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Clásicos de León Trotsky online

B.La estrategia y la táctica en la época imperialista

B.La estrategia y la táctica en la época imperialista

1.-Total inconsistencia del capítulo principal del proyecto

El proyecto de programa comprende un capítulo consagrado a los problemas de la estrategia revolucionaria. No se puede por menos de reconocer esta intención como justa pues corresponde enteramente a los fines y al espíritu de un programa internacional del proletariado durante la época imperialista.

La idea de una estrategia revolucionaria se consolidó en los años de posguerra, al principio, indudablemente, gracias a la afluencia de la terminología militar, pero no por puro azar. Antes de la guerra no habíamos hablado más que de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no salían del marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes. La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o a un dominio determinado de la lucha de clases, mientras que la estrategia revolucionaria se extiende a un sistema combinado de acciones que en su relación, en su sucesión, en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder.

Ni que decir tiene que los principios fundamentales de la estrategia revolucionaria han sido formulados desde que el marxismo planteó ante los partidos revolucionarios del proletariado el problema de la conquista del poder a base de la lucha de clases. Pero, en el fondo, la Primera Internacional sólo logró formular esos principios desde el punto de vista teórico y a comprobarlos en parte gracias a la experiencia de diferentes países. La época de la Segunda Internacional obligó a recurrir a métodos y a concepciones a causa de los cuales, según la famosa expresión de Bernstein, “el movimiento es todo y el objetivo final no es nada”. En otros términos: la labor estratégica se reducía a nada, se disolvía en el “movimiento” cotidiano con sus fórmulas cotidianas de táctica. Sólo la Tercera Internacional restableció los derechos de la estrategia revolucionaria del comunismo, a la cual subordinó completamente los métodos tácticos. Gracias a la experiencia inapreciable de las dos primeras Internacionales, sobre cuyos hombros se alza la Tercera; gracias al carácter revolucionario de la época actual y a la inmensa experiencia histórica de la revolución de octubre, la estrategia de la Tercera Internacional adquirió inmediatamente una combatividad y una experiencia histórica enormes. Al mismo tiempo, la primera década de la nueva Internacional desarrolla ante nosotros un panorama donde no hay sólo inmensas batallas, sino también crueles derrotas del proletariado a partir de 1918. He aquí por qué los problemas de estrategia y de táctica deben, evidentemente, ocupar el lugar principal en el programa de la Internacional Comunista. Sin embargo, en realidad, el capítulo del proyecto consagrado a la estrategia y la táctica de la Internacional Comunista, que lleva como subtítulo “La ruta hacia la dictadura del proletariado”, es el más débil; apenas tiene fondo; la parte concerniente al Oriente es una combinación de los errores cometidos en el pasado y de la preparación de nuevas faltas para el porvenir.

La parte que sirve de introducción a este capítulo se ocupa de la crítica del anarquismo, del sindicalismo revolucionario, del socialismo constructivo, del socialismo guildista, etc. Es una imitación puramente literaria del Manifiesto Comunista, que inauguró la era de una política proletaria basada en la ciencia por una crítica severa y genial de las diversas variedades del socialismo utópico. Criticar rápida y pobremente, con ocasión del décimo aniversario de la Internacional Comunista, las “teorías” de Cornélissen, de Arturo Labriola de Bernard Shaw o de guildistas muy poco conocidos, no responde a una necesidad política sino que es la consecuencia de una pedantería estrictamente literaria. Se puede echar resueltamente eses peso muerto fuera del programa, dejarlo para las publicaciones de propaganda.

A continuación, en lo que concierne a los problemas estratégicos, propiamente dichos, el proyecto se limita a dar modelos apropiados para las escuelas primarias:

“Conquistar (¿), influenciar en la mayoría de los miembros de su propia clase...”

“Conquistar (¿), influenciar en vastos círculos de trabajadores en general...”

“El trabajo efectuado cotidianamente para conquistar sindicatos es particularmente importante...”

“La conquista de vastos círculos de campesinos pobres tiene también (¿) una importancia enorme...”

Los autores se han limitado a enumerar sucesivamente todas estas verdades elementales, indiscutibles, sin relacionarlas con el carácter de nuestra época histórica, presentándolas de una manera tan escolar y abstracta que podrían figurar sin dificultad alguna en una resolución de la Segunda Internacional.

Se examina el problema fundamental del programa, es decir, la estrategia del golpe de estado revolucionario (las condiciones y los métodos para desencadenar la insurrección propiamente dicha, la conquista del poder) con aridez y parsimonia, en una pasaje esquemático que ocupa menos espacio del que se consagra al socialismo “constructivo” y “guildista”; de una manera abstracta, pedante, sin recurrir nunca a la experiencia viva de nuestra época.

Se mencionan las grandes batallas del proletariado en Finlandia, en Alemania y en Austria, la república de los soviets de Hungría, las jornadas de septiembre en Italia, los acontecimientos de 1923 en Alemania, la huelga general en Inglaterra, etc., en una enumeración cronológica árida, y no en el capítulo sexto, que trata de la estrategia del proletariado, sino en el capítulo segundo, que expone “la crisis del capitalismo y la primera fase de la revolución mundial”. Es decir, se consideran los grandes combates del proletariado sólo como acontecimientos objetivos, como expresión de “la crisis general del capitalismo”, y no como experiencia estratégica del proletariado. Bastará decir que en el proyecto se condenan (y ello es un deber ineludible) las aventuras revolucionarias, el putchismo, sin intentar siquiera determinar si, por ejemplo, la sublevación de Estonia, la explosión de la catedral de Sofía en 1924 o la última insurrección de Cantón fueron aventuras revolucionarias heroicas, o, por el contrario, acciones metódicas de la estrategia revolucionaria del proletariado. Un proyecto que no se pronuncia acerca de esta cuestión urgente es simplemente un documento diplomático y no un estudio sobre la estrategia comunista.

Evidentemente, no se debe al azar la manera abstracta cómo el proyecto plantea los problemas de la lucha revolucionaria del proletariado, colocándose por encima de la Historia. Además de su manera literaria, pedante, bujariana de abordar las cuestiones fuera del punto de vista de la acción revolucionaria, los autores del proyecto, por razones demasiado comprensibles, prefieren, en general, no tocar muy de cerca las lecciones estratégicas de los cinco últimos años.

No se puede, sin embargo, considerar un programa de acción revolucionaria como una recopilación de tesis abstractas, independientes de lo que ha ocurrido durante estos años históricos. Evidentemente, un programa no puede narrar todo lo sucedido, pero debe referirse a ello, apoyarse en ello. Es preciso que el programa permita comprender, a través de sus tesis, todos los grandes acontecimientos de la lucha del proletariado, y todos los hechos importantes de la lucha ideológica en el seno de la Internacional Comunista. Si esto es verdad para el conjunto del programa, lo es mucho más para la parte especialmente consagrada a la estrategia y a la táctica. Es preciso, según la expresión de Lenin, registrar lo que se ha conquistado, así como lo que se ha dejado escapar y que se podrá conquistar si se comprenden y asimilan bien las lecciones del pasado. La vanguardia proletaria no necesita no un catálogo de lugares comunes sino una manual de acción. Examinaremos, pues, los problemas del capítulo “estratégico” relacionándolos lo más posible con la experiencia de la lucha de después de la guerra, sobretodo de la de los cinco últimos años, años de errores trágicos de la dirección.

2.- Particularidades esenciales de la estrategia en la época revolucionaria y papel del partido

El artículo consagrado a la estrategia y a la táctica no caracteriza siquiera de una manera un poco coherente, desde el punto de vista “estratégico”, la época imperialista como época de revoluciones proletarias, confrontándola con la de antes de la guerra.

Es verdad que en el capítulo primero el proyecto caracteriza la época del capitalismo industrial en su conjunto como “un periodo de evolución relativamente continua, de propagación del capitalismo por todo el globo terrestre gracias al reparto de las colonias aún no ocupadas, apoderándose de ellas con las armas en la mano...”

Esta manera de determinar los signos característicos de la época del capitalismo industrial, época de conmociones grandiosas, de guerras y revoluciones, que superó en este aspecto todo el pasado de la humanidad, es, en verdad, bastante contradictoria, pero, sin embargo, la embellece manifiestamente. Hubiera sido necesario representarla como un idilio para justificar algo la reciente afirmación burlesca de los autores del proyecto de que en la época de Marx y Engels “no se podía siquiera” hablar de la ley del desarrollo desigual. Pero si es falso considerar la historia del capitalismo industrial como una “evolución continua”, es correcto poner de relieve que la época que vivió el mundo, y Europa en particular, de 1871 a 1914, o, al menos, hasta 1905, periodo en que las contradicciones se acumularon en el marco de la paz armada desde el punto de vista internacional, y en las relaciones entre las clases, en el interior de Europa, casi sin salir de los límites de la lucha legal. Entonces surgió, se desarrolló y se petrificó la Segunda Internacional, cuya misión progresiva histórica termina con el comienzo de la guerra imperialista.

La política, considerada como fuerza histórica de masas, está siempre retrasada con respecto a la economía. Si el reinado del capital financiero y de los monopolios y truts comenzó a fines del siglo XIX, no se reflejó en la política mundial hasta después de la guerra imperialista, de la revolución de octubre y de la creación de la Tercera Internacional.

Hay en el fondo del carácter explosivo de la nueva época, con sus bruscas alternativas de flujos y reflujos políticos, con sus espasmos continuos de lucha de clases entre el fascismo y el comunismo, el hecho de que, históricamente, el sistema capitalista mundial está agotado; ya no es capaz de progresar en bloque. Esto no significa que ciertas ramas de la industria y ciertos países no puedan progresar con un ritmo desconocido hasta ahora. Pero ese progreso se realiza y se realizará en detrimento del de otras ramas y de otros países. Los gastos de producción del sistema capitalista mundial devoran cada vez más sus beneficios. Como Europa está habituada a dominar el mundo, con la fuerza de la inercia adquirida por su rápido crecimiento de antes de la guerra, que se efectuaba casi sin interrupción, ha chocado más brutalmente que las otras partes del mundo contra la nueva correlación de fuerzas, contra el nuevo reparto del mercado mundial, contra las contradicciones cada vez más profundas a causa de la guerra; por eso es precisamente Europa quien sufre la transición más brusca de la época de desarrollo “orgánico” de antes de la guerra a la de las revoluciones.

Es verdad que teóricamente no se puede excluir la posibilidad de un nuevo periodo de progreso capitalista general en los países más avanzados, dominadores y animadores. Pero para eso el capitalismo tendría que saltar previamente inmensas barreras en el dominio de las clases y en el de las relaciones entre estados; aplastar por largo tiempo la revolución proletaria, reducir definitivamente a China a la esclavitud, derribar la república de los soviets, etc. Todo esto está aún muy lejos. Una eventualidad teórica difiere mucho de una probabilidad política. Ni que decir tiene que en esto no pocas cosas dependen de nosotros mismos, es decir, de la estrategia revolucionaria de la Internacional Comunista. En último análisis, resolverá esta cuestión la lucha mundial entre las clases. Pero, en la época actual, para la cual está establecido el programa, el desarrollo general del capitalismo se encuentra ante barreras infranqueables hechas de contradicciones, entre la cuales, este desarrollo conoce furiosos remolinos. Esto justamente da a la época un carácter de revolución, y a la revolución un carácter de permanente.

El carácter revolucionario de la época no consiste en que permite realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder a cada momento, sino en sus profundas y bruscas oscilaciones, en sus transiciones frecuentes y brutales que la hacen pasar de una situación directamente revolucionaria, en que el partido comunista puede pretender arrancar el poder, a la victoria de la contrarrevolución fascista o semifascista, de esta última al régimen provisional del justo medio (bloque de las izquierdas en Francia, entrada de la socialdemocracia en la coalición en Alemania, advenimiento al poder del partido de Mac Donald en Inglaterra, etc.) para hacer de nuevo, más tarde, las contradicciones cortantes como una navaja de afeitar y plantear claramente el problema del poder.

¿A qué hemos asistido en Europa en el curso de las últimas décadas que precedieron a la guerra? En el dominio económico, a una poderosa progresión de las fuerzas productivas a través de las oscilaciones “normales” de la coyuntura de la situación industrial. En el de la política, al crecimiento de la socialdemocracia, sufriendo zigzag de orden secundario, en detrimento del liberalismo y de la “democracia”. En otros términos: a un proceso metódico en el cual se agravaban las contradicciones económicas y políticas; en ese sentido, se creaban las premisas de la revolución proletaria.

¿Frente a qué nos encontramos en Europa después de la guerra? En economía: altos y bajos irregulares, convulsiones de la producción que gravitan, en general, a pesar de los grandes progresos de la técnica en ciertas ramas, en torno al nivel de antes de la guerra. En política: oscilaciones furiosas de la situación a izquierda y a derecha. Es absolutamente evidente que los bruscos cambios que operan en esta situación en el curso de uno, dos o tres años están determinados no por modificaciones de los factores fundamentales de la economía, sino por causas e impulsos que provienen estrictamente del dominio de la superestructura, simbolizando así la extrema inestabilidad de todo el sistema, cuyos cimientos carcomen las contradicciones incompatibles.

De ahí se deduce integralmente la significación de la estrategia revolucionaria por oposición a la táctica, y también la nueva significación del partido y de su dirección.

El proyecto se limita a dar una definición del partido desde el punto de vista de la forma (vanguardia, teoría del marxismo, encarnación de la experiencia, etc.) que no produciría ninguna disonancia en el programa de la socialdemocracia de izquierda de antes de la guerra. Actualmente todo eso es absolutamente insuficiente.

Frente a un capitalismo en expansión, la mejor dirección del partido no podía hacer otra cosa que precipitar la formación del partido obrero. Por el contrario, los errores de la dirección no podían tener otro resultado que retrasar esa formación. Las premisas objetivas de la revolución proletaria maduraban lentamente; el trabajo del partido conservaba su carácter de preparación.

Actualmente, toda nueva variación brusca de la situación política hacia la izquierda pone la decisión en manos del partido revolucionario, Si éste deja pasar el momento crítico en que la situación cambia, ésta se transforma en su antinomia. En tales circunstancias, la función de la dirección del partido adquiere una importancia excepcional. Cuando decía que dos o tres días pueden decidir la suerte de la revolución internacional, Lenin no habría podido ser comprendido en la época de la Segunda Internacional. Por el contrario, en nuestra época esas palabras han tenido demasiadas confirmaciones, todas en un sentido negativo, con excepción de octubre. Sólo el conjunto de esas condiciones hace comprender el lugar excepcional que la Internacional Comunista y su dirección ocupan en la época histórica presente.

Es preciso comprender claramente que la causa fundamental y original de la llamada “estabilización” es la contradicción existente entre el desquiciamiento económico y social que han sufrido la Europa capitalista y el Oriente colonial, de una parte, y de otra, la debilidad, la falta de preparación, la irresolución de los partidos comunistas y los errores crueles de su dirección.

No es la amada estabilización, venida no se sabe de dónde, la que detuvo el desenvolvimiento de la situación revolucionaria de 1918-1919 o de los años posteriores, sino que, por el contrario, es esta situación que no se había aprovechado la que se transformaba en su antinomia y aseguraba a la burguesía la posibilidad de lucha con un éxito relativo a favor de la estabilización. Las contradicciones cada vez más agudas de esta lucha por la “estabilización”, o, mejor dicho, por la continuación de la existencia y el desarrollo del capitalismo preparan en cada nueva etapa las premisas de nuevas conmociones en el dominio de las clases y de las relaciones internacionales, es decir, de nuevas situaciones revolucionarias, cuyo desarrollo depende enteramente del partido proletario.

El rol del factor subjetivo puede quedar completamente subordinado durante la época de la revolución orgánica lenta, cuando nacen justamente los diversos proverbios de la gradualidad: “quien mucho corre, pronto para”, “nadie está obligado a hacer más de lo que puede”, etc., que reflejan la sabiduría de la táctica de la época del crecimiento orgánico, que no puede soportar que se “salten las etapas”. En tanto que, cuando las premisas objetivas están maduras, la clave de todo el proceso histórico pasa a manos del factor subjetivo, es decir, del partido. El oportunismo, que vive consciente o inconscientemente bajo la sugestión de la época pasada se inclina siempre a menospreciar el rol del factor subjetivo, es decir, la importancia del partido revolucionario y de su dirección. Esto se hace sentir en las discusiones que se produjeron acerca de las lecciones del octubre alemán, del comité angloruso y de la revolución china. En todas esas ocasiones, como en otras menos importantes, la tendencia oportunista siguió una línea política que contaba directamente con las “masas” y, por consiguiente, olvidaba los problemas de la dirección revolucionaria. Esta manera de abordar la cuestión, en general, falsa desde el punto de vista teórico, es particularmente funesta durante la época imperialista.

La revolución de octubre fue el resultado de una correlación de fuerzas de clases especial en Rusia y en el mundo entero y del desarrollo particular que habían adquirido en el proceso de la guerra imperialista. Esta tesis general es elemental para un marxista. Sin embargo, no se contradice ni mucho menos al marxismo al hacer, por ejemplo, la pregunta siguiente: ¿Nos habríamos apoderado del poder en octubre si Lenin no hubiera podido llegara a Rusia en tiempo oportuno? No pocos signos demuestran que no. La resistencia fue muy considerable, incluso en presencia de Lenin, en las esferas superiores del partido (que, dicho sea de paso, eran en gran parte los mismo hombres que determinan la política actual). La resistencia hubiera sido infinitamente más fuerte si Lenin no hubiera estado presente. El partido habría podido no lograr adoptar en tiempo oportuno la orientación necesaria, y nos quedaba muy poco tiempo. En periodos semejantes, algunos días son a veces decisivos. Las masas obreras habrían ejercido presión desde abajo con un gran heroísmo, pero sin una dirección marchase conscientemente y con certidumbre hacia el fin, la victoria habría sido poco probable. Entre tanto, después de haber cedido Petrogrado a los alemanes y vencido las insurrecciones proletarias desperdigadas, la burguesía habría podido consolidar su poder, tomando muy probablemente una forma bonapartista, concertando una paz separada con Alemania y adoptando otras medidas. La marcha de los acontecimientos habría podido seguir otro camino durante una serie de años.

Durante las revoluciones alemana de 1918 y húngara de 1919, en el movimiento del proletariado italiano de septiembre de 1920, en la huelga general inglesa de 1926, en la insurrección vienesa de 1927, durante la revolución china de 1925-1927, en grados diferentes, bajo formas diversas, se hace sentir la misma contradicción política de toda la década: en una situación revolucionaria madura, no solamente por sus bases sociales, sino, frecuentemente, también por el estado de espíritu combativo de las masas, falta el factor subjetivo, es decir, un partido revolucionario de masas y si existe, carece de una dirección perspicaz y valiente. Desde luego, la debilidad de los partidos comunistas y de su dirección no ha llovido del cielo, sino que es un producto del pasado de Europa. Puesto que las condiciones revolucionarias objetivas están actualmente maduras, los partidos revolucionarios podrían desarrollarse, evidentemente, con un ritmo rápido si la dirección de la Internacional obrase juiciosamente, precipitando el proceso de su madurez, y no retrasándolo. Si, en general, la contradicción es el resorte más importante del movimiento de progresión, entonces, actualmente, para la Internacional Comunista, o, al menos, para su parte europea, el resorte principal del movimiento histórico debe ser una comprensión clara de la contradicción existente entre la madurez general (a pesar de los flujos y reflujos) de la situación objetiva y la falta de madurez del partido internacional del proletariado.

Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar exactamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación. Y precisamente, dos o tres días de cambio brusco deciden a veces de la suerte de la revolución internacional para varios años.

El capítulo del proyecto consagrado a la estrategia y a la táctica habla de la lucha del partido por conquistar al proletariado en general, de la huelga general y de la insurrección en general, pero no explica el carácter particular y el ritmo de la época actual, y sin comprenderlos teóricamente, sin “sentirlos”, en política no se puede concebir una dirección verdaderamente revolucionaria.

Por eso este capítulo es tan pobre, tan pedante, tan inconsistente, desde el comienzo hasta el fin.

3.- El III Congreso y la cuestión de la permanencia del proceso revolucionario según Lenin y Bujarin

En la evolución política que Europa ha seguido después de la guerra se pueden distinguir tres periodos: el primero, de 1917 a 1921; el segundo, de marzo de 1921 a octubre de 1923, y el tercero de octubre de 1923 a la huelga general inglesa, e incluso hasta ahora.

El movimiento revolucionario de masas después de la guerra era completamente suficiente para derribar a la burguesía. Pero no había nadie para dirigirlo. La socialdemocracia, que estaba a la cabeza de las viejas organizaciones de la clase obrera, concentró todas sus fuerzas para salvar el régimen burgués. Esperando que en ese periodo el proletariado conquistase directamente el poder, dábamos por descontado que el partido revolucionario maduraría rápidamente en el fuego de la guerra civil. Pero los plazos no coincidieron. La ola revolucionaria de después de la guerra se retiró antes de que los partidos comunistas en lucha contra la socialdemocracia hubieran crecido y se hubieran reforzado suficientemente para dirigir la insurrección.

