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SEMANARIO

[Adelanto editorial] Recuperar el legado del marxismo frente a la crisis ecológica

Juan Duarte

Santiago Benítez Vieyra

MARXISMO
Ilustación: Hidra Cabero para EdicionesIPS

[Adelanto editorial] Recuperar el legado del marxismo frente a la crisis ecológica

Juan Duarte

Santiago Benítez Vieyra

Ideas de Izquierda

¿El progreso requiere la conquista de la naturaleza? ¿Es “la humanidad” la responsable de la crisis climática actual? ¿Cuál es la relación entre la naturaleza y la sociedad capitalista? Con La ecología de Marx –de próxima publicación por Ediciones IPS–, John Bellamy Foster da un vuelco a las interpretaciones convencionales sobre Marx y esboza, además, un enfoque racional sobre la crisis. Presentamos aquí el prólogo de los editores al libro.

Este libro, con el que inauguramos la colección Ecología y Marxismo en Ediciones IPS, se publica en un momento muy particular, en el cual todas las alarmas de la crisis ambiental se encuentran encendidas, y transcurridos dos años de la aparición del Covid-19. El calentamiento global, producto de una acumulación inédita de gases de efecto invernadero en la atmósfera, debido centralmente a la utilización de combustibles fósiles, la destrucción de bosques nativos y los cambios en los usos de la tierra, alcanza niveles históricos y sus consecuencias cada vez son más evidentes. Eventos climáticos extremos como fuertes precipitaciones, inundaciones récord, olas de calor, sequías, incendios y mega tormentas son cada vez más cotidianos. La pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, el derretimiento de glaciares y el aumento del nivel del mar también se acentúan y aceleran y son, junto con la extinción masiva de especies y la contaminación química de la industria, algunas de las terribles manifestaciones de una situación completamente inédita para la humanidad. Al mismo tiempo, cada vez es más claro el papel del capitalismo en la generación de la crisis. Un sistema social que prosperó durante siglos no solo mediante la explotación del trabajo sino de la naturaleza como fuente “inagotable” de “recursos”, para convertirlos en mercancías o como repositorio de desperdicios, está llevando al límite la capacidad del planeta de “soportar” sus procesos ecodestructivos: la necesidad de terminar con la subsunción de la naturaleza a la lógica del capital es cada vez más urgente. Una vez más, como señalara Rosa Luxemburgo, las alternativas son socialismo o barbarie.

Ante esta crisis, el capitalismo oscila entre el negacionismo y diferentes variantes “verdes” donde la naturaleza es monetizada y considerada simplemente un capital natural. Así, lo único que nos ofrecen es una mayor mercantilización de la naturaleza, combinada con subsidios a grandes corporaciones para que emprendan una supuesta transición ecológica. No casualmente, es parte de esta misma estrategia cargar las culpas de la crisis ambiental en los individuos, señalar su supuesto poder como consumidores y ocultar de esa forma las responsabilidades que atraviesan toda la cadena de producción. Las cumbres climáticas, que los gobiernos utilizan para su “greenwashing” mientras continúan como si nada, escenifican para todo el mundo esta hipocresía capitalista.

Esta dinámica contribuye directamente a la degradación social y material de cientos de millones de personas que ya sufren la miseria, el desempleo y la precariedad laboral, mediante los cuales el capitalismo asegura su rentabilidad y reproducción. La pandemia de Covid-19 tuvo su origen en el avance sobre los ecosistemas naturales y seminaturales, condiciones que favorecen la emergencia de enfermedades de origen zoonótico. Impactó luego sobre sistemas de salud pública arrasados bajo el neoliberalismo y se transformó finalmente en un negocio para las grandes farmacéuticas, siendo un fenómeno inherente a esta dinámica más general.

