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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¿Quién defiende a Rusia? ¿Quién ayuda a Hitler?

¿Quién defiende a Rusia? ¿Quién ayuda a Hitler?

¿Quién defiende a Rusia? ¿Quién ayuda a Hitler?[1]

 

 

29 de julio de 1935

 

 

 

Jacquemotte, el patético jefecillo de los stalinistas belgas, le ha preguntado a Walter Dauge, dirigente del ala izquierda del Partido Socialista belga si estaría dis­puesto a "marchar" en la eventualidad de que Hitler ataque a la Unión Soviética.[2] Basta este solo golpe para poner al desnudo la superficialidad de esta men­te filistea. ¿Qué significa "marchar" en este contexto? Sí Bélgica, en alianza con Francia, ataca a Alemania -no por razones democráticas ni por afán de defender los soviets, por cierto, sino con fines puramente imperialistas- y si Dauge es declarado apto para el servicio militar, entonces tendrá que marchar. Sin embargo, también tendrá que marchar si Bélgica re­suelve adherirse a una coalición militar antisoviética. Si Bélgica permanece neutral, Dauge no podrá marchar. El sapientísimo Jacquemotte y sus partidarios y seguidores de Francia, Checoslovaquia y otros países simplemente se olvidan de que no son los obreros opri­midos sino los burgueses opresores quienes deciden cuándo y bajo qué circunstancias se debe soltar a los perros de la guerra.

Vaillant-Couturier trató de poner fin a esta "peque­ña" polémica mediante la tesis: "somos un partido realista, un partido gubernamental."[3] Cierto, no somos anarquistas Pero es necesario distinguir entre un gobierno proletario y un gobierno imperialista. Para convertirnos realmente en el partido gobernante, es necesario que derroquemos los poderes constituidos mediante la acción revolucionaria y organicemos nues­tro propio Ejército Rojo. Entonces, y sólo entonces, podremos resolver si y para qué "marchamos". Los "teóricos" stalinistas -permítaseme llamarlos así- confunden cada vez más el problema principal de la conquista del poder. Colocan cada vez más la defensa de los soviets en manos del enemigo mortal de la clase obrera: la burguesía nacional. Eso es traición llevada a sus máximos alcances teóricos.

Si seguimos promoviendo la lucha de clases en Francia, Bélgica, Checoslovaquia, etcétera -respon­den los stalinistas y sus fieles- debilitaremos a los aliados que la Unión Soviética ha logrado y así perju­dicaremos a la propia Unión Soviética. El resultado de ello será que, quiérase o no, Hitler saldrá fortalecido. No podemos predecir cuándo la lucha de clases nos lle­vará a la conquista del poder. En cambio, Hitler podría emerger victorioso de la guerra antes de que llegara ese momento. Dominando a Europa, Hitler podría demorar o aplastar totalmente nuestra lucha (en Fran­cia, Bélgica, Checoslovaquia, etcétera). Proseguir nuestras actividades en la lucha de clases serviría en realidad para fortalecer a Hitler.

Esta explicación -por lógica que aspire a ser- no es más que la repetición de los argumentos que los imperialistas y socialpatriotas (vale decir, social-impe­rialistas) invariablemente presentaron contra sus adversarios revolucionarios. ¿Acaso Liebknecht no fue lacayo del zar y Lenin agente de los Hohenzollern?[4] Y así sucesivamente ad infinitum.

Me recordaréis que en esa época no existía la Unión Soviética, y tenéis razon. Ese hecho demuestra que la ideología del socialpatriotismo existía antes de la Revo­lución de Octubre y que los grandes acontecimientos históricos no han hecho mella en la estólida superficialidad de los socialpatriotas.

Durante la guerra, los socialdemócratas alemanes -no sólo los canallas mercenarios sino también los obreros honestos- decían: la victoria del zar significaría que sus cosacos disolverían, devastarían y destruirían a nuestro partido y a nuestros sindicatos, nuestra prensa y nuestras sedes. El común de los obre­ros franceses también escuchaba confiado los llamados de Renaudel, Cachin, etcétera a defender la república y la democracia de las garras del káiser y sus junkers.[5] Por su parte, el estado soviético no cayó del cielo. Solo pudo nacer gracias a la acción de la vanguardia prole­taria. Para defender la Unión Soviética como correspon­de, debemos defender a las organizaciones obreras de los países capitalistas. Desde el punto de vista político, estas dos tareas son idénticas o, por lo menos, están estrechamente ligadas. Tenemos el deber ineludible de defender el estado soviético tal como es (no tenemos nada que ver con las teorías de Doriot, Treint, etcé­tera)[6], así como defendemos cualquier organiza­ción obrera -aunque la dirijan los peores reformis­tas- del fascismo y de la reacción militar. Pero el pro­blema radica en: ¿cómo y con qué métodos?