En marzo de 1921, el partido comunista alemán hace una tentativa para utilizar el reflujo y derribar de un golpe el estado burgués. El pensamiento que guiaba al Comité Central alemán era salvar la república de los soviets (todavía no había surgido la teoría del socialismo en un solo país).

Pero para vencer no bastaban la resolución de la dirección y el descontento de las masas; eran necesarias otras condiciones, y, sobretodo, un estrecho contacto entre la dirección y las masas, así como la confianza de éstas hacia aquélla. Esta condición faltaba.

El tercer Congreso de la Internacional Comunista, que es el jalón que marca la separación entre el segundo y el tercer periodo, estableció que los recursos políticos y de organización de los partidos comunistas eran insuficientes para conquistar el poder y determinó que había que ir “hacia las masas”, es decir, hacia la conquista del poder por la conquista previa de las masas, basándose en su lucha y en su vida cotidianas. Pues incluso en una época revolucionaria las masas viven la vida de todos los días, aunque lo hagan de una manera diferente.

Esta manera de abordar el problema encontró en el Congreso una resistencia furiosa, cuyo inspirador teórico era Bujarin, que adoptó entonces el punto de vista de la revolución permanente, no el de Marx, sino el suyo: puesto que el capitalismo está muerto, entonces es preciso sostener sin cejar la ofensiva revolucionaria para obtener la victoria. La argumentación de Bujarin se redujo siempre a silogismos de este género.

No creo necesario decir que no he compartido nunca la teoría de Bujarin sobre la revolución “permanente”, según la cual no se puede concebir en el proceso revolucionario ninguna discontinuidad: periodo de calma, retrocesos, reivindicaciones transitorias, etc. Por el contrario, desde los primero días de octubre he combatido esta caricatura de la revolución permanente.

Cuando hablaba, como Lenin, de la incompatibilidad existente entre Rusia soviética y el mundo del imperialismo, yo tenía en cuenta la gran curva de la estrategia y no sus sinuosidades de táctica. Por el contrario, Bujarin, antes de transformarse en su antinomia, desarrolló invariablemente su caricatura escolástica de la teoría marxista de la revolución continua. Durante toda la época del “comunismo de izquierda”, Bujarin estimó que la revolución no admitía ni retiradas ni compromisos provisionales con el enemigo. Mucho tiempo después del problema planteado en Brest-Litovsk, ante el cual mi actitud no tuvo nada de común con la de Bujarin, éste, con toda el ala ultraizquierdista de la Internacional Comunista de entonces, adoptó la línea política de las jornadas de marzo de 1921 en Alemania, estimando que si no se “galvanizaba” al proletariado de Europa, si no se producían aún, sin cesar, nuevas deflagraciones revolucionarias, el poder de los soviets iba a perecer inevitablemente. A pesar de que tuviese conciencia de los peligros innegables que se alzaban ante el poder de los soviets, ello no me impidió implacablemente, en estrecho acuerdo con Lenin, durante el tercer Congreso, luchar contra esta parodia putchista de la concepción marxista de la revolución permanente. Repetimos decenas de veces durante ese Congreso, dirigiéndonos a los izquierdistas impacientes: no es precipitéis para salvarnos; así no haréis más que perderos y, por consiguiente, perdernos también; seguid el camino de la lucha sistemática por conquistar a las masas para llegara a la conquista del poder; tenemos necesidad de vuestra victoria y no de que estéis prestos a batiros por nosotros en condiciones desfavorables; en la Rusia soviética, nos mantendremos en nuestras posiciones basándonos en la NEP y avanzaremos un poco; podréis venir en el momento oportuno en nuestra ayuda, preparando vuestras fuerzas y aprovechando una situación favorable.

Incluso después del décimo Congreso, que prohibió la formación de fracciones, Lenin tomó la iniciativa de crear el núcleo de una nueva fracción para luchar contra el ultraizquierdismo, que era fuerte en esta época; en nuestras reuniones restringidas, Lenin planteaba la cuestión de cómo sería necesario luchar más tarde si el Tercer Congreso hacía suya la actitud de Bujarin. Nuestra “fracción” de entonces no se amplió pues el frente de los adversarios, ya en el Congreso, disminuyó sensiblemente.

Naturalmente, Bujarin se alejaba a la izquierda del marxismo más que los otros. En ese mismo Tercer Congreso y después de él, Bujarin combatió una ideo que yo desarrollé: la de un mejoramiento inevitable de la situación económica en Europa; yo esperaba que, después de una serie de derrotas del proletariado, ese relanzamiento económico no asestaría un golpe a la revolución, sino, por el contrario, determinaría un nuevo impulso de la lucha revolucionaria. Bujarin, con su punto de vista de la permanencia escolástica no sólo de la crisis económica, sino también de la revolución en su conjunto, me combatió mucho, hasta que los hechos le obligaron a reconocer, como siempre, con mucho retraso, que se había equivocado.

En el tercero y en el cuarto Congresos, Bujarin combatió la política del frente único y de las reivindicaciones transitorias, partiendo de su concepción mecánica de la permanencia del proceso revolucionario.

Se podría seguir la lucha de esas dos tendencias, la marxista, sintética, del carácter continuo de la revolución proletaria y la parodia del marxismo (que no es, ni mucho menos, una particularidad individual de Bujarin) en toda una serie de cuestiones, tanto de detalle como de primera importancia, Pero es inútil: en el fondo, la actitud que adopta Bujarin hoy es la misma escolástica de la “revolución permanente” presentada simplemente al revés. Si, por ejemplo, hasta 1923, Bujarin estimaba que sin crisis económicas y sin guerra civil permanentes en Europa la república de los soviets perecería, por el contrario, ahora ha descubierto una receta que permite construir el socialismo prescindiendo de la revolución internacional. La permanencia bujariana vuelta del revés no es mejor que antes, sobretodo porque, frecuentemente los dirigentes actuales de la Internacional Comunista combinan su actitud oportunista de hoy con el espíritu aventurero de ayer e inversamente.

El Tercer Congreso fue un jalón de gran importancia. Sus enseñanzas están vivas y son fecundas aún hoy día. El Cuarto Congreso no ha hecho más que concretarlas. La fórmula del Tercer Congreso no decía simplemente: hacia las masas, sino hacia el poder conquistando previamente a las masas. Al final del Congreso, en el curso del cual, en todas las sesiones, la fracción dirigida por Lenin (que éste llamaba a guisa de afirmación, ala “derecha”) recomendó insistentemente mayor moderación, Lenin convocó una pequeña conferencia en la que lanzó una advertencia profética: “Recuerden ustedes que se trata simplemente de tomar bien el impulso para dar el salto revolucionario; la lucha por las masas es la lucha por el poder”.

Los acontecimientos de 1923 han demostrado que no solamente los “dirigidos”, sino incluso no pocos dirigentes no habían seguido esta recomendación de Lenin.

4.- Los acontecimiento de 1923 en Alemania y las lecciones de Octubre

El punto crítico que inaugura el nuevo periodo de la evolución de la Internacional Comunista después de Lenin son los acontecimientos de 1923 en Alemania. La ocupación del Rhur por las tropas francesas (a principios de 1923) significaba que Europa volvía a caer en el caos guerrero. Aunque este segundo acceso de la enfermedad fuese incomparablemente más débil que el primero, teniendo en cuenta que caía sobre el organismo de Alemania, agotado ya desde el principio, era preciso esperar, desde el principio, complicaciones revolucionarias agudas. La dirección de la Internacional Comunista no lo tuvo en cuenta en tiempo oportuno. El partido comunista alemán continuaba entonces viviendo de la fórmula del tercer Congreso, que le había alejado con firmeza de la ruta del putchismo amenazador, pero que asimiló de una manera unilateral. Ya hemos dicho más arriba que en nuestra época de cambios bruscos lo que es más difícil para una dirección revolucionaria es saber en el momento oportuno tomar el pulso a la situación política, percibir su inflexión brusca y cambiar firmemente de rumbo, Semejantes cualidades de dirección revolucionaria no se obtienen simplemente por el hecho de prestar juramento de fidelidad a la última circular de la Internacional Comunista; se conquistan, si las premisas teóricas indispensables existen, por la experiencia adquirida por sí mismo y practicando una autocrítica verdadera. No sin dificultad se realizó el giro que llevó de la táctica de las jornadas de marzo de 1921 a la actividad revolucionaria sistemática en la prensa, en las reuniones, en los sindicatos y en el parlamento. Vencida la crisis debida al cambio de situación, creció el peligro de que se desarrollase una nueva desviación unilateral, de carácter completamente opuesto. La lucha cotidiana para conquistar a las masas absorbe toda la atención, crea su propia rutina en la táctica e impide ver los problemas estratégicos que se deducen de las modificaciones de la situación objetiva.

En el verano de 1923 la situación interior de Alemania, sobretodo en lo que concernía a la quiebra de la táctica de resistencia pasiva, tomó el carácter de una catástrofe. Era absolutamente evidente que la burguesía alemana sólo lograría salir de esta situación “sin salida” si el partido comunista no comprendía que la burguesía estaba en esa situación y no deducía de ello todas las conclusiones revolucionarias necesarias. Pero, precisamente, el partido comunista, que tenía la llave en sus manos, la utilizó para abrir las puertas a la burguesía.

¿Por qué la revolución alemana no ha llevada a la victoria? Las causas de este hecho deben buscarse enteramente en la táctica y no en las condiciones o en el azar. Tenemos aquí un ejemplo clásico de cómo se deja pasar una situación revolucionaria. Habría sido posible llevar al proletariado alemán al combate si éste hubiera podido convencerse de que esta vez se planteaba claramente la cuestión, de que el partido comunista estaba presto a ir a la batalla y de que era capaz de asegurar el triunfo. Pero el partido comunista realizó el cambio de orientación sin convicción y con un retraso extraordinario. No sólo los derechistas, sino también los izquierdistas, a pesar de la lucha encarnizada que sostenían entre ellos, vieron con un fatalismo, hasta septiembre y octubre el proceso del desenvolvimiento de la revolución.

Corresponde a un pedante y no a un revolucionario analizar ahora, post-factum, hasta qué punto la conquista del poder habría sido “segura” con una política justa. Limitémonos a citar a este respecto este magnífico testimonio de Pravda, debido, sin embargo, únicamente al azar, puesto que fue completamente aislado y contradicho por todos los demás juicios publicados en el mismo periódico.

“Si en mayo de 1924, cuando el marco está relativamente estabilizado, y la burguesía parcialmente consolidada, y las capas medias de la población y la pequeña burguesía pasan a los nacionalistas, después de una crisis profunda del partido y de una cruel derrota del proletariado, los comunistas han logrado reunir 3.700.000 votos, es evidente que en octubre de 1923, con una crisis económica sin precedentes, la desmembración completa de las clases medias, la confusión más espantosa en las filas de la socialdemocracia, con contradicciones poderosas y brutales en el seno de la propia burguesía y un inaudito estado de espíritu combativo en las masas proletarias de los centros industriales, el partido comunista tenía con él a la mayoría de la población; así, pues, pudo combatir y debió hacerlo, pues tenía todas las probabilidades de triunfar.” (Pravda, 25 de mayo de 1924)

Citemos también las palabras que un delegado alemán, cuyo nombre no recuerdo, pronunció en el V Congreso:

“No existe en Alemania un solo obrero que no sepa que el partido debía haber entrado en la batalla entonces, en lugar de evitarla. Los dirigentes del partido comunista alemán olvidaron que el partido debe tener su valor propio, y ésta, es una de las causas principales de la derrota de octubre”. (Pravda, 24 de junio de 1924).

Se ha dicho en el curso de las discusiones no pocas cosas respecto a lo que ha ocurrido en le transcurso de 1923, sobre todo en la segunda mitad de este año, en las esferas superiores del partido comunista alemán y de la Internacional Comunista; sin embargo, lo que se ha dicho a este respecto está frecuentemente lejos de corresponder a lo que ha ocurrido en realidad. Kuusinen es sobretodo quien ha introducido la confusión en estas cuestiones; en 1924-1926 tenía como misión demostrar que la dirección de Zinoviev había sido saludable, lo mismo que a partir de cierta fecha de 1926 se puso a probar que esta dirección fue funesta. Se le ha conferido a Kuusinen la autoridad necesaria para poder establecer tales juicios por el hecho de que él mismo, en 1918, hizo todo lo que le permitieron sus modestas fuerzas para hacer perecer la revolución del proletariado finlandés.

Más de una vez se ha intentando hacerme solidario de la línea de conducta de Brandler; en la URSS esto se hacía disimuladamente, pues allí eran numerosos los que sabían lo que había sucedido; en Alemania, se procedía abiertamente, pues allí nadie sabía nada. Por casualidad, tengo entre las manos un recorte de periódico que habla de la aguda lucha ideológica que se desarrolló en nuestro Comité Central en torno a los problemas de la revolución alemana. En la documentación concerniente a la Conferencia de enero de 1924, el Buró Político me acusó claramente de haber adoptado una actitud desconfiada y hostil hacia el Comité Central del Partido Comunista alemán en el curso del periodo que precedió a su capitulación. He aquí lo que se cuenta en ese documento:

“El camarada Trotsky, antes de abandonar la reunión del Comité Central (sesión plenaria de septiembre de 1923), pronunció un discurso, que emocionó profundamente a todos los miembros presentes, se decía que la dirección del Partido Comunista alemán no valía nada, que el Comité Central de ese partido estaba saturado de fatalismo, que pasaba el tiempo mirando las musarañas, etc. Por consiguiente, declaró el camarada Trotsky, la revolución alemana está condenada a perecer. Este discurso produjo en todos los presentes una impresión deprimente. Pero la enorme mayoría de ellos estimaba que esta filípica estaba ligada a un episodio (¿?) que no tenía nada que ver con la revolución alemana, producido en una reunión plenaria del Comité Central, y que ese discurso no se correspondía con el estado de cosas objetivo.” (Materiales para la conferencia del Partido Comunista ruso, enero de 1924, pág. 14; subrayado por nosotros).

Los miembros del Comité Central habrán podido interpretar como hayan querido mi alerta, que no era la primera, pero estaba únicamente dictada por la preocupación que me causaba la suerte de la revolución alemana. Desgraciadamente, la marcha de los acontecimientos me dio enteramente la razón, entre otras cosas porque la mayoría del Comité Central del partido dirigente, según su propia confesión, no había comprendido a tiempo que mi advertencia “se correspondía” perfectamente “con el estado de cosas objetivo”. Ciertamente, no propuse que se sustituyese precipitadamente al Comité Central brandleriano por otro cualquiera; hacerlo en vísperas de acontecimientos decisivos hubiera sido simplemente una manifestación de espíritu aventurero; propuse, desde el verano de 1923, una manera más oportuna y decisiva de abordar la cuestión del paso a la insurrección, y, por consiguiente, de movilizar nuestras fuerzas para ayudar al Comité Central del partido alemán. La tentativa posterior de hacerme solidario de la línea de conducta del Comité Central brandleriano, cuyos errores no eran más que el reflejo de las faltas generales de la dirección de la Internacional Comunista, se debe, sobretodo, a que después de la capitulación del partido alemán me he opuesto a que se haga de Brandler la cabeza de turco, aunque (o, más bien, porque) juzgaba la derrota alemana mucho más seria de lo que creía la mayoría del Comité Central. En ese caso, como en otros, me he opuesto a un sistema inadmisible que, para salvar a la dirección de la Internacional, destrona periódicamente a los comités centrales nacionales, a cuyos componentes se somete después a una persecución salvaje, e incluso se les expulsa del partido.

En las Lecciones de Octubre, que escribí bajo la impresión de la capitulación del Comité Central alemán, desarrollé la idea de que, en la época actual, una situación revolucionaria puede perderse en algunos días por varios años. Parece increíble, pero es verdad: se calificó esta opinión de “blanquismo” y de “individualismo”. Los innumerables artículos escritos contra las Lecciones de Octubre demostraron cómo se había olvidado a fondo la experiencia de la revolución de octubre y cuán poco habían penetrado en las conciencias sus enseñanzas. Culpar a las “masas”, descargando sobre éstas la responsabilidad de los errores de la dirección, o disminuir la significación de la dirección en general para disminuir así la culpabilidad, es una actitud típicamente menchevique, que se deriva de la incapacidad de comprender dialécticamente la “superestructura” en general, la superestructura de la clase que es el partido, la superestructura del partido, que es su centro dirigente. Hay épocas en que Marx y Engels no podrían hacer avanzar ni un centímetro el desarrollo histórico ni aunque fuese fustigándolo; hay otras en que hombres de talla mucho menor, si tienen el timón en la mano, pueden retrasar el desenvolvimiento de la revolución internacional durante una serie de años.

Las tentativas para hacer creer, en el curso de los últimos tiempos, que he repudiado las Lecciones de Octubre son completamente absurdas. Es verdad que he “reconocido” un “error” secundario: cuando escribí las Lecciones de Octubre, es decir, en el verano de 1924, me parecía que Stalin había tenido en el otoño de 1923 una actitud que estaba más a la izquierda (es decir, en el centro izquierda) que la de Zinoviev. No estaba al corriente de la vida interior del grupo que ejercía las funciones de centro secreto de la fracción de la mayoría. Los documentos publicados después de la escisión de esta fracción, sobretodo la carta puramente brandleriana de Stalin a Zinoviev y a Bujarin, me han convencido de que el juicio que yo había formulado sobre los grupos de personalidades era inexacto; sin embargo, esta inexactitud no tiene nada que ver con el fondo de los problemas planteados. Desde luego, el error desde el punto de vista de las personas no fue tan grande; el centrismo es capaz, es verdad, de describir grandes zigzag hacia la izquierda, pero, como lo ha demostrado de nuevo la evolución de Zinoviev, es absolutamente incapaz de seguir una línea de conducta revolucionaria un poco sistemática.

Las ideas que desarrollé en las Lecciones de Octubre conservan hoy aún toda su fuerza. Más aún: después de 1924, han sido confirmadas de nuevo.

Entre las numerosas dificultades de la revolución del proletariado, hay una completamente precisa, concreta, específica, que se deriva de la situación y de las tareas de la dirección revolucionaria del partido. Cuando se produce un cambio brusco en los acontecimientos, los partidos, incluso los más revolucionarios, corren el riesgo de quedarse retrasados y de oponer las fórmulas o los métodos de lucha de ayer a las tareas y a las necesidades nuevas. No puede haber, en general, cambio más brusco que el que crea la necesidad de la insurrección del proletariado. Precisamente aquí surge el peligro de que la dirección del partido, la política del partido en su conjunto, no se corresponda con la conducta de la clase y con las exigencias de la situación. Cuando la vida política se desarrolla con relativa lentitud, esas discordancias acaban por desaparecer, y, aunque causen daños, no provocan catástrofes. Por el contrario en período de crisis revolucionaria aguda no se tiene, precisamente, tiempo para superar los desequilibrios y, de alguna manera, rectificar el frente bajo le fuego; los períodos durante los cuales la crisis revolucionaria alcanza su grado máximo de intensidad, tienen, por su naturaleza misma, un ritmo rápido. La discordancia entre la dirección revolucionaria (vacilaciones, oscilaciones, espera, en tanto que la burguesía ejerce una presión furiosa) y las tareas objetivas puede en algunas semanas, e incluso en algunos días, causar una catástrofe, haciendo perder el beneficio de numerosos años de trabajo. Evidentemente, el desequilibrio entre la dirección y el partido, o bien entre el partido y la clase, puede tener también un carácter opuesto, cuando la dirección sobrepasa el desenvolvimiento de la revolución, confundiendo el quinto mes de embarazo con el noveno. El ejemplo más claro de un desequilibrio de este género lo suministró Alemania en marzo de 1921. Tuvimos entonces en el partido alemán una manifestación extrema de “la enfermedad infantil de izquierda”, y por consiguiente, del putchismo (espíritu de aventuras revolucionarias). Ese peligro es completamente real, incluso para el porvenir. Las enseñanzas del III Congreso de la Internacional Comunista conservan todo su vigor al respecto de esta cuestión. Pero la experiencia alemana de 1923 nos ha mostrado cruelmente un peligro de naturaleza contraria: la situación estaba madura y la dirección atrasada. Cuando la dirección logra alinearse con la situación, ésta cambia, las masas se retiran y la correlación de fuerzas empeora bruscamente.

