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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

La nueva constitución de la URSS

La nueva constitución de la URSS

La nueva constitución de la URSS[1]

 

 

16 de abril de 1936

 

 

 

La abolición de los soviets

 

Tras los muros del Kremlin se está trabajando para remplazar la constitución soviética por una nueva que, de acuerdo con las declaraciones de Stalin, Molotov y compañía, será la "más democrática del mundo". Por cierto que podrían surgir dudas con respecto a la forma como se elabora la nueva constitución. Hasta hace poco no se mencionaba esta gran reforma en la prensa, ni en las reuniones. Hasta el momento nadie conoce el proyecto de constitución. Sin embargo, en una entrevista concedida el l° de marzo de 1936 al periodista norteamericano Roy Howard, Stalin declaró que "probablemente aprobaremos nuestra nueva cons­titución a fines de este año". Por lo tanto, Stalin cono­ce la fecha exacta de la aprobación de la nueva consti­tución, sobre la cual el pueblo prácticamente carece de informes. La única conclusión posible es que están elaborando y piensan aprobar la "constitución más de­mocrática del mundo" con métodos no del todo democráticos.

Stalin le confirmó a Howard y, por su intermedio, a los pueblos de la URSS, que "la nueva constitución instituirá el sufragio universal, igualitario, directo y secreto".

Quedan abolidos los derechos de sufragio que favo­recían a los obreros contra los campesinos. De aquí en adelante, evidentemente, no votarán las fábricas, sino cada ciudadano por su lado. Cuando "desaparecen las clases", todos los miembros de la sociedad son iguales. Sólo los tribunales pueden privar al individuo del derecho de voto. Todos estos principios se derivan del mismo programa democrático burgués que los soviets reemplazaron en su momento. El partido siempre sostuvo que el sistema soviético era una forma más elevada de democracia. La dictadura del proletariado se extinguiría junto con el sistema soviético, que es su expresión. Por consiguiente, la cuestión de la nueva constitución se reduce a otro problema mucho más fundamental: ¿De aquí en adelante, se seguirá "for­taleciendo" la dictadura, tal como lo exigen todos los discursos y artículos oficiales, o bien empezará a sua­vizarse, a debilitarse, a "extinguirse"? El signifi­cado de la nueva constitución sólo se puede evaluar a la luz de esta perspectiva. Agreguemos a continua­ción que la propia perspectiva de ninguna manera depende de la medida del liberalismo stalinista, sino de la estructura real de la sociedad transicional sovié­tica.

Al explicar la reforma, Pravda hace una referencia oscura y poco prudente al programa partidario redac­tado por Lenin en 1919. Allí se dice, en efecto que "…la privación del derecho de voto y cualquier restric­ción de la libertad son necesarios únicamente como medidas temporales en la lucha contra los intentos de los explotadores de mantener o restaurar sus privile­gios. A medida que desaparezcan las posibilidades ob­jetivas de explotación del hombre por el hombre, la necesidad de estas medidas temporales desaparecerá en la misma proporción, y el partido tratará de limitarlas y de abolirlas totalmente" (el subrayado es nues­tro). Indudablemente, estas líneas sirven para justificar la negativa a "privar del derecho de voto" en una so­ciedad en la que ha desaparecido la posibilidad de ex­plotar. Pero el programa exige, junto con ello, la aboli­ción simultánea de "cualquier restricción de la liber­tad". Porque el ingreso a la sociedad socialista no se caracteriza por la ubicación de los campesinos en un plano de igualdad con los obreros, ni por la devolución del derecho de voto a ese tres o cinco por ciento de ciudadanos de origen burgués, sino por la institución de verdadera libertad para el cien por ciento de la po­blación. Según Lenin y según Marx, con la abolición de las clases se extingue no sólo la dictadura, sino tam­bién el propio estado. Sin embargo, Stalin no le dijo a Howard, ni a los pueblos de la URSS, que se aboliría "cualquier restricción de la libertad"

Molotov se precipitó a defender a Stalin y, triste es decirlo, no lo hizo en forma afortunada. En respues­ta a una pregunta del jefe de redacción de Le Temps, Molotov dijo: "Ahora sucede con no poca frecuencia (?) que ya no se necesitan esas medidas administra­tivas que se aplicaban anteriormente", pero, "el poder soviético debe, desde luego, mantenerse fuerte y co­herente en su lucha contra los terroristas y contra los que atentan contra la propiedad pública..." Ergo: "poder soviético"... sin soviets; dictadura proletaria... sin el proletariado; y, para colmo, una dictadura que no se dirige contra la burguesía sino contra... terroristas y ladrones. En todo caso, el programa del partido ja­más previó un estado de ese tipo.

