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A propósito de los 100 años del nacimiento de Ernest Mandel

Christian Castillo

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A propósito de los 100 años del nacimiento de Ernest Mandel

Christian Castillo

Ideas de Izquierda

En el artículo que presentamos a continuación, Christian Castillo establece un recorrido crítico por los aportes teóricos y el legado de Ernest Mandel a propósito de los 100 años de su nacimiento. El mismo es un desarrollo de las ideas planteadas en la intervención inicial en el panel al respecto realizado en Buenos Aires el pasado 30 de marzo. Junto con Castillo estuvieron debatiendo Eric Toussaint, Martín Mosquera, Jorgelina Matusevicius y Claudio Katz, con la coordinación de Eduardo Lucita.

Se cumplen cien años del nacimiento de Ernest Mandel (1923-1995) [1] y, aunque el mundo ha cambiado tanto desde entonces, los revolucionarios enfrentamos desafíos caracterizados por la actualización de la época de crisis, guerras y revoluciones que está ante nosotros.

Ernest nació en la entreguerra, y de su padre Henri y los revolucionarios exilados del nazismo que frecuentaban su hogar, aprendió las ideas socialistas y conoció al trotskismo. Aunque Mandel padre había dejado de militar orgánicamente en 1923 tras la derrota de la Revolución alemana, seguía ligado a los debates de los agrupamientos revolucionarios y en la biblioteca del hogar el joven Ernest se encontró con “una colección fantástica de viejas publicaciones: libros de Marx, de Lenin, de Trotsky, el órgano de la Internacional Comunista Imprecor, así como literatura rusa y cosas por el estilo” [2]. Poco antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, con apenas 15 años, empezó su militancia en las filas del trotskismo belga. Allí desarrolló la actividad en clandestinidad junto a jóvenes revolucionarios como Abraham León [3] y al fundador del Partido Comunista Belga y luego de la Oposición de Izquierda, Leon Lesoil [4], quienes fueron clave para recomponer las fuerzas de la organización trotskista local (que había tenido un fuerte descenso en sus miembros con la guerra, luego de llegar a tener unos 800 militantes, entre ellos muchos trabajadores mineros), el Partido Socialista Revolucionario, y coordinar la actividad de los partidarios de la IV Internacional en la Europa ocupada por las tropas de Hitler. Mientras Lesoil y Abraham León fueron asesinados por el nazismo, Mandel también fue detenido por las tropas de Hitler pero sobrevivió. Se escapó de su prisión en dos ocasiones, para ser nuevamente encarcelado hasta la liberación de un campo de detenidos en Alemania con el fin de la guerra.

De todos los dirigentes cuyos nombres propios caracterizaron al movimiento trotskista en la segunda posguerra (Michel Pablo, Pierre Lambert, Pierre Frank, James P. Cannon, Joseph Hansen, Farrell Dobbs, Gerry Healy, Nahuel Moreno, Tony Cliff, Guillermo Lora, Posadas -Homero Cristali-, Ted Grant, etc.), Mandel fue sin dudas el que desarrolló la obra teórica más prolífica, con más de 30 libros y 2.000 artículos publicados, y tuvo un reconocimiento intelectual que excedió ampliamente las filas del trotskismo. En el terreno de la economía marxista su obra no tuvo parangón, principalmente con los tres tomos (en la edición en español) de su Tratado de economía marxista primero, y La formación del pensamiento económico de Marx (un trabajo excelente que incluye una polémica con Althusser), su obra más importante El capitalismo tardío (traducido a varios idiomas del original en alemán), Las ondas largas del desarrollo capitalista, La crisis y las introducciones a los tres tomos de El Capital, publicadas como libro independiente después bajo el título de El Capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. El reconocimiento a su erudición y calidad intelectual fue prácticamente unánime entre la intelectualidad de izquierda no stalinista. Supo ganarse el aprecio de grandes personalidades como Ernst Bloch, Roman Rosdolsky, Perry Anderson, Rudy Dutchske y el Che Guevara, entre muchos otros. Fue también uno de los inspiradores de la juventud radicalizada del 68 en numerosos países, donde dio conferencias para miles de estudiantes. Para Robin Blackburn, integrante del Comité Editor de la New Left Review, Mandel “quizá más que nadie, fue el educador de la nueva generación ganada al marxismo y a la política revolucionaria en la revuelta estudiantil de los años sesenta, especialmente en Europa y las Américas” [5]. Esa influencia le permitió jugar un rol clave, por ejemplo, en ganar para el trotskismo a los dirigentes de la ETA “VI Asamblea” [6], a quienes visitó en las cárceles franquistas. Por su actividad revolucionaria le prohibieron la entrada en distintos momentos los gobiernos de Alemania Federal, Francia, Estados Unidos, Suiza y Australia. Hábil polemista, sus debates con Nicolás Krasso sobre Trotsky en la New Left Review (donde fue colaborador), con Alec Nove sobre el socialismo de mercado, con la corriente cliffista sobre la tesis del capitalismo de Estado, su trabajo sobre El porvenir del trabajo humano (discutiendo acerca de los planteos del “fin del trabajo”) o El lugar del marxismo en la historia, son aportes que a mi juicio mantienen completa vigencia a pesar de los años transcurridos, así como su libro El significado de la Segunda Guerra Mundial, que reeditamos en español hace algunos años desde Ediciones IPS.

