Logo
Logo
Logo

Clásicos de León Trotsky online

Prefacio a la edición francesa

Prefacio a la edición francesa

 

Transcurrido un tiempo desde que este libro fue escrito. El Gabinete conservador ha terminado su luna de miel. Baldwin predicaba la paz social. Macdonald, que no estaba en condiciones de oponer fuese lo que quiera al conservadurismo, rivalizó con él en su odio contra la revolución, la guerra civil y la lucha de clases. Los jefes de los tres grandes partidos históricos proclamaban que las instituciones de Inglaterra eran por completo suficientes para asegurar la colaboración pacífica de las clases. Naturalmente, el pronóstico contenido en este libro sobre el porvenir del Imperio británico fue presentado por toda la prensa británica, desde el Morning Post hasta el semanario de Landsbury, como una locura desesperada y pura fantasmagoría moscovita.
 
Pero hoy la situación está algo cambiada. Inglaterra se halla conmovida por una huelga formidable. El Gobierno conservador sigue una política de ofensiva encarnizada; hace cuanto puede por provocar la guerra civil. Nunca se ha manifestado en Inglaterra con tanta claridad como hoy la contradicción existente entre los factores de las fuerzas sociales y la mentira del anticuado parlamentarismo.
 
La huelga inglesa ha nacido de la contradicción entre la situación actual de la economía británica en el mercado mundial y las relaciones tradicionales de la producción y de las clases sociales en el interior del país. Desde el punto de vista formal, la cuestión está planteada de la siguiente manera: disminución de los salarios de los mineros, prolongación de su jornada de trabajo, traspaso a los hombros de la clase obrera de una parte de los sacrificios que son necesarios para una verdadera reorganización de la industria hullera. Así formulada, esta cuestión es insoluble. Es perfectamente exacto que sin sacrificios, y aun sin serios sacrificios por parte del proletariado inglés, la industria hullera, como asimismo en general toda la economía británica, no puede ser reorganizada. Pero sólo un imbécil rematado puede creer que el proletariado inglés está decidido a admitir estos sacrificios sobre las viejas bases de la propiedad capitalista.
 
El capitalismo ha sido presentado en todo tiempo como un régimen de progreso permanente y de mejoramiento sistemático de la suerte de las masas trabajadoras. Al menos este fue el caso, hasta un cierto límite, para buen número de países en el transcurso del siglo XIX. En Inglaterra, por lo demás, la religión del progreso capitalista era mucho más fuerte que en cualquier otro país. Esta constituía precisamente la base de las tendencias conservadoras en el mismo movimiento obrero y particularmente en las
Trade-Unions. Las ilusiones de la guerra fueron en Inglaterra de 1914 a
1918, y más que en ningún otro país, ilusiones sobre la potencia del capitalismo y el progreso social. Estas esperanzas debían ser coronadas por la victoria sobre Alemania. Y ahora la sociedad burguesa dice a los mineros: “Si queréis aseguraros por lo menos una existencia como la que habéis disfrutado hasta la guerra, tenéis que aceptar por un tiempo indeterminado un empeoramiento de vuestras condiciones de vida.” En lugar de la perspectiva que se proclamaba hasta no hace mucho del progreso social constante, se propone a los mineros descender un escalón para no verse forzados mañana a descender dos o tres de un solo golpe. Es la declaración de bancarrota del capitalismo británico. La huelga general es la respuesta del proletariado, que no quiere ni puede aceptar que la bancarrota del capitalismo británico signifique el comienzo de la bancarrota de la nación y de la cultura británica. 

Empero esta respuesta está dictada mucho más por la lógica de la situación que por la lógica consciente. La clase obrera inglesa no tenía otra elección. La lucha, cualesquiera que hayan sido las maquinaciones de entre bastidores, fue impuesta por la presión mecánica de toda la situación. La situación mundial de la economía británica no admitía una base material para un compromiso. Los Thomas, los Macdonald, etc., han quedado reducidos a la situación de molinos de viento cuyas aspas se mueven a causa de un viento fuerte, pero sin proporcionar una sola libra de harina, toda vez que los granos faltan. El desesperado vacío del actual reformismo británico se ha manifestado con tal claridad, que los reformistas se han visto obligados a participar en la huelga general del proletariado británico. En esto justamente se ha manifestado la fuerza de la huelga, pero también su debilidad.
 
