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A los cinco años

Versión publicada en Cómo se armó la revolución: Escritos Militares de León Trotsky (selección), Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2006, p. 97.

Moscú, 27 de febrero de 1923

La idea de editar mis artículos, discursos, informes, llamamientos, órdenes, instrucciones, cartas, telegramas y otros documentos, dedicados al Ejército Rojo, surgió con motivo del quinto aniversario de éste. La iniciativa de la edición corresponde al camarada V.P. Polonski. Los camaradas I.G. Bliumkin, F.M. Vermel, A.I. Rubin y A.A. Hikitin llevaron a cabo la selección, el ordenamiento y la corrección de los materiales. Las observaciones, así como los índices temáticos y de nombres corrieron a cargo de S.I. Ventsov. Cuando examiné rápidamente el manuscrito preparado para la imprenta, mi impresión fue que la labor electiva por la organización del Ejército Rojo no queda reflejada aquí más que de manera muy insuficiente y, sobre todo, escasamente concreta.

Ahora, cuando podemos abarcar toda la labor de la revolución durante cinco años, aparece con meridiana claridad que casi todas, si no todas, las principales cuestiones y dificultades de la edificación soviética -en su forma más compacta, condensada y ruda- se presentaron principalmente ante nosotros en el terreno militar. Aquí no cabían las dilaciones. Los errores y las ilusiones se pagaban casi inmediatamente. Las decisiones más responsables tenían que adoptarse bajo el fuego enemigo. Y la oposición a estas decisiones encontraba su piedra de toque en la acción misma, sobre el terreno.

De ahí la lógica interna de la construcción del Ejército Rojo, el que no oscilara de un sistema a otro. Podría decirse, en cierto modo, que fue precisamente la intensidad del peligro lo que nos salvó. Si hubiéramos dispuesto de más tiempo para discurrir y discutir hubiéramos cometido, sin duda, muchos más errores.

Lo más difícil fue el primer período, aproximadamente hasta la segunda mitad del año dieciocho. En parte por necesidad, en parte por inercia, los esfuerzos revolucionarios tendieron prioritariamente a destruir las viejas relaciones, a eliminar de todos los puestos a los representantes de la vieja sociedad. Pero al mismo tiempo fue necesario forjar las nuevas relaciones, y en primer lugar las más severas, imperativas, coactivas: las relaciones de los nuevos regimientos revolucionarios. Sólo nuestro partido -aún poco numeroso pero con cuadros sólidamente apiñados- podía asegurar la realización de semejante viraje bajo el fuego enemigo. Las dificultades y los peligros eran enormes. Mientras que la vanguardia proletaria había efectuado ya, no sin complicaciones internas, el paso “al trabajo, la disciplina y el orden”, la gran masa obrera, y con mayor razón la campesina, comenzaba tan sólo a poner plenamente manos a la obra, destruyendo todo lo que quedaba del viejo orden pero sin pensar aún, prácticamente, en el nuevo. Fue un momento muy crítico en el desarrollo del poder soviético. La crisis provocada por esa transición del período espontáneo destructivo de la revolución al período constructivo-estatal, se reflejó con más nitidez que en ningún otro sector en el partido de los “socialrevolucionarios” de izquierda, organización de la intelligentsia, una de cuyas alas tenía raíces en el campesinado y la otra en la masa urbana pequeño burguesa. El pequeño burgués o burgués (der rabiat gewordene Spiessbürger1, según la expresión de Engels) no quiere saber nada de limitaciones y concesiones, de compromisos con la realidad histórica, hasta que ésta lo toma por el cuello. Entonces queda postrado e, impotente, capitula ante el enemigo. Reflejando la espontaneidad periférica del ayer de la revolución, el partido de los socialrevolucionarios era incapaz de comprender ni la paz de Brest-Litovsk2, ni el poder centralizado, ni el ejército regular. La oposición de los SR de izquierda en estas cuestiones se transformó rápidamente en insurrección, la cual desembocó en el hundimiento político del partido. El destino ha querido que el camarada Bliumkin antiguo SR de izquierda, que en julio de 1918 se jugó la vida combatiéndonos, y actualmente es miembro de nuestro partido, sea mi colaborador en la preparación de este tomo, una de cuyas partes refleja nuestro combate sin cuartel con el partido de los SR de izquierda. La revolución es maestra consumada en poner a cada uno en su puesto, y, si hace falta, en quitárselo. Todo lo que había de más viril y consecuente en el partido de los socialrevolucionarios de izquierda está hoy en nuestras filas.