Mandel fue sin lugar a dudas una enorme personalidad teórica y política, un dirigente marxista de los que Perry Anderson caracterizó como propio del “marxismo clásico” frente a la separación entre teoría y práctica del “marxismo occidental”, por un lado, y al esclerosamiento y transformación del marxismo en razón de Estado por parte del stalinismo.

Sin embargo, este reconocimiento a la envergadura de su obra y al prestigio y la influencia lograda por Mandel, así como a los hilos de continuidad revolucionaria presentes en sus escritos, en nuestro caso está acompañada de una visión crítica de gran parte su trayectoria política como dirigente de lo que fue la principal tendencia dentro de las corrientes en que se dividió el movimiento trotskista en la posguerra, el Secretariado Unificado de la IV Internacional, y de parte de sus reflexiones teóricas [7].

Mandel fue parte de quienes intentaron mantener la continuidad de la IV Internacional en una situación muy particular, caracterizada por el fortalecimiento del stalinismo a la salida de la guerra en vez de su hundimiento –como había previsto Trotsky–, basada en el prestigió de haber derrotado a la Wehrmacht en manos del Ejército Rojo y con la ampliación a Europa del Este y China de los países donde el capitalismo fue expropiado para 1949. A su vez, en los países imperialistas, con el inicio del “boom de la posguerra” (que implicó unos veinte años de crecimiento económico ininterrumpido en estos Estados a tasas promedio del 6 % anual), se fortalecieron la socialdemocracia y los partidos comunistas (como en Francia y en Italia). Mientras, en distintas semicolonias, ganaban peso variantes nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas. La traición del stalinismo a la revolución en los países de Europa Occidental (particularmente en Italia, Francia y Grecia) –cumpliendo con lo acordado con Estados Unidos y Gran Bretaña en los pactos de Yalta y Potsdam–, junto con la destrucción de la infraestructura europea en la guerra y la disponibilidad de capitales estadounidenses, permitieron la estabilización económica en los centros imperialistas, mientras la revolución se expandía en Asia, África y América Latina, es decir, en los países de lo que en la época se llamó el “Tercer Mundo”.

Los trotskistas habían sobrevivido a la guerra pero eran una pequeña minoría, y Mandel se contó, siendo muy joven, entre quienes se pusieron a la cabeza de reorganizar la IV Internacional frente al menor empeño inicial de dirigentes de más tradición como los del SWP estadounidense. Había que responder a un nuevo marco estratégico. Pero las respuestas dadas, a nuestro entender, no estuvieron a la altura del desafío planteado.

Debates en el movimiento trotskista

Mencionemos tres temas centrales que cruzaron los debates de aquellos años. Primero, la naturaleza de los Estados surgidos de las revoluciones de posguerra donde hubo expropiación del capitalismo y las formaciones sociales donde el capitalismo fue suprimido “desde arriba”. En el Segundo Congreso Mundial de la IV Internacional realizado en mayo de 1948 aún se definía a Yugoslavia (que sería expulsada por Stalin del Kominform en junio de ese año [8]) y los países del glacis o “zona de amortiguación” (los de Europa Oriental que habían sido ocupados por las tropas soviéticas y Alemania Oriental) como “capitalistas en proceso de asimilación estructural”. En marzo de 1949 Mandel publica “¿Hacia dónde va Europa del Este? Tendencias económicas en la zona de amortiguación de Stalin”, donde considera que aún no se ha dado el salto de cualidad hacia la transformación del carácter de clase de estos Estados. Joseph Hansen responde a este documento en diciembre de ese mismo año con su trabajo “El problema de Europa del Este”, donde siguiendo los desarrollos de Trotsky respecto a Finlandia y Polonia en 1939-40 fundamenta por qué se han transformado en nuevos Estados obreros. Para el Tercer Congreso Mundial de 1951, el consenso fue definir a estos países como “Estados obreros deformados”, definición que se extendió a China, donde la revolución había triunfado en 1949.

