realidad histórica, se compara con la democracia supra histórica”[92]. Sin embargo, los autores de estas amalgamas eran los primeros en clamar que la revolución nunca podría ser importada a Estados Unidos. Además, el estalinismo tampoco era una “dictadura” abstracta, sino una “vasta reacción burocrática contra la dictadura proletaria en un país atrasado y aislado”[93].
También el rol principal de la revolución era una “ruptura decisiva con la opinión pública burguesa”, que concernía a las nociones de democracia, moral, sentido común. Esto era, justamente lo que les daba miedo a los burgueses que tenían todo para perder, que se lamentaban por el “amoralismo revolucionario”. Trotsky iba más lejos aún en su análisis. No solamente los burgueses imponían su moral y su sentido común, sino que la sociedad llevaba sus marcas indelebles, lo que hacía que la revolución también estuviera condenada a llevarlas un tiempo. “La sociedad sin antagonismos sociales no tendrá, esto va de suyo, ni mentiras ni violencia. Pero no se puede tender un puente hacia ella más que con métodos violentos. La revolución es, en sí misma, el producto de la sociedad dividida que lleva sus marcas necesariamente”. De hecho, los elementos negativos de la revolución fueron heredados directamente de la sociedad que se dejó atrás. Se podría concluir este largo desarrollo con esta cita:
“Desde el punto de vista de las ‘verdades eternas’, la revolución es, naturalmente, ‘inmoral’. Pero esto sólo significa que la moral idealista es contrarrevolucionaria, es decir, se halla al servicio de los explotadores”[94].
Estimando que el estalinismo era muy reaccionario, Trotsky acusó a “todos los agrupamientos de la sociedad burguesa, incluidos los anarquistas, [de recurrir] a su ayuda contra la revolución proletaria”.
“La moral de estos señores consiste en reglas convencionales. Luego, para justificarse, repiten que ‘trotskismo y estalinismo son una única y misma cosa’”[95].
Trotsky no se pretendía amoral y rechazaba que la revolución o sus dirigentes fueran calificados como tales:
“La amoralidad de Lenin, es decir, su rechazo a admitir una moral por encima de las clases, no le impidió permanecer fiel al mismo ideal durante toda su vida. ¿No parece que la amoralidad, en este caso, no es más que el sinónimo de una moral humana más elevada?[96].
Finalmente, el último punto que trató Trotsky, y que involucraba sin duda más directamente a Dewey, era el de la interdependencia entre el fin y los medios. El fin estaba justificado en la medida en que llevaba al “aumento del poder del hombre sobre la naturaleza y la abolición del poder del hombre sobre el hombre”. Para esto, “está permitido todo lo que lleve realmente a la liberación de la humanidad”[97]. Pero de todas maneras, este fin sólo podía alcanzarse por vías revolucionarias. Los liberales hablarán de “prejuicios”. Las reglas se deducían de las leyes del desarrollo social, es decir, de la lucha de clases, ley de leyes. Hablarán de “creencia” o de “cientismo”.
Sin embargo, todo no estaba permitido:
“Sólo son admisibles y obligatorios los medios que aumenten la cohesión revolucionaria del proletariado, le insuflen en el alma un odio implacable por la opresión, le enseñen a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas, lo impregnen con la conciencia de su misión histórica, aumentando su coraje y su abnegación en la lucha”[98].
No existía una respuesta automática sobre lo que estaba permitido o lo que era inadmisible porque “las cuestiones de la moral revolucionaria se confunden con las cuestiones de táctica y estrategia revolucionaria”. Por lo tanto, “el materialismo no separa el fin de los medios” ya que este se deducía del devenir histórico de manera muy natural. El fin y los medios eran interdependientes, cambiantes y justificados por las definiciones anteriores. Trotsky respondía a Dewey así:
“Los medios están subordinados orgánicamente al fin. El fin inmediato se vuelve el medio del fin ulterior”[99].
En algunos versos considerados muy incompletos que tomó prestados a Lasalle, se encuentra una conclusión a este debate con Dewey:
“No muestres solamente el fin,
Muestra también la ruta,
Porque el fin y el camino están tan unidos
Que uno en otro se cambia
Y cada nueva ruta revela un nuevo fin”[100].

