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Parte II - La onda expansiva de la revolución rusa

 Dos palabras acerca de este libro

Dos palabras acerca de este libro

La primera fase de la revolución “democrática” abarca desde Fe­brero a la crisis de abril y su solución del 6 de mayo, con la creación de un gobierno de coalición en el que participaban los mencheviques y los narodniki. El autor de la presente obra, no tomó parte en los acontecimientos de esta primera fase, porque no llegó a Petrogrado hasta el 5 de mayo, en vísperas de la constitución del gobierno de coalición. En los artículos escritos desde Norteamérica se pone en evidencia la primera etapa de la revolución y sus perspectivas. Creo que, en lo esencial, concuerdan con el análisis que de ella ha dado Lenin en sus Cartas desde lejos.

Desde el día de mi llegada a Petrogrado, trabajé de completo acuerdo con el CC de los bolcheviques. Huelga añadir que apoyé de lleno la teoría de Lenin sobre la conquista del poder por el proletariado. Con respecto al campesinado, no hubo la menor divergencia de opiniones con Lenin, quien terminaba entonces la primera etapa de su lucha contra los bolcheviques de la derecha, que ostentaban la consigna de la “dictadura democrática de obreros y campesinos”. Hasta mi adhe­sión formal al partido, tomé parte en la elaboración de una serie de decisiones y documentos del mismo. El único motivo que me indujo a retrasar tres meses mi adhesión, fue el deseo de acelerar la fusión de los bolcheviques con los mejores elementos de la Organización Interdepartamental, y en general, con los internacionalistas revolucio­narios. Propugné esta política con el entero asentimiento de Lenin.

Al redactar esta obra me ha saltado a la vista cierta frase de un artícu­lo mío de entonces a favor de la unificación, frase con la que señalaba, en materia organizativa, “el estrecho espíritu de círculo” de los bolcheviques. Claro que algunos pensadores tan profundos como Sorin no dejarán de relacionar directamente esta frase con las divergencias de opiniones acerca del párrafo I del estatuto. No siento la necesidad de entablar una discu­sión sobre el particular ahora que de palabra y de hecho he reconocido mis magnas culpas en materia organizativa. Pero el lector menos preve­nido se explicará de manera mucho más sencilla y directa, por las condi­ciones concretas del momento, lo que la expresión tenga de precipitada. Todavía los obreros interdepartamentales conservaban una desconfianza muy grande respecto a la política organizadora del Comité de Petrogrado. En mi artículo repliqué lo siguiente: “Aún existe el espíritu de círculo, herencia del pasado; pero, para que disminuya, los interdepartamenta­les deben dejar de llevar una existencia aislada, apartada”.

Mi “propuesta” puramente polémica, al I Congreso de los Soviets, de formar un gobierno con una docena de Peschekonov, fue interpretada –creo que por Sujanov– como la manifestación de una inclinación per­sonal y, al mismo tiempo, como una táctica distinta de la de Lenin. Eso es un absurdo, sin duda.

Al exigir nuestro partido que tomaran el poder los soviets dirigidos por los mencheviques y los SR, “exigía” con ello un ministerio compues­to de individuos como Peschekonov. En resumen, no había ninguna diferencia fundamental entre Peschekonov, Chernov y Dan; todos po­dían servir igualmente para facilitar la transmisión del poder de la bur­guesía al proletariado. Quizás aquél conociera un poco mejor la estadís­tica y diese la impresión de un hombre algo más práctico que Tseretelli o Chernov. Una docena de Peschekonov equivalía a un gobierno com­puesto de representantes ordinarios de la pequeñoburguesía democráti­ca en vez de la coalición.
Cuando las masas petersburguesas, dirigidas por nuestro partido, adoptaron la consigna de “¡Abajo los diez ministros capitalistas!”, exigían de modo tácito que ocupasen el lugar de éstos los mencheviques y los narodniki. “Apelad a los cadetes y tomad el po­der, señores demócratas burgueses; poned en el gobierno a doce Peschekonov, y os prometemos desalojaros de vuestros puestos lo más ‘pacíficamente’ posible en cuanto suene la hora. Y no ha de tardar en sonar”. No cabe hablar entonces de una línea de conducta especial. Mi línea de conducta era la que había formulado Lenin en tantas ocasiones...

Considero necesario subrayar la advertencia hecha por el camara­da Lentsner, editor de este volumen. Como él mismo lo señala, la mayoría de los discursos contenidos en este volumen fueron toma­dos no de versiones taquigráficas sino de informes suministrados por periodistas de la prensa conciliadora, semiignorantes y semimaliciosos. Un rápido examen de varios documentos de esta clase me hizo recha­zar la decisión de corregirlos y complementarlos. Que permanezcan tal cual están. Son también, a su manera, documentos de la época, aunque emanados “de la otra parte”.

Este volumen no hubiera aparecido sin la competente y cuida­dosa labor del camarada Lentsner –que recopiló también las no­tas– y de sus colaboradores, camaradas Heller, Krijanovsky, Rovensky e I. Rumer.

Aprovecho la oportunidad para expresarles mi gratitud; como así también para destacar el enorme trabajo de preparación de este vo­lumen así como de otros libros, realizado por mi más estrecho cola­borador, M. S. Glazman[1]. Termino estas líneas con el más profundo sentimiento de pesar ante la trágica desaparición de este magnífico camarada, hombre y trabajador.
[1] M. S. Glazman fue expulsado del Partido Comunista bajo falsas acusaciones, suicidándose posteriormente.