La extensión más general de la categoría de Estado obrero deformado a estos países (y luego a Corea del Norte, Cuba y Vietnam), y seguir considerando a la Unión Soviética un Estado obrero degenerado, fue progresiva sin dudas en relación a quienes por la dirección stalinista (o nacionalista pequeñoburguesa) de estos procesos, o por haber sido realizados en frío, se negaron a plantear el cambio del carácter de clase de estos Estados, como Lutte Ouvriére, los teóricos del “capitalismo de Estado” o los del “colectivismo” y/o “capitalismo burocrático” [9]. Pero en el caso de Mandel y otros dirigentes de aquel entonces se hizo generando expectativas y embelleciendo en sus momentos de auge a las direcciones de estos procesos, ya sea el titoísmo, el maoísmo o el castrismo, con lo cual el término “deformado” de estos Estados se transformaba muchas veces en poco más que letra muerta, al no plantearse en ellos un claro programa de revolución política en los Estados que surgieron producto de procesos revolucionarios liderados por direcciones stalinistas o nacionalistas pequeñoburguesas, con las formas particulares que ameritara en cada caso [10]. Vale mencionar que gran parte de los principales referentes de la corriente que continúa la tradición de Mandel reniega hoy de la caracterización de estos Estados y de la Unión Soviética como Estados obreros burocráticos (deformados y degenerado respectivamente), sin que hayan elaborado una postura común sobre el tema, inclinándose varios por alguna variante del colectivismo burocrático pero sin sacar conclusiones de qué programa y estrategia hubiera correspondido plantear ante tal caracterización. A nuestro entender, por el contrario, la forma en que se dio la restauración capitalista en la Unión Soviética, los países de Europa del Este y China, con la burocracia pasándose a este campo con “armas y bagajes”, muestra la pertinencia del análisis original de Trotsky al respecto [11] y de su extensión a los Estados donde hubo expropiación del capital en la posguerra. En el mismo sentido el programa de la revolución política es lo que creemos correspondía plantear en los levantamientos antiburocráticos que hubo en estos países a lo largo de la posguerra. Es decir, un programa para barrer el aparato burocrático reemplazándolo por el poder de los consejos obreros –soviets– preservando la propiedad estatal de los medios de producción y reformulando todo el plan económico en beneficio de los productores.

Un segundo debate que quería señalar hace al marco estratégico más general del mundo de posguerra. Aquí Mandel se alineó con Michel Pablo en 1951 en la visión de que se venía un período de “guerra-revolución” y en la política de “entrismo sui generis [12] a los Partidos Comunistas (y secundariamente a la socialdemocracia, como fue el caso de Bélgica), planteos expresados claramente en el documento “¿A dónde vamos?” redactado por Pablo. Mandel por su parte había presentado “La cuestión del estalinismo (Diez tesis)” en abril de 1951. Más allá de la coyuntura en que fue planteada la caracterización de “guerra-revolución” (la de la guerra de Corea, donde se hablaba de la inminencia de una “tercera guerra mundial”), lo cierto es que lo que se fue configurando fue una suerte de duopolio mundial entre el imperialismo yanqui y la burocracia stalinista que buscaba preservar el nuevo orden mundial (el “orden de Yalta”), mientras la caracterización de período de “guerra-revolución” entre el “campo stalinista” y el “mundo capitalista” que “iba a durar siglos” iba en el sentido contrario, no preparando para los levantamientos como el de Alemania Oriental en 1953 (donde el Secretariado Internacional que integraban Pablo y Mandel no planteó que se vayan las tropas rusas) y, luego, Polonia y Hungría en 1956, donde aquí sí el conjunto de las fuerzas trotskistas repudiaron la criminal intervención de la Unión Soviética para aplastar el proceso revolucionario húngaro, donde se desarrollaron los consejos obreros. En la disputa que se dio en 1953 coincidimos con lo esencial de las críticas que las fuerzas agrupadas en el Comité Internacional, encabezadas por el SWP estadounidense (ver la carta abierta “A los trotskistas del mundo” redactada por James P. Cannon), plantearon al “campismo” y adaptación al stalinismo a que llevaban las posiciones mencionadas de Pablo y Mandel (y también al método centralista burocrático con el cual trató de imponerse esta definición a la sección francesa, que no acordaba con el entrismo al PCF, y que llevó a su división), aunque nunca sostuvieron una estrategia alternativa de conjunto al Secretariado Internacional [13].