Conclusión
Teatro de un verdadero debate de fondo entre dos grandes del pensamiento político, el Contraproceso de Moscú fue mucho más que un simple tribunal de justicia. El asunto, lejos de estar “terminado definitivamente”, nutrió la pluma de una multitud de intelectuales y emocionó el ánimo del viejo revolucionario. La polémica que animaba a Dewey y Trotsky durante estas audiencias se mantuvo discreta. No hubo debate de ideas en guerra abierta, ninguno de los dos hombres podía permitírselo. Estaban allí frente a un tribunal de justicia imparcial y no en una conferencia –el crédito de la comisión estaba en juego, como lo estaba la vida de Trotsky. Por cierto, implícitos, pero muy reales, los desacuerdos se filtran a partir de las actas de las audiencias y de los escritos ulteriores de quienes estaban en Coyoacán. Después de haber conocido el veredicto, la sed de Dewey y de Trotsky de tener la última palabra en este combate oculto, fue más que patente. Los desacuerdos fundamentales salieron a la luz y cada uno justifica o desmintieron indirectamente los propósitos del otro, atizando los descontentos. El enfrentamiento magistral, finalmente, tuvo su lugar, se desarrolló indirectamente y de manera silenciosa para no comprometer el veredicto. Los reproches a Dewey, que iban en aumento en las cartas de Trotsky, develaban la dimensión de lo que, hasta ahora, se había evitado en estos Procesos. Y el estudio de las motivaciones profundas de Dewey aclaró la voluntad inconfesada que tenía, de hacer de estas audiencias el juzgamiento al sistema soviético, cuyas conclusiones personales, expuestas después del veredicto, no hicieron más que confirmar sus presunciones: el estalinismo no es otra cosa más que el hijo natural del bolchevismo.
¿Debemos lamentar esta diferencia? ¡Muy por el contrario! Esta fue una garantía excepcional para el juzgamiento de la comisión, confiriéndole una rara imparcialidad en esos tiempos convulsionados y, por otra parte, bien merecida. Ilustración de una justicia bien pronunciada, a pesar de los intentos de los estalinistas, de Beals y de otros enemigos del comité de defensa, el Contraproceso fue inapelable e indiscutible para el conjunto de la opinión pública internacional. Opiniones tan divergentes, sobre problemas tan cruciales, no habían podido ser el centro de una manipulación trotskista dirigida contra Stalin. La pluralidad de la comisión fue su garantía de credibilidad. No puede ser de otra manera en materia de justicia.
La obra histórica de la Comisión fue haber demolido una de las mayores imposturas de todos los tiempos, aún cuando no se percibió eso enseguida. El veredicto ha destruido para siempre a los Procesos de Moscú.
Por otra parte, si bien la significación de la Revolución Rusa parece haber estado en el centro de las diferencias y de los debates, tácitos o abiertos, sin embargo, parece no haber sufrido para nada las opiniones liberales de John Dewey, ni haberse engrandecido por la gracia de Trotsky. ¿Es decir que no hubo debates? No, cada uno pudo apreciar el combate de manera diferente. El alcance real del combate que siguió al veredicto, combate de estos hombres y de sus ideas, no fue convencer a toda la opinión pública, aún cuando la intención era esa, sino reconfortar a un gran número de intelectuales, hundidos en dudas, y orientarlos hacia su análisis, un análisis elaborado poderosamente, lo que explica también el hecho de que es difícil determinar quién de los dos ganó el debate. Cada uno hará su apreciación. Porque los dos hombres eran lo suficientemente sólidos para resistir al adversario e imponer su juicio, alternativamente, demostrando cada vez su gran coherencia ante los ojos de la opinión pública.
Unión entre dos grandes, opuestos ideológicamente, por una causa inmensa y fundamental, la de la justicia, la de la verdad: esto es lo que nos gustaría recordar de ese gran momento de humanidad que fue el Contraproceso. Cuando los derechos fundamentales del hombre trasgreden las leyes del silencio, no hay nada mejor que ver hombres dispuestos a todo para defenderlos dignamente.
Más allá de los desacuerdos y rivalidades personales, más allá de los intereses privados y el sarcasmo de todo el mundo, esta unión por un desafío contra la mentira, impregnada de diversidad, fue un verdadero momento de la “conciencia humana”.
Porque el objetivo de ambas partes no eran los mismos, la impostura que fueron los Procesos de Moscú pudo ser puesta al desnudo. Porque las conclusiones ulteriores divergían, el juicio sin secretos pudo iluminar la conciencia internacional. Porque sus verdades se unían, a pesar de los caminos diferentes, estos hombres han dado una gran lección de humanidad.