Molotov promete prescindir con "no poca frecuen­cia" de medidas extremas que resulten innecesarias; la promesa, de por sí, no vale mucho, pero se vuelve absolutamente estéril respecto de los enemigos de la ley y el orden, precisamente respecto de aquellos que imposibilitan prescindir de las medidas de emergencia.

Pero, ¿de dónde provienen estos enemigos de la ley y el orden, estos terroristas y ladrones, en cantidad tan grande que justifique el mantenimiento de una dic­tadura en una sociedad sin clases? Permítasenos acudir en ayuda de Molotov. En el alba del poder soviético, en el clima de la guerra civil inconclusa, los actos te­rroristas eran perpetrados por los SR y los blancos. Ese terrorismo desapareció cuando las viejas clases dominantes perdieron toda esperanza. El terrorismo del kulak, del cual quedan rastros hasta hoy, tuvo siempre un carácter local, complementario de la lucha guerrillera contra el régimen soviético. Molotov no se refiere a este terror. El terror nuevo no se basa en las antiguas clases dominantes, ni en el kulak. Los te­rroristas de la actualidad provienen exclusivamente de las filas de la juventud soviética, de las filas de la Juventud Comunista y del partido. El terror individual, absolutamente incapaz de resolver las tareas que se impone, posee no obstante una gran importancia sintomática, porque caracteriza la gravedad del antago­nismo entre la burocracia y las amplias masas popula­res, sobre todo en la generación joven. El terrorismo es el complemento trágico del bonapartismo. El buró­crata individual teme al terror; pero la burocracia en su conjunto lo explota con éxito para justificar su mo­nopolio político. Tampoco en este terreno Stalin y Molotov han descubierto la pólvora.

Lo peor de todo es que ni las entrevistas, ni los co­mentarios, permiten colegir cual será el carácter social del estado para el cual se prepara la nueva constitución. Anteriormente, la posición oficial era que el sistema soviético es la expresión de la dictadura del proleta­riado. Pero si se han extinguido las clases, en virtud de ese mismo hecho se ha extinguido la base social de la dictadura. Siendo así, ¿quién es su portadora de ahora en adelante? Evidentemente, la población en su conjunto. Pero cuando la población, emancipada de las contradicciones de clase, se convierte en porta­dora de la dictadura, eso sólo puede significar que la dictadura se disuelve en la sociedad socialista y, por consiguiente, que se liquida el estado. La lógica mar­xista es invulnerable. A su vez, la liquidación del estado se inicia con la liquidación de la burocracia. ¿Acaso la nueva constitución implica, al menos, la liquidación de la GPU? Si algún habitante de la URSS expresara esta idea, la GPU no tardaría en encontrar argumentos convincentes para refutarla. Las clases están extingui­das, se disuelven los soviets, la teoría de clases de la sociedad se reduce a polvo, pero la burocracia se perpe­túa. RIP.

 

El látigo contra la burocracia

 

Más adelante retomaremos la cuestión de la medida en la cual el sufragio universal, igualitario y directo corresponde a la supuesta igualdad social que gozan todos los ciudadanos. Pero si aceptamos esta premisa como artículo de fe, surge otro interrogante que nos deja tanto más perplejos: ¿por qué el sufragio debe ser secreto? ¿A quién teme la población del país socialista? ¿De qué enemigo específico debe defenderse? El temor del niño a la oscuridad obedece exclusivamente a razo­nes biológicas; pero el miedo del adulto a expresar abiertamente sus posiciones obedece a razones polí­ticas. Y para los marxistas la política es siempre una función de la lucha de clases. En la sociedad capitalista, el objeto del sufragio secreto es la defensa de los explo­tados contra el terror de los explotadores. Si la burgue­sía finalmente aceptó esa reforma -bajo la presión de las masas, desde luego- eso se debe a que quería proteger, al menos en parte, su Estado de la desmorali­zación que ella misma había engendrado. Pero es evi­dente que en la URSS no puede haber presión de los explotadores sobre los trabajadores. Pues bien, ¿de quién es necesario proteger a los ciudadanos soviéticos mediante el sufragio secreto?