La caracterización de un período de “guerra-revolución” que llevaría a los partidos stalinistas a ir “más allá” de su “etapismo” como tendencia general fue el fundamento para la política de “entrismo sui generis”, que se planteó como táctica generalizada. Es decir, la participación en los partidos comunistas o socialdemócratas sin constituir un ala o fracción con publicación y personalidad propia, algo que había caracterizado el “giro francés” impulsado por Trotsky a mediados de la década del 30 del siglo XX, luego del triunfo de Hitler en Alemania y de que la entrada de trabajadores que se radicalizaban hacia izquierda a la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) volvió por un período limitado a este partido una organización que el fundador de la IV Internacional consideraba episódicamente como “centrista”. Esta misma táctica fue utilizada en sintonía con lo que ocurría en Francia por organizaciones trotskistas también en otros países, como fue el caso de los Estados Unidos. Pero lo que en Trotsky fue una táctica episódica, aquí se convirtió en una política duradera, con una década o década y media de militancia “tapada” en estas organizaciones y con resultados poco fructíferos. El propio Mandel, que había tenido gran influencia en el ala izquierda de la socialdemocracia belga, impulsando el periódico La Gauche, y de la central sindical, terminó siendo expulsado, yéndose con apenas unas decenas de militantes. Las experiencias “entristas” de estos años, es cierto, no fueron privativas de los sectores que quedaron en el Secretariado Internacional. Nahuel Moreno, que adhirió al Comité Internacional, tuvo todo un período de entrismo al peronismo después del golpe de 1955 con la experiencia de Palabra Obrera. Aunque en este caso había un períodico propio y Moreno sostenía que la táctica era un entrismo a las organizaciones sindicales del peronismo y no a su aparato político, lo cierto es que el periódico se presentaba “bajo la disciplina del General Perón”, y el resultado al final del proceso fue tan poco fructífero como el que comentamos de Mandel en la socialdemocracia belga. Esta táctica de entrismo prolongado puede señalarse como una de las causas que llevó a que las organizaciones trotskistas llegaran debilitadas al período de ascenso revolucionario internacional iniciado en 1968, cuando la radicalización obrera y juvenil llevó al surgimiento de organizaciones trotskistas independientes que superaron los 1.000 militantes en varios países pero sin lograr ser un factor decisivo en los procesos revolucionarios que se desarrollaron [14]. Podemos decir que Mandel no estuvo exento de un rasgo que caracterizó a gran parte de los dirigentes y corrientes del trotskismo de posguerra: el objetivismo. La idea que la fuerza de los hechos forzaría a las direcciones circunstanciales del movimiento de masas a ir más allá de su programa y estrategia, generalizando de este modo lo que había sido un momento episódico al final de la guerra y debilitando (o dejando de lado directamente) la posibilidad que el trotskismo dispute el liderazgo de las masas a esas mismas direcciones.

Luego de separarse de Pablo primero, y de Posadas después, Mandel se reunificaría con el SWP (Socialist Workers Party) estadounidense, aquellas organizaciones que influía internacionalmente, y la tendencia que había construido Moreno, el SLATO (Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo) en 1963, dando lugar al Secretariado Unificado de la IV Internacional. Esta unificación se dio en base al reconocimiento que en Cuba había surgido un nuevo Estado obrero pero sin ningún balance común de las condiciones que habían llevado a la ruptura y realizando un embellecimiento de la dirección castrista que fue común a la mayoría de las organizaciones trotskistas en esos años [15]. Por su parte, las organizaciones lideradas en Gran Bretaña por Gerry Healy y en Francia por Pierre Lambert no participaron de la unificación y no reconocieron como un Estado obrero al surgido de la revolución cubana.

