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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Una declaración de La Verité

Una declaración de La Verité

Una declaración de La Verité[1]

 

 

Agosto de 1929

 

 

 

Nuestra publicación se dirige a los obreros de vanguardia. Nuestro único objetivo es la liberación de la clase obrera. Para alcanzar este fin, no vemos otro camino que el derrocamiento revolucionario de la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado.

El estado democrático contemporáneo es el instrumento del dominio burgués. El sistema democrático tiende a perpetuar el dominio del capital. Cuanto menos sirven los medios democráticos para garantizar esta dominación, más necesario se vuelve el empleo de la violencia.

Los socialistas franceses siguen repitiendo que llegaran al socialismo con métodos democráticos. Pero ya vimos y seguimos viendo cómo actúan los socialdemócratas en el poder. El Primero de Mayo pasado, en Alemania, asesinaron a veintisiete obreros porque la vanguardia del proletariado berlinés quiso salir a la calle en la fecha fijada por el congreso de fundación de la Segunda Internacional como jornada de grandes movilizaciones proletarias. En Inglaterra los laboristas se arrastran ante el capital e incluso ante la monarquía, y no comienzan la "democratización" del país disolviendo la Cámara de los Lores sino elevando a esa dignidad ridícula al viejo fabiano Webb.[2]

La posición marxista sobre la democracia fue plenamente ratificada por la experiencia. El hecho de que la socialdemocracia esté en el poder ni siquiera significa que se obtendrán reformas. Cuando la burguesía se siente obligada a aceptar una reforma social, la realiza ella misma, sin concederles ese honor a los socialdemócratas; cuando permite que los socialistas le sirvan, los priva hasta del dinero que necesitan para cubrir el costo de su actividad reformista.

La diferencia entre nuestra época y la de preguerra se refleja políticamente, con mayor relieve, en la suerte de la socialdemocracia. Hasta la guerra, estuvo en contra del estado burgués; ahora es su puntal más firme. En Inglaterra y en Alemania el dominio del capital no podría perpetuarse sin la socialdemocracia. Es absurdo poner un signo igual entre la socialdemocracia y el fascismo, como suele hacer la dirección actual de la Internacional Comunista;[3] no obstante, es indiscutible que la socialdemocracia y el fascismo son instrumentos, diferentes y en algunas cuestiones opuestos, que en última instancia sirven en distintas etapas al mismo fin: mantener a la burguesía en la época imperialista.

El Partido Bolchevique realizó el derrocamiento revolucionario de la dominación burguesa. La Revolución de Octubre es la conquista más grandiosa del movimiento obrero mundial y permanecerá como uno de los acontecimientos más grandes de toda la historia humana. Nos ubicamos resueltamente y sin reservas sobre la base de la Revolución de Octubre: es nuestra revolución.

La Revolución de Febrero demostró que la democracia recién creada por ella lanzaba una implacable represión contra los obreros apenas éstos comenzaron a amenazar la propiedad privada. Por su parte, la Revolución de Octubre demostró que, aun en un país atrasado donde el campesinado es abrumadoramente mayoritario, el proletariado puede tomar el poder agrupando en torno suyo a las masas oprimidas. El Partido Bolchevique, dirigido por Lenin, dio esta lección histórica al proletariado internacional. La política de los bolchevi­ques en la Revolución de Octubre es la máxima aplicación del método marxista. Marca un nuevo punto de partida para la clase obrera, en su marcha hacia adelante.

 

Los sueños de posguerra y la realidad

 

Poco a poco, Francia sale de la embriaguez de la victoria. Los fantasmas huyen. Las divagaciones fantásticas se desvanecen y queda la dura realidad. El altivo sueño del capital francés, la dominación de Europa y del mundo a través de ésta, se derrumbo.

En los primeros años de posguerra, los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos todavía creían necesario halagar de tanto en tanto el orgullo nacional de la burguesía francesa con alguna satisfacción simbólica. Pero ese momento pasó. La burguesía norteamericana midió la profundidad de la caída de Europa y dejó de preocuparse por ella. La burguesía británica descarga sobre los franceses su ira por la brusquedad con que la tratan los norteamericanos. La situación de la burguesía británica se caracteriza por la contradicción entre sus tradiciones de hegemonía mundial y su decadencia en la economía mundial. La burguesía francesa no cuenta con esa tradición de poder. La paz de Versalles[4] es la fantasía delirante de un pequeño burgués advenedizo. La base material de Francia es absolutamente inadecuada, según las pautas contemporáneas (es decir, norteamericanas), para desempeñar un papel mundial.