Los marxistas dicen: únicamente con los métodos que tenemos a nuestra disposición, que podemos utilizar conscientemente, es decir, con los métodos de la lucha de clases revolucionaria en todos los países be­ligerantes. Cualesquiera sean los avatares de la guerra, en última instancia será la lucha de clases revoluciona­ria la que dará los mejores frutos a los obreros. Esto se aplica tanto a la defensa de las organizaciones obreras y de las instituciones democráticas de los países capitalistas como a la defensa de la Unión Soviética. Nuestros métodos siguen siendo fundamentalmente los mismos. Bajo ninguna circunstancia o pretexto pon­dremos nuestra tarea revolucionaria en manos de nues­tra burguesía nacional.

Todo esto -responde nuestro sabio filisteo- suena muy bien desde el punto de vista "teórico". Pero, ¿quién no estará de acuerdo con que la continuación de la lucha de clases en Francia fortalecerá la posición de Hitler y aumentará las posibilidades de un estallido de la guerra y las posibilidades de Hitler de triunfar en ella? ¿Y no es acaso la Alemania fascista el principal peligro para los soviets? ¿Y acaso la derrota de la Unión Soviética no paralizaría el desarrollo de la revolución mundial durante años?

Este argumento -nuevamente, una repetición servil de los viejos argumentos de Scheidemann, Wels, Vandervelde, De Man, Cachin y compañía-[7] es com­pletamente falso. Tocado por la vara de la crítica marxista, cae hecho pedazos.

El fascismo no es sino la concepción de la identidad de intereses de las clases llevada al extremo y rodeada por una aureola de misticismo. Si los obreros franceses, belgas y checos se alían con "su" burguesía, obligan inexorablemente a los obreros alemanes a agruparse en torno a los nazis. El socialpatriotismo es agua para el molino del racismo; no puede ser otra cosa. Para debi­litar a Hitler es menester atizar el fuego de la lucha de clases hasta que estalle en llamas. Una poderosa movi­lización obrera en cualquier país de Europa sería para el militarismo racista y demencial un golpe mucho más fuerte que cualquier acuerdo de las potencias entre sí y con la Unión Soviética. Cualquier alianza antialemana significa nuevas armas para los fanáticos de la raza y empuja a los estados imperialistas antagónicos hacia el bando de Alemania, sobre todo si se tiene en cuenta que no les interesa la democracia ni la Unión Soviética, sino el dichoso equilibrio de poder (Polonia, Japón, Inglaterra, etcétera).

Si el proletariado de los países aliados de la Unión Soviética (¿por cuánto tiempo?) ha de apoyar a su burguesía en la guerra, esa línea política debe ponerse en marcha en tiempos de paz. Porque antes de querer impedir la victoria de Hitler es necesario hacer esfuer­zos para impedir que estalle la guerra. Esto entraña el apoyo temprano a las potencias imperialistas que están contra Hitler en época de paz, para inclinar el equilibrio de fuerzas en contra de éste. Pero esto es nada más ni nada menos que el abandono total de la lucha de clases. Este fue el propósito de la infame de­claración de Stalin.[8] Ahora, en época de paz, aprueba los crímenes militares de la burguesía francesa, tam­bién de la belga y de la checoslovaca, naturalmente. ¿Acaso podría ser de otra manera?

Si no hemos de hacer nada por debilitar a los aliados imperialistas de la Unión Soviética mediante la lucha de clases, significa, naturalmente, que debemos forta­lecer la confianza del pueblo en el régimen de los mis­mos. ¿Qué haremos, pues, en el caso -perfectamente lógico y posible- de que en el curso de la guerra el mi­litarismo francés, belga, checoslovaco, apoyado por su propio proletariado, vuelva sus armas contra los soviets? Creer que en tal caso nos podremos oponer enérgicamente es un autoengaño y una locura. Las grandes masas no realizan virajes tan bruscos. No eli­minaremos con deseos ese poder que los militaristas han obtenido con nuestra ayuda. En tal caso, nos habríamos convertido en agentes, no sólo pasivos sino también activos, de la destrucción de la Unión So­viética.

