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Escritos Latinoamericanos (compilación, 3ra. edición)

Combatir al imperialismo para combatir al fascismo

Combatir al imperialismo para combatir al fascismo

21 de septiembre de 1938 [1]

En política, lo más importante y, en mi opinión, lo más difícil es definir por un lado las leyes generales que determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo moderno, y por el otro descubrir la combinación especial de estas leyes para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperialismo. No hay que olvidarlo ni un sólo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea divisoria fundamental de los estados y naciones modernos. Desde esta perspectiva y solamente desde ella, hay que considerar el problema tan complejo de fascismo y democracia.

Para México, por ejemplo, democracia significa el deseo de un país semicolonial de escapar a la dependencia, de darles la tierra a los campesinos, de elevar el nivel cultural de los indios, etcétera. En otras palabras, los problemas democráticos en México son de carácter progresivo y revolucionario. ¿Y qué quiere decir democracia en Gran Bretaña? La conservación de lo que existe, sobre todo del dominio de la metrópoli sobre las colonias. lo mismo se aplica a Francia. En estos países las banderas de la democracia ocultan la hegemonía imperialista de la minoría privilegiada sobre la mayoría oprimida.

Del mismo modo, tampoco podemos hablar del fascismo en “general”. En Alemania, Italia y Japón el fascismo y el militarismo son las armas de un imperialismo ambicioso, hambriento y por lo tanto agresivo. En los países latinoamericanos el fascismo es la expresión de la dependencia más servil del imperialismo extranjero. Tenemos que ser capaces de descubrir, bajo la forma política, el contenido económico y social.

En algunos círculos de la intelligentzia se ha hecho popular la idea de “la unificación de todos los estados democráticos” contra el fascismo. Considero que esta idea es fantástica, quimérica, apta solamente para engañar a las masas, especialmente a los pueblos débiles y oprimidos. Realmente, ¿puede creer alguien siquiera por un momento, que Chamberlain, Daladier2 o Roosevelt son capaces de declarar una guerra para defender el principio abstracto de la “democracia”? Si el gobierno británico amara tanto la democracia hubiera dado la libertad a la India. Y lo mismo Francia. Gran Bretaña prefiere la dictadura de Franco en España a la dominación política de los obreros y campesinos, porque Franco puede ser un agente del imperialismo británico mucho más complaciente y de confianza. Inglaterra y Francia no pusieron resistencia para entregarle Austria a Hitler, aunque inevitablemente le declararían la guerra si osara siquiera tocar sus colonias.

En conclusión, es imposible combatir el fascismo sin combatir al imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales deben luchar antes que nada contra el país imperialista que los oprime directamente, más allá de que lleve la máscara del fascismo o la de la democracia.

En los países latinoamericanos, el mejor método de lucha contra al fascismo y el más seguro, es la revolución agraria. El levantamiento del general Cedillo3 quedó en el aire porque México dio pasos importantes en este sentido. Por el contrario, las crueles derrotas de los republicanos en España se deben a que el gobierno de Azaña4, en alianza con Stalin, suprimió la revolución agraria y el movimiento independiente de los trabajadores. En los países débiles y semicoloniales, una política social conservadora, y más aún una reaccionaria, significa traicionar, en el más amplio sentido de la palabra, la independencia nacional.

Se me preguntará como se explica que el gobierno soviético, surgido de la Revolución de Octubre, aplaste el movimiento revolucionario en España. La respuesta es simple: una nueva casta burocrática privilegiada, muy conservadora, ávida y tiránica, logró elevarse por encima de los soviets. Esta burocracia no confía en las masas; les teme. Busca acercarse a las clases gobernantes, especialmente a los imperialistas “democráticos. Para probar que pueden confiar él, Stalin está dispuesto a jugar en todo el mundo el rol de policía. La burocracia stalinista y su agencia, la Comintern, representan ahora el mayor peligro para la independencia y el progreso de los pueblos débiles y coloniales.

Conozco Cuba muy poco como para permitirme un juicio independiente sobre vuestra patria. Ustedes pueden juzgar mejor que yo si las opiniones arriba expresadas se aplican a la situación de Cuba. En lo que me concierne personalmente, espero poder visitar la Perla de las Antillas y conocer más de cerca a su pueblo, al que le envió a través de vuestro periódico mis saludos más cálidos y sinceros.

 

1. Artículo publicado en Socialist Appeal el 8 de octubre de 1938, donde llevaba el subtítulo “Declaración a un periódico cubano”. El periódico era El País. Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo X, pág. 33, Editorial Pluma.

2. Edouard Daladier (1884-1970): radical-socialista, fue premier francés desde 1933 a 1934, cuando fue derrocado luego de un intento de golpe del estado fascista. Fue ministro de guerra durante el gobierno de León Blum. Luego fue nuevamente premier y firmó el pacto de Munich con Hitler.

3. Entre 1934 y 1940 el gobierno mexicano redistribuyó alrededor de 25 millones de acres entre los campesinos pobres y sin tierra; esta extensión era de más del doble de la expropiada previamente a los ricos terratenientes mexicanos. Sin embargo, se estima que más de 1800 millones de acres seguían concentrados en manos de alrededor de mil terratenientes nativos e imperialistas. El Gral. Cedillo en mayo de 1938 dirigió un levantamiento, que fracasó, contra el gobierno mexicano; las tropas gubernamentales lo mataron en enero del año siguiente.

4.Manuel Azaña y Diaz (1880-1940): primer ministro del gobierno republicano español en junio de 1931 y nuevamente en 1936. Fue presidente de la República desde mayo de 1936 hasta que renunció desde su exilio en París en 1939.