Globalmente considerada, la revolución es un brusco viraje histórico. Pero examinándola más en detalle encontramos dentro de ella una serie de virajes, tanto más agudos y críticos cuanto más vertiginosamente se suceden los acontecimientos revolucionarios. Cada viraje parcial es una tremenda prueba para el partido dirigente. Su tarea o, más exactamente, la de su Estado Mayor, se descompone esquemáticamente en los siguientes elementos: comprender a tiempo la necesidad de la nueva etapa; preparar al partido para esa etapa; realizar el viraje sin romper la ligazón del partido con las masas, movidas aún por la inercia del período anterior. Y hay que tener en cuenta, también, que la revolución es muy parca en proporcionar al partido la materia prima esencial: el tiempo. Si el viraje es demasiado brusco, el centro dirigente puede encontrarse en oposición al propio partido, y el partido en oposición a la clase revolucionaria; pero, por otra parte, el partido -que hasta la víspera navegaba a favor de la corriente junto con la clase por él dirigida- puede retrasarse en la solución de la inaplazable tarea suscitada por el curso objetivo de los acontecimientos. Cada una de estas infracciones del equilibrio dinámico puede ser mortal para la revolución. Y esto concierne -con los debidos correctivos en cuanto al ritmo- no sólo al ejército sino a la economía...

Todavía estaba el viejo ejército dispersándose por el país, sembrando el odio a la guerra, cuando ya tuvimos que organizar nuevos regimientos. Los oficiales zaristas eran arrojados del ejército, cuando no implacablemente exterminados. Y al mismo tiempo teníamos que invitar a los antiguos oficiales en calidad de instructores del nuevo ejército. En los regimientos zaristas los comités eran la encarnación misma de la revolución, al menos en la primera etapa. En los nuevos regimientos el “comiteo” era un elemento de descomposición y no podía ser tolerado. Aún resonaban las maldiciones contra la vieja disciplina cuando ya hacía falta introducir una nueva.

Luego hubo que pasar del voluntariado al servicio obligatorio, de los destacamentos guerrilleros a la organización militar regular. La lucha contra el guerrillerismo se llevó a cabo sin descanso, día tras día, y exigía enorme tenacidad, intransigencia, y a veces severidad. El guerrillerismo era la expresión militar del componente campesino de la revolución, en la medida en que este último no se había elevado aún a la conciencia estatal. De ahí que la lucha contra el guerrillerismo se identificase con la lucha por el Estado proletario, contra el espontaneísmo anárquico pequeño burgués que lo corroía. Pero los métodos y hábitos guerrilleros se reflejaban también en el seno del partido; la lucha ideológica contra ellos dentro del partido constituía el complemento necesario a las medidas organizacionales, educativas y represivas en el ejército. Sólo a través de una enorme presión podía lograrse que el guerrillerismo anárquico entrara por los cauces de la centralización y la disciplina.

Presión externa: la ofensiva alemana y, más tarde, la rebelión checoslovaca; presión interna: la de la organización comunista en el seno del ejército. Como hemos dicho, los artículos, discursos y órdenes reunidos aquí reflejan muy insuficientemente la labor viva por la construcción del Ejército Rojo. Lo fundamental de esta labor no se realizaba, por lo demás, a través de discursos y artículos. Y, por otra parte, los discursos más importantes, aquellos que pronunciaban los cuadros militares sobre el terreno, en los frentes, en las unidades, y cuyo contenido era profundamente práctico, concreto, al estar determinado por las exigencias del momento, estos discursos, los más significativos, nadie los anotaba, por lo general. Y cuando lo eran, la transcripción era mala en la mayoría de los casos. En aquel período de la revolución el arte de la taquigrafía se encontraba al mismo bajo nivel que el arte en general. Todo se hacía de prisa y de cualquier modo. Cuando se descifraba el texto aparecía un conjunto de frases incomprensibles. Pasado el tiempo, no siempre era posible restablecer su sentido, sobre todo cuando no lo restablecía el mismo que había pronunciado el discurso.

Pese a todo, estas páginas reflejaban los magnos años trascurridos. Tal es la razón de que haya dado mi acuerdo, con las reservas indicadas, a su impresión. A nosotros mismos no nos viene mal, de vez en cuando, echar una ojeada retrospectiva. Y además estas páginas pueden ser útiles a nuestros camaradas del extranjero que, aunque lentamente, marchan hacia la conquista del poder. Llegará la hora en que ante ellos se planteen las mismas tareas y dificultades esenciales que nosotros hemos superado. Tal vez estos materiales contribuyan a evitar, aunque sólo sea en parte los errores que les acechan. Nada puede hacerse sin errores, y menos aún la revolución. No estaría mal, sin embargo reducir los errores al mínimo.