Sin embargo, los stalinistas titubean en llegar a las conclusiones finales de sus premisas. Con el fin de con­servar su prestigio, aunque sea mediante una oposición parlamentaria fraudulenta, claman que hay fascistas entre los oficiales del ejército. Semejante argumento revela la vacuidad y estupidez del socialpatriotismo stalinista. En cuanto al argumento de la utilización de los antagonismos entre las potencias imperialistas, es igualmente aplicable a los roces entre los distintos gru­pos fascistas. Como aliado de Francia, Mussolini se convierte en aliado de la Unión Soviética. La contradicción entre Alemania y Francia no es en modo al­guno la de fascismo versus democracia, sino más bien la que existe entre un imperialismo hambriento y un imperialismo ahíto. Y esta contradicción no cambiará aunque la propia Francia se vuelva fascista.

La buena disposición del Partido Comunista Fran­cés para votar a favor del ejército imperialista, siempre que se lo "purgue" de elementos fascistas, demuestra que se preocupa tanto como Blum por la Unión Sovié­tica, que en realidad su única preocupación es la "de­mocracia" francesa. Se ha impuesto un objetivo ex­celso: instaurar la democracia pura en la oficialidad del ejército de Versalles (Versalles, tanto en el sentido de la Comuna como en de la paz de Versalles).[9] ¿Como? Mediante el gobierno de Daladier. "Les soviets par­tout!" "Daladier au pouvoir!" [¡Soviets en todas partes! ¡Daladier al poder!]. Sin embargo, ¿por qué Daladier, ese gran demócrata, ministro de guerra du­rante dos años (1932-34), no hizo nada para purgar al ejército de fascistas, bonapartistas y monárquicos?[10] ¿Acaso se debe a que en esa época Daladier todavía no se había purificado en el agua bendita del Frente Popular?[11] ¿Podría el sapientísimo y honestí­simo l’Humanité aclararnos este enigma?[12] ¿Podría explicarnos también por qué Daladier capituló ante el primer síntoma de presión de las fuerzas de la reac­ción armada en febrero de 1934?[13] ¿Nos permiten responder? Se debe a que el Partido Radical Socialista es el más miserable, cobarde y servil de los partidos del capital financiero. Basta que los señores de Wen­del, Schneider, Rothschild, Mercier y compañía se pongan firmes.[14] Los radicales siempre doblan la rodilla. Primero Herriot,[15] luego, poco después, Daladier.

Supongamos que el Frente Popular llega al poder y para promocionarse (es decir, para engañar a las masas), logra purgar a unos cuantos reaccionarios de segunda categoría del ejército y disolver (sobre el papel) a unas cuantas pandillas de bandidos organizados. ¿Qué habría cambiado en lo fundamental? El ejér­cito -ahora, al igual que antes- seguiría siendo el arma principal del imperialismo. El estado mayor del ejército seguiría siendo el estado mayor de la conspira­ción militar contra los trabajadores. En épocas de gue­rra los elementos más reaccionarios, resueltos e implacables de la oficialidad accederían al mando. Los ejemplos de Italia y Alemania demuestran que la guerra imperialista es una excelente escuela de fascismo para los oficiales del ejército.

Además, ¿qué pasa con aquellos países cuya posi­ción respecto de la Unión Soviética todavía no se conoce, cuya política bélica sigue siendo secreta? El mo­vimiento laborista y sindical británico ya empieza a paralizar la lucha contra sus propios imperialistas con el argumento de que Gran Bretaña podría verse obliga­da a salir en defensa de la Unión Soviética. Estos malabaristas de la política se remiten a Stalin con todo éxito y además con toda corrección. Si los stalinistas france­ses son capaces de prometer que "controlarán" la política exterior de sus propios imperialistas, los laboris­tas británicos pueden hacer lo mismo. ¿Y qué hará el proletariado polaco? La burguesía polaca está atada a Francia por una alianza y mantiene una estrechísima amistad con Alemania.