Latinoamérica constituye una geografía en la cual esta lógica predatoria se traduce en procesos de destrucción y saqueo extractivista promovidos por intereses imperialistas acentuados a partir de las décadas de auge neoliberal, que avanzan dejando territorios y poblaciones arrasadas como verdaderas “zonas de sacrificio” mediante el agronegocio, con la destrucción de bosques, humedales y otros ambientes naturales o seminaturales y el desplazamiento de comunidades originarias, la explotación de combustible fósil mediante fracking o la megaminería metalífera con uso de sustancias contaminantes. Frente a esta realidad, este libro recupera los aportes del pensamiento ecológico de Marx.

La reflexión sobre la naturaleza, piedra angular del marxismo

En 1876, luego de enumerar una serie de desastres ecológicos y “revanchas de la naturaleza” ante cada victoria humana sobre ella, Friedrich Engels señalaba:

todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente [1].

Esta observación no era una anomalía en la obra de Engels ni en la de Karl Marx, como tampoco era extraño el interés de ambos por las ciencias naturales y físicas expresado, por ejemplo, en la reflexión sobre la obra de Charles Darwin, o en los intercambios que mantuvieron respecto de los análisis de Carl Schorlemmer y Justus von Liebig sobre la química agrícola, donde el último extendía el concepto de metabolismo a los ciclos biogeoquímicos de los agroecosistemas. No está ausente la reflexión acerca del rol del colonialismo (adelantando un debate anticolonial que será clave en la época imperialista) en la degradación de las condiciones ambientales de las regiones oprimidas, ya que como Marx señalaba, “Indirectamente, Inglaterra ha exportado el suelo de Irlanda, sin dejar siquiera a sus cultivadores los medios para reemplazar los constituyentes del suelo agotado” [2].

El autor explora y desarrolla una idea interesante: que la obra de Marx “no puede entenderse plenamente sin una comprensión de su concepción materialista de la naturaleza y su relación con la concepción materialista de la historia. Dicho de otro modo: el pensamiento social de Marx está inextricablemente relacionado con una visión ecológica del mundo”. En Marx, plantea Foster, desde el principio la noción de alienación del trabajo humano estaba vinculada con una comprensión de la alienación de los seres humanos respecto a la naturaleza. Incluso, denunció la expoliación de la naturaleza antes de que naciera la conciencia ecológica burguesa moderna.

Sin embargo, hasta hace poco tiempo hablar del pensamiento ecológico de Marx, o directamente la posibilidad de un marxismo ecológico parecía una contradicción. Marx era criticado desde el ambientalismo (e incluso desde el mismo ecosocialismo) por constituir, supuestamente, una posición propia de la Modernidad en su concepción de la naturaleza, con una ontología dualista entre naturaleza y sociedad y con una visión del desarrollo asociado a la expansión infinita de las fuerzas productivas [3] acompañada de un exacerbado antropocentrismo; para ser más precisos, de una actitud “prometeica”. Esta última caracterización se basa en el mito griego de Prometeo, titán que roba el fuego a los dioses del Olimpo para dárselo a los humanos. Prometeo se vuelve así un símbolo de la autosuficiencia humana. En contraposición, alejado del pensamiento dialéctico, parte del ambientalismo adoptó una visión romántica, organicista y vitalista en versión posmoderna, abstracta, un tipo de holismo que alcanzó su culminación en la metáfora de Gaia [4], personificación de los mecanismos de autorregulación del planeta. No solo cada comunidad sería un todo integrado y homeostático, sino que el planeta entero funcionaría como tal, con la capacidad de mantener autónomamente la salud del planeta, casi como un ser consciente. Así, desaparecen los temas histórico-materiales reales y se reducen a meras frases [5]. Es sobre el fondo de estos cuestionamientos que Foster realiza su recorrido en La ecología de Marx.