León Trotsky

PD: En la presente edición se incluyen preferentemente artículos, discursos, documentos y otros materiales, ya publicados en su día; una parte relativamente pequeña se compone de materiales que, por unas u otras razones, no fueron publicados cuando se escribieron y se imprimen hoy por primera vez. En la edición no entran numerosos documentos (órdenes, informes, correspondencia por vía interna, etc.) para cuya publicación aún no ha llegado el momento, y no llegará muy pronto. En la apreciación de la presente edición debe tenerse en cuenta dicha circunstancia. [L.T.]

1. En alemán en el texto. [NdeE].
2. La paz de Brest-Litovsk. El 26 de octubre, al día siguiente del golpe contrarrevolucionario, el Segundo Congreso de los Soviets adoptó el “decreto sobre la paz”. Habiéndose negado a entablar conversaciones con los alemanes, el comandante en jefe de los ejércitos, Dujonin, fue destituido y reemplazado por Krilenko. El 14 de noviembre Krilenko envía los primeros parlamentarios. El 20 de noviembre tuvo lugar el encuentro de nuestra delegación con los alemanes y el 22 fue firmado el cese de las hostilidades. El Consejo de Comisarios del Pueblo se dirigió dos veces a los gobiernos de la Entente con la propuesta de unirse a las conversaciones de Brest. No habiendo recibido respuesta el gobierno soviético continuó solo las negociaciones, que se prolongaron con interrupciones hasta el 3 de marzo, cuando la Rusia soviética se vio obligada, por la fuerza de las bayonetas, a aceptar condiciones muy duras. ¿Qué razones determinaron a la delegación soviética a dar largas a las conversaciones y después a no firmar la paz antes de iniciarse la ofensiva alemana? En enero había comenzado en Alemania una huelga general; en Austria, desórdenes importantes. La significación propagandística de las negociaciones, calculada con vistas a una rápida revolución en Alemania, permitía esperar una salida de la guerra. El Comité Central de nuestro partido no era unánime en ese momento de gran responsabilidad para la revolución. Sólo el camarada Lenin insistió desde el principio en la necesidad de concluir la paz con Alemania, incluso bajo condiciones tan penosas para nosotros. El 9 de enero el Comité Central se pronunció por dar largas a las negociaciones. En el Tercer Congreso de los Soviets esta posición obtuvo la mayoría. El 10 de febrero se interrumpen las conversaciones en Brest. Trotsky se niega a firmar una paz bandidesca pero declara que Rusia no continúa la guerra y desmoviliza su ejército. En la tarde del 17 de febrero, unas horas antes de iniciarse la ofensiva alemana, el camarada Krilenko se dirige al Comité Central pidiendo instrucciones sobre qué hacer en caso de ataque. Sólo cinco miembros del Comité Central (Lenin, Stalin, Sverdlov, Sokolnikov, Smilga) se pronuncian por una proposición inmediata a Alemania de reanudar las conversaciones para firmar la paz. Los seis miembros restantes se pronuncian en contra. En la noche del 17 al 18 comienza el movimiento general de las tropas alemanas. El 19 de febrero, después de nueva discusión en el Comité Central, se comunica por radio el acuerdo de éste para firmar inmediatamente la paz. Los alemanes avanzan sin combate, no sólo en columnas de a pie sino por ferrocarril. No habiendo recibido respuesta del gobierno alemán, el Consejo de Comisarios del Pueblo llama al país a defender la patria socialista. La respuesta alemana, recibida el 22 de febrero, agrava más las condiciones anteriores. El 23 de febrero, el Comité Central discute la respuesta de Kuhlmann. El camarada Lenin propone la firma inmediata de las condiciones alemanas. El camarada Trotsky le apoya. Bujarin sigue insistiendo en la guerra revolucionaria. La votación da: 7 miembros por la aceptación de las propuestas alemanas, 4 contra y 4 que se abstienen. El 3 de marzo es firmado el tratado, aprobado después en el Séptimo Congreso del partido y en el Cuarto Congreso extraordinario de los Soviets. Por las condiciones de la paz de Brest-Litovsk, Rusia pierde Ucrania, Curlandia, Estonia y Livonia. Las ciudades de Kars, Batum y Ardakán, así como las islas Arland, quedan en poder de Alemania. Rusia se compromete a desmovilizar el ejército y desarmar la flota en el más breve plazo. La revolución de noviembre de 1918 en Alemania anuló el tratado de Brest-Litovsk, justificando plenamente la línea táctica del camarada Lenin. Los detalles sobre las negociaciones de Brest pueden verse en: Iu, Kamenev: La lucha por la paz; Actas oficiales de las negociaciones de Brest-Litovsk; Lenin: Obras, t.15; Actas taquigráficas del Séptimo Congreso del Partido Comunista ruso y del Cuarto Congreso extraordinario de los Soviets [nota 20 del t.1 de edición R.I., p. 54, NdeLT].



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