La vieja constitución soviética instituyó el voto cantado, levantando la mano, como arma de la clase revolucionaria contra sus enemigos burgueses y peque­ñoburgueses. Las restricciones del derecho de voto ser­vían al mismo propósito. Ahora, hacia el fin de la segunda década de la revolución los asustados ya no son los enemigos de clase sino los propios trabajadores, hasta el punto de que no pueden votar si no se escudan tras el voto secreto. Esto concierne precisamente a la abrumadora mayoría de las masas populares: ¡es impo­sible admitir que se reinstituya el sufragio secreto en beneficio de la minoría contrarrevolucionaria!.

Pero, ¿quién es el que aterroriza al pueblo? La res­puesta es clara: la burocracia. Se dispone a instituir el sufragio secreto para proteger a los trabajadores de sí misma. Stalin lo confesó abiertamente. Cuando se le preguntó, "¿Por qué el sufragio secreto?", respondió textualmente: "Porque queremos darle al pueblo sovié­tico la posibilidad de elegir con toda libertad a quien quiera". Así nos enteramos por boca de Stalin que el "pueblo soviético" no puede votar hoy por quien quiere. "Nosotros" nos disponemos a brindarle esa oportunidad. ¿Quiénes son los "nosotros" que deten­tan el poder de otorgar o negar esa libertad? El estrato en cuyo nombre Stalin habla y actúa: la burocracia. Stalin debería haber agregado que esta importante con­fesión rige tanto para el partido como para el estado y que, específicamente, él ocupa el puesto de secretario general en virtud de un sistema que no les permite a los miembros del partido elegir a quienes quieren. La frase "queremos darle al pueblo soviético" es infinitamente más importante que cualquier constitución por escribir porque, pese a ser tan sintética, ya es de por sí una constitución prefabricada y, además, muy real, no es un mito.

Hoy, la burocracia soviética, al igual que la burgue­sía europea en su momento, se ve obligada a recurrir al sufragio secreto para purgar, al menos parcialmen­te, al aparato de estado -al que explota como "legí­timo dueño"- de la corrupción que ella misma engen­dró. Stalin tuvo que dar un indicio de los motivos de la reforma. Le dijo a Howard: "No pocas instituciones de nuestro país funcionan mal... En la URSS, el sufragio secreto será un látigo en manos de la población, contra los organismos de gobierno, que funcionan mal." ¡Segunda confesión notable! La burocracia creó la sociedad socialista con sus propias manos y ahora nece­sita... un látigo: no sólo porque los organismos de go­bierno "funcionan mal", sino también, y sobre todo porque están totalmente corroídos por los vicios de camarillas desenfrenadas.

Ya en 1928, refiriéndose a una serie de casos ho­rrendos de desmoralización burocrática que salieron a la luz, Rakovski escribió: "El rasgo más característico y peligroso de la oleada de escándalos es la pasividad de las masas -mayor entre los comunistas que entre los apartidistas- para con las manifestaciones de una arbitrariedad inaudita, atestiguadas por los propios trabajadores. Por temor a quienes detentan el poder, o simplemente por indiferencia política, dichas mani­festaciones no suscitaron protesta alguna, a lo sumo algunas quejas por lo bajo."[2] Desde entonces han pa­sado más de ocho años y la situación ha empeorado enormemente. El régimen autocrático de Stalin ha crea­do un sistema administrativo basado en el nepotismo, la arbitrariedad, el libertinaje, el robo y el soborno. La decadencia del aparato, que día a día se hace más evidente, comienza a amenazar la existencia misma del estado como fuente de poder, ingresos y privilegios para el estrato gobernante. La reforma se hizo nece­saria. Asustados de su propia obra, los jefes del Krem­lin le ruegan a la población que los ayuden a limpiar y enderezar el aparato de administración.