[1] Edmund Wilson, “The Literary Consequences of the Crash”, The Shores of Light, 1952, p. 207. (Nota de la edición en francés).

[2] T. R. Poole, Counter-Trials: Leon Trotsky on the Soviet Purge, p. 206. (Nota de la edición en francés).

[3] Arthur Koestler (1905-1983) Novelista, ensayista y periodista húngaro. Estudió en la Universidad de Viena. Durante los años 1920-30, trabajó como corresponsal extranjero para diversos periódicos europeos. Se afilió al Partido Comunista en 1931 pero lo abandonó, profundamente desilusionado, en 1937. Participó en la Segunda Guerra Mundial con el Ejército británico y más tarde se convirtió en ciudadano británico.

[4] Citado por Warren, Liberals and Communists, p. 142. (Nota de la edición en francés).

[5] E. Wilson, “American Critics, Left and Right”, Shores of Light, p. 648. (Nota de la edición en francés).

[6] Waldo Frank (1889-1967) fue un prolífico novelista, historiador, crítico literario y social, conocido por sus estudios sobre literatura española y latinoamericana. Se desempeñó como presidente del primer Congreso de Escritores Norteamericanos (abril de 1935) y se convirtió en el primer presidente de la Liga de Escritores Norteamericanos.

[7] Citado por Georges Novack, “Radical Intellectuals in the 30´s”, International Socialist Review, marzo-abril de 1963, p. 29. (Nota de la edición en francés).

[8] Iván Greenberg apodado Philip Rahv (1908 - 1973) Crítico literario y ensayista. Nació en Ucrania, en una familia judía. Fue a Estados Unidos a través de Palestina y trabajó como profesor de hebreo. Se unió al Partido Comunista de Estados Unidos en 1932. Fue fundador de Partisan Review junto con William Phillips en 1933. La revista rompió con la línea soviética en 1937 a raíz de los Procesos de Moscú. y a partir de entonces, mantuvo una disputa permanente con los estalinistas del Frente Popular. Como publicación independiente, Partisan Review se convirtió en la revista literaria más influyente de la época.

[9] P. Rahv, “Trials of the Mind”, Partisan Review, IV, abril de 1938, p. 4. (Nota de la edición en francés).

[10] “The Trotsky Cesspool”, New Masses, 1 de septiembre de 1936, p. 10-11. (Nota de la edición en francés).
[11] Frederick Lewis Schuman (1904-1981) Historiador estadounidense, politólogo y académico. Profesor en Historia del Williams College, una de la universidades más viejas de ese país.

[12] Frederick L. Schuman, “L. Trotsky, Martyr or Renegade?”, Southern Review, 3, 1937. (Nota de la edición en francés).

[13] Raymond Robins (1873-1954) era el representante de la Cruz Roja Norteamericana en Rusia al momento de la toma del poder por los bolcheviques. Durante los años de la guerra civil, fue el representante ipso facto de la diplomacia norteamericano en la Rusia de los Soviets. Republicano representante del progresive movement de principios de siglo. Era un ferviente anti bolchevique, sin embargo, colaboró con los soviets y trabajó para atraer capitales norteamericanos durante la NEP. El autor William Hard (1878-1962) escribió en 1920, un libro sobre las experiencias de Robins en la URSS Raymond Robins own story. http://net.lib.byu.edu/estu/wwi/memoir/robins/robins1.htm. ;
[14] Max Eastman Forrester (1883-1969) Escritor estadounidense. Estudió, junto con Sidney Hook, en la Universidad de Columbia, con John Dewey como profesor. Comprometido desde su juventud con causas sociales como el sufragio de la mujer, 1923 hizo un viaje de investigación a la Unión Soviética, en donde se quedó más de un año. Adhirió desde temprano a la Oposición de Izquierda. Sin embargo, rompió en los ‘30, y a partir de 1941 trabajó como editor de la revista Reader's Digest, una posición que ocupará durante el resto de su vida. En los años ´50 apoyó activamente el maccarthismo.