Haciendo honor a la verdad, este desacople entre el movimiento ambientalista y el marxismo se explica en gran medida por el papel nefasto del estalinismo a lo largo del siglo XX, a ambos lados de la ecuación, profundizado con el auge neoliberal en la década de 1980. La violenta purga de los pensadores ecológicos en la URSS durante el estalinismo junto a crisis ecológicas que encontraron su máxima expresión en la catástrofe de Chernóbil o en la desecación del lago Aral, no pudieron más que contribuir a ese desacople. En gran parte truncaron, además, la tradición ecológica iniciada en la Rusia revolucionaria, que tomó medidas pioneras en el marco de los primeros años del Estado obrero y contó pensadores como Vernadsky, reconocido por su análisis de la biosfera y como fundador de la ciencia de la geoquímica; Oparin, “codescubridor” de la primera explicación auténticamente materialista del surgimiento de los organismos vivos a partir del mundo inorgánico; el geobotánico Sukachev; o Vavilov, el primer presidente de la Academia de Agricultura Lenin, que, con el apoyo del Estado soviético aplicó el método materialista a la cuestión de los orígenes de la agricultura y fue pionero en la fundación de bancos de germoplasma, entre otros. Todas estas aportaciones –escribe el autor– a la ecología fueron producto de la primera época soviética y de las formas de pensar dialécticas, revolucionarias, que esta engendró. La tragedia en que finalmente desembocó la relación soviética con el medio ambiente, que acabó adoptando la forma que se ha caracterizado como “ecocidio”, ha tendido a oscurecer el enorme dinamismo de la temprana ecología soviética de la década de 1920 y el papel que Lenin desempeñó personalmente en la promoción de la conservación [6].

La experiencia del primer Estado obrero de la historia incluyó la publicación, dos días después de la toma del poder, del decreto “Sobre la tierra”, que convirtió todos los bosques, aguas y minerales en propiedad estatal como prerrequisito para su uso racional; medio año después, la promulgación de una ley básica “Sobre los bosques”, que los dividía en un sector explotable y otro protegido, destinado a “la preservación de los monumentos de la naturaleza, jardines y parques”, y también la declaración de una reserva natural en el delta del Volga, reclamada en 1919 por militantes bolcheviques de la ciudad –entonces sitiada– de Astrakhan. En esa ocasión Lenin manifestó que “la conservación de la naturaleza es de importancia para toda la República; le doy un significado urgente. Que sea declarada una necesidad nacional y apreciada a escala de importancia nacional”. Esta fue solo la primera zapovednik [reserva ecológica] instituida por los bolcheviques, a la que le siguió una legislación, en 1921, que ordenaba proteger “áreas naturales significativas” en todo el territorio ruso, con la idea no de convertir estas áreas en terrenos de recreo, sino de preservarlas como sistemas naturales sin trabas por el bien de la ciencia y la naturaleza misma, a pesar de que la zona era rica en metales preciosos [7]. Algo similar sucedió con los animales de caza, que fueron protegidos atendiendo el reclamo de sectores conservacionistas, mediante el decreto “Sobre las temporadas de caza y el derecho a poseer armas de caza” aprobado por Lenin en mayo de 1919, en desmedro de las posibilidades de generar ingresos con la venta de sus pieles. Por supuesto, todo en el marco más general del reparto de la tierra, del desconocimiento soberano del mecanismo imperialista de la deuda externa y de la nacionalización de la banca, el comercio exterior y los principales resortes de la economía, desde la perspectiva del avance internacional de la revolución.

Pero las raíces de la separación entre marxismo y ambientalismo también se remontan, según explica Foster, a la propia división, dentro del marxismo, alrededor de las posibilidades de hablar de una dialéctica en la esfera natural: los pensadores asociados a un sector del marxismo antiestalinista, que algunos han englobado como marxista occidental [8], alegaron que el razonamiento dialéctico, dado su carácter reflexivo, se aplicaba únicamente a la sociedad e historia humana. Con lo que, en un giro idealista, terminaron rechazando el materialismo y distanciándose de las ciencias naturales, de modo que el propio concepto de materialismo se fue haciendo cada vez más abstracto, con la consecuencia de alejarse, justamente, del pensamiento ecológico del propio Marx.