En el fracaso alemán de 1923 hubo, evidentemente, muchas particularidades nacionales, pero hubo también rasgos profundamente típicos que simbolizan un peligro general. Se podría calificar a éste de crisis de la dirección revolucionaria en vísperas del tránsito a la insurrección. La base del partido proletario, por su naturaleza misma, está menos inclinada a sufrir la presión de la opinión pública burguesa, Pero determinados elementos de las capas superiores y medias del partido se dejan inevitablemente influir más o menos por el terror material e intelectual ejercido por la burguesía en el momento decisivo. No se puede cerrar los ojos para no ver este peligro. Ciertamente, no existe contra él ninguna receta saludable aplicable en todos los casos. Pero el primer paso en la lucha contra un peligro es comprender su origen y su naturaleza. La aparición inevitable o el desarrollo de un grupo de derecha en cada partido comunista en el curso del periodo del “preoctubre” refleja, de una parte, las dificultades objetivas inmensas y los peligros de dar el “salto”, y, de otra, la presión furiosa de la opinión pública burguesa. Este es el fundamento y la significación de un grupo de derecha. Precisamente por esto es inevitable que surjan en los partidos comunistas vacilaciones y reticencias justamente en el momento en que son más peligrosas. En nuestro país, en 1917, las vacilaciones, que se apoderaron de una minoría de las capas superiores, fueron vencidas gracias a la severa energía de Lenin. En Alemania, vaciló toda la dirección, y esta vacilación se transmitió al partido, y, a través de él, a la clase obrera. Así se dejó escapar una situación revolucionaria. En China, el centro resistió contra la lucha de la clase obrera y de los campesinos pobres por el poder. No serán éstas las últimas crisis de dirección en los momentos históricos decisivos. Reducir esas crisis inevitables al mínimo, constituye una de las tareas más importantes de cada partido comunista y de la Internacional Comunista en su conjunto. Sólo se puede llegar a ello después de haber comprendido la experiencia de octubre de 1917 (y el fundamento político de la oposición de derecha de aquella época en el seno de nuestro partido) confrontándola con la experiencia del partido comunista alemán en 1923.

En esto reside la significación de las Lecciones de Octubre.

5.- El radical error estratégico del V Congreso

A partir de fines de 1923, hemos podido leer una serie de documentos de la Internacional Comunista y de declaraciones de sus dirigentes respecto al “error de ritmo” cometido en el otoño de 1923, en los que se alude inevitablemente a Marx, que también, al parecer, se había equivocado al fijar los plazos de la revolución. Al mismo tiempo, conscientemente, no se precisaba si el “error de ritmo” de la Internacional consistía en no haber percibido o, por el contrario, en haber exagerado la proximidad del momento crítico de la toma del poder. En conformidad con el sistema de contabilidad por partida doble que ha llegado a ser, durante los últimos años, una costumbre de la dirección, se dejaba vía libre para una y otra interpretación.

Sin embargo, no es difícil deducir de la política de la Internacional Comunista en este periodo que, en todo el año 1924 y en buena parte de 1925, la dirección de la Internacional Comunista consideraba que no se había llegado aún al punto culminante de la crisis alemana. No es conveniente, pues, referirse a Marx en este caso. Si, gracias a su perspicacia, a veces Marx vio más cerca la revolución de lo que estaba en realidad, por el contrario, jamás dejó de verla cuando estaba muy cerca, y nunca tomó tenazmente por revolución lo contrario de ésta, cuando la situación revolucionaria había claramente evolucionado.

En la decimotercera conferencia del partido comunista ruso, Zinoviev declaró, lanzando la fórmula con doble sentido del “error de ritmo”.

“El Comité Central y la Internacional Comunista, deben deciros que si se renovasen acontecimientos semejantes, en la misma situación deberíamos hacer lo mismo.” (Pravda, 25 de enero de 1924, número 20)

Esta promesa sonaba como una amenaza. El 2 de febrero de 1924, Zinoviev declaró, en la conferencia del Socorro Rojo Internacional, que en toda Europa la situación era la siguiente:

“No hay que esperar ni siquiera un breve intervalo de tranquilidad, una apariencia de pacificación... Europa entra en una fase de acontecimientos decisivos... Alemania se dirige, al parecer, hacia la guerra civil aguda...” (Pravda, 2 de febrero de 1924).

A principios de febrero de 1924, el Presidium del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista dice, en una resolución sobre las enseñanzas de los acontecimientos de Alemania:

“El Partido Comunista alemán no debe borrar del orden del día la cuestión de la insurrección y de la conquista del poder. Por el contrario (!), debemos plantearnos esta cuestión con toda urgencia y concretamente...” (Pravda, 7. do febrero de 1924).

El 26 de marzo de l914, e1 Comité ejecutivo de la Internacional Comunista escribía en su mensaje al partido comunista alemán:

“El error sobre el ritmo de los acontecimientos [¿cuá1? L. T.] que se produjo en octubre de 1923 causó gran número de dificultades a nuestro partido. Pero, sin embargo, esto sólo es un episodio. El juicio fundamental sigue siendo el del pasado”. (Pravda. 20 de abril de 1924; subrayado por mí).

El Comité ejecutivo de la Internacional comunista extrae de todo esto la conclusión siguiente:

“El partido comunista alemán debe, como antes, continuar con todas sus fuerzas la labor de armar a los obreros”. (Pravda, 19 de abril de 1924).

¡El inmenso drama histórico de 1923 (el abandono sin combate de una posición revolucionaria grandiosa) era considerado, seis meses después, como un episodio! “Nada más que un episodio”. Europa sufre aún hoy las penosas consecuencias de este episodio. El hecho de que la Internacional comunista haya podido permanecer cuatro años sin reunirse en Congreso, la derrota repetida de su ala izquierda, son resultados del “episodio” de 1923.

El V Congreso se reunió ocho meses después de la derrota del proletariado alemán, cuando todas las consecuencias de la catástrofe aparecían ya de una manera manifiesta. Entonces era mucho más necesario que prever lo que pasaría en el porvenir examinar el presente. Las tareas esenciales del quinto Congreso deberían haber consistido, en primer lugar, en llamar clara e implacablemente a la derrota por su nombre y poner al desnudo la causa “subjetiva”, y no permitir que nadie se ocultase detrás de las condiciones objetivas, en segundo lugar señalar que iba a comenzar una nueva etapa (en el curso de la cual inevitablemente, durante cierto tiempo, las masas se retirarían, la socialdemocracia crecería, el partido comunista perdería influencia), en tercer lugar preparar a la Internacional Comunista para que la nueva situación no la cogiese de improviso, armarla con los métodos necesarios para las batallas ofensivas y consolidar su organización hasta que la situación cambiase de nuevo.

En todas estas cuestiones, el Congreso adoptó la actitud opuesta.

En el Congreso Zinoviev definió de la manera siguiente la significación de lo que había ocurrido en Alemania:

“Esperábamos la revolución alemana, y no ha venido”. (Pravda, 22 de junio do 1924)

En realidad, la revolución tendría derecho a responder: he llegado, pero vosotros, señores, habéis llegado tarde a la cita.

Los dirigentes del Congreso, así como Brandler, estimaban que habíamos “exagerado” el carácter revolucionario de la situación, siendo así que, en realidad, le habíamos atribuido, demasiado tarde, un escaso valor. Zinoviev se consolaba fácilmente de su supuesta “sobreestimación”; veía le mal principal en otro lugar:

“Haber exagerado la gravedad de la situación no fue lo peor. Lo peor es que, como lo ha probado el ejemplo de Sajonia, hay en las filas de nuestro partido no pocas supervivencias de la socialdemocracia”. (Pravda, 24 de junio de 124).

Zinoviev no veía la catástrofe, y no era el único. Con él, todo el V Congreso pasó al lado de la más grande derrota de la revolución mundial sin verla. Los acontecimientos de Alemania fueron analizados sobre todo desde el punto de vista de la política de los comunistas… en el Landtag de Sajonia. En su resolución, el Congreso aprobó al Comité Ejecutivo por haber:

“Condenado la actitud oportunista del Comité Central alemán y sobre todo la desviación de la táctica del frente único que se ha producido durante la experiencia gubernamental de Sajonia”. (Pravda, 24 de junio de 1924).

Es poco más o menos como condenar a un asesino “sobre todo” por no haberse quitado el sombrero al entrar en casa de la víctima.

“La experiencia de Sajonia (insistía Zinoviev) ha creado una situación nueva. Amenaza con inaugurar la liquidación de la táctica revolucionaria de la Internacional Comunista”. (Pravda, 24 de junio de 1924).

Puesto que la “experiencia de Sajonia” estaba condenada y Brandler destituido, ya no quedaba más que seguir el orden del día.

“Las perspectivas políticas generales (dice Zinoviev y con él el Congreso) siguen siendo esencialmente las de antes. La situación lleva en sí la revolución. Ya están en marcha nuevas batallas de clases, se desarrolla una lucha gigantesca...”, etc. (Pravda, 24 de junio de 1924).

¡Cuán poco seguro es este “izquierdismo”, que retiene en su tamiz los mosquitos y deja pasar impasiblemente los camellos! A los que sabían ver la situación con sus ojos, a los que ponían de relieve la importancia de la derrota de octubre, a los que señalaban que eran inevitables una larga época de reflujo revolucionario y una consolidación provisional (“estabilización”) del capitalismo (con todas las consecuencias políticas que de ella derivan), los dirigentes del V Congreso los condenaban como oportunistas y liquidadores de la revolución. En eso veían su objetivo principal Zinoviev y Bujarin. Ruth Fischer, que con ellos menospreciaba la importancia de la derrota del año anterior, veía en la Oposición rusa

“la pérdida de la perspectiva de la revolución mundial, la ausencia de fe en la proximidad de las revoluciones alemana y europea, un pesimismo sin esperanza, la liquidación de la revolución en Europa, etc.” (Pravda, 25 de junio de 1924).

Inútil explicar que los responsables más directos de las derrotas eran los más ardientes en combatir a los “liquidadores’, es decir, a los que no querían llamar a los fracasos victorias. Así, por ejemplo, Kolárov atacaba violentamente a Radek, que había tenido la audacia de considerar la derrota del partido búlgaro como decisiva

“Ni en junio, ni en septiembre, fue decisiva la derrota del partido. El partido comunista de Bulgaria es sólido y se prepara para nuevas batallas. (Discurso del camarada Kolárov en el V Congreso).

En lugar del análisis marxista de las derrotas, la fanfarronada burocrática irresponsable se alza en toda la línea. Sin embargo la estrategia bolchevique es incompatible con la kolaroviquiada vanidosa e inerte.

En los trabajos del V Congreso hubo muchas cosas justas e indispensables. La lucha contra las tendencias de derecha que trataban de levantar la cabeza no podía diferirse. Pero esta lucha descarriaba, se hacía confusa, se desviaba a causa del juicio radicalmente falso formulado sobre la situación; a causa de eso, todas las cartas estaban revueltas. Se clasificaba en el campo de la derecha a los que comprendían mejor y más claramente la jornada de ayer, de hoy y de mañana. Si en el Tercer Congreso hubieran triunfado los izquierdistas de entonces, Lenin, por las mismas razones, hubiese sido clasificado en el ala derecha con Levi. Clara Zetkin y otros. La confusión ideológica que engendró la falsa orientación política del V Congreso fue más tarde una fuente de nuevas y grandes desgracias.

En el dominio económico se aplicó también enteramente el juicio establecido por el Congreso en materia política. Se negaban o se consideraban como insignificantes los síntomas de la consolidación económica de la burguesía alemana, que ya habían tenido tiempo de manifestarse. Varga, que presenta siempre los hechos económicos adaptándolos a la tendencia política dominante en cada momento, señalaba esta vez en su informe:

“No hay ninguna perspectiva de saneamiento del capitalismo”. (Pravda, 28 de junio de 1924).

Un año después, cuando se rebautizó con algún retraso al “saneamiento” con el nombre de “estabilización”, Varga la descubrió cuidadosamente... después a toro pasado. Pero ya había habido tiempo de acusar a la Oposición de no admitir la estabilización, pues había tenido la audacia de señalar su comienzo año y medio antes, y ya en 1925 señalaba las tendencias que la amenazaban. (¿Adónde va Inglaterra?)

El V Congreso veía los procesos políticos fundamentales y los grupos ideológicos en el espejo cóncavo de su falsa orientación; de ahí nació la resolución que clasificaba a la Oposición rusa entre las desviaciones “pequeño burguesas”. La historia corrigió este error a su manera, obligando dos años después a Zinoviev, el acusador principal del V Congreso, a admitir públicamente que el núcleo central de la Oposición de 1923 había tenido razón en las cuestiones fundamentales de la lucha.

El error estratégico del V Congreso comportó la incomprensión del proceso que se producía en la socialdemocracia alemana e internacional. En el Congreso no se hizo más que hablar de su decadencia, de su descomposición, de su hundimiento. Refiriéndose a los resultados de las últimas elecciones parlamentarias, que dieron a1 Partido Comunista 3.700.000 votos, Zinoviev decía:

“Si tenemos en Alemania, en el aspecto parlamentario, la proporción de 62 comunistas por 100 socialdemócratas, esto debe probar a todo el mundo cuán próximos estamos de la conquista de la mayoría en la clase obrera alemana”. (Pravda, 22 de junio de 1924).

Zinoviev no comprendía en absoluto la marcha del proceso; durante ese año y los siguientes, la influencia del partido comunista no aumentó, sino que disminuyó; 3.700.000 votos no eran más que un resto impotente de la influencia decisiva que el partido tenía hacia fines de 1923 en la mayoría del proletariado alemán: en las elecciones posteriores esa cifra de votos disminuyó inevitablemente.

En tanto que la socialdemocracia, durante el año 1923, se deshilachaba como una estera podrida, por el contrario, después de la derrota de la revolución, a fines del mismo año, se reforzó sistemáticamente, se levantó, creció, en gran parte en detrimento del comunismo. Porque habíamos previsto eso (¿cómo no preverlo?), se atribuyó nuestra previsión a nuestro “pesimismo”. ¿Hay necesidad de demostrar, ahora, después de las últimas elecciones de mayo de 1928, en las cuales los socialdemócratas han recogido más de nueve millones de votos, que éramos nosotros quienes tenían razón cuando al principio de 1924, decíamos y escribíamos que era inevitable que la socialdemocracia renaciese en cierto periodo, y que eran los “optimistas” quienes le cantaban entonces Réquiem, groseramente erróneos? En particular, el V Congreso cometió un gran error.

La segunda juventud de la socialdemocracia, que tenía todos los rasgos del veranillo de San Martín, no es evidentemente, eterna. Su muerte es inevitable. Pero la fecha de su muerte no está escrita en ninguna parte. Depende también de nosotros. Para aproximarla, es preciso saber mirar los hechos cara a cara, distinguir a tiempo los cambios de la situación política, llamar a las derrotas derrotas y aprender a prever el mañana.

Si la socialdemocracia alemana representa hoy aún una fuerza multimillonaria en la clase obrera, es por dos causas inmediatas. Primero: la capitulación de partido comunista alemán en otoño de 1923. Segundo: la falsa orientación estratégica del V Congreso. Si en enero de 1921 la proporción entre electores comunistas y socialdemócratas era casi de 2 a 3, cuatro años y medio después, por el contrario, esta proporción ha bajado, ya que no es más que de 1 a 3; dicho de otro modo, durante este período, tomado en su conjunto, no nos hemos acercado sino alejado de la conquista de la mayoría en la clase obrera. Y esto a pesar del reforzamiento innegable de nuestro partido en el curso del último año, que podrá y deberá, si se practica una política justa, ser el punto de partida de la verdadera conquista de la mayoría.

Volveremos más adelante a hablar de las consecuencias políticas de la actitud del V Congreso. Pero es evidente que no se puede hablar seriamente de estrategia bolchevique sin saber abarcar de una mirada tanto a la curva fundamental de nuestra época en su conjunto como a las diferentes sinuosidades que a cada momento determinado tienen para la dirección del partido la misma importancia que los recodos de la vía para el mecánico de la locomotora: marchar a toda velocidad en un recodo es ir, inevitablemente, hacia el abismo.

Sin embargo, hace sólo unos meses que Pravda ha reconocido, de forma más o menos clara, la exactitud del juicio que habíamos emitido precisamente a fines de 1923. El 28 de enero de este año Pravda escribía:

“La fase de apatía y depresión relativa [¡!] que comenzó después de la derrota de 1923, y que permitió al capital alemán consolidar sus posiciones, toca a su fin”.

La “relativa” depresión que comenzó en el otoño de 1923 sólo empieza a pasar en 1928. Estas palabras, publicadas con un retraso de cuatro años, constituyen una condena implacable de la orientación errónea seguida por el V Congreso, y también del sistema de dirección, que no divulga, no pone de relieve los errores cometidos, sino que los oculta, aumentando así la confusión ideológica.

Un proyecto de programa que no contiene un juicio ni sobre los acontecimientos de 1923 ni sobre el error radical cometido por V Congreso, vuelve la espalda a los verdaderos problemas de la estrategia del proletariado durante la época imperialista.

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6.- “La era democrático-pacífica” y el fascismo

La capitulación del Partido Comunista alemán en el otoño de 1923, la desaparición de la terrible amenaza proletaria, debilitó no sólo, necesariamente, la posición del Partido Comunista sino también la del fascismo. Una guerra civil, incluso victoriosa para la burguesía, zapa las condiciones en que se ejerce la explotación capitalista. Ya entonces, es decir, a fines de 1923, nos pronunciamos contra la exageración de las tuerzas del fascismo alemán y de su peligro; habíamos insistido en que e1 fascismo, durante cierto periodo, pasaría a segundo plano, y en que ocuparían el proscenio de la política las organizaciones democráticas y pacifistas: Bloque de las Izquierdas en Francia, Labour Party en Inglaterra. Su reforzamiento, a su vez, ejercería un mpu1so que haría que la socialdemocracia alemana se desarrollase. En lugar de comprender este proceso inevitable y de organizar la lucha en un frente nuevo, la dirección oficial continuó identificando fascismo y socialdemocracia y profetizando su muerte simultánea en el curso de la guerra civil próxima.

La cuestión del fascismo y de la socialdemocracia estaba ligada al problema de las relaciones entre los Estados Unidos y Europa. Sólo la derrota de la revolución alemana en 1923 permitió al capitalismo norteamericano abordar de lleno la realización de sus planes “pacíficos” para reducir a la servidumbre a Europa (por el momento). Bajo estas condiciones, era necesario plantear el problema norteamericano en toda su amplitud. Sin embargo, la dirección del Quinto Congreso dejó simplemente la cuestión de lado. La dirección se basaba únicamente en la situación en el interior de Europa, sin observar que un aplazamiento prolongado de la revolución europea hacía de la ofensiva de Norte América contra Europa el eje de la situación mundial. Esta ofensiva tomaba el carácter de “consolidación” económica, de normalización, de pacificación de Europa y del “saneamiento” de los principios democráticos. El pequeño burgués arruinado e incluso el obrero se decían: si el partido comunista no ha sabido triunfar, acaso la socialdemocracia nos dé, no la victoria (no se espera eso de ella), sino un pedazo de pan, relanzando la industrio gracias al oro norteamericano. Habría sido necesario comprender que la infame ficción del pacifismo norteamericano, recubierto de dólares (después de la derrota de la revolución alemana), debía convertirse y se convertía en el factor político más importante de la vida de Europa. La socialdemocracia alemana creció gracias a ese germen, y también a causa de él, en gran parte, progresaron los radicales franceses y el Labour Party.

Para plantarle cara a ese nuevo frente enemigo hubiera sido necesario demostrar que la Europa burguesa no podía subsistir más que como vasallo financiero de los Estados Unidos; que el pacifismo de este país equivalía a la aspiración de imponer a Europa un racionamiento de hambre. Pero en lugar de tener en cuenta precisamente esta perspectiva para luchar contra la socialdemocracia con su nuevo culto del norteamericanismo, la dirección de la International comunista se orientó en el sentido opuesto: se nos atribuyó una mezquina e imbécil teoría sobre el imperialismo normalizado, sin guerras ni revoluciones, basado en el racionamiento norteamericano.

Incluso en la misma reunión de febrero del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que cuatro meses antes del Congreso, ponía al orden del día del Partido Comunista alemán la insurrección “en toda su urgente concreción”, el Presidium apreciaba de la manera siguiente la situación en Francia, que justamente entonces, veía aproximarse las elecciones parlamentarias de “izquierda”:

“Esta animación (la que precedía a las elecciones) afecta también a los partidos más mezquinos e insignificantes, así como a las organizaciones políticas muertas. El partido socialista, bajo los rayos solares de las elecciones que se aproximan, se reanima y se despereza…” (Pravda, 7 de febrero de 1924).

Mientras que en Francia avanzaba manifiestamente una ola de izquierdismo pacifista pequeñoburgués que se apoderaba también de vastos círculos obreros, debilitando simultáneamente al partido del proletariado y a los destacamentos fascistas del capitalismo, mientras que, en una palabra, se aproximaba la victoria del “Bloque de las Izquierdas”, la dirección de la Internacional Comunista partía de una perspectiva directamente opuesta. Negaba totalmente la posibilidad de una fase de pacifismo; en vísperas de las elecciones de 1924, hablaba del partido socialista francés, es decir, del defensor del ala izquierda del pacifismo pequeñoburgués, como de un agrupamiento “ya muerto”. Protestamos, en una carta especial dirigida a la delegación del partido comunista de la URSS., contra un juicio sobre el partido socialpatriota formulado tan a la ligera. ¡Fue en vano! La dirección de la Internacional comunista consideraba obstinadamente que cerrar los ojos para no ver los hechos era dar prueba de “izquierdismo”. De ahí nació la polémica sobre el pacifismo democrático, polémica desfigurada, sacada fuera de quicio, como todas las desarrolladas en el curso de los últimos años, y que por eso introdujeron tanta perturbación en la conciencia de los partidos de la Internacional Comunista. Se nos acusó a los representantes de la Oposición de tener prejuicios reformistas, simplemente porque no compartíamos los de la dirección de la Internacional Comunista y porque habíamos previsto a tiempo que la derrota sufrida, sin haber afrontado la batalla, por el proletariado alemán haría, inevitablemente, entrar en escena (después de que las tendencias fascistas se hubiesen intensificado durante un espacio breve de tiempo) a los partidos pequeñoburgueses y reforzaría a la socialdemocracia.