La huelga general es la forma más violenta de la lucha de clases. Inmediatamente le sigue la insurrección armada. Precisamente por esto la huelga general exige más que cualquiera otra forma de la lucha de clases una dirección clara, resuelta, enérgica; de otro modo, una dirección revolucionaria. Pero el proletariado británico no ha dejado ver en la huelga actual ninguna señal de una dirección semejante, y no cabe esperar que ésta aparezca de un solo golpe, perfecta, como brotada de la tierra. Empezó el Consejo General de las Trade-Unions con su ridícula declaración de que la huelga general no constituía una lucha política ni significaba, por consiguiente, un ataque contra el poderío del Estado, de los banqueros, de los industriales y de los terratenientes, y contra el santo Parlamento británico. Sin embargo, esta declaración de guerra de los fieles súbditos no convenció por completo al Gobierno, que siente que los instrumentos reales de fuerza se le escapan de las manos bajo los efectos de la huelga. El poder del Estado no es una idea, sino un aparato material. Si se paraliza este aparato de administración y de opresión, el poder del Estado queda igualmente paralizado. No se puede dominar en la sociedad moderna sin tener entre las manos los ferrocarriles, la navegación marítima, el correo y el telégrafo, las centrales de energía eléctrica, el carbón, etc. El hecho de que Macdonald y Thomas rechacen todo fin político los caracteriza a sí mismos, pero de ninguna manera caracteriza la naturaleza de la huelga general, que llevada hasta el fin tiene inevitablemente que colocar a la clase revolucionaria frente a la necesidad de la organización de un nuevo poder de Estado. Pero justamente se oponen a ello con todas sus fuerzas aquellos que han sido colocados por los acontecimientos a la cabeza de la huelga general. Y en esto consiste el peligro principal. Unos hombres que no quieren la huelga general, que niegan su carácter político, que nada temen tanto como las consecuencias de una huelga victoriosa, inevitablemente se esforzarán por todos los medios en mantenerla dentro del cuadro de una semi-huelga semi-política, es decir, realmente en privarla de sus fuerzas. Es necesario ver los hechos tales como son. Los principales esfuerzos de los jefes oficiales del partido laborista y de un considerable número de líderes sindicales no tendrán por fin la paralización del Estado burgués mediante la huelga, sino, por el contrario, paralizar la huelga general por medio del
Estado burgués. El Gobierno, en la persona de sus elementos conservadores más encarnizados, quiere, sin duda alguna, provocar una guerra civil en miniatura para tener la posibilidad de tomar medidas de intimidación antes del desarrollo de la lucha y rechazar así el movimiento obrero. Arrebatando a la huelga su programa político, los reformistas minan la voluntad revolucionaria del proletariado, conducen el movimiento a un callejón sin salida y obligan de este modo a las diferentes categorías industriales obreras a pequeños combates aislados. En este sentido, los reformistas se dan la mano con los elementos fascistas del partido conservador. Tal es el principal peligro de la lucha actual.

No es posible actualmente profetizar la duración de la lucha, su desarrollo y, con mayor razón, su resultado. Es preciso hacer todo lo posible, dentro del marco internacional, para ayudar a los combatientes y facilitarles las condiciones de la victoria. Pero es necesario darse cuenta perfecta de que esta victoria no es posible sino en la medida en que la clase obrera británica logre cambiar de jefes durante el desarrollo y la vigorización de la huelga general. Un proverbio americano aconseja bien cuando dice que no se debe cambiar de caballo al atravesar un torrente. Pero esta sabiduría práctica sólo es justa en ciertos límites; jamás se ha logrado atravesar un torrente revolucionario montando el caballo del reformismo. Y la clase que ha ido al combate con una dirección oportunista, se ha visto obligada a cambiarla bajo el fuego del enemigo. Esto determina de antemano la actitud de los elementos verdaderamente revolucionarios del proletariado británico y, sobre todo, de los comunistas. Estos sostendrán por todos los medios la unidad de la acción de masa, pero no permitirán la menor apariencia de unión con los jefes oportunistas del Labour Party y de las Trade-Unions. La lucha implacable contra todo acto o toda tentativa de traición y la crítica sin piedad de las ilusiones reformistas es la parte más importante del trabajo de los elementos verdaderamente revolucionarios que participan en la huelga general. Con esto, no sólo contribuirán a la indispensable tarea de la formación de nuevos cuadros revolucionarios, sin los cuales una victoria del proletariado británico es imposible, sino también al éxito de la huelga actual, agravándola, haciendo resaltar su carácter revolucionario, eliminando a los oportunistas y reforzando la posición de los elementos revolucionarios. Los resultados de la huelga, así los inmediatos como los lejanos, serán tanto más considerables cuanto con mayor energía aparte la voluntad revolucionaria de las masas las barreras y los obstáculos erigidos por la dirección contrarrevolucionaria. 