 

Democracia sin política

 

La burocracia pone el látigo saludable en manos del pueblo, pero impone una condición ultimatista: nada de política. Como siempre, esta función sacrosanta sigue siendo monopolio del "Líder". Cuando el interlocutor norteamericano le planteó la pregunta embara­zosa sobre los partidos, Stalin respondió: "Dado que no existen clases, dado que las líneas divisorias entre las clases están desapareciendo ("no existen las clases"; "las líneas divisorias entre las clases [¡que no existen!] están desapareciendo". L.T.) sólo resta una diferencia pequeña, no fundamental, entre los dis­tintos estratos de la sociedad socialista, y no puede haber terreno fértil para la creación de partidos antagónicos. Donde no existen distintas clases no pueden existir distintos partidos, porque un partido es parte de una clase.’’ ¡En cada palabra un error, a veces dos!

Si hemos de creer a Stalin, existen líneas divisorias rígidas entre las clases y en cada período dado sólo un partido corresponde a cada clase. Así, la teoría marxista del carácter de clase del partido se trasforma, en una caricatura burocrática absurda: la dinámica política queda excluida del proceso histórico... en be­neficio del orden administrativo. ¡En realidad, en todo el curso de la historia política no podemos encontrar un solo caso de una clase representada por un solo par­tido! Las clases no son homogéneas; están desgarradas por contradicciones internas y sólo llegan a la solución de tareas colectivas a través de la lucha interna de tendencias, grupos y partidos. Podemos reconocer, dentro de ciertos límites, que "un partido es parte de una clase". Pero en la medida en que una clase consta de muchos "sectores" -algunas miran hacia adelante, otras hacia atrás- la misma clase puede engendrar varios partidos. Por eso mismo, un solo partido puede estar apoyado en sectores de distintas clases.

Por extraño que parezca, este flagrante error de Stalin es absolutamente gratuito porque, vean ustedes, en relación con la URSS él parte de la premisa de que ya no existen las clases. ¿A qué parte de cual clase perte­nece el PCUS... después de la abolición de todas las clases? Stalin se mete con toda ligereza en el terreno de la teoría y termina diciendo más de lo que quería. Su razonamiento no demuestra que no puede haber distintos partidos en la URSS, sino que no puede haber ni un solo partido. Donde no hay clases, la política no tiene cabida. Sin embargo, Stalin exceptúa generosamente de esta ley al partido del cual es secretario general.

La historia del movimiento obrero es quien mejor revela el error de la teoría stalinista del partido. A pesar de que la estructura social de la clase obrera es indu­dablemente la menos heterogénea de todas en la socie­dad capitalista, la existencia de un "estrato", como la aristocracia obrera y la burocracia sindical a ella ligada, genera partidos reformistas, que se trasforman inexorablemente en uno de los instrumentos del régi­men burgués. Para la sociología stalinista, no tiene la menor importancia que la diferencia entre la aristo­cracia obrera y la masa proletaria sea "fundamental" o "pequeña"; pero fue precisamente en virtud de esa diferencia que en un momento dado surgió la necesi­dad de crear la Tercera Internacional. Por otra parte, es indudable que la estructura de la sociedad soviética es infinitamente más compleja y heterogénea que la del proletariado en los países capitalistas. Por eso hay terreno fértil para que existan varios partidos.

En realidad, a Stalin no le interesa la sociología de Marx, sino el monopolio de la burocracia. Son cosas completamente diferentes. Toda burocracia obrera, aunque no detente el poder estatal, tiende a consi­derar que en la clase obrera no existe "terreno fértil" para la oposición. Los dirigentes del Partido Laborista británico expulsan a los revolucionarios de los sindica­tos, con el argumento de que no hay cabida para la lucha entre partidos en el marco de una clase obrera "unida". El comportamiento de los señores Vander­velde, León Blum, Jouhaux, etcétera, es similar. Su conducta no obedece a la metafísica de la unidad, sino a los intereses egoístas de las camarillas privilegiadas. La burocracia soviética es infinitamente más poderosa, rica y autosuficiente que las burocracias obreras de los países burgueses. Los obreros altamente capacitados de la Unión Soviética gozan de privilegios desconocidos para las categorías laborales más altas de Europa y Estados Unidos. Este estrato dual -la burocracia apoyada en la aristocracia obrera- domina el país. El actual partido dominante de la URSS no es sino la máquina política de un estrato privilegiado. La burocra­cia stalinista tiene algo que perder y nada más por con­quistar. No está dispuesta a compartir lo que posee. Tiene la intención de reservar para sí el "terreno fér­til", también en el futuro.