Ya hemos señalado más arriba que en la conferencia del Socorro Rojo Internacional, tres o cuatro meses antes de la victoria de Labour Party en Inglaterra y del Bloc des Gauches en Francia, Zinoviev, polemizando visiblemente conmigo, declaró:

“En casi toda Europa la situación es tal que no hay que esperar ni siquiera un breve intervalo de pacifismo, ni siquiera una apariencia de pacificación… Europa entra en una fase de acontecimientos decisivos… Alemania se dirige, al parecer, hacia la guerra civil”. (Pravda, 2 de febrero de 1924).

Zinoviev ha olvidado, al parecer, que ya en el IV Congreso, en 1922, yo había logrado, a pesar de su resistencia obstinada y de la de Bujarin, que la comisión introdujese una enmienda (bastante atenuada, por cierto) en la resolución del Congreso, en la que se hablaba de la próxima instauración de una era “pacifista y democrática” que constituiría una etapa probable en el camino de la decadencia política del estado burgués y sería una especie de antecámara de la dominación del comunismo o... de la del fascismo.

En el V Congreso, que se reunió después de que hubieran surgido los gobiernos de “izquierda” en Inglaterra y Francia, Zinoviev se acordó oportunamente de mi enmienda y leyó en voz alta:

“La situación internacional política en el momento presente se caracteriza por el fascismo, el estado de sitio y el terror blanco contra el proletariado. Pero esto no excluye la posibilidad de que en un porvenir muy próximo, en los países más importantes una “era democrática y pacífica” sustituya a la reacción burguesa abierta”.

Zinoviev agregó, con satisfacción, a esta cita:

“Esto fue dicho en 1922. Así, pues, hace ya año y medio que la Internacional Comunista predijo claramente la era democrático-pacífica”. (Pravda, 22 de junio de 1924).

La verdad es la verdad. La previsión, que se me reprochó durante largo tiempo como una desviación “pacifista” (que sería mi desviación y no la del desarrollo de los acontecimientos) llegó a su punto en el V Congreso, en plena luna de miel de los ministerios Mac-Donald y Herriot. Desgraciadamente ocurre igual en lo tocante a las previsiones.

Es preciso agregar que Zinoviev y la mayoría del Quinto Congreso se han tomado demasiado al pie de la letra la antigua perspectiva de la “era pacífica y democrática” como etapa de desagregación del capitalismo. Zinoviev afirmó en el V Congreso: “La era democrático-pacífica es un síntoma de la desagregación del capitalismo” Y lo dijo de nuevo en el discurso de clausura:

“Repito que precisamente la era democrático-pacífica es un síntoma de la desagregación capitalista y de su crisis incurable”. (Pravda, 1 de julio de 1924).

Esto habría sido verdad si no se hubiese producido la crisis del Ruhr, si la evolución se hubiese efectuado más regularmente, sin ese “salto” de la Historia. Esto hubiese sido doble y triplemente verdad si el proletariado alemán hubiese triunfado en 1923. En ese caso, el régimen de Mac Donald y de Herriot, sólo hubiese tenido la significación del “kerenskysmo” inglés y francés. Pero la crisis del Ruhr se desencadenó planteando claramente la cuestión de quién seria el dueño de la casa. El proletariado alemán no obtuvo la victoria, sino una derrota decisiva, y en una forma que tenia que alentar y reforzar en un alto grado a la burguesía alemana. La fe en la revolución resultó resquebrajada en toda Europa para varios años. Bajo estas condiciones, los gobiernos Mac Donald y Herriot no tenían, ni mucho menos, la significación del kerenskysmo, ni, en general, reflejaban la descomposición de la burguesía, sino que podían ser y han sido simplemente los precursores efímeros de gobiernos burgueses más serios, más sólidos, más seguros de sí mismos. El V Congreso no lo comprendió: en efecto, no habiendo estimado en su justo valor las proporciones de la catástrofe alemana, habiendo reducido ésta a la simple cuestión de la comedia en el Landtag de Sajonia, no se dio cuenta de que el proletariado de Europa, en todo el frente, estaba ya en retirada política; que la misión que le incumbía no era la insurrección, sino una orientación nueva, batallas de retaguardia, la consolidación de las posiciones del partido desde el punto de vista de la organización, sobretodo en los sindicatos.

En relación con estos problemas se desarrolló una polémica sobre el fascismo, no menos desfigurada y sacada de quicio que la anterior. La Oposición explicaba que la burguesía sólo aumenta su apoyo al fascismo en el momento en que un peligro revolucionario inmediato amenaza las bases de su régimen, cuando los órganos normales del estado burgués son ya insuficientes. En este sentido, el fascismo activo corresponde a un ensaño de guerra civil de la sociedad capitalista contra el proletariado insurrecto. Por el contrario, la burguesía se ve obligada a aumentar su apoyo de izquierda, a la socialdemocracia, sobretodo en dos momentos: en los tiempos que preceden a la guerra civil a fin de engañar, apaciguar y desagregar al proletariado o bien tras una serie de derrotas de las más amplias masas del pueblo, cuando para restablecer el régimen normal se ve forzada a movilizarlas en la vía parlamentaria, y con ellas a los obreros que han perdido la confianza en la revolución. Para contradecir este análisis teórico indiscutible, que ha verificado todo el desarrollo de la lucha, la dirección de la Internacional Comunista lanza una afirmación absurda y simplista sobre la identidad de la socialdemocracia y del fascismo. Partiendo del incontestable hecho que la socialdemocracia está tan ligada como el fascismo a las bases fundamentales de la sociedad burguesa y que siempre está dispuesta, en el momento de peligro, ha avanzara sus Noske, la dirección de la Internacional Comunista borra de un golpe toda diferencia política entre socialdemocracia y fascismo, borrando al mismo tiempo la distinción entre el periodo de guerra civil abierta y el de “normalización” de la lucha de clases. En un palabra, se le da la vuelta, se mezcla y confunde todo para conservar la apariencia de una orientación hacia el desarrollo inmediato de la guerra civil, como si nada de especial no hubiese pasado, en el otoño de 1923, en Alemania y en Europa: ¡simplemente un episodio!

Para mostrar la dirección y el nivel de esta polémica debe citarse el artículo de Stalin “A propósito de la situación internacional”.

“Algunos piensan [decía Stalin polemizando contra mi] que la burguesía ha llegado al “pacifismo” y a la “democracia” no por necesidad sino por su propia voluntad, como resultado de su libre decisión”

Dos conclusiones políticas de importancia seguían a esta tesis fundamental, de orden histórico y filosófico (sobre la que es inútil insistir):

“Primero, es falso que el fascismo sólo sea una organización de combate de la burguesía. El fascismo no sólo es una categoría (¿?) militar y técnica.”

No se puede comprender porqué una organización de combate de la sociedad burguesa debe ser considerada como una “categoría” técnica y no política. Pero entonces ¿qué es, pues, el fascismo? A ello se responde indirectamente con estas palabras:

“La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo”.

Se pueda decir que la socialdemocracia es el ala izquierda de la sociedad burguesa; esta definición es absolutamente justa, a condición, sin embargo, de no comprenderla de un manera demasiado simplista; no hay que olvidar que la socialdemocracia continúa aún arrastrando a millones de obreros y que se ve, pues, obligada a tener en cuenta, en ciertos límites, no sólo la voluntad de su patrono burgués, sino también los intereses de su mandato proletario que estafa. Pero seria absurdo definir la socialdemocracia como “ala moderada del fascismo”. ¿Dónde está en todo esto la sociedad burguesa? Para orientarse, incluso de la manera más elemental, en política no hay que reunir todo en un solo montón, sino distinguir que la socialdemocracia y el fascismo constituyen los dos polos del frente burgués, unidos en el momento del peligro, pero polos no obstante. ¿Hay que insistir en esto después de las elecciones do mayo de 1928, caracterizadas a la vez por la decadencia de1 fascismo y el crecimiento de la socialdemocracia, (a la que, dicho sea de paso, el partido comunista proponía esta vez aún formar el frente único de la clase obrera)?:

“Segundo [dice el artículo], es falso que hayan pasado ya las batallas decisivas, que el proletariado haya sido vencido en ellas y que, por consiguiente, la burguesía se haya consolidado. No ha habido aún combates decisivos, porque ni siquiera ha habido verdaderos partidos bolcheviques de masas”.

La burguesía no ha podido, pues, consolidarse porque no se han producido batallas; y no se han entablado batallas “aunque sólo sea” porque no había partido bolchevique. Así, pues, lo que impide a la burguesía reforzarse... es la ausencia de partidos bolcheviques En realidad, es precisamente porque no había, más bien que partido, dirección bolchevique por lo que la burguesía ha podido consolidar sus posiciones. La capitulación ante el enemigo sin combatir, de un ejército que se encuentra en una situación critica, reemplaza perfectamente a una “batalla decisiva’, tanto en la política corno en la guerra. Ya en 1850, Engels enseñaba que un partido que deja escapar una situación revolucionaria desaparece durante mucho tiempo de la escena. Pero ¿quién ignora, pues, que Engels, que vivió “antes del imperialismo”, ha caducado ya? Es lo que, a buen seguro, Stalin escribe:

“Es imposible, bajo el imperialismo, sostener combates por el poder si no existen tales partidos (bolcheviques).”

Hay que creer, pues, que esas batallas eran posibles en la época de Engels, cuando la ley del desarrollo desigual no habla sido descubierta todavía.

Todo este encadenamiento de disertaciones está coronado, como conviene, con un pronóstico político:

“En fin, es falso también… que por el “pacifismo’ se deba obtener una consolidación del poder de la burguesía, un aplazamiento de la revolución por un tiempo indeterminado”.

Sin embargo, la revolución se ha aplazado, no según los pronósticos de Stalin, sino según los de Engels. Un año más tarde, cuando incluso los ciegos vieron claramente que la posición de la burguesía era más fuerte y que la revolución había retrocedido por un tiempo indeterminado, Stalin se puso a acusarnos de... no admitir la estabilización. Esta acusación se hizo particularmente insistente durante el periodo en que la “estabilización” comenzaba ya a vacilar, cuando en Inglaterra y en China. Hay que remarcar que la definición del fascismo y de sus relaciones con la socialdemocracia tal y como se hace en el proyecto (capítulo II), a pesar de los equívocos que voluntariamente se han tolerado para conservar un lazo con el pasado, es más razonable y justa que el esquema estalinista citado más arriba, que en el fondo era el del V Congreso. Pero este ligero progreso no resuelve la cuestión. Un programa de la Internacional Comunista no puede, tras la experiencia de la última década, caracterizar la situación revolucionaria, mostrar como se forma y desaparece, sin señalar los errores clásicos cometidos en el análisis de esta situación, sin explicar como el maquinista debe conducir en las curvas, sin inculcar a los partidos esta verdad: que hay momentos en los que la victoria de la revolución depende de dos o tres días de lucha.

7.- Política ultraizquierdista y levadura de derecha

Después del periodo de flujo violento vino, en 1923, el largo reflujo, que en el lenguaje estratégico significaba: retirada en orden, batallas de retaguardia, atrincheramiento en las organizaciones de masas, revista de las tropas, bruñido y afilado de las armas políticas y teóricas. Se calificó esta actitud de espíritu de liquidación. En el curso de los últimos años se cometieron con esta noción, como con otras del vocabulario bolchevique, groseros abusos; no se enseñaba ni se educaba; se creaba la confusión y se inducía a la gente a error. El espíritu de liquidación es renunciar a la revolución, es tender a sustituir sus caminos y métodos por los del reformismo. La política leninista no tiene nada en común con este espíritu, pero tiene menos que ver con la manera de obrar que consiste en olvidar las modificaciones en la situación objetiva, en mantener verbalmente la orientación hacia la insurrección cuando la situación revolucionaria ha vuelto ya la espalda, cuando es preciso de nuevo tomar el camino del trabajo entre las masas, largo, tenaz, sistemático, minucioso, para preparar el partido para una nueva revolución.

El hombre tiene necesidad de un género de movimiento cuando sube una escalera, y de otro cuando la desciende. La posición más peligrosa es la del hombre que, después de haber apagado su vela, prepara sus pies para subir, cuando ante él los escalones descienden. Las caídas, los chichones; las luxaciones son entonces inevitables. La dirección de la Internacional Comunista ha hecho todo lo posible en 1924 por impedir la crítica de la experiencia del octubre alemán, y, en general, toda critica. Y ha repetido obstinadamente: los obreros van directamente a la revolución; la escalera va hacia arriba. No tiene, pues, nada de sorprendente que las normas del V Congreso, aplicadas en presencia de un reflujo revolucionario, hayan conducido a crueles derrotas y luxaciones políticas.

El número 5-6 del Boletín de Información de la Oposición alemana del 1 de marzo de 1927, decía:

“El error mas grande que la izquierda en el Congreso (el de Francfort, en la primavera de 1924, en el que la dirección pasó a la Izquierda) consistió en no haber dicho al partido de una manera suficientemente vigorosa la gravedad de la derrota de 1923, en no haber extraído las conclusiones necesarias, en no haber explicado al partido con sangre fría y sin adornos las tendencias de la estabilización relativa del capital, y, por consiguiente, en no haber presentado ni el programa ni las consignas a seguir en el periodo inmediatamente posterior; existía la posibilidad de hacerlo, a costa de estigmatizar brutalmente, con perfecta razón, las tesis del programa”. (Subrayado por mí).

Estas líneas nos mostraron entonces que una parte de la Izquierda alemana, que había participado durante el Quinto Congreso en la lucha contra nuestro supuesto “espíritu de liquidación”, había comprendido seriamente las enseñanzas de 1923-1924. Esto es lo que hizo posible más tarde una aproximación sobre una base de principios.

El verdadero año del cambio de la situación fue 1924. Sin embargo, sólo año y medio más tarde se admitió que esta variación brusca (“estabilización”) se había producido. No hay, pues, por qué extrañarse de que 1924-1925 fueran años de errores de izquierda y de experiencias putchistas. La aventura terrorista búlgara, así como la trágica insurrección de diciembre de 1924 en Estonia, fueron estallidos de desesperación correspondientes a una falsa orientación. El hecho de que esas tentativas de violentar el proceso histórico siguiendo la ruta del putchismo no fueran pasadas por la criba de la crítica, causó una recaída de este mal en Cantón, a fines de 1927. Ni siquiera los pequeños errores quedan impunes en política, y mucho menos los grandes; pero la mayor falta es disimular los errores cometidos, contrarrestar de una manera mecánica su crítica e impedir que se formule sobre ellos un juicio marxista ponderado.

No escribimos la historia de la Internacional Comunista en el curso de estos cinco años. No hacemos más que ilustrar con hechos, con ocasión de las etapas fundamentales de este periodo, las dos líneas estratégicas; señalamos, así, al mismo tiempo, la falta de vitalidad del proyecto de programa para el cual no existen todas estas cuestiones. No podemos, pues, describir aquí, ni siquiera limitándonos a sus rasgos esenciales, las contradicciones sin salida en que se debatieron los partidos de la Internacional Comunista, cogidos entre las directivas del V Congreso, de una parte, y la realidad política, de otra. Ciertamente, no se salió de esta contradicción en todas partes por medio de convulsiones tan funestas como las de Bulgaria en 1923 de Estonia en 1924. Pero en todas partes los partidos se sentían atados, no podían responder a las aspiraciones de las masas, andaban con los ojos vendados, perdían el paso. En la agitación y la propaganda del partido, propiamente dichas; en la actividad sindica1, en la tribuna parlamentaria, en todas partes los comunistas arrastraban como una cadena la falsa posición del V Congreso. Todos los partidos, unos más, otros menos, eran víctimas del falso punto de partida, perseguían fantasmas, se desentendían de la realidad, transformaban las fórmulas revolucionarias en frases altisonantes, se comprometían ante las masas y perdían pie. Para colmo de desgracias, le era imposible, entonces como ahora, a la prensa de la Internacional Comunista agrupar y publicar hechos y cifras concernientes a la actividad de los partidos comunistas en el curso de los últimos años. Después de las derrotas, los errores y los fracasos, la dirección de los epígonos, prefirió batirse en retirada y repartir palos de ciego.

Como los hechos reales le inflingían siempre cada vez más crueles desmentidos, la dirección debía poner en primera fila cada vez más los hechos imaginarios. Perdiendo pie cada vez mas, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista se veía obligado a descubrir fuerzas y hechos revolucionarios donde ni siquiera había traza de ellos, y agarrarse a cuerdas podridas para mantenerse en equilibrio.

Como se producían en el proletariado manifiestos desplazamientos hacia la derecha, la Internacional Comunista entró en una fase de idealización de los campesinos, exagerando, sin criticarlos, todos los síntomas de “ruptura” entre ellos y la sociedad burguesa, coloreando vivamente toda clase de organizaciones campesinas efímeras y adulando francamente a los “demagogos campesinos”.

Se sustituía cada vez más la tarea de la vanguardia proletaria, que es luchar amplia y tenazmente contra la burguesía y la demagogia seudocampesina para influir en la parte más desheredada de las aldeas, con la esperanza de que los campesinos desempeñarían un papel revolucionario directo e independiente nacional y internacionalmente.

Durante 1924, es decir, durante el año fundamental de la “estabilización”, la prensa comunista insertó datos completamente fantásticos sobre la fuerza de la Internacional Campesina, que acababa de organizarse. Su representante, Dombal, decía en su informe que, seis meses después de su creación, esta organización agrupaba ya a varios millones de miembros.

Entonces surgió el escandaloso asunto Raditch, el jefe del partido “campesino” croata, que para aumentar sus posibilidades de ser ministro en la Belgrado blanca, hizo pasar su ruta, que venia de la verde Zagreb, por la roja Moscú. El 9 de julio de 1924, Zinoviev cuenta su nueva “victoria” en un informe sobre el balance del V Congreso, presentado a los militantes activos de Leningrado:

“Actualmente se producen desplazamientos importantes en el campesinado. Probablemente todos habéis oído hablar del partido campesino croata de Raditch. Este está actualmente en Moscú. Un verdadero jefe popular... Los campesinos pobres y medios de Croacia le siguen unánimemente... Ahora, Raditch ha decidido adherirse, en nombre de su partido, a la Internacional Campesina. Consideramos este acontecimiento como capital. La fundación de la Internacional campesina es un hecho de gran importancia. Algunos camaradas no querían creer que se convertiría en una gran organización... Ahora acude a nosotros una gran masa auxiliar: el campesinado...” (Pravda, 22 de julio de 1924).

Y así sucesivamente y del mismo estilo.

En el otro lado del Océano había, para hacer juego con Raditch, el “verdadero jefe popular”, el jefe La Follette. A fin de hacer avanzar más rápidamente a la “masa auxiliar” de los campesinos norteamericanos, Pepper, el delegado de la Internacional Comunista, empujó al partido comunita norteamericano, débil y joven, a una aventura absurda y vergonzosa, creando en torno a La Follette el Workers and Farmers Party, para derribar mas rápidamente al capitalismo norteamericano.

La buena nueva de la proximidad de una revolución, que se apoyaría en los campesinos en los Estados Unidos inspiraba en esta época todos los discursos y artículos de los líderes oficiales del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Kolarov decía en su informe, en una sesión del V Congreso:

“En los Estados Unidos, los pequeños granjeros han formado un partido de granjeros y campesinos que se radicaliza cada vez más, que se acerca a los comunistas y que se embebe de la idea de la creación en los Estados Unidos de un gobierno obrero y campesino.” (Pravda, 6 de julio de 1924.)

¡Ni más ni menos!

Un militante de la organización de La Follette, Green, de Nebraska, vino al Congreso campesino de Moscú y también se adhirió a algo; después, como es natural, en la conferencia de Saint-Paul ayudó a derrotar al partido comunista cuando éste intentó débilmente comenzar a poner en práctica las grandiosas intenciones de Pepper, consejero del conde Karoly, ultraizquierdista del III Congreso, reformador del marxismo, uno de los que asesinaron la revolución húngara.

El 29 de agosto de 1924, Pravda se lamentaba:

“En su conjunto, el proletariado norteamericano todavía no ha llegado a comprender la necesidad de un partido ni siquiera de un partido tan colaboracionista como el Labour Party inglés”.

Sin embargo, casi un mes y medio antes, Zinoviev declaró en su informe a los militantes activos de Leningrado:

“Varios millones de campesinos, de buen o mal grado (¡!), se ven directamente empujados por la crisis agraria hacia la clase obrera”. (Pravda, 22 de julio de 1924.)