Hay que decir también que este problema fue señalado tempranamente por Sebastiano Timpanaro [9], y que sobresalen los trabajos de John D. Bernal [10] y Manuel Sacristán como pioneros en el abordaje de la cuestión ecológica dentro del marxismo crítico del estalinismo [11]. Foster plantea que la tradición dialéctica sí se mantuvo presente en el ámbito científico, aunque no en forma dominante, influida particularmente por Engels [12], en las obras de autores como J. B. S. Haldane, Bernal y Joseph Needham en la primera mitad del siglo XX, y en la segunda mitad, en los trabajos de pensadores como Richard Levins, Richard Lewontin y Stephen Jay Gould, Steven Rose [13] y Ruth Hubbard, entre otros [14].

El rescate de conceptos clave: metabolismo y fractura metabólica

Aunque ocasionalmente se continúa escuchando la acusación de prometeísmo, es precisamente gracias a los trabajos de autores como Paul Burkett (autor de Marx y la Naturaleza), el propio John Bellamy Foster e incluso, más recientemente, Andreas Malm o Kohei Saito, que se ha puesto en valor el pensamiento ecológico de Marx. Para Foster, Marx vio “la tensión antagónica entre el valor de uso y el valor de cambio como un factor clave tanto en las contradicciones internas del capitalismo como en el conflicto de este con su ambiente natural”. Foster también ha ayudado a rescatar y esclarecer la teoría de la fractura metabólica, que atraviesa varias de las obras de Marx a partir de sus reflexiones sobre el ciclo de nutrientes y el manejo de los suelos. El modo de producción capitalista, según una de las anotaciones de Marx,

perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores rurales [15].

El libro presenta un desarrollo detallado de la génesis del concepto marxiano de metabolismo (Stoffwechsel) entre sociedad y naturaleza, un concepto clave para una comprensión científica, por ejemplo, de la ruptura del metabolismo del carbono, responsable del aumento del calentamiento global y de la crisis climática [16], y para elaborar un programa que permita superar esta última [17].

Foster plantea la crisis de la socio-ecología alrededor de dos temas predominantes en el pensamiento verde: la idea de los límites naturales a la expansión humana y la contraposición de antropocentrismo a ecocentrismo. Al carecer de un punto de vista materialista apropiado, sostiene, “distinciones tales como lo antropocéntrico y lo ecocéntrico se revelan como abstracciones vacías, meras reformulaciones de viejos dualismos tales como la conquista humana de la naturaleza frente a la veneración de esta”; y la discusión sobre los límites al crecimiento se deshistoriza. La finalidad de este libro será, entonces, “trascender el idealismo, el espiritualismo y el dualismo de gran parte del pensamiento verde contemporáneo, mediante la recuperación de una crítica más profunda de la alienación de la humanidad respecto a la naturaleza, que ocupaba un lugar central en la obra de Marx”. En este sentido, y continuando con su línea de exploración principal, Foster sostiene que las ideas ecológicas de Marx son “producto de una ocupación sistemática con la revolución científica del siglo XVII y el medioambiente del XIX mediante una comprensión filosófica profunda de la concepción materialista de la naturaleza”. En otras palabras, se trataría de un “materialismo ecológico”, en el cual las condiciones materiales de producción y su relación con las posibilidades de libertad humanas no están desligadas de una concepción dialéctica de la historia natural. Un análisis ecológico exhaustivo requiere un punto de vista a la vez materialista y dialéctico, desde el cual la evolución es enfocada como proceso abierto, contingente, en un contexto de interrelacionalidad y coevolución, planteando, tal como sostienen Lewontin y Levins [18], una unidad entre organismo y medio.

El recorrido de Foster partirá entonces del desarrollo de la síntesis materialista a la que arribó Marx en su lectura crítica de Epicuro, Feuerbach y Hegel, de la lucha contra la doctrina eclesiástica de Malthus, de la crítica de la economía política inglesa y del socialismo utópico, en particular de Proudhon, a quien los propios Marx y Engels criticaron fuertemente por su prometeísmo mecanicista, que postulaba la tecnología como solución a los problemas sociales y ecológicos sin terminar con el capitalismo y su ley del valor (una idea que reaparece en las soluciones puramente tecnológicas a la crisis climática). Así también, nuestro autor repone la crítica a las posiciones que mistificaban la naturaleza de forma ahistórica dentro del socialismo y, por supuesto, el lugar de la ecología en el camino hacia una sociedad de trabajadores asociados, destacando la necesidad de eliminar el antagonismo entre la ciudad y el campo como clave para construir una relación sostenible entre los seres humanos y la naturaleza.