 

Es cierto que el Partido Bolchevique ejerció el monopolio del estado durante el primer período de la era soviética. Sin embargo, identificar estos dos fenó­menos es confundir la realidad con las apariencias. En los años de guerra civil, las circunstancias históricas extremadamente difíciles obligaron al partido de los bolcheviques a prohibir temporalmente los demás partidos, no porque éstos carecieran de "terreno fér­til" -en tal caso no existiría la necesidad de prohibirlos- sino, por el contrario, porque ese terreno fértil si existía: por eso eran peligrosos. El partido explicó abiertamente a las masas el motivo de la medida, y para todos era claro que estaba en juego la defensa de la re­volución, aislada frente a los peligros mortales que la acechaban. Hoy cuanto más embellece la realidad so­cial, más desvergonzadamente la explota la burocracia en beneficio propio. Si es cierto que el reino del socialis­mo ya ha venido a nos, y que el terreno fértil para los partidos políticos ya no existe, tampoco existe la nece­sidad de prohibirlos. De acuerdo con el programa, sólo faltaría abolir "cualquier restricción de la libertad". Pero la burocracia no permite siquiera que se aluda a semejante constitución. ¡La falsía interna de toda la estructura resalta con excesiva claridad!.

Stalin trató de disipar las lógicas dudas de su inter­locutor mediante la siguiente perla: "Los candidatos no serán postulados únicamente por el Partido Comu­nista, sino también por toda suerte de organizaciones públicas apartidistas. Existen cientos... Cada uno de los estratos (de la sociedad soviética) puede tener in­tereses específicos y puede expresarlos por intermedio de las numerosas organizaciones existentes." Sin duda por esto la nueva constitución soviética será la "consti­tución más democrática del mundo".

Este sofisma no tiene nada que envidiarle a los demás. Los "estratos" más importantes de la sociedad soviética son: la cúpula burocrática y sus sectores medios e inferiores, la aristocracia obrera, la aristo­cracia de los koljoses [granjas colectivas] los obreros de base, los sectores medios de los koljoses, los campe­sinos propietarios, los trabajadores obreros y campesi­nos y, más abajo, el lumpenproletariado, los desarrai­gados, las prostitutas y así sucesivamente. Por su parte, las organizaciones públicas soviéticas-sindica­les, cooperativas, culturales, deportivas, etcétera -de ninguna manera representan los intereses de diversos "estratos", porque poseen una misma e idéntica es­tructura jerárquica. Incluso en las organizaciones de los círculos privilegiados, por ejemplo los sindicatos y las cooperativas, el poder de decisión está en manos de los representantes de las cúpulas privilegiadas, mientras que el "partido", o sea la organización política del es­trato dominante, tiene la última palabra. Por consi­guiente, la participación de organizaciones apartidistas en la contienda electoral sólo servirá para fomentar la rivalidad entre las camarillas burocráticas, dentro de los limites fijados por el Kremlin. De esta manera, la cúpula dominante espera enterarse de ciertos se­cretos que le ocultan y dar nuevo lustre a su régimen, coartando a la vez una lucha política que inexorable­mente apuntaría contra ella.

 

El significado histórico de la nueva constitución

 