¡Y directamente hacia el gobierno obrero y campesino! (añadía Koralov). La prensa repetía que se crearía pronto en los Estados Unidos un Workers and Farmers Party que no seria puramente proletario, pero que seria no obstante de clase “para derribar al capital”. Lo que significa un carácter no puramente proletario no hay un solo astrólogo, ni de este ni del otro lado del Océano que pueda explicarlo. Eso no era, a fin de cuentas, más que la edición pepperizada de la idea de los “partidos, obreros y campesinos bipartidos’, de los que hablaremos más en detalle a propósito de las enseñanzas de la revolución china. Aquí bastará señalar que la idea reaccionaria de partidos no proletarios, pero no obstante de clase, se ha desarrollado enteramente basándose en la política llamada de “izquierda” de 1924, que, para ocultar sus derrotas, se agarraba a Raditch, La Follette y a las cifras hinchadas de la Internacional Campesina.

“Actualmente asistimos [declara Miliutin, académico de los lugares comunes] a un acontecimiento sumamente significativo e importante: la autonomía de la masas campesinas que se separan de la burguesía, la intervención de los campesinos contra el capitalismo y el reforzamiento cada vez mayor del frente único de los campesinos y de la clase obrera que luchan en los países capitalistas contra el sistema social”. (Pravda, 27 de julio de 1924.)

Durante todo el año 1924, la prensa de la Internacional Comunista no se cansa de hablar de la “radicalización” general “de las masas campesinas”. ¡Como si de esta radicalización de los campesinos pudiese esperarse un resultado valido en un periodo en el que, manifiestamente, los obreros van hacia la derecha, en que la socialdemocracia se refuerza y se consolidaba la burguesía!

Volvemos a encontrar el mismo error de visión política a fines de 1927 y a principios de 1928 en lo que concierne a China. Mucho tiempo después de toda grande y profunda crisis revolucionaria en que el proletariado sufre una derrota que decide su suerte para un largo periodo, continúan los sobresaltos de indignación de las masas atrasadas, semiproletarias, de las ciudades y del campo, como se forman ondas circulares después de que una roca ha caído sobre el agua. Y la dirección concede a esas ondas un valor propio, interpretándolas, contrariamente a los procesos en curso en la clase obrera, como signos de que la revolución se aproxima, sabedlo bien, eso es un síntoma que indica sin ninguna duda que la dirección va en busca de aventuras corno las de 1924 en Bulgaria y Estonia o 1927 en Cantón.

Durante este mismo período de ultraizquierdismo se obligó al partido comunista chino a entrar por algunos años en el Kuomintang, que el Quinto Congreso proclamó “partido simpatizante”. (Pravda, 25 de junio de 1924), sin intentar seriamente definir su carácter de clase. A medida que pasa e1 tiempo se desarrolla la idealización de la “burguesía nacional revolucionaria”. Así es como el falso curso de izquierda en Oriente también, cerrando los ojos y ardiendo de impaciencia, echa los cimientos del oportunismo que le sucederá. Para codificarlo se recurrió a Martynov; era para el proletariado chino como un consejero tanto más seguro cuanto que durante las tres revoluciones rusas trotó detrás de la pequeña burguesía.

Buscando aplazar artificialmente los plazos, la dirección no solamente se aferró a Raditch, La Follette, a los millones de campesinos de Dombal e incluso a Pepper, sino que estableció una perspectiva radicalmente falsa para Inglaterra. La debilidad del partido comunista inglés hizo surgir la necesidad de substituirlo lo antes posible por algún factor más impresionante. Entonces apareció una apreciación falsa de las tendencias del tradeunionismo inglés. Zinoviev dio a entender que esperaba que la revolución vendría, no a través del estrecho pórtico del partido comunista inglés, sino pasando por la ancha barrera de las tradeunions. Se sustituyó la lucha del partido comunista por conquistar a las masas organizadas en las tradeunions, por la esperanza de utilizar lo antes posible el aparato de estas organizaciones con fines revolucionarios. Gracias a esta manera de abordar el problema se desarrolló después la política del comité angloruso, que asestó un rudo golpe tanto a la Unión Soviética como a la clase obrera inglesa; golpe superado sólo por la derrota sufrida en China.

Las Lecciones de octubre, escritas en el verano de l924, refutan de la manera siguiente la idea de recurrir a la amistad de Purcell y de Cook para recorrer más rápidamente el camino que conduce a la revolución:

“No puede triunfar la revolución proletaria sin el partido, al encuentro del partido o por un sucedáneo del partido. Tal es la principal enseñanza de los diez años últimos.

Los sindicatos ingleses pueden, en verdad, tornarse una palanca poderosa de la revolución proletaria y reemplazar a los mismos soviets, obreros, por ejemplo, en ciertas condiciones y durante cierto período. Pero no lo conseguirán sin el apoyo del partido comunista, ni mucho menos contra él, imposibilitados de desempeñar esta misión hasta que en su seno la influencia comunista prepondere. Harto cara, para no retenerla íntegramente, hemos pagado tamaña lección acerca del papel y la importancia del partido en la revolución proletaria.” (La revolución de Octubre, Editorial Fontamara, Barcelona, 1977, página 187)

En el libro ¿Adónde va Inglaterra? planteamos el mismo problema de una manera más extensa. Desde la primera hasta la última página, todo el libro está consagrado a demostrar que la revolución inglesa tampoco puede pasar más que por la puerta comunista; pero practicando una política justa, valiente, desprovista de toda ilusión, el Partido Comunista inglés puede crecer y madurar a saltos y elevarse en algunos años al nivel de las tareas que le incumben.

Las ilusiones izquierdistas de 1924 se han desarrollado gracias a una concepción de derechas. Para disimular a los otros y disimularse a sí mismo la importancia de los errores y derrotas de 1923, fue necesario negar que el proletariado se orientara hacia la derecha y exagerar de una manera optimista los procesos revolucionarios que se producían en otras clases. Así comenzó el deslizamiento que condujo de la línea política proletaria a la del centrismo, es decir, a la de la pequeña burguesía, línea política a la que, más tarde, dado el reforzamiento de la estabilización, debía molestar su concha ultraizquierdista hasta acabar por manifestarse como groseramente colaboracionista en la URRS, en China, en Inglaterra, en Alemania y en todas partes.

8.- Período de escoramiento hacia el centro-derecha

La política de los partidos comunistas más importantes, establecida según la orientación decidida en el V Congreso, demostró pronto su completa ineficacia. Los errores del seudo-“izquierdismo”, que retrasaron el desarrollo de los partidos comunistas, determinaron después un nuevo zigzag empírico, a saber, un deslizamiento acelerado hacia la derecha. Los Comités Centrales de “izquierda” de numerosos partidos fueron destronados tan abusivamente como se les había instalado antes del V Congreso. El izquierdismo de los aventureros cedía el puesto a un oportunismo declarado de tipo centro derecha. Para comprender el carácter y el ritmo del cambio hacia la derecha es preciso recordar que, en septiembre de 1924, Stalin, que dirigía el cambio repentino, juzgaba que el paso de la dirección de los partidos a manos de Maslov, Ruth Fischer, Treint, Suzanne Girault, etc., era la expresión de la bolchevización de los partidos y respondía a las reivindicaciones de los obreros bolcheviques que van hacia la revolución y “quieren tener jefes revolucionarios”.

“El último semestre transcurrido [escribía Stalin] es notable porque en él se ha producido una modificación radical en los partidos comunistas de Occidente: se liquidan resueltamente las supervivencias socialdemócratas, se bolchevizan los cuadros del partido, se aísla a los elementos oportunistas”. (Pravda, 20 de septiembre de 1924.)

Aproximadamente diez meses después, los “bolcheviques” auténticos, a los “jefes revo1ucionarios” eran tildados de socialdemócratas y de renegados y se les eliminaba de la dirección y echaba del partido.

A pesar de que estuviera inspirado por el pánico el cambio de los dirigentes y de que, para efectuarlo, la burocracia recurriera frecuentemente a medidas mecánicas, groseras y desleales, es imposible trazar una línea precisa de demarcación rigurosa en las ideas entre la fase de la política ultraizquierdista y e1 periodo de orientación oportunista que la siguió.

Sobre los problemas de la industria y de los campesinos en la URSS, de la burguesía nacional, de los partidos “campesinos” en los países capitalistas, del socialismo en un solo país, del papel del partido en la revolución proletaria, las tendencias revisionistas estaban en pleno desarrollo en l924-1925, disimulándose tras el estandarte de la lucha contra el ‘trotskysmo”, y se expresaron en las resoluciones oportunistas de la conferencia del partido comunista (bolchevique) de la URSS de abril de 1925.

Considerada en su conjunto, la orientación a derecha fue una tentativa de adaptación medio ciega, puramente empírica, al retraso de la revolución a causa de la derrota de 1923. Bujarin abordaba la cuestión de una manera primitiva, considerando el desenvolvimiento “permanente” de la revolución en el sentido más directo y mecánico de esta palabra. Bujarin no admitía ni ‘pausa”, ni interrupción ni retirada; consideraba como un deber revolucionario proseguir “la ofensiva bajo no importa qué condiciones”. El artículo de Stalin (De la situación internacional) citado más arriba, que es, en cierto modo, un programa (se puede decir que fue la primera intervención general de Stalin en los problemas internacionales), demuestra que también el segundo autor del proyecto, en el curso del primer periodo de lucha contra el “trotskysmo”, se esforzó por admitir la concepción mecánica de la “izquierda”, para la cual, invariablemente, sólo existía “descomposición” de la socialdemocracia, “radicalización” de los obreros, “crecimiento” de los partidos comunistas, revolución “próxima”. En cuanto a aquel que mira en torno suyo y hace distinciones, es un “liquidador”.

Después de la ruptura que se produjo en la situación europea en 1923, esta “tendencia” necesitó un año y medio para experimentar una sensación nueva y, en pleno pánico, transformase radicalmente. Carente de toda comprensión sintética de nuestra época y de las tendencias que contiene, la dirección (Stalin) se orientaba a tientas, o completando sus conclusiones fragmentarias con esquemas escolásticos que renovaba cada vez (Bujarin). En conjunto, la línea de conducta política constituye, por esta razón, un encadenamiento de zigzags. La línea ideológica es un calidoscopio de esquemas encaminados a llevar al absurdo cada segmento de los zigzags estalinistas.

El VI Congreso obraría juiciosamente si encargase a una comisión especial la misión de reunir todas las teorías expuestas por Bujarin para edificar sobre ellas su argumentación, en cada etapa, por ejemplo, del comité angloruso; seria necesario disponerlas cronológica, sistemáticamente, para tratar de trazar el diagrama febril del pensamiento que contienen. Seria uno de los diagramas estratégicos más fecundos en enseñanzas. Otro tanto podría hacerse en lo que concierne a la revolución china, al desarrollo económico de la URSS y a todas las otras cuestiones de menor importancia. Un empirismo ciego multiplicado por la escolástica, tal es la orientación que aún no ha sido despiadadamente condenada.

Este empirismo se ha manifestado de la manera más fatal en los tres problemas capitales: la política interior de la URSS, la revolución china y el comité angloruso, y con menor violencia, con consecuencias inmediatas menos funestas en general en todas las cuestiones de la política de la Internacional Comunista.

En lo que concierne a los problemas interiores de la URSS, se ha juzgado la política de orientación a derecha de una manera completa en la Plataforma de los bolcheviques leninistas (Oposición): nos vemos obligados aquí a limitarnos a referirnos a ella. Esta Plataforma recibe actualmente una confirmación inesperada: todas las tentativas de la dirección actual del Partido Comunista de la URSS (bolchevique) de escapar a las consecuencias de la política de 1923-1928 se basan en argumentos extraídos casi textualmente de la Plataforma, cuyos autores y partidarios están dispersados por las prisiones y los lugares de destierro. El hecho de que los dirigentes actuales recurran a la Plataforma por fragmentos, sin ningún espíritu de continuidad en su actos, hace sumamente inestable e incierta la nueva orientación a izquierda; pero, al mismo tiempo, confirma sobradamente que la Plataforma en su conjunto expresa la política de Lenin.

En cuanto a la cuestión china, nos vemos obligados a someterla a un análisis más minucioso en un capítulo especial (el tercero), dada la importancia del problema para la Internacional Comunista y porque la Plataforma la ha presentado de una manera extremadamente insuficiente, incompleta y a veces incluso totalmente inexacta, por culpa de Zinoviev.

En lo que concierne al comité angloruso, tercera etapa por orden de importancia, de la experiencia estratégica de la Internacional Comunista en el curso de los últimos años, después de todo lo que ha dicho la Oposición en una serie de artículos, discursos y tesis, no nos queda más que establecer aquí un breve balance.

El punto de partida del comité angloruso fue, como hemos visto ya, una aspiración impaciente a saltar por encima del joven partido comunista inglés, que se desarrollaba demasiado lentamente. Esto daba a la experiencia, ya antes de la huelga general, un carácter erróneo.

El Comité angloruso, no era considerado como una coalición temporal, entre esferas superiores, que debería ser rota y lo sería de una manera demostrativa a la primera prueba seria, a fin de comprometer al Consejo general; no, se le consideraba, y no solamente por Stalin, Bujarin, Tomsky,
etc., sino también por Zinoviev, como un “bloque amigable” de larga duración, y como un instrumento destinado a “revolucionar” sistemáticamente a las masas obreras inglesas; se veía en ese Comité, si no la puerta, al menos un acceso a la puerta por donde debería entrar la revolución del proletariado inglés. Cada vez más, el Comité angloruso, que era un acuerdo circunstancial, se transformaba en un organismo intangible, colocado por encima de la lucha de clases, como se vio claramente durante la huelga general.

La entrada de las masas, en una fase abiertamente revolucionaria lanzó al campo de la reacción burguesa a los políticos laboristas liberales que habían ido un poco hacia la izquierda. Estos traicionaron consciente y abiertamente la huelga general; después zaparon y traicionaron la huelga general de mineros. El reformismo contiene siempre la posibilidad de una traición. Pero esto no significa que reformismo y traición se identifiquen a cada Instante. Puede haber acuerdos provisionales con los reformistas cuando estos dan un paso adelante. Pero cuando asustados por el desarrollo del movimiento de masas traicionan a éste, mantener la coalición con ellos equivale a tolerar de una manera criminal a los traidores y disimular la traición.

La huelga general tenía como fin ejercer por la fuerza de cinco millones de obreros una presión unificada contra los industriales y el estado; en efecto, la cuestión de la industria carbonífera se convirtió en el problema más importante de la política del estado. Gracias a la traición de los jefes, la huelga fue saboteada desde su primera etapa. Era una gran ilusión creer después de esto que sola, aislada, la huelga económica de los mineros obtendría lo que la huelga general no había logrado. En esto residía la fuerza del Consejo General. Calculando fríamente, llevó a los mineros a la derrota, a continuación de lo cual numerosos obreros debían convencerse de que las indicaciones de Judas del Consejo General eran “justas” y “razonables”.

El mantenimiento de la coalición amistosa con éste y la ayuda prestada al mismo tiempo a la huelga económica, aislada, de los mineros, que se prolongaba indefinidamente, y contra la cual intervenía el Consejo General, parecían haber sido calculados de antemano para permitir a los que constituían la cabeza de las tradeunions salir con las menores pérdidas posibles de las pruebas más penosas.

Desde el punto de vista revolucionario el papel desempeñado por los sindicatos rusos fue muy desventajoso y lamentable. Ni qué decir tiene que era un deber ayudar a la huelga económica, incluso aislada; entre revolucionarios no puede haber dos opiniones diferentes sobre esto. Pero esa ayuda no debía haber tenido solamente un carácter pecuniario; sino también revolucionario y político. La dirección sindical rusa debía haber dicho abiertamente a la federación de mineros y a toda la clase obrera inglesa que la huelga de mineros no tenía probabilidades serias de triunfar más que en él caso de que por su obstinación, su tenacidad, su extensión estuviese en condiciones de abrir el camino a una nueva explosión de huelga general. No se podía llegar a ello más que luchando directa y abiertamente contra el Consejo General, agencia del gobierno y de los patronos del carbón. La lucha por transformar la huelga económica en huelga política habría debido significar que se haría una guerra furiosa en todos los terrenos al Consejo General; el primer paso hacia esta guerra debía ser la ruptura del comité angloruso, que era un obstáculo reaccionario, una cadena atada al pie.

Ningún revolucionario que sopese sus palabras afirmará que marchando en esta dirección la victoria estaba asegurada. Pero para llegar no era posible seguir otro camino. El fracaso que se habría podido sufrir hubiera sido una derrota experimentada en un camino que podía llevar más tarde al triunfo. Una derrota semejante inculca, es decir, refuerza las ideas revolucionarias en la clase obrera. En tanto que sosteniendo sólo pecuniariamente una huelga corporativista, sin salida (corporativista por sus métodos, revolucionaria y política por sus fines), que se prolongaba indefinidamente, no se hacía más que ayudar al Consejo General, que esperaba tranquilamente que la huelga acabase por consunción para demostrar que tenía “razón”. Ni que decir tiene que no era fácil esperar durante varios meses haciendo abiertamente de esquirol. Precisamente para este período profundamente crítico, el Consejo General necesitaba una careta política para presentarse ante las masas: el Comité angloruso. Así, pues, la lucha de clases a muerte entre el capital y el proletariado ingleses, entre el Consejo General y los mineros, parecía transformarse en discusión amistosa entre dos aliados, Consejo General y dirección sindical rusa, sobre el camino mejor por el momento: el del acuerdo o el de la lucha económica aislada. La derrota inevitable de la huelga provocó un acuerdo, es decir, cortó trágicamente la “discusión” amistosa en favor del Conseja General.

Desde el principio hasta el fin, toda la política del Comité angloruso, a causa de la falsa línea de conducta fijada, consistió en ayudar, en sostener, en reforzar al Consejo General. Incluso el hecho de que la huelga fuese alimentada desde el punto de vista pecuniario, durante mucho tiempo, gracias al gran espíritu de sacrificio de los obreros rusos sirvió, no a los mineros, ni al Partido Comunista inglés, sino al Consejo General. A continuación del más gran movimiento revolucionario que Inglaterra haya conocido después del cartismo, el partido comunista inglés apenas ha crecido, en tanto que el Consejo General es más sólido que antes de la huelga general.

Tales son los resultados de esta “maniobra estratégica”, única en su género.

Para justificar la obstinación que se manifestó en mantener la coalición con el Consejo General (se llegó a arrastrase ante él en la vergonzosa conferencia de Berlín en abril de 1927) se recurre, aún y siempre, a la “estabilización”. Si la revolución tarda en llegar, debe uno agarrarse incluso a un Purcell. Este argumento, que le parece extraordinariamente profundo a un funcionario soviético o a un tradeunionista del tipo de Melnitchansky, es en realidad una perfecta muestra de ciego empirismo agravado, además, por la escolástica. ¿Qué significa “estabilización” cuando se aplica esta expresión a la economía y a la política inglesas, sobretodo en 1926-1927? ¿Desarrollo de las fuerzas productivas? ¿Mejora de la situación económica? ¿Esperanzas crecientes en el futuro? ¿Relativo bienestar y calma de las masas obreras? Nada, absolutamente nada. Toda la supuesta estabilización del capitalismo británico se basa en la fuerza conservadora de las viejas organizaciones obreras de todos los matices y tendencias frente a la debilidad e indecisión del Partido Comunista inglés. La revolución está completamente madura, en el dominio económico y social, en Inglaterra. La cuestión se plantea únicamente desde el punto de vista político. Las bases principales de la estabilización son las esferas superiores del Labour Party y de las tradeunions, que en Inglaterra constituyen un todo, pero practican la división del trabajo. Dado el estado, que se manifestó durante la huelga general, en que se encuentran las masas obreras, no son Mac Donald y Thomas quienes ocupan el lugar principal en el mecanismo de la estabilización capitalista, sino Pugh, Purcell, Cook y compañía. Estos obran y Thomas completa su trabajo. Sin Purcell, Thomas pierde todo punto de apoyo, y Baldwin al mismo tiempo que Thomas. El “izquierdismo” falso, diplomático, de mascarada de Purcell, que fraterniza sucesiva y simultáneamente con la gente de iglesia y con los bolcheviques, que está siempre presto, no solamente a batirse en retirada, sino además a traicionar, es el principal freno de la revolución en Inglaterra. La estabilización es el purcellismo. Se ve, pues, qué absurdo teórico, qué ciego oportunismo es recurrir a la “estabilización” para justificar el bloque político constituido con Purcell. Para quebrantar la “estabilización” era necesario, en primer lugar, derrotar al “purcellismo”. Conservar, en estas condiciones, ante las masas obreras, aunque sólo fuese una sombra de solidaridad con el Consejo General era el crimen más grande, la vergüenza más profunda.

Incluso la estrategia más justa está lejos de conducirnos siempre a la victoria. Se comprueba si un proyecto estratégico es justo examinando si sigue la línea del verdadero desarrollo de las fuerzas de clase, si aprecia de una manera realista, los elementos de ese desarrollo. La derrota más penosa, vergonzosa y funesta para un movimiento, derrota típicamente menchevique, es la causada por un falso análisis de las clases, por el menosprecio de los factores revolucionarios, por la idealización de las fuerzas enemigas. Nuestras derrotas en China y en Inglaterra fueron de este tipo.