[15] Louis Morton Hacker (1899-1987), historiador norteamericano, cuyo mentor fue Charles A. Beard en la Universidad de Columbia. Publicó numerosas críticas hacia el New Deal. Rechazó los esfuerzos de los estudiosos de finales del siglo XIX por descubrir una "objetividad" histórica y prefirió examinar el pasado teniendo en cuanta las problemáticas actuales. Fue también un activista político. Luego de la Segunda Guerra Mundial, se volvió conservador.

[16] John Dos Passos (1896-1970) Escritor estadounidense de renombre. Su novela de 1925 sobre la vida en Nueva York, titulada Manhattan Transfer, fue un éxito comercial e introdujo técnicas experimentales (stream-of-consciousness). Ya en ese entonces, se consideraba un revolucionario social. Escribió con admiración sobre los Wobblies (IWW) y la injusticia de las condenas penales a Sacco y Vanzetti, y se unió a otras personalidades destacadas en Estados Unidos y Europa en una fallida campaña para revocar sus sentencias de muerte. En 1928, Dos Passos pasó varios meses en Rusia. En 1935 rompió con la Liga de Escritores Norteamericanos, impulsada por el PC. En 1937, fue a España con Hemingway durante la Guerra Civil española. Dos Passos rompió con Hemingway por la actitud displicente de este último hacia la propaganda estalinista, incluyendo el encubrimiento de la responsabilidad soviética en el asesinato de José Robles, amigo de Dos Passos y traductor de sus obras al español. Entre sus principales obras figuran la mencionada Manhattan Transfer (1925) Facing the Chair (1927) Orient Express (1927) La trilogía U.S.A. (1938) incluye The 42nd Parallel (1930) Nineteen Nineteen (1932) The Big Money (1936).
[17] M. Cowley, And I worked at the Writer: Chapters of a Literary History 1918-1978, p. 50-51. (Nota de la edición en francés).

[18] Walter Duranty (1884-1957) Durante muchos años fue corresponsal del New York Times en Moscú. Apoyaba a los estalinistas contra la Oposición y defendió los Procesos de Moscú.

[19] Louis Fischer (1896-1970) fue un periodista norteamericano, apologista del estalinismo, en la década de 1950 termino convirtiéndose en un acérrimo anticomunista.

[20] Citado por Aarón, Writers on the Left, p. 173. (Nota de la edición en francés).

[21] James T. Farrell, “Dewey in Mexico”, Reflection at Fifty, p. 104. (Nota de la edición en francés).

[22] Poole, op. cit. p. 302. (Nota de la edición en francés).

[23] “Planning social”: Planificación social (N.deT.).

[24] Dewey, “Why I am not Communist”, Modern Quarterly, abril de 1934. (Nota de la edición en francés).

[25] “Fair play”: Aceptación de las reglas del juego (NdeT)

[26] A. Meyer, “Significance of the Trotsky Trial: Interview with John Dewey”, International Conciliation, p. 38. (Nota de la edición en francés).

[27] Citado por Wald, The New York Intellectuals, p. 131. (Nota de la edición en francés).

[28] [28] Sidney Hook (1902-1989) Destacado intelectual y filósofo norteamericano. Fue miembro del Partido de los Trabajadores de Norteamérica, dirigido por A.J. Muste, para el que escribió su programa político.