Cualquiera sea el pretexto, la paz civil (la unión sagrada)[16] entraña siempre el servilismo más abyecto de los socialistas ante el imperialismo, justo cuando éste lleva a cabo su obra más sangrienta y horrible. La última guerra mostró los resultados de la obsecuen­cia patriótica. Los dirigentes de la socialdemocracia egresaron de la escuela de la "paz civil" completamen­te aplastados, políticamente aniquilados, habiendo per­dido toda su fe y coraje, honor y conciencia. Los obreros de Alemania habían tomado el poder al finalizar la gue­rra. Pero los dirigentes de la socialdemocracia se lo de­volvieron a los generales y a los capitalistas. Si la guerra no hubiera convertido a los dirigentes del movi­miento obrero francés en miserables inválidos políticos, hoy Francia sería un país socialista.

La paz civil de 1914-18 no se limitó a condenar a los pueblos del mundo a sacrificios y cargas sin preceden­tes. Le brindó al capitalismo en descomposición varias décadas adicionales de vida. La paz civil de 1914-18 en bien de los intereses del "propio país" sólo sirvió para allanarle el camino a la nueva guerra imperialista, que amenaza con exterminar totalmente a las naciones. Cualesquiera sean las consignas con que los socialpa­triotas llamen a la nueva "paz civil" ("Defensa de la patria", "Defensa de la democracia", "Defensa de la URSS") el resultado de la nueva traición será el de­rrumbe de toda la civilización moderna.

Naturalmente, la burocracia soviética quiere defen­der a la URSS y además construir el socialismo. Sin embargo, quiere hacerlo a su manera, incurriendo en cruda contradicción con los intereses del proletariado mundial y, por consiguiente, también del ruso. Esta burocracia no cree en la revolución internacional. Sólo ve los peligros, dificultades y reveses, no las in­mensas posibilidades. Los miserables lacayos de Stalin en Francia, Bélgica y el mundo entero no tienen ni una pizca de fe en sí mismos ni en sus partidos. No se con­sideran -y con plena razón- dirigentes de las masas en rebelión, sino tan sólo agentes de la diplomacia so­viética ante el foro de dichas masas. Se levantan o caen con esa diplomacia.

Por consiguiente, la burocracia de la Comintern es orgánicamente incapaz de oponerse a los patriotas burgueses en tiempos de guerra. Es por eso que los indig­nos cobardes como Cachin, Jacquemotte y Gottwald[17] se aferran a cualquier excusa miserable para ocultar su capitulación ante los torrentes desatados de la "opi­nión pública" patriótica. El pretexto -el pretexto, no la razón- que utilizan es la "defensa de la Unión So­viética". Doriot posee la misma fisonomía política que Cachin y Duclos[18] y es producto de la misma escuela. Por lo tanto, es interesante observar con cuánta facili­dad desecha la idea de la defensa de los soviets y la sustituye por el "entendimiento con Hitler". A cual­quier jovencito de Saint Denis le resulta claro que un acuerdo entre la burguesía francesa y Hitler va dirigido contra la Unión Soviética. A semejante caballero le basta echar a los burócratas stalinistas por la borda para volverle la espalda a la URSS. Estos políticos care­cen de una bagatela llamada espina dorsal. Al arras­trarse en el polvo ante la camarilla stalinista no hacían otra cosa que aprender a ser obsecuentes con su pro­pia burguesía.

Esta gente, con la asombrosa falta de decencia que las caracteriza, vuelven bruscamente sus dardos contra los internacionalistas revolucionarios y nos acu­san de... apoyar a Hitler. Olvidan que a Hitler sólo lo puede vencer la clase obrera alemana, actualmente desorganizada y aplastada por los crímenes de la Segunda y Tercera internacionales. Pero volverá a levan­tarse. Para ayudarla a ponerse de pie, a revigorizarla, es necesario desarrollar la movilización revolucionaria internacional, sobre todo en Francia.

Toda declaración patriótica de Blum, Zyromsky, Thorez, etcétera[19] es agua para el molino de la teoría racista (el nacionalismo) y, en última instancia, ayuda a Hitler. La intransigente línea marxista, bolchevique, del proletariado internacional -tanto en la paz como en la guerra- liquidará a los fanáticos del racismo, por­que demostrará en la práctica que lo que determina la suerte de la humanidad es la lucha de clases, no la lucha de las naciones. ¿Realmente es necesario demos­trarlo? La Tercera Internacional - siguiendo las huellas de la Segunda- ha desplazado a la lucha de clases en favor de la ofensiva "general" contra Hitler. Esta capitulación ayuda al hitlerismo. Hay hechos y cifras que lo demuestran en forma incontrovertible: el crecimiento del nacionalsocialismo (nazismo) en Austria, el plebiscito del Saar, las elecciones en Bohemia (Checoslovaquia alemana). Combatir al fascismo con armas nacionalistas es arrojar leña al fuego. El primer gran éxito de las fuerzas de la revolución proletaria en Francia, Bélgica, Checoslovaquia o en cualquier país resonará en los oídos de Hitler como el tanido de una Campana fúnebre. Cualquiera que quiera comprender los problemas del socialismo debe entender este abecé.