Un tercer debate al que quería referirme es sobre las implicancias del boom capitalista de la posguerra, desarrollado una vez contenidos los procesos revolucionarios del final de la guerra en Europa Occidental y lanzado el Plan Marshall. Para una parte del movimiento trotskista nada había cambiado y la letra del Programa de Transición en lo que hacía a la definición que “las fuerzas productivas habían dejado de crecer” seguía teniendo vigencia contra toda evidencia. Mandel, luego que en el II Congreso Mundial de la IV Internacional en 1948 fuera la tendencia del RCP (Revolutionary Communist Party) británico la que señalara que la economía se estaba estabilizando en los países imperialistas, se colocó por el contrario entre quienes reconocieron el cambio ocurrido en la dinámica económica de los países capitalistas avanzados pero, a nuestro entender, cediendo a las tesis de quienes planteaban la existencia de un período neocapitalista, definición que se encuentra en el Tratado de economía marxista y en otros de sus trabajos. A nuestro entender, esta definición podía dar a entender que el nuevo ciclo de desarrollo de las fuerzas productivas abría un período de rejuvenecimiento orgánico del capitalismo en los países imperialistas. Luego Mandel acuñaría la definición de “capitalismo tardío” para este período, con el que intenta explicar las peculiaridades del modo de producción capitalista en el período de posguerra, cuando estaba en auge el keynesianismo y se había producido la “tercera revolución industrial” que había acelerado el ciclo de rotación del capital [16]. Todo un capítulo de El capitalismo tardío, que fue su tesis doctoral, incluye la discusión sobre las “ondas largas”, tema que también está tratado en la conferencia del ciclo Alfred Marshall que dio en 1978 sobre el tema en la Universidad de Cambridge, que se publicaron como libro independiente. Al respecto, buscando sintetizar las posiciones contrapuestas que habían tenido Trotsky y Kondratiev en la década del 20 sobre este tema, Mandel plantea:

La existencia de estas ondas largas en el desarrollo capitalista, difícilmente pueda negarse a la luz de unas pruebas abrumadoras. Todos los datos estadísticos disponibles indican claramente que si tomamos como indicadores clave el crecimiento de la producción industrial y el crecimiento de las exportaciones mundiales (del mercado mundial), los períodos 1826-1847, 1848-1873, 1874-1893, 1894-1913, 1914-1939, 1940/48-1967 y 68? están marcados por acusadas fluctuaciones de las tasas medias de crecimiento, con altibajos entre las sucesivas ondas largas que oscilan entre el 50 y el 100 % [17].

Y agrega:

El análisis económico marxista generalmente ha situado los movimientos de la tasa media de ganancia en dos marcos temporales diferentes: el del ciclo industrial y el del ciclo vital del sistema capitalista (de nuevo la controversia sobre la denominada teoría del derrumbe). Nosotros propugnamos que debe intercalarse un tercer marco temporal... el de las llamadas ondas largas de veinte a veinticinco años de duración [18].

Finalmente, plantea: “Estamos convencidos de que lo que ocurrió después de 1848, 1893 y 1940-48 fueron de hecho ascensos a largo plazo de la tasa media de ganancia” [19].

A la vez, Mandel señala que no hay motivos endógenos para el ascenso de la “onda larga”, sino que es producto de factores vinculados con la lucha de clases entre otros. En este caso, la guerra mundial y su resultado serían el factor explicativo de la expansión de la posguerra. Pero a la vez señala que después de la expansión el período depresivo es inevitable. Aunque esta visión le sirvió para predecir el cambio de tendencia del ciclo del boom a finales de los 60, no vemos motivos teóricos para sostener tal definición: los mismos argumentos que usa para sostener que el inicio de la onda ascendente no puede explicarse por motivos económicos meramente endógenos se pueden utilizar para la onda descendente, más allá de plantear la existencia de elementos tendenciales que pueden ser alterados por el resultado de guerras, revoluciones o la conquista del capital de nuevos territorios económicos. En nuestro caso, para dar cuenta del boom de la posguerra hemos hablado de un período de “desarrollo parcial de las fuerzas productivas” (a falta de un nombre mejor) para diferenciarlo del ciclo inicial de desarrollo capitalista y dar cuenta de la pérdida de un tercio del territorio mundial para el capitalismo como marco en el que se desarrolló este período de crecimiento económico sostenido durante dos décadas en los países capitalistas avanzados.