La burocracia vuelve a demostrar, con las palabras de su principal vocero, que no comprende las tenden­cias históricas que determinan su movimiento. Cuando Stalin observa que la diferencia entre los diversos es­tratos de la sociedad soviética es "pequeña, pero no fundamental", evidentemente se refiere a que, aparte de los propietarios campesinos individuales, que son lo suficientemente numerosos como para poblar el te­rritorio de Checoslovaquia, los demás "estratos" dependen de los medios de producción estatizados o co­lectivizados. Esto es indudable. Pero todavía existe una diferencia "fundamental" entre la propiedad agrícola colectiva, es decir de grupo y la propiedad industrial nacionalizada: en el futuro se seguirá mani­festando. Sin embargo, no entraremos en una discusión en torno a este importante problema. Existe una di­ferencia cuya importancia es mucho más inmediata entre los "estratos"; no está determinada por las rela­ciones con los medios de producción, sino por las rela­ciones con los artículos de consumo. Desde luego que la esfera de la distribución es una "superestructura" en relación con la esfera de la producción. Sin embargo es precisamente la esfera de la distribución la que posee importancia decisiva para la vida cotidiana del pueblo. Desde el punto de vista de los medios de pro­ducción, no existe una diferencia "fundamental" entre un mariscal y un barrendero, entre el director de un complejo industrial y un peón, entre el hijo de un comi­sario del pueblo y un huérfano sin hogar. Pero unos viven en casas señoriales, poseen dachas [casas de veraneo] en distintas partes del país, poseen los mejo­res automóviles y hace mucho tiempo ya que olvidaron cómo se lustran los zapatos; mientras, los otros suelen vivir en barracones de madera sin separación entre los cuartos privados, pasan hambre y no se lustran los zapatos porque no los tienen. Un alto dignatario consi­dera que la diferencia es "pequeña", es decir, no me­rece atención. Un peón industrial considera, no sin ra­zón, que la diferencia es "fundamental".

Según Molotov, la dictadura en la URSS está diri­gida no sólo contra los terroristas, sino también contra los ladrones. Pero el hecho de que tantas personas se dediquen a este último oficio es un signo inequívoco de que en la sociedad reina la escasez. ¡Cuando el nivel material de la abrumadora mayoría es tan bajo que resulta necesario proteger la propiedad del pan y de los zapatos mediante pelotones de fusilamiento, los discur­sos acerca de las supuestas conquistas del socialismo suenan como una burla infame al ser humano!

En una sociedad realmente homogénea, donde los ciudadanos pueden satisfacer sus necesidades norma­les sin rencor ni tumultos, el absolutismo bonapartis­ta y la burocracia en general resultarían inconcebibles. La burocracia es una categoría social, no técnica. Toda burocracia se origina y se basa en el carácter hetero­géneo de la sociedad, en el antagonismo de intereses y en la lucha interna. Regula los antagonismos sociales en beneficio de las clases o capas privilegiadas y, para ello, extrae un tributo enorme a los trabajadores. A pesar de la gran revolución en el terreno de las relaciones de propiedad, esa es la función que cumple, con cinismo y no sin éxito, la burocracia soviética.

Se erigió sobre la NEP, explotando el antagonismo entre el hombre de la NEP y el kulak, por un lado; y los obreros y campesinos, por el otro. Cuando el kulak, for­talecido, se alzó contra la propia burocracia, ésta se vio obligada a apoyarse en la base en aras de su autode­fensa. La burocracia fue más débil en los años de lucha contra el kulak (1929-32). Precisamente por eso se em­peñó en formar una aristocracia obrera y koljosiana: instituyó diferencias escandalosas en las escalas de salarios, bonificaciones, primas y otras medidas simila­res que obedecen en una tercera parte a la necesidad económica y en sus dos terceras partes a los intereses políticos de la burocracia. Basándose en este antagonis­mo social nuevo y creciente, la casta dominante ha as­cendido a su actual posición bonapartista.

En un país donde la lava candente de la revolución todavía no se ha enfriado, los privilegiados suelen temer mucho a sus propios privilegios, sobre todo cuando contemplan el panorama de escasez general. Los estratos soviéticos superiores sienten un temor puramente burgués hacia las masas. Stalin utiliza la Comintern para justificar "teóricamente" los crecien­tes privilegios del estrato dominante y los campos de concentración para defender de la insatisfacción a la aristocracia soviética. Stalin es el líder indiscutible de la burocracia y aristocracia obreras. Solo tiene contac­tos con estos "estratos". El "culto" sincero del líder emana únicamente de estos círculos. Esa es la esencia del sistema político imperante en la URSS.

Pero para mantener el mecanismo, Stalin se ve obli­gado de vez en cuando a tomar partido en favor del "pueblo" contra la burocracia, con el tácito consen­timiento de ésta, desde luego. Inclusive se ve obligado a buscar abajo un látigo para castigar los abusos de los de arriba. Ya hemos dicho que este es uno de los moti­vos de la reforma constitucional. Existe otro no menos importante.