No podemos predecir cual será el resultado de la guerra, si la debilidad del movimiento obrero permite su estallido. Los frentes se alterarán, las fronteras na­cionales quedarán destruidas. Dado el desarrollo de la aviación, todas las fronteras serán violadas, los territo­rios nacionales arrasados. Solo un reaccionario desca­rado (de los que suelen autotitularse socialistas, e in­cluso comunistas) puede, bajo tales circunstancias, llamar al movimiento obrero a unirse a "su" burguesía en defensa de "sus" fronteras. La verdadera tarea de los obreros consiste en aprovechar las dificultades que la guerra le causa a la burguesía para derrocarla y abolir las fronteras nacionales, que ahogan a la indus­tria y la civilización.

La burguesía alcanza su mayor fuerza en la primera etapa de la guerra. Pero, con cada mes de guerra que pasa, su fuerza disminuye. En cambio, si la vanguardia obrera ha logrado mantenerse independiente de los chacales del patriotismo, se volverá cada vez mas firme y fuerte, no día a día sino hora a hora. En última ins­tancia, lo que determina la suerte de la guerra no es tanto el frente militar como la relación entre la burgue­sía y el proletariado. Solo la revolución victoriosa puede enmendar los sufrimientos, miseria y trastornos oca­sionados por la guerra. Con ello no sólo el fascismo sino también el imperialismo serán heridos de muerte. No sólo caerán derrotados los enemigos externos de la Unión Soviética, sino que se superarán las contradic­ciones internas que engendraron la dictadura barbara de la camarilla de Stalin. La dictadura proletaria unifi­cará a nuestro continente desmembrado y desangrado, socorrerá a una civilización amenazada de muerte, creará los Estados Unidos Soviéticos de Europa. Pene­trará en Norteamérica y pondrá en movimiento a las masas oprimidas de Oriente. Toda la humanidad se reunirá en una sociedad socialista y en una civilización armónica.



[1] "¿Quién defiende a Rusia? ¿Quién ayuda a Hitler?": New International, octubre de 1935. Firmado "L.T."

[2] Joseph Jacquemotte: dirigente del PC belga después de la expulsión de la Oposición en 1928. Walter Dauge: dirigente de la izquier­da del POB, luego miembro y dirigente del trotskismo belga en los años treinta. El congreso de fundación de la CI lo eligió al Comité Ejecutivo Internacional de la organización. Se separo del movimiento durante la Segunda Guerra Mundial.

[3] Paul Vaillant-Couturier (1892-1937): miembro del comité Central del PC Francés.

[4] La dinastía Hohenzollern dominó Prusia y Alemania hasta 1915.

[5] Pierre Renaudel (1871-1935): dirigente del ala derecha de la SFIO y de los "neo-socialistas", expulsado del partido a fines de 1933. Marcel Cachin (1869-1958): socialista de derecha y probelicista durante la Primera Guerra Mundial, pasó al PC con la mayoría de la SFIO en 1920 y fue dirigente del PC a partir de 1921.

[6] Jaques Doriot (1898-1945): dirigente del PC Francés y alcalde del suburbio obrero de izquierda parisino de Saint-Denis, abogó por el frente único contra el fascismo a principios de 1934, antes de que lo hiciera Moscú. Cuando el PC se negó a discutir sus propuestas, las publicó. Expulsado del PC se vinculó momentáneamente al Buró de Londres, luego viró a la derecha y formó un partido fascista en 1936. Albert Treint (1889-1972): destacado dirigente del PC Francés a mediados de los años veinte. Partidario de Zinoviev y de la Oposición Unificada rusa, fue expulsado en 1927. Colaboró con distintos grupos de oposición y durante un tiempo fue miembro de la Liga Comunista francesa. Poco después negó el carácter proletario del estado soviético y se unió a un grupo sindicalista.

