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Boletín Nº 4 (Septiembre 2003)

Desaparece una figura titánica en la lucha por el socialismo

Desaparece una figura titánica en la lucha por el socialismo

 

Quebracho. La Nueva Internacional, agosto y septiembre de 1940

 

Ninguna inteligencia, en nuestra época alcanzó la espectacular brillantez de la de León Trotsky. Y ninguna figura, fue en ella tampoco, en su acendrada pasión, en su soberbia bravura, en su visión creadora y en su violencia constructiva, más adecuada al marco de tremendas convulsiones y gigantescos acontecimientos que van señalando, en nuestros días, el curso de la historia.

El hombre que acaba de caer asesinado en México fue, en sí mismo, como una expresión de todo ese mundo contemporáneo que bulle y se agita, y, en el umbral de una nueva etapa en la evolución humana, conmueve a la masa turbulenta de los dos mil millones de seres que habitan la tierra. León Trotsky era la encarnación vívida del futuro de la humanidad, de la revolución mundial socialista. Ahí residía su invencible fortaleza, ahí estaba el amplificador que daba a su voz resonancia universal y, a su personalidad, suprema categoría histórica. Batalló por la liberación de los hombres sin un momento de desmayo, con el magnífico despliegue de sus dotes excepcionales que hacían de él un hombre cumbre. Batalló sin cesar, y la lucha pareció ser su medio. Batalló y cayó en la brega. El nuevo mundo de mañana será su momento.

Compañero de Lenin en los días de octubre, la Revolución que él, en primer término, contribuyó a organizar y defender, dio a Trotsky preeminencia mundial y su nombre, unido al del jefe bolchevique, se identificó a aquel acontecimiento en la misma forma que el de Marx y Engels lo están a la partida de nacimiento del socialismo científico. En aquellos años gloriosos de conmoción y esperanzas, mientras el prestigio de Lenin cimentaba el pedestal inconmovible que aseguraba el nuevo edificio de la URSS, la figura de Trotsky fue la más brillante de la Revolución. Orador inflamado, nadie como él supo encender la llama revolucionaria y transmitir su ardor a las masas proletarias rusas, entre las que gozaba de una popularidad que llegaba a la apoteosis. Fue en el gigantesco escenario de octubre, que Trotsky se movía en su medio. Allí encontraban aplicación y desarrollo todas las posibilidades de su genio extraordinario y múltiple. Tal vez, por eso, cuando el momentáneo fracaso de la revolución mundial se hizo evidente, al retirarse la ola revolucionaria de la postguerra, provincializando el proceso soviético y dando lugar al surgimiento de Stalin, Trotsky desdeñó luchar contra éste, hasta que ya estaba perdido.

Es, desde ese momento, en que se lanza a luchar prácticamente solo en defensa de los principios doctrinarios que había conducido la Revolución y las conquistas de ésta, frente a la claudicación y traición de quienes aparecían como sus herederos y, en realidad, eran sus usufructuarios y usurpadores, que la figura de Léon Trotsky adquiere aun mayor grandeza al afrontar la adversidad y el destierro, fiero en el convencimiento de su verdad, con el mismo valor, altivez y energía con que siempre afrontó todas las contingencias de su vida en pos del ideal de superación humana que perseguía.

Reducido en sus posibilidades, desde entonces su pluma de escritor de garra corrió sobre el papel de sus manuscritos como zarpazos de león encadenado. Todo el ímpetu de octubre, hermanado a su propio impulso, vibra en cada párrafo de las obras maestras que, en defensa de la Revolución, escribió sobre la Unión Soviética, sobre China, sobre Alemania, sobre Francia, sobre España, sobre los Estados Unidos, sobre los problemas de la lucha por el socialismo en el mundo entero. Pera llevar a la práctica todo ese magnífico plan de construcción universal, echó las bases del gran ejército del proletariado de vanguardia de todos los países, la Cuarta Internacional, y redactó sus directivas y manifiestos. Esta obra será la expresión indestructible de su magnífico talento. La muerte ha sorprendido a Trotsky cuando ya ella comenzaba a extenderse por todo el mundo y a hallar eco entre la masa de los oprimidos de todos los pueblos de la tierra.

Cuenta John Reed que, en una de las vibrantes asambleas realizadas en Petrogrado durante las jornadas de la Revolución, León Trostky, dirigiendo la palabra a las multitudes enardecidas que acababan de voltear el régimen de explotación, abriendo las puertas de la sociedad sin clases, había dicho:
“Hoy nace una humanidad nueva, en esta sala juramos a los obreros de todos los países permanecer sin flaquear en nuestro puesto revolucionario. Si sucumbimos, sucumbiremos defendiendo nuestra bandera”. Y así sucumbió Trotsky.

Stalin, para conmemorar el primer aniversario de su pacto con Hitler, le ofreció, como presente, el cadáver de León Trotsky. Pero las horas de su bestial regocijo, en el refugio del Kremlin desde donde traicionó los derroteros de la Revolución, no han de durar mucho. El crimen que acaba de hacer ejecutar, ha de caer, muy pronto, sobre su cabeza. “La venganza de la historia –le anunció no hace mucho el mismo Trotsky- es más terrible que la venganza del más poderoso secretario general.”

Quebracho