¿Qué se esperaba del Comité angloruso para la URSS? En julio de 1926, Stalin nos enseñaba lo siguiente en la reunión plenaria del Comité Central y de la Comisión Central de Inspección:

“La tarea de ese bloque (Comité angloruso) es organizar un vasto movimiento de la clase obrera contra nuevas guerras imperialistas y, en general, contra toda intervención en nuestro país, en particular de alguna de las más fuertes potencias imperialistas de Europa., y más especialmente de Inglaterra”.

Enseñándonos a nosotros, miembros de la Oposición, que, naturalmente, no lo ignorábamos, que hay que “tener la preocupación de defender a la primera República obrera del mundo contra la intervención”, (en esto de aquí arriba teníamos, ciertamente necesidad de ser instruidos) Stalin agregaba:

“Si los sindicatos reaccionarios ingleses están prestos a formar con los sindicatos revolucionarios de nuestro país una coalición contra los imperialistas contrarrevolucionarios del suyo, ¿por qué no aprobaríamos ese bloque?”

Si los “sindicatos reaccionarios” fueran capaces de luchar contra sus imperialistas, no serían reaccionarios. Stalin ya no reconoce la línea de demarcación que separa las nociones de reaccionario y revolucionario. Por rutina, califica a los sindicatos de Inglaterra de reaccionarios, pero se hace piadosas ilusiones sobre su “espíritu revolucionario”.

Después de Stalin, el Comité de Moscú de nuestro partido decía a los obreros de esta ciudad:

“El Comité angloruso puede y debe desempeñar, y sin ninguna duda desempeñará, un papel enorme en la lucha contra toda clase de intervenciones dirigidas contra la URSS y se convertirá en el centro de organización de las fuerzas internacionales del proletariado en lucha contra toda clase de tentativas de la burguesía internacional de provocar una nueva guerra”. (Tesis del Comité de Moscú)

¿Qué respondía a esto la Oposición?

“A medida que se agrave la situación internacional, el Comité angloruso se transformará en instrumento del imperialismo británico e internacional”.

En la misma reunión plenaria, Stalin calificó “de paso de1 leninismo al trotskysmo” esta crítica de las esperanzas estalinistas puestas en Purcell, considerado como ángel de la guarda del estado obrero.

“Vorochilov: “Eso es muy cierto”.
Una voz: “Vorochilov ha puesto en ello su sello”.
Trotsky: “Felizmente, todo esto se encontrará en las actas taquigráficas”.

Sí; todo esto está en las actas taquigráficas de la reunión plenaria de julio, donde oportunistas ciegos, groseros y desleales tuvieron la audacia de lanzar contra la Oposición la acusación de “derrotismo”.

Todo este diálogo, que me veo obligado a reproducir de mi artículo “¿Qué se esperaba y qué se ha obtenido?”, ofrece una lección de estrategia que contiene infinitamente más enseñanzas que el artículo para institutos dedicado a la estrategia que figura en el proyecto de programa. La pregunta: ¿Qué se esperaba y qué se ha obtenido? es, en general, el criterio principal en estrategia. Es preciso aplicarlo en el VI Congreso a todos los problemas que estuvieron a la orden del día durante los últimos años. Se verá entonces, de una manera indiscutible, que la estrategia del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, particularmente a partir de 1927, es la de las cantidades imaginarias, de los falsos cálculos, de las ilusiones respecto al enemigo, de la persecución de los militantes más seguros y firmes; es, en una palabra, la estrategia del centrismo podrido.

9.- Sobre el carácter de las maniobras y de la estrategia revolucionaria

A primera vista no se puede comprender por qué el proyecto de programa ignora totalmente el problema de “la maniobra” en la estrategia bolchevique y de la “flexibilidad” de ésta. De toda esta inmensa cuestión, sólo se aborda un único punto: los acuerdos con la burguesía indígena en las colonias.

Sin embargo, el oportunismo, en el curso del último período describiendo zigzags cada vez más acentuados a derecha, se cubrió sobretodo con la bandera de la maniobra estratégica. Se calificó la negativa a aceptar la realización de compromisos desprovistos de principios, y, por eso mismo, perjudiciales desde el punto de vista práctico, de falta de “flexibilidad”. La mayoría proclamó que su principio fundamental era la maniobra. Zinoviev, en 1925, maniobraba con Raditch y La Follette. Stalin y Bujarin maniobraron después con Chang Kai-Chek, con Purcell, con el campesino rico. La burocracia maniobró todo el tiempo con el partido. Zinoviev y Kamenev maniobran ahora con la burocracia.

En la vida cotidiana del burocratismo ha surgido todo un ejército de especialistas de la maniobra, compuesto, sobretodo, por hombres que nunca fueron militantes revolucionarios y que, por eso mismo, se inclinan ahora tanto más ante la revolución que ha conquistado el poder. Borodin maniobra en Cantón; Rafès, en Pekín; D. Petrovsky, en torno a la Mancha; Pepper, en los Estados Unidos, pero hay que hacerlo también en Polinesia; Martynov maniobra a distancia, pero, en cambio, lo hace en todas las partes del mundo. Han surgido camadas enteras de jóvenes académicos de la maniobra, que entienden, sobretodo, por flexibilidad bolchevique la elasticidad de su propio espinazo. La misión de esta escuela estratégica consiste en obtener por la maniobra todo lo que sólo puede dar la fuerza revolucionaria de la lucha obrera. Lo mismo que cada alquimista de la Edad Media, a pesar de los fracasos de los demás, confiaba en fabricar oro, los estrategas actuales de la maniobra, cada uno en su puesto, esperan engañar a la historia.

Es evidente que, de hecho, no son estrategas, sino hombres de combinaciones burocráticas, de todas tallas, salvo la grande. Algunos de ellos, después de haber observado cómo el maestro resuelve las pequeñas cuestiones, se han imaginado que poseen todos los secretos de la estrategia. En el fondo, en esto consiste toda la doctrina de los epígonos. Otros, después de haber recibido, de segunda o tercera mano, los secretos de las combinaciones y de haberse convencido en las pequeñas cosas de que hacen a veces grandes milagros, han estimado que serían tanto más convenientes para los grandes asuntos. En todas partes, todas las tentativas de aplicar el método burocrático de las combinaciones a la solución de las grandes cuestiones, como comparativamente más “económico” que el de la lucha revolucionaria, ha causado inevitablemente vergonzosas quiebras; la doctrina de las combinaciones, en manos de la burocracia del partido y del estado, ha quebrado la columna de los jóvenes partidos y de las jóvenes revoluciones. Chang Kai-Chek, Wan Tin-Wei, Purcell y el campesino rico, todos han salido hasta ahora vencedores de todas las tentativas para reducirlos recurriendo al método de las “maniobras”. Esto no quiere decir, sin embargo, que, en general, toda maniobra sea inadmisible, es decir, incompatible con la estrategia revolucionaria de la clase obrera. Pero es preciso comprender claramente el valor, auxiliar, subordinado de las maniobras, que deben ser utilizadas estrictamente como medio, en relación con los métodos fundamentales de la lucha revolucionaria. Es preciso comprender de una vez, y para siempre, que una maniobra no puede decidir jamás una gran causa. Si las combinaciones parecen resolver alguna cosa ventajosamente en los pequeños asuntos, es siempre en detrimento de las obras importantes. Una maniobra justa no hace más que facilitar la solución permitiendo ganar tiempo o esperar mayores resultados gastando menos fuerzas. No es posible esquivar las dificultades fundamentales gracias a la maniobra.

La contradicción que existe entre el proletariado y la burguesía es una contradicción fundamental. He aquí por qué tratar de atar a la burguesía china recurriendo a las maniobras de cualquier clase que sean y obligarla a someterse a planes previstos en combinaciones, no es proceder a una maniobra, es engañarse a sí mismo de una manera despreciable, aunque la operación sea importante. No se puede engañar a las clases. En la historia, esto es verdad para todas las clases, pero es más particular y directamente cierto para las clases dominantes, poseedoras, explotadoras, instruidas. Su experiencia del mundo es tan grande, sus instintos de clase están tan ejercitados, sus órganos de espionaje son tan variados, que tratando de engañarlas, simulando ser lo que no se es, se llega, en realidad, a hacer caer en la trampa no a los enemigos, sino a los amigos.

 

La contradicción que existe entre la URSS y el mundo capitalista es una contradicción fundamental. No es posible esquivarla recurriendo a maniobras. Se puede, por medio de concesiones al capital, clara y abiertamente enunciadas, explotando las contradicciones existentes entre sus diversas partes, prolongar una pausa, ganar tiempo, y esto solamente en condiciones determinadas y no en cualesquiera circunstancias. Creer que se puede “neutralizar” a la burguesía mundial antes de organizar el socialismo, es decir, que se puede escapar, gracias a algunas maniobras, a las contradicciones fundamentales, es equivocarse groseramente, y ese engaño pude costarle caro a la República soviética. Sólo la revolución internacional puede liberarnos de las contradicciones fundamentales.

Una maniobra puede consistir ya en una concesión al enemigo, ya en establecer un acuerdo con un aliado provisional y siempre dudoso, ya en efectuar una retirada calculada en el momento oportuno para no permitir al adversario que nos aplaste, ya en hacer alternar las reivindicaciones parciales y las consignas destinadas a provocar la escisión en el campo enemigo. He aquí las formas principales de la maniobra. Se puede citar aún otras, secundarias. Pero toda maniobra, por su naturaleza misma, no es más que un episodio con relación a la línea estratégica fundamental de la lucha. En las maniobras hechas en torno al Kuomintang y al Comité angloruso (hay que tenerlas presentes siempre como muestras consumadas de maniobras mencheviques y no bolcheviques), se produjo precisamente lo contrario: lo que no habría debido ser más que un episodio de táctica se infló hasta devenir en línea estrategia, y la verdadera tarea estratégica (la lucha contra la burguesía y los reformistas) se hizo añicos en una serie de episodios pequeños y secundarios de táctica, de carácter sobretodo decorativo.

Cuando se ejecuta una maniobra hay que prever siempre las hipótesis más desfavorables, tanto respecto al enemigo al que se le hacen concesiones como, también, respecto del aliado con el que se establece un acuerdo. Siempre hay que recordar que a partir del día siguiente el aliado puede devenir enemigo. Esto es cierto incluso respecto a un aliado como el campesinado:

“Desconfiar de los campesinos, organizarse separadamente de ellos, estar presto a luchar contra ellos en la medida en que intervengan como reaccionarios o antiproletarios”. (Lenin, Obras Completas, vol. VI, pág. 113).

Esto no está ni mucho menos, en contradicción con 1a gran tarea estratégica del proletariado, que Lenin fue el primero en determinar, teórica y prácticamente, de una manera tan profunda y genial: arrancar las capas inferiores de los campesinos explotados a la influencia de la burguesía y traerlas a nuestro lado. Pero la alianza del proletariado y de los campesinos, que la historia no presenta, ni mucho menos, de una manera acabada, no puede crearse por medio de maniobras dulzonas, de coqueterías triviales y de declamaciones patéticas: es una cuestión de correlación política de fuerzas, y, por consiguiente, de independencia del proletariado con respecto a todas las clases. En primer lugar, hay que educar al aliado. Se puede educar al campesinado, manifestando, de una parte, una atención profunda por todas sus necesidades históricas progresistas, y, por otra, una desconfianza organizada hacia él, y luchando infatigable e implacablemente contra todas sus tendencias y maneras antiproletarias.

El sentido y los límites de la maniobra deben meditarse y determinarse siempre claramente. Una concesión debe llamarse una concesión, y una retirada, una retirada. Es menos peligroso exagerar las concesiones y retiradas a que se ve uno obligado que sobreestimarlas. Se debe mantener la vigilancia de clase y la sistemática desconfianza en su propio campo y no adormecerlas.

El instrumento esencial de una maniobra, como, en general, de toda acción histórica de la clase obrera, es el partido. Pero éste no es únicamente un instrumento dócil en manos de los “maestros” de la maniobra; es una herramienta consciente, que obra por sí misma; es la expresión suprema de la acción propia del proletariado. Es preciso, pues, que el partido comprenda claramente cada maniobra. No se trata, evidentemente, de secretos diplomáticos, militares o conspirativos, es decir, de la técnica de la lucha del estado proletario o del partida comunista bajo el régimen capitalista. Se trata del fondo político de la maniobra. Las explicaciones que se dan, a la fuerza, para probar que la política seguida de 1924 a 1928 con los campesinos ricos fue una gran maniobra son, pues, absurdas y criminales. Al campesino rico no se le engaña. Éste juzga no por las palabras, sino por los actos, por los impuestos, por los precios; calcula en especies. Pero sí se puede engañar a la clase obrera, al partido proletario. Nada corroe tanto el espíritu revolucionario del partido proletario como las maniobras desprovistas de principios y efectuadas a sus espaldas.

He aquí la regla más importante, inquebrantable e invariable, que debe aplicarse en toda maniobra: no te permitas, jamás fundir, confundir o entrelazar tu organización de partido con la de otro, por “amistoso” que éste sea hoy. No te permitas jamás recurrir a gestiones que, directa o indirectamente, abiertamente o a escondidas, subordinen el tuyo a otros partidos o a organizaciones de otras clases, que restrinjan la libertad de tu acción o que te hagan responsable, aunque sólo sea en parte, de la línea de conducta política de otros partidos. No te permitas jamás confundir tus banderas con las suyas, y aún menos, sobra decirlo, no te arrodilles ante la bandera de otro.

Lo peor y más peligroso es cuando una maniobra se debe a la impaciencia o al oportunismo de querer adelantar el crecimiento del partido, saltar las etapas inevitables de su desarrollo (este es, justamente, el caso en que no se deben saltar las etapas), y que se realiza ligando de manera artificial, hipócrita, diplomática, mediante combinaciones y estafas, organizaciones y elementos que se lanzan a degüello. Semejantes experiencias, peligrosas siempre, son fatales para los partidos jóvenes y débiles.

En la maniobra, como en la batalla, no es la sabiduría estratégica (y menos aún el ardid de las combinaciones) lo que decide el resultado: es la correlación de fuerzas. De una manera general, el peligro que una maniobra, incluso juiciosamente concebida, hace correr a un partido revolucionario es más grande cuanto más joven y débil es respecto a sus enemigos, aliados o semialiados. He aquí por qué (y aquí abordamos el punto más importante para la Internacional Comunista) el Partido Bolchevique no comenzó haciendo maniobras, considerándolas como una panacea, sino que recurrió a ellas sólo cuando fue bastante fuerte para realizarlas, cuando había echado raíces profundas en la clase obrera, cuando se había consolidado en el dominio político y madurado ideológicamente.

El mal radica, precisamente, en que los epígonos de la estrategia bolchevique presentan a los jóvenes partidos comunistas el espíritu de maniobra y la flexibilidad como la quintaesencia de la estrategia bolchevique, arrancándoles de su eje histórico y de sus bases de principios, realizando así combinaciones que se parecen con demasiada frecuencia a la carrera del león en su jaula. No es la flexibilidad lo que constituyó (y, desde luego, actualmente no debe constituirlo) el rasgo característico fundamental del bolchevismo, sino su firmeza de acero. Precisamente esta cualidad (de la que el bolchevismo se enorgulleció con mucha razón) es la que le reprochaban sus enemigos y adversarios. No “optimismo” beato, sino intransigencia, vigilancia, desconfianza revolucionaria, lucha por cada centímetro de su independencia: ésos son sus rasgos esenciales. Justamente por ahí deben comenzar los partidos comunistas de Occidente y de Oriente. Tienen aún que conquistar el derecho a ejecutar grandes maniobras, preparando primero las posibilidades materiales y políticas de realizarlas, a saber: la fuerza, la solidez y la seriedad en la elección de los medios que utilizan para su propia organización.

Las maniobras mencheviques realizadas en torno a Guomindang y al Consejo General son diez veces criminales porque han recaído sobre los hombros, frágiles aún, de los comunistas de China y de Inglaterra. No solamente provocaron la derrota de la revolución y de la clase obrera, sino que han debilitado, han saboteado el instrumento esencial de la lucha futura: los jóvenes partidos comunistas. Al mismo tiempo, han introducido elementos de desmoralización política en el más viejo partido de la Internacional Comunista: el Partido Comunista de la URSS (bolchevique).

El capítulo del proyecto que habla de la estrategia no dice ni una palabra respecto a las maniobras, es decir, al caballo de batalla que se ha montado con predilección en el curso de los últimos años. Algunos críticos bonachones dirán: ese silencio es ya un bien. Pero razonar así sería cometer un grave error. Desgraciadamente, el proyecto de programa, como lo hemos demostrado ya en una serie de ejemplos, y como lo probaremos aun más adelante, tiene también carácter de maniobra, en el mal sentido de la palabra. El proyecto maniobra en torno al partido. Disimula algunos de sus puntos débiles disfrazándose “tras Lenin”, y esquiva otros mediante el silencio. Así es como trata la cuestión de la estrategia de las maniobras. Actualmente, no es posible hablar de ese tema sin evocar la experiencia reciente de China y de Inglaterra. El solo hecho de mencionar las maniobras evocará las imágenes de Chang Kai-Chek y de Purcell. Esto es lo que los autores no quieren. Prefieren callarse sobre su tema favorito, dejando las manos libres a la dirección de la Internacional Comunista. Pero no se puede tolerar esto. Es preciso atar las manos a los especialistas de las combinaciones y a los candidatos a esta especialización. Para esto debe servir el programa. Si no, es inútil.

Es preciso que el capítulo sobre la estrategia contenga las reglas fundamentales que definan y delimiten las maniobras, es decir, el procedimiento auxiliar empleado en la lucha revolucionaria, que no puede ser más que una lucha a muerte contra la clase enemiga. Se puede, indudablemente, exponer con más concisión y exactitud las reglas esbozadas aquí, basadas en lo que enseñaron Marx y Lenin. Pero es preciso introducirlas, a toda costa, en e programa de la Internacional Comunista.

10.- La estrategia de guerra civil

El proyecto de programa dice someramente, a propósito de la cuestión de la insurrección.

“Esta lucha está sometida a las reglas del arte de la guerra; presupone un plan militar, el carácter ofensivo de las operaciones del combate, la abnegación sin reservas y el heroísmo del proletariado”.

Aquí el proyecto se limita a repetir, en resumen, algunas observaciones hechas de pasada por Marx. Sin embargo, tenemos, de una parte, la experiencia de la revolución de octubre, y, de otra, la de las derrotas de las revoluciones húngara y bávara, de la lucha en Italia en 1920, de la insurrección en Bulgaria en septiembre de 1923, del movimiento de 1923 en Alemania, del de 1924 en Estonia, de la huelga general inglesa en 1926, de la insurrección de los obreros vieneses en 1927, de la segunda revolución china de 1925-1927. El programa de la Internacional Comunista debe caracterizar mucho más clara y concretamente tanto las premisas sociales y políticas de la insurrección como las condiciones y los métodos estratégicos y militares necesarios para obtener el éxito. Nada desenmascara tanto el carácter superficial y literario del documento como el hecho de que el capitulo consagrado a la estrategia revolucionaria trate de Cornélissen y de los guildistas (Orage, Hobson, G. D. H. Cole, nombrados todos), pero no caracterice en general, desde el punto de vista social, la estrategia del proletariado en la época imperialista y no defina tampoco los métodos de lucha para la conquista del poder, basándose en la documentación de la historia viviente.

En 1924, después de la experiencia trágica de Alemania, planteamos de nuevo la cuestión, pidiendo que la Internacional Comunista inscribiese en su orden del día y estudiase los problemas de la estrategia y de la táctica de la insurrección y de la guerra civil en general.

“Es preciso reconocer que muchos comunistas occidentales, que no se han desembarazado de su manera fatalista y pasiva de abordar los principales problemas de la revolución, no conceden importancia a la insurrección. Rosa Luxemburgo representa aun esta manera de ver de una forma particularmente neta y con mucho más talento que nadie. Su actitud es, desde el punto de vista psicológico, fácilmente comprensible. Se formó, pro decirlo así, en la lucha contra el aparato burocrático de la socialdemocracia y de los sindicatos alemanes. Sin tregua, demostró que este aparato ahogaba la iniciativa del proletariado. No veía otra salida a esta situación, no veía la solución más que en un alza irresistible de las masas que derribarían las barreras y defensas edificadas por la burocracia socialdemócrata. La huelga general revolucionaria, desbordando los límites de la sociedad burguesa, era para Rosa Luxemburgo sinónimo de revolución proletaria. Sin embargo, cualquiera que sea su potencia, la huelga general no resuelve el problema del poder, no hace más que plantearlo. Para apoderarse del poder es preciso, apoyándose en la huelga general, organizar la insurrección. Toda la evolución de Rosa Luxemburgo hace pensar que habría acabado por admitirlo. Pero cuando fue arrancada a la lucha no había dicho todavía su última ni su penúltima palabra. Sin embargo, aun recientemente existía en el partido comunista alemán una corriente muy fuerte de fatalismo revolucionario. La revolución se acerca (se decía), nos traerá la insurrección y nos dará el poder. El papel del partido en ese momento es hacer agitación revolucionaria y esperar los efectos de tales condiciones, plantear resueltamente la cuestión de la insurrección es arrancar al partido de la pasividad y del fatalismo, es ponerle frente a los principales problemas de la revolución, notablemente frente a la organización consciente de la insurrección para echar al enemigo del poder.