Continuando este recorrido, Foster explica cómo Marx pudo construir concretamente una visión de sostenibilidad basándose en la obra del químico agrícola Justus Von Liebig y de la idea de coevolución inspirada en la obra de Darwin. Se tratará de una visión íntimamente ligada al concepto de fractura metabólica y a la necesidad estratégica de trascenderla. En otras palabras, pensar consecuentemente en términos de sostenibilidad significa cuestionar la propiedad privada capitalista:

Desde el punto de vista de una formación económico-social superior –escribe Marx en El capital–, la propiedad privada del planeta en manos de individuos aislados parecerá tan absurda como la propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre. Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Solo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres familias [buenos padres de familia], a las generaciones venideras [19].

Recuperar y recrear la perspectiva marxista en ecología como tarea estratégica

El cambio climático ya está generando catástrofes y efectos sociopolíticos inevitables de los cuales las grandes potencias y corporaciones capitalistas no solo son los máximos responsables, también son plenamente conscientes. Las salidas que proponen, de la mano del mercado o incluso de una reforma del capital del tipo Green New Deal, se chocan, tal como señaló Marx, con aquellos intereses, gobiernos y Estados que los garantizan. Nunca ha sido más urgente que ahora “activar el freno de emergencia” contra el capitalismo, para enfrentar las consecuencias de la crisis climática que afecta a las mayorías trabajadoras del mundo, al mismo tiempo que luchamos por destruir sus causas. Como levanta en sus consignas el movimiento ambientalista en todo el mundo, “No hay planeta B”.

Frente a ello, y contra toda visión catastrofista que lleva al escepticismo, tenemos que prepararnos junto a la clase trabajadora, la juventud, las mujeres y los sectores populares en todo el mundo [20]. La catástrofe ambiental – junto a las crisis económicas y el agravamiento de las penurias sociales de las masas– traerá la lucha de clases y la rebelión de las y los explotados por la supervivencia. En ese marco, se abren debates y peleas estratégicas para enfrentar no solo la posibilidad de que se ensayen salidas reaccionarias e incluso “ecofascistas”, sino también las diferentes formulaciones estratégicas que plantean superar la crisis sin cuestionar al propio capitalismo, como ciertas posiciones decrecionistas que se limitan a invertir la idea de “crecimiento”, reduciendo todo a un problema de escala, cuantitativo, sin cuestionar las relaciones sociales propias de este sistema de acumulación.