La nueva constitución suprime los soviets, disol­viendo a los obreros en la masa general de la población. Es cierto que los soviets perdieron todo significado político hace mucho tiempo. Pero podrían haber revi­vido con los nuevos antagonismos sociales y con el des­pertar de la nueva generación. Por supuesto que la bu­rocracia teme sobre todo a los soviets urbanos, con la participación creciente de la exigente Juventud Comu­nista. En las ciudades, el contraste entre el lujo y la terrible escasez es demasiado flagrante. Lo primero que busca la burocracia soviética es abolir los soviets de obreros y del Ejército Rojo.

A pesar de la colectivización, prácticamente no ha disminuido la contradicción material y cultural entre la ciudad y la aldea. El campesinado sigue siendo muy atrasado y atomizado. También existen antagonismos sociales entre y dentro de los koljoses. A la burocracia le resulta mucho más fácil liquidar la insatisfacción en la aldea. Puede emplear a los koljosniks, no sin éxito, contra los trabajadores urbanos. El principal objetivo de la nueva constitución -del que lógicamente ni Stalin ni Molotov han dicho nada al mundo- es ahogar las protestas de los obreros frente a la creciente desigual­dad social, utilizando el peso de las masas atrasadas de las aldeas. Digamos de paso que el bonapartismo siempre se apoya en la aldea contra la ciudad. También en esto Stalin sigue fiel a la tradición.

Los filisteos eruditos como los Webb no vieron gran diferencia entre el bolchevismo y el zarismo antes de 1923, pero, en cambio, reconocen plenamente la "de­mocracia" del régimen de Stalin[3]. No es de extrañar, tratándose de gente que toda su vida ha sido ideóloga de la burocracia obrera. En realidad, el bonapartismo soviético es a la democracia soviética lo que el bonapar­tismo burgués, o inclusive el fascismo, es a la democra­cia burguesa. Ambos son producto de horrendas derro­tas del proletariado mundial. Ambos caerán con su primera victoria.

La historia nos enseña que el bonapartismo es per­fectamente capaz de convivir con el sufragio universal, e incluso con el secreto. El rito democrático del bona­partismo es el plebiscito. Una y otra vez se les pregunta a los ciudadanos: ¿por o contra el líder? El líder, por su parte, se ocupa en que el votante sienta el cañón del revólver en su sien. Desde la época de Napoleón III, que ahora parece un aficionado de provincia, esta técni­ca se ha perfeccionado hasta grados insospechables: véase, por ejemplo, el último espectáculo montado por Goebbels. Así, la nueva constitución tiene por objeto liquidar jurídicamente el gastado régimen soviético, remplazándolo por el bonapartismo sobre bases plebiscitarias.

 

Las tareas de la vanguardia

 

Molotov saca conclusiones más profundas que Stalin. Le dijo al director de Le Temps que el problema de los partidos en la URSS "no es un problema vital, dado que nos aproximamos a la liquidación total de las... clases". ¡Qué precisión ideológica y terminológi­ca! En 1931 liquidaron a la "última clase capitalista, la de los kulaks", y en 1936 se "aproximan" a la liqui­dación de las clases. Para bien o para mal, Molotov no considera que el problema de los partidos sea "vital". En cambio, son completamente distintas las posiciones de los obreros que saben que la burocracia, mientras liquida a las clases explotadoras con una mano prepara su renacimiento con la otra. Para estos obreros de van­guardia, el problema de su partido, independiente de la burocracia, es el más vital de todos. Stalin y Molotov lo saben perfectamente bien: no es por nada que en los últimos meses expulsaron del autotitulado Partido Comunista de la Unión Soviética a varias decenas de miles de bolcheviques-leninistas, es decir, a todo un partido revolucionario.