El avance importante de la industria francesa es un hecho incontrovertible, como lo es la racionalización de los procedimientos industriales. Pero precisamente este crecimiento coloca a la burguesía francesa de manera cada vez más apremiante ante el problema del mercado mundial. Ya no se trata de la ocupación del Saar o del Ruhr sino del lugar que ocupa en el mundo el imperialismo francés. La primera prueba importante pondrá al desnudo la insuficiencia del imperialismo francés: población demasiado escasa, territorio demasiado pequeño, excesiva dependencia de sus vecinos, deuda demasiado onerosa y un militarismo más oneroso aun. No intentaremos predecir aquí las fechas de los inexorables fracasos, reveses y derrotas del imperialis­mo francés. Pero los prevemos y no dudamos de que provocarán crisis y convulsiones internas. En discursos emocionantes se pueden barajar cantidades ficticias, pero en el mundo político real los sofismas de Poincaré, el patetismo de Franklin Bouillon o la elocuencia de Briand suenan como aullidos lastimeros.[5] Estados Unidos dice, "¡Pague!"; Inglaterra dice, "¡Pague!"; Snowden, representante laborista de la City,[6] utiliza los términos más groseros de su vocabulario para referirse a Francia.

La Internacional Comunista previó este desenlace en la época en que tenía una dirección capaz de comprender el significado de los procesos y prever sus resultados. Ya en 1920, cuando la hegemonía de la Francia victoriosa parecía indiscutible, el manifiesto del Segundo Congreso de la Internacional Comunista declaró: “Intoxicada por los humos chovinistas de una victoria que obtuvo para otros, la Francia burguesa se considera comandante de Europa. En realidad, Francia y los cimientos mismos de su existencia jamás dependieron tan servilmente como hoy de los estados más poderosos (Inglaterra y Norteamérica). Para Bélgica, Francia dicta un programa económico y militar específico que transforma a su débil aliado en una provincia esclavizada, pero en relación a Inglaterra, Francia desempeña el papel de Bélgica, aunque en escala un poco mayor.”[7]

La década de posguerra fue más pacífica en Francia que en la mayoría de los países restantes de Europa. Pero no fue más que una moratoria que se apoyó en la inflación. Esta reinaba en todas partes: en los cambios monetarios, en los presupuestos, en los sistemas militares, en los planes diplomáticos y en los apetitos imperialistas. La gran reforma monetaria de Poincaré sólo reveló este secreto: el vino de la burguesía fran­cesa se compone en sus cuatro quintas partes de agua. La moratoria está por vencer. Hay que pagar las acciones norteamericanas, la amistad de las potencias mundiales, los cadáveres de obreros y campesinos franceses. Francia entra en el período de la rendición de cuentas. Pero será el proletariado francés quien presente la cuenta más voluminosa.

 

La crisis del Partido Comunista

 

La crisis que acecha a la burguesía francesa al enfrentar al mundo y, con ello, su crisis interna que apenas comienza, coinciden con una profunda crisis en el Partido Comunista Francés. Los primeros pasos del partido habían sido muy prometedores. En esa época la dirección de la Internacional Comunista combinaba la perspicacia y la audacia revolucionarias con la más profunda atención a las particularidades concretas de cada país. Sólo esa actitud hacia posible el éxito. Los cambios en la dirección de la Unión Soviética, ocurridos bajo la presión de fuerzas de clase, repercutieron en forma perjudicial en la Internacional Comunista, incluido el partido francés. La continuidad en su desarrollo y su experiencia quedó automáticamente interrumpida. A los dirigentes del Partido Comunista Francés y la Internacional Comunista de la época de Lenin se los sacó de la dirección y se los expulsó del partido. Sólo los que siguen con la necesaria ductilidad las oscilaciones de los lideres moscovitas pueden dirigir el partido.