Junto a estos tres temas, creo importante mencionar también el cuestionamiento a la orientación favorable a la guerra de guerrillas como estrategia en América Latina defendida por Mandel en el IX y X Congreso Mundiales del SU, que lo llevó a reconocer al sector liderado por Santucho en lugar del dirigido por Nahuel Moreno como sección oficial del SU luego de la ruptura del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) argentino a comienzos de 1968. Más allá de esta circunstancia, fue una orientación de conjunto de adaptación al guerrillerismo y que tuvo resultados muy negativos para la vanguardia revolucionaria latinoamericana, enfrentada en el seno del SU por la tendencia impulsada en común por el SWP estadounidense y el morenismo.

Por último, hay que mencionar también que Mandel va a tener una posición que podríamos denominar “deutscheriana tardía” frente a la perestroika y la glasnot impulsadas por Mijail Gorbachov, con la ilusión de que podía desatarse un proceso de autorreforma de la burocracia en la Unión Soviética (según su biógrafo Jan Willem Stutje, su libro sobre la URSS de Gorbachov recibió críticas importantes de su círculo cercano), aunque en el libro posterior, El poder y el dinero (un estudio de envergadura sobre el rol de las burocracias) vuelve a reivindicar la perspectiva de la revolución política. En ese mismo trabajo formuló la hipótesis de que un nuevo Estado posrevolucionario podría combinar una representación basada en el sufragio universal con otra basada en los consejos obreros, planteo que nos hace recordar las posiciones favorables al Estado combinado desarrolladas durante la Revolución alemana cuestionadas por la Tercera Internacional en aquel entonces. Decía Mandel allí:

Todas estas formas de democracia directa no sustituyen sino complementan a las instituciones del sufragio universal. Después del choque traumático de las dictaduras fascista, militar y stalinista, las masas obreras de todo el mundo están profundamente convencidas de la necesidad de participar en elecciones democráticas de organismos de tipo parlamentario. Sería suicida que los socialistas se pusieran en contra de este profundo impulso masivo en nombre de algunos dogmas espurios que se hacen eco de los argumentos de los bocheviques y la Internacional Comunista entre 1917 y 1923. Las condiciones especiales que llevaron a los bolcheviques a la restricción del sufragio universal en la primera constitución soviética –el hecho de que el proletariado era solo una pequeña minoría de la sociedad– no se dan en la actualidad en ninguno de los grandes países del mundo, con las posibles excepciones de Indonesia y Pakistán […] El deseo justo y legítimo de una ampliación cualitativa de las dimensiones de la democracia directa se puede perfectamente realizar en un sistema en donde los derechos de un organismo de tipo parlamentario estén limitados por los derechos de otras cámaras que representen otros sectores de la sociedad (nacionalidades, mujeres, productores, etc.). Una mayor frecuencia de las elecciones, aunada al derecho a revocar a los diputados o representantes en general, reduciría en forma dramática la “distancia” de los parlamentarios respecto de sus electores, así como su tendencia a hacer promesas electorales demagógicas que no tienen ninguna intención de cumplir [20].

El problema de esta visión no es tanto quiénes tienen el derecho a votar sino que se liquida el planteo de los consejos de trabajadores y trabajadoras (soviets en la Revolución rusa) apoyados en milicias obreras como base del poder del nuevo Estado revolucionario, como organismos claves para una forma de democracia infinitamente superior a la más amplia de las democracias burguesas, como superación justamente del parlamentarismo burgués, donde las amplias masas puedan intervenir para decidir tanto sobre en las decisiones políticas como en la planificación democrática de la economía.

Estas posiciones fueron parte de un giro a derecha que van a tener gran parte de las organizaciones que se reinvindicaban trotskistas en esos años, con el SWP estadounidense bajo el liderazgo de Jack Barnes adaptándose completamente al castrismo, el “lambertismo” cediendo al gobierno de Mitterrand en Francia o el morenismo planteando la semietapista “teoría de la revolución democrática”. Planteos que cimentaron las dos posiciones erradas que predominaron ente las movilizaciones desarrolladas en Europa del Este y la Unión Soviética entre 1989 y 1991 (la que levantó un programa meramente democrático –desligando de consignas como la revisión completa del plan en interés de los productores y consumidores o la mayor igualdad salarial en toda clase de trabajo, y otras que apuntaran a preservar las conquistas estructurales–, como la LIT morenista o el lambertismo; o la que tuvo una posición defensista de la burocracia), que terminaron con la restauración capitalista en estos países dando, junto a la victoria estadounidense en la primera guerra del golfo, un nuevo impulso a la “globalización” neoliberal.