En este marco, las peleas ambientales se multiplican a lo largo del globo con las heroicas resistencias de los pueblos que pelean por el agua o contra megaproyectos extractivistas. El movimiento ambientalista, que recorre la segunda mitad del siglo XX, resurgió con fuerza a nivel mundial en 2018 entre la juventud. Y si en décadas pasadas hemos visto un ambientalismo muy adaptado al neoliberalismo, separado del movimiento obrero, hegemonizado por ONGs enfocadas en acciones simbólicas o en campañas propagandísticas sobre la responsabilidad individual, sin un centro en la lucha de clases, en la actualidad, las experiencias de confluencia con las batallas de los trabajadores aún son incipientes. A su vez, la clase obrera, más numerosa que nunca, pero también más precarizada, libra importantes batallas, pero arrastra una crisis de subjetividad histórica, ideológica y política. Mientras que los sindicatos burocráticos han dejado completamente de lado demandas ambientales fundamentales, que afectan en especial a sectores populares, como las referidas a la contaminación, la salud o la vivienda, contribuyendo a mantener separados los reclamos ambientales de los de la clase obrera, son aquellos lugares donde esta escisión empieza a remediarse los que brindan una nueva perspectiva estratégica para vencer los intereses capitalistas en juego. La unidad entre trabajadores y ambientalistas en la refinería de Grandpuits (Francia), de la empresa Total SA, es un ejemplo de esto, así como también la experiencia de las y los trabajadores de Madygraf, reorganizando su producción bajo criterios ecológicos y organizándose junto a sectores ambientalistas en Argentina. Basta pensar que reclamos como salud para la inmensa mayoría de la población involucran no solo aspectos locales como la seguridad en los lugares de trabajo, sino también los sistemas de producción, las relaciones con otras especies y con los ambientes naturales, para ver la necesidad de esta unidad. Otro tanto sucede si se considera la potencialidad de esta alianza para resolver cuestiones clave como una transición y una reconversión energética “justa” –sin afectar las condiciones de trabajo y creando nuevos empleos con plenos derechos–, el desarrollo del transporte público o el acceso a viviendas dignas. La clase obrera, en toda su heterogeneidad –nacionalidades, pueblos originarios y amplios sectores racializados, mujeres y disidencias contra la opresión patriarcal–, cuenta con la fuerza social para llevar adelante una alianza obrera, popular y juvenil, no solo para terminar con las tendencias destructivas más inmediatas, sino para acabar también con la doble alienación del trabajo y de la naturaleza que impone el capitalismo, y así avanzar en una planificación realmente democrática y racional de la economía, planificando el metabolismo social entre la humanidad y la naturaleza, y reorganizando la producción social respetando los ciclos naturales, sin agotar nuestros bienes comunes naturales, terminando al mismo tiempo con la pobreza y las desigualdades sociales. En otras palabras, tiene la fuerza para pelear por el comunismo.

Se impone la tarea, entonces, de construir dentro del movimiento ambiental una perspectiva estratégica socialista [21] que busque ligar sus luchas a las de clase obrera, por un lado, y de dotar a la clase obrera de un programa que incorpore las demandas ambientales como parte de su programa transicional hacia el socialismo, por el otro; dos momentos inseparables de un mismo movimiento que hoy se presenta como una necesidad cada vez más dramática. Es en este sentido que consideramos que recuperar las bases del pensamiento ecológico del marxismo y ponerlo a disposición de las nuevas generaciones de luchadoras y luchadores obreros y ambientalistas, para recrearlo e innovarlo en este nuevo escenario, es una tarea de primer orden. A esta tarea dedicamos esta nueva colección, que comienza con La ecología de Marx, una obra clave.


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NOTAS AL PIE

[1Engels, Federico, Dialéctica de la naturaleza, Madrid, Grijalbo, 1961, pp. 259, 150-151.

[2Marx, Carlos, Teorías sobre la plusvalía III, México, Fondo de Cultura Económica, 1980.

[3Foster ejemplifica estas posiciones en el trabajo de la autora ecofeminista Carolyn Merchant y su influyente libro La muerte de la naturaleza. Mujeres, ecología y revolución científica (1980), Granada, Comares editorial, 2020. Empero, el autor considera a la obra de Merchant “obra indispensable, a pesar de su tratamiento unilateral de la tradición baconiana, por su profunda crítica de las tendencias mecanicistas y patriarcales de gran parte de la ciencia del siglo XVII”. En Svampa, M. y Viale, E. 2020, El colapso ecológico ya llegó, Buenos Aires, Siglo XXI, 2020, se repite el mismo argumento, tomando como referencia también el planteo de Carolyn Merchant.

[4Lovelock, James (1979), Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra, Barcelona, Ediciones Orbis, 1985.

[5Richard Levins y Richard Lewontin explicaban sus orígenes de la siguiente manera: “...el holismo moderno es la reacción de una burguesía educada, repelida y asustada por las actividades que la formaron como clase. Son anti industriales sin ser explícitamente anticapitalistas y, en su mayoría, no exploran las contradicciones que tal postura conlleva. La política del holismo moderno no es ni ‘conservadora’ ni ‘liberal’, pero, al menos en la escena estadounidense, tiene mucha más afinidad con la política populista contra las grandes empresas…”. Levins, R. & Lewontin, Richard C., (1994), “Holism and reductionism in ecology”, Capitalism Nature Socialism, 5:4, pp. 33-40. Sobre la hipótesis de Gaia, Daniel Bensaid, por su parte, señaló correctamente que “no es fortuito que el naturalismo radical pueda desembocar en un ‘realismo’ antihumanista” socialmente reaccionario. Bensaid, D., Marx intempestivo, Buenos Aires, Herramienta, 2003.