La línea ultraizquierdista de Zinoviev (1924-1925) remplazó el análisis marxista por la frase ruidosa, la acumulación de errores y la transformación del centralismo democrático en su caricatura policíaca. Tras su fracaso, la dirección ultraizquierdista fue remplazada por empleados dóciles sin personalidad. Fueron ellos los que se orientaron hacia Chiang Kai-shek y Purcell a la vez que iban a la zaga de los reformistas en los asuntos internos. Y cuando la dirección stalinista, bajo la doble presión del peligro creciente de la derecha y el azote de las críticas de la Oposición, se vio obligada a realizar un viraje hacia la izquierda, ni siquiera fue necesario cambiar el equipo de dirección francés. Los hombres que se limitaron a seguir la línea semisocialdemócrata de 1926-1927 se convirtieron con igual facilidad en políticos aventureros. El 1° de agosto lo demuestra con toda claridad. En China, en Alemania y en otros países, la política aventurera ya causó sangrientas catástrofes. En Francia, se ha reflejado hasta el momento en una farsa grotesca. Pero si hay alguien a quien puede matar el ridículo, es sobre todo al partido revolucionario.

 

Un gran peligro

 

Como hemos dicho, existe el peligro de que una nueva crisis del capitalismo francés tome desprevenida a la vanguardia del proletariado, de que se desperdicie una situación favorable tras otra, como ocurrió en distintos países después de la guerra. Nuestra tarea es impedir este peligro mediante un llamado urgente e insistente a la conciencia de clase y la voluntad revolucionaria de la vanguardia proletaria.

De ninguna manera queremos minimizar el hecho de que existe un abismo enorme entre lo que es el partido y lo que debería ser. En algunas cuestiones, inclusive, la oposición es total. Ya hicimos una caracterización sintética del Partido Comunista Francés. Los deplorables resultados de su política son espectaculares: caída de su prestigio, merma en la cantidad de militantes, reducción de su actividad. Pero todavía estamos muy lejos de hacerle la cruz al partido y abandonarlo.

El partido oficial tiene ahora unos veinte o treinta mil militantes; controla - de manera muy lamentable - a la Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU) que cuenta con alrededor de trescientos mil afiliados y en las últimas elecciones obtuvo más de un millón de votos. Estas cifras reflejan que el partido decae, no crece. Al mismo tiempo demuestran que el partido, formado en los avatares de la guerra, bajo la influencia de la Revolución de Octubre, nuclea a un sector mayoritario de la vanguardia proletaria a pesar de los increíbles errores de su dirección. Lo que muestra, sobre todo, la imperiosa necesidad que siente el proletariado de contar con una dirección revolucionaria.

No somos hostiles ni indiferentes hacia el Partido Comunista. No simpatizamos con sus funcionarios, por supuesto; pero en él hay obreros valientes, dispuestos a cualquier sacrificio: a ellos los queremos ayudar para que elaboren una línea política correcta y establezcan un régimen interno sano y una buena dirección comunista. Además, en la periferia del partido hay algunas decenas de miles de comunistas, o simplemente de obreros revolucionarios, que están dispuestos a convertirse en comunistas, pero se lo impide la política de impotencia, convulsiones, saltos mortales, luchas de camarillas y revoluciones palaciegas. Una de las tareas esenciales de la Oposición comunista es impedir que la indignación justificada contra una dirección perniciosa se convierta en desilusión del comunismo y de la revolución en general. Eso sólo puede lograrse mediante una comprensión marxista de los hechos y una determinación de las tácticas que corresponden a la realidad de la propia situación.

 

Partido y sindicatos

 

Es estúpido y criminal transformar a los sindicatos en una segunda edición levemente aumentada del partido, o convertirlos en apéndices del mismo. Es completamente licito que un partido obrero revolucionario trate de ganar influencia en los sindicatos. De otro modo se condenaría a caer en la charlatanería vana y seudorrevolucionaria. Pero debe hacerlo con métodos que surjan del propio carácter de los sindicatos y los fortalezcan, que atraigan a nuevos elementos, aumenten el número de afiliados y ayuden a desarrollar los métodos de lucha contra los patronos. Para los obreros, los sindicatos son en primer término un medio de defensa contra la explotación del patrón. Para atraerlos a los sindicatos, consolidarlos y hacerlos avanzar, desarrollando su conciencia de clase, es necesario, en primer término, que la dirección sindical se demuestre capaz de defenderlos en los problemas inmediatos: salarios, jornada de ocho horas, persecución o brutalidad de los patronos o sus ayudantes, distintas formas de racionalización capitalista. Tratar de mantener alta la moral de los obreros en huelga con aburridos discursos sobre la "inminencia" de la guerra sólo puede producir resultados catastróficos en todos los aspectos y para todos los obreros, el partido y la CGTU. Esta actitud revela una absoluta incomprensión del trabajo a realizar y la ilusión de que se puede alcanzar en forma inmediata un objetivo que sólo ha de ser fruto de un esfuerzo prolongado y tenaz.