Ninguna de las críticas que hemos planteado va en desmedro de señalar la importancia de la lectura y el estudio y discusión de toda la obra de Mandel. Sus libros y artículos están llenos de aportes y enseñanzas para cualquiera que quiera desarrollar la teoría marxista. Su actitud de considerar el marxismo como una teoría viva y ponerlo en discusión con las distintas corrientes del pensamiento contemporáneo no puede más que ser emulada por quien quiera desarrollar el marxismo revolucionario en nuestro tiempo. Un marxismo abierto caracterizado por Mandel como “la necesidad de someter constantemente a examen y en caso necesario de cuestionar todo principio y toda afirmación a partir de nuevos datos, nuevos desarrollos y nuevos problemas” [21]. Incluso leyendo ciertas evaluaciones realizadas con motivo de este centenario de su nacimiento, puede verse una tendencia a cuestionarlo por los aspectos más “trotskistas” de su obra, lo que genera la ironía que quienes somos más críticos de su trayectoria en los debates al interior del movimiento trotskista nos sintamos hoy más cerca de muchos de sus escritos que quienes lo acompañaron en sus opciones militantes.

Para finalizar nos quedamos con una definición del sentido de la lucha de toda su vida que dio Mandel con la que nos sentimos plenamente identificados:

Nosotros, marxistas de la época de la lucha de clases entre el capital y el trabajo asalariado, solo somos los representantes más recientes de esa corriente milenaria, cuyos orígenes se remontan a la primera huelga en el Egipto faraónico y que, pasando por las innumerables sublevaciones de los esclavos en la Antigüedad y las revueltas campesinas en los viejos China y Japón, conducen a la gran continuidad de tradición revolucionaria de los tiempos modernos y del presente.
Esta continuidad resulta de la chispa inextinguible de la insubordinación a la desigualdad, a la explotación, a la injusticia y a la opresión, que se renueva siempre en la historia de la humanidad. En ella reside la certidumbre de nuestra victoria, porque ningún César, ningún Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino, ni ninguna inquisición, ningún Hitler, ni ningún Stalin, ningún terror, ni ninguna sociedad de consumo han conseguido sofocar duraderamente esa chispa [22].


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NOTAS AL PIE

[1La biografía más completa de Mandel es la realizada por Jan Willem Stutje, Ernest Mandel. A Rebel’s Dream Deferred, publicada en inglés por Verso en 2009.

[2“Entrevista de Tariq Alí a Ernest Mandel: locuras de juventud”, en Ernest Mandel, El lugar del marxismo en la historia y otros textos, Madrid, Viento Sur y Los libros de la Catarata, 2005, p. 30.

[3Abraham León (1918-1944): nació en Varsovia bajo el nombre de Abraham Wejnstok, se crió en Bélgica. Militó en la organización sionista de izquierdas Hashomer Hatzair, la Guardia de la Juventud desde 1913. Durante los Juicios de Moscú comenzó a simpatizar con el trotskismo. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, León abandonó sus viejas posiciones sionistas y adhirió trotskismo. Fue detenido y asesinado por los nazis

[4Leon Lesoil (1892-1942): fundador del PC Belga, expulsado en 1928 junto con otros dirigentes, por oponerse a las medidas tomadas contra la Oposición soviética. Fue uno de los fundadores de la Oposición de Izquierda belga. Fue dirigente de la organización trotskista local hasta su muerte en un campo de concentración nazi.

[5“In Memorian: Ernest Mandel”, en Ernest Mandel, El lugar del marxismo en la historia y otros escritos, op. cit., p. 23

[6En 1970, en la VI Asamblea de esta organzación, se enfrentan dos sectores: uno “militarista”, partidario de las acciones armadas, y otro partidario de la supeditación de la lucha armada a la lucha política y la ligazón con las organizaciones obreras. Esta última era mayoritaria en la asamblea, pero el sector militarista se negó a aceptar las resoluciones de la asamblea escindiéndose en lo que se dio en llamar ETA V Asamblea o ETA-V. El sector mayoritario fue conocido como ETA VI Asamblea, o ETA-VI.