[6En p. 319 de la presente edición.

[7Ver Weiner, Douglas R., Models of Nature: Ecology, Conservation, and Cultural Revolution in Soviet Union, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1988; y Malm, Andreas, Corona, Climate, Chronic Emergency War Communism in the Twenty-First Century, Londres, Verso, 2020. Weiner destaca el impulso de Lenin a las políticas ecológicas. La resolución de 1921 establecía una comisión de control compuesta que incluía especialistas en geografía-antropología, mineralogía, dos en zoología y uno en ecología.

[8Anderson, Perry, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México, Siglo XXI, 1998.

[9En particular en Praxis, Materialismo y Estructuralismo, Barcelona, Fontanella, 1973. Ver Dal Maso, J. y Petruccelli, A., “Sebastiano Timpanaro: en defensa del materialismo”, en Revista Ideas de Izquierda, 30/5/21.

[10Foster, John Bellamy, The Return of Nature: Socialism and Ecology, Nueva York, Monthly Review Press, 2020.

[11Ver Petruccelli, Ariel y Dal Maso, Juan, Althusser y Sacristán, Itinerarios de dos comunistas críticos, Bs. As., Ediciones IPS, 2020.

[12Foster, John Bellamy, “Engels y la dialéctica de la naturaleza en el Antropoceno”, en Ideas de Izquierda, 29/11/20.

[13En la colección Ciencia y Marxismo de esta editorial nos proponemos recuperar esas obras y autores y hemos publicado Rose, H. y Rose, S., Genes, células y cerebros. La verdadera cara de la genética, la biomedicina y las neurociencias, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2019, y Lewontin, R. y Levins, R., La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2021.

[14Benitez-Vieyra, S. y Duarte, J., “La biología en cuestión: la potencia de la dialéctica”, en Ideas de Izquierda, 28/3/21.

[15Marx, Karl, El capital, t.1, vol. 1, México, Siglo XXI, 1983, pp. 611-612.

[16Foster analiza concretamente esta cuestión en Foster, J.B., Clark, B. y York, R., The Ecological Rift: Capitalism’s War on the Earth, Nueva York, Monthly Review Press, 2011.

[17Capítulo 5, “El metabolismo de la naturaleza y la sociedad”, p. 195 de la presente edición.

[18Levins, R. y Lewontin, R., ob. cit.

[19Marx, Karl, El capital, t. 3, Buenos Aires, México, Siglo XXI, 2008, p. 987.

[20Ver “Declaración juvenil 24S: “Huelga Mundial por el Clima: ¡El capitalismo y sus gobiernos destruyen el planeta, destruyamos el capitalismo!”, en La Izquierda Diario, 22/09/2021.

[21Albamonte, E. y Maiello, M., Estrategia socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.
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Juan Duarte

Ciencia y Ambiente | tw: @elzahir2006
Nació en Mendoza en 1979. Es psicólogo y docente universitario en la UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y de la agrupación Alerta Roja Ambiental. Escribió en El psicoanálisis y la revolución de Octubre (Ed. Topía, 2017). Y editó y prologó Genes, células y cerebros (Hilary y Steven Rose), La biología en cuestión (Richard Lewontin y Richard Levins), La ecología de Marx (John Bellamy Foster), El significado histórico de la crisis de la psicología (Lev Vigotski), La naturaleza contra el capital (Kohei Saito) y León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917), de Harold Nelson (2017), en Ediciones IPS. Escribe y edita en las secciones Ciencia y Ambiente.

Santiago Benítez Vieyra

Dr. en Biología, Investigador de CONICET. Agrupación Docentes e Investigadores de Izquierda.
Dr. en Biología, Investigador de CONICET.
Agrupación Docentes e Investigadores de Izquierda.