El resultado es el panorama que se despliega ante nosotros. En la medida en que el Partido Comunista extiende su influencia sobre una organización, ésta pierde fuerza. El Partido Comunista copó la ARAC.[8] Pero cuando lo consiguió el grupo ya estaba moribundo. Lo mismo ocurre con la CGTU. Por cierto, ésta es más resistente; afortunadamente es más difícil aniquilarla; para ello no basta una mala política. Pero sí se puede reducir el número de afiliados, desmoralizar a la base e infundirle desconfianza hacia una dirección que siempre comete errores y vuelve a cometerlos. Y eso es precisamente lo que viene haciendo el Partido Comunista en los últimos años.

La consecuencia de todos estos zigzags es que se vuelven confusas las ideas más claras y correctas. No se solucionó ni un problema importante. Incluso se perdió mucho terreno. Pero los problemas siguen existiendo. Resolverlos sin recordar los errores fun­damentales de la Comuna[9] y sin tener en cuenta la colosal experiencia de la Revolución Rusa es negar los hechos más fidedignos y preparar nuevos desastres.

 

Las tres tendencias de la Internacional

 

Nuestra posición respecto a la Internacional Comunista se basa en los mismos principios que nuestra actitud hacia el Partido Comunista Francés.

Desde fines de 1923 la Internacional vive encañonada por un revólver, que primero empuñó el aparato de Zinoviev y luego el de Stalin. Todos fueron obligados a pensar, hablar, y sobre todo votar, "monolíticamente". Esta destrucción de la vida ideológica redunda en un espectacular crecimiento de las fracciones y los grupos. Creemos que las tendencias fundamentales se pueden caracterizar de la siguiente manera:

La Izquierda comunista expresa los intereses históricos del proletariado. Tras las derrotas del proletariado y el reflujo revolucionario, la estabilización de la burguesía y las "victorias" de la burocracia, la izquierda vuelve a ser una minoría que lucha contra la corriente, como lo era durante la guerra.

La tendencia de derecha en el seno del comunismo tiende, conscientemente o no, a ocupar el lugar de la socialdemocracia de antes de la guerra, es decir, la oposición reformista a la sociedad capitalista, mientras que la socialdemocracia se convirtió, y no por casualidad, en uno de los partidos principales de la burguesía. Es indudable que la derecha no podrá ocupar este lugar durante mucho tiempo. En nuestra época impe­rialista, que plantea los problemas de la manera más directa, la derecha evolucionará hacia la burguesía mucho más rápido que lo que lo hizo la socialdemocracia.

La tercera corriente, el centrismo, ocupa un lugar intermedio y se caracteriza por su política de oscilación entre la línea proletaria revolucionaria y la línea nacional reformista pequeñoburguesa. El centrismo es ahora la tendencia dominante en el comunismo oficial, lo que se explica por razones históricas inherentes a la época que nos toca vivir. El centrismo representa en la URSS la forma más natural de la degeneración del bolchevismo en el reformismo nacional. El predominio del centrismo es un síntoma político, porque si bien el termidor penetró profundamente en la dictadura del proletariado, dista mucho de haberla destruido. En la URSS el poder no pasó a manos de la burguesía, y eso no puede suceder sin que medien violentas batallas de clase. Los ultraizquierdistas que afirman con ligereza que el termidor es un hecho consumado sólo ayu­dan a la burguesía a desarmar al proletariado.

Nuestra posición respecto de la Revolución de Octubre y del estado que surgió de la misma se desprende claramente de lo anterior. No permitiremos que los burócratas nos sermoneen sobre la necesidad de defen­der a la URSS frente al imperialismo. La defensa comu­nista de la Unión Soviética significa sobre todo defen­der a la dictadura del proletariado de la política radicalmente errónea de la dirección stalinista. En lo que hace a la defensa de la Unión Soviética, decimos con nues­tros camaradas rusos: "¿Por la república soviética? ¡Sí! ¿Por la burocracia soviética? ¡No!"