[7En textos anteriores hemos definido el trotskismo de posguerra, aun siendo la corriente más a la izquierda de la izquierda internacional, terminó configurándose como un conjunto de tendencias centristas, caracterización que no quita que hayan dejado hilos de continuidad revolucionaria que es necesario rescatar.

[8Ver al respecto Philippe Alcoy, “La cisma entre Stalin y Tito” partes I, II, III y IV La Izquierda Diario.

[9En nuestro caso señalamos que a partir de 1943 y hasta 1948-49 se abre un período excepcional que hizo posible la materialización de lo que Trotsky había planteado como “hipótesis improbable” en el Programa de Transición: “¿Es posible la creación del gobierno obrero y campesino por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos poco probable. No obstante, no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.), partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En todo caso, algo es indudable: si esta variante, poco probable, llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” –en el sentido indicado más arriba– llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado” (El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017, p. 64). La realidad fue incluso más allá de esta hipótesis en el sentido que distintos Estados avanzaron no solo hacia “gobiernos obreros” sino hacia la constitución de Estados obreros deformados. A la vez vimos multitud de situaciones revolucionarias donde el desenlace revolucionario fue evitado por las direcciones reformistas de distinto tipo.

[10Algo similar va ocurrir respecto del sandinismo en Nicaragua, al que llegó a definir como un “gobierno obrero”. Recién en 1985 el SU tomaría distancia política del sandinismo y Mandel rompería políticamente por completo con Daniel Ortega en 1992, luego de su abandono del gobierno tras perder las elecciones.

[11Ver Christian Castillo y Matías Maiello, “Lecciones para reactualizar la perspectiva comunista en el siglo XXI”, en León Trotsky, La revolución traicionada y otros escritos, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2014.

[12Este entrismo era definido como sui generis porque no era la táctica de un entrismo episódico para ganar a los elementos de vanguardia para construir un partido revolucionario independiente, sino que el objetivo era quedarse adentro de aquellos partidos durante un largo período.

[13La resistencia inicial al documento de Pablo provino de la sección francesa. En junio de 1951 Marcel Bleibtreu publica “¿Adónde va el camarada Pablo?”. El SWP solo se opondrá a Pablo cuando este empieza a alentar una sector interno, la “tendencia Cochran-Clarke”, dentro del partido estadounidense.

[14Este cuestionamiento no implica en nuestro caso la negativa a tener diversas tácticas, incluso distintas formas de “entrismo”, para que pequeños núcleos de revolucionarios se desarrollen hasta poder constituir partidos revolucionarios independientes. Es una crítica precisa al empleo generalizado de una táctica determinada y a los fundamentos equivocados sobre los cuales se apoyó.

[15En la biografía de Stutje ya mencionada hay un capítulo muy interesante y detallado respecto de la relación de Mandel con el Che Guevara, sus dos estadías en Cuba y su intervención en los debates sobre la planificación económica en el nuevo Estado obrero cubano.

[16Aclaremos que el concepto de “capitalismo tardío”, a su vez, tuvo un desplazamiento luego de la obra de Fredric Jameson, que define al posmodernismo como la “lógica cultural del capitalismo tardío”. Lo cierto es que el “posmodernismo” se relaciona más con el período neoliberal que el estudiado por Mandel. Es así que en muchos textos se habla de “capitalismo tardío” englobando todo lo ocurrido de la posguerra hasta la actualidad, aunque los rasgos del capitalismo neoliberal difieren en aspectos relevantes con el período analizado por Mandel.

[17Ernest Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Siglo XXI Editores, 1986, p. 2.

[18Ibídem, p. 10.

[19Ibídem, p. 11.

[20Ernest Mandel, El poder y el dinero, México, Siglo XXI Editores, 1994, pp. 287-288.

[21Ernest Mandel, Marxismo Abierto, Barcelona, Grijalbo, 1982, p. 42.

[22Ernest Mandel, “Pourquoi je suis marxiste”, en G. Achcar (ed.), [Le marxisme d´Ernest Mandel, París, PUF, 1999, p. 230.
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Christian Castillo

@chipicastillo
Dirigente Nacional del PTS en el Frente de Izquierda. Sociólogo y docente universitario en la UBA y la UNLP