[29] Caso Calas: Jean Calas, comerciante protestante de doctrina calvinista de Toulouse, padre de cuatro hijos, fue condenado a muerte, injustamente acusado del asesinato de su hijo Marc-Antoine, que apareció muerto en la tienda situada bajo la vivienda familiar el 13 de octubre de 1761. Imputaron a Calas haberlo asesinado para evitar que se convirtiera al catolicismo. Su ejecución, previa tortura, fue un espectáculo brutal. Voltaire dedicó tres años a reivindicar su inocencia en la primera gran campaña de prensa en que un intelectual se involucraba de esa manera, con libros como el "Tratado de la Tolerancia" y el "Aviso al Público". Calas fue rehabilitado póstumamente en marzo de 1765.

[30] Trotsky, « Le piège de la prétendue impartialité », Œuvres, 13, p. 155. (Nota de la edición en francés). « La trampa de la supuesta imparcialidas », traducida especialmente para este boletín electrónico.

[31] Trotsky, “Discours pour le meeting de New York”, ib. 12, p. 270. (Nota de la edición en francés).

[32] Ibidem, p. 281. (Nota de la edición en francés).

[33] “Il faut créer la commission d´enquête” , Œuvres, 13, p. 89. (Nota de la edición en francés).« Por la creación inmediata de una comisión investigadora” en Escritos 1929-1940, 15 de marzo de 1937. Edición digital CEIP León Trotsky.

[34] Ibidem, p. 87. (Nota de la edición en francés).

[35] Discours... op. cit., p. 284-285. (Nota de la edición en francés). Cotejado de Los crímenes de Stalin, p. 139-140. Editorial Presente, 1962.

[36] P. Broué, “El historiador frente a la vida”, Cahiers Léon Trotsky, 19, p. 68-77. (Nota de la edición en francés).

[37] James T. Farrell, “Dewey en México”, Cahiers Léon Trotsky, 19, p. 88. (Nota de la edición en francés).

[38] Texto en News Bulletin de la ACDLT, 16 de marzo de 1937. (Nota de la edición en francés).

[39] “Full and fair”: abierta y sincera (N.deT.).

[40] Poole, op. cit. p. 282. (Nota de la edición en francés).

[41] “Roundabout Roads to Trotskysm”, New Masses, 23 de febrero de 1937. (Nota de la edición en francés).

[42] The Case of Leon Trotsky, p. 3-5. (Nota de la edición en francés).

[43] Dewey, Truth is on the March, 9 de mayo de 1937. (Nota de la edición en francés).

[44] Ver nota 26.

[45] Ibidem, p. 15. (Nota de la edición en francés).

[46] Ibidem. (Nota de la edición en francés).

[47] Trotsky, « Le travail dans le Comité de Défense », Œuvres, 13, p. 102. (Nota de la edición en francés). “La política de nuestros camaradas en el Comité”, en Escritos 1929-1940, 17 de marzo de 1937. Edición digitalizada CEIP León Trotsky

[48] Trotsky, « Le piège de la prétendue impartialité », Œuvres, 13, p. 135. (Nota de la edición en francés). Carta a Cannon y Shachtman traducida especialmente para este boletín electrónico.

[49] Poole, op. cit, p. 289. (Nota de la edición en francés).

[50] Farrell, “Dewey…” p. 84. (Nota de la edición en francés).

[51] A. Wald, The New York Intellectuals, p. 131. (Nota de la edición en francés).

[52] Farrel, “Dewey…”, p. 89. (Nota de la edición en francés).

[53] Washington Post, 19 de diciembre de 1937. (Nota de la edición en francés).

[54] Farrell, p. 95-96. (Nota de la edición en francés).

[55] Herbert Solow (1903-1964) Periodista estadounidense. Compañero de ruta del Partido Comunista en la década de 1920, trotskista en la década de 1930, abandonó a la izquierda en los años ´40 para trabajar como editor de la revista Fortune.

[56] Charles R. Walker (1893-1974) Historiador estadounidense. Peleó en la Primera Guerra Mundial. Fue asistente y editor asociado de la Atlantic Monthly (1922-1923), The Independent (1924-1925), y The Bookman (1928 - 1929). Sus propios escritos se ocupan de diversos aspectos de la automatización y la historia industrial. También tradujo dramas de Sófocles, y escribió novelas y libros de investigación histórica, entre ellos American City, A Rank and File history of Minneapolis. Para esto último, el autor se traslado a Minneapolis para poder dar cuenta de el proceso de las huelgas de 1934 y la posterior radicalización obrera en toda la región del Noroeste norteamericano. Walker se casó con Adelaida George Haley, que militaba en la corriente trotskista, en 1928.