[7] Philipp Scheidemann (1865-1939): dirigente de la derecha socialdemócrata alemana. Junto con Ebert presidió el gobierno que aplastó la revolución de noviembre de 1918. Dirigió el bloque parlamentario socialdemócrata hasta 1933. El argumento que parafrasea Trotsky fue el que emplearon Scheidemann y los demás dirigentes mencionados en rela­ción con sus gobiernos burgueses durante la Primera Guerra Mundial.

[8] La infame declaración de Stalin, al finalizar sus negociaciones con Laval en mayo de 1935, dice que "comprende y aprueba plenamente la política de defensa nacional implementada por Francia para mantener su fuerza armada al nivel de seguridad."

[9] La Comuna de París: primer caso de gobierno obrero. Se mantu­vo en el poder durante setenta y dos días, del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871. El ejército de Versalles la derrocó al precio de treinta mil muertos.

[10] Bonapartismo: concepto central de los escritos de Trotsky de los años treinta. Utilizó el término para describir una dictadura, o un régimen con rasgos dictatoriales, que se impone en períodos de inestabilidad del régimen de clase. No se basa en partidos parlamentarios, ni en mo­vimientos de masas, sino en la burocracia militar, policial y estatal. Trotsky describe dos tipos de bonapartismo: el burgués y el soviético. Sus escritos más importantes sobre el bonapartismo burgués figuran en The Struggle Against Fascism in Germany (Pathfinder, 1970) [Edición en Español: La Lucha contra el fascismo en Alemania. Buenos Aires: Editorial Pluma, 1973]. Sus posiciones definitivas sobre el bonapartismo soviético están en "El estado obrero, termidor y bonapartismo", Escri­tos 34-35 [Tomo VI, volumen 1 de la edición de Editorial Pluma].

[11] Frente Popular: nombre de la coalición de 1935 de partidos obreros franceses (el Comunista y el Socialista) con el Partido Radical burgués en torno a un programa capitalista liberal. Los partidos Socialista y Radical ya habían formado una coalición parecida en los años veinte, que la Internacional Comunista había repudiado como frente de colaboración de clases. Lo nuevo en 1935, además del nombre, era la participación activa del PC en la coalición. El séptimo Congreso de la Comintern (agosto de 1935) lo proclamó política oficial, pero el PCF ya lo había implementado a fines de 1934. Fue la política de todos los partidos stali­nistas hasta 1939, cuando se firmó el pacto Hitler-Stalin. Reapareció con distintos nombres (coalición antimonopolista, etcétera) después de la segunda gran guerra.

[12] L’Humanité: periódico del PC Francés.

[13] El 6 de febrero de 1934 los fascistas y monárquicos franceses inten­taron derrocar el gobierno mediante una manifestación en la Cámara de Diputados, en la que hubo catorce muertos y centenares de heridos. El gobierno de Daladier cayó al día siguiente.

[14] De Wendel, Schneider, Rothschild y Mercier: simbolizan a los gran­des capitalistas e industriales que controlan el gobierno y la economía francesa.

[15] Edouard Herriot (1872-1957): dirigente del Partido Radical francés y el vocero más prominente del sector partidario de las alianzas con el socialismo en los años veinte. Presidió la Cámara de Diputados en 1936-40. Como dirigente radical centrista, al principio se opuso al Frente Popular, a diferencia de Daladier, que dirigía el ala izquierda. Véase el trabajo de Trotsky Edouard Herriot, Politician of the Golden Mean, en Portraits Political and Personal.

[16] Unión sagrada: designación francesa de la colaboración de clases en tiempos de guerra.

[17] Klement Gottwald (1896-1953): miembro fundador del PC checo (1921) e integrante de su Comité Central a partir de 1925. El Sexto Congreso de la Comintern (1928) lo eligió al Comité Ejecutivo. Fue presidente de Checoslovaquia desde 1948 hasta su muerte.

[18] Jaques Duclos (1896-1975): miembro del PC a partir de 1920. Miem­bro del Comité Central desde 1926 y de la máxima dirección hasta su muerte.

[19] Maurice Thorez (1900-1964): simpatizó durante un breve período con las ideas de la Oposición de Izquierda a mediados de los años 20, pero luego fue secretario general del PC. Después de la Segunda Guerra Mundial fue ministro de De Gaulle.



Libro 4