 

El socialismo en un solo país

 

Somos internacionalistas. Esta no es para nosotros una frase convencional, es la esencia misma de nues­tras convicciones. La liberación del proletariado sólo es posible mediante la revolución internacional, dentro de la cual las revoluciones nacionales se enmarcaran como círculos sucesivos. La organización de la produc­ción y el cambio ya es de carácter internacional. El socialismo nacional es teórica y políticamente imposible.

Rechazamos la teoría stalinista del socialismo en un solo país como utopía pequeñoburguesa reaccionaria que conduce inexorablemente al patriotismo pequeño­burgués.

Repudiamos absolutamente el programa de la Inter­nacional Comunista aprobado en el Sexto Congreso. Es contradictorio y ecléctico. Lo rechazamos principalmente porque consagra el principio del socialismo en un solo país, fundamentalmente opuesto al del internacionalismo.

La Izquierda comunista pasa a ser una corriente internacional. Nuestro próximo objetivo es agruparnos en una fracción internacional basada en la comunidad de ideas, métodos y tácticas.

Consideramos que la Oposición rusa es la continuadora directa del Partido Bolchevique y la heredera de la Revolución de Octubre. Nos solidarizarnos con las ideas directrices de la Oposición rusa, que se expresan en sus documentos y en su actividad. Estamos vinculados por una indestructible solidaridad a los camaradas de la Oposición exiliados, deportados o encarcelados por la burocracia stalinista.

Sin embargo, solidaridad con la Oposición rusa no significa copiar todo lo que ésta hace. En suelo francés, en el marco de una república capitalista, queremos servir a la misma causa que la Oposición rusa sirve en la tierra soviética. Aun así, el método de la dirección burocrática no es tolerable ni viable dentro de la Oposi­ción. Somos partidarios del centralismo, condición elemental para la acción revolucionaria. Pero el centra­lismo debe responder a la situación real del movi­miento, debe basarse en la verdadera independencia y la plena responsabilidad política de cada organización comunista y, más aun, de cada sección nacional.

 

Llamado a la juventud

 

El trabajo que nos aguarda no es de un mes ni de un año. Hay que educar y templar a una nueva generación revolucionaria. No faltarán problemas internos ni externos. A muchos, el camino que conduce a la forma­ción de un auténtico cuadro revolucionario proletario les parecerá demasiado largo. Habrá vacilaciones y deserciones. Para garantizar de antemano la continui­dad de la marcha, hay que comenzar con un llamamiento a la juventud. El debilitamiento de las organi­zaciones oficiales de jóvenes comunistas es el síntoma más peligroso del futuro del partido. La Oposición comunista se abrirá camino hacia la juventud proleta­ria, es decir hacia la victoria.

Para elegir la buena senda no basta con poseer una brújula. Hay que conocer bien la región, o contar con un buen mapa. Sin ellos, aun con una buena brújula, uno se puede quedar atascado en una ciénaga sin salida. Para formular una política correcta, no basta con tener algunos principios generales. Hay que conocer la situa­ción, las circunstancias y los hechos, y las relaciones entre los mismos. Hay que estudiarlos atenta y hones­tamente y seguir sus variaciones. No podemos hacerlo día a día: todavía no poseemos un diario. Lo haremos semana a semana. Solo los cobardes pueden cerrar los ojos ante los hechos, sean o no agradables. No es casual que le hayamos dado a nuestro semanario el nombre de La Verité.

En Francia, la Izquierda comunista está dividida en diferentes grupos. Se debe - y no nos excluimos de es­ta crítica - a que la Oposición francesa permaneció de­masiado tiempo en la etapa preparatoria antes de ini­ciar su actividad política entre los obreros. Tenemos que advertir claramente que si esta situación se mantie­ne la Oposición corre el riesgo de convertirse en una secta o, más precisamente, en varias sectas.

Queremos hacer de nuestro semanario el órgano del conjunto de la Oposición de Izquierda. Creemos que la orientación del periódico está bien señalada en esta declaración, lo que no impedirá a la redacción abrir las columnas del periódico a los distintos matices de pensa­miento dentro de la Izquierda comunista. El prejuicio hacia tal o cual grupo nos es completamente extraño. Queremos garantizar un esfuerzo colectivo sobre bases más amplias que las existentes hasta el momento. Contamos firmemente con el apoyo de los verdaderos proletarios revolucionarios, sea cual fuere el grupo al que pertenecieron ayer o pertenecen hoy.

Depositamos nuestras principales esperanzas en los obreros conscientes ligados directamente a las masas. Hacemos este periódico para ellos y les decimos:

"La Verité es vuestra publicación."