Consagramos mucho tiempo y muchos esfuerzos en el dominio teórico a la Comuna de París de 1871, y dejamos completamente de lado la lucha del proletariado alemán, que ha adquirido ya una preciosa experiencia de la guerra civil; apenas nos ocupamos, por ejemplo, de la experiencia de la insurrección búlgara del mes de septiembre último, y en fin, lo que es más sorprendente, hemos, en cierto modo, enviado a los archivos la experiencia de octubre.

Es preciso estudiar de la manera más minuciosa la experiencia del golpe de estado de octubre, de la única revolución en la que el proletariado ha triunfado hasta ahora. Es preciso establecer un calendario estratégico y táctico de octubre. Es preciso demostrar cómo los acontecimientos crecían hora por hora, qué repercusión tenían en el partido, en los soviets, en el Comité Central, en la organización militar. ¿Que significación tenían las vacilaciones que se manifestaban en el partido? ¿Cuál era su importancia relativa en la marcha general de los acontecimientos? ¿Cuál era la función de la oran1zación militar? He aquí un trabajo de una importancia inapreciable. Sería un verdadero crimen dejarlo para más tarde.

¿En qué consiste, pues, el problema propiamente dicho? Consiste en componer un formulario universal, o bien una guía, o un manual, o estatutos concernientes a las cuestiones de la guerra civil, por consiguiente, ante todo, a la insurrección considerada como el momento supremo de la guerra civil. Es preciso hacer el balance de la experiencia adquirida, analizar las condiciones, examinar las faltas, poner de manifiesto las operaciones más justas, sacar las conclusiones necesarias. ¿Enriqueceremos así la ciencia, es decir, el conocimiento de las leyes de la evolución histórica, o el arte, como conjunto de las reglas de acción deducidas de la experiencia? Creo que una y otra ganaran. Pero nuestro fin es estrictamente práctico: enriquecer el arte militar revolucionario.

Necesariamente, unos “estatutos” militares de ese género serán muy complejos. Es preciso, ante todo, presentar los rasgos característicos de las premisas fundamentales de la conquista del poder por el proletariado. Esto pertenece todavía al dominio de la política revolucionaria; la insurrección es la continuación de la política, pero por medios particulares. El análisis de las premisas de la insurrección debe adaptarse a los diversos tipos de países. Hay países en que la mayoría de la población es proletaria, y otros en que el proletariado es una minoría insignificante y donde los campesinos predominan de una manera absoluta. Entre estos dos polos se sitúan los países de tipo transitorio. Sería, pues, necesario poner en la base de un estudio de este género al menos tres “tipos” de países: industrial, agrario e intermedio. La introducción, que tratará de las premisas y de las condiciones de la revolución, debe justamente caracterizar las particularidades de cada uno de esos tipos de países considerados desde el punto de vista de la guerra civil. Consideramos la insurrección desde un doble punto: de una parte, como una etapa bien definida del proceso histórico, como una refracción bien determinada de las leyes objetivas de la lucha de clases; de otra, desde el punto de vista subjetivo o activo: cómo preparar y realizar la insurrección para asegurar con mayor seguridad la victoria.” (Trotsky, discurso pronunciado ante la dirección de la Asociación Científica Militar, 29 de Julio de 1924; Pravda, 6 de septiembre de 1924).

Un numeroso grupo de personas, reunido en torno a la Sociedad de Ciencias Militares, emprendió en 1924 una obra colectiva para elaborar las normas de la guerra civil, es decir, una guía marxista sobre los problemas de los choques directos entre clases y de la lucha armada por la dictadura. Sin embargo, este trabajo chocó pronto con la resistencia de la Internacional Comunista (esta resistencia formaba parte del sistema general de lucha contra el llamado trotskysmo), después se liquidó completamente esta actividad. Sería difícil concebir un acto realizado a la ligera más criminal que éste. En el curso de la época de cambios bruscos, las reglas de la guerra civil, comprendidas en el sentido que exponemos más arriba, deben formar parte del inventario de todo cuadro revolucionario, y, ni que decir, de los dirigentes de los partidos. Estos estatutos deben estudiarse y completarse continuamente, aprovechando la experiencia recientemente adquirida en cada país. Sólo mediante este estudio se puede obtener cierta garantía tanto contra los movimientos de pánico y de capitulación en los momentos que exigen valor y decisión suprema como contra las cabriolas de aventureros ejecutadas en los períodos que exigen prudencia y severidad en la elección de los medios.

Si las reglas de este género figurasen en los libros que un comunista debe estudiar seriamente, como debe conocer las ideas fundamentados de Marx, Engels y Lenin, derrotas como las que se han producido en los últimos años, y que no eran, ni mucho menos, inevitables, en particular el golpe de estado de Cantón, ejecutado con una ligereza de espíritu pueril, no se habrían producido, El proyecto de programa trata estas cuestiones en algunas líneas, casi con tanta parsimonia como del gandhismo en la India.

Ni que decir tiene que un programa no puede entrar en detalles. Pero debe plantear el problema claramente, y presentar los datos fundamentales refiriéndose a los éxitos y a los errores más importantes. Independientemente de esto, en nuestra opinión, el Sexto Congreso debe, en una resolución especial, encargar obligatoriamente al Comité Ejecutivo de elaborar las reglas de la guerra civil que puedan constituir un resumen de las directivas fundamentadas en la experiencia pasada de las victorias y de las derrotas.

11.- Las cuestiones del régimen interior del partido

Los problemas de organización del bolchevismo están íntimamente ligados a los del programa y la táctica. El proyecto sólo alude de pasada a este tema expresando la necesidad “del orden revolucionario más estricto en el centralismo democrático”. Es la única fórmula que define el régimen interior del partido, y es, además, una fórmula absolutamente nueva. El régimen se basaba en los principios del centralismo democrático, lo sabíamos. Estos principios aseguran teóricamente al partido (y así ocurrió en la práctica), la completa posibilidad de discutir, criticar, expresar sus desacuerdos, elegir y destituir, al mismo tiempo que garantizaban una disciplina de acero y que aseguraban plenamente órganos de dirección elegidos y revocables. Si se entiende por democracia la soberanía del partido sobre todos sus órganos, el centralismo se corresponde con una disciplina consciente, juiciosamente establecida, que preserva la combatividad del partido. Ahora se coloca por encima de esta fórmula del régimen interior del partido, fórmula justificada por todo el pasado, una adición nueva: “el orden revolucionario más estricto”. Así, pues, el partido necesita no sólo el centralismo democrático, sino también determinado orden revolucionario en el centralismo democrático. Esta fórmula coloca simplemente a la nueva idea, provista de un valor propio, por encima del centralismo democrático, es decir, por encima del partido.

¿Cuál es, pues, el sentido de esta idea del orden revolucionario (y el más “estricto”) dominando a la democracia y centralismo? Corresponde a un aparato independiente del partido o con tendencia a serlo, que encuentra su fin en su propia existencia, que vela por el “orden” sin ocuparse de la masa del partido, que ataca y hasta suprime su voluntad, si el “orden” lo exige, que pisotea los estatutos, que aplaza los Congresos, que hace de ellos una ficción.

Desde hace mucho tiempo, y por procedimientos diversos, el pensamiento de la burocracia se inclinaba hacia esa fórmula del “orden revolucionario” En el curso de los dos últimos años, hemos visto a los representantes de mayor responsabilidad de la dirección del partido hacer toda una serie de definiciones nuevas de la democracia en el partido, que se reducen en el fondo a decir que democracia y centralismo significan simplemente sumisión a los órganos jerárquicamente superiores. Toda la práctica se ha desarrollado fuertemente en este sentido. Pero un centralismo acompañado de una democracia ahogada, vacía, es un centralismo burocrático. Un “orden” de este género está evidentemente obligado a ocultarse tras las formas y los ritos de la democracia, a exaltarla en innumerables circulares, a ordenar la “autocrítica” bajo la amenaza del artículo 58, a demostrar que los ataques de la democracia emanan no del centro director, sino de los llamados “ejecutores”; pero es imposible exigir nada de éstos por la buena razón de que cada “ejecutor” es el dirigente de todos sus inferiores.

Así, la nueva fórmula, absolutamente incoherente desde el punto de vista teórico, prueba por su novedad y su incoherencia que ha sido expresada para satisfacer ciertas aspiraciones ya maduras. Consagra a la burocracia que la ha echado al mundo.

Esta cuestión está indisolublemente ligada a la de las fracciones y los grupos. Ante todo problema que se presta a la discusión, ante toda divergencia de opiniones, la dirección y la prensa oficial, no solamente del partido comunista de la URSS, sino también de la Internacional Comunista y de todas sus secciones, hace inmediatamente desviar el debate al plano del problema de las fracciones y de los grupos. La vida ideológica en el partido no puede concebirse sin grupos provisionales en el terreno ideológico. Hasta ahora nadie ha descubierto otra manera de proceder. El que se ha esforzado en ello ha demostrado simplemente que su receta se reducía a ahogar la vida de las ideas en el partido.

Naturalmente, los grupos son un “mal”, tanto como las divergencias de opiniones. Pero ese mal constituye un componente tan necesario de la dialéctica de la evolución de partido como las toxinas con relación a la vida del organismo humano.

La transformación de los grupos en fracciones organizadas, y, sobretodo, replegadas sobre sí mismas, es un mal aún mayor. El arte de dirigir el partido consiste precisamente en prevenir esta transformación, que no se logra por la simple prohibición. La experiencia del Partido Comunista de la URSS es el mejor testimonio. En el X Congreso, en plena insurrección de Cronstadt y en medio de las insurrecciones de los campesinos ricos, Lenin hizo adoptar una resolución que prohibía las fracciones y los grupos. Se entendía por grupos no las tendencias provisionales que se constituyen inevitablemente en el curso de la vida del partido, sino esas mismas fracciones haciéndose pasar por grupos. La masa del partido comprendió claramente el peligro mortal del momento; sostuvo a su jefe, adoptando una resolución ruda e implacable en su forma: prohibición de las fracciones y los grupos. Pero la masa del partido sabía profundamente también que era el Comité Central, dirigido por Lenin, quien interpretaría esta fórmula; que no habría interpretación brutal y desleal, y aún menos abuso de poder. (Véase el Testamento de Lenin). El partido sabía que exactamente un año después, e incluso un mes después, si un tercio del partido lo deseaba, en el Congreso siguiente se examinaría la experiencia adquirida e introducirían las restricciones necesaria. La decisión del X Congreso fue una medida debida, a la situación crítica del partido gubernamental, cuando describía una curva de las más peligrosas para pasar del comunismo de guerra a la NEP. Esta medida radical estuvo enteramente justificada más adelante, pues completaba una política justa y perspicaz que había quitado toda base firme a los grupos constituidos antes del paso a la nueva política económica.

Pero la resolución del X Congreso sobre las fracciones y los grupos, que entonces exigía ya una interpretación y una aplicación juiciosas, no constituye un principie absoluto que domine todas las demás necesidades de desarrollo del partido, independientemente del país, de la situación y de la época.

Después de la desaparición de Lenin, la dirección del partido, apoyándose desde un punto de vista formal en la resolución del X Congreso referente a las fracciones y a los grupos; a fin de defenderse contra la crítica, suprimía cada vez más la democracia en el partido, y al mismo tiempo lograba cada vez menos el fin inmediato fijado, es decir, la supresión del espíritu de fracción. En efecto, no se trata de prohibir las fracciones, sino de obtener su desaparición. Jamás el espíritu de fracción ha devastado tanto el partido, ha quebrantado tanto su unidad como después de que Lenin abandonase el timón. Nunca ha reinado tanto como ahora, aparte incluso de esta división, el falso monolitismo 100%, que sirve simplemente para disimular los métodos de estrangulación de la vida del partido.

La fracción de la burocracia, que se oculta en el partido, se formó en la URSS ya antes del XII Congreso. Más tarde, adoptó un tipo de organización a la manera de los carbonari, con su Comité Central ilegal (el “septumvirato”), sus circulares, sus agentes, su lenguaje cifrado, etc. La burocracia del partido escogió en su seno un orden encerrado en sí mismo, imposible de vigilar, disponiendo de los recursos excepcionales no sólo de la burocracia del partido, sino también de la del estado, transformando un partido de masas en un instrumento encargado de esconder todas las maniobras de los intrigantes.

Pero a medida que esta fracción de la burocracia, encerrada en sí misma, se pone más audazmente al abrigo de la vigilancia de la masa del partido (cada vez más diluida, gracias a toda clase de “levas”), más áspero y profundo se hace el proceso de formación de fracciones, no sólo en la base, sino en el seno mismo de la burocracia. Dada la dominación completa, ilimitada de la burocracia sobre el partido, ya consumada en la época del XII Congreso, las divergencias que nacen en el seno de la burocracia no encuentran salida; llamar al partido para que dé la verdadera solución sería de nuevo subordinarle el aparato. Resolver la cuestión en litigio recurriendo a los métodos de la democracia en el aparato, es decir, interrogando a los miembros de la fracción secreta, sólo el grupo que se crea seguro de antemano de disponer de la mayoría en la burocracia puede inclinarse a adoptar esta solución. El resultado es que se forman nuevas fracciones en la fracción reinante, que se esfuerza menos en obtener la mayoría en el seno del aparato que en encontrar puntos de apoyo en las instituciones del estado Se obtiene la mayoría en el Congreso del partido automáticamente, puesto que se le puede convocar en el momento más propicio y prepararlo como se quiera. Así es corno se agrava la usurpación de la burocracia que constituye el peligro mas terrible, tanto para el partido como para la dictadura del proletariado.

Después de que se llevó hasta el fin la primera campaña “antitrotskysta” de 1923-1924, por medio de las fracciones y del aparato, se produjo una profunda grieta en la fracción secreta dirigida por el “septumvirato”. La causa principal era el descontento de la vanguardia proletaria de Leningrado ante la desviación que comenzaba a manifestarse tanto respecto a los problemas de la vida interior del país como a los internacionales. Los obreros avanzados de Leningrado continuaban en 1925 la obra comenzada por los proletarios de vanguardia de Moscú en 1923; pero esas profundas tendencias de clase no pudieron manifestarse abiertamente en el partido; se reflejaron solamente en la lucha sorda que se desarrolló en el seno de la fracción de la aparato.

En abril de 1925, el Comité central hizo propagar a través de todo el partido una circular que desmentía los rumores propalados, al parecer, por los “trotskystas” asegurando que existían en el núcleo de los “leninistas”, es decir, del “septumvirato” fraccional, ciertas divergencias de opiniones sobre los campesinos. Sólo por esta circular supo el partido la existencia real de tales divergencias, lo que no impidió que los dirigentes continuasen engañando al partido al afirmar que la “Oposición” atentaba contra el monolitismo de “la guardia de Lenin”. Esta propaganda estaba en su apogeo cuando el XIV Congreso precipitó sobre el partido las diferencias existentes entre las dos partes de la fracción reinante, diferencias informes y confusas, pero, sin embargo, profundas a causa de sus orígenes de clase. Las organizaciones de Moscú y de Leningrado, es decir, las fortalezas principales del partido, adoptaron en sus conferencias, en vísperas del Congreso, resoluciones directamente opuestas. Una y otra lo hicieron, evidentemente, por unanimidad, Moscú explicaba este milagro del “orden revolucionario” por la opresión del aparato en Leningrado, en tanto que ésta volvía esta acusación contra Moscú. ¡Cómo si existiese una muralla infranqueable entre las organizaciones de estas dos ciudades! En los dos casos, el aparato decidía, demostrando por el monolitismo 100 % que el partido estaba ausente cuando se decidían las cuestiones fundamentales de su propia existencia. El XIV Congreso se vio obligado a superar las nuevas divergencias surgidas ante los problemas esenciales y a establecer la nueva composición de la dirección a espaldas del partido, que no había sido consultado. El Congreso no pudo hacer otra cosa que abandonar inmediatamente el cuidado de encontrar esta solución a una jerarquía cuidadosamente escogida de secretarios del partido. El XIV Congreso ha colocado un nuevo jalón en el camino de la liquidación de la democracia del partido gracias a los métodos del “orden”, es decir, del capricho de la fracción oculta del aparato. Las formas de la lucha ulterior datan de ayer. El arte de la fracción reinante consistió entonces en colocar cada vez al partido en presencia de una resolución ya adoptada, de una situación irreparable, de un hecho consumado.

Sin embargo, esta nueva fase, más elevada, del “orden revolucionario”, no significaba, ni mucho menos, la liquidación de las fracciones y de los grupos. Estos se desarrollaron, por el contrario, extraordinariamente, sus relaciones recíprocas fueron infinitamente más agudas, tanto en la masa del partido como en el aparato mismo. En lo que concierne al partido, el castigo burocrático aplicado a los “grupos” se hizo cada vez más áspero, como signo de importancia, y llegó incluso a la infamia del oficial wrangeliano y del artículo 58. Al mismo tiempo proseguía el proceso de una nueva división de la fracción reinante, y se desarrolla aún ahora.

Ciertamente, no faltan tampoco hoy las falsas manifestaciones de monolitismo y las circulares que manifiestan la unanimidad completa de las esferas directivas. En realidad, la lucha sorda, encarnizada porque no ofrece salida, que se desarrollaba en la fracción burocrática, ha tomado, a juzgar por los síntomas, un carácter sumamente agudo y lleva al partido a no sabemos qué nueva explosión.

Esta es la teoría y la práctica del “orden revolucionario”, que, inevitablemente, se transforman en teoría y práctica de la usurpación.

Desde hace mucho tiempo, sin embargo, estas cosas no se limitan a la Unión Soviética. En 1923, la campaña dirigida contra el espíritu de fracción se basaba sobre todo en el argumento consistente en decir que las fracciones son embriones de partidos, y, en un país en que los campesinos son una mayoría aplastante y que está cercado por los capitalistas, la dictadura del proletariado no admite la libertad de los partidos. En sí, esta tesis es absolutamente justa. Pero exige también una política justa y un régimen apropiado en el Partido. Sin embargo, es evidente que al plantear así la cuestión se renunciaba a extender las resoluciones del X Congreso del Partido Comunista de la URSS (partido gubernamental) a los partidos comunistas de los estados burgueses. Pero el régimen burocrático tiene su lógica, que le devora. Si no admite un control democrático en el partido soviético, no lo tolera tampoco en la Internacional Comunista, que, desde el punto de vista formal, domina al partido comunista de la URSS. He aquí por qué la dirección ha transformado en un principio universal su interpretación y su aplicación brutales y desleales de la resolución del X Congreso, resolución que correspondía a las condiciones bien determinadas de la URSS en el momento en que fue adoptada, y lo ha extendido a todas las organizaciones del globo terrestre.

El bolchevismo fue siempre fuerte, porque era concreto desde el punto de vista histórico cuando elaboraba sus formas de organización: nada de esquemas áridos. Al pasar de una etapa a otra, los bolcheviques modificaban radicalmente la estructura de su organización. Sin embargo, ahora, un solo y mismo principio del “orden revolucionario” se aplica a la vez al poderoso partido de la dictadura del proletariado, al partido comunista alemán, qué constituye una fuerza política seria, al joven partido chino, que se encuentra bruscamente arrastrado por el torbellino de la lucha revolucionaria, a la pequeña sociedad de propagandistas que es el Partido Comunista de los Estados Unidos. Hasta que surjan en este último dudas sobre la justeza de los métodos impuestos por el Pepper del momento para que se castigue a los “escépticos” por espíritu de fracción. Un joven partido, que es un organismo político completamente embrionario, sin relación verdadera con las masas, sin experiencia de dirección revolucionaria, sin formación teórica, está ya enteramente revestido de todos los atributos del “orden revolucionario”, que le sientan como los trajes del padre al hijo de seis años.

El partido comunista de la URSS tiene una experiencia revolucionaria de las más ricas en el dominio de las ideas. Pero, como lo han demostrado los últimos años, tampoco puede vivir impunemente un solo día limitándose a consumir ampliamente los intereses de su capital; debe constantemente reconstituirlo y aumentarlo; esto sólo es posible si se hace trabajar colectivamente el pensamiento del partido. ¿Qué decir entonces de los partidos comunistas de los otros países, nacidos solamente hace algunos años, que atraviesan aún su periodo primario de acumulación de conocimientos teóricos y de métodos de acción? Sin gozar de la libertad verdadera en la vida del partido, libertad de discusión, libertad de establecer colectivamente, y en particular en grupos, los caminos que deben seguirse, esos partidos no constituirán jamás una fuerza revolucionaria decisiva.

Antes del X Congreso, del que data la formación de tracciones, el partido comunista ruso vivió dos décadas sin conocer esta prohibición. Son justamente esas dos décadas las que le han educado y preparado de tal manera que ante un cambio de los más difíciles supo aceptar y soportar las resoluciones severas del X Congreso. Pero los partidos comunistas de Occidente comienzan directamente por ahí.