La huelga no puede por sí misma cambiar la situación del capitalismo británico y en particular la de su industria hullera en el mercado mundial. Para ello precisa una reorganización de toda la economía inglesa. La huelga no es sino una enérgica manifestación de esta necesidad. El problema de la reorganización de la industria británica será resuelto por el nuevo poder, el nuevo Estado, la nueva clase dominante. Justamente en esto consiste la capital importancia de la huelga general: plantea claramente la cuestión del poder. La verdadera victoria de la huelga general no puede conseguirse sino por medio del adueñamiento del poder por el proletariado y la instauración de su dictadura. En las condiciones de la desesperada situación actual del capitalismo británico, la huelga general menos que nunca puede ser un instrumento de reformas o de conquistas parciales. Más exactamente: si los terratenientes o el Gobierno accedieran a tal o cual concesión bajo la presión de la huelga, estas concesiones, dada la situación de conjunto, no tendrían una importancia ni profunda ni duradera. Esto no significa en modo alguno que la huelga actual se halle ante la alternativa siguiente: todo o nada. Si el proletariado británico se hubiera encontrado con una dirección que hubiese correspondido en cierto modo a su potencia de clase y a la madurez de las condiciones objetivas, el poder hubiera pasado en pocas semanas de manos de los conservadores a las del proletariado. Difícilmente puede esperarse tal resultado. Esto no quiere decir, repitámoslo, que la huelga no tiene esperanza. Cuanto más ampliamente se desarrolle, tanto más poderosamente conmoverá las bases capitalistas, tanto más contribuirá a eliminar a los jefes traidores y oportunistas, tanto más difícil será a la reacción burguesa pasar a la contraofensiva, tanto menos tendrán que sufrir las organizaciones proletarias y tanto más rápidamente volverá a abrirse la próxima y decisiva fase de la lucha.
 
Las enseñanzas y las consecuencias de la actual batalla de clases serán considerables, aun independientemente de su resultado inmediato. Cada obrero inglés se dará clara cuenta de que el Parlamento es incapaz de resolver las cuestiones fundamentales, vitales, del país. La cuestión de la salvación económica de la Gran Bretaña quedará planteada en adelante al proletariado británico como la cuestión de la conquista del poder. El golpe mortal alcanzará a todos los elementos intermediarios, mediadores, aficionados a los compromisos, seudopacifistas. El partido liberal, cualesquiera que sean las maniobras y las habilidades de sus líderes, saldrá más débil aún de esta prueba. En el seno del partido conservador, los elementos más implacables conseguirán la preponderancia. Dentro del partido laborista, el ala revolucionaria desarrollará su influencia y hallará una expresión más acabada. Los comunistas marcharán delante resueltamente. El desenvolvimiento revolucionario de Inglaterra dará un salto formidable hacia adelante.
 
Ahora es cuando el curso de los acontecimientos plantea seriamente, y sin que sea posible su aplazamiento político, las cuestiones discutidas en este libro. A la luz de la poderosa huelga actual, las cuestiones de la evolución y de la revolución, del desenvolvimiento pacífico y del empleo de la violencia, de las reformas y de la dictadura de clase ocuparán en toda su claridad el espíritu de cientos de miles y de millones de obreros británicos. No cabe duda alguna a este respecto. El proletariado británico, que ha sido mantenido por la burguesía y sus agentes fabianos en un estado ideológico terriblemente atrasado, avanzará a paso de gigante. Las condiciones materiales de Inglaterra están, hace tiempo, maduras para el socialismo. La huelga ha puesto al orden del día la sustitución del Estado burgués por el Estado proletario. Si la huelga misma no provoca directamente esta sustitución, la aproximará considerablemente. En cuánto tiempo, no es posible, naturalmente, decirlo. Pero hay que prepararse también a plazos muy cortos.
 
L. Trotsky.
Krimea, mayo 1926.