[57] Charles Yale Harrison (1898-1954), ex miembro de la redacción de New Masses, autor en 1930 de Generals die in their Bed (Los generales mueren en sus lechos), rompió con el PC en 1933 y visitó a Trotsky en Noruega. Era miembro del Comité de Defensa de León Trotsky.

[58] Common Sense, diciembre de 1937-enero de 1939, de la que por otra parte, citamos largos extractos. (Nota de la edición en francés).
[59] Selden Rodman (1909-2002), escritor norteamericano y autor de más de 40 libros.

[60] Trotsky, Œuvres, 18, p. 115. (Nota de la edición en francés). “Delimitarse de los liberales”, 29 de junio de 1938, carta a Rae Spiegler, traducida especialmente para este boletín electrónico.

[61] J. Dewey, “Means and Ends”, New International, agosto de 1938. (Nota de la edición en francés). Traducido especialmente para este boletín electrónico.

[62] Citado por Wald, op. cit. p. 311. (Nota de la edición en francés).

[63] Farrell, p. 98. (Nota de la edición en francés).

[64] Nos remitimos aquí a la reproducción del artículo en Their Morals and Ours. (Nota de la edición en francés).

[65] Ibidem, p. 68. (Nota de la edición en francés).

[66] Ibidem. (Nota de la edición en francés).

[67] Ibidem, p. 69. (Nota de la edición en francés).

[68] Ibidem, p. 69. (Nota de la edición en francés).

[69] Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).

[70] Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).

[71] Ibidem, p. 72. (Nota de la edición en francés).

[72] Nos remitimos a la edición de J. J. Pauvert. (Nota de la edición en francés).

[73] Œuvres, 16, p. 116. (Nota de la edición en francés). Inquietudes, Carta a Jan Frankel traducida especialmente para este boletín electrónico. 

[74] Œuvres, 17, p. 67. (Nota de la edición en francés).

[75] Œuvres, 18, p. 115. (Nota de la edición en francés). “Delimitarse de los liberales”, 29 de junio de 1938, carta a Rae Spiegler, traducida especialmente para este boletín electrónico.

[76] Œuvres, 22, p. 169. (Nota de la edición en francés).

[77] Su moral y la nuestra, p. 17. (Nota de la edición en francés).

[78] Ibidem, p. 18. (Nota de la edición en francés). (Nota de la edición en francés).

[79] Ibidem, p. 19. (Nota de la edición en francés).

[80] Ibidem. (Nota de la edición en francés).

[81] Ibidem, p. 20. (Nota de la edición en francés).

[82] Ibidem, p. 21. (Nota de la edición en francés).

[83] Ibidem, p. 22. (Nota de la edición en francés).

[84] Ibidem, p. 25. (Nota de la edición en francés).

[85] Ibidem, p. 26. (Nota de la edición en francés).

[86] Ibidem, p. 27. (Nota de la edición en francés).

[87] Ibidem, p. 30. (Nota de la edición en francés).

[88] Ibidem, p. 31. (Nota de la edición en francés).

[89] Ibidem, p. 32. (Nota de la edición en francés).

[90] Ibidem, p. 43-44. (Nota de la edición en francés).

[91] Ibidem, p. 46. (Nota de la edición en francés).

[92] Ibidem, p. 60. (Nota de la edición en francés).

[93] Ibidem, p. 61. (Nota de la edición en francés).

[94] Ibidem, p. 70. (Nota de la edición en francés).

[95] Ibidem, p. 94. (Nota de la edición en francés).

[96] Ibidem, p. 88. (Nota de la edición en francés).

[97] Ibidem, p. 95. (Nota de la edición en francés).

[98] Ibidem, p. 96. (Nota de la edición en francés).

[99] Ibidem, p. 97. (Nota de la edición en francés).

[100] Ferdinand Lasalle, Franz von Sickingen, citado por Trotsky en Su moral… p. 98. (Nota de la edición en francés).