Lenin, y nosotros con él, temíamos ante todo que el partido comunista ruso, que dispone de los poderosos recursos del estado, ejerciese una influencia excesiva, asfixiante sobre los jóvenes partidos de Occidente, que acababan de organizarse. Lenin ponía incesantemente en guardia al partido contra un acrecentamiento prematuro en el método del centralismo, contra los gestos exagerados del Comité Ejecutivo y del Presidium en este sentido y sobre todo contra las formas y los métodos de ayuda, que se transformaban en órdenes directas y no admitían ningún recurso de casación.

La ruptura se produjo en 1924 bajo el nombre de “bolchevización”. Si se entiende por bolchevización la depuración del partido, desembarazándolo de los elementos y de las costumbres heterogéneos, de los funcionarios socialdemócratas que se agarran a sus puestos, de los francmasones, de los demócratas pacifistas, de los confusionistas, etc., entonces esta tarea se realizó desde el primer día de la existencia de la Internacional Comunista y en el Cuarto Congreso tomó formas muy activas respecto al Partido Comunista francés. Pero esta bolchevización verdadera se unía antes indisolublemente a la experiencia propia de las secciones nacionales de la Internacional Comunista, crecía utilizando esta experiencia; su piedra de toque eran las cuestiones de la política nacional, que se elevaban hasta convertirse en problemas internacionales. La “bolchevización” de 1924 tenía completamente un carácter de caricatura; se apoyaba el revólver en la sien de los organismos directivos de los partidos comunistas, se exigía de ellos que sin informes, sin debates, tomasen inmediata y definitivamente posición ante las divergencias existentes en el interior del Partido Comunista de la URSS, con eso sabían de antemano que según la posición que adoptasen podrían permanecer o no en la Internacional Comunista. Sin embargo, en 1924, los partidos comunistas de Europa no estaban suficientemente armados para resolver tan rápidamente los problemas planteados en la discusión rusa, en la que se esbozaban apenas dos tendencias de principios seguidos en la nueva etapa de la dictadura del proletariado. Claro está que después de 1924 todavía continuaba siendo necesario el trabajo de depuración; en muchas secciones fueron eliminados con razón elementos heterogéneos. Pero, considerada en su conjunto, la “bolchevización” consistía en desorganizar cada vez más las direcciones que se formaban en los partidos comunistas de Occidente sirviéndose de las diferencias rusas como de una cuña que el aparato del estado hacía entrar a martillazos. Todo esto se ocultaba bajo el lema de lucha contra el espíritu de fracción.

Si cristalizasen en el seno del partido de la vanguardia proletaria fracciones que amenazasen con hacerle para mucho tiempo inepto para el combate, entonces es evidente que el partido se encontraría en la necesidad de decidir: ¿es preciso dejar aún al tiempo la posibilidad de hacer una prueba suplementaria o bien reconocer inmediatamente que es inevitable la escisión? Un partido de combate no puede jamás ser una suma de fracciones que luchen a capa y espada. Es ésta una verdad innegable si se la considera en esta forma general. Pero emplear la escisión como un medio preventivo contra las divergencias de opiniones, amputar todo un grupo que hace oír la voz de la crítica, es transformar la vida interior del partido en un encadenamiento de abortos en la organización. Semejantes métodos, sin contribuir a la continuación y al desenvolvimiento de la especie, agotan el organismo de la madre, es decir, del partido. La lucha contra el espíritu de fracción se convierte en infinitamente más peligrosa que este espíritu.

En la actual hora, los primeros fundadores de casi todos los partidos comunistas del mundo están fuera de la Internacional, sin exceptuar a su ex presidente. En casi todos los partidos, los grupos que guiaron su desenvolvimiento durante dos períodos consecutivos son excluidos o dejados al margen, En Alemania, el grupo Brandler está a medias en el partido; el grupo Maslov está del otro lado de la puerta. En Francia, los antiguos grupos de Rosmer-Monatte, Loriot, Souvarine han sido excluidos; otro tanto le ha ocurrido al grupo Girault-Treint, que estuvo en la dirección durante el período siguiente. En Bélgica se ha excluido a1 grupo esencial de Van Overstraeten. Si el grupo Bordiga, que dio nacimiento al partido comunista italiano, sólo está excluido a medias, esto se explica por las condiciones del régimen fascista. En Checoslovaquia, en Suecia, en Noruega, en los Estados Unidos, en una palabra, en casi todos los partidos del mundo, han ocurrido acontecimientos más o menos análogos en el curso del período que siguió a la muerte de Lenin.

Es indudable que muchos de los excluidos han cometido enormes faltas; no nos hemos quedado atrás para señalarlas. No se puede tampoco negar que muchos de los excluidos, han vuelto en gran parte a sus posiciones de partida, a la socialdemocracia de izquierda o al sindicalismo. Pero la misión de la Internacional Comunista no consiste sólo en arrinconar automáticamente en un callejón sin salida a los jóvenes dirigentes de los partidos nacionales y en condenar así a algunos de los que representan a la degeneración en el dominio de las ideas. El “orden revolucionario” de la dirección burocrática se ha convertido en un obstáculo terrible que se alza en el camino del desenvolvimiento de todos los partidos de la Internacional.

***

Las cuestiones de organización son inseparables de las del programa y de la táctica, Es preciso darse clara cuenta de que una de las fuentes de oportunismo más importantes en la Internacional Comunista es el régimen burocrático de su aparato y de su partido dirigente. Nadie puede negar ya, después de la experiencia de los años 1923-1928, que en la Unión Soviética la burocracia es la expresión y el instrumento de la presión que las clases no proletarias ejercen contra el proletariado. A este respecto, el programa de la Internacional Comunista presenta una fórmula justa cuando dice que las depravaciones burocráticas “surgen inevitablemente en el terreno de la falta de cultura, de las masas y de las influencias de las clases no proletarias”. Aquí tenemos la clave que permite comprender no solamente a la burocracia en general, sino su crecimiento extraordinario en el curso de los cinco últimos años. El grado de cultura de las masas, aunque sea insuficiente, ha aumentado en el curso de este periodo (esto está fuera de duda); no se puede, pues, buscar la causa de la progresión de la burocracia más que en el crecimiento de las influencias de las clases no proletarias. Los partidos comunistas de Europa, es decir, sobre todo sus centros directivos, ponen sus organizaciones a tono con los impulsos y reagrupamientos, que se operan en el partido comunista de la URSS; así, la burocracia de los partidos comunistas extranjeros no fue, en una gran parte, más que el reflejo y el complemento de la que existía en el partido comunista de la URSS.

La selección de los elementos directivos de los partidos comunistas se ha realizado y se realiza aún según sus aptitudes para aceptar y aprobar el más reciente reagrupamiento en la burocracia del Partido Comunista de la URSS. Los elementos directivos de los partidos extranjeros que tenían más autonomía y mayor sentido de las responsabilidades, que no consentían en someterse a cambios realizados de una manera estrictamente administrativa, eran expulsados del partido, o bien empujados hacia el ala derecha (frecuentemente supuestamente de derecha), o bien, en fin, entraban en las filas de la Oposición de Izquierda. Así, pues, el proceso orgánico de selección, basado en la lucha proletaria, dirigido por la Internacional Comunista, que permite la cohesión de los cuadros revolucionarios, era interrumpido, modificado, desfigurado, sustituido a veces por una selección administrativa y burocrática, hecha desde arriba. Es normal que los dirigentes comunistas más dispuestos a aceptar las decisiones adoptadas de antemano y a firmar cualquier resolución hayan triunfado frecuentemente sobre los elementos mejor dotados del espíritu del partido y más penetrados del sentimiento de la responsabilidad revolucionaria. Las más de las veces, en lugar de escoger revolucionarios estoicos y rigurosos en la elección de los medios, se llegaban a seleccionar a los que se adaptaban como burócratas.

Todos los problemas de la política interior e internacional nos llevan invariablemente a las cuestiones del régimen interior del partido. Ni que decir tiene que el alejamiento de la línea de clase en los problemas de la revolución china, del movimiento obrero inglés, de la economía de la URSS, de los salarios, de los impuestos, etc., constituye por sí mismo un peligro de los más serios. Pero, ese peligro se decuplica a causa de la imposibilidad en que se encuentra el partido, atado de pies y manos por el régimen burocrático, de corregir por medios normales la línea de conducta seguida por las esferas superiores. Otro tanto se puede decir de la Internacional Comunista. La resolución del XIV Congreso del Partido Comunista de la URSS sobre la necesidad de establecer una dirección más democrática y más colectiva de la Internacional Comunista se ha convertido, en la práctica, en su caricatura. El cambio del régimen interior de la Internacional Comunista es una cuestión de vida o muerte para el movimiento revolucionario internacional. Se puede obtener esta modificación de dos maneras: o bien paralelamente con un cambio de régimen interior del partido comunista de la URSS o bien luchando contra el papel director del Partido Comunista de la URSS en la Internacional Comunista. Hay que hacer todos los esfuerzos posibles por hacer adoptar el primer método. La lucha por el cambio de régimen del partido comunista de la URSS es una lucha por el saneamiento del régimen existente en la Internacional Comunista y por el mantenimiento de la dirección de nuestro partido en el dominio de las ideas.

Es preciso, pues, echar implacablemente del programa la idea de que partidos vivos, activos, puedan estar subordinados al “orden revolucionario” de una burocracia inamovible del partido y del estado. Es preciso entregar al partido sus derechos. Es preciso que el partido vuelva a ser un partido. Es preciso afirmar esto en el programa, de una manera que haga imposible una justificación teórica de la burocracia y de las tendencias a la usurpación.

12.- Causas de las derrotas de la Oposición y perspectivas

A partir del otoño de 1923, el ala izquierda proletaria del partido, que expuso sus puntos de vista en toda una serie de documentos, de los cuales el principal es la Plataforma de los bolcheviques-leninistas (Oposición), fue sistemáticamente sometida, en tanto que organización, a la destrucción. Los procedimientos de represión estaban determinados por el carácter del régimen interior del partido, cada vez más burocrático a medida que aumentaba la presión ejercida por las clases no proletarias contra el proletariado. La posibilidad de que tales métodos puedan triunfar la crea el carácter político general de este periodo, durante el cual el proletariado ha sufrido graves derrotas y la socialdemocracia recupera vigor, en tanto que en el seno de los partidos comunistas las tendencias centristas y oportunistas se han reforzado, en tanto que hasta estos últimos meses el centrismo se orientaba sistemáticamente hacia la derecha. La primera represión de la Oposición se produjo inmediatamente después de la derrota de la revolución alemana, y fue, en cierto modo, su complemento. Esto habría sido imposible si el proletariado alemán hubiese triunfado, aumentando así extraordinariamente el sentimiento de confianza en sí mismo del proletariado de la URSS y, por consiguiente, su fuerza de resistencia ante la presión de las clases burguesas del interior y del exterior y, también, ante su correa de transmisión, la burocracia del partido.

Para esclarecer la significación general de los agrupamientos que se han producido en la Internacional Comunista desde fines de 1923, seria sumamente importante seguir paso a paso cómo el grupo dirigente, en las diversas etapas de su orientación a derecha, explicaba sus victorias “de organización” sobre la Oposición. No nos es posible hacer ese trabajo en el cuadro de la crítica del proyecto de programa. Pero para alcanzar nuestro fin bastará examinar cómo fue comprendida la primera, “victoria” contra la Oposición, en septiembre de 1924, según el artículo en que Stalin debutó en el dominio de los problemas de la política internacional:

“Hay que considerar la victoria decisiva lograda en los partidos comunistas por el ala revolucionaria como el síntoma más seguro [escribía Stalin] de los procesos revolucionarios más importantes que se producen en las profundidades de la clase obrera…”

Y en otra parte del mismo artículo:

“Si se agrega a esto el total aislamiento de la tendencia oportunista en el seno del Partido Comunista ruso, el cuadro será completo. El Quinto Congreso de la Internacional Comunista no ha hecho más que consolidar la victoria del ala revolucionaria en las secciones fundamentales de la Internacional Comunista”. (Pravda, 20, de septiembre de 1924, subrayado por mí.)

Así, la derrota de la Oposición del Partido Comunista ruso fue presentada como el resultado de la orientación hacia la izquierda del proletariado marchando directamente a la revolución, y daba en todas las secciones la preponderancia al ala izquierda sobre la derecha. Actualmente, cinco años después de la más gran derrota del proletariado internacional, sufrida en el otoño de 1923, Pravda se ve obligada a reconocer que sólo actualmente se comienza a remontar “lo alto de la ola de apatía y depresión que comenzó después de la derrota de 1923 y que permitió al capitalismo alemán reforzar sus posiciones”. (Pravda, 28 de enero de 1928)

Pero entonces se plantea un interrogante que es nuevo para los dirigentes actuales de la Internacional Comunista, aunque no para nosotros: ¿debe explicarse, pues, el fracaso de la Oposición, en 1923 y durante los años siguientes, por un desplazamiento de la clase obrera hacia la derecha y no hacia la izquierda? La respuesta a este interrogante lo decide todo.

La respuesta dada en 1924, en el V Congreso de la Internacional Comunista y más tarde en discursos y artículos, era clara y categórica: fueron el reforzamiento de los elementos revolucionarios del movimiento obrero de Europa, la nueva ola revolucionaria, la proximidad de la revolución proletaria, las causas de la “derrota” de la Oposición.

Pero ahora ya se admite por todos, de una manera absoluta, el hecho de que después de 1923 se produjo un cambio político duradero, brutal, hacia la derecha y no hacia la izquierda. Por consiguiente, está fuera de duda que el desencadenamiento de la lucha contra la Oposición, y su intensificación hasta llegar a las exclusiones y deportaciones, está ligado íntimamente al proceso político de la estabilización de la burguesía en Europa. Es verdad que ese proceso ha sido interrumpido en el curso de los cuatro últimos años por acontecimientos revolucionarios importantes. Pero nuevos errores de la dirección, más crueles aun que en 1923 en Alemania, dieron cada vez más la victoria al enemigo en las peores condiciones para el proletariado y el partido comunista e hicieron aparecer nuevos factores favorables para la estabilización burguesa. El movimiento revolucionario internacional ha sufrido derrotas, y con él el ala izquierda proletaria del Partido Comunista de 1a URSS y la Internacional Comunista.

No seria completa la explicación si no tenemos en cuenta el proceso interno de la economía, y de la política de la URSS: nacidas de la NEP, las contradicciones se han agravado porque la dirección comprendía mal los problemas de la alianza económica entre las ciudades y el campo, subestimando el desequilibrio que padecía la industria y las tareas que de ello derivaban en una economía planificada.

El aumento de la presión económica y política ejercida por los círculos burocráticos y pequeñoburgueses en el interior del país paralelamente con las derrotas de la revolución proletaria en Europa y en Asia: he aquí el encadenamiento histórico que, durante estos cuatro últimos años, se cerró como un nudo corredizo en torno a la garganta de la Oposición. El que no comprenda esto, no comprende nada.

 

***

En este estudio, hemos tenido, casi en cada etapa, que confrontar la línea política seguida con la que fue descartada bajo el nombre de “trotskysmo”. La significación de esta lucha en su aspecto generalizado es para un marxista de una claridad meridiana. Si las acusaciones de episódicas, parciales, de “trotskysmo”, apoyadas en una acumulación de citas reales e imaginarias correspondientes a un periodo de veinticinco años, podían desconcertar, por el contrario, un juicio coherente y generalizado de la lucha que se sostuvo en el dominio de las ideas durante los cinco últimos años demuestra que hubo dos líneas de conducta. Una fue consciente y metódica. Fue la prolongación y el desenvolvimiento de los principios estratégicos leninistas, aplicados a los problemas interiores de la URSS y de la revolución mundial: es la línea de conducta de la Oposición. Y la otra, inconsciente, contradictoria, vacilante, zigzagueante, se aleja del leninismo bajo la presión de las fuerzas de la clase enemiga en un período de reflujo político en el plano internacional: es la línea de la dirección oficial. A menudo, cuando los hombres varían con frecuencia abandonan más fácilmente las concepciones que las palabras a que están habituados. Es la ley general de todos los que cambian en el dominio de las ideas. En el fondo, la dirección practicaba una revisión de Lenin en casi todas las cuestiones fundamentales, pero hacía pasar esta revisión por un desarrollo del leninismo, en tanto que calificaba de trotskysmo su esencia revolucionaria, internacional, a fin de camuflarse no solamente en la superficie, sino incluso en el fondo de sí misma, a fin de adaptarse más fácilmente al proceso de su propia desviación.

El que quiera comprender esto no nos hará el reproche ridículo de haber utilizado la crítica del proyecto de programa para poner al desnudo la leyenda del trotskysmo. El presente proyecto ha sido elaborado en una época que estuvo impregnada de esta leyenda. Fueron sobre todo los autores del proyecto los que la alimentaron, la tomaron como punto de partida, juzgando todo según ella. Así, pues, esta época se refleja en el proyecto.

Un nuevo capítulo extraordinariamente instructivo acaba de agregarse a la historia de la política. Se puede decir que ese capitulo prueba la fuerza que puede tener la creación de mitos, o, para hablar más simplemente, la calumnia en el dominio de las ideas, utilizada como arma política. La experiencia demuestra que no se debe menospreciar el valor de esta arma. Estamos lejos aún de haber realizado “el salto que hará pasar del reino de la necesidad al de la libertad”; vivimos en una sociedad de clases que es imposible concebir sin oscurantismo, prejuicios y supersticiones. Un mito que corresponde a ciertos intereses o costumbres tradicionales puede siempre, en una sociedad dividida en clases, adquirir una gran fuerza. Sin embargo, basándose solamente en un mito, incluso organizado según un plan y disponiendo de todos los recursos del estado, no es posible establecer una amplia política, sobretodo una política revolucionaria, y más particularmente en nuestra época de cambios bruscos. Inevitablemente la creación de mitos se enreda en sus propias contradicciones. No hemos citado más que una pequeña parte, aunque sea acaso la más importante. Independientemente de saber si las circunstancias exteriores nos permitirán o no continuar hasta el fin nuestro análisis, esperamos firmemente que el análisis subjetivo esté apoyado por el análisis objetivo que practican los acontecimientos.

La radicalización de las masas obreras de Europa es un hecho innegable, que se ha manifestado en el curso de las últimas elecciones parlamentarias. Pero esta radicalización sólo atraviesa su fase primaria. Ciertos factores, tales como la reciente derrota de la revolución china, la contrarrestan, haciéndola desviar en gran parte hacia la socialdemocracia. No tenemos la intención de predecir aquí a qué velocidad se efectuará ese proceso. En todo caso, está claro que la radicalización no será precursora de una situación revolucionaria nueva más que a partir del momento en que crezca la atracción hacia el partido comunista en detrimento de las grandes reservas de la socialdemocracia. Por el momento, esto no ocurre. Pero esto debe producirse de una manera rigurosamente necesaria.

La orientación indefinida seguida actualmente por la dirección de la Internacional Comunista, con sus tentativas de orientarse a izquierda, no concuerdan con la política llevada en el interior de la URSS, y se efectúan sin modificación completa del régimen y sin cesación de la lucha contra los elementos revolucionarios, que han sabido resistir todas las pruebas, esta orientación contradictoria ha sido establecida no solamente bajo los golpes de las dificultades económicas interiores en la URSS que han confirmado enteramente las previsiones hechas por la Oposición, sino que corresponden perfectamente a la primera etapa de la radicalización de las masas obreras de Europa. El eclecticismo de la política de la dirección de la Internacional Comunista, el eclecticismo del proyecto de programa constituyen en cierto modo una instantánea del estado actual de la clase obrera internacional, orientada hacia la izquierda por la marcha de los acontecimientos, pero que todavía no ha determinado su ruta y que ha dado más de nueve millones de sufragios a la socialdemocracia alemana.

La futura progresión revolucionaria que seguirá corresponderá a un inmenso reagrupamiento que se producirá en la clase obrera, en todas sus organizaciones e incluso en la Internacional Comunista. No se percibe claramente cuál será el ritmo de ese proceso; pero las líneas según las cuales se efectuará la evolución concreta surgen sin duda alguna. Las masas obreras, capa por capa, pasarán de la socialdemocracia al partido comunista. El eje de la política comunista se desplazará de la derecha a la izquierda. La línea bolchevique del grupo que, desde 1923, desde la derrota del proletariado alemán, ha sabido remontar la corriente bajo un alud de acusaciones y persecuciones, recogerá una simpatía cada vez más grande.

Los métodos de organización gracias a los cuales triunfarán en la Internacional Comunista, y por consiguiente en el conjunto del proletariado internacional, las ideas del verdadero leninismo, que no se pueden falsificar, dependen en gran parte de la dirección actual de la Internacional Comunista, y, por consiguiente, directamente, del VI Congreso.

Sin embargo, cualesquiera que sean las decisiones de ese congreso (estamos preparados para lo peor), el juicio general que resulta de la época presente y de sus tendencias internas, en particular el juicio sobre la experiencia de los cinco últimos años, nos dicen que las ideas de la Oposición no necesitan seguir otro canal que el de la Internacional Comunista. Nadie logrará arrancarnos de él. Las ideas que defendemos pasarán a ser sus ideas. Estas ideas encontrarán su expresión en el programa de la Internacional Comunista.