[1] Una declaración de La Verité. La Verité, 13 de septiembre de 1929. Sin firma. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Art Young. Trotsky escribió esta declaración de principios, que se publicó en el primer número del nuevo periódico, después de discutir en Prinkipo con varios de sus editores franceses.

[2] Sydney Webb (1859-1947): principal teórico británico del gradualismo y uno de los fundadores de la reformista Sociedad Fabiana y del Partido Laborista británico. El y su esposa habían visitado a Trotsky en Turquía poco antes de las elecciones parlamentarias que se realizaron en Gran Bretaña en mayo de 1929. Cuando Trotsky les preguntó sobre las posibilidades que habla de conseguir una visa Webb le respondió que la principal dificultad serían los liberales. Pero cuando asumieron los laboristas, en coalición con los liberales, fueron aquéllos, no éstos, quienes rechazaron el pedido de Trotsky. En 1929 el gobierno laborista nombró caballero a Webb y lo designó para la Cámara de los Lores con el nombre de Lord Pasafield, eligiéndolo secretario de colonias (1930-1931).

[3] La teoría del social-fascismo, que Stalin hizo famosa entre 1928 y 1934, sostenía que la socialdemocracia y el fascismo no eran antípodas sino gemelos. Como los socialdemócratas no eran más que una variedad del fascismo, y como casi todo el mundo, salvo los stalinistas, era de algún modo fascista (liberal-fascista, laboral-fascista o trotsko-fascista), los stalinistas no podían hacer frente único contra los fascistas comunes y corrientes con ninguna otra tendencia. Ninguna teoría le fue ni le podía haber sido más útil a Hitler en los años previos a su conquista del poder en Alemania. Los stalinistas abandonaron la teoría en algún momento no muy precisado de 1934, sin molestarse en explicar por qué lo hacían, y pronto estaban cortejando, no sólo a los socialdemócratas sino también a políticos capitalistas como Roosevelt, a los que todavía a principios de ese año tachaban de fascistas.

[4] El Tratado de Versalles, firmado en junio de 1919, reconstituyó las fronteras nacionales de acuerdo a los tratados secretos firmados por los Aliados durante la Primera Guerra Mundial. Se le quitó a Alemania parte de su territorio europeo y sus colonias de ultramar. Se limitó su poderío militar y se estableció que debía pagar las reparaciones de guerra.

[5] Raymond Poincaré (1860-1934): presidente de Francia (1913-1920) y primer ministro (1912, 1922-1924, 1926-1929). Con su nombre se bautizó la reforma monetaria de 1928, que redujo el franco a un quinto de su valor de 1911, aproximadamente cuatro centavos de dólar. Franklin Bouillon:. presi­dente de un comité de finanzas del gobierno en 1929. Aristide Briand (1862-1932): expulsado del Partido Socialista francés en 1906 por aceptar un gabinete capitalista. Fue premier varias veces, entre ellas durante un breve periodo luego de la renuncia de Poincaré (Julio de 1929), y luego ministro de relaciones exteriores del gobierno de Tardieu, que sucedió a aquél. En setiembre de 1929 propuso la formación de los estados unidos de Europa; Trotsky aprovechó la ocasión para escribir un ensayo que se publica en este tomo, El desarme y los estados unidos de Europa.

[6] Philip Snowden (1864-1937): laborista británico, fue canciller del tesoro en los gabinetes de Macdonald de 1924 y de 1929-193. Abandonó junto con Macdonald el Partido Laborista en 1931 para apoyar el gobierno de coalición de este con los Tories, que lo designó para la Cámara de los Lores. La City es el centro financiero y comercial de Londres.

[7] Este manifiesto de la Internacional, escrito por Trotsky, se publicó en su libro Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, Editorial Pluma, Buenos Aires, 1974, tomo 1.

[8] La ARAC, Asociación Republicana de Veteranos de Guerra: fundada después de la Primera Guerra Mundial por Henri Barbusse, Raymond Lefebvre y Paul Vaillant-Couturier.

[9] La Comuna de París (18 de marzo a 28 de mayo de 1871) primer gobierno obrero, aplastada por las fuerzas militares del capitalismo francés con la cola­boración del capitalismo alemán. Ver la caracterización de sus aciertos y errores en Leon Trotsky on the Paris Commune, Pathfinder Press, 1970.



Libro 1