Cuando el director de Le Temps preguntó amable­mente si existirían las fracciones y sí podrían trasfor­marse en partidos independientes, Molotov respondió con esa chispa que lo ha hecho célebre: "En el parti­do... hubo varios intentos de crear fracciones especia­les... pero esa situación cambió radicalmente hace varios años y ahora el Partido Comunista está realmen­te unido." Podría haber agregado que la mejor prueba de ello son las inacabables purgas y los campos de con­centración. Sin embargo, que un partido de oposición pase a la clandestinidad no significa que deja de existir, sino que su existencia se vuelve más difícil. Los arres­tos resultan muy efectivos contra una clase que tiende a desaparecer de la escena histórica: la dictadura revo­lucionaria de 1917-23 lo ha demostrado incontrover­tiblemente. Pero el arresto de elementos de la vanguar­dia revolucionaria no salvará a una burocracia perimida que, de acuerdo con su propia confesión, necesita un "látigo".

Es una mentira infame afirmar que ya se ha realizado el socialismo en la URSS. El florecimiento del buro­cratismo es la prueba bárbara de que el socialismo to­davía está muy lejos. Mientras la productividad del tra­bajo en la URSS sea inferior a la de los países capitalis­tas adelantados, mientras el pueblo siga sufriendo la escasez, mientras prosiga la lucha cruel por los artícu­los de consumo, mientras la burocracia individualista pueda aprovechar los antagonismos sociales impune­mente, el peligro de la restauración burguesa seguirá planteado con toda su fuerza. El aumento de la desi­gualdad basada en las conquistas económicas ha aumentado últimamente ese peligro. Esto, y solo esto, justifica la necesidad del poder estatal. Pero el estado burocráticamente degenerado se ha vuelto el principal peligro para el futuro socialista. Solo se podrá reducir la desigualdad a sus límites económicamente inevita­bles en la etapa dada y abrirse el camino hacia la igualdad socialista, mediante el control político activo ejercido por los trabajadores y su vanguardia. La rege­neración del partido de los bolcheviques, en oposición al de los bonapartistas, es la clave para solucionar todas las dificultades y tareas.

Para encaminarse hacia un objetivo es necesario saber aprovechar las posibilidades reales a medida que se presentan. Cualquier ilusión respecto de la consti­tución soviética estaría fuera de lugar. Pero es igualmente ilícito considerar que se trata de una bagatela. La burocracia corre el riesgo que supone una reforma, no por capricho, sino por necesidad. La historia conoce muchos casos de dictaduras burocráticas que recurren a reformas "liberales" para salvarse, y se debilitan aún más. La nueva constitución, al desenmascarar al bonapartismo, crea una cubierta semilegal para comba­tirlo. La rivalidad entre las camarillas burocráticas puede ser el inicio de una lucha política mucho más amplia. El látigo contra las "instituciones de gobierno que funcionan mal" puede convertirse en látigo contra el bonapartismo. Todo depende del grado de actividad de los elementos de vanguardia de la clase obrera.

De aquí en adelante los bolcheviques-leninistas deben seguir con atención los vericuetos de la reforma constitucional, teniendo en cuenta la experiencia de las próximas elecciones. Debemos aprender a utilizar la rivalidad entre las distintas "organizaciones públicas" en beneficio de los intereses del socialismo. Debemos aprender a dar la batalla en el terreno del plebiscito. La burocracia teme a los obreros; debemos desarrollar nuestro trabajo entre ellos con mayor audacia y en mayor escala. El bonapartismo teme a la juventud; debemos llamarla a agruparse en torno a la bandera de Marx y Lenin. Debemos sacar a la vanguardia de la generación joven de las aventuras del terrorismo indi­vidual -el camino de la desesperación- a la senda ancha de la revolución mundial. Es necesario educar a nuevos cuadros bolcheviques que remplazarán al régimen burocrático en decadencia.



[1] La nueva constitución de la URSS. New Militant, 9 de mayo de 1936.

[2] Cristian Rakovski (1873-1941): uno de los primeros dirigentes de la Oposición de Izquierda, fue deportado a Siberia en 1928. Capituló en 1934. En 1938 fue uno de los principales acusados en el tercer proceso de Moscú, que lo condenó a veinte anos de prisión. Su Carta a Valentinov, fechada el 6 de agosto de 1928, apareció en New International, noviem­bre de 1934, bajo el título de "El poder y los obreros rusos’’.

[3] Sidney (1859-1947) y Beatrice (1858-1943) Webb: dirigentes del so­cialismo fabiano inglés, eran admiradores de la burocracia